Desde hace varios años atrás, las coordinadoras de este dossier encabezamos diferentes espacios de reflexión, investigación y docencia en ciencias sociales sobre la sociología histórica de América Latina, en los que, tradicionalmente, la guerra fría no se pensó como un problema. Las ciencias sociales analizaron procesos sociohistóricos como el colonialismo, la dependencia, el imperialismo, el desarrollo, las revoluciones y los populismos, como las dictaduras y las democracias, por ejemplo, pero no la guerra fría latinoamericana. Esta fue, más bien, un campo de la historia que, al demandar periodizaciones más largas y trascender el caso nacional, colisionó con una cierta tendencia de la disciplina a la especificidad, al relato, al detalle y a la escasa generalización. Por dichos motivos, a partir del año 2019 decidimos abrir un espacio de discusión en las Jornadas de Sociología y en las Jornadas del Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe, de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, en el cual pensar a América Latina como objeto de estudio, la especificidad de esos procesos sociohistóricos mencionados y su relación con el extenso y complejo conflicto que caracterizó a la guerra fría. Se trata de una invitación al diálogo entre las diferentes producciones de las ciencias sociales y la historia en una dirección inversa a la hegemónica: pensar primero América Latina y, desde ahí, la guerra fría. De dichas experiencias nació la intención de convocar a este dossier, el cual, finalmente, reúne artículos producidos por historiadores, pero también por cientistas sociales, con la vocación de transcender el espacio local e incluso la comparación de casos nacionales y abordar las llamadas “zonas de contacto”, zonas en las que se traslucieron los encuentros internacionales más intensos y confluyeron aparatos estatales, elites locales, grupos económicos, organizaciones de la sociedad civil, entre otros.
La guerra fría es uno de los conflictos sociohistóricos más importantes del siglo XX que permite dar inteligibilidad, compresión y explicación a una gran variedad de problemas y fenómenos sociales, políticos y culturales, tanto del pasado como del presente. El campo de estudios sobre la guerra fría cuenta con un vasto desarrollo que tradicionalmente ha privilegiado los análisis del accionar de las superpotencias sobre el “Tercer Mundo”, desde sus propios archivos y prominente bibliografía. Las perspectivas actuales, por el contrario, sin negar el colonialismo, el imperialismo y las relaciones de dependencia que se mantuvieron con Estados Unidos y la Unión Soviética, destacan los espacios de autonomía relativa y de negociación de las actoras y los actores latinoamericanos, los procesos internos regionales y nacionales, así como las condiciones estructurales en las que estos tuvieron lugar. Por esa misma lógica se aboga por la perspectiva “transnacional” en detrimento de la perspectiva “centrípeta” que “establece una jerarquía analítica según la cual los países de la región sólo pueden ser vistos como actores periféricos” que recibieron el impacto de las dos superpotencias (Armony, 2004, p. 348). Esto colabora a “descentrar” el análisis bipolar.
El debate reciente entre Gilbert Joseph (2019, 2020) y Marcelo Casals (2020) en la revista Cold War History, que Adrián Celentano (2020) caracterizó como “diálogo Norte/Sur”, colabora a dinamizar la difusión de la producción de la academia latinoamericana. Para el investigador chileno Casals, las investigaciones publicadas en español complementan, complican y desdibujan el consenso explícito e implícito sobre el cual avanza la historiografía de la guerra fría. Casals cuenta, entre esas investigaciones, los estudios sobre la cultura de izquierda y la recepción de sus ideas en los siglos XIX y XX, las investigaciones sobre las izquierdas, los populismos y las derechas, los estudios sobre historia reciente y el libro de Vanni Pettiná (2018) , quien para construir la Historia mínima de la Guerra Fría en América Latina utilizó la producción latinoamericana, incluso de referentes tan importantes del pensamiento regional como la célebre Historia social latinoamericana de Tulio Halperin Donghi. Estas investigaciones, que están ausentes en la selección hecha por Joseph, para Celentano (2020) son una prueba más “del colonialismo desde el que el Norte viene imponiéndole al Sur su producción y circulación de saber” (p. 8).
El caso de la denominada “historia reciente” es llamativo, porque si bien ha alcanzado un enorme desarrollo, rigurosidad, excelencia, es cierto que poco se ha enmarcado en el campo de los estudios de la guerra fría latinoamericana y menos en la perspectiva de los estudios transnacionales, como señala Aldo Marchesi (2017) . Las ciencias sociales, al menos en el Cono Sur, han abordado, por ejemplo, diferentes dimensiones de las dictaduras institucionales de las Fuerzas Armadas, especialmente por las fatales consecuencias que imprimieron en las sociedades, las incontables violaciones a los derechos humanos perpetradas, pero son muy pocos los trabajos que las piensan en relación con los acontecimientos de la historia global.
