El 7 de octubre de 1843 se publicó en el Diario del Gobierno de la República Mexicana el Reglamento de estudios del Colegio de Minería (Diario del Gobierno de la República Mexicana, 1743). En él se contemplaron cambios importantes en su estructura y programas respecto a su etapa previa, pues además de las tradicionales carreras de ensayador, apartador de oro y plata y beneficiador de metales, que se establecieron originalmente en el Real Seminario de Minería, aparecen tres nuevas profesiones: ingeniero en minas, ingeniero geógrafo y naturalista.
Ello lo hemos considerado el inicio de la institucionalización de la enseñanza de la geografía en México, toda vez que se establecen tres años de estudios “especiales”, específicos de la profesión, más dos años de práctica con los “ingenieros geógrafos del gobierno, en clase de agregados a las comisiones que desempeñan dichos oficiales”. Se crean nuevas cátedras, entre ellas la de geografía -que impartiría Blas Balcárcel-, y se establece que el jurado para el examen final de la nueva profesión debería estar integrado por los catedráticos de geografía, geodesia, física y los dos de matemáticas (Moncada, 2003).
No era la primera vez que se establecían estudios donde la geografía estaba presente, Héctor Mendoza señala diversos proyectos que se promovieron en los primeros años del México Independiente, donde destaca el “Proyecto de Reglamento General de Instrucción Pública”, de diciembre de 1823, que consideraba la creación de escuelas politécnicas donde se impartirían conocimientos “comunes y preliminares para las Escuelas de aplicación de Artillería; ingenieros; Minas; Caminos, puentes y canales; ingenieros geógrafos, y construcción naval” (Mendoza, 1993). Por supuesto que en las condiciones sociales, económicas y políticas en que se encontraba el país, la fundación de esas Escuelas de Aplicación no pasaba de ser un buen deseo, y en ello coincidieron figuras de la talla de Lucas Alamán y José María Luis Mora. Nuevos proyectos educativos se dieron en 1826, 1830 y 1832, y en todos se consideró a la ingeniería geográfica, pero ninguno pasó más allá del papel (Mendoza, 1993). Pero resulta chocante que no se diera reconocimiento alguno al Colegio de Minería -con la Independencia ya había abandonado su original nombre de Real Seminario de Minería- y en más de una ocasión se promovió su desaparición, sin duda por ese espíritu antiespañol imperante en algunos grupos sociales, sin considerar que ya eran mexicanos los que tenían el control de este, y que a partir de 1827 reinició sus actividades con regular éxito.
Sin duda, el proyecto más firme se dio en 1833, año en que el vicepresidente Valentín Gómez Farías promovió drásticas reformas educativas, desapareciendo la Universidad y creando nuevos centros de instrucción superior. Uno de ellos, el Tercer establecimiento de Ciencias Físicas y Matemáticas, fue la continuación del Colegio de Minería, bajo la dirección del ingeniero Ignacio Mora y Villamil, y en donde se crea la profesión de agrimensor-geógrafo, con una perspectiva totalmente cartográfica. Sin embargo, al año siguiente retoma el poder el presidente Antonio López de Santa Anna, y uno de sus primeros actos es suspender los establecimientos creados por Gómez Farías, restableciendo el Colegio de Minería a su estado anterior, incluyendo cursos y profesorado (Ramírez, 1982).
Así pues, todo quedó en intentos fallidos. Pero el hecho mismo de crear estudios en geografía no necesariamente daría lugar a una demanda por parte del estudiantado. La gran mayoría eligió los estudios de ingeniero de minas -y posteriormente otras opciones de ingeniería-, que les abría las puertas para trabajar en alguno de los muchos fundos mineros. En contraste, de acuerdo con el número de ingenieros geógrafos titulados, solo un puñado de estudiantes eligió estos estudios.
A pesar de ello, se reconocen al menos seis programas de estudio para la preparación de los interesados en la geografía. El primero de ellos, de 1834, dirigido a la formación del geógrafo agrimensor; en 1843, como se detalla más adelante, se establece la formación del ingeniero geógrafo. Habrá varias reformas durante la segunda mitad del siglo, no siempre positivas, como fue el caso de 1859, bajo el gobierno de Miguel Miramón, donde de las 14 asignaturas que se cursaban, apenas seis respondían al estudio de las ciencias, y el resto eran cursos de dibujo, idiomas y religión. En cambio, las reformas de final del siglo lograron que se diera una identificación de la geografía con la astronomía, logrando los ingenieros geógrafos un gran reconocimiento social y académico.
LOS INGENIEROS GEÓGRAFOS
Con la reforma al plan de estudios de 1843 se establece la profesión de ingeniero geógrafo. De acuerdo con nuestros datos, apenas 18 personas obtienen dicho título en el Colegio de Minería -después Escuela Nacional de Ingenieros (ENI)-, y se desarrollan profesionalmente en diferentes ámbitos, principalmente en la educación y en el servicio público.
A estos 18 individuos debemos añadir al ingeniero Carlos F. de Landero, quien en 1887 obtiene el título de ingeniero geógrafo en la Escuela de Ingenieros del Estado de Jalisco (De la Torre, 2000). Única persona que obtiene dicho título en una institución educativa del interior del país.1
De acuerdo con los datos del Cuadro 2, en el desarrollo de la geografía del siglo XIX se pueden reconocer tres claros periodos. El primero, a partir del establecimiento de los estudios de la ingeniería geográfica en 1843, que permitió que tres alumnos obtuvieran su título en la década siguiente, y a quienes reconocemos como “la primera generación”; un segundo periodo, que inicia después de la restauración de la República, 1867, y que los planes de estudio de 1869 y 1883 permiten que once estudiantes obtengan el título profesional de ingeniero geógrafo entre 1883 y 1893, y que constituyen “la segunda generación”. Vale la pena recordar aquí que con las reformas de 1883 y 1897 se empieza a identificar a la geografía y a la astronomía como una sola profesión, y tal vez ello contribuyó al incremento en el número de alumnos. Finalmente, cuatro alumnos obtendrán el título ya iniciado el siglo XX, “la tercera generación”, y aunque en los planes de estudio de la Escuela Nacional de Ingenieros siguió la enseñanza de la ingeniería geográfica, la demanda fue casi nula, lo que llevó a su desaparición.
1834 | 1843 | 1859 | 1869 | 1883 | 1897 |
1er. curso de Matemáticas puras | Elementos de mecánica racional | 1er. curso de Matemáticas | Matemáticas superiores | Algebra superior | Matemáticas superiores |
2º. curso de Matemáticas puras | Teoría del calórico, de la electricidad y del magnetismo | 2º. curso de Matemáticas | Geometría descriptiva | Geometría analítica y Cálculo infinitesimal | Geometría descriptiva |
Física | Elementos de óptica, acústica y meteorología | Mecánica racional e industrial | Mecánica analítica | Topografía e hidromensura y prácticas | Topografía y Legislación de tierras y aguas |
Cosmografía y geografía | Cosmografía | Topografía y geodesia | Geodesia | Mecánica analítica | Hidrografía y meteorología |
Dibujo | Geodesia | Física | Astronomía teórico-práctica | Geodesia | Mecánica analítica |
Lavado de planos | Uranografía | Astronomía | Hidrografía | Astronomía práctica | Geodesia |
Latinidad (2 cursos) | Geografía | Dibujo natural | Matemática del globo | Física-matemática | Astronomía práctica |
Francés | Delineación | Dibujo de paisaje | Física | Cálculo de probabilidades y Teoría de los errores | Física-matemática |
Prácticas | Inglés | Dibujo lineal | Dibujo topográfico | Hidrografía y meteorología | Cálculo de probabilidades y Teoría de los errores |
Prácticas | Francés | Dibujo topográfico y geográfico | Geología | Astronomía general y física | |
Inglés (3 años) | Dibujo Geográfico | Dibujo geográfico | Mecánica celeste | ||
Religión | Dibujo topográfico | Hidráulica | |||
Prácticas | Geología | ||||
Economía política | |||||
Dibujo geográfico | |||||
Dibujo topográfico | |||||
Prácticas |
Nombre | Año de titulación |
1. SALAZAR ILARREGUI, José | 1856 |
2. JIMÉNEZ, Francisco | 1856 |
3. DÍAZ COVARRUBIAS, Francisco | 1858 |
4. MENDIZÁBAL Y TAMBORREL, Joaquín | 1883 |
5. FERNÁNDEZ, Leandro | 1884 |
6. DÍAZ LOMBARDO, Isidro | 1885 |
7. TAMBORREL, José | 1887 |
8. DÍAZ RUGAMA, Adolfo | 1887 |
9. VALLE, Felipe | 1890 |
10. PÉREZ, Ezequiel | 1890 |
11. GAMA, Valentín | 1891 |
12. MATEOS, Juan | 1891 |
13. BELTRÁN Y PUGA, Guillermo | 1891 |
14. ARAGÓN, Agustín | 1893 |
15. ALEMÁN ROMO, Silverio | