Introducción
¿Qué imagen proyectaron los presidentes Lula da Silva y Dilma Rousseff fuera de Brasil en América Latina? Por sus actuaciones en política nacional, ¿la derecha los evaluó mejor o fue la izquierda quien dio un puntaje más alto? El objetivo de este artículo es analizar, con datos de encuestas a legisladores, los determinantes de las evaluaciones por parte de los legisladores latinoamericanos, teniendo en cuenta variables independientes relacionadas con los atributos sociodemográficos de estos últimos y, sobre todo, con su ideología. En particular, el presente estudio dialoga con un tema poco explorado en ciencias sociales: la evaluación de presidentes extranjeros entre los parlamentarios de otros países y sus determinantes. Para ello se toma como referente el caso brasileño en dos etapas presidenciales: Lula da Silva (2002-2010) y Dilma Rousseff (2011-2016).
Tanto Lula como Dilma presidieron Brasil durante la “marea rosa” en América Latina, un ciclo político de algo más de quince años en el que la izquierda se hizo con la mayor parte de las presidencias en la región. Ambos representaban a una izquierda regional moderada que no rompía del todo con el neoliberalismo (Weyland, 2009). Durante sus presidencias se redujo significativamente la pobreza en Brasil, sin embargo, simultáneamente se favorecieron las condiciones socioeconómicas del empresariado nacional, en especial los sectores financiero y agroexportador (Boito y Berringer, 2014; Makuc, 2014; Faé, Goulart y Abdala, 2016; Rossetti, 2019). En política exterior, mantuvieron un delicado equilibrio, sosteniendo buenas relaciones con los países del norte y con organismos internacionales de crédito, al tiempo que reivindicaban una mayor cooperación económica entre las naciones del sur (Tude y Sánchez, 2013; De Oliveira y Da Silveira, 2015).
El interés de este artículo es comprobar si las élites latinoamericanas percibieron a Lula y Dilma como “líderes de izquierda”, independientemente de sus actuaciones en política nacional. Si así fuera, se esperarían evaluaciones más positivas para ambos entre los legisladores que se ubican ideológicamente en la izquierda, están a favor de la intervención del Estado en la economía y tienen buena opinión de organizaciones de integración regional claramente vinculadas a sectores izquierdistas, como la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA). De lo contrario, significaría que estos presidentes, a ojos de los legisladores latinoamericanos, transmitieron fuera de Brasil una imagen centrista o, al menos, no de izquierda. Para ello se analizan las opiniones sobre ambos presidentes de los legisladores de 16 países latinoamericanos entre 2009 y 2016: Argentina, Bolivia, Colombia, Costa Rica, Chile, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, México, Panamá, Paraguay, Perú, República Dominicana, Uruguay y Venezuela.
Los resultados muestran que la autoubicación ideológica de los legisladores no es importante en ningún caso y que el estatismo solo es clave en el caso de Rousseff, en consonancia con nuestras expectativas. Sin embargo, el principal determinante en ambos casos es la valoración del ALBA: las buenas evaluaciones en ambos casos vienen determinadas por la opinión de los legisladores sobre el instrumento de política internacional más representativo del eje bolivariano (Briceño, 2013). Por consiguiente, y a pesar de que la literatura sostiene que Lula y Dilma representaban a una izquierda moderada que no rompió del todo con el neoliberalismo, para la élite latinoamericana estos presidentes estaban asociados a la izquierda bolivariana. Podríamos añadir que los efectos del ALBA se refuerzan a lo largo del tiempo y llega a triplicarse en el caso Dilma en comparación a Lula, en paralelo al incremento de la polarización política en Brasil a partir de 2014, aunque con niveles de evaluación mucho más bajos que los de su antecesor. Esta diferencia entre los dos mandatarios se debe sobre todo a las simpatías que despertaba Lula en el campo de la derecha latinoamericana, algo que no se mantuvo con Dilma.
El principal aporte de este artículo es proporcionar evidencias empíricas para entender por qué Rousseff y da Silva generaban simpatía o antipatía entre las élites latinoamericanas. Independientemente de las políticas implementadas en Brasil y de sus alianzas y coaliciones con partidos de derecha, ambos siguieron siendo percibidos como líderes de izquierda alterativa a lo largo de los años en todos los países latinoamericanos. A pesar de la moderación de sus políticas, para los legisladores latinoamericanos de izquierda siguieron siendo aliados, mientras que para los de derecha siempre fueron adversarios. Este hallazgo -con datos relativos a América Latina y presidentes brasileños- manifiesta que en política exterior las alianzas internacionales están condicionadas por la simpatía, y cercanía ideológica, con los presidentes y no tanto con los Estados.
El artículo tiene la siguiente estructura: en primer lugar, se discute el marco teórico sobre proyección de líderes políticos; a continuación, se describe la biografía política de Lula y Dilma, poniendo énfasis en sus actuaciones dentro y fuera de Brasil; en el siguiente apartado se exponen los datos y métodos; posteriormente se exponen los resultados del análisis y, al final, se presenta una sección conclusiva.
La proyección de los líderes políticos
Las preguntas sobre proyección y popularidad de los líderes políticos nacionales son cada vez más habituales en los estudios de opinión pública. La mediatización de la política contemporánea ha reavivado el interés por el liderazgo y su impacto en el comportamiento político y electoral (McDermott, 2009; Nadeau y Nevitte, 2011; Aarts y Blais, 2013). La imagen pública de líderes políticos o candidatos está condicionada por la ideología o la adscripción partidaria (Huckfeldt, Mondak, Craw y Méndez, 2005), pero también por sus atributos personales (Rico, 2002). América Latina no es ajena a esta corriente y, ciertamente, el uso estratégico de las opiniones sobre líderes extranjeros en la política interna no es poco común en la región, como lo muestra el caso del chavismo (Sagarzazu y Mouron, 2020).
