En 2021 se publicó por la editorial de la Universidad Diego Portales, de Santiago de Chile, Escritos sobre Roland Barthes, un compilado de ensayos de Beatriz Sarlo. El libro retoma un proyecto empezado años antes por la misma editorial cuando en 2013, bajo la dirección de Leila Guerriero, se editó Plan de Operaciones, que recuperaba textos de Sarlo no solamente sobre Barthes, sino también sobre Walter Benjamin, Jorge Luis Borges y Susan Sontag, aquellos que serían centrales para el pensamiento de la intelectual porteña.
La edición del 2021 agrega a los cuatro ensayos ya compilados sobre Barthes otros seis que se escribieron al largo de 40 años. Con una introducción inédita del 2021, encontramos la republicación del prólogo de Sarlo al volumen que coordinó en 1981, El mundo de Roland Barthes. A estos dos manuscritos, que marcan los extremos temporales del libro, se añaden una serie de textos, con poca regularidad de formato, escritos en el intersticio: ponencias sobre la obra del crítico francés, reseñas publicadas en diarios argentinos por ocasión de la traducción de sus obras en el país, comentarios más personales sobre su relación con los libros de Barthes, aquél “a quien no conocí personalmente, [pero] fue uno de mis maestros” (Sarlo, 2021, p. 9).
Si es Barthes uno de esos maestros, entonces nos llega algo tarde el compilado; ya desde 1993 tenemos su estudio acerca de Borges, y en el 2000 se publicó en libro único sus ensayos relativos a Benjamin. Sobre Sontag, contemporánea, escribió menos, pero esto da cuenta de un proyecto intelectual que emprendieron las dos en la segunda mitad del siglo XX: pensar la modernidad y sus despliegues a partir de la literatura, teniendo en el ancoraje teórico a Benjamin y a Barthes. Podemos especular por qué el compilado sobre este último tardó tanto; en la conferencia Barthes Viajero [2015] se muestra en la autora una permanencia del crítico que, si el libro hubiera aparecido antes, estaría aún más incompleto de lo que acaso está. Barthes permanece en su pensamiento, sin que pudiera concretar un libro sobre él.
El propio Escritos tiene algo de inconcluso; no se trata de la elaboración de una nueva hipótesis de lectura de su obra, tampoco de un intento filológico-exegético, sino más bien la posibilidad de acompañarnos como se constituye una forma de pensar, la de Sarlo, en directa relación con la del maestro: “cuando escribí los ensayos reunidos en este libro, no pensé que terminarían todos juntos. Hoy, después de revisarlos, me doy cuenta de que son momentos de mi biografía intelectual” (Sarlo, 2021, p. 9).
En Tres Zetas [2004], Sarlo nos dice: “la Z es una de las dos únicas letras del título de un libro que yo llevaría a la famosa isla desierta donde siempre hemos de llegar equipados con nuestro único compact, nuestro único texto, nuestro único cuadro” (2021, p. 49), y lo complementa en Barthesianos de por vida [2005]: “Barthes vuelve barthesianos a sus lectores, del mismo modo en que Proust los hace proustianos. (…). Se trata, más bien, del descubrimiento de una sensibilidad y de sus reflejos, dónde pone los acentos, cuáles son los detalles que le importan” (Sarlo, 2021, p. 74). Aún en esta dirección, en el prólogo de 2021 sintetiza su aprendizaje de Barthes:
No aprendí a escribir como Barthes, lo cual habría resultado en una imitación empobrecida o demasiado esforzada. Lo que aprendí es cómo leía Barthes, uno de los lectores más inteligentes y menos pomposos de aquellos años, cuando la percepción crítica sucumbía muchas veces bajo el peso del aparato teórico. (…). Aprendí que la literatura era la única razón de existencia de la crítica (Sarlo, 2021, pp. 9-10).
Sin embargo, Sarlo aprende de Barthes una forma de leer, lo que no se convierte en un exceso de citas barthesianas, sino más bien lo contrario. En 1985, publicó El imperio de los sentimientos, título que roba de Barthes: El imperio de los signos de 1970. En el prólogo para la segunda edición, ubica el libro en el conjunto de su obra:
Este libro les parecerá obligado en la serie que incluye Una modernidad periférica y La imaginación técnica. Quizá vean, como yo, que El imperio de los sentimientos forma sistema con esos otros dos libros porque, como ellos, se propone a pensar la literatura desde la cultura y, también, la cultura desde la literatura, en un momento de modernización relativamente exitosa (Sarlo, 2011, p. 13).
En él son pocas las referencias a Barthes, aunque en los Escritos sea precisamente el sistema que irá a discutir, como aquel que el francés, al estudiar Japón, elaborara en El imperio de los signos. La presencia de Barthes en Sarlo se refiere más que nada a una forma de lectura -por lo que no se expresa con un conjunto de citas- aunque afirme que, como en Borges, en Barthes casi todo es citable, lo que valdría también para Benjamin.