En este lado del mundo, si uno repasa esa “historia reciente”, la cual puede ser pensada como una de las etapas más brutales de la guerra fría, encuentra que, si bien hubo expresiones virulentas y acciones hechas en nombre del anticomunismo, las y los atacadas(os), perseguidas(os), muertos, en síntesis, las víctimas de esa supuesta guerra no fueron precisamente las y los comunistas o las y los sujetos u objetos que encarnaban el mal del hemisferio oriental. Esta dislocación entre el pretexto discursivo y la acción que ponemos de ejemplo, muchas veces confundió los términos en que debía pensarse ese conflicto global en la escala latinoamericana. Las actoras y los actores latinoamericanos, influidos por el conflicto mundial, seguramente estuvieron guiadas(os) por los principios ideológicos de la guerra fría y se propusieron metas y objetivos en su dirección. Sin embargo, no está de más recordarlo, que un enorme conjunto de factores estructurales mentales, sociales, políticos, económicos hacen mella, presionan sobre los sentidos de la acción social, los cuales, incluso, pueden desaparecer de la conciencia de los actores. Por lo tanto, aquellas interpretaciones consideradas tradicionales o clásicas de la guerra fría resultan muy poco explicativas.
Las perspectivas actuales destacan que los aspectos más importantes de la guerra fría no fueron militares o estratégicos, ni estuvieron centrados en Europa, sino que se relacionan al desarrollo social y político del llamado “Tercer Mundo”, como esgrime el historiador de la guerra fría global Odd Arn Westad (2017) . Sin embargo, América Latina ¿constituía una zona de alta prioridad para ambas grandes potencias?, ¿qué características que se atribuyen a la guerra fría estuvieron presenten antes de la misma en América Latina? Desde la perspectiva de Bethell y Roxborough (2005) , el inicio de la guerra fría sólo renovó los bríos de un anticomunismo interno que ya existía desde hacía varias décadas, que estaba profundamente arraigado en las jerarquías militar y católica, así como en ciertos segmentos de la clase media y que no dependía, exclusivamente, de las increpancias estadunidenses. Ahora bien, si los aspectos más importantes de la guerra fría no fueron estratégicos o militares, ¿dónde poner el eje en las investigaciones del periodo? Greg Grandin (2007) señala que fue una guerra civil internacional entre distintas versiones de la forma que debía tomar una especie de “ciudadanía social”. Aunque en cierto nivel la guerra fría fue una lucha por utopías de masas o entre visiones ideológicas sobre cómo organizar a la sociedad, lo que dio a esa lucha su fuerza trascendental, esgrime el autor, fue la politización e internacionalización de la vida diaria, manifestándose en la sexualidad, la fe, la ética y el exilio. En definitiva, ¿cómo fue vivida la guerra fría en América Latina?, ¿cómo podemos pensarla desde el “Sur global”?, ¿cómo fue atravesado el conflicto por el colonialismo, el imperialismo y la dependencia?, ¿cuáles fueron las políticas de Estados Unidos para la región latinoamericana y en qué medida las y los latinoamericanos fueron permeables a las directrices llegadas desde Estados Unidos?, ¿cómo fueron los vínculos entre las y los distintos actores latinoamericanos y entre estos y los del “Sur global”?
Artículos aquí compilados trabajan casos nacionales poco explorados. Por ejemplo, Rodrigo Véliz Estrada ofrece un extraordinario trabajo sobre la “capacidad de maniobra” de la diplomacia guatemalteca en la primera fase de la “revolución de octubre” e inicio de la guerra fría, a partir de un conjunto de documentos provenientes de archivos del “Norte global” pero también de Guatemala y México. Otro trabajo que también reflexiona las relaciones con Estados Unidos, pero en la forma de “codependencia/negociación y asimetría/unilateralidad” es el de Marco Antonio Samaniego López. Él piensa la frontera entre México y Estados Unidos e instituciones transnacionales como la Comisión Internacional de Límites y Aguas/International Boundary and Water Commission (CILA/IBWC) en las que primaron, a pesar del contexto, relaciones pragmáticas en el periodo 1945-1975.
