Introducción
La evaluación de los papeles desempeñados por los críticos literarios en la formación del campo intelectual mexicano, en contraposición a lo ocurrido en Brasil y en Argentina, así como el grado y las modalidades de institucionalización (universidad, prensa, revistas, etc.) de esa actividad en torno de la década de 1950 es el objetivo central de este artículo. En esa dirección, proponemos tomar como punto de partida la trayectoria y la producción intelectual del reconocido crítico e historiador de la literatura mexicana, José Luis Martínez (1918-2007), 2 y compararla con las del brasileño Antonio Candido (1918-2017) y del argentino Adolfo Prieto (1928-2016).
La emergencia de los críticos literarios como productores culturales especializados (así como de otros productores intelectuales, como filósofos, historiadores, antropólogos y sociólogos) en América Latina resultó de procesos de diferenciación de la actividad intelectual, que en cada país asumió ritmo y forma distinta, pero que, de modo general, ganaron fuerza en torno de 1950, asociados al crecimiento de las universidades. Tales procesos fueron condicionados por los cambios ocurridos en las dimensiones más amplias de la sociedad, de la economía y de la política, acelerados a partir de 1930. En México, caso privilegiado en este artículo, tales transformaciones tuvieron como eje la Revolución mexicana y el reordenamiento del sistema de producción cultural derivado de ella, cuyo trazo más específico sería la sobre-determinación política, relacionada con la debilidad del mercado cultural privado.
La urbanización y metropolización de ciudades como San Pablo, Buenos Aires y Ciudad de México implicaron una alteración en el equilibrio entre mundo rural y urbano, el notable crecimiento de la población citadina y el surgimiento de nuevas fórmulas políticas que canalizaron las demandas de los grupos sociales emergentes.3 Tales ciudades se constituyeron desde el inicio del siglo XX como “metrópolis culturales”.4 Sobre la constitución de las mismas como locus de los emprendimientos culturales y científicos, es necesario señalar el alto grado de centralización (tomando los países como referencia) en Buenos Aires y en la Ciudad de México. San Pablo nunca monopolizó tales emprendimientos, divididos (o disputados) con Río de Janeiro y, en menor grado, con Recife, Salvador, Belo Horizonte y Porto Alegre.5 En cuanto a la composición de los mercados de bienes culturales (prensa, editoras, revistas, museos, teatros) existentes en tales ciudades, la de Buenos Aires fue (predominantemente) privada, la de Ciudad de México (predominantemente) pública y mixta la de San Pablo.
Esos cambios afectaron el sistema universitario, cuya población prácticamente se duplicó en los tres países,6 alterando la jerarquía y las relaciones de fuerza entre las diversas unidades componentes (universidades, facultades y disciplinas). Principalmente en Brasil y en Argentina, ese crecimiento del estudiantado afectó también su composición social, incorporando mujeres, hijos de inmigrantes y judíos.
En los tres países, de modo general, los críticos trabaron relaciones de disputa (pero también de alianza) con los escritores por el arbitraje del campo literario, estribadas, en mayor o menor medida, en la reivindicación de la crítica literaria como ciencia o como saber especializado.7 Practicada hasta mediados del siglo XX de forma mundana y entendida como un género menor de la literatura, la crítica ganaría un nuevo estatuto a partir de su institucionalización universitaria, más precisamente con la creación de carreras de grado en letras ocurrida en los tres países en la primera mitad de ese siglo, que, progresivamente, confirió a los críticos medios específicos de legitimación y cada vez más independientes del sello de los escritores. Obviamente, tal proceso se dio lentamente, y de manera conflictiva, pero el ascenso y la autoridad conquistada por esos nuevos profesionales de la crítica alteraron la morfología y las relaciones de fuerza en los campos literario y académico (cfr. Blanco y Jackson 2015).
La elección de esas tres experiencias nacionales se justifica por la escala de los fenómenos comparados. Los críticos literarios especializados se proyectaron en el interior de grandes universidades públicas localizadas en metrópolis culturales, como fueron la Universidad Nacional Autónoma de México, la Universidad de Buenos Aires y la Universidad de San Pablo. En esas tres universidades, la creación de nuevas carreras, en el interior de las humanidades, especialmente las de letras, engendró patrones renovados de producción intelectual, derivados, también, del impacto de las diferentes misiones extranjeras que actuaron en México, Brasil y Argentina. Los agentes fueron seleccionados en función de algunas propiedades comunes de sus trayectorias: los tres tuvieron formación académica, fueron profesores universitarios y sus proyectos intelectuales, muy reconocidos, tuvieron como eje la reconstrucción de la historia literaria de sus países.
En esa dirección, la reconstrucción de la trayectoria intelectual de José Luis Martínez permite aprehender ese proceso y su especificidad en México. Fue él quien más se aproximó al perfil del crítico literario universitario en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM en las décadas de 1940 y 1950, y su obra como crítico e historiador de la literatura mexicana, sobre todo el conjunto de libros y textos que produjo en ese período, justamente cuando estuvo directamente ligado a esa universidad, estableció las bases de la crítica literaria especializada, al proponer métodos y conceptos para el análisis del hecho literario y un sistema de clasificación y ordenamiento de la literatura mexicana.8
Este artículo se divide en tres partes. En las dos primeras, analizamos la trayectoria social y el proyecto intelectual de José Luis Martínez y en la tercera ensayamos una comparación con las de Antonio Candido en Brasil y de Adolfo Prieto en Argentina, apuntando a comprender las semejanzas y las diferencias entre los casos analizados. Para tal fin, movilizaremos como parámetros principales de comparación las relaciones entre intelectuales y Estado, las formas de organización de las instituciones universitarias, el origen social de los críticos, las relaciones con los escritores y los estilos de las obras producidas.