Existe una amplia variedad de estudios recientes sobre liderazgo presidencial que centran su interés, entre otras cuestiones, en los atributos de la personalidad de los presidentes, sus discursos, sus índices de aprobación y la proyección de estos líderes políticos entre la ciudadanía (Huckfeldt, Mondak, Craw y Méndez, 2005; Burns, 2010; Kenski y Jamieson 2010; Ono y Burden 2019). Los trabajos sobre proyección de líderes están basados en encuestas de opinión pública en las que los ciudadanos evalúan positiva o negativamente a las principales figuras políticas de su país, incluyendo al presidente o presidenta; en ocasiones, esta evaluación se utiliza como una variable explicativa del voto (Rico, 2002; McDermott, 2009; Nadeau y Nevitte, 2011). Lo anterior remite a dos significados distintos de liderazgo:
1)como un conjunto de atributos personales o 2) como una posición de autoridad en un entorno determinado (Northouse, 2001). En el primer caso, el líder político sería, parafraseando a Weber (2004), un “caudillo carismático” que cuenta con seguidores que perciben en él o ella características personales excepcionales. En el segundo, la condición de líder político dependería del papel que le asigne una organización política colectiva, generalmente el partido político; en términos weberianos, sería un “político profesional” (Weber, 2004).
Líderes carismáticos y políticos profesionales coexisten en las democracias de partidos; los primeros recurren a los segundos “para adoptar decisiones, fijar la agenda, estudiar cómo realizar las tareas políticas, buscar recursos y recabar apoyos” (Sánchez-Herrera, 2004: 32). En este sentido, estos profesionales reclutados por los partidos para ocupar cargos institucionales, con fuertes lazos entre sí y que concentran el poder político integrarían lo que se denomina la “élite política” (Parry, 2005). Este artículo utiliza el concepto “líder” como categoría analítica, para referirse a cualquier individuo que tenga autoridad para destinar recursos, determinar objetivos y afectar a las políticas públicas de una unidad política (Katz, 1973; Rivas, 2018).
La mayoría de los trabajos académicos se centran en la proyección de los líderes políticos entre la ciudadanía, sin embargo, son escasos los que lo hacen en la evaluación que las élites políticas tienen de ellos o ellas. Los estudios que toman el liderazgo como una variable explicativa del comportamiento electoral señalan que la evaluación positiva de los líderes nacionales por parte de la ciudadanía depende de los rasgos personales de estos líderes y de los propios encuestados, en concreto la edad, el género, etnia, el lugar de residencia, el nivel educativo y la religión (Kenski y Jamieson, 2010; Lewis-Beck y Nadeau, 2015; Schneider y Bos, 2016; Ono y Burden, 2019), así como de la ideología, la simpatía partidaria y las preferencias políticas (Huckfeldt, Mondak, Craw y Méndez, 2005; Bittner, 2015; Schneider y Bos, 2016). Otros trabajos han encontrado que las campañas electorales y la cobertura mediática también son factores relevantes de la evaluación de los líderes políticos en las elecciones democráticas (De Vreese, 2004).
En este artículo se argumenta que, si bien los rasgos personales son relevantes en la proyección de los líderes nacionales entre la ciudadanía, la evaluación de los líderes -latinoamericanos en este caso- por parte de las élites responde sobre todo a factores ideológicos. En este sentido, las teorías de polarización afectiva también enfatizan en la ideología como uno de los determinantes de la evaluación de líderes y candidatos políticos. Este tipo de polarización, a la hora de evaluar a los líderes políticos, es más común entre los encuestados ideológicamente más extremos (Rogowski y Sutherland, 2016). Para corroborar esta hipótesis, nos centramos en los casos antes expuestos. Ambos presidentes -pertenecientes al Partido dos Trabalhadores (PT) de izquierda- llevaron a cabo en Brasil medidas que han sido calificadas como de neoliberales y pactaron alianzas con partidos de derecha a lo largo de todos sus años al mando. Fuera de Brasil se mantenía la asociación a la marea rosa y, al mismo tiempo, se buscaba proyectar la imagen, especialmente en el caso de Lula, de centrismo y pragmatismo en las relaciones exteriores.
A partir de la literatura sobre proyección de líderes en estudios de opinión pública y polarización afectiva, y atendiendo a la trayectoria y desempeño de ambos líderes, se prevé que las variables ideológicas sean el principal predictor de la evaluación de estos dos líderes políticos latinoamericanos por parte de las élites parlamentarias. Para medir la ideología en los casos estudiados no solo se tiene en cuenta la autoubicación ideológica de cada diputado en el eje izquierda-derecha, sino también su apoyo a instrumentos de política exterior ideologizados en la región, como el Tratado de Libre Comercio (TLC) con Estados Unidos, vinculado a la derecha, y la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), íntimamente relacionada con la izquierda (Bohigues y Rivas, 2019). Se espera, por tanto, que, a pesar de sus actuaciones en Brasil, enfocadas a la moderación ideológica y el pragmatismo, haya una clara vinculación entre sus evaluaciones positivas y posiciones izquierdistas en el continente latinoamericano, es decir, que sus actuaciones en Brasil no llevaron a que la derecha los evaluara mejor, ni la izquierda peor.
Lula y Dilma: biografías políticas
En América Latina, los estudios sobre liderazgo se han focalizado en temas como la gobernabilidad democrática (Blázquez, 2002), el populismo (Roberts, 1999; Weyland, 1999) y el liderazgo presidencial (Cherensky, 2008; Alcántara, Blondel y Thiébault, 2017); estos últimos atienden a las carreras políticas de los presidentes en los sistemas políticos presidencialistas latinoamericanos. Siguiendo este enfoque, los dos siguientes epígrafes hacen un repaso de la biografía política de Lula da Silva y Dilma Rousseff,1 examinando sus actuaciones a nivel interno y en política exterior.2
Lula dentro y fuera de Brasil: moderación, pragmatismo y marea rosa
Luiz Inácio Lula da Silva fue presidente de Brasil entre 2003 y 2011. Obrero metalúrgico, sindicalista y fundador del PT, ganó las elecciones presidenciales en 2002 y fue reelegido en 2006. Su primer acercamiento a la política tuvo lugar en 1968, durante la dictadura militar. Lula combinó su actividad política de oposición al régimen militar con la lucha laboral dentro del Sindicato dos Metalúrgicos do ABC de São Bernardo do Campo y Diadema. Después de ocupar varios cargos de responsabilidad, en 1975 fue elegido presidente del sindicato. Al frente de la organización, organizó manifestaciones y huelgas generales contra el gobierno militar. En 1980, en pleno proceso de liberalización y democratización, Lula y otros políticos e intelectuales de izquierda fundaron el PT. A comienzos de la década de 1980 fue detenido y encarcelado en varias ocasiones por sus actividades políticas y sindicales. Dos años después, Lula se presentó como candidato a gobernador de São Paulo, logrando la cuarta posición con más de un millón de votos. En 1983 fue uno de los impulsores de la creación de la Central Única de Trabajadores (CUT), organización sindical ligada al PT.
Durante la presidencia de José Sarney (1985-90), lideró, desde sus organizaciones políticas, huelgas y manifestaciones en contra de la política económica del gobierno. En las elecciones legislativas de 1986, que dotaba de mandato constituyente a la cámara baja, el PT logró 16 diputados y Lula se convirtió en su candidato más votado. En 1989 se presentó por primera vez como candidato presidencial, pero fue derrotado en segunda vuelta por el derechista Fernando Collor de Melo (1990-92). Durante la década de 1990 volvió a aspirar sin éxito a la presidencia, siendo derrotado en dos ocasiones por Fernando Henrique Cardoso (1994-2002), candidato del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB).
No obstante, a lo largo de los años, el PT fue ganando cada vez mayor apoyo electoral y presencia institucional en Brasil; de hecho, la prefectura de Porto Alegre (Rio Grande do Sul), gobernada por este partido, se convirtió, a comienzos de la década del 2000, en la sede de las dos primeras ediciones del Foro Social Mundial (FSM), encuentro altermundialista que reunió a movimientos de izquierda de todo el mundo y en los que Lula se convirtió en una de las principales figuras. De cara a los comicios presidenciales de octubre de 2002, da Silva moderó su discurso y realizó alianzas con sectores políticos ideológicamente opuestos, como el que representaba el empresario José Alencar, del Partido Liberal (PL), que lo acompañó en la papeleta como candidato vicepresidencial. La estrategia fue exitosa. Fue el candidato más votado en primera vuelta y en segunda vuelta se impuso a José Serra con un apoyo de 62.3 % del electorado, logrando la votación más alta de la historia de Brasil.
Durante su primer mandato, Lula apostó por una gestión interna muy pragmática, implementando reformas sociales graduales y, a la vez, manteniendo políticas de estabilidad macroeconómica similares a la del expresidente Henrique Cardoso (Faé, Goulart y Abdala, 2016). Por un lado, entre sus principales proyectos sociales estaban los programas Hambre Cero y Bolsa Familia, que buscaban acabar con la pobreza extrema en el país, y el Plan Nacional de Reforma Agraria, cuyo objetivo fue entregar tierras y entregar títulos de propiedad a los campesinos (Sitcovsky, 2013; Wiesebron, 2014). Por otro lado, con el fin de que el país cumpliera con los compromisos suscritos por el anterior gobierno con el Fondo Monetario Internacional (FMI), el presidente redujo el gasto público e impulsó dos reformas: la de Previsión Social, que buscaba, entre otras cosas, recortar las pensiones de los empleados públicos y retrasar su edad de jubilación, y la del Sistema Tributario Nacional, que tenía como objetivo simplificar el sistema impositivo y perseguir el fraude fiscal (Tude y Sánchez, 2013; Boito y Berringer, 2014); reformas como estas hicieron que Lula recibiera alabanzas del mundo financiero y del centrista Partido do Movimento Democrático Brasileiro (PMDB), y fuertes críticas de los sectores políticos brasileños situados a su izquierda, incluso dentro de su propio partido (Campello, 2013).
A pesar de las resistencias, el gobierno contó con el respaldo del Congreso. Sin embargo, el giro centrista del presidente provocó la pérdida de aliados partidarios en la izquierda y la expulsión en 2005 de varios congresistas del PT. Ese mismo año salió a la luz el escándalo de Mensalão, un caso de corrupción que implicaba a congresistas del PT y de otros partidos aliados al gobierno y que dio lugar a varias dimisiones. La difícil situación política se vio atenuada por los buenos resultados de las políticas sociales y económicas: el crecimiento económico era estable, la deuda externa había descendido, la inflación se mantenía en cifras muy bajas, el desempleo se había reducido y más de nueve millones de familias habían salido de la pobreza extrema (Morais y Saad-Filho, 2011). Los buenos datos socioeconómicos compensaron la crisis política y, en octubre de 2006, Lula logró la reelección como presidente en segunda vuelta. No obstante, su partido perdió presencia en el legislativo, dejando de ser la primera fuerza política en ambas cámaras. La composición del Congreso obligó al presidente a negociar con los diputados una coalición informal de diez partidos, ideológicamente heterogénea, que garantizara la gobernabilidad. En su segundo periodo presidencial, Lula mantuvo una política socioeconómica continuista, con la novedad de su apuesta por los biocombustibles y la agricultura transgénica, que lo enfrentó con los sectores ecologistas de su coalición, en particular con la ministra de Medio Ambiente, Marina Silva, que, en poco tiempo, se pasaría a la oposición.
En política exterior, Lula tuvo buenas relaciones con los países del norte, en especial con Estados Unidos, y apostó por una mayor cooperación política y económica entre los países del sur. Su habilidad política hizo que en 2003 fuera igual de bien recibido en el tercer FSM en Porto Alegre, donde le acompañó el presidente venezolano Hugo Chávez, como en eventos internacionales que reunían a la élite política, económica y financiera de los países desarrollados, como el Foro Económico Mundial (FEM) de Davos o la reunión del G8 en Francia (Boito y Berringer, 2014; Tude y Sánchez, 2013). Durante los dos mandatos de Lula, Brasil lideró, junto con Argentina y Venezuela, el rechazo al Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), promovido por Estados Unidos; impulsó con Chile, España y Francia la Alianza Internacional contra el Hambre, un proyecto de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) que buscaba la eliminación del hambre y la pobreza en el mundo; mantuvo una asociación estratégica con la Unión Europea (UE) (Saraiva, 2017); finalmente, potenció la cooperación entre las potencias económicamente emergentes (BRICS3) en plena crisis financiera. En el ámbito latinoamericano, Lula se convirtió en uno de los representantes de la “marea rosa” en la región, simbolizando una izquierda más moderada que mantenía políticas económicas favorables al libre mercado (Weyland, 2009; Makuc, 2014); asimismo, apostó por un modelo de integración regional más sudamericano que latinoamericano en el que Brasil asumía el papel de líder, fortaleciendo y ampliando el Mercosur, manteniéndose ajeno al ALBA, promovida por Chávez, e impulsando la creación de la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR) en 2008 y de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) en 2010 (De Almeida, 2010).
Los buenos resultados en política exterior, la reducción de la pobreza y la desigualdad y la buena marcha de la economía pesaron más que los escándalos de corrupción y los conflictos internos en la coalición partidaria, por lo que Lula terminó su mandato con una aprobación de más de 80 % (Fraga, 2010). Esto le dio potestad para elegir a la persona que iba a sucederle. En noviembre de 2008, en una rueda de prensa en Italia, el presidente brasileño anunció su deseo de que la próxima presidenta del país fuera Dilma Rousseff, que había integrado su gobierno desde el comienzo, primero como Ministra de Minas y Energía (2003-05) y, más tarde, como Ministra de la Casa Civil y Jefa del Gabinete Civil de la Presidencia (2005-10) (Power, 2014).
Dilma dentro y fuera de Brasil: continuismo, polarización e impeachment
En octubre de 2010, Rousseff se convirtió en la primera mujer en ser electa presidenta de Brasil. Sin embargo, apenas seis años después, en agosto de 2016, sería destituida del cargo por el Senado, acusada de maquillar los presupuestos de la nación después de un juicio político liderado por el presidente de la Cámara de Diputados, Eduardo Cunha (Bastos, 2017). Su vicepresidente Michel Temer, cuyo partido PMDB apoyó la destitución de Dilma, asumiría la presidencia.
Desde los 16 años comenzó su militancia en el movimiento estudiantil contra de la recién instaurada dictadura militar. En 1967 se integró en el movimiento insurgente Comando de Libertação Nacional (colina). Tres años después fue detenida, retenida y torturada durante días. Semanas después fue condenada a prisión por un delito de subversión por la Justicia Militar. Cuando recuperó la libertad, pasó un tiempo al margen de la política, pero a comienzos de la década de 1980 retomó su activismo político, esta vez en el socialdemócrata Partido Democrático Trabalhista (PDT). Con el impulso de esta formación política logró su primer cargo público como secretaria de Hacienda de la Prefectura de Porto Alegre en 1986 y, a partir de ahí, se labró una carrera política alejada de las contiendas electorales, siendo titular de secretarías estatales y directora de instituciones públicas. A comienzos de 2001 abandonó el PDT por diferencias internas y se integró al PT de Lula. En el gobierno de este último se convertiría en ministra y mano derecha del presidente.
Durante sus primeros años en la presidencia, Dilma mantuvo una política doméstica continuista. Nada más posesionarse en el cargo, tuvo que hacer frente a varias crisis políticas, primero a la provocada por las lluvias torrenciales que afectaron al estado de Río de Janeiro y que se saldó con casi mil muertos, y pocos meses después, a los escándalos de corrupción que salpicaron a su jefe de gabinete Antonio Palocci y a su ministro de Transportes Alfredo Nascimento; ambos se vieron forzados a renunciar (Macaulay, 2017). Entre mediados de 2011 y principios de 2012 varios miembros del gabinete presentaron la dimisión, algunos tras ser acusados de corrupción y otros por discrepancias con la presidenta (Melo, 2016). En materia socioeconómica, Dilma alternó políticas de disciplina fiscal, con subida moderada de los salarios, y programas de transferencias de renta como el Plan Brasil sin Miseria que buscaba ampliar Bolsa Familia y tenía como objetivo eliminar la pobreza extrema (Gentil y Hermann, 2017). Como le ocurrió a Lula, la política medioambiental del gobierno, incapaz de frenar el extractivismo, la desforestación y la violencia contra líderes campesinos, la enfrentó con los sectores ecologistas. En los meses siguientes se abrieron otros frentes de batalla para la presidenta: las manifestaciones sociales y el deterioro de la situación económica. Por un lado, a las huelgas de los funcionarios públicos en 2012 le sucedieron las protestas masivas al año siguiente en São Paulo y otras grandes ciudades, en las que la ciudadanía mostraba su rechazo a la subida de los precios del transporte público y expresaba su indignación contra la corrupción y la clase política brasileña (Melo, 2016; Villaverde, 2017).
Dilma respondió a las manifestaciones con un paquete de reformas que incluían la apertura de un proceso constituyente, sin embargo, estas medidas fueron insuficientes para cerrar el ciclo de protestas. Por otro lado, la economía de Brasil comenzó a resentirse en 2014, año en el que el país organizaba la Copa Mundial de Fútbol y Dilma optaba a la reelección (Macaulay, 2017). A pesar de la difícil situación socioeconómica, la presidenta logró una victoria muy ajustada en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. Sin embargo, su segundo mandato, de apenas dos años, fue aún más agitado que el anterior; la economía brasileña entró en recesión, las protestas sociales se reactivaron y salió a la luz el escándalo Lava Jato que implicaba importantes miembros del PT y de otros partidos aliados (Goldstein, 2016; Melo, 2016; Bastos, 2017).
En política exterior, la presidenta trató de mantener los lineamientos de su antecesor. Brasil buscaba conservar su buena relación con Estados Unidos y la Unión Europea al tiempo que fortalecía su liderazgo regional en Sudamérica y su alianza económica con las potencias emergentes (De Oliveira y Da Silveira, 2015). Sin embargo, la abstención de Brasil en la votación sobre la intervención militar en Libia en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y, sobre todo, el escándalo de espionaje de ciudadanos brasileños por la estadounidense Agencia de Seguridad Nacional (ASN) generó tensiones con la administración de Barack Obama (Engstrom, 2012; Boito y Berringer, 2014; Cornetet, 2014) Asimismo, los diálogos bilaterales entre Brasil y los países de la UE sustituyeron a los foros multilaterales del periodo de Lula (Saraiva, 2017). Si bien hubo pequeños cambios como estos, durante los seis años del gobierno de Dilma, Brasil desplegó una política exterior muy similar a la del periodo de Lula (De Oliveira y Da Silveira, 2015).
Datos y método
Para comprender la imagen que proyectan Lula y Dilma en las élites políticas latinoamericanas, más allá de Brasil, se recurre la base de datos del Proyecto Élites Latinoamericanas de la Universidad de Salamanca (PELA-USAL, s.f.), que recopila las opiniones y actitudes de los legisladores latinoamericanos mediante encuestas. Desde 2009, los cuestionarios de PELA-USAL incluyen una batería de preguntas sobre líderes extranjeros. Los diputados deben evaluar en términos generales a estos mismos líderes, en una Escala Linkert: de 1 al 10, de Muy mal a Muy bien.
Esta pregunta de evaluación es la que se utiliza en este capítulo como variable dependiente, para los casos de Lula da Silva (2003-2010) y Dilma Rousseff (2011-2016). Debido a que estas preguntas iniciaron en 2009, la cantidad de estudios disponibles es comparativamente menor para Lula que para Dilma, aunque el primero estuvo más tiempo en la presidencia. Asimismo, dado que las encuestas de PELA-USAL se realizan al inicio de la legislatura, los datos para cada presidente están disponibles en cada país en años diferentes (tabla 1).
Lula da Silva | Dilma Rousseff | ||||
---|---|---|---|---|---|
País | Legislatura | Trabajo de campo | País | Legislatura | Trabajo de campo |
México | 2009-2012 | 2009 | Perú | 2011-2016 | 2011 |
Ecuador | 2009-2013 | 2009 | México | 2012-2015 | 2012 |
Honduras | 2010-2014 | 2010 | Paraguay | 2013-2018 | 2013 |
R. Dominicana | 2010-2016 | 2010 | Ecuador | 2013-2017 | 2013 |
Costa Rica | 2010-2014 | 2010 | Panamá | 2014-2019 | 2014 |
Chile | 2010-2014 | 2010 | Honduras | 2014-2018 | 2014 |
Colombia | 2010-2014 | 2010 | Chile | 2014-2018 | 2014 |
Bolivia | 2010-2015 | 2010 | Colombia | 2014-2018 | 2014 |
Uruguay | 2010-2015 | 2010 | Costa Rica | 2014-2018 | 2014 |
Perú | 2006-2011 | 2011 | El Salvador | 2015-2018 | 2015 |
Argentina | 2007-2011; 2009-2013 | 2011 | Uruguay | 2015-2020 | 2015 |
Bolivia | 2015-2020 | 2015 | |||
México | 2015-2018 | 2016 | |||
Guatemala | 2016-2021 | 2016 | |||
Venezuela | 2016-2021 | 2016 |
Fuente: PELA-USAL, s.f.
Debe recordarse que solo se va a trabajar con datos de los legisladores no brasileños, pues el interés radica en conocer la proyección de los dos presidentes brasileños fuera del país y sus determinantes. Esto permitirá caracterizar los dos liderazgos con evidencia empírica de las percepciones de las élites políticas latinoamericanas fuera de Brasil: entre qué grupos de legisladores cada presidente despertaba más simpatías y antipatías.
Precisamente porque el objetivo es atender a la visión que proyectaron Lula y Dilma, se opta por dicotomizar la escala de evaluación para reducirla a solo dos valores: 1 a 6 como negativa, y 7 a 10 como positiva y realizar regresiones logísticas.4 En los dos modelos, uno por cada líder, se incluyen variables sociodemográficas, ideológicas, y de relaciones internacionales.
Como variables sociodemográficas se incluyen edad (continua), género (binaria, 1 para mujer), estudios (escala de 1-Sin estudios a 7-Posgrado), estudios en el extranjero (binaria, 1 si estudió fuera), e ingresos mensuales (1-1 000 a 4 000 USD a 4-más de 10 000 USD). Para la religión optamos por incluir el nivel de religiosidad de los diputados, ya que la variabilidad en las religiones es mucho menor: casi la totalidad de los diputados encuestados en PELA-USAL son católicos. Luego de ser preguntados por su religión, los diputados son preguntados por la frecuencia con la que asisten a los servicios religiosos: 1-Nunca o casi nunca, 2-Una o dos veces al año, 3-Una vez al mes, 4-Una vez por semana, y 5-Más de una vez por semana. A estas cinco opciones añadimos el valor 0 para los diputados que declararon no ser creyentes. Esto da lugar a una escala de religiosidad individual de los diputados de seis puntos.
En el ámbito ideológico-programático incluimos la autoubicación ideológica del diputado en dos escalas de diez puntos. Son el eje tradicional 1-Izquierda a 10-Derecha, y un eje para medir el grado de estatismo de los diputados: 1-Estado a 10-Mercado. Puesto que se trata de entender las razones detrás de una buena o mala evaluación de un líder extranjero, también decidimos incluir dos preguntas que representan en buena medida el escenario de alianzas internacionales en la región durante los mandatos de ambos presidentes, e incluso antes y después: apoyo a un tratado de libre comercio con los Estados Unidos (TLC-EE.UU.) para América Latina, y valoración de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA5), ambas en una escala 1-Muy mal a 10-Muy bien.
Los modelos incluyen también una variable binaria para dar cuenta de si el legislador pertenece al gobierno o a la oposición a modo de control, y variables binarias por legislatura (país-año) a modo de efectos fijos. La tabla 2 presenta los estadísticos descriptivos de todas las variables.
Variable | Obs | Media | Desv. Típica | Min | Max |
---|---|---|---|---|---|
Evaluación Lula | 895 | 0,78 | 0,42 | 0 | 1 |
Evaluación Dilma | 1.036 | 0,45 | 0,50 | 0 | 1 |
Ideología | 1.987 | 4,82 | 2,28 | 1 | 10 |
Mercado | 2.021 | 5,38 | 2,58 | 1 | 10 |
TLC EE.UU. | 1.973 | 5,83 | 2,83 | 1 | 10 |
ALBA | 1.921 | 4,76 | 2,84 | 1 | 10 |
Religiosidad | 1.920 | 2,60 | 1,50 | 0 | 5 |
Mujer | 2.021 | 0,26 | 0,44 | 0 | 1 |
Edad | 1.963 | 47,31 | 1050 | 21 | 84 |
Estudios | 2.003 | 5,04 | 0,96 | 1 | 6 |
Estudios extranjero | 1.994 | 0,23 | 0,42 | 0 | 1 |
Ingresos | 1.922 | 2,23 | 1,12 | 1 | 4 |
Oposición | 1.888 | 0,50 | 0,50 | 0 | 1 |
Fuente: elaboración propia a partir de PELA-USAL, s.f.
De esto modo, nuestra hipótesis se vería corroborada si halláramos que el bloque de actitudes ideológicas (Estado-Mercado, Izquierda-Derecha y ALBA)6 determinan las evaluaciones de Lula y Dilma. Esta condición, de nuevo, significaría que, para la élite latinoamericana fuera de Brasil, las cosas no cambiaron: seguían siendo presidentes de izquierda y, por consiguiente, peor evaluados por los legisladores de derecha y mejor evaluados por los de izquierda. En el caso de que no exista tal asociación, significaría que ambos presidentes consiguieron desvincularse de tales posiciones, y despertar las mismas simpatías en ambos lados opuestos.
Resultados
La figura 1 presenta el porcentaje de evaluaciones positivas por país-año para los dos presidentes brasileños. A primera vista se puede comprobar que el Lula presidente fue mucho más popular entre los legisladores latinoamericanos que la Dilma presidenta. El primero fue bien evaluado, de media, por más de 78 %, mientras que la segunda tuvo una popularidad menor de 45 %.
Porcentajes. Escala de evaluación dicotomizada: evaluación positiva refleja los valores 7 a 10. Fuente: elaboración propia a partir de PELA-USAL, s.f.
La evaluación positiva de Lula es más de 70 % en Bolivia, Costa Rica, Ecuador, Perú y República Dominicana; 80 % en Chile y Colombia; y 90 % en Uruguay, México y Argentina. Curiosamente, en el periodo 2009-2011 los partidos de derecha dominaban la mayor parte de estos congresos. Se destaca la excepción en esta dinámica del caso hondureño para Lula, donde apenas superó 25 %, frente a más de 70 % en Bolivia ese mismo 2010, el segundo puntaje más bajo. El parlamento hondureño de ese año surgió de las elecciones de 2009, año del golpe de estado contra Zelaya, que resultó en la vuelta al poder del Partido Nacional (PN), con la victoria de Porfirio Lobo en las elecciones presidenciales y la mayoría absoluta del Congreso (71 de 128 escaños). Sin embargo, cuatro años después la evaluación de la presidenta Dilma aumentó a 70.64 %. En 2014, entró en el parlamento el partido de izquierda recién creado por Zelaya, Libertad y Refundación (libre), pero este no fue el único motivo de buena evaluación a Dilma ya que esta formación política obtuvo menos de 30% de los escaños de la cámara (37 de 128), y las evaluaciones positivas superaron 70 %.
En el caso de Dilma, solo en tres países -Ecuador, Honduras y Perú- recibió una evaluación positiva superior a 70 %, y en dos de ellas -Costa Rica y Panamá- más de la mitad de los legisladores la evaluó positivamente. En el resto de los congresos latinoamericanos, Dilma tuvo una proyección más negativa que positiva.
Cabe añadir que la figura da una idea de los efectos que pueden esperarse a nivel individual, ya que, en vista de las buenas evaluaciones de Lula, en parlamentos con mayorías de izquierda y de derecha, esperamos que los efectos sean menores que en el caso de Dilma, debido a las diferencias en la variabilidad de la pregunta de interés (baja para Lula, mayor para Dilma). Para ejemplificar, la mayoría legislativa de izquierdas en Uruguay no es un obstáculo para que Dilma sea impopular, por debajo de 25 %. Estos datos podrían estar apuntando a la idea de que la izquierda latinoamericana no tenía en tan buena consideración a Dilma por su actuación en la política nacional, alejada de los postulados de izquierda más clásicos; casos como México, Panamá, Perú y Venezuela van en la misma línea.
La tabla 3 recoge las regresiones logísticas con las evaluaciones de Lula y Dilma como variables dependientes.
Lula | Dilma | |||
---|---|---|---|---|
Ideología | -0.04 | (0.05) | -0.08 | 0.06 |
Mercado | -0.03 | (0.05) | -0.08 | (0.04)** |
TLC EE.UU. | 0.02 | (0.06) | -0.04 | (0.06) |
ALBA | 0.14 | (0.04)*** | 0.22 | (0.06)*** |
Religiosidad | -0.02 | (0.08) | 0.07 | (0.06) |
Mujer | -0.28 | (0.34) | -0.25 | (0.22) |
Edad | 0.01 | (0.01) | 0.01 | (0.01) |
Estudios | 0.22 | (0.16) | -0.04 | (0.14) |
Estudios extranjero | -0.63 | (0.13)*** | 0.22 | (0.25) |
Ingresos | -0.11 | (0.16) | -0.05 | (0.16) |
Oposición | 0.23 | (0.30) | -0.66 | (0.35)* |
Constante | 1.22 | (1.38) | -1.03 | (1.35) |
N | 720 | 795 | ||
Pseudo R2 | 0.243 | 0.235 |
p ≤ 0,01; ** p ≤ 0,05; * p ≤ 0,1. Errores estándar robustos por país-año entre paréntesis. Los modelos incluyen efectos fijos por país-año, pero no se muestran.
Fuente: elaboración propia a partir de PELA-USAL, s.f.
Las variables “ideología”, “apoyo a un tratado de libre comercio con EE.UU.”, “religiosidad”, “género”, “edad”, “estudios” e “ingresos” no tienen efectos significativos en la evaluación de ninguno de los dos presidentes. A nivel sociodemográfico es de destacar, para el caso de Lula, el coeficiente negativo de la variable estudios en el extranjero: aquellos diputados que tienen estudios de grado o posgrado fuera de su país, principalmente Estados Unidos o Europa, evalúan peor a dicho presidente.
En cuanto a Rousseff, aparece como determinante la escala Estado-Mercado, cumpliendo nuestras expectativas teóricas: a mayor preferencia por el mercado frente al Estado en la regulación de la Economía, la evaluación de la presidenta brasileña es peor. Resulta interesante que esa dicotomía Estado-Mercado no sea significativa para da Silva, lo que quiere decir que las evaluaciones entre parlamentarios (neo)liberales y estatistas eran similares.
Paralelamente, es de destacar que la ideología no juega ningún papel: a izquierda y derecha ambos presidentes eran evaluados por igual. Sin embargo, nuestra hipótesis de que para la élite latinoamericana no brasileña Lula y Dilma siempre fueron de izquierdas puede confirmarse a la luz de los resultados para la variable ALBA, muy significativa en los dos modelos. El ALBA representaba en esos años el proyecto regional latinoamericano del bolivarianismo venezolano. Este puede ser definido como una “izquierda nueva, surgida en el último cuarto del siglo pasado bajo el fragor de resistencias al capitalismo en su fase neoliberal, y que en él se evidencian también rasgos populistas” (López, 2008: 56). Por consiguiente, el ALBA representó en estos años a la izquierda antisistémica, bolivariana, ligada al socialismo del siglo XXI (Bohigues y Rivas, 2019), un modelo de integración anticapitalista y anti-imperialista (Briceño, 2013: 17). Esta izquierda evaluaba sistemáticamente mejor a ambos presidentes brasileños. De no haberlos percibido como aliados, como jefes de Estado latinoamericanos de izquierda, no existiría tal asociación.
De esta manera, confirmamos la hipótesis de que, independientemente de los debates internos en Brasil sobre las posturas ideológicas de ambos presidentes y las medidas que implementaron desde la presidencia, ambos presidentes siguieron asociados a la izquierda latinoamericana, más específica y ciertamente revelador, a la izquierda bolivariana.
La desigual asociación de Lula y Dilma al bolivarianismo
En vista de que los datos incluyen diferentes países y años, en esta sección nos centramos en los efectos de la principal variable ideológica encontrada significativa, la valoración del ALBA, para cada país-año. Esto permite un enfoque más comparado y hasta cierto punto temporal, y, así, comprobar si ese efecto fue menor o mayor en algunos países determinados, y cómo evolucionó a lo largo de los años. Del mismo modo permite seguir, aun con las limitaciones debidas a la propia naturaleza de los datos de PELA-USAL, la continuación de Lula a Dilma, y si hubo un cambio sustancial en los efectos del ALBA en las evaluaciones, fruto tanto de su diferente perfil como del diferente contexto que tuvieron que enfrentar.
Las figuras 2 y 3 muestran las predicciones de la evaluación de Lula y Dilma respectivamente, con la probabilidad de otorgar una valoración positiva en los extremos de la escala del ALBA: negativo (1) y positivo (10). En cuanto a Lula (figura 2), los países donde la asociación de su figura al ALBA era mayor son Honduras, Bolivia y República Dominicana. En los demás casos el efecto es menor, principalmente por los elevados niveles de evaluaciones positivas (ver figura 1), con Argentina, México y Uruguay por encima de 90 %. De nuevo, destaca el caso de Honduras, donde la dispersión en el lado positivo muestra que, entre quienes valoran muy bien el ALBA, la probabilidad de valorar positivamente a Lula es muy dispar, de un 0.8 a un 0.4. Este último valor es muy similar al de los diputados que valoraban muy negativamente el ALBA.
Negativa=1, Positiva=10. Intervalos de confianza a 95 %. Fuente: elaboración propia a partir de PELA-USAL, s.f.
Negativa=1, Positiva=10. Intervalos de confianza al 95 %. Fuente: elaboración propia a partir de PELA-USAL, s.f.
El caso de Dilma es diferente (figura 3), como hemos mencionado, ya que fue una lideresa que no generaba tantos consensos como su predecesor. Encontramos que los menores efectos están de nuevo en Uruguay y en Bolivia, dos países que, en el momento del trabajo de campo (2015), contaban con mayorías legislativas de izquierda. No obstante, esos menores efectos son mayores incluso que los de Lula. Dicho de otra forma, la asociación de las valoraciones del ALBA y los presidentes brasileños del PT se reforzó todavía más durante la presidencia de Dilma. Los casos que mejor ilustran ese fuerte efecto son El Salvador, Ecuador y Panamá.