Si la guerra fría fue una batalla de ideas, el estudio de la producción de estas, su circulación y recepción es central. Daniel Kent Carrasco, por ejemplo, se enfoca en la organización Congreso por la Libertad de la Cultura, sobre la cual existe una producción interesante. Su originalidad radica en enfocarse, mediante una perspectiva comparativa, en las sedes de dos países que permiten ubicar el trabajo en el “Sur global”: México e India. Entre sus conclusiones enfatiza cómo el recelo de la intelectualidad de estos países respecto del intervencionismo cultural estadunidense condujo, poco a poco, al eclipse de dicha organización a mediados de la década de los sesenta. Por su parte, el trabajo de Pedro Rivas Nieto, Pablo Rey-García y Nadia McGowan, por un lado, y Laura Sala, por otro, abordan las ideas militares sobre seguridad nacional. El primer artículo tiene la particularidad de utilizar fuentes orales, entrevistas a personal civil y militar de diversa condición en Argentina, Chile, Colombia e Israel. El segundo, en cambio, constituye un exhaustivo estado de la cuestión sobre los trabajos que han abordado las doctrinas militares en América Latina. Realiza una lectura crítica de la literatura que aborda la denominada “Doctrina de Seguridad Nacional” y la “Doctrina de la Guerra Revolucionaria” y muestra cómo esta se apoyó en una serie de supuestos que enfatizaron, en vez de la creatividad latinoamericana en los procesos de circulación y recepción, las ideas externas en la elaboración de estas.
En la dirección de lo señalado por Greg Grandin, Javier Castro Arcos propone estudiar la guerra fría “desde abajo”, adentrándose en las operaciones de la diplomacia religiosa estadunidense entre los tejidos sociales y las redes transnacionales evangélicas chilenas, para prevenir los caldos de cultivo de las revoluciones socialistas en países subdesarrollados y la contención de focos de violencia en la década de los sesenta. Sin embargo, señala Castro, las ideas del “norte” fueron articuladas no sin conflictos, con las contrapartes del sur. A pesar de que Chile fue el campo de experimentación para las misiones neomalthusianas, y se vieron resultados inmediatos en la demografía nacional, es posible afirmar que la estrategia anticomunista estadunidense, a nuestro juicio, fracasó, al no poder evitar el asenso de Salvador Allende al poder (1970).
En efecto, los años setenta presentan diferencias al periodo previo, pues eclosionaron las propuestas de cambio radical y revolucionarias, pero otras más ampliamente aglutinantes, antiimperialistas. En este sentido, la conclusión más evidente que hemos procurado sostener en otros trabajos (Pirker y Rostica, 2021) es que la tradición antiimperialista en América Latina es tan afanosa, que la división hemisférica de la guerra fría en este-oeste no la logró alterar. Israel Rodríguez, por ejemplo, ofreció para el dossier un artículo que trabaja el tercermundismo cinematográfico mexicano, pero en sus interconexiones y colaboraciones con Chile y Cuba (1971-1976). Según recuerda el autor, la gama ideológica de los tercermundistas era ancha y apuntaban a lograr una relación menos desigual entre las naciones más y menos desarrolladas. Su batalla, a pesar del protagonismo de países socialistas en los años sesenta y setenta, no se disputaba entre el Este y el Oeste, sino entre el Norte y el Sur. México, junto a otros países, “buscaron limitar el dominio estadounidense sobre la región y ampliar sus relaciones comerciales con países y bloques que parecían vetados durante los años más rígidos de la Guerra Fría”, muy especialmente a inicios de los años setenta.
El gobierno de James Carter generó, decididamente, una oportunidad política en América Latina de la que se aprovechó tanto la dictadura militar argentina como el gobierno cubano. Alberto Consuegra, tensionando los relatos más transitados sobre su país natal, reconstruye las estrechas relaciones diplomáticas entre ambos países, las cuales fueron absolutamente diferentes a las que mantuvo Cuba con regímenes de igual signo ideológico, como Paraguay, Chile y Uruguay. Según Consuegra, hechos como la reunión del Movimiento de Países No Alineados, la crisis migratoria del Mariel (Cuba), o el respaldo político dado por Cuba a Argentina durante la guerra de Malvinas, demuestran que ambos países, aun cuando comulgaron ideologías contrapuestas, mantuvieron relaciones cordiales a partir del pragmatismo que desarrollaron en el ámbito de las relaciones exteriores. Julieta Rostica, para finalizar, trabaja el mismo periodo de la dictadura militar argentina, pero en este caso, sus relaciones con Honduras en materia de colaboración y coordinación de la represión de la disidencia política. A partir de un análisis crítico de la producción existente evidencia, basándose en fuentes oficiales, que Argentina colaboró con las Fuerzas Armadas hondureñas a través de su integración en órganos de coordinación de inteligencia y operaciones (1980-1981) y luego mediante el envío de asesores militares (1982-1983). Más que apuntar a reprimir la disidencia política local o perseguir a los internacionalistas argentinos en Centroamérica, apuntaron a entrometerse en el conflicto salvadoreño y nicaragüense, con un grado de relativa autonomía respecto de las directrices estadunidenses.
Como puede verse en este recuento, el campo de los estudios sobre la guerra fría latinoamericana invita a la imaginación, a trascender viejos supuestos, esquematismos, cronologías y espacios, a la interdisciplinariedad. Esperamos que este dossier colabore a difundir la producción latinoamericana en español y a “descentrar” la producción y la circulación del saber.