Esbozo de trayectoria
Hijo de Juan Martínez Reynaga (1888-1962), médico de profesión, José Luis Martínez nació en Atoyac, en el estado de Jalisco, en 1918, como hijo primogénito del primer matrimonio de su padre, quien enviudó temprano y se casó en segundas núpcias con Lucía Rodríguez, hermana de su primera esposa Julia Rodríguez. La prole de diez hijos se formó con cuatro del primer matrimonio y seis del segundo.9 José Luis Martínez recibió una educación privilegiada; sus primeros estudios fueron en la ciudad de Zapotlán, en el Colegio Renacimiento, donde vivió entre 1924 y 1930, allí trabó amistad con el futuro escritor Juan José Arreola. Estudió por un año (1931) en el Colegio Francés La Salle de México, en la Ciudad de México, antes de ingresar en 1932 en la Secundaria, la cual cursó en la Universidad de Guadalajara, así como la Preparatoria, concluida en 1937. En ese mismo año migró para la Ciudad de México, cumpliendo un patrón recurrente de los aspirantes provincianos a la formación universitaria, aún entre aquellos oriundos de estados importantes como Jalisco. Una vez establecido en la capital, con veinte años de edad, ingresó en la Facultad de Medicina de la UNAM, carrera de la cual desistiría después de dos años, rompiendo así con la expectativa paterna. Paralelamente cursó también Letras Españolas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, a la cual se dedicaría más intensamente, pero igualmente sin diplomarse.10 Asimismo, entre finales de la década de 1930 y mediados de la década de 1950 estuvo ligado a la universidad, primero como alumno, después como profesor,11 realizando, aún cuando no de manera exclusiva, una apuesta considerable en la carrera universitaria.
La Universidad había sido creada en 1910, en los últimos momentos del régimen de Porfirio Díaz, pero su funcionamento inicial fue obstaculizado por la inestabilidad política provocada por la Revolución. La designación como Universidad Nacional Autónoma de México ocurrió en 1929, pero la polarización entre los que entendían la Universidad como institución subordinada al Estado y los que reivindicaban su autonomía permanecería como fundamento de los conflictos que se prolongarían hasta finales de la década de 1930 (Lempérière 1992; Garciadiego 1996). Justamente en ese momento, durante el gobierno de Lázaro Cárdenas y subsiguientes, tuvo lugar la creación de un conjunto de instituciones de enseñanza, de investigación y de difusión, que constituyeron la base del sistema científico y cultural del país en la segunda mitad del siglo XX: Escuela Nacional de Economía (1934), Instituto Politécnico Nacional (1937), Escuela Nacional de Antropología e Historia (1938), El Colegio de México (1940), Instituto Indigenista Interamericano (1940), Instituto Nacional de Bellas Artes (1946), Instituo Nacional Indigenista (1948), Editorial Fondo de Cultura Económica (1934), las academias Seminario de Cultura Mexicana (1942) y Colegio Nacional (1943), además de los premios nacionales en Artes, Ciencias y Letras (1945). La inauguración de la Ciudad Universitaria, a comienzos de la década de 1950, coronaría ese proceso de inversiones públicas que constituyó la base concreta del sistema cultural y universitario, relativamente integrado en función de su dependencia (en grados distintos) respecto del Estado.
La Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM fue creada en 1924 a partir de la subdivisión de la Escuela Nacional de Altos Estudios, que había sido inaugurada en 1910, pero su impulso más consistente se daría desde finales de los años de 1930, condicionado por la incorporación, a su cuadro docente, de los profesores españoles exiliados. Es justamente en ese momento cuando el joven José Luis Martínez ingresa en la institución.12 Su primera apuesta, todavía como estudiante, fue la iniciativa editorial conjunta con Alí Chumacero, Jorge González Durán y Leopoldo Zea de creación de la revista Tierra Nueva (1940-1942), que los introdujo en los círculos literarios más prestigiosos, como los de Alfonso Reyes13 y Octavio Paz.14 Martínez, Chumacero y González Durán nacieron en 1918 en el mismo estado, Jalisco, y se conocieron desde muy jóvenes. Los dos primeros estudiaron juntos desde la secundaria y formaron con González Durán un trío de amigos muy próximos en la Escuela Preparatoria de Guadalajara. Zea, nacido en la Ciudad de México, a quien conocieron en la universidad, fue el último en ingresar en la revista, viabilizada por la Imprenta Universitaria, gracias al apoyo que consiguieron del Secretario general de la UNAM, Mario de la Cueva. Para todos ellos, la revista fue una plataforma de lanzamiento, de Chumacero y González Durán como poetas, de Zea como filósofo e historiador de las ideas, y de Martínez como crítico literario. La revista definió también la orientación intelectual más general asumida por el grupo, que el propio Martínez trazó retrospectivamente en uno de sus principales textos. 15
Curiosamente, su primer texto en Tierra Nueva fue el poema “Elegía por Melibea”, el único que publicaría, que posiblemente se refiere a la pérdida de su madre, ocurrida en su infancia. El poema puede ser entendido, también, como una despedida de sus pretensiones literarias, antes de su afirmación como crítico e historiador de la literatura. En ese sentido, la revista fue para él un divisor de aguas, 16 tanto en su vida personal como profesional.
