Una observación que se desprende de la lectura de El largo curso de la economía mexicana es que carece explícitamente de un enfoque teórico-conceptual. Pero si se contextualiza este libro con base en uno de los trabajos más destacados de Eric Reinert (2007), se tiene que, para el caso mexicano, algunos elementos sugeridos por el economista noruego se encuentran en la obra de Enrique Cárdenas. Cabe enunciar tres aspectos que coinciden entre ellos: 1) La historia económica es una privilegiada fuente para entender algunos de los problemas socioeconómicos por los cuales ha atravesado México, especialmente en momentos tan críticos como los actuales; 2) la visión evolutiva resulta pertinente de acuerdo con el enfoque analítico derivado del pensamiento de Joseph A. Schumpeter y 3) nutre la memoria de varias generaciones de diseñadores de políticas públicas, tanto a nivel nacional como regional, con el objetivo de no olvidar el pasado y dudar del aparente éxito de fórmulas mágicas que de la noche a la mañana nos emplazarían como un país rico, desarrollado o con altas tasas de crecimiento económico. Estos tres elementos subyacen en El largo curso de la economía mexicana.
De igual forma, se encuentran otras temáticas interesantes, de las cuales se abordan sólo cinco. Primera, este libro es un buen ejemplo sobre la connotación no siempre positiva del concepto evolución. Por lo regular, cuando se usa este término se sobreentiende un mejoramiento respecto de una situación previa, de tal manera que en el campo económico se puede asociar directamente con otros conceptos tales como crecimiento, desarrollo o desempeño. Pero desde el punto de vista teórico-conceptual también existe la posibilidad de que el vocablo evolución adquiera un carácter negativo, aunque estaría a debate la irreversibilidad, como una de sus principales características. Con base en ello, Cárdenas nos muestra que aproximadamente desde la segunda mitad del siglo XX existían algunos síntomas de agotamiento de las estrategias que trajeron consigo el crecimiento económico para México, a tal grado de desatar una profunda crisis en los años ochenta, cuyos síntomas son palpables aún ahora. Incluso, parafraseando el título de un artículo reciente de Alicia Puyana (2015), se daría una situación de "A Never Ending Recession?". Independientemente de la respuesta, aún estaría pendiente la demostración de cuáles elementos de la crisis adquirieron un carácter irreversible para el caso mexicano.
Segunda, acerca del título principal: El largo curso de la economía mexicana, se pueden extraer dos acepciones. La primera, como su autor lo indica, es que la obra está pensada para servir como libro de texto, cuya temática sería la historia económica de México; es decir, con base en ella se encuentra que es posible elaborar un curso largo (dos semestres por ejemplo) sobre la materia, especialmente por la cantidad de notas al pie de página, que brindan una clara idea sobre los principales debates -y a veces controversias- que existen en torno de la interpretación del desempeño económico de México desde 1780 a nuestros días, como lo señala el complemento del título. La otra acepción se deriva de la visión braudeliana de los fenómenos económicos, es decir, la noción de la longue durée, enfoque que permite observar, en un mismo universo de análisis, eventos estructurales y coyunturales, aunado con algunos hechos de la vida cotidiana que, en conjunto, dibujan las principales transformaciones de los sistemas económicos, aun en períodos donde aparentemente los cambios resultan imperceptibles, pero que vistos a través del tiempo destacan modificaciones difíciles de observar bajo un enfoque tradicional.
La tercera temática tiene que ver con las notas al pie de página y la bibliografía. A este respecto, existe una estrecha relación entre el desarrollo de cada uno de los capítulos y el avance historiográfico en los períodos abordados. Esta situación muestra las habilidades y los profundos conocimientos del autor para subsanar algunos de los temas que no han sido suficientemente estudiados por los historiadores dedicados a cuestiones económicas de México. En esta misma vertiente, cuando la historiografía no es abundante se incluyen datos y análisis cuantitativos que ayudan a entender la trayectoria que ha seguido la economía mexicana a través del tiempo. A pesar de ello, es importante señalar que también existen períodos donde la historiografía y los análisis estadísticos (construcción de series relativamente extensas y de probada calidad) van de la mano. Esto es especialmente cierto para los últimos años de la Colonia y el Porfiriato, períodos privilegiados por los análisis de los historiadores de fenómenos económicos desde hace varios años, mientras que a partir de la segunda década del siglo XX sobresale una falta de atención por parte de estos especialistas, en función de lo investigado para los períodos mencionados. Tratar de enmendar estos desequilibrios es otra contribución de Cárdenas.
