La omnipresencia de la violencia y las
formas perniciosas en las que ésta se
transforma y se vuelve invisible o es
malinterpretada tanto por protagonistas
como por víctimas precisa una aclaración
teórica que tiene ramificaciones
Introducción1
La violencia que envuelve a los jóvenes2 centroamericanos es construida en su lugar de origen, pero también se reproduce en su tránsito por México. Entender las violencias nos lleva a la interrogante de por qué ocurren y qué es lo que las hace posibles. Economía y política se emparentan en su afán de hacer de los jóvenes átomos sociales, sujetos “sujetados”, en la línea de Foucault; átomos sociales que alimenten esa sociedad del espectáculo definida por Guy Debord (2010) como el mal sueño de la sociedad moderna que no exprese más que su deseo de dormir.
El presente artículo tiene como objetivo analizar las violencias que enfrentan los jóvenes migrantes centroamericanos en su tránsito por la frontera sur de México, específicamente en el cruce fronterizo de la ciudad de Tapachula, en la región del Soconusco, en el estado de Chiapas. Me interesa rescatar las experiencias de aquellos jóvenes de 18 a 29 años de edad que realizan el cruce y tránsito por el espacio referido.
La estructura expositiva del artículo registra, en un primer momento, un análisis desde el cual entender el concepto de la violencia y la metodología de la investigación, posteriormente, presenta un breve marco contextual de los países de origen de los migrantes. Enseguida, expongo las condiciones y escenarios de violencias que hace que los jóvenes centroamericanos sean expulsados de su espacio de origen, específicamente en El Salvador y Honduras, en Centroamérica. Posteriormente, el contexto del cruce “los espacios de nadie”, algunos puntos de encuentro y desencuentro de los migrantes en la ciudad de Tapachula, en el sureste de México. Asimismo, analizo los discursos de los jóvenes migrantes, desde donde se generan las violencias en su tránsito por Tapachula, Chiapas. Y para cerrar el artículo, realizo algunas reflexiones finales.
Pensar y nombrar las violencias en los jóvenes centroamericanos
Según Abramovay, es necesario ampliar y repensar el concepto de violencia, te nien do en cuenta las variadas manifestaciones sobre la cuestión, sus autores, sus víctimas, sus discursos, es decir, pensar que la violencia, además de destruir físicamente, también lo hace de manera moral y toca la subjetividad de los involucrados (2014: 2). Partiendo de esta idea, considero pertinente resaltar una delimitación conceptual: este ar tículo no tiene como objetivo principal debatir el concepto de violencia. Por el contrario, intenta analizar la pluralidad3 de violencias existentes en la vida de los jóvenes migrantes cen troamericanos, desde los factores que incentivan su salida en el lugar de origen y su locomoción por la ciudad de Tapachula. Por tanto, aquí describo el tipo de violencias4 que son ejercidas hacia los migrantes centroamericanos, las cuales tienen procesos continuos y sus propios matices, tanto en el lugar de origen como en su paso por la ciudad.
En este sentido, las trayectorias de vida de numerosos jóvenes centroamericanos han sido marcadas por lo que Philippe Bourgois et al. (2004) reconoce como continuos de violencia. Por un lado, un acto de violencia no se encuentra aislado de otros, ya que las violencias son reproductivas en sí mismas. Además, observarlas como un continuum implica concebirlas como procesos que se explican en sus conexiones con el espacio donde son producidas, los actores que las ejercen, las circunstancias socioculturales en las que se presentan y las historias personales de quienes las padecen.
Ya ha sido demostrado por numerosos estudios empíricos que la condición de los jóvenes en tiempos de globali zación es de vulnerabilidad, y que su correlato es la violencia (en tanto ejercicio y padecimiento del daño). Este planteamiento es el que mejor expresa la condición del joven migrante centroamericano irregular, una situación siempre colocada en el límite. El concepto de vulnerabilidad, definida como la susceptibilidad “a ser herido o vulnerado, a recibir un daño o perjuicio, a ser afectado” (Rodríguez y Lindig, 2013: 359), posee dos sentidos: uno que tiende a su naturalización social, en tanto afectación propia de determinados individuos o sectores, mientras que el otro, “reduce el significado general de afectación a aquel de daño” en el que el concepto de vulnerabilidad se relaciona con el de violencia. La dupla vulnerabilidad y violencia se presentan como una pareja que alude “al ejercicio y padecimiento del daño, respectivamente” (Rodríguez y Lindig, 2013: 360-361).
Cavarero, sin recuperar el concepto de vulnerabilidad, advierte en el contexto actual de destrucción humana y violencia la instancia de la casualidad como un nuevo estatuto de las víctimas, propia de los atentados. “Inermes, compartimos un estatus de indiferenciación que nos convierte, a cualquiera de nosotros, en un blanco perfecto”. Se trata, como dice la autora, de “crímenes que traspasan la condición humana misma” (2009: 10-11).
Es posible superar esta flaqueza analítica si nos preguntamos sobre los materiales con los que se construye la violencia, lo cual nos llevaría a recuperar lo citado por Martínez y Lindig (2013), esto es, una analítica de la vulnerabilidad, desarrollada por Judith Butler, sustentada en una “ontología de los cuerpos” que lleva a definirla como “la disposición de cualquier cuerpo a ser afectado”, es decir, que “la vulnerabilidad es una condición ontológica de todo cuerpo” (ibidem: 361). Pero esta no es un hecho natural, sino que es creada, construida y regulada por la sociedad contemporánea y sus poderes; además, es histórica, productiva y reproductiva, como también lo es su siamesa: la violencia. Así pues, esta se encarna en los cuerpos, en las subjetividades y cotidianidades de los sujetos, misma que es naturalizada socialmente. Una violencia cotidiana, en palabras de Philippe Bourgois (2005) y Nancy Scheper-Hughes (1996), es “una experiencia individual vivida, que normaliza las pequeñas brutalidades y terror de la comunidad y crea un sentido común o ethos de la violencia” (Bourgois, 2005: 14). Este planteamiento ayuda a entender las violencias que experimentan los jóvenes centroamericanos, en sus lugares de origen, a su paso por México y en el lugar de destino, frecuentemente EE.UU.; cabe destacar que este tipo de violencia tiene expresiones y prácticas diarias a nivel microinteraccional, esto es, entre ellos mismos y los sujetos con quienes conviven en la ciudad de Tapachula.
El estudio de las violencias también contribuye a ampliar los horizontes metodológicos, es decir, porque nos lleva a replantearnos las formas en que nos acercamos a los problemas de investigación y a los sujetos de estudio. En este contexto, Ferrándiz expone que en “el estudio de las violencias y los conflictos se abren nuevos escenarios de investigación, nos obliga a revaluar otros más clásicos, plantea nuevos tipos de problemas, nos enfrenta con actores sociales en situaciones a veces extraordinarias y extremas, cuestiona nuestras retóricas y compromisos éticos y fomenta nuevas formas de interdisciplinariedad” (2011: 213).
Considerando lo anterior, poco a poco la metodología se fue gestando. Por tanto, tomé la decisión de privilegiar las estrategias que conducen al conocimiento de las prácticas sociales y sus significados, es decir, desde el marco de las relaciones presenciales con y entre los sujetos sociales, en tanto sujetos de conocimiento. En atención a ello acudí a la etnografía, pues es una disci plina que posibilita el conocimiento detallado de la vida e historia de los actores sociales, que en este caso son los jóvenes migrantes centroamericanos y los actores sociales de su entorno inmediato en la ciudad de Tapachula.
Durante el trabajo de campo planteé las preguntas de investigación: ¿por qué te fuiste de tu país?, ¿cuáles fueron las razones?, ¿qué ruta hiciste para llegar acá?, ¿viajas solo o acompañado?, ¿cómo fue el cruce por la frontera de Tapachula?, ¿alguna complicación?, ¿te extorsionaron en el cruce?, ¿quiénes?, ¿consideras que los jóvenes migrantes centroamericanos son violentados en el tránsito?, ¿por qué?, ¿cuáles (secuestros, violaciones, entre otras)? Por supuesto, las respuestas surgieron de las conversaciones que estuve sostenien do con los jóvenes migrantes centroamericanos.
La observación y las entrevistas están presentes en todo momento para producir la información, ya que como expone Ángel, “ambas técnicas comparten el supuesto de hacer accesible la práctica totalidad de los hechos, y generalmente se tienen como complementarias, para poder captar los comportamientos y los pensamientos, las acciones y las normas, los hechos y las pa labras, la realidad y el deseo” (Velasco y Díaz de Rada, 2009: 33). Aunado a ello, dichas acciones me llevaron a plantear que no sólo podía reducir la etnografía a nivel local, pues trabajar con jóvenes que estaban en constante movimiento reque ría la elaboración de un mapa, esto, para lo calizar las rea lidades fracturadas y discontinuas, trazar la circulación de contextos y plantear lógicas de relaciones, además, porque consideré necesario exponer las asociaciones entre estos sitios.5
La etnografía multilocal me permitió analizar los contornos, sitios y relaciones que son en sí mismos una contribución para realizar una descripción y análisis de la migración juvenil centroamericana en el mundo real, así como situar otros contextos (local/global) que se conectan de manera compleja.
Por último, el corpus del trabajo de campo está compuesto por dieciocho entrevistas, de las cuales doce fueron respondidas por jóvenes que marcaron su origen en Honduras, en cuanto que las seis restantes corresponden a migrantes salvadoreños. Cabe señalar que todas fueron hechas a hombres, ya que se presentaron dificultades para acercarme a las migrantes, que por desconfianza y seguridad no quisieron ser entrevistadas. Los jóvenes centroamericanos entrevistados tienen un rango de edad entre 18 a 29 años. Asimismo, para conocer las opiniones y posicionamientos respecto a la migración de centroamericanos a México, realicé algunas entrevistas a personas originarias de Tapachula. Una última acotación, ética y metodológica, por la seguridad de los jóvenes y la mía he cambiado los nombres en las entrevistas presentadas.
Cotidianidades de la violencia en Honduras y El Salvador
Las etapas migratorias en Centroamérica han sido diversas e incentivadas por factores económicos, sociales y políticos. En 2005 el Informe de Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) refiere que entre 1920 y 1969 se impulsa la primera iniciativa que tiene un carácter interregional, en tanto que un gran número de migrantes de la región se mueven a las plantaciones bananeras de Honduras; el segundo momento se registra de 1970 a 1979, producido en un clima de inestabilidad política y propiciado por el conflicto entre Honduras y El Salvador, aunado a la represión que se comenzó a generar hacia ciertos sectores de la población; asimismo, en esta etapa también se produce un importante flujo de migrantes hacia Estados Unidos. Un tercer momento se gesta entre la década de los ochenta y principios de los noventa, a causa de los conflictos armados en El Salvador, Guatemala y otros países, lo que ocasiona una gran mi gración. Por último, el informe apunta que entre 1992 y 2005 se provoca otra intensa ola migratoria, derivada del aumento de la violencia por la delincuencia organizada, los agrupamientos juveniles como la Mara Salvatrucha (MS-13) y el Barrio 18, así como los estragos del huracán Mitch en 1998 y el terremoto de 2001.
Al respecto, cabe señalar que después de los tratados de paz en la región centroamericana, durante la década de los noventa, surge otra problemática de la que se ha hablado mucho pero de la cual se conocen poco sus estructuras internas, esto es, las pandillas juveniles centroamericanas.6 Después de 1992, Estados Unidos inicia un proceso de deportación masiva de jóvenes que se habían venido integrando en clicas, pandillas o agrupamientos juveniles (Nateras, 2014). El Barrio 18 y la Mara Salvatrucha (MS-13) reunían a miles de jóvenes huérfanos de la guerra civil y otros más que encontraban cobijo en la “gran familia”. Las deportaciones masivas a El Salvador, Honduras y Guatemala se dan en un escenario complejo para la población juvenil, ya que muchos de estos deciden enfrascarse en una guerra entre pandillas y con las fuerzas policíacas, que respondieron con más violencia, lo cual produjo su criminalización, miles de muertes y su desplazamiento.
Honduras y El Salvador son dos países donde se ha registrado una alta tasa de homicidios, derivados de la violencia, desde asaltos a mano armada, robos a casa habitación, entre otros. La Policía Nacional de El Salvador reportó que hasta agosto del año 2015 habían sido asesinados 750 salvadoreños, un promedio diario de 27,7. Por otra parte, en Honduras en el año 2014 el Observatorio Nacional de la Violencia de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras registró un total de 8 719 muertes por causa externa, ocurridas a nivel nacional. Los homicidios siguen siendo la principal causa de muerte por causa externa, con 68.1% del total reportado (5 936), es decir, 495 homicidios al mes y en promedio 16 víctimas al día. La tasa nacional de homicidios es de 68 por cada 100 mil habitantes (UNAH, 2015).
Estas estadísticas muestran los altos índices de violencia en estos países, considerados como los más peligro sos, no sólo de Centroamérica, sino del mundo. Aunado a la violencia provocada por la inseguridad, existen otros factores que incentivan el desplazamiento de los lugares de origen, por ejemplo, las condiciones socioeconómicas,7 la violencia política derivada de la persecución y las amenazas por parte de las autoridades del Estado, como en el caso de Honduras.8
A finales de junio de 2015 estuve en la ciudad de Tegucigalpa, capital de Honduras. En esta urbe asistí a una marcha protagonizada por miles de hondureños. El símbolo emblemático de las manifestaciones fueron las antorchas, con las que salían a las calles de diversas ciudades para protestar y exigir la creación de la Comisión Internacional contra la Impunidad (CICIH), que estaría conformada por organismos internacionales (ONU, OEA, entre otros) y sería la encargada de investigar el desfalco del Seguro Social y establecer el castigo a los responsables, quienes formaban parte del gobierno de Juan Orlando Hernández. Durante el recorrido de la marcha pude conversar con algunas personas que habían sido afectadas por esta problemática, se hablaba de varios muertos, derivado de la falta de medicamentos en los hospitales públicos, persecuciones a pe riodistas que criticaban al gobierno hondureño y algunos estudiantes desaparecidos y asesinados por sicarios o la Policía Nacional de Honduras. Respecto a ello, Juan expuso:
Soy ciudadano hondureño y en este país las cosas están muy mal, la gente se está muriendo en los hospitales, porque no hay medicamentos, no hay muchos médicos, es terrible ver la gente muriendo en los pasillos de los hospitales, lo más terrible es que las autoridades del gobierno no hagan nada, peor aún, ellos son los que roban, por eso estamos acá pidiendo la intervención de Naciones Unidas o de otro órgano internacional para que hagan algo [Tegucigalpa, 26 de junio de 2015].
Por otra parte, Daniel, estudiante de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras, comentó:
La situación es complicada, el gobierno está coludido en este desfalco al Seguro Social, pero no sólo es eso, hay muchas irregularidades en el gobierno de JOH (Juan Orlando Hernández), poco a poco inician las persecuciones y desapariciones a líderes campesinos, estudiantes y ciudadanos que estamos organizando este movimiento, lo importante de estos es que la gente de cualquier clase social está saliendo a las calles, harta de tanta corrupción en este país [Tegucigalpa, 26 de junio de 2015].
Aunado a la situación política que se vive en el país, está también la precariedad, no sólo en el aspecto laboral, sino de las condiciones mínimas de vida, como son salud y seguridad, lo cual hace que miles de jóvenes centroamericanos abandonen su nicho. Por otro lado, las tensiones que viven los jóvenes migrantes inician también por conflictos con algún miembro de una pandilla, es decir, por no querer pertenecer a ellas, e incluso, por “ajustes de cuentas”, por no pagar la seguridad, “el derecho al piso” o “la renta”, que es como se conoce a las cuotas que cobran estos agrupamientos juveniles. El mundo construido con márgenes restringidos de privacidad, pocas relaciones presenciales y fuerte incidencia de presiones y mandatos externos, es lo que ciñe las vidas de muchos jóvenes en Centroamérica.
Huir de la muerte y del miedo: las violencias en los lugares de origen
La inseguridad es una realidad que hoy prima en la sociedad, en cualquiera de sus niveles espaciales y sociales; dicha inseguridad lleva a la búsqueda de culpables o posibles amenazas. Las adjetivaciones de “amenaza” o “riesgo” sirven como excusa para generar unas formas relacionales, además, tienen una clara incitación a la confrontación. La violencia derivada de las pandillas y de los mismos Estados centroamericanos son un factor importante para salir de los lugares de origen. Los agrupamientos juveniles Barrio 18 y MS-13 se han disputado el control del territorio: los cantones, las calles y la esquina. Desde la década de los ochenta, respecto a estos grupos, Pirker refiere que “la participación de jóvenes deportados de Estados Unidos llevó a una trasmisión de valores, códigos, formas de comportamiento, vestimentas de las pandillas de los guetos latinos, sobre todo de Los Ángeles. Ellos acostumbrados a los enfrentamientos violentos con las pandillas de otros grupos étnicos, contribuyeron a que la defensa de un territorio limitado se volviera una de las actividades principales de las pandillas centroamericanas” (2004: 140).
Aunado a lo anterior, está el tráfico de armas. Al finalizar los conflictos en Centroamérica se estimó que alrededor de dos millones de armas ilegales circulaban en estos países (Nateras, 2014). Asimismo, está el denominado “mercado de la muerte” (ibidem; Reguillo, 2005), pues exmilitares y exguerrilleros se afiliaron dentro de estas agrupaciones juveniles, mientras que otros más ingresaron a las filas del narcotráfico o a los cuerpos de la Policía Nacional. Este panorama es vivenciado no sólo por los jóvenes, sino por familias que son parte de esos continuos de violencia. Respecto a ello, Manuel, originario de Santa Bárbara, Honduras, narra:
La mera verdad yo salí de mi pueblo por problemas familiares, para que te voy a mentir, mira, allá tenía dos hermanos que estaban metidos con las maras, a ellos un día los mataron, por eso un día mi madre me dijo que tenía que irme para que no me fueran hacer lo mismo, ellos estaban en cosas malas, ¿entendés? Tengo una hermana menor que se quedó allá, pero yo prefiero estar acá, creo que vivo más tranquilo que estar allá, aunque sea en estas condiciones (Tapachula, septiembre de 2015).
Kevin, originario del departamento de Copán, Honduras, refiere:
La violencia en mi colonia fue por lo que salí, mira, allá está la pandilla MS-13, que es la que controla en mi colonia, pero los de la 18 ya estaban ganando terreno y había mucha violencia, asaltos, asesinatos, por eso un día decidí salir de ahí, no tengo hijos, ni nada, mejor dije, es mejor huir de la muerte y del miedo, ¿entendés? [Tapachula, septiembre de 2015].
Por su parte, Jesús, originario de San Salvador, expone:
La mera verdad salimos porque allá la gente ya se estaba matando mucho, a nosotros no nos hacía nada la MS-13 porque también le dábamos algo de dinero para que no nos hicieran nada, pero la otra pandilla, como es rival, hasta nosotros ya nos quieren hacer algo, por eso un día decidí viajar con mi hermano y otro primo, uno dice, “¿para qué estar acá si lo van a matar a uno?”, por eso estoy acá [Tapachula, septiembre de 2015].
Las extorsiones son recurrentes en estos espacios, por lo que la población es coaccionada a pagar para tener seguridad o para trabajar en el comercio informal, es decir, existe un espacio conflictivo y violento que se proyecta e interioriza en la conciencia del joven migrante centroamericano, el cual poco a poco se va encaminando a una “expulsión silenciosa”9 de su lugar de origen. En las narrativas también encontré algunos casos de jóvenes que salieron porque no querían pertenecer a la pandilla, ni a una ni a otra, sin embargo, los constantes asedios de sus integrantes, las amenazas de muerte, entre otros aspectos, hicieron que estos salieran. Respecto a ello, David, originario de Tegucigalpa, Honduras, comenta:
Soy de un barrio que se llama Villa Cristina, es peligroso, ahí controla el Barrio 18, ahí extorsionan mucho, por ejemplo, la pandilla se hace de casas en este lugar para después hacerlos como centro de tortura contra sus rivales, también para casas donde operan los de la pandilla, ¿entendés?, por eso mejor salí de ahí, hay mucha violencia y no quería formar parte de la pandilla, a muchos de mi edad los obligan, algunos si entran, yo no quise, por eso estoy acá, es mejor así para que no te maten [Tapachula, septiembre de 2015].
En junio del año 2015 asistí a un conversatorio sobre la violencia y seguridad en Tegucigalpa, Honduras, en el edificio del Instituto Universitario en Democracia, Paz y Seguridad (IUDPAS)10 de la UNAH, en esa ocasión se expusieron una serie de programas para erradicar la violencia juvenil, tanto en las escuelas como en los barrios y colonias más peligrosas de la capital y otras regiones de Honduras. Uno de los ejes que se discutió fue la incorporación de los jóvenes en estos agrupamientos, ya que se hacía referencia a la necesidad de lograr estrategias de paz, no sólo en las calles, sino en las mismas escuelas públicas donde también se generaban conflictos y violencias. Un aspecto relevante fue que las iglesias cristianas, sobre todo las evangélicas, funcionaban como protectoras y legitimadoras del “buen ciudadano”. En este sentido, uno de los participantes refirió:
Para que nosotros no entremos con estos locos de las pandillas, es importante mantenerse al pendiente de la situación, hay que guardar silencio muchas veces, también evitar salir lo menos posible de la casa, pero, sobre todo, estar participando activamente en una iglesia, ya que a veces los pandilleros respetan a la gente de las iglesias, también para que te puedan dar un trabajo te piden una carta expedida por la iglesia, donde diga que eres buena persona [Tegucigalpa, junio 2015].
Otro participante comentó:
Muchos de nosotros huimos de las pandillas porque nos quieren meter a la fuerza, ya que siempre tienen que estar reclutando a la gente, a veces te intimidan y te insisten en las escuelas, llegan los pandilleros y te dicen que vas a estar mejor que en tu casa, uno a veces se ve tentado hacerlo, pero estos programas y en las mismas iglesias nos enseñan cómo debe ser un buen cristiano y no meterse en problemas, por eso es importante asistir a ellas [Tegucigalpa, junio de 2015].
La participación en un agrupamiento juvenil como la MS-13 o Barrio 18 es siempre una decisión al límite. Algunos jóvenes deciden ingresar al no encontrar oportunidades de trabajo, al ser estigmatizados por vivir en una zona conflictiva de la periferia de Tegucigalpa o de otras regiones, o bien, por la muerte de alguien cercano o por la desintegración familiar. Sin embargo, existen algunos casos que ingresan a estos grupos para ganar estatus, para vivir su masculinidad o ser alguien en el barrio (Nateras, 2014).
Las extorsiones perpetradas por la MS-13 y Barrio 18, a pequeños comerciantes, a choferes y dueños del transporte público y a comercios que están en los territorios que controlan,11 son otra de las razones para abandonar el nicho familiar. Algunos de los jóvenes entrevistados refirieron que debido al “cobro de piso” o pagar “la renta” prefirieron huir, ya que el dinero no era insuficiente y temían por su vida y la de su familia. Respecto a ello, comenta Alberto, originario de San Pedro Sula, Honduras:
Mi hermano tenía una tienda, pagábamos la extorsión con una pandilla, pero mirá vos, allá esos locos pueden llegar un día y te dicen que quieren tanto en la semana, así fue, ya no pudimos pagar ese verguero de dinero, porque no lo sacábamos, entonces mi hermano y yo recibimos amenaza que nos iban a matar si no pagábamos, por eso nos salimos de ahí, venimos acá, porque no teníamos a donde ir, no sabemos si vamos a regresar allá en Honduras [Tapachula, septiembre de 2015].
Ismael, originario de la capital de El Salvador, menciona:
Pues la verdad salí porque me intentaron matar, yo tenía carretas de cinturones y vendía en la calle, tenía como unas cinco carretas y unos diez empleados, dos por carreta. Entonces un día llegaron unos mareros y para que me dejaran vender en ese lugar me dijeron que tenía que pagar 35 dólares cada semana, un día fui y denuncié a la policía, agarraron a tres mareros, pero luego los demás de la pandilla dieron con mi casa y fueron a intentar matarme a mí y mi familia, rociaron (disparar con armas de fuego) mi casa, pero sólo mataron a mis perros, por esa razón me fui de ahí, ahora estoy acá [Tapachula, septiembre de 2015].
Las vivencias de los jóvenes migrantes centroamericanos aluden a una dinámica social y conflictiva que los coloca al “filo de la navaja”. Por un lado, existe una cotidianidad de la violencia que provoca la creación de ciertas estrategias para sobrevivir en ese espacio, y por otro, hay una fragmentación social del joven con sus “otros”, con la familia, con la comunidad, que genera trayectorias de adscripción a grupos que ocasionan miedo social. En muchos casos poco a poco se propicia la expulsión social del joven migrante, algunas veces no necesariamente de manera “directa”, sin embargo, sí se trata de una expulsión silenciosa y constreñida a la violencia.
Una última razón para salir del lugar de origen, según los jóvenes entrevistados, son los “ajustes de cuenta”, que van desde el asesinato de algún miembro de una pandilla, en una riña o por otra problemática, hasta venganzas entre miembros de la MS-13 y el Barrio 18, que buscan asesinar a alguno de los integrantes de la familia de un pandillero. Sobre ello habla Ricardo, originario de San Pedro Sula:
Yo salí de mi casa porque tenía dos hermanos en la pandilla del Barrio 18, mis hermanos hicieron cosas malas y pues un día a mi mamá la fueron amenazar, por miedo a que nos mataran venimos huyendo de la violencia de Honduras.
Andrés, de San Marcos, El Salvador, comenta:
Mira vos, yo salí de casa porque uno de mis hermanos estaba con broncas con un pandillero, querían llevarse a su hija, mi sobrina pues, él no lo permitió y la situación terminó mal, mato a ese hijo’e puta, pero luego nos querían matar a nosotros, todos mis familiares salimos de ahí donde vivíamos, algunos vamos rumbo a Estados Unidos, otros se fueron a vivir a otro lado, en San Salvador.
Los relatos de los jóvenes migrantes centroamericanos nos ayudan a entender qué significa huir por miedo a la muerte. Sin embargo, estos son también víctimas y victimarios, pues están inmersos en situaciones de violencia, lo cual los obliga a salir del lugar de origen, a buscar rehacer su vida y realizar sus sueños en otro lugar, es decir, donde puedan tener una vida digna. Por otro lado, queda claro que en las narrativas de nuestros entrevistados los miembros de la MS-13 y el Barrio 18 parecen ser los protagonistas de numerosos problemas sociales, y en efecto lo son, pero más allá de esa visión estigmatizadora habría que cuestionar: ¿qué están haciendo las instituciones del Estado? De acuerdo con Nateras, estos grupos juveniles “son vistos como chivos expiatorios de los problemas sociales y la muestra del fracaso de la mayoría de los Estados, en términos de garantizar mejores condiciones de vida, material/simbólica…” (2014: 109).
Por el contrario, el gobierno de El Salvador y el de Honduras, de donde son la mayoría de los jóvenes entrevistados, implementaron iniciativas de mano dura y cero tolerancia,12 las cuales no sólo propiciaron más muertes de la población juvenil, sino graves consecuencias sociales en los territorios donde fueron aplicados dichos programas, por ejemplo, el desplazamiento de numerosos jóvenes que huyeron para resguardar su vida. Este planteamiento hoy ilumina la comprensión del miedo generalizado en muchos sectores de la sociedad salvadoreña y hondureña, en donde la “búsqueda de culpables y productores del mal” ha sido una tarea de autoridades y medios de comunicación, o más bien, de un Estado aparentemente minusválido que se constriñe a atacar los peligros de la seguridad personal desde el ámbito de la “política de vida” operada y administrada a nivel individual (Bauman, 2010: 14). Los jóvenes, como demuestran numerosas investigaciones, son el blanco de ataques y prejuicios que los definen como portadores de riesgos y violencia, y si se trata de migrantes centroamericanos que van del sur al norte, como pandilleros o narcotraficantes.
“¡Aquí es un espacio de nadie!”. Espacios de violencia para los migrantes centroamericanos en la ciudad de Tapachula, Chiapas
Tapachula, la llamada Perla del Soconusco,13 es uno de los municipios que componen la frontera sur14 de México que limita con Guatemala. Es un lugar geoestratégico porque en este se dan intercambios comerciales, asimismo, desde hace varias décadas, flujos y desplazamientos poblacionales. La posición geográfica de este municipio permite que muchos transmigrantes lo utilicen para continuar el tránsito hacia Estados Unidos; su principal cruce fronterizo es el Talismán, que colinda con el Carmen, localidad perteneciente al departamento de San Marcos, Guatemala. En los últimos años en Tapachula se ha incrementado la presencia de redes de narcotráfico, por lo cual ha sido catalogada por las autoridades mexicanas como una ciudad de alta inseguridad para los migrantes centroamericanos.
Sin embargo, Tapachula no sólo es un lugar de paso para miles de migrantes centroamericanos, sino también de sudamericanos, africanos, o de países como Corea y China, entre otros. Además, recientemente se ha hecho manifiesta la incorporación de migrantes cubanos.15 Respecto a ello, un habitante de Tapachula comenta:
Por acá pasa mucho extranjero de otras nacionalidades, ya no sólo los guatemaltecos y salvadoreños, hay también unos que vienen de África, unos de China, hasta a veces algunos como rusos, se les nota cuando hablan, es diferente a nuestro vocabulario, los miras en las calles, pero poco a poco se van apropiando de otros es pacios acá mismo en Tapachula (septiembre de 2015, ciudad de Tapachula).
Lo referido anteriormente es visible en Tapachula, pues en esta ciudad existen lugares que los migrantes han hechos suyos, por ejemplo, la calle y algunos parques, que son espacios públicos donde se generan redes de solidaridad entre ellos, pero también, la exclusión de sujetos de otros países, e incluso, de los habitantes locales. Eso fue lo que observé al conversar con unos migrantes en el parque Miguel Hidalgo, ubicado en el centro de esta ciudad fronteriza, un lugar donde convergen numerosas personas que acuden a los comercios y bancos. Sin embargo, también es un espacio donde se crean miedos y violencias en torno a los migrantes, y entre ellos mismos. Un joven migrante comenta:
Acá en este espacio, en el parque, si vos miras parece que no pasa nada, pero muchas veces hay que andarse con cuidado, hay personas de nuestros mismos países que nos discriminan o se quieren abusar de nosotros, o te roban también, porque a veces cuando ya no hay mucho chance en los albergues para la comida, hay que buscarla acá, a veces pedimos en algunos restaurantes o comedores, pero también la policía o muchas veces otros migrantes ya tienen sus calles o lugares donde piden, y si te acercas luego buscan bronca […] [septiembre de 2015, ciudad de Tapachula].