Esa mayor asociación, que emerge como una mayor determinación de la valoración del ALBA, se debe fundamentalmente a la caída pronunciada, entre quienes valoraban negativamente el ALBA, generalmente de derecha, de las evaluaciones de Dilma en comparación a las de Lula. Es decir, mientras que con Lula los contrarios al ALBA lo evaluaban bien, aunque no tanto como los partidarios del ALBA, con Dilma estos contrarios comenzaron a evaluarla peor.
Dilma también vio una caída en las evaluaciones positivas en el lado de los partidarios del ALBA, pero no de la misma magnitud. La izquierda bolivariana no dejó de evaluarla positivamente, aunque lo hiciera con menor énfasis que con Lula. Por consiguiente, podemos matizar el hallazgo de que la valoración del ALBA es determinante para entender la imagen de Rousseff y da Silva en América Latina.
A pesar de ese efecto positivo agregado, los datos muestran que Dilma estuvo más asociada al ALBA que Lula, debido a que este recibía buenas evaluaciones en el campo de los contrarios al bolivarianismo. Mientras que Rousseff perdió apoyos a izquierda y derecha, como ya mostramos más arriba, la pérdida fue más acusada en el lado derecho. A lo largo de todos sus años de presidenta, Dilma siempre tuvo buenas opiniones entre la izquierda bolivariana, peores que con da Silva, pero positivas.
Discusión final
Estos presidentes brasileños tuvieron una gestión un tanto alejada de los postulados tradicionales de la izquierda latinoamericana. A nivel interno, alternaron reformas sociales focalizadas con políticas económicas neoliberales, mientras que en política exterior no desplegaron un discurso antiimperialista, sino que trataron de mantener buenas relaciones con los países del norte y los organismos internacionales de crédito, a la vez que fortalecían la integración regional en Sudamérica y la cooperación sur-sur. En el presente trabajo se comprueba cómo fueron percibidos estos líderes políticos por las élites parlamentarias fuera de Brasil, y si hubo cambios entre países o a lo largo del tiempo.
Las actitudes de los parlamentarios son importantes ya que están detrás de su comportamiento legislativo. El principal hallazgo de esta investigación es que la percepción sobre los presidentes latinoamericanos de las élites políticas, al menos en el caso brasileño, no se ve demasiado afectada por la política interna. En lugar de ello, la cercanía ideológica en términos de alianzas internacionales es el factor decisivo. En este sentido, la valoración del ALBA, la alianza bolivariana para América Latina impulsada por Chávez, a la que nunca se sumó Brasil, es el principal determinante de la evaluación de Lula y Dilma. La asociación entre la evaluación de estos presidentes y la simpatía por el ALBA es menos significativa en Lula que en Dilma, debido a las simpatías que despertaba este último entre los legisladores latinoamericanos tanto de izquierda y de derecha.
En el caso de la expresidenta, el efecto de la valoración del ALBA es más fuerte debido a que -a pesar de que, en general, contaba con menos simpatías que su antecesor- su evaluación positiva se redujo sobre todo entre los legisladores de derecha. La izquierda parlamentaria latinoamericana, aunque evaluaba peor a Rousseff que a da Silva, no dejó de tener una percepción positiva de ella. De este modo, el liderazgo transversal de Lula en América Latina no solo se sostuvo con base en la gestión de la política interna (similar a la de Dilma), sino por el hecho de ser percibido positivamente por legisladores latinoamericanos ideológicamente opuestos a él en términos de alianzas internacionales; por el contrario, la expresidenta ejerció un liderazgo regional más polarizador ya que su figura dividió a los legisladores en función de su ideología.
Conclusiones
Aunque la literatura académica ha hablado de varias izquierdas en América Latina, no parece que esta sea la percepción que tienen las élites latinoamericanas. A pesar de las políticas neoliberales del PT, sus alianzas y coaliciones con la derecha en Brasil y el pragmatismo de Lula y Dilma en política exterior, sus principales aliados en la región, a nivel de élites parlamentarias, siempre fueron las fuerzas políticas adscritas a la izquierda bolivariana.
Este trabajo ayuda a comprender muchas de las alianzas entre las élites latinoamericanas, de izquierda o derecha, más o menos cercanas a la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), Estados Unidos o demás divisiones geopolíticas. Posiblemente también las reticencias a criticar o condenar las actividades de presidentes latinoamericanos, si se percibe que son del mismo campo ideológico. En ocasiones no importa tanto las políticas concretas que esté implementando un/ presidente/a en su país de origen, si no en de qué lado (ideológico) está. La izquierda latinoamericana, concretamente el ala bolivariana, podía tener motivos para no evaluar positivamente a Lula y a Dilma, sin embargo, los datos muestran que siempre primó el hecho de que se los percibiera como aliados, esto es, de izquierda. De ahí que la valoración de una alianza regional fuertemente vinculada al bolivarianismo, y a la que ni siquiera Brasil pertenece, sea el principal predictor.
Este artículo ha abordado el caso brasileño por su singularidad en el hecho de poder comparar dos presidentes del mismo partido con presidencias consecutivas, y la disponibilidad de datos en una amplia muestra de países latinoamericanos. Futuras investigaciones debieran replicar la propuesta teórica y metodológica aquí expuesta, y desarrollada en otros trabajos (Rivas y Bohigues, 2022), en otros casos equiparables en la región (Fox-Calderón en México, Néstor Kirchner-Cristina Fernández de Kirchner en Argentina, Vázquez-Mujica en Uruguay, Funes-Cerén en El Salvador), o donde haya habido alternancia (Uribe-Santos en Colombia, Correa-Moreno en Ecuador), lo cual permitiría confirmar o matizar los hallazgos del presente artículo; es decir, que los presidentes latinoamericanos siempre serán, principalmente y, ante todo, de izquierda o de derecha, independientemente de cómo y con quién gobiernen y qué medidas adopten en sus países.