Cuarta: con base en lo señalado, se tiene un complejo edificio interpretativo cuya arquitectura está lejos de ser rígida. Más bien es una invitación a seguir construyendo, a estudiar y debatir los principales temas que aborda la obra para comprobar -o, en su caso, rechazar mediante el uso de fuentes primarias- algunos desafíos que enfrenta la historia económica de México. Por ejemplo, es importante preguntarse cuál es el papel de las pequeñas unidades de producción (PUP) en la conformación de la estructura industrial del país a través del tiempo. Si bien es cierto que Lucas Alamán impulsó la primera institución financiera durante los años treinta del siglo XIX que sirvió como una especie de banca para el desarrollo, concentrada en el otorgamiento de recursos a organizaciones productivas con un sistema fabril establecido o por establecerse, no menos cierto es que las PUP han jugado un papel esencial desde esa época hasta la actualidad en la construcción de lo que ahora es denominado sector industrial. Así mismo sobresale la nacionalización bancaria derivada de la controversial maniobra del presidente José López Portillo en septiembre de 1982, lo que daría la pauta a un rompimiento entre la iniciativa privada y el Estado mexicano de aquel entonces, y a su vez abriría la puerta para intensificar las estrategias de cambio estructural, lo que el autor concibe como un parteaguas de la historia contemporánea de México. Estos son algunos de los temas que serán abordados una y otra vez en los estudios de historia económica, donde las interpretaciones de Cárdenas toman un lugar importante.
Quinta y última temática: finalmente, hay que señalar cuatro puntos que propician el debate o generan controversias, como naturalmente sucede con libros de refinada manufactura: 1) Conforme se avanza en la lectura, se transita hacia una historia económica con un fuerte sesgo sectorial, donde la mención a territorios, ciudades, regiones e incluso empresas se hace cada vez más escasa, a fin de dar paso a una interpretación macroeconómica de los acontecimientos históricos que envuelven a México. Lo anterior es más notorio a partir de la segunda mitad del siglo XX, de tal manera que el lector puede preguntarse qué tanto esta obra es una historia económica general o más bien es una historia de la política económica; 2) otro aspecto que llama la atención son las repetidas alusiones a la estrategia de industrialización por sustitución de importaciones, acerca de la cual Cárdenas nos ofrece diversas perspectivas que probablemente, con el devenir del tiempo, cambiarán la visión sobre ello. Por ejemplo, aproximadamente desde 1830, Lucas Alamán tenía ya una clara idea sobre el papel que podía jugar la sustitución de importaciones como una efectiva política de fomento industrial. Así mismo, menciona el autor que la historiografía tradicional señala que la industria mexicana creció con base en este esquema a partir de la Segunda Guerra Mundial; pero Cárdenas argumenta que más bien el auge se relacionó con la expansión de la demanda externa y el crecimiento del mercado interno, combinación interesante, digna de ser estudiada a detalle no sólo por historiadores o economistas, sino también por diseñadores de políticas públicas, dada la trascendencia que puede adquirir actualmente como una medida de política industrial para impulsar el crecimiento económico de México; 3) el tema de la pobreza visto bajo una perspectiva histórica es una fuente idónea de controversias. No obstante las "estrategias novedosas para el combate a la pobreza" (p. 800), aún faltaría estudiar más rigurosamente por qué estas "estrategias novedosas" se han quedado cortas en cuanto a la reducción absoluta de la pobreza a pesar de su disminución relativa, agenda de investigación que le da sentido a la arquitectura interpretativa de Cárdenas y que está lejos de ser definitiva y 4) dadas las dimensiones del cambio estructural que el autor señala (p. 672), llevado a cabo a partir de 1981 -cuyas bases esenciales fueron una reducción del tamaño y complejidad del Estado, así como una apertura económica del sistema productivo-, cabe cuestionarse qué tan pertinente resulta escribir un libro que aborde la historia económica contemporánea de México, sacándole la vuelta al término de neoliberalismo.