1. Introducción
La épica fue el primer mecanismo que usó la sociedad preliteraria y sofisticada con miras a transmitir, preservar la información oral y lograr la enculturación o paideia.2 En este sentido, Jenofonte da testimonio del papel tan importante que los poemas homéricos desempeñaban en la educación de la Atenas del siglo IV a. C. Durante esta época la tradición oral convive con la escritura, eso aparece en Smp., 3, 6, cuando el historiador comenta que diario se podía escuchar en la plaza a 20,000 aedos. En efecto, según Walter Burkert: “la unidad espiritual de los griegos fue fundada y sostenida por la poesía, […] ser griego era ser educado, y el fundamento de toda educación era Homero”.3
En el Banquete, el joven aristócrata Nicerato habla orgulloso de su privilegiada educación y afirma que es capaz de recitar de memoria la Ilíada y la Odisea, porque su padre Nicias lo obligó a aprender ambos poemas y estaba seguro de que lo harían un gran hombre.4 El muchacho agrega que casi todos los días asiste a reuniones donde declamaban tales obras. Antístenes contesta que, aunque los rapsodas conocen perfectamente al poeta, son los más tontos. Como bien dice Naoko Yamagata, el solo hecho de memorizar a Homero no le confiere sabiduría al alumno.5 Sócrates añade que los cantores ignoran el verdadero significado de los versos. Pese a las burlas de Antístenes, en Smp., 4, 6-7, Nicerato argumenta que, gracias a su conocimiento de Homero, cualquiera puede convertirse en un buen administrador, un buen orador, líder político o general, o ser como Aquiles, Áyax, Néstor u Odiseo. El joven responde que él puede actuar como un rey y conducir un carro, para esto cita las palabras de Néstor en Il., 23, 335-337.
Con base en Smp., 3, 5-6, Kevin Robb sostiene que para los helenos los poemas homéricos no eran meras historias o relatos de aventuras, sino la paideia griega, combinación de instrucción moral e historia tribal y recibían los poemas épicos como una especie de educación nacional. Con estas obras se enseñaban los valores y el comportamiento aceptado socialmente. Incluso cuando se propagó la escritura, era obligatorio leer los poemas de Homero, porque resultaban fundamentales en la época clásica.6
A lo largo del Banquete hay una decena de referencias homéricas. Además de las mencionadas, Sócrates alude al juicio de Paris (4, 20); comenta que Aquiles honraba a sus maestros Quirón y Fénix (8, 23) y explica cómo vengó Aquiles la muerte de Patroclo (8, 31). Otra referencia se localiza en 4, 45.
En Memorables Jenofonte también aporta datos sobre la educación que recibían los aristócratas atenienses. El joven Aristodemo confiesa ante Sócrates que admira a Homero por ser la máxima autoridad en la poesía épica.7 Luego el filósofo se comporta irónico con Eutidemo, al preguntarle si acaso quiere convertirse en rapsoda, ya que tiene una colección de poemas épicos. El muchacho contesta que no, pues sabe que ellos recitan con exactitud pero son muy tontos.8
Conviene advertir que en ese tiempo había quienes, como Platón, ya no veneraban tanto a Homero. Este contemporáneo de Jenofonte manifiesta que la mayoría de la gente se deleita con el poeta de Quíos, pero argumenta que, entre más poéticas sean las obras, menos deben escucharlas los niños y los hombres (Pl., R., 3, 387b: “ταῦτα καὶ τὰ τοιαῦτα πάντα παραιτησόµεθα Ὅµηρόν τε καὶ τοὺς ἄλλους ποιητὰς µὴ χαλεπαίνειν ἂν διαγράφωµεν, οὐχ ὡς οὐ ποιητικὰ καὶ ἡδέα τοῖς πολλοῖς ἀκούειν, ἀλλ᾽ ὅσῳ ποιητικώτερα, τοσούτῳ ἧττον ἀκουστέον παισὶ καὶ ἀνδράσιν”). Agrega que hay que poner fin a los mitos, porque son perjudiciales ya que promueven la maldad de los jóvenes que los oyen (Pl., R., 3, 391e-392a: “καὶ µὴν τοῖς γε ἀκούουσιν βλαβερά […] ὧν ἕνεκα παυστέον τοὺς τοιούτους µύθους, µὴ ἡµῖν πολλὴν εὐχέρειαν ἐντίκτωσι τοῖς νέοις πονηρίας”).
