A inicios de agosto de 1947, el canciller guatemalteco, Enrique Muñoz Meany, observaba con preocupación las implicaciones que la tensión entre Estados Unidos y la Unión Soviética estaba teniendo para América Latina. Le parecía particularmente preocupante el pacto militar que buscaba formalizar Estados Unidos con América Latina en la Conferencia de Río de Janeiro, agendada para finales de ese mes. Muñoz Meany opinaba que el tratado de seguridad los vincularía “estrecha e incondicionalmente” a Estados Unidos. Por dos años como embajador en París -con Berlín, los centros neurálgicos de la política europea de la posguerra-, Muñoz tuvo constantes reuniones con diplomáticos europeos y latinoamericanos. Valoraba el ambiente como favorable para la creación de un bloque de países independientes de los soviéticos y estadunidenses, como respuesta a la polarización entre ambas potencias. Francia, donde Muñoz Meany había vivido como estudiante, era el principal promotor de ese nuevo espacio.1 Aunque de difícil concreción, eso relajaría las tensiones bélicas y, central para Muñoz, mantendría importantes márgenes de acción para países como Guatemala.2 La diplomacia guatemalteca debía promocionar activamente ese espacio político frente a la creciente tirantez, le señaló enfáticamente a Eugenio Silva Peña, anterior embajador en Washington.
Los valores de democracia, libertad y anticomunismo que promocionaba la Doctrina Truman, según Muñoz Meany, escondían sus verdaderos intereses en la geopolítica global de la posguerra (Gaddis, 2018; Rabe, 2016).3 Una polarización en clave anticomunista en el continente americano obligaría a alinear intereses y agendas a los designios que dictaran los “hawks” estadunidenses. La política anticomunista que se observaba en la nueva diplomacia de Truman incentivaría las posturas autoritarias, poniendo fin a los años de libertades que había vivido una parte de los países latinoamericanos, opinaba Muñoz (Bethell y Roxborough, 1992; Pettinà, 2018).4
Así, un bloque de países neutrales debía ser la gran preocupación de la política exterior guatemalteca de ahí en adelante. Desde esa posición debían valorar con cuidado su postura frente a la nueva situación de Estados Unidos; lo que los llevaría a “poner a salvo los esenciales derechos e intereses de nuestro país, sin mengua de nuestra solidaridad y amistad”.5 Lo que debía lograrse “a pesar de las ambigüedades y negativas norteamericanas”.6
En una carta a Arévalo un año antes, Muñoz recordaba que muchas veces “los soñadores y los quijotes” eran “hombres de mucho más sentido”, algo importante si lo que querían era lograr los cambios que exigía la faceta internacional de su proyecto revolucionario, iniciado en octubre de 1944.7 Pese a ser un país pequeño y con una economía dependiente de Estados Unidos -luego de la derrota y el desplazamiento de la inversión alemana-, Guatemala venía desplegando desde 1944 una activa diplomacia de repercusiones continentales y, en menor medida, globales. Eso le había ganado el apoyo de una nueva generación de políticos latinoamericanos, volviendo al país en un símbolo de democracia continental, según ha dicho Greg Grandin (2002, p. 435) . Notificando sobre la muerte de Muñoz Meany años después, un diplomático brasileño recordó al excanciller guatemalteco por sus actuaciones como “un nuevo Quijote” en los años de la posguerra (García, 2012, p. 82).
La política exterior guatemalteca se escudó en el ambiente favorable de la victoria Aliada para expandir una agenda que derivaba del ideario de su revolución y de sus prioridades geopolíticas. Temas como el fin al colonialismo británico, la expulsión de súbditos alemanes, la solidaridad interamericana, o la caída de Anastasio Somoza en Nicaragua consumieron el tiempo de los guatemaltecos. En la implementación de esta agenda fueron construyendo alianzas bilaterales, articulaciones de variadas escalas a lo largo del continente y fortaleciendo instancias multilaterales. El objetivo era crear los contrapesos necesarios para lograr sus metas, toda vez que su fuerza propia era objetivamente limitada. La posguerra presentó una coyuntura favorable para su agenda, la cual coincidió por unos años con su propia capacidad para ejecutarla. Sin embargo, esa ventana de oportunidad se fue cerrando de diferentes maneras a lo largo de 1947. De ahí la preocupación de Muñoz Meany, quien veía en la Conferencia de Río un revés de mayor contundencia.
Los nuevos estudios sobre la guerra fría latinoamericana han planteado la necesidad de dar un giro en la perspectiva y observar con más atención la puesta en marcha de las agendas y las estrategias de los Estados latinoamericanos (Acuña, 2015; Friedman, 2003, p. 629; García y Taracena, 2017; Pettinà y Sánchez, 2015; Randall, 1991, p. 217). En una valoración crítica sobre los avances y límites de esta nueva tendencia en América Latina, Aldo Marchesi (2017, p. 188) subrayó la importancia de salir del nacionalismo historiográfico para agregar nuevas dimensiones y capas de información. Desde esa posición lo importante es entender la manera en que los cambios globales afectaron aspectos concretos de las agendas latinoamericanas, en lugar de verlos como una reacción a la polarización soviético-estadunidense (Kirkendall, 2014; Pettinà, 2018, pp. 23-24; Saull, 2004). Centrarse principalmente en esta polarización pasa de lado no sólo la estrategia de los propios Estados latinoamericanos, sino también las “redes multidireccionales” entre ellos, sin la mediación de Estados Unidos (McPherson, 2020, p. 201).
Los estudios sobre la revolución guatemalteca se han centrado desproporcionadamente en la intervención estadunidense de 1954, donde Arbenz resulta una víctima, o en estudios regionales sobre la implementación del proyecto revolucionario o su reforma agraria; pero sobre su política exterior existe un gran vacío (véase García, 2012). Recientes estudios de Taracena (2017) y Moulton (2017) han hecho importantes avances; una excepción que incluso una reciente compilación ha olvidado por completo (Gibbings y Vrana, 2020).
En este artículo espero poder aportar a estos debates a partir de una sintética exposición de cuatro casos: la actitud de Guatemala frente al nazismo; su intervención en los asuntos domésticos de países vecinos; su política anticolonial frente a Gran Bretaña, y su cambiante relación con Estados Unidos. Para lograrlo, me apoyo en nuevos repositorios guatemaltecos, complementados con archivos consulares en París y archivos diplomáticos de Londres, Washington y Ciudad de México.