La ausencia de citas puede producir una confusión. En el libro de 1985 hay un vocabulario algo bourdiesiano cuando se refiere al campo intelectual y a los capitales ahí presentes, así como en La máquina cultural de 1998, también se nota un rastro de Bourdieu y su ilusión biográfica, al reconstituir las vidas de las maestras secundarias, de Victoria Ocampo y del cine argentino de vanguardia. Lo que se observa en ambos libros, a su vez, es la dificultad del trabajo con el texto literario: en el segundo, no hay propiamente literatura sobre la que se pueda hablar (en el caso más literario, el de Victoria Ocampo, la mecenas de Borges en Sur, las fuentes son memorias, no narrativa o poesía). En el primero, Sarlo apunta su preocupación en tratar a esos textos de circulación popular a partir de criterios estéticos, pero reconoce la imposibilidad de hacerlo de todo, lo que la lleva a pensarlos en un sistema:
Opuestas a las vanguardias (…), estas narraciones semanales ponían en circulación formas estéticas anteriores a las del momento de su publicación. Formas extraídas de la literatura modernista o tardorromantica que, de todos modos, también seguían siendo recursos habituales en zonas marginales de la alta cultura. Su existencia informa sobre la complejidad de los sistemas literarios y culturales, cuya característica parece ser la coexistencia pacífica o conflictiva de textualidades, ideologías estéticas y prácticas institucionales muy diferentes. Habla, en síntesis, de los cruces de elementos de diferente temporalidad y procedencia (Sarlo, 2011, p. 26).
Se nota, entonces, que en los textos en los que Sarlo más se vale del vocabulario bourdiesiano son en los que el trabajo estético se ve obnubilado. Al mismo tiempo, estamos delante del intento de construcción de sistema. Este, sin embargo, no es el de Bourdieu, de los campos y capitales, aunque el vocabulario (cercano también a los estudios culturales) lo sugiera. Se trata, eso sí, de un rasgo barthesiano. Otra vez en Barthes viajero dice: “[El imperio de los sentimientos] era tan obvio que no me preocupó explicarlo, como si hubiera tomado la corona de diamante de la Reina de Inglaterra y me hubiera desplazado por la calle, no había que explicar que había robado ese título de El imperio de los signos de Roland Barthes” (Sarlo, 2021, p. 100).
No se trata sólo del robo del título, sino del método, una vez que “Barthes hace entonces el giro ‘del original’ dice: no voy a representar absolutamente nada, lo que voy a hacer es tomar rasgos y, como hacen los lingüistas, construir a partir de esos rasgos un sistema” (Sarlo, 2021, p. 104). Lo que se pone en juego en el método Barthes sería la posibilidad de elaboración de un sistema que no busque la correspondencia a un anterior ya conocido, que no piense a Japón a partir de Francia, sino desde sus signos; en el caso de Sarlo, que pueda producir un sistema de circulación literaria a partir de los elementos de una cultura moderna, a la vez vanguardista y no vanguardista, de por si periférica: la Argentina de principios del siglo XX.
Otra vez, el movimiento de Sarlo trae ecos del maestro. Si en El imperio de los signos Barthes desarrolló el sistema que ya le había antes ocupado en El sistema de la moda, de 1967, en el momento en que este llega a convertirse en una moda analítica, en la doxa de la crítica literaria, el autor vuelve al giro de lo original y replantea su fundamentación. Escribe Sarlo en Una biografía imposible, del 1981:
Pero la Doxa, que también habita las aulas universitarias, es capaz de absorber incluso su crítica. En 1971, Barthes cambia de frente y denuncia una nueva mistificación: la sociedad puede apoderarse de la “máquina semiótica” [después, Sarlo publica, vimos, La máquina cultural] y hacerla funcionar en la producción de nuevos clichés. La crítica debe renunciar a la connotación como objeto y desplazarse (…). Así, en el momento en que la semiología barthesiana parecía haber ganado la batalla de la respetabilidad científica y haberse impuesto, al mismo tiempo, como moda intelectual, Barthes, en un gesto que le es característico, se propone “cambiar de objeto” (…). Una nueva ciencia lingüística podría estudiar no los significados sino “el progreso de su solidificación, su espesamiento a lo largo del discurso histórico; esta ciencia sería, sin duda, subversiva, al manifestar más que el origen histórico de la verdad su naturaleza retórica, lenguaraz” (Sarlo, 2021, pp. 35-36).
Mientras el sistema, en influencia barthesiana, ocupa sus primeras décadas de análisis, Sarlo es precisamente una crítica no obsoleta que puede, con el pasar de los años, volverse a diferentes problemas empíricos, buscando actualizar la potencia analítica de lo contemporáneo, como vislumbrara en el maestro. Barthes para Sarlo: no un conjunto de citas, sino una forma de pensar a partir de la literatura y, precisamente por eso, de pensar contra la cristalización del hecho por sí mismo.