Aunque en sus escritos el historiador refleja ambas posturas hacia el máximo aedo, encuentro que se mantiene fiel a la tradición y remite varias veces a las obras homéricas. En Mem., 3, 1, 4, bromea y recuerda que, según Homero, Agamenón era majestuoso (Il., 3, 170) y, en 3, 2, 1-2, señala que para el poeta de Quíos el Atrida era tanto un buen rey como un valiente guerrero y cita la Il., 3, 179: “ἀµφότερον, βασιλεύς τ᾽ ἀγαθὸς κρατερός τ᾽ αἰχµητής”.
En Mem., 1, 2, 58-59, Polícrates acusa a Sócrates porque a menudo recitaba el pasaje de Il., 2, 188-191 y 198-202, donde Odiseo reprende con sutileza a los ricos pero regaña severamente y golpea a los soldados de menor rango. Jenofonte argumenta que el filósofo no despreciaba a la gente pobre, sino a los ciudadanos inútiles, a los soberbios, a quienes no colaboran con la ciudad o con el ejército.
A fin de demostrar que su maestro era moderado ante la comida y la bebida, en Mem., 1, 3, 7, el historiador señala que el filósofo aludía al episodio en el cual Circe convierte en cerdos a los compañeros del Laertíada, en tono de broma afirmaba que Odiseo se salvó del hechizo gracias al consejo de Hermes y a su propia moderación, por eso no sucumbió ante las numerosas delicias que les ofreció la maga (Od., 10, 281-329).9
Después, en Mem., 2, 6, 11, cuando Sócrates se refiere a la manera como las sirenas intentaban atraer a Odiseo, cita el verso de Od., 12, 184: “δεῦρ᾽ ἄγε δή, πολύαιν᾽ Ὀδυσεῦ, µέγα κῦδος Ἀχαιῶν”. Luego, en Mem., 2, 6, 31, el filósofo menciona a Escila que atrapa a los marinos (Od., 12, 85-100) y a las sirenas quienes con su canto hechizan y llaman a los hombres.
En Mem., 4, 6, 15, Jenofonte recuerda que su maestro decía que Homero caracterizó a Odiseo como un orador fiable, pues lograba convencer a sus interlocutores.10 Con esto remite a Od., 8, 171. Así el historiador establece una analogía entre el filósofo y su personaje homérico favorito. Todo parece indicar que el Sócrates histórico a menudo citaba pasajes homéricos durante sus conversaciones.11
El famoso poeta y sus personajes también aparecen en la Apología, 26, ahí el maestro de Jenofonte compara su injusto proceso con lo que sufrió Palamedes, quien proporciona un tema más noble para los cantos que el Laertíada, culpable de su juicio. Posteriormente, en Ap., 30, el filósofo opina que el poeta hizo que algunos de sus protagonistas tuvieran el don de vaticinar el futuro en el momento de su muerte, como le sucede a él. De este modo Sócrates evoca los pasajes de Il., 16, 851-854, donde Patroclo advierte a Héctor que está muy cerca su hora final a manos de Aquiles, e Il., 22, 358-360, donde el príncipe troyano anuncia al hijo de Tetis que Paris y Apolo lo matarán.