Por su parte, Manuel señala:
Acá también en el parque pasan muchas cosas, encuentras broncas con otros compañeros porque salimos a vender pan que nos dan en el albergue para ayudar, a veces algunos no quieren pagarte, otros que te quieren asaltar y quitarte el dinero, hay también polleros, hay jóvenes vendiendo droga, es como un espacio de nadie, al menos para nosotros, porque con la gente de acá de Tapachula es diferente, yo creo [septiembre de 2015, ciudad de Tapachula].
Las violencias y los miedos se han vuelto parte del escenario del parque Miguel Hidalgo, pero, también existen momentos de solidaridad. Mientras conversaba con algunos migrantes que conocían más el espacio, ellos le decían a otros compañeros que no pasaran por cierta calle, incluso, les daban instrucciones sobre cómo llegar a los albergues el Buen Pastor16 y Belén17 para que recibieran algún apoyo. Otro lugar importante de concentración de los migrantes es el parque Bicentenario, ubicado en la calle Central Sur Ote., en el centro de la ciudad, ya que en este se desarrolla también “el charoleo”, que es como se le conoce a pedir dinero entre los transeúntes y comida en restaurantes de la zona. Algunos sitios de más concurrencia en la ciudad son: el sendero peatonal, ubicado en el centro, el semáforo de la plaza Cristal, en la carretera Tapachula-Puerto Madero Km. 2, y el semáforo del libramiento sur poniente.
Dado que la ciudad de Tapachula es un municipio fronterizo, en esta se teje un discurso delictivo respecto a los jóvenes centroamericanos, derivado de su construcción identitaria y que está íntimamente vinculado con las narrativas de combate a la inseguridad o la delincuencia. Algunos sectores de la sociedad de Tapachula han tratado de nombrar y hacer vivibles los cambios en los diferentes espacios donde se mueven los migrantes, y en el marco de estos, sus impactos tienen que ver con hechos que hoy cobran centralidad -como lo es la violencia en sus distintas manifestaciones-. Respecto a ello, comenta un habitante de la ciudad:
A veces los migrantes, sobre todo los jóvenes que vienen de los países de Centroamérica, son cabrones, porque en sus países la violencia y las pandillas son muy peligrosas, pienso también que se debe de tener cuidado con ellos porque son peligrosos, por eso creo que no deberían dejarlos de estar en todos lados, ya que pueden afectar a nosotros los de la ciudad y los lugares donde están, se vuelven conflictivos, porque así son ellos, así es su forma de ser […] [septiembre de 2015, ciudad de Tapachula].
Otro habitante manifiesta:
Hay que tener cuidado con los migrantes de Centroamérica, ya que a veces son violentos, les gusta las drogas y a veces puede ser de una pandilla, por eso hay que tener cuidado, ya no se puede andar tranquilo en la ciudad [septiembre de 2015, ciudad de Tapachula].
La vinculación entre los jóvenes migrantes centroamericanos y la delincuencia tiene su símil ideologizado con los migrantes en Estados Unidos, es decir, en los discursos de los habitantes locales y de los mismos migrantes centroamericanos, que son relacionados con la delincuencia organizada, las pandillas, entre otras problemáticas. Respecto a ello, coincido con Valenzuela y otros investigadores de las culturas juveniles, quienes reconocen hoy la centralidad que ocupa el miedo en los imaginarios colectivos de América Latina: “con los imaginarios del miedo y la violencia, los espacios sociales se atrincheran y se saturan mediante dispositivos de seguridad, vigilancia y omnipresencia policiaco-militar” (2012: 111). Asimismo, el “paisaje del terror”, como señala Castro (2012) y “la economía de la violencia”, como refiere Ríos (2014).
Durante el trabajo de campo observé que los medios de comunicación locales contribuían ampliamente a socializar información que propiciaba la certeza de que ese temor era real y posible. El tema de los agrupamientos juveniles, como la MS-13 y Barrio 18, era notable en cualquier acto ilícito en la ciudad, pues de manera constante los diarios publicaban notas que daban cuenta de presuntos robos protagonizados por jóvenes mareros o “imitación de mareros”18 en tiendas y comercios de la ciudad, así como de jóvenes migrantes que habían sido detenidos por porta ción de drogas. La información periodística que exhibía las fotografías de los jóvenes, a lo que se sumaba la información en la radio, constituyeron los dispositivos estratégicos para la socialización de un imaginario colectivo del miedo hacia los jóvenes, que en su confrontación con la sociedad vivían dramas internos. En estos espacios locales se propagaban las imágenes televisivas de la denominada “guerra contra el narcotráfico”, asimismo, de manera cotidiana se exponían abiertamente los rostros y cuerpos de los “delincuentes”, definidos por su supuesta crueldad o monstruosidad.
Así pues, lo que en el fondo ocultaban los dispositivos mediáticos, alimentados por la información de las instituciones de seguridad y el gobierno local, eran precisamente los peligros que estaban más allá de lo inmediato y cercano; estos como una palabra fuerte, porque no pueden ser combatidos o enfrentados, de ahí la búsqueda de peligros cercanos. Los jóvenes migrantes se tornaban en ese peligro cercano, en cuanto que para ellos sí existían dispositivos sociales e institucionales con fines penales o rehabilitativos. Después de todo, el miedo, como dice Reguillo, “es una experiencia individualmente experimentada, socialmente construida y culturalmente compartida” (2005: 189).
“Hay que pagar por estar en este espacio”. Violencias y extorsiones de la policía y grupos del crimen organizado
El tránsito de centroamericanos y personas de otros continentes por Tapachula poco a poco ha sido definido como un riesgo de seguridad nacional, además, porque se le correlaciona con toda la negatividad del crimen, el narcotráfico, incluso, del terrorismo en Estados Unidos. Las políticas de contención impulsadas desde años no han conseguido los resultados esperados, en cambio, están cobrando muchas vidas. La política migratoria mexicana se ha caracterizado por el fortalecimiento del vínculo seguridad nacional y migración (García y Villafuerte, 2014; Martínez et al., 2015; Casillas, 2014, entre otros), hechos que han contribuido a la construcción de un imaginario social negativo sobre la migración irregular, que invisibiliza los factores que la promueven, mientras que acentúa los patrones de rechazo (Espín, 2013).