LA GEOPOLÍTICA GUATEMALTECA
En su clásico estudio sobre las dimensiones globales de la guerra fría, Westad (2007) subrayó la importancia de rastrear las trayectorias regionales y nacionales previo a 1945; su acercamiento ha generado un importante consenso. Harmer (2014, p. 133) llamó años después a estudiar “las dinámicas indígenas de la Guerra Fría” en Latinoamérica, lo que Booth (2020) catalogó en un reciente artículo “las estructuras y procesos de largo plazo” (p. 2). La experiencia guatemalteca permite plantear este consenso historiográfico de manera específica.
La agenda diplomática guatemalteca no surgió solamente de los valores de su clase política y del nuevo momento político global. Buena parte de ella estaba definida por la posición estratégica del istmo centroamericano: tanto sus ricas tierras volcánicas, como ser una vía de paso entre dos océanos y puente entre los extremos del continente. En concreto, para 1944, la situación geopolítica guatemalteca estaba definida por las huellas que las relaciones con potencias occidentales habían impreso en América Central y el Caribe. Esto generó una herencia de dinámicas diplomáticas y militares que los ató a problemas que tenían que resolver y a situaciones con las que tenían que lidiar. Estas herencias moldearon tradiciones en relación con liderazgos, rivalidades, ultrajes no olvidados, intervenciones, simpatías, lealtades, apoyos locales, etc. Los cuatro temas que presento pueden entenderse a partir de este marco histórico.
El fin de tres siglos de colonización española dejó una tensa relación entre Guatemala y sus vecinos centroamericanos. Esta se resolvió a partir de las guerras federales, las cuales terminaron por disolver la precaria unidad política del istmo, pero dieron paso a intromisiones mutuas a lo largo de los siglos XIX y XX. Como se verá, esto generó una cultura política centroamericana en la que se valoraba con mucha importancia los equilibrios de fuerzas entre países. Esos años coincidieron con la presencia británica en el Circuncaribe, la cual se materializó no sólo en su predominio comercial, sino en la ocupación efectiva de territorios en la costa del Caribe centroamericano. El caso de Belice en Guatemala fue un subproducto de esta presencia y un problema que se mantuvo activo en las siguientes décadas.
A Gran Bretaña la desplazaron Alemania y Estados Unidos a partir de finales del siglo XIX, y cada país dejó su huella y planteó tensiones mutuas. Estados Unidos, interesado en la construcción de un canal interoceánico y en apoyar a sus empresas agroexportadoras, siempre vio con sospecha la importante presencia económica de la población alemana en Guatemala, cimentada en el financiamiento y el comercio del café desde la segunda mitad del siglo XIX (Wagner, 1991). Ya en la primera guerra mundial, las presiones de Estados Unidos lograron desplazar la influencia alemana, pero para la década de los años treinta esas redes comerciales y financieras estaban reconstituidas (Berth, 2018).
Las trayectorias de esta situación geopolítica tuvieron importantes actualizaciones y giros al final de la segunda guerra mundial para cada uno de los casos que presento (Brands, 2012, pp. 3-4; Joseph, 1998, 2008, p. 10).
LA GUATEMALA POSNAZI
La generación del presidente Juan José Arévalo (1945-1951) fue particularmente proclive a identificarse con los valores de los Aliados (Taracena, 2017, pp. 33-38; Taracena, Mendoza y Pinto, 2004). En una entrevista, Arévalo recordaba los “conmovedores discursos de Roosevelt” y los principios de la Carta del Atlántico.8 Esa identificación era paralela a su crítica al fascismo y al comunismo, englobados en el antiautoritarismo que despertaba de un análisis sobre la histórica situación del país. De ahí también el interés de Guatemala por romper relaciones con la España franquista y en sustituir a México como receptor de inmigrantes republicanos (Taracena, 2017). También su prohibición a permitir el funcionamiento de un partido comunista local y la expulsión de comunistas salvadoreños en 1945. Eso creó una alineación de intereses entre el nuevo gobierno revolucionario y Estados Unidos, la cual se concretó en varias iniciativas. Una de ellas fue alrededor de la presencia de capital alemán en el país. La postura respecto a este tema se convirtió en una importante moneda de cambio en la relación con Estados Unidos.
Si bien el dictador Jorge Ubico Castañeda (1931-1944) había llegado al poder con apoyo de Franklin D. Roosevelt, una vez iniciada la segunda guerra mundial se mostró ambiguo, con sutiles acercamientos a los países del Eje (Grieb, 1971),9 lo cual coincidió con la decisión de Roosevelt de dejar atrás su política del “Buen Vecino” y pugnar por remover la influencia alemana en el continente. Guatemala, el país centroamericano en el cual los alemanes eran más fuertes, fue particularmente presionado (Domke, 1945; Friedman, 2003; Rippy, 1947; Taylor, 1948;). Las “listas negras” que emitió Estados Unidos crearon un efecto psicológico en el gobierno, no sólo por las repercusiones que tendrían en las rentas públicas y el capital circulante, sino por posibles expropiaciones y deportaciones (Friedman, 2003, pp. 61-66).10 Ubico intentó mantener cierta autonomía ante las presiones, pero esta fue demasiada. La deportación de alemanes y guatemalteco-alemanes inició en diciembre de 1941 y para junio de 1942 se decretaron las primeras medidas para expropiar propiedades.
La caída de Ubico, en julio de 1944, puso pausa a las medidas, pero para 1945 era claro que el gobierno de Arévalo seguiría lo iniciado. El gobierno anunció varias medidas: la expulsión de simpatizantes del nazismo, un programa de repatriación de germano-guatemaltecos y la preparación de leyes de expropiación. El gobierno de Arévalo lo enmarcaría en las reclamaciones por concepto de guerra en contra de Alemania y “los antiguos adoradores del Führer”, como los llamó el canciller Muñoz Meany en privado.11
Con cuatro meses en la presidencia, Arévalo anunció que tenían una “lista dura” de 63 alemanes que expulsarían a campos de concentración en Estados Unidos, para luego ser intercambiados como prisioneros de guerra.12 Esa lista había sido parte de una negociación entre el embajador estadunidense, Edwin J. Kyle, y el gobierno de Guatemala. Acerca de esta negociación, Kyle resaltó el empecinamiento guatemalteco de incluir más nombres de los que sugería el Departamento de Estado tras un acuerdo con la Foreign Office británica.13 Para entonces se habían expulsado a 558 alemanes y germano-guatemaltecos (Berth, 2018, p. 326; Friedman, 2003, p. 117).