2. Reminiscencias homéricas en la Anábasis
Como se vio en el rubro anterior, en los escritos de Jenofonte es posible hallar ecos homéricos; para esta sección me centraré en la Anábasis. De acuerdo con Christian Tsagalis, hay similitudes entre el diálogo de Héctor y Andrómaca (Il., 6, 392-396, 502) con el discurso que pronuncia el general espartano Clearco en An., 1, 3.12 El estudioso manifiesta que la narrativa jenofóntica debe mucho a Homero, cuya Ilíada y Odisea trata de fusionar en partes de la Anábasis: retoma el tono bélico de la Ilíada y el colorido personaje del Laertíada que aparece en la Odisea. Además el historiador introduce personajes míticos a fin de explotar el bagaje cultural de sus lectores y adelanta el final de su relato sobre la expedición de los Diez Mil. Con esto aprovecha al máximo la referencia intertextual al remitir a los poemas homéricos, que en su época todavía gozaban de mucha autoridad y amplia difusión. Jenofonte recurre sistemáticamente a las analogías entre las aventuras de Odiseo y los peligros padecidos por los mercenarios durante su ruta de Cunaxa a Trapezunte y de ahí al Egeo.13
Para John Ma, la incursión mercenaria se parece a lo que experimentó el Laertíada a causa de la presión por sobrevivir y los constantes cambios producidos por el movimiento continuo.14
Michael A. Flower señala que el motivo de la Anábasis tiene su precedente en la Odisea, de modo que la audiencia del siglo IV notaría paralelos estructurales y temáticos entre ambas obras. Según este investigador, aunque Jenofonte no se apega por completo a la trama homérica, emplea dicho motivo para mostrar al final el regreso del héroe que vence a sus adversarios, quien inicia el viaje como un joven inexperto y al retornar es ya un experto comandante. De esta forma, el autor ateniense evoca la Odisea para crear un nuevo motivo: los relatos de escape en la literatura occidental.15
Por su parte, Armando José Ríos Sánchez sostiene que “a través de la épica homérica, [Odiseo] ha pasado a la historia, no sólo de la literatura, sino de la humanidad en general, sobre todo de Occidente, como el prototipo del hombre astuto, rico en recursos, y como el viajero que se convierte en un náufrago errabundo que anhela regresar a su patria y lo logra tras una fatigosa travesía”.16
De acuerdo con William Bedell Stanford, “la reacción ante el personaje-imagen de Ulises llegó mucho más allá de un simple interés. Se convirtió en un asunto de autoidentificación”.17 Este héroe es de los más ambiguos y complejos, por eso se presta para la reformulación.
En opinión de Emerson Cerdas, Jenofonte redacta la Anábasis como una obra de aventuras y retorno, en una relación intertextual con la Odisea. Este poema arquetípico del nóstos le sirve para amplificar y enaltecer su aventura al comparar sus vivencias con famosos episodios míticos.18 El estudioso considera que la Anábasis se relaciona con la Odisea y la República de Platón, debido a que el protagonista emprende un viaje de iniciación filosófica: deja de ser un discípulo inocente de Sócrates para transformarse en el líder victorioso de los Diez Mil. Desde esta perspectiva, el personaje Jenofonte casi no interviene en los dos primeros libros pues está en proceso formativo. Cuando toma el mando pone en práctica lo aprendido durante la marcha al interior de Asia Menor y se vuelve un dirigente ejemplar. Su inteligencia frente a la adversidad lo caracteriza como líder, quien en todo momento busca salvar al mayor número de mercenarios. Esa inteligencia lo acerca a Odiseo.19
A mi juicio, cuando el historiador escribe la Anábasis a veinte años de los sucesos reales acaecidos en Asia Menor, tiene en mente el poema épico cuyo protagonista es Odiseo, con quien se identifica mucho porque es un hombre de acción, el cual destaca por su brillante desempeño militar, por la astucia que le ayuda a planear las mejores estrategias para superar la adversidad y procurar que sus soldados regresen ilesos a casa. Estimo oportuno señalar que, si bien el rey de Ítaca es nombrado en Memorables, el Banquete y la Apología, encuentro que es en la narración de la hazaña en territorio persa donde Jenofonte alude más veces a su héroe predilecto, como se verá a continuación.