Debemos notar que el grupo de Tierra Nueva (aún cuando su núcleo tuviera origen en Guadalajara) y la revista fueron el fruto de la experiencia social compartida en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, bajo la influencia directa de los profesores españoles exilados (El exilio…1982, Los refugiados… 1999, Zabludovski 2002), como José Gaos (y otros), que inculcaron en ellos hábitos más sistemáticos de estudio. Además, como vimos, el soporte material provenía directamente de la Universidad, lo que hacía de la revista una publicación promovida directamente por esa institución. Este último aspecto era, en rigor, un patrón típicamente mexicano, en función de la fuerza que detentaba el sector público en la producción cultural, a diferencia de Brasil y de Argentina, países en los cuales las iniciativas privadas tuvieron mayor importancia relativa en la composición del mercado cultural hacia mediados del siglo XX.17 Por otro lado, ambos (la revista y el grupo) se legitimaron simultáneamente en el espacio contiguo de los escritores, por el patrocinio intelectual de Alfonso Reyes. En ese sentido, esa empresa intelectual articulaba la cultura literaria establecida con la cultura universitaria emergente, en una configuración específica que se ordenaba menos por la oposición y más por la integración entre las mismas. Tal integración tenía como base un alto grado de homogeneidad social entre los diferentes grupos intelectuales, dado por el origen social favorable y urbano, por la formación educacional compartida (Escuela Nacional Preparatoria, UNAM),18 por los circuitos mundanos de sociabilidad (cafés, bares, cantinas, museos, etc.) y por el patrón recurrente de las carreras ocupacionales de los escritores y de los universitarios, fuertemente acopladas al Estado, que los cooptaba por medio de cargos burocráticos, políticos y diplomáticos (cfr. Camp 1981 y 1983).
En ese sentido, Tierra Nueva no fue para José Luis Martínez apenas una puerta de entrada al mundo intelectual; la revista favoreció, también, su acceso al servicio público, al cual ingresó como secretario particular del secretario de Educación Pública (1943-1946), como colaborador del escritor Jaime Torres Bodet, que había sido su profesor en la facultad de filosofía y Letras. El patrón de dependencia de los intelectuales con respecto al Estado vigente en México hasta por lo menos la década de 1970, que premiaba el éxito intelectual con cargos públicos de prestigio, explica la correlación que puede observarse entre los progresos de la trayectoria intelectual de José Luis Martínez y los de su carrera en el servicio público, de modo que su consagración como crítico e historiador de la literatura, paradójicamente, lo distanciaría de esta última actividad, al menos desde el punto de vista de la carrera universitaria, en la cual estuvo comprometido hasta la mitad de la década de 1950 y en la cual podría haber proseguido si la estructura de posibilidades hubiera sido otra, como veremos al comparar su trayectoria con las de Adolfo Prieto en la Argentina y de Antonio Candido en Brasil. Veamos la secuencia de sus ocupaciones principales en el servicio público y en la Universidad (como profesor e investigador) entre las décadas de 1940 y 1970 en el cuadro que sigue:
Décadas / Ocupaciones |
1940 | 1950 | 1960 | 1970 | 1980 |
---|---|---|---|---|---|
Universidad | Enseñanza/ Investigación |
Enseñanza/ Investigación |
|||
Servicio Público | Cargos burocráticos | Cargos burocráticos y políticos |
Cargos diplomáticos y burocráticos |
Cargos diplomáticos y burocráticos |
Cargos burocráticos y políticos |
El cuadro indica la simultaneidad de sus actividades en esos dos diferentes dominios de actuación entre 1940 y 1960. En el servicio público, Martínez fue secretario particular de Jaime Torres Bodet, Secretario de Educación Pública, entre 1943 y 1946; Secretario Administrador del Colegio Nacional entre 1947 y 1952; secretario particular de Roberto Amorós, Gerente de Ferrocarriles Nacionales de México, en 1952 y 1953, y Ayudante Gerente General de Relaciones Públicas y Servicios Sociales de Ferrocarriles Nacionales, hasta 1958;19 Consejero de la Productora e Importadora de Papel, S. A. (PIPSA) de 1956 a 1961.20 Como profesor universitario, José Luis Martínez enseñó literatura mexicana en la Escuela Nacional Preparatoria de la UNAM entre 1940 y 1943 y entre 1947 y 1950. Fue profesor de español en la Escuela de Verano de la UNAM entre 1942 y 1944, en la Escuela Normal Superior entre 1945 y 1951 y en la Universidad Femenina entre 1946 y 1949. En la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM dictó el curso de Crítica Literaria y Literatura Mexicana del siglo XIX entre 1949 y 195221 y 1959 y 1960. Asimismo, en El Colegio de México colaboró con Raimundo Lida en el Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios, en el cual también enseñó. Después de 1960, abandonó la Universidad y se dedicó a la carrera pública y, secundariamente, al trabajo intelectual. Podemos tomar como marco de ese viraje su designación como embajador de México en Lima (1961-1962). Luego sería embajador en la UNESCO, en París (19631964), director del Instituto Nacional de Bellas Artes (1965-1970), nuevamente embajador en Grecia (1971-1974), y director de la editorial Fondo de Cultura Económica, entre 1976 y 1982. Debemos señalar, también, su militancia política directa en el partido dominante, el PRI, también decisiva para la progresión de su carrera como intelectual y servidor público. Ya en el comienzo de los años de 1950 trabajó en la campaña presidencial de Ruiz Cortines, quien fue presidente de la nación entre 1952 y 1958, y, de inmediato, en la de su coterráneo, el novelista Agustín Yáñez, para el gobierno del estado de Jalisco (1953-1959).22 Fue, también, diputado federal por Jalisco en dos períodos, 1958-1961 y 1982-1985.
Se debe notar que la fase inicial (décadas de 1940 y 1950) de acumulación de capital simbólico, en la cual combinó la actividad universitaria y política, se relacionó con su primer matrimonio (1944-1950), con Amalia Hernández Navarro (1917-2000), quien llegaría a ser una bailarina y coreógrafa célebre, fundadora del Ballet Folclórico de México (1952). Amalia era hija de Lamberto Hernández, militar, empresario y político23 prominente, y de Amalia Navarro, cuya sobrina (hija de su hermana Esperanza Garro), la escritora Elena Garro, fue la primera mujer de Octavio Paz. Los dos matrimonios, el de Octavio Paz con Elena Garro en 1937 y el de su prima Amalia con José Luis Martínez en 1944 fueron celebrados en la casa de los padres de Amalia Hernández. Esa alianza matrimonial proporcionó a Martínez un canal de acceso a las elites políticas y culturales de la Ciudad de México y favoreció el despegue profesional de ambos en la segunda mitad de la década de 1940.24 El segundo matrimonio de José Luis Martínez escapa completamente de los posibles condicionantes sociales envueltos en el primero. Su segunda mujer, con quien se casó en 1954, la húngara Lydia Baracs, era una outsider en relación a los círculos sociales prestigiosos de la Ciudad de México, pero el convivio entre ambos estuvo en la base de toda su carrera pública posterior.25
Proyecto intelectual
A pesar de que su vínculo profesional con la Universidad no fue regular, existe una relación directa entre la actividad universitaria que desempeñó en el período, sobre todo en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, pero también en El Colegio de México,26 y el tipo de trabajo intelectual que produjo. Vinculada a esa actividad universitaria, su producción en el período se unifica por la ambición de reconstituir sistemáticamente la formación de la literatura mexicana y se materializa en los libros La técnica en literatura. Introducción (1943), “Las letras patrias. De la época de independencia a nuestros días” (1946), Literatura mexicana. Siglo XX (1949), La emancipacíon literaria de México y lo mexicano (1955), Problemas literarios (1955), La expresión nacional. Letras mexicanas del siglo XIX (1955) y De la naturaleza y carácter de la literatura mexicana (1960). El conjunto de trabajos expresa la notable inversión intelectual del crítico durante el período, de la que resultó la publicación de aproximadamente un libro cada dos años.27 Con respecto a su eje temático, debemos notar que hasta entonces la historia de la literatura mexicana era poco cultivada en el país,28 y praticada por polígrafos, siendo sus antecedentes más conocidos la História de la literatura mexicana (1928), de Carlos González Peña,29Historia de la literatura mexicana (1928) y Letras mexicanas en el siglo XIX (1944), de Julio Jiménez Rueda, y Cultura Mexicana. Aspectos Literarios, de Francisco Monterde.30 En ese sentido, los trabajos de Martínez elevaron la jerarquía de un género que tenía una baja cotización en la tradición intelectual mexicana. Vale la pena mencionar, en esa dirección, el esquema de las generacones que Martínez concibió para organizar la tradición literaria y que sería casi unánimemente incorporado por la historia intelectual mexicana posterior.31
Al respecto, debemos recuperar un texto publicado en la revista El Hijo Pródigo, de 1946, que sería incluido en Problemas literarios (1955), con el título de “Problemas de la historia literaria”, en el cual José Luis Martínez definirá una perspectiva analítica con matiz sociológico para la consecución de una historia de la literatura mexicana. Tal perspectiva tendría como principio la idea de que la literatura se hace a partir de grupos, diferenciados en generaciones (definidas por cierta ideología compartida) y promociones (formadas por grupos heterogéneos). La reconstrucción de la sucesión de las generaciones constituiría, como veremos, el eje de su interpretación, celebrado por Alfonso Reyes en carta enviada a Martínez y publicada en el mismo libro.32
Otro texto, “Situación de la literatura mexicana contemporánea”, incluido en el mismo libro, permite evaluar las tomas de posición de José Luis Martínez en el espacio literario mexicano de finales de la década de 1940. El artículo derivó de una invitación que recibió en 1948 para colaborar con la revista México en el Arte, editada por el Instituto Nacional de Bellas Artes. José Luis Martínez preparó un trabajo en el cual juzgaba negativamente la situación de la literatura mexicana entre las décadas de 1930 y 1940. Su propuesta fue recusada por el comité de la revista y, en función de ello, Martínez envió el trabajo a Jesús Silva Herzog, por entonces editor de Cuadernos Americanos, quien decidió publicarlo. Vale recordar que un año antes la revista había publicado un ensayo crítico de Daniel Cosío Villegas sobre los rumbos que había tomado la Revolución mexicana, y que Silva Herzog haría lo mismo, también en 1948.
En el artículo, Martínez contrariaba las expectativas de los editores de México en el Arte al enunciar una crítica contundente al nacionalismo cultural que, para el autor, orientaba la producción literaria de la década de 1940, con consecuencias empobrecedoras. Si su diagnóstico se alineaba al posicionamiento político de Cosío Villegas y de Silva Herzog, expresando las primeras señales de descontento de una fracción de la comunidad intelectual con los rumbos de la Revolución, el texto de Martínez puede ser entendido, también, como una toma de posición que tenía como presupuesto implícito la pretensión de los críticos (y de él mismo, en esa posición) de constituirse en árbitros de la actividad literaria, favorecidos por los instrumentos de análisis que la especialización garantizaría. El texto suscitó reacciones duras, descritas por el propio Martínez en el libro Problemas literarios, de 1955, donde el artículo comentado fue incluido posteriormente, produciendo efectos ambiguos para su autor. La polémica ciertamente lo puso en evidencia, pero no debió haber sido fácil enfrentarla para un joven que tenía entonces treinta años.
De cualquier modo, el proyecto más ambicioso de Martínez apuntaba a reconstruir el proceso formativo de la historia literaria nacional. A este respecto, debemos destacar el hecho de que el primer trabajo realizado en esa dirección, “Las letras patrias. De la época de la Independencia a nuestros días” (1946), resultó de una encomienda oficial de Jaime Torres Bodet, que estaba al frente de la Secretaría de Educación Pública, de quien Martínez era secretario particular. El proyecto imaginado por ambos, y que tuvo como resultado el libro México y la cultura, tenía como objetivo coronar la gestión de Torres Bodet ofreciendo un mapa de las grandes realizaciones de la cultura mexicana. El convidado para escribir el capítulo sobre literatura fue Alfonso Reyes, que solicitó la colaboración del propio Martínez, quien escribió la sección sobre el siglo XIX.33 El episodio revela, una vez más, la centralidad del Estado en la producción cultural y en la articulación de las instancias política, literaria y académica,34 envueltas en el origen de ese que fue el texto seminal del proyecto intelectual del joven crítico.