En julio de 2014 el gobierno de Enrique Peña Nieto presentó el Programa Integral Frontera Sur,19 creado para proteger a los migrantes que cruzan por México. Las acciones de esta iniciativa estarían encaminadas a garantizar la seguridad de la región sur del país, de las vías del tren y de los migrantes, mismas que se enmarcan en tres objetivos: a) evitar que los migrantes se pongan en riesgo al usar el tren de carga, b) el desarrollo de estrategias para garantizar la seguridad y la protección de los migrantes, y c) combatir y erradicar a los grupos criminales que asedian y vulneran los derechos de los migrantes (REDODEM, 2015).
Algunas organizaciones que atienden a los migrantes centroamericanos en su tránsito por México señalan que este programa ha reducido hasta 48% la atención de estos (ibidem). Por el contrario, los migrantes comenzaron a buscar nuevas alternativas, rutas y estrategias para el cruce (Martínez et al., 2015), sin embargo, existen otros riesgos para ellos debido a la necesidad de ocultarse de los operativos migratorios. En las entrevistas interrogué a los migrantes si habían sufrido algún tipo de extorsión en el cruce; las respuestas fueron diversas y argumentaron que existe más vulnerabilidad por la impunidad con la que no sólo operan los grupos del crimen organizado, que atacan a los migrantes, sino también por parte de las autoridades, que son las encargadas de brindar protección. Respecto a ello comenta Manuel, originario de Santa Bárbara, Honduras:
En el puente hay más vigilancia, en el río no hay mucha, pero siempre hay que andar cuidado vos, yo me extorsionaron los policías estatales, creo que se desconfían más de ellos, una vez que crucé me quitaron el poco dinero que traía, pero ellos sí te registran bien, ya que saben que escondemos nuestro dinero.
Vicente, originario de San Pedro Sula, Honduras, también narra:
Cuando cruzas sí hay extorsiones, me tocó que cuando llegué a Tapachula los policías municipales pasan pidiendo dinero a los migrantes y les amenazan con entregarlos a migración y cobran cuotas de entre 200 y 500 [septiembre de 2015, ciudad de Tapachula].
Andrés, de San Marcos, El Salvador, refiere:
Me extorsionaron en los retenes, sí piden dinero y si uno se niega a pagar lo bajan y lo deportan, los policías te piden dinero cuando notan que no son de este país, piensan que uno sale de su país con dinero sólo por el hecho de que va para arriba, pero no todos viajamos con dinero [septiembre de 2015, ciudad de Tapachula].
Los cuerpos policíacos señalados como causantes de robos y extorsiones son la Policía Estatal y la municipal, argumentan los jóvenes migrantes, sin embargo, también fueron mencionados la Policía Federal y agentes del Instituto Nacional de Migración (INM). El informe de la REDODEM 2015 señala que el robo, la extorsión, la privación ilegal de la libertad y las lesiones son los principales delitos que se cometen a la población migrante, aunado a ello, registran que la Policía Federal, la municipal y la estatal son las autoridades más implicadas en estos casos. Los delitos cometidos por particulares también se registran hacia los jóvenes migrantes, los más señalados son: el robo de los tricicleros, choferes y otras personas. Al respecto, Kevin comenta:
Mira vos, una vez en un colectivo pagamos con un billete de 500 pesos, el chofer dijo que nos bajáramos en una parte del camino y no nos devolvieron el cambio, yo estaba muy enojado con ese hijo de puta, pero el muy perro se fue sólo así, por eso tienes que estar bien trucha hasta con esos locos, no hay que mostrar que uno tiene billetes grandes, o que uno lleva algo de dinerito [septiembre de 2015, ciudad de Tapachula].
El crimen organizado mantiene un control territorial en este espacio. En la discursividad de los migrantes es considerado como lo más peligroso y temido en su transitar fronterizo. La Red de Documentación de las Organizaciones Defensoras de Migrantes refiere que este es el principal actor en la comisión de delitos, esto es, con un 54.27%. Los actos delictivos más co munes son el robo, pero también, las extorsiones, lesiones, secuestros y homicidios (2015: 38). Algunos de los jóvenes migrantes centroamericanos expusieron que es muy común escuchar hablar de secuestros en esta zona, y en el caso de las mujeres, que son víctimas de trata de personas. Omar, de Juticalpa, Honduras, comenta respecto a ello:
Sí, con los más pesados o los que según son del narco hay que tener cuidado, muchas mujeres están expuestas a muchas cosas, creen que no se sabe defender o qué hacer, veo que se les dicen de cosas en la calle y les cuesta conseguir empleo algunas veces, pero pues eso es mejor que estar en su país de uno, porque las cosas allá están mal. He visto que a muchas mujeres hondureñas intentan violarlas, llevar a la fuerza, obligar a hacer cosas que no quieren, andar con cierta gente, pero no se vale. Los hombres tampoco se salvan de ello, pasan por lo mismo y pues aparte cuando hay trabajo es mucho mal pagado [septiembre de 2015, ciudad de Tapachula].
Ricardo, originario de San Pedro Sula, Honduras, comenta:
A uno le quedan viendo feo, dicen cosas de uno, te la hacen de pedo por un trabajo, piensan que uno viene a robar y pues como algunos paisanos no quieren chambear, pues se dedican a pedir dinero, y pues por eso a pocos les dan algo de dinero. Pero a los del narco todos les tenemos miedo, por tantas cosas que oyes, que se ven acá en la calle. Acá está cabrón, pero cuando viajas para el norte pues está peor, dicen, la cosa porque no sabes lo que le va a pasar a la gente, lo que se van a pie se joden mucho y pues también caminando uno se expone a que le pasen cosas, en el caso de quienes van en el tren pues se pueden caer y perder algún miembro o morir, pues los que se van de “raite” pues luego no sabes en el carro de quién te subes y lo que te puede pasar, porque aunque México no toda la gentes es mala, de lo que he visto y me ha tocado, pues hay gente mala y cabrona, como se dice hay que pagar por estar en este espacio. Algunos paisanos y yo sabemos que a los hombres nos madrean y a las mujeres las violan, es lo más común que pase, también dicen que más arriba te secuestran para pasar con droga, y luego eso puede perjudicar la vida de uno, pero así es nuestra vida con la violencia [septiembre de 2015, ciudad de Tapachula].
La mayoría de los entrevistados consideran que son asediados por los cuerpos de seguridad, algunas personas locales y el crimen organizado. El mismo informe de la REDODEM muestra que los estados de Chiapas, Oaxaca y Veracruz son donde más se cometen delitos contra los inmigrantes, es decir que, en palabras de Yerko Castro (2012), existe una geografía de la violencia o un “paisaje del terror” que marca estos espacios.
Aunado a ello, están las detenciones a los migrantes por parte de los agentes del Instituto Nacional de Migración, las cuales son ejercidas sin considerar los protocolos de derechos humanos, pues los agentes cometen graves faltas en su detención20 y resguardo en la estación migratoria Siglo XXI, ubicada en la ciudad de Tapachula, Chiapas. El Centro de Derechos Humanos Fray Matías de Córdova a. c., que se encuentra en esta región, ha documentado una cadena de abusos de las autoridades competentes, desde las revisiones y “tocamiento sexual” hasta el hacinamiento y condiciones insalubres para numerosos migrantes que llegan a dicha estación.
En la narrativa de los jóvenes migrantes resulta evidente que cada vez más son violentados y vulnerados en este cruce, es decir, que las violencias hacia ellos se materializan en riesgo y daños infligidos; asimismo, que hay una devaluación de su condición como personas con derecho a tener una vida digna y de calidad, y de velar por ese mismo reconocimiento de derechos, tanto en los lugares de tránsito como en los de destino.
Reflexiones finales
El miedo y las violencias son dos palabras que escuché con regularidad en las conversaciones con los jóvenes migrantes centroamericanos y en la población local de Tapachula. Para esta última, los jóvenes centroamericanos, sus prácticas y sensibilidades irrumpen las regularidades espaciales y temporales en la ciudad, propias de las vivencias en movimiento, nucleadas por fracturas, discontinuidades y relaciones de disyunción que definen el mundo global como uno de flujos (Appadurai, 1996).
Por otro lado, las tensiones que viven los jóvenes migrantes centroamericanos inician, de alguna manera, desde el lugar de origen y continúan en su tránsito. He insistido que estos se insertan en condiciones adversas en prácticamente todos los planos de la experiencia migratoria. Sin exclusión alguna, son portadores del estatus de “indocumentados”, “irregulares” y “centroamericanos”. “En el territorio mexicano hay de todo, gente buena y mala”, comentaban algunos migrantes centroamericanos; de esta manera, el territorio se torna en uno “imaginado” y “vivido” antes y durante la estancia en este. Las concepciones y experiencias que los jóvenes viven en este territorio, que temporalmente habitan, se traducen en las diversas formas de conjugación de vivencias reales e imaginadas en las que priman los deseos, las esperanzas, los temores, el miedo, la gloria, el fracaso, e incluso, la muerte; sensibilidades que, diríamos, se acuerpan en la triada “vulnerabilidad-violencia-desafío”.
En esta tesitura, las prácticas y vivencias de los jóvenes migrantes en Centroamérica se pueden leer como:
1. Ellos emigran para ganarse sus derechos, pero la multiplicidad de barreras que les son impuestas rebasa lo humanamente permitido. Deportación, expulsión violenta y criminalización son algunos de los dispositivos que están detrás de la política migratoria, no sólo en EE.UU., sino también en México. “Si ni aquí ni allá, entonces, ¿dónde tienen lugar?” Urge traer la centralidad del pensamiento social hacia esta realidad que hoy día experimentan. Asimismo, es una exigencia vital para la sociedad cambiar la perspectiva del análisis para centrarla en estos jóvenes expulsados -¿superfluos?- y en las nuevas condiciones de vulnerabilidad a las que hoy están expuestos. También es importante la recuperación analítica de los jóvenes como actores dinámicos con respuestas y posibilidades de acción, que acaso están construyendo, como señala Valenzuela (2009, 2012), una biorresistencia o una biopolítica menor, en términos de Agamben (2009).
2. Expresiones de la huida radical del Estado de su compromiso con la población joven y su conversión en Estado policía a través de su “política de mano dura” (Peñaloza, 2010). Por tanto, resulta importante explicar y comprender las relaciones entre jóvenes y Estado, jóvenes y política, jóvenes y sociedad, lo cual implica formular serias interrogantes al Estado y a la política, por ejemplo: ¿qué es el Estado para las sociedades de Centroamérica, particularmente para sus jóvenes? El fondo de las respuestas, sin duda alguna, entraña sendos problemas, como la subordinación de El Salvador y Honduras al poder geopolítico de los Estados Unidos, en materia de seguridad nacional y de migración, o la enorme dependencia económica de estos y otros países respecto a las remesas, pues como dicen los salvadoreños, “sin remesas, El Salvador no existe”. Otro problema de fondo, no menor, es la configuración misma del Estado y su despliegue gubernamental que registra retrocesos en su misma forma de democracia liberal, y una recurrente “renovación”, en el sentido de su configuración “dislocada”, esto es, la reconfiguración de instituciones y poderes públicos en atención a los intereses de fuerzas grandes y minúsculas, que hacen de lo anómalo lo legal.
3. Jóvenes y Estado, jóvenes y sociedad son dos esferas problemáticas e íntimamente articuladas. En la primera, la violencia media de dicha relación, pero también, la globalización neoliberal, en cuanto que la segunda, hace referencia al fenómeno de la migración “forzada” o la “expulsión silenciosa” como la expresión concreta que rompe los principios y valores del modelo de sociedad capitalista moderna, sustentada en un Estado y una política democrática. Como vemos, resulta necesario que el Estado elabore estrategias con enfoques centrados en la seguridad nacional y en el temor hacia los otros, y que sea desplazada la seguridad humana; además, que dichas estrategias garanticen buenas condiciones de vida en los lugares de origen, tránsito y destino.