3. Huellas de Odiseo en la Anábasis
La inquietud de emprender esta investigación surgió después de analizar la Anábasis y leer un artículo de Naoko Yamagata, quien considera que la única referencia homérica dentro de la Anábasis se localiza en 5, 1, 2.20 En cuanto a mí concierne, afirmo que Homero ejerció una fuerte influencia en Jenofonte, quien se sintió particularmente atraído por el ingenioso Laertíada y lo tomó como modelo a seguir. Luego de estudiar el texto del autor ateniense, percibo dos alusiones directas vinculadas con Odiseo y varias referencias indirectas que vale la pena señalar.
A mi juicio las semejanzas temáticas entre la Odisea y la Anábasis inician desde los cinco primeros versos del poema homérico que reproduzco a continuación:
Del varón muy versátil cuéntame, Musa, el que mucho
vagó, después de saquear el sagrado castillo de Troya;
de muchos hombres vio las ciudades y supo su ingenio,
y él sufrió en su alma muchos dolores dentro del ponto,
aferrado a su vida y al retorno de sus compañeros (las cursivas son mías).21
En la Anábasis, Jenofonte narra cómo en la primavera del 401 a. C. se unió al contingente mercenario contratado por Ciro el Joven para incursionar en Persia y derrocar a su medio hermano Artajerjes II. Aunque los griegos vencieron a los persas en la batalla de Cunaxa, cerca de Babilonia, se vieron obligados a emprender la retirada sin víveres, sin dinero, a menudo sin guías ni traductores, porque el príncipe que les pagaba murió decapitado y los principales jefes mercenarios fueron asesinados en una emboscada. Dicha obra abarca hasta marzo del 399 a. C., fecha en que el historiador entregó las tropas al espartano Tibrón.
Los dos primeros libros proporcionan el marco histórico que introduce la narración principal, ésta inicia en el libro 3 con el surgimiento de Jenofonte en calidad de protagonista y concluye en el 7.
En An., 3, 1, 2-3, el historiador señala que el ejército mercenario no tenía alguien que lo dirigiera, extraviado en el corazón de Persia, traicionado por los bárbaros que lo guiaban, rodeado por tribus y ciudades hostiles, muy lejos de Grecia, además los ríos Tigris y Éufrates eran un obstáculo insalvable para su regreso a casa. Los soldados temían por su vida, estaban muy apesadumbrados e incluso la mayoría no deseaba comer, “por el dolor y la nostalgia de su patria, de sus padres, de sus mujeres, de sus hijos, a quienes creían que no volverían a ver”.22 Tras esta descripción tan desoladora entra en escena Jenofonte.
Conviene mencionar que el tema del nóstos es muy importante en la composición de la épica antigua y resulta fundamental en la Odisea. Dicha temática es el principal punto de contacto entre las obras de Homero y Jenofonte, y abarca tanto los viajes como las peripecias en mundos desconocidos. A partir del momento en que el autor ateniense asume el liderazgo para guiar a los expedicionarios las alusiones homéricas son más evidentes. A propósito de lo anterior, estoy de acuerdo con Emerson Cerdas en que
el mito de Odiseo […] es un espejo para las acciones de los Diez Mil, creando paradigmas de comportamiento para esos hombres perdidos y cansados en medio de un mundo extraño […]. Como líder, Jenofonte debe evitar que le ocurra a sus soldados lo mismo que a los marineros de Odiseo, que murieron en el viaje.23
A lo largo de su escrito, el historiador sugiere en varias ocasiones que intentó volver a su tierra, pero nunca lo consiguió, porque Atenas todavía no se pronunciaba acerca de su exilio.24 En An., 5, 2, 7, informa que pasó su destierro en Escilunte, en una propiedad que le asignaron los lacedemonios.