El núcleo de su argumento sobre la formación de la literatura mexicana puede ser aprehendido en dos textos que reconstruyen tal proceso en los siglos XIX y XX. El primero, “México en busca de su expresión”, si bien publicado en la década de 1970 en la importante Historia general de México, coordinada por Daniel Cosío Villegas, fue compuesto a partir de los trabajos realizados en las décadas de 1940 y 1950, mencionados más arriba. El segundo, “Panorama de la literatura contemporánea (1910-1949)”, constituye la parte principal del libro Literatura Mexicana. Siglo XX (1949), que tendría una nueva versión ligeramente transformada, con el título “La literatura”, publicada en el libro México: cincuenta años de revolución (FCE, 1960-1962).
En el cuadro trazado por Martínez para el siglo XIX, en verdad para los cien años comprendidos entre 1810 (la Independencia) y 1910 (la Revolución), los marcadores políticos movilizados se justifican por la hipótesis general de que la literatura se habría constituido en ese siglo en México a remolque de la política y que su polarización inicial entre los escritores identificados como conservadores y liberales sería una evidencia de su condición heterónoma. La superación de ese obstáculo sería lenta y discontinua durante la primera mitad del siglo y se aceleraría a un ritmo regular durante la “concordia nacionalista” (1867-1889), liderada por el escritor Ignacio Manuel Altamirano, quien en el esquema interpretativo de Martínez constituye la figura central del proyecto de construcción de una literatura nacional. Ese avance habría sido posible en función de la relativa estabilización política en curso, que habría favorecido el surgimiento de instituciones culturales públicas e iniciativas privadas, especialmente asociaciones letradas y revistas. Finalmente, en función de tal proceso y del declive del nacionalismo literario, el modernismo surgiría hacia finales del siglo para imponerse como tónica dominante de esa última fase, ya durante el Porfiriato.
La transición para el siglo XX es discutida en el comienzo de su “Panorama de la literatura contemporánea (1910-1949)” (1949) y estaría marcada, a pesar de la Revolución, de acuerdo a su argumentación, por el progresivo distanciamiento de la actividad literaria en relación a la política y por su desenvolvimiento más consistente, que se comprobaría por el volumen de la producción literaria en relación con la del siglo XIX. El marco literario de esa reorientación sería la emergencia del Ateneo de la Juventud, que habría protagonizado para el autor una verdadera “revolución cultural” (1949: 18), al fijar un nuevo “espíritu” para la intelectualidad emergente, que Pedro Henríquez Ureña definiera como “filosófico” (20) y, de hecho, las figuras más expresivas del grupo -además de Henríquez Ureña, Alfonso Reyes, Antonio Caso y José Vasconcelos- practicaron, sobre todo, géneros eruditos, como estudios literarios, históricos y filosóficos. La generación de 1915 sería, para Martínez, una derivación directa de la generación del Ateneo, pero sus miembros cultivarían un mayor grado de especialización en su trabajo intelectual, como Antonio Castro Leal (crítica) y Alfonso Caso (arqueología), o transitarían hacia posiciones destacadas en el sistema político, como Manuel Gómez Morin o Vicente Lombardo Toledano. Las próximas generaciones destacadas por el crítico serían las de las revistas Contemporáneos (1928-1931), Taller (1938-1941), y Tierra Nueva (1940-1942). En ese esquema interpretativo, tales grupos/generaciones constituirían una especie de eje ordenador de la literatura mexicana de la primera mitad del siglo XX,35 que habría logrado un desenvolvimiento sin precedentes, a pesar del aparente declive que Martínez entreveía en la década de 1940, que parecía terminar sin grandes promesas, conforme a la evaluación que había realizado en el artículo polémico de 1948.
Una versión posterior del texto “Panorama de la literatura contemporánea (1910-1949)” (1949), publicada con el título “La literatura” en México: cincuenta años de revolución, presenta, sin embargo, una conclusión distinta, más optimista,36 reflejando el surgimiento de una nueva generación literaria (la suya propia), formada por, entre otros, Juan Rulfo, Juan José Arrreola, Alí Chumacero y Carlos Fuentes (quien, aun cuando nació diez años después que los otros, emergió en la escena literaria al mismo tiempo, o sea en la década de 1950), pero, también, el reposicionamiento de Martínez en los espacios literario y político en función, sobre todo, de su ingreso en la Academia Mexicana de la Lengua, con el apoyo directo de Alfonso Reyes, y de su elección como diputado federal por el PRI, patrocinado por Agustín Yáñez, ambos en 1958.