Mientras tanto, el gobierno guatemalteco negociaba parámetros para permitir el retorno de guatemalteco-alemanes. París era el punto de salida de todas las personas que deseaban partir a América Latina, una vez que los Aliados comenzaron a relajar las medidas de salida de Europa. En el reglamento de retornados negociados entre la cancillería guatemalteca y Estados Unidos,14 los alemanes con esposa e hijos guatemaltecos (categoría D) tenían permiso de regresar con ciertas restricciones.
Este fue el caso de Walter Lottman, simpatizante del nacionalsocialismo y expulsado del país en 1941. Lottman llegó a ser parte de la ascendente firma Köper, Lottman & Co. El principal dueño de la empresa, Fritz Koeper, había sido repatriado a Alemania en julio de 1943 y era parte de una lista especial de personas que tenían prohibido regresar. Lottmann tuvo más suerte. Luego de años en Alemania, finalmente se acercó a la embajada de Guatemala en París, en abril de 1948, solicitando un salvoconducto para regresar a América.15 El gobierno de Arévalo otorgaba un préstamo al solicitante para costear su viaje, y a cambio este se comprometía a “no realizar propaganda antidemocrática”, no participar en actividades políticas y reintegrar en su totalidad el dinero prestado.16
Pese a los casos como el de Lottmann, la prioridad para Guatemala eran las mujeres, alemanas o guatemaltecas, con hijos nacidos en el país. El anticipo de fondo en estos casos era la regla, muchas veces llegando a plantear garantías hipotecarias sobre sus propiedades, como queda claro en las actas de la embajada en París.17 En un caso, la italiana Roberta Battaglia, viuda de un alemán y con hijos guatemaltecos, tuvo que empeñar varias propiedades al gobierno para poder costear su retorno.18
En el momento en que la embajada guatemalteca en Francia tenía esta solicitud formal firmada, pasaba a cabildear con el cónsul estadunidense en París, Gerald A. Drew, y con la Prefectura de la Policía en París para lograr visas de tránsito y visados temporales de salida hacia América.19 En una carta personal, Muñoz Meany narraba la “empresa de romanos que es vencer la resistencia de las autoridades de las cuatro zonas de ocupación para sacar a nuestros compatriotas”, logrando una “hermética fortaleza feudal”. Las demoras llegaban a ser de meses, y en casos de años. Algunas personas decidían llegar a París clandestinamente por la noche, sin dinero ni pertenencias. Muñoz criticaba a Estados Unidos, “que se han llevado a millares de técnicos alemanes y niegan el visado a infortunadas mujeres y niños”. Muchas veces la embajada guatemalteca debía cabildear con otros países como Brasil y Venezuela para permitir el trasbordo temporal de las personas repatriadas, esperando “mejores condiciones”.20 Muñoz fue clave para que muchas personas pudieran regresar a Guatemala, como se ve en las cartas de agradecimiento que recibió.21
Pero no todos los casos tenían la misma suerte. El caso de Paul Schaeffer Froeder es ilustrativo al respecto. Las propiedades de Schaeffer habían sido incluidas en las Listas Proclamadas que emitió Estados Unidos durante la guerra, por lo que fue enviado a Alemania en octubre de 1943, tras su paso por un campo de concentración. Schaeffer era representante de la opulenta firma financiera y comercial Laeisz & Co., con sede en Hamburgo (Wagner, 1991, pp. 329-331), y aunque no era nazi, había votado a favor de la anexión de Austria en 1939. Schaeffer estaba casado con la guatemalteca Julia Velásquez Günther y tenían tres hijos guatemaltecos. En una carta para Muñoz Meany de septiembre de 1945, su cuñado, Alberto Velásquez Günther, le hacía una “súplica privada” al embajador para encontrar a Schaeffer, quien unos meses antes había hecho una nota de radio en Berlín buscando información sobre sus hijos, quienes vivían en Alemania.22 Velásquez escribió una nueva carta en junio de 1947, anotando que había dado una suma de 700 dólares a la embajada de Guatemala en Londres para costear el regreso de su cuñado.23 La embajada estaba dirigida por el general Miguel Ydígoras, líder de la oposición, quien luego fue señalado de estafar con pasaportes ilegales a personas como Velásquez (Berth, 2018, p. 387). Finalmente, Schaeffer llegó a París en 1948, donde firmó el acta correspondiente sobre las condiciones de su retorno, llegando a Guatemala en mayo de ese año.24 El acta incluía una cláusula en la que se negaba a plantear una demanda en caso de que el Estado de Guatemala interviniera sus bienes.
Por entonces, el gobierno afinaba, en consenso con el Congreso, las medidas de expropiación. Para inicios de 1947 el gobierno ya había expropiado 74 propiedades, las cuales representaban más de 1.1 millones de dólares. En marzo de 1948, Arévalo inició las gestiones para una ley más abarcadora y con coherencia interna que expropiara los “emporios económicos extranjeros dentro de territorio nacional”. Eso se logró finalmente con el polémico decreto 630 a inicios del siguiente año. Varias propiedades de Schaeffer fueron expropiadas.25 Esas tierras públicas pasaron a ser repartidas a partir de 1952 con la reforma agraria del gobierno de Jacobo Arbenz.
LA POLÍTICA CENTROAMERICANA
Mientras el gobierno de Guatemala era reacio a permitir la inmigración de alemanes, el país recibía decenas de exiliados políticos centroamericanos. Desde octubre de 1944 inició lo que la embajada de México en el país llamó una hospitalidad al “éxodo de exiliados centroamericanos hacia ciudad de Guatemala”.26 El gobierno también hacía lo suyo. Según dijo el presidente Arévalo frente al Congreso en su primer informe de gobierno, fomentarían “una política de aniquilamiento definitivo de las dictaduras” en la región.27 La agresiva política de intervención de Guatemala hacia sus vecinos era, de hecho, una tradición de la cultura política centroamericana, como se dejó claro páginas atrás.
Con este trasfondo, lo estratégico para Guatemala era preocuparse por sus fronteras: Honduras y México, luego que lograran neutralizar a Salvador Castañeda en El Salvador (Krehm, 1984, p. 74; Leonard, 1984, pp. 56-57).28 El dictador hondureño, Tiburcio Carías, fue el que más problema le trajo al gobierno de Arévalo, en parte por su sólida alianza con su par en Nicaragua. No es sorpresa que la revolución guatemalteca generara tensiones inmediatas. En octubre de 1945 el embajador guatemalteco en Tegucigalpa denunció que a través de la valija diplomática de funcionarios hondureños se estaban trasladando armas de Estados Unidos para los exiliados guatemaltecos.29 En no más de una ocasión la embajada guatemalteca en San Salvador había alertado sobre el trasiego de armas para exiliados patrocinados por el general Carías. Eso obligó a romper relaciones con Honduras, sin que este país publicara reacción alguna.30
México, por su lado, había sido históricamente hogar de exiliados, siendo su frontera particularmente activa en ataques armados (Castillo, Toussaint y Vázquez, 2011). Guatemala pidió continuamente apoyos a México, y aunque los gobiernos de Manuel Ávila Camacho y Miguel Alemán estaban más a la derecha de Lázaro Cárdenas, los concedieron en lo mínimo. El canciller mexicano, Jorge Torres Bodet, hizo lo necesario para evitar tensiones con Guatemala: aseguró que no alentaría ataques contra el país,31 promocionó un resguardo conjunto de la frontera,32 y apoyó con cierta cautela la coordinación de una política regional en contra de las dictaduras.33
Si Guatemala no recibió ataques en sus primeros años de democracia fue, en parte, por el importante papel que desempeñó la estrecha relación que había logrado el gobierno de Arévalo, a través de su embajador en Washington, Jorge García-Granados, con el subsecretario de Estado para Asuntos de las Repúblicas Americanas, el polémico Spruille Braden. El subsecretario era un diplomático y un empresario minero con acciones en grandes corporaciones. Tras su paso por Cuba, Colombia y Argentina, Braden fue señalado por su intervencionismo, siendo el más polémico el que dirigió en contra de Juan Perón (McConahay, 2019, p. 9; Schwartzberg, 2003, pp. 5-8). En los dos años que estuvo en su puesto, Braden promovió una pasiva intervención en contra de las dictaduras, en sintonía con la postura guatemalteca.
Esta corriente se agotó tras la llegada del general George Marshall como secretario de Estado, en 1947 (Gray, 2011, pp. 216-218; Merril, 2006; Schwartzberg, 2003, pp. 81-84). Braden había frenado por años ventas de armas para los países latinoamericanos, pero una vez que Marshall y el Congreso presionaron, no tuvo otra opción más que renunciar.34 Eso marcó el fin de una política liberal y anticomunista del Departamento de Estado, el cual se basaba en la idea de promover gobiernos democráticos y clases medias fuertes como respuesta al comunismo (Leonard, 1984, pp. 10-11; Schwartzberg, 2003, pp. 5-8).
La salida no pudo venir en peor momento. Bajo la sombra de Braden, Guatemala venía apoyando la construcción de un espacio de confluencia entre gobiernos democráticos, exiliados y buscafortunas. El objetivo era invadir y derrocar las dictaduras centroamericanas y del Caribe. Uno de los casos más conocidos fue el de Cayo Cofintes, una invasión a Leonidas Trujillo en República Dominicana, del cual en los últimos años se ha escrito desde fuentes cubanas y dominicanas (Ameringer, 1996; Ferrero y Eiroa, 2016; Moulton, 2017; Prados, 2020).
Las fuentes guatemaltecas y mexicanas muestran información complementaria. Contrario a lo que se plantea en estos recuentos, el apoyo de Guatemala al derrocamiento de Trujillo se inició en 1946. En una carta de un enviado especial de Arévalo a La Habana, el nicaragüense Juan José Meza, se narraban las “largas entrevistas con nuestros amigos”, el desarrollo de los planes militares y el papel que se pedía de Guatemala. Este redundaba en facilitar instalaciones para despegue y asistencia técnica. Tras el regreso de Meza vía México, el embajador guatemalteco en ese país recibió una carta de Arévalo: pedía “absoluto secreto” y garantizaba personal e infraestructura para los ataques.35
Las pláticas fueron lentas y fue hasta mediados de 1947 que tomaron seriedad, justo en las semanas en que Braden salía del Departamento de Estado. En el ínterin Arévalo había comprado armas a la Argentina de Perón, donde había vivido exiliado, con dinero del empresario dominicano Juan Rodríguez (Ameringer, 1996, p. 34; Ferrero y Eiroa, 2016, p. 182). El escritor dominicano Juan Bosch le aseguró a Arévalo el apoyo de Cuba, quien buscaba “la limpieza inmediata de su vecindad”, y Arévalo mismo aseguró armas y dinero de la Venezuela de Betancourt.36 A fines de julio de 1947, el dominicano Enrique C. Henríquez, parte de la operación armada, le escribía a Arévalo en excelentes términos sobre la perspectiva de la invasión. Decía que “estaban soberbiamente preparados desde todo punto de vista”, algo que, como se sabe ahora, era falso (Ameringer, 1996).37 Arévalo lo sospechaba, y por esos días envió al exministro de Educación, Manuel Galich, para una misión especial. En su reporte confidencial, Galich dijo que los espacios de reunión estaban saturados de “orejas” dominicanos, insistiendo en que “no se ha guardado ninguna reserva. Los preparativos son cosa pública”.38 El embajador guatemalteco en La Habana, el médico Arturo A. Rivera, era de la misma opinión. Decía que pese a que “el gobierno americano continúa ‘ignorando’ los movimientos contra Santo Domingo” y el cubano “se está haciendo el dormido”, tenía información de que el jefe del ejército, el general Genovevo Pérez Dámera, tenía un trato con Dominicana.39 Pérez Dámera fue, a final de cuentas, el que invadió la finca donde los exiliados guardaban una parte de sus armas, luego de fuertes presiones del renovado Departamento de Estado, condenando la empresa al fracaso.40
El intento de invasión no logró derrocar a Trujillo, y lo que provocó fue una carrera armamentista de este de cara a invadir Venezuela y dar apoyos para que cayera Arévalo en Guatemala, según corrían los rumores en Washington.41 En una carta de Rómulo Betancourt para Juan José Arévalo, el presidente venezolano informaba sobre las “gestiones conjuntas de Cuba y Venezuela ante Brasil para detener” un gran embarque de armas vendidas a Trujillo.42 El dictador dominicano también había asegurado armas de Estados Unidos, según informó la embajada mexicana en Santo Domingo,43 y del gobierno de Gran Bretaña. Es importante resaltar este apoyo, ya que, como se verá, Gran Bretaña estaba en medio de un conflicto con Guatemala sobre el territorio de Belice. En un informe de la Oficina Exterior británica, justificaban la venta de armas por la “necesidad vital” que tenía para la economía británica, aún recuperándose de la guerra.44 Además, afirmaban, ayudaría a que Arévalo y sus “afiliaciones comunistas” salieran del gobierno.45
Lo que siguió a la fallida invasión fue un conflicto diplomático en torno al regreso de las armas a suelo guatemalteco. Rivera, el embajador guatemalteco en La Habana, informó que “bastante se ha extraviado” y del resto había que esperar a que el tribunal que llevaba el caso “ordenara la devolución”.46 Arévalo urgió a presionar a los cubanos para la devolución, debido a la “necesidad imperiosa” tras el levantamiento que se daba en Costa Rica en marzo de 1948 con apoyo guatemalteco.47
Sobre el apoyo guatemalteco al costarricense José Figueres para derrocar a Teodoro Picado luego del pacto de diciembre de 1947 entre exiliados centroamericanos y caribeños, se han escrito varias páginas (Ameringer, 1996; Bell, 1971; Gleijeses, 1989; Lehoucq, 1991; Longley, 1997; Moulton, 2017). Basta en este espacio puntualizar algunos aspectos. La relación entre Guatemala y Costa Rica durante Arévalo había sido cordial, según se desprende de la correspondencia del embajador guatemalteco en San José.48 El problema principal era la relación del presidente Teodoro Picado con Somoza, quien conspiraba continuamente contra Guatemala. Una vez en marcha la insurrección liderada por el exiliado costarricense José Figueres como respuesta al fraude de febrero de 1948, esa ambigüedad se esfumó. Arévalo decidió apoyar a los insurrectos, sabiendo que el gobierno de Picado se sostenía con apoyo de Vanguardia Popular (comunista). Eso le daría un peso para lograr el apoyo estadunidense, como terminó pasando.49 José Figueres mantuvo una constante comunicación con Arévalo para agradecerle por el apoyo y pedirle más material bélico.50 A decir de la embajada mexicana en San José, Figueres “inundó de mensajes y peticiones a Arévalo”.51 Una vez que llegó la victoria militar de Figueres y de las tropas de la llamada Legión del Caribe, en ciudad de Guatemala hubo una cena oficial con invitados especiales, incluido el nuevo canciller costarricense, Benjamín Odio.52
Como es ahora sabido, una invasión de Somoza, tensiones alrededor de Figueres y su decisión de buscar apoyo multilateral hicieron que desistiera del acuerdo con Arévalo y los otros exiliados para invadir Nicaragua (Alemán, 2013; Gould, 1992; Ugalde, 2020). Estados Unidos presionó a Guatemala para cesar su apoyo y una comisión interamericana fue enviada para neutralizar el conflicto y evitar que escalara. Ese fue el fin de las aventuras guatemaltecas en la región.
GRAN BRETAÑA Y LA CUESTIÓN DEL COLONIALISMO
La crítica de Guatemala a las dictaduras de la región se combinó con una postura anticolonial. Debido a su conflicto directo por el territorio de Belice se transformó en una política antibritánica, la cual era parte de la cultura política del país, desde la pérdida del territorio en el siglo XIX. Belice cobró de nuevo notoriedad con la segunda guerra mundial, con las pláticas entre el dictador Jorge Ubico y el gobierno nazi en 1940 (Brendon, 2008; Darwin, 2009, p. 561; Grieb, 1974; James, 1994, pp. 529 y 534). La caída de Ubico en julio de 1944 y la inminente victoria de los Aliados no hicieron que el tema de Belice desapareciera. La nueva Asamblea Nacional Constituyente le dio una prioridad constitucional en marzo de 1945, urgiendo al nuevo presidente a hacer lo posible por recuperar el territorio.53 Eso enmarcó la postura del gobierno de Arévalo, quien en el primer año, puso énfasis en enviar el caso a la recién estrenada Corte Internacional de Justicia (CIJ), algo que los británicos rechazaron.54
Al mismo tiempo, Arévalo planteó una “conexión espiritual y de propaganda pro-Belice”, enviando misiones especiales a países clave de América Latina.55 Desde 1946 las embajadas guatemaltecas empezaron a enviar reportes de sus resultados. Una carta de la embajada en Santiago de Chile, que se disputaba un sector de la Antártida con Gran Bretaña, hablaba de las charlas en universidades, y del apoyo que recibían del rector de la Universidad de Concepción.56 Desde Lima se informó de reuniones con el presidente de la Cámara de Diputados, Fernando León Vivero, y del apoyo que recibieron del futuro presidente peruano, Fernando Belaúnde, para organizar conferencias. El embajador en Perú le planteó a Arévalo “no desperdiciar ninguna coyuntura” para sacar a luz el tema.57 Desde Buenos Aires, un país que peleaba las Malvinas, el escritor y embajador Flavio Herrera informó que la publicidad guatemalteca recibía bloqueos de negocios ingleses, que amenazaban con reducir pautas a los periódicos argentinos.58 Pese a eso, un posterior embajador decía que “Argentina es un campo fértil que debe ser trabajado intensamente por la propaganda”.59 Ese campo fértil no se notaba en Brasil, donde el embajador guatemalteco remarcaba la “gran indiferencia” con que se recibía el tema.60 Y en México, por último, se resaltaba una colaboración “amplísima y entusiasta” de la prensa sobre el tema, a sabiendas que el país reclamaba la parte norte de Belice desde el siglo XIX.61
La diplomacia británica seguía de cerca estos movimientos, haciendo lo necesario por frustrarlos. El embajador guatemalteco en Santiago de Chile informó que el nuevo embajador británico, John Hurleston Leche, empezaba a ser un “estorbo y un obstáculo a que se erija Chile en foco de la propaganda y defensa de nuestros derechos sobre Belice”.62 De hecho, Leche había sido embajador en Guatemala durante los últimos años de la guerra, donde vio cómo escaló la postura oficial de Arévalo. Eso llevó a una caracterización crítica sobre su gobierno. Un informe consideraba al gobierno de “irresponsables y sin balance”, mientras otro describía a Arévalo “con marcados signos de megalomanía”, y al entonces canciller, Muñoz Meany, como “emocional, excitable y sin restricciones”.63 Pese a eso, los británicos debatieron en 1945 activamente ceder a las presiones guatemaltecas, sobre todo por el escaso apoyo que encontraban en Estados Unidos, quien mantenía aún una postura rooseveltiana anticolonial64 (Leuchtenberg, 2009).
Dicha postura se fue diluyendo mientras los intereses británicos y estadunidenses se empataban en la Europa y Medio Oriente de la posguerra, a lo largo de 1947. Uno de los temas más polémicos de esta alianza para Gran Bretaña fue su posición frente a Palestina. En la segunda mitad de 1947 comenzaron a tomar importancia las pláticas en la ONU sobre el tema. Guatemala aprovechó la oportunidad para continuar con su crítica antibritánica.
Según Taracena (1998, p. 6) , el tema de Israel dentro de la política exterior guatemalteca surgió de pláticas personales impulsadas por Isaac Weissman, judío guatemalteco nombrado por Arévalo como delegado en Portugal y España, el comerciante Eric Heinemann, y Jorge Neumann con Muñoz Meany y Jorge Arirola, enviado en 1945 como embajador en Portugal (Arévalo, 2008, p. 328). Los diplomáticos guatemaltecos promovieron la formación de un Comité proPalestina en el país, y buscaron resaltar el tema en los países donde estaban asignados. Frente a un grupo de organizaciones zionistas en París, por ejemplo, el ahora embajador en Francia, Muñoz Meany, afirmó la necesidad de dar a los judíos “su patria milenaria” para salir del “imperialismo egoísta” de los británicos, en control del territorio desde la Declaración de Balfour en 1917 (Brendon, 2008, p. 483).65 Llegada la formación de un Comité especializado en la ONU, Arévalo nombró a Jorge García-Granados para representar a Guatemala en las sesiones.66 Aunque polémico, su papel fue importante (Taracena, 1998). Ahí, García-Granados fue escogido como parte del Comité Especial (García-Granados, 1948). Según las Actas oficiales del Comité, Guatemala peleó por una partición israelita y palestina con unión económica.67 La delegación estadunidense, liderada por John F. Dulles, criticó internamente a finales de 1947 a García-Granados por sus continuas consultas con las “agencias judías”.68 Los británicos, dando un paso más, lo llamaron “un zionista inescrupuloso”, y sugerían que recibía dinero de parte de las organizaciones judías que lo apoyaban.69
En una carta que escribió a Arévalo, García-Granados confesó que había recibido de fuentes zionistas contratos para un libro y para realizar conferencias por tres meses, además de cursos de verano en universidades y el alojamiento en un apartamento en Park Avenue, en Nueva York.70 Tanto el interés personal de García-Granados como la postura de Guatemala, en todo caso, permitieron que el país abanderara la propuesta que fue finalmente votada en mayo de 1948 para la creación del Estado de Israel.
La molestia británica tuvo repercusiones para Guatemala. Desde finales de febrero de 1948 los británicos enviaron al menos tres buques de guerra, atiborrados de Marines Reales, hacia las costas de Belice. La razón era los rumores sobre una posible invasión guatemalteca con apoyo de oficiales retirados del ejército mexicano, pero en el fondo la medida de fuerza era un llamado de atención sobre la postura británica acerca de sus posesiones en América, buscando que argentinos y chilenos se sintieran aludidos. Una importante minuta de la Oficina del Exterior, vuelta política exterior para el continente americano, enfatizaba a inicios de 1948 que era necesario revisar su política sobre Belice. Gran Bretaña, según el informe, corría un riesgo si cedía el territorio, lo que sentaría un “precedente insatisfactorio en disputas similares”, en una alusión a las disputas con Chile y Argentina, por lo que debían mantenerse firmes para no mostrar ninguna “debilidad”.71 Dentro de esa postura es que se entiende el envío de buques de guerra a las costas beliceñas, mencionado atrás.72
La demostración de fuerza inglesa provocó un generalizado rechazo de diferentes partes del mundo y mostró la capacidad de maniobra de la diplomacia guatemalteca y el alcance del trabajo de sus misiones especiales. Una de las más sentidas críticas que recibieron los británicos fue del periódico estadunidense New York Times, que su embajador en Washington explicó por la “influencia judía detrás del periódico”, y debido a la política que llevaban sobre Palestina.73 El Senado argentino fue de los primeros en mostrar su apoyo, aunque en privado el gobierno de Perón pidió cautela a los medios.74 Al mismo tiempo, un acuerdo entre Argentina y Chile activó maniobras navales cerca de las posesiones británicas, lo que llevó a un mariscal de la Fuerza Aérea Real a catalogarlos “chacales” y a un diputado laborista a insultar a diplomáticos de ambos países, según el embajador mexicano en Londres.75 El gobierno salvadoreño de Castañeda y de Carlos Prío en Cuba también mostraron su apoyo, basados en la “dignidad centroamericana”.76
Según los registros consultados, Guatemala nunca tuvo una intención real de invadir Belice. Su reacción entonces fue de sorpresa y de improvisación. Por un lado, buscaron presionar financieramente a Estados Unidos y diplomáticamente a Inglaterra, mientras esperaban cabildear un apoyo multilateral latinoamericano de cara a la IX Conferencia Internacional Americana en Bogotá. Con esto buscaban lograr un acuerdo que diera una solución parcial al problema.
En efecto, Guatemala anunció el cierre de su frontera con Belice hasta el retiro de los barcos ingleses, lo que afectó a las empresas estadunidenses madereras y de producción de chicle. En un informe del embajador estadunidense en Guatemala, se dijo que la empresa Weiss-Fricker Mahogany Co. estaba reportando pérdidas de varios miles de dólares diarios.77 Al mismo tiempo, implementaron un aislamiento del embajador británico en el país, Wilfred Galliene. Eso incluyó el apoyo a manifestaciones de estudiantes y activistas frente a la sede diplomática británica, y un concertado interés por evitar que Galliene participara en las actividades oficiales en las que sí participaba el resto del cuerpo diplomático. Incluso el médico de cabecera de Galliene se sumó al ostracismo, mientras el gobierno expulsaba del país a todos los periodistas británicos acusados de espías.78 Galliene era de la opinión de que, aunque era desagradable ser el “enemigo público no. 1”, le satisfacía molestar a los guatemaltecos.79
Mientras tanto, entre los diplomáticos guatemaltecos y Arévalo se debatía sobre el acercamiento que mejor les representaría una victoria, al menos parcial. En una carta de Arévalo al nuevo embajador guatemalteco en Washington, su primo, el abogado Ismael González Arévalo, subrayaba la necesidad de modificar el texto constitucional que le exigía recuperar todo Belice, para así proponer una devolución parcial del territorio. La idea había sido discutida en 1947 con Spruille Braden, sin entrar a detalles. En esa ocasión, también se informó por primera vez a Estados Unidos del interés guatemalteco en tratar el tema del colonialismo en la siguiente Conferencia Interamericana (Bogotá), en 1948. Pero con la salida de Braden del Departamento de Estado, cualquier tipo de apoyo quedó en el aire.80
Marshall se hizo cargo de disipar cualquier duda. Desde finales de marzo de 1948 oficiales estadunidenses aseguraron a sus pares británicos que su país no apoyaría la postura guatemalteca en Bogotá, mientras sugerían al canciller guatemalteco evitar tocar el tema.81 De hecho, la solución consensuada para el retiro de los barcos ingleses de la costa beliceña y la consecuente apertura de la frontera con Guatemala, no incluyó ningún apoyo o promesa de intervención a favor de Guatemala. Al contrario, por esos días, un memo de Marshall para todas las embajadas en América Latina hizo explícito que su país no apoyaría a Guatemala en Bogotá.82 Estaba por verse en qué medida lo lograría.
BOGOTÁ Y LA AGENDA GUATEMALTECA
El papel del Departamento de Estado durante la segunda guerra mundial en sancionar las propiedades alemanas encontró sintonía con la política exterior y confiscatoria del gobierno de Arévalo. El inicial apoyo a la política intervencionista de Guatemala dio luz verde a las primeras invasiones a países vecinos y evitó ataques en su contra. Pero para la segunda mitad de 1947, ese apoyó parecía esfumarse, tras la fallida invasión de Cayo Confites, el tono anticomunista de la guerra civil costarricense, y la falta de apoyo ante las reivindicaciones sobre Belice. Este proceso de cambios fue lento y afectó a los diferentes niveles de la estructura diplomática estadunidense.
El giro completo de Estados Unidos se vio de manera transparente con la Conferencia Interamericana en Bogotá, iniciada en abril de 1948. Ahí, Guatemala buscaba posicionar su agenda, la cual se centraba en la intervención frente a los gobiernos autoritarios y el colonialismo en el continente. Para Guatemala, el multilateralismo que representaban las conferencias interamericanas era central, como valor y como elemento de su estrategia política. Sobre el primero, en un informe de la Cancillería de 1946 se decía que el país debía dejar atrás la “vieja teoría” de la soberanía de los Estados y abrazar la “interdependencia de todos”.83 La postura empataba con su estrategia: como un país pequeño y débil, el multilateralismo le permitía la oportunidad de crear contrapesos y balances favorables para que sus posturas tuvieran mayores repercusiones, como se vio con el tema de Israel. Pero el multilateralismo no podía contrarrestar, en dado caso, una oposición firme de Estados Unidos, sobre todo en la arena interamericana. En cualquier caso, para Arévalo, la conferencia interamericana de 1948 representaría “la gran batalla” y el papel que Estados Unidos tomara sería central.84
Respecto al colonialismo, tanto Guatemala como Gran Bretaña presionaron a su manera a Estados Unidos por apoyo. Desde febrero de 1948 la Oficina del Exterior británica pidió a su embajador en Washington que buscara apoyos para sacar el tema de la agenda de Bogotá. El Departamento de Estado le aseguró que así sería.85 Eso equivalía a rechazar los pedidos de Arévalo buscando su apoyo para su postura anticolonial. Estados Unidos tampoco apoyó el reclamo guatemalteco, que señalaba el envío de buques de guerra como una violación del Tratado de Río, proclamado meses atrás en la última conferencia interamericana (Sessions, 1974).86
Arévalo se enteró de las negativas estadunidenses hasta inicios de abril de 1948, cuando su nuevo embajador en Estados Unidos le informó que el país buscaba que el centro de la agenda fuera la lucha anticomunista, por lo que pedían que se retirara de la agenda; Arévalo se negó.87
Guatemala tendría que valerse entonces del apoyo del resto de los países latinoamericanos para impulsar su agenda, algo por lo que había estado trabajando con sus misiones especiales desde 1946. México no estaba interesado en enemistarse con los británicos sobre Belice, buscando navegar bajo la sombra de Estados Unidos. El canciller mexicano, Jorge Torres Bodet, así lo informó a Londres. Aunque eso no negó su apoyo a aspectos de la iniciativa.88 Guatemala esperaba mucho de Chile y Argentina debido a su interés por recuperar sus propios territorios en disputa. Arévalo recibió una carta de su embajador en Estados Unidos a fines de marzo de 1948 informándole que ambos países buscarían “que seamos como conejillo de indias”. De hecho, Chile le aseguró por esos días a Londres que la instrucción en Bogotá era no asociarse con la propuesta guatemalteca, pues la postura de Chile iba en sintonía con su giro anticomunista, visto meses después con la proclamación de la llamada “Ley Maldita”, la cual rompía la alianza oficialista con el Partido Comunista Chileno.89 El mismo compromiso recibieron los británicos de Trujillo y de Eurico Dutra en Brasil.90
Guatemala sí contó con un apoyo irrestricto de Venezuela, quien presentó en la Conferencia un “discurso anticolonial agresivo”, según los observadores británicos.91 Muñoz Meany solicitó a Arévalo que la delegación costarricense “reciba instrucciones de su gobierno” para “actuar en la línea de nosotros”. Y dijo que de Argentina se podía esperar poco, debido a los traspiés del canciller Juan Bramuglia, tras manifestar simpatías a Franco, lo que restaría apoyos del resto de los países.92
El debate sobre el tema de las colonias en la Conferencia fue largo, terminando con la formación de un grupo de trabajo, en el que se incluía a Guatemala, y que redactaría el texto de la resolución, y de otro que le daría continuidad al tema.93 El texto propuesto por el grupo de trabajo ganó en votación de 21 contra 17, con algunas abstenciones.94 A decir de Muñoz Meany, los votos a favor hubieran sido mayores, pero el estallido del “Bogotazo” generó moderación en algunos delegados “y la oposición a nuestros puntos de vista”, considerados de izquierda, “fue mucho más recia”. Muñoz también informó que su delegación rechazó una transacción estadunidense: un texto “excesivamente tibio” pero con unanimidad. Al contrario, Guatemala apoyó una “fórmula enérgica, enfática y terminante sobre abolición del coloniaje”, después de señalar que “potencias imperialistas” navegaban “hostilmente en aguas americanas”, en alusión a los buques estacionados en Belice.95 Sin embargo, los británicos llamaron al texto “comparativamente inocuo”, sintiéndose satisfechos por la ausencia de acciones directas. A su juicio, era una victoria.96 Así fue.
Respecto a las dictaduras en el continente, el tema venía trabajándose desde la reunión en Chapultepec en 1945, pero pese a los apoyos, sobre todo de Uruguay, según Arévalo “no hubo un ambiente propicio para la adopción continental de la tesis” (Schwartzberg, 2003, pp. 60-69).97 Guatemala y Ecuador plantearon en Bogotá que la Conferencia acordara el no reconocimiento de regímenes antidemocráticos, vistos como una “sangrienta burla a los principios democráticos”.98 Estados Unidos planteó que la resolución debía incluir un apartado que declarara que la continuidad de relaciones diplomáticas no implicaba una aprobación de las políticas internas del gobierno.99 Estados Unidos también presionó por incluir la amenaza comunista en el continente, a lo que Muñoz Meany reaccionó diciendo que la mejor forma de combatir el comunismo era con “acciones democráticas y no con medidas de persecución policiaca”, y que debía mencionarse a “todo totalitarismo”, incluido el franquismo.100 El resultado, el numeral 23 del acta constitutiva de la OEA, incluyó ambas propuestas, en una fórmula que no brindó satisfacción a los guatemaltecos. Así se esfumaron las oportunidades guatemaltecas para darle una solución a ambos temas.
Un rompimiento con Estados Unidos fue cada vez más visible con la llegada del nuevo embajador enviado por Truman en mayo de 1948, el empresario Richard Patterson, que tenía fama de anticomunista, por lo que no sorprende que los británicos hayan mostrado satisfacción con su nombramiento.101
CONCLUSIONES
Me gustaría subrayar tres aspectos que considero relevantes. El primero es acerca de las trayectorias de la geopolítica guatemalteca. La definición de las posiciones políticas de su diplomacia estaba nutrida por las herencias históricas llegado el final de la segunda guerra mundial. Guatemala construyó su estrategia a partir de este conjunto de posiciones geopolíticas definidas históricamente en el largo plazo, según su papel en la dinámica del istmo y del Caribe. Algunas de estas tradiciones tenían un origen colonial, como el tema centroamericano. Otras se referían a las huellas que dejaron las disputas imperiales europeas en el siglo XIX, como la presencia británica en el Caribe y el predominio alemán en la economía cafetalera. Sus posturas tampoco eran del todo novedosas. Compartieron con la dictadura de Ubico el rechazo británico y la desconfianza hacia Estados Unidos, pero se distanciaron del catolicismo falangista y abrazaron el multilateralismo como modo de cooperación y gobierno global y regional.
El segundo punto es que, vista en su conjunto, es transparente que la política exterior guatemalteca se valió de un consenso con otros países latinoamericanos, en lo que parece una geopolítica continental activa y cambiante que no dependía necesariamente de Estados Unidos. Fundamentales fueron las relaciones con Cuba, México, Argentina y Venezuela. Profundizar en estas relaciones a partir de archivos diplomáticos y personales es una tarea pendiente.
El tercer punto radica en los cambios que provocaron para la agenda diplomática guatemalteca los giros de Estados Unidos con la guerra fría. Su agenda se valió de un set de alianzas para lograr sus objetivos. Entre estos apoyos estuvo siempre Estados Unidos, sobre todo de 1945 a junio de 1947. En ese margen de tiempo se observa la sintonía entre los dos países sobre el tema alemán y la crítica a las dictaduras y al colonialismo. Por su peso político y militar el apoyo de Estados Unidos resultaba en ciertos momentos fundamental. Así, Guatemala resintió la falta de apoyo luego de junio de 1947 a sus proyectos, como se observó con el tema de Belice y las fallidas invasiones a Dominicana y Nicaragua. No hay duda que los cambios diplomáticos de Estados Unidos para América Latina y Guatemala se expresaron solamente luego de los nuevos nombramientos en los diferentes estamentos de la burocracia diplomática. La llegada de Marshall al Departamento de Estado a inicios de 1947, la salida de Spruille Braden, y la remoción del embajador Edwin Kyle meses después son ejemplos claros del paulatino quiebre de la amistosa alineación que había logrado Guatemala con Estados Unidos. Usualmente se relaciona guerra fría y Estados Unidos con gobiernos autoritarios nacionales. El caso de Braden y Kyle muestran un matiz importante. Previo a la paranoia anticomunista conservadora, los llamados “Cold War Liberals” lideraron una respuesta democrática (aunque intervencionista) al anticomunismo, algo que se perdió con la Doctrina Truman y, aún más, con la llegada de los hermanos Dulles de la mano del general Eisenhower (Kinzer, 2013).