Al igual que en la Odisea, donde desde el comienzo se especifica que Palas Atenea protege al Laertíada y Poseidón es quien trata de impedir que llegue a Ítaca, en venganza porque el héroe dejó ciego a su hijo Polifemo,25 el historiador enfatiza que, antes de enrolarse con Ciro el Joven, por consejo de Sócrates va a Delfos y se encomienda a Zeus Rey (An., 3, 1, 6, y 6, 1, 22). Hacia el final de la Anábasis (7, 8, 4-6), el adivino Euclides realiza un sacrificio a Apolo y revela a Jenofonte que Zeus Miliquio se opone a su regreso (ἐµπόδιος γάρ σοι ὁ Ζεὺς ὁ µειλίχιός ἐστι), el historiador admite que desde que se fue con los mercenarios no le ha hecho ofrendas. Entonces lleva a cabo rituales como los que solía realizar siguiendo la costumbre de sus padres, quienes quemaban lechones. Gracias a esto aplaca la ira divina y prosigue su marcha sin problemas. Así inician y terminan las peripecias de Jenofonte.
Antes de continuar me parece oportuno señalar que la presencia de Zeus Miliquio no es casual, dado que era el dios patrón de Erquia, demo en el que nació el historiador. Este dios de naturaleza olímpica y ctónica concedía abundantes cosechas y prosperidad económica, su festival era muy importante para Atenas y estaba contemplado en el calendario sacrificial de Erquia.26 Coincido con Patrick Bradley en que al referirse a esta divinidad el historiador intenta reconciliarse con su ciudad natal, pues durante la guerra civil militó en el bando contrario y es probable que cometiera delitos de sangre. Por eso trata de apaciguar a Zeus Miliquio, que entre otras cosas era dios de la reconciliación social y purificaba a quien había derramado sangre.27
Volviendo a las alusiones homéricas, uno de los pasajes más significativos, donde Jenofonte evoca a todas luces a Odiseo, se localiza en An., 3, 2, 25, pues exhorta a su gente de esta manera:
Mas temo que, una vez que aprendamos a vivir perezosos y a vivir en la opulencia, a tener relaciones con las mujeres hermosas, altas y doncellas de los medos y de los persas, como los lotófagos, olvidemos el camino a casa.28
Con estas palabras, el historiador alude explícitamente a Od., 9, 82-104, donde el protagonista cuenta a los feacios sus penalidades en el país de los lotófagos. Odiseo explica que envió a dos soldados y un heraldo con la misión de averiguar qué tipo de hombres vivían ahí. Los habitantes les dieron de comer flores de loto y, tras probar este fruto tan dulce como la miel, ya no quisieron dar informes a su jefe ni regresar a su patria. Sólo deseaban seguir paladeando tan delicioso manjar. El Laertíada tuvo que ir por ellos y arrastrarlos a la nave, a pesar de que lloraban, los amarró bajo cubierta y zarparon de inmediato. En cuanto a mí concierne, me uno a Anca Dan, quien analiza las características principales del dulce loto y nota similitudes con la miel venenosa que los griegos probaron en tierras lejanas (An., 4, 8, 20).29
Puesto que el loto es un alimento que no requiere cultivar la tierra, los pobladores no son civilizados y para los expedicionarios ingerir tal flor trae como consecuencia perder las ganas de regresar a la civilización griega. Como argumenta Mercedes Aguirre: “El olvido puede ser pasajero y, en un primer momento, hasta placentero -pues se olvidan los padecimientos sufridos- pero también puede ser fatal si ya no se vuelve a recordar”.30
De acuerdo con Teodoro Rennó Assunção, el loto por sí mismo no produce el olvido, sino que, a causa de la sensación placentera que ocasiona, a los hombres no les interesa volver. Esto es considerado siniestro en una épica que exhalta la búsqueda heroica del hogar, ya que es destructivo y fatal tanto para una historia de retorno como para un heroísmo que presupone una acción y un objetivo que alcanzar. El estado pasivo, inducido por el loto, es muy criticable para una moral heroica. Al asimilarse a sus anfitriones, los tres compañeros de Odiseo pierden entre otras cosas su identidad.31
Christian Tsagalis sostiene que, durante el largo discurso a la armada griega, Jenofonte manifiesta su miedo acerca del futuro en términos del famoso episodio de Odiseo y utiliza la dicción odiseica de 9, 97 y 102.32
A diferencia del Laertíada, el historiador no recurre a la violencia física para salvar a sus soldados, sino que emplea la persuasión a fin de convencer a su gente y trae a colación la Odisea para recordar momentos clave donde el placer lleva aparejada la muerte. Se trata de una alusión directa que evoca el episodio de los lotófagos. Desde mi punto de vista, una lectura cuidadosa del pasaje jenofóntico permite vislumbrar que también remite a los graves peligros que encarnan las bellas mujeres y las riquezas mencionadas en la Odisea. Conviene aclarar que el rey de Ítaca sucumbió temporalmente a los encantos de Calipso (Od., 5, y 7, 254-266, ella incluso le ofreció la inmortalidad) y Circe (Od., 10) quienes, además de proporcionarle alimentación y una grata estancia, le brindaron placeres amorosos con la esperanza de retenerlo.
En concreto, cuando Jenofonte dice a su ejército que teme que se acostumbren a vivir ociosos con las bellas y altas doncellas de los medos y persas, en medio de la opulencia, noto un guiño al personaje homérico de Nausícaa. Según este orden de ideas, el itacense superó una difícil prueba cuando el rey feacio Alcínoo le propuso que se casara con su hermosa hija, también prometió regalarle su palacio y darle riquezas (Od., 7, 308-315). Por mi parte, afirmo que Jenofonte vivió una situación parecida, cuando el príncipe tracio Seutes le ofreció entregarle a su hija y la ciudad de Bisante, su más bella propiedad ubicada junto al mar (An., 7, 2, 38). Al respecto, Bárbara Álvarez explica que, en el imaginario griego, unirse a mujeres extranjeras significaba olvidarse por completo de la patria de origen y perder la identidad.33 El historiador sabe que la permanencia en tierra bárbara no sólo implica estar lejos de su verdadera cultura, sino ante todo mantenerse lejos de sus obligaciones como ciudadano griego con la familia, la religión y la polis. Ni Odiseo ni Jenofonte ceden a la tentación de radicar fuera de la Hélade.34
Otra similitud entre la Odisea y la Anábasis consiste en que tanto el Laertíada como Jenofonte estratego sobresalen por su ingenio, lo usan para conseguir el bien común. Desde el comienzo de su poema, Homero define a su protagonista como πολύτροπος35 y considero que el historiador trata de secundar a su héroe favorito. Ambos anteponen la astucia a la fuerza bruta, esto les permite tramar ardides contra sus enemigos para no caer en las trampas. Así como Odiseo engaña a Polifemo cuando le dice que sus hombres y él naufragaron y ya no tienen barcos, o cuando le contesta que su nombre es Οὖτις (Od., 9, 281-284, y 364-367), a Jenofonte le agrada jugar con las apariencias y según le convenga finge que tiene muchos soldados o pocos, porque sabe que ganan las batallas quienes sin importar su número de efectivos militares atacan valientemente al adversario (An., 3, 1, 42). En otra ocasión, después de entablar un combate, el oficial ateniense analiza los puntos débiles de su armada y se da cuenta de que necesita honderos y jinetes, luego selecciona entre sus soldados a los más aptos para estas funciones (An., 3, 3, 15-20). De esta manera crea un cuerpo de caballería y de honderos, para no ser blanco fácil del enemigo. A mi modo de ver, Jenofonte también es astuto y en su papel de comandante trata de impedir que haya bajas en su ejército, pues considera vergonzoso ocuparse de sus asuntos personales y desatender los de sus soldados (An., 7, 7, 40).
Conviene precisar que desde la antigüedad existió un fuerte debate acerca de Odiseo: había quienes pensaban que era un modelo a seguir por su ingenio, como hace Jenofonte; mientras otros como Sófocles y Eurípides lo caracterizaban cual vil embustero. Baste agregar que a través de Sileno Eurípides llama al Laertíada crótalo agudo e hijo de Sísifo.36 La polémica todavía no acaba, continúan escribiéndose artículos y libros cuyo objetivo es estudiar la figura de Odiseo a través de los siglos.37
Otra semejanza entre el rey de Ítaca y el historiador consiste en la habilidad retórica. La propia Atenea comenta a Odiseo que él ama las palabras arteras, además es el mejor de todos los hombres por su consejo y sus palabras (Od., 13, 295, 297-298: “βουλῇ καὶ µύθοισιν”). En mi opinión, el diálogo que sostiene el héroe con el cíclope ofrece un claro ejemplo de su destreza discursiva y manipuladora.38 Cabe recordar que, en Mem., 4, 6, 15, Sócrates califica al Laertíada como un orador fiable, porque tiene la capacidad de convencer a quien lo escucha. A propósito de esto, viene al caso advertir que, en la tragedia Filoctetes, el rey de Ítaca es descrito como la personificación de toda maldad (Ph., 622: “ἡ πᾶσα βλάβη”), puesto que se vale de suaves palabras, dice todo y se atreve a todo (Ph., 628-634).
En An., 3, 2, 23-25, Jenofonte utiliza su habilidad retórica para impedir que los expedicionarios se queden en tierras asiáticas y los convence para que regresen a la Hélade, su argumentación más fuerte se basa en la mención de los lotófagos. Al igual que su héroe predilecto, es un buen orador sobre todo en situaciones desesperadas (An., 3, 1, 15-25 y 35-44). El comandante espartano Quirísofo lo elogia por lo que dice y hace (An., 3, 1, 45: “νῦν δὲ καὶ ἐπαινῶ σε ἐφ᾽ οἷς λέγεις τε καὶ πράττεις”). Frente a las insidias del adivino Silano y la furia de los mercenarios, responde de modo ecuánime y conciliador (An., 6, 6, 3-26). Me parece importante señalar que, cuando el contingente de antemano se siente derrotado, le infunde ánimo al recordarle el valor de sus ancestros y evocar grandes hazañas donde un ejército menor obtuvo la victoria, por ejemplo alude a la Guerra del Peloponeso, a las batallas de Salamina, Platea y Cícale (An., 3, 2, 11-13). Otro episodio digno de mención se localiza en 7, 1, 25-31, donde gracias a su discurso Jenofonte evita que los mercenarios invadan Bizancio y cometan actos de rapiña.
Un pasaje significativo es el que se refiere a la manera salvaje en que bebe vino Polifemo. Homero narra que el astuto itacense ofrece vino al cíclope, quien fascinado con el néctar toma desenfrenadamente hasta que lo vence el sueño (Od., 9, 360-362). Desde mi perspectiva, hay una escena similar en An., 4, 5, 27 y 32, porque, al hablar de los armenios, Jenofonte informa que ellos toman un vino muy fuerte de cebada, sin mezclarlo con agua, además brindan de modo bestial, pues se inclinan y beben como bueyes.
En An., 4, 7, 24, después de la complicada travesía por la Península de Anatolia, los expedicionarios ven el Mar Egeo, gritan eufóricos “θάλαττα θάλαττα” y la alegría los invade ya que el regreso a su hogar se aproxima. De inmediato deliberan cómo proseguir la marcha: ¿por tierra o por mar? Fastidiado de recoger los impedimenta, de llevar las armas, de correr, de caminar, de ir formado, de hacer guardia y de luchar, toma la palabra el soldado León de Turios, quien exclama: “a partir de aquí deseo que […], navegando lo que resta y extendido como Odiseo lleguemos a la Hélade” (An., 5, 1, 2: “ἐπιθυµῶ […] πλεῖν τὸ λοιπὸν καὶ ἐκταθεὶς ὥσπερ Ὀδυσσεὺς ἀφικέσθαι εἰς τὴν Ἑλλάδα”, las cursivas son mías).39 Con esto, Jenofonte se refiere en específico a los versos de Od., 13, 73-80, donde los marinos feacios y el Laertíada zarpan con rumbo a Ítaca:
Y una colcha a Odiseo le extendieron, y un lino en las tablas
de la cóncava nave -por que profundamente durmiera-,
en la popa. Luego, él mismo subió y se acostó
en silencio […]
a él le caía un sueño indomable en los párpados,
profundo, dulcísimo, muy semejante a la muerte (trad. de Pedro Tapia Zúñiga).
Conviene precisar que dicho descanso sólo es preludio de los nuevos contratiempos que se avecinan: Odiseo tendrá que matar a los pretendientes de Penélope y Jenofonte se irá al exilio. Antes de seguir, debo aclarar que este es el único pasaje de la Anábasis donde el autor menciona por su nombre al itacense, es factible que por eso Naoko Yamagata asevera que nada más hay una referencia homérica. Para mí se trata de la segunda alusión directa, la anterior fue la de los lotófagos.
Por último, noto similitudes entre Od., 8, 97-249, cuando los feacios organizan juegos, y An., 4, 8, 25-28, porque luego de contemplar el mar los mercenarios festejan con juegos en Trapezunte. Casi al final de la obra los soldados sobrevivientes (alrededor de 6500) se niegan a volver y deciden ponerse a las órdenes de Seutes (An., 7, 3, 13).
4. Conclusiones
A través del Banquete, Memorables y la Apología, es evidente que en la Atenas del siglo IV a. C. los poemas homéricos eran parte fundamental de la educación, al mismo tiempo se puede vislumbrar cómo se llevó a cabo la transmisión oral y escrita de la Ilíada y la Odisea.
En cuanto a mi objetivo, después de analizar detenidamente la Anábasis, encuentro dos referencias directas al rey de Ítaca y varias en las que, pese a no figurar el nombre de Odiseo, Jenofonte evoca situaciones muy parecidas a las enfrentadas por el héroe. Considero que el historiador no estimó oportuno ser tan explícito, porque las creaciones de Homero pertenecían al dominio público y al bagaje cultural de sus contemporáneos. A mi juicio, la presencia constante del Laertíada obedece a que tanto la Odisea como la Anábasis son relatos de supervivencia y esta temática permitió que el autor ateniense aludiera más veces a su protagonista favorito, quien posee una mentalidad práctica, es excelente guerrero, cuida a sus hombres, enfrenta a los bárbaros en tierras ignotas, vence todos los obstáculos y no olvida su identidad griega. Coincido con Emerson Cerdas en que el historiador utiliza la Odisea como símbolo de su experiencia personal y se convierte en una especie de nuevo Odiseo.40 Por eso no resulta extraño que su narración tenga un matiz épico, pues Jenofonte trata de dignificar la incursión de los Diez Mil.
En suma, el rey de Ítaca y el autor ateniense sobreviven, vuelven a la Hélade y rememoran sus andanzas en tierras hasta entonces desconocidas, gracias a eso perviven en la memoria colectiva y logran la inmortalidad. Así como Odiseo cuenta sus peripecias a los feacios y a su esposa, Jenofonte plasma su testimonio en la Anábasis. Conviene mencionar que antes de entablar la batalla el historiador exclama: “En verdad es agradable decir y hacer ahora algo valiente y bello que deje recuerdo de uno mismo entre los que uno quiere”.41