Debemos notar, aún, que el canon ordenado por Martínez formalizaba las relaciones entre escritores y críticos en su país, marcadas por la dominación de los primeros sobre los segundos (y su propia trayectoria intelectual en el interior de ese campo de fuerzas). José Luis Martínez tuvo como padrinos intelectuales y políticos a algunos de los principales escritores del país. fue el caso, como vimos, de Alfonso Reyes, Jaime Torres Bodet y Agustín Yánez. Tales relaciones expresan el mayor grado de integración entre “cultura universitaria” y “cultura literaria” en México, comparado con Brasil y Argentina. Esa propiedad del campo intelectual puede ser reconocida tanto en las evaluaciones sobre el canon literario mexicano que José Luis Martínez fijó, en Literatura Mexicana. Siglo XX (y en otros textos), por medio de las cuales el crítico entronizó a esos tres escritores, como en el papel de “curador” (Zaid 1999a) de sus obras que desempeñó, organizando antologías y publicando volúmenes de correspondencia.37 Esas relaciones intelectuales pueden ser comprendidas como contraprestaciones a las oportunidades de trabajo proporcionadas a Martínez por esos escritores38 y en función de la amistad que mantuvo con ellos.39
Comparación
Arriesguemos ahora una comparación entre los procesos de enraizamiento universitario de la crítica literaria en México, Brasil y Argentina,40 tomando como referencia las trayectorias de José Luis Martínez, Antonio Candido y Adolfo Prieto, agentes centrales de esos procesos en esos países. A pesar de las diferencias marcadas, la comparación es posible en función de la centralidad que adquirió la Universidad en la producción cultural en los tres países, a partir de mediados del siglo XX, lo que afectó las relaciones de fuerzas en los campos intelectual y literario. Los críticos universitarios reivindicaron el papel de árbitros, de principales ordenadores del canon literario, en relación con las tradiciones establecidas por los propios escritores y/o por críticos no especializados. La temporalidad casi simultánea de ese movimiento, concentrado en torno de las décadas de 195041 y 1960, también sugiere la inscripción de los casos en un cuadro más amplio que puede ser reconocido en la escala de América Latina.
Más específicamente, las bases institucionales principales de ese movimiento fueron las facultades de filosofía y letras, y la fuerza relativa que conquistaron (cultura universitaria versus cultura literaria), sumada a otros factores, como el reclutamiento social de los alumnos y profesores, explican en buena medida las diferencias entre los casos, condicionados, también, por las lógicas y temporalidades específicas de las tradiciones literarias nacionales, la morfología de las organizaciones académicas y las relaciones establecidas entre críticos y escritores.
La experiencia de Argentina es óptima para dar concreción a esas consideraciones generales. La creación de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, en 1896, fue parte del proceso más amplio de las políticas educacionales que apuntaron a la expansión del sistema educativo en todos sus niveles. En las carreras de la FFyL-UBA ingresaron inmigrantes europeos y sus descendientes a lo largo de la primera mitad del siglo XX, convirtiéndose en la cuna principal de las sucesivas generaciones de críticos literarios. Tales aspectos ayudan a entender por qué en ese caso las relaciones entre los escritores (mayoritariamente reclutados en las familias tradicionales criollas) y los críticos, estuvieron marcadas, principalmente, por la confrontación. Atenuada en el contexto peronista (1946-1955) que aproximó las distintas fracciones de productores culturales (ensayistas, sociólogos, historiadores, escritores, críticos literarios), alineadas contra el régimen, los años posteriores a la caída de Perón estuvieron caracterizados por la emergencia de nuevas generaciones de críticos universitarios que desafiaron a los escritores más prestigiosos del país, como Jorge Luis Borges, Eduardo Mallea, Victoria Ocampo, Adolfo Bioy Casares, nucleados en la revista Sur. En ese contexto, surgió Contorno (1953-1959), la revista que reunió un grupo selecto de jóvenes críticos formados en la FFyL-UBA, integrado, entre otros, por los hermanos Ismael y David Viñas, Juan José Sebreli, Adolfo Prieto, Adelaida Gigli, Regina Gibaja, León Rozitchner, Oscar Masotta, Noé Jitrik. La rehabilitación literaria, por parte del grupo, del escritor plebeyo Roberto Arlt, un descendiente de inmigrantes, desafiando el canon establecido, explicitó la existencia de una configuración que posicionó críticos (cultura universitaria) y escritores (cultura literaria) en polos opuestos del campo literario.
Hijo de un inmigrante español dedicado al comercio, Adolfo Prieto (1928-2016) nació en la ciudad de San Juan, en el estado del mismo nombre. Se mudó a Buenos Aires en 1946 para inscribirse como alumno de la carrera de letras de la FFyL-UBA. Algunos años después, integraría el grupo de la revista Contorno. Entre sus miembros, la opción por la carrera académica propiamente dicha fue abrazada, sobretodo, por Prieto, condicionada por su origen provinciano,42 que contrastaba con el de la mayoría del grupo. Prieto se graduó en Letras en 1951 y obtuvo el título de doctor en 1953, en un momento en que realizar estudios de posgrado no era frecuente. Borges y la nueva generación (1954) fue su primer libro, publicado cuando tenía apenas 26 años. En éste atacó a la figura dominante de la literatura argentina, y la más conocida en el exterior, y reivindicó para los críticos una posición más autónoma. Ese gesto osado lo insertó abruptamente en la escena literaria argentina. En 1959 ingresó como profesor en la Universidad Nacional del Litoral (UNL), en Rosario, en la cual se dedicó intensamente a la investigación, a la docencia y a la gestión académica. Hasta 1966 (cuando renunció como consecuencia de la intervención en las universidades por parte de las autoridades del gobierno militar de Onganía), publicó la mayor parte de sus trabajos.
El itinerario descrito revela la inversión realizada por Prieto entre los años de 1950 y 1960, período en que concretizó su alianza matrimonial (1957) con Reymunda Estela Jarma, también de origen provinciana, y su colega en la carrera de Letras. En ese período, formó y lideró un grupo destacado de investigadoras (Noemí Ulla, Lucrecia Castagnino, Gladys Onega, Josefina Ludmer, entre otras); dirigió, en la Universidad Nacional del Litoral, la Facultad de Filosofía y Letras, el Instituto de Letras y el Boletín de Literaturas Hispánicas; publicó una tesis de doctorado y diez libros, Borges y la nueva generación (1954); Sociología del público argentino (1956); Proyección del rosismo en la literatura argentina (1959); La literatura autobiográfica argentina (1962); Encuesta: la crítica literaria en la Argentina (1963); Antología de Boedo y Florida (1964); El periódico Martín Fierro (1968); Literatura y subdesarrollo (1968); Diccionario básico de literatura argentina (1968), y Estudios de literatura argentina (1969).
Ya fuera de la Universidad, Prieto dirigió una de las principales empresas culturales de ese período, Capítulo de la historia de la literatura argentina (1967/1968), una historia social de la literatura argentina cuyas hipótesis orientarían el desarrollo posterior de la crítica literaria en la Argentina. Poco después, luego del inicio de la dictadura militar de 1976, Prieto emigró a los Estados Unidos, donde enseñó alrededor de quince años. La recepción muy favorable de El discurso criollista en la formación de la Argentina moderna, publicado en 1988, interrumpiría ese período de relativo aislamiento en relación al medio intelectual argentino.
Las condiciones que envolvieron, en Brasil, la carrera de Antonio Candido, en relación a las de Martínez y Prieto, fueron ciertamente más favorables, inicialmente, en función de las ventajas derivadas de su origen social elevado. Nació en Río de Janeiro en 1918, su padre, médico de profesión, y su madre, descendían de familias tradicionales de Minas Gerais y de Río de Janeiro, y tuvieron acceso privilegiado a la cultura propia de los círculos intelectualizados de las elites de tales estados. En función de esas circunstancias, Antonio Candido obtuvo educación sofisticada desde la infancia. Su iniciación literaria fue precoz, pero adquirió formación intelectual sistemática, principalmente, en la carrera de ciencias sociales de la FFCL-USP (1939-1941), en especial bajo la batuta de profesores de la misión francesa, como el filósofo Jean Maugüé y el sociólogo Roger Bastide (cfr. Pontes 1998; Jackson 2002). En 1942 asumió el cargo de primer asistente de Fernando de Azevedo, en la Cátedra de Sociología II, en la cual permaneció hasta 1958. Entre 1941 y 1944, participó del grupo de estudiantes de la FFCL-USP que editó Clima, revista que tendría notable repercusión en el escenario cultural paulista y que definiría las direcciones profesionales no solamente de Antonio Candido, sino también de otros integrantes importantes del grupo, como los críticos de teatro Décio de Almeida Prado y de cine Paulo Emílio Salles Gomes (Pontes 1998). También formaba parte de la revista Gilda de Moraes Rocha, oriunda de familia paulista tradicional, con quien Antonio Candido se casó. En 1942, proyectado por el impacto de los textos que publicó en Clima, pasó a escribir semanalmente en Folha da Manhã, ingresando en el círculo prestigioso de los críticos literarios que escribían para los grandes diarios de San Pablo y de Río de Janeiro, en la llamada crítica de rodapé (cfr. Bolle 1979; Sussekind 1993).
Los años en que escribió semanalmente para Folha da Manhã (entre enero de 1943 y enero de 1945) y Diário de São Paulo (entre septiembre de 1945 y febrero de 1947) fueron decisivos para afirmar su reputación como crítico literario. Al mismo tiempo, enseñó sociología en la Universidad de San Pablo entre 1942 y 1958, siguiendo así caminos paralelos en las dos disciplinas. En la década de 1950 preparó aquellos que serían considerados sus dos principales trabajos: la tesis de doctorado en sociología, Os parceiros do Rio Bonito, defendida en 1954 y publicada como libro en 1964, y A formação da literatura brasileira (1959). En este último libro integró los puntos de vista sociológico y estético para entender el proceso de formación de la literatura brasileña como sistema (autor-obra-público) y su autonomización en relación a la literatura portuguesa, movimiento que ocurriría entre los siglos XVIII y XIX.
Después de enseñar letras por tres años en la Facultad de Filosofía de Assis, asumió en 1961 la Cátedra de Teoría Literaria y Literatura Comparada de la FFCL-USP. Vencido el dilema profesional entre la crítica y la sociología, Antonio Candido asumió explícitamente el liderazgo de un programa colectivo de investigaciones, que le permitió ampliar el impacto de su obra en las décadas siguientes, en las cuales su carrera transcurriría sin interrupciones en el interior de la universidad. Con la ayuda de sus discípulos, principalmente Roberto Schwarz, Walnice Nogueira Galvão y Davi Arrigucci Jr., fijaría un nuevo y más exigente patrón de trabajo intelectual en la crítica literaria brasileña. En esa dirección, A formação da literatura brasileira se constituyó en núcleo de las formulaciones teóricas e interpretativas que nortearían sus trabajos posteriores -Tese e antítese (1964), Literatura e sociedade (1965), Vários escritos (1970), A educação pela noite (1987) y O discurso e a cidade (1993)- y los de sus discípulos, legitimando la crítica literaria como una especialidad en el interior de las ciencias humanas.
En México, los críticos especializados que intentaron imponerse desde la década de 1940 también tuvieron como base principal la Universidad y la Facultad de Filosofía y Letras, en la cual los profesores exiliados españoles introdujeron nuevos patrones de análisis literario, basados en investigación sistemática. Reparemos, no obstante, en las diferencias principales entre los casos, evaluando, inicialmente, las relaciones de los críticos con los escritores. En México, esas relaciones fueron pautadas antes por la alianza que por la disputa, lo que se explica por el mayor grado de integración de las distintas fracciones de las elites intelectuales y artísticas en la Ciudad de México, condicionada por la afinidad de sus orígenes sociales, por la formación educacional común y por los espacios de sociabilidad compartidos. En Brasil, si los críticos y escritores eran reclutados más o menos en los mismos grupos sociales (Blanco y Jackson 2017), las oligarquías en descenso (Miceli 2001), los grupos estaban relativamente más distanciados en función de la mayor diferenciación que había entre esas actividades, sobre todo, después de la creación de las universidades en la década de 1930 y de la Universidad de San Pablo, en particular, que rápidamente se tornó fuente de un nuevo tipo de autoridad intelectual. Eso explica la ocurrencia de polémicas como la que mantuvo Antonio Candido con el escritor modernista Oswald de Andrade (Pontes 1998). La afinidad social entre críticos y escritores, con todo, estaría por detrás de relaciones de alianza como la que se explicitó en el patrocinio intelectual de Mário de Andrade (que era primo hermano de la madre de Gilda de Mello Souza, la esposa de Antonio Candido) a la revista Clima, plataforma de lanzamiento de ese grupo de críticos universitarios. En la Argentina, como señalamos más arriba, el origen social y la formación educacional distintas de críticos (inmigrantes y descendientes de inmigrantes) y escritores (cuyas fracciones dominantes descendían de familias criollas), los primeros formados en la FFyL-UBA y los segundos educados en el círculo familiar, prevaleció la confrontación entre unos y otros, emblemáticamente expresada en el libro de Adolfo Prieto, Borges y la nueva generación (1954). Debemos notar que el patrón conflictivo de relación entre escritores y críticos implicó, en ese último caso, el cuestionamiento del canon literario anteriormente establecido. En contrapunto, en México y en Brasil, los críticos José Luis Martínez y Antonio Candido, aún habiendo innovado, desde el punto de vista analítico, los métodos de reconstrucción de la crítica y de la historia literaria, tendieron a reafirmar el canon, confirmando a Alfonso Reyes y a Machado de Assis como los mayores escritores de cada tradición.
Tomemos ahora como punto de comparación sus trayectorias profesionales. Aún cuando los proyectos intelectuales de los tres críticos tuvieron como condicionante principal la inserción en la Universidad, existen diferencias importantes que deben ser consideradas. Los tres fueron profesores universitarios, pero Antonio Candido y Adolfo Prieto se dedicaron, integralmente, a esa ocupación, en cuanto José Luis Martínez fue profesor universitario solamente en las décadas de 1940 y 1950 y, aún así, dividido entre la docencia y el servicio público. La comprensión de esa diferencia debe tener en cuenta las estructuras de posibilidades vigentes en cada caso. Las organizaciones académicas en Brasil y en Argentina (principalmente en la USP y en la UBA) abrían mayores posibilidades a la dedicación de tiempo integral a la docencia y a la investigación43 y los profesores no eran comúnmente cooptados por el Estado para el servicio público. En México, al contrario, la carrera de profesor universitario estaba vinculada al servicio público, lo que expresaba las relaciones de dependencia del campo universitario al campo político entonces vigentes.44
Debemos evitar, con todo, la evaluación sesgada, realizada a partir de los parámetros de legitimación característicos de la experiencia brasileña y argentina, que llevaría a subestimar el significado (y el peso) de la carrera universitaria en México. En este país, el tránsito entre las ocupaciones era muy frecuente y, al contrario de ser reprobado, era considerado una señal de reconocimiento. En ese sentido, la designación de un profesor/investigador para un alto cargo político/diplomático comprobaba la consagración del mismo, a pesar de que podía implicar eventualmente (como ocurrió con Martínez) la discontinuidad de su carrera académica.
De cualquier modo, el único entre los tres agentes aquí comparados que dispuso de una carrera continua, en el interior de la misma institución y dentro de su país, fue Antonio Candido y esa condición fue decisiva tanto para la regularidad de su producción (y la de su grupo), como para su consagración cada vez más incontestable. Por razones distintas, recordemos, las carreras de Prieto y de Martínez fueron interrumpidas, la primera por las intervenciones ocurridas en las universidades argentinas durante el ciclo militar y la segunda en función de la opción de Martínez por la carrera de funcionario. En los dos casos, tales interrupciones (Prieto siguió la carrera en los Estados Unidos) implicaron una caída en la productividad intelectual y afectaron las posibilidades de consagración futura (más estrictamente académica) de sus obras.
Un notable punto de aproximación se relaciona con el hecho de que las plataformas de lanzamiento de los tres críticos en el campo intelectual fueron revistas universitarias, Clima, Contorno y Tierra Nueva, que constituyeron, al mismo tiempo, grupos culturales fuertemente integrados. La diferencia fundamental entre estos últimos reside en la toma de posición contestataria (y politizada) que los contornistas adoptaron en relación a los escritores establecidos, el grupo de Sur, y en la reivindicación, ya mencionada, de un contra canon literario centralizado en la figura de Roberto Arlt. Tal actitud sería condicionada por el origen social y geográfico de sus miembros, en general descendientes de inmigrantes, algunos de ellos oriundos de provincia, otros de las fracciones bajas de la clase media urbana y judíos (Katra 1988). La renovación introducida por el grupo Clima (Pontes 1999), todos con origen elevado, a pesar de las diferencias de grado, consistió en la promoción de una nueva dicción para la crítica literaria y cultural, sistemática y especializada, que tuvo su base en la experiencia universitaria compartida, que se contraponía a la tradición de la crítica tradicional de los diarios, subjetiva y diletante. En la misma dirección, el grupo de Tierra Nueva, unificado por el común origen provinciano (con la excepción de Leopoldo Zea), propuso una perspectiva más rigurosa para los estudios literarios, también apoyada en la socialización universitaria.
Por fin, el balance de las diferencias y semejanzas entre las tres trayectorias consideradas (y sus respectivos contextos) sugiere que los críticos literarios alcanzaron, en los tres países, en la década de 1950, una posición de mayor autonomía con relación a los escritores, condicionada por su inserción académica. En esa dirección, la Universidad fue la fuente principal de legitimación de sus pretensiones, sobre todo, la de constituirse como árbitros de la producción literaria, objetivo logrado en grados distintos en función de la estructura de posibilidades vigente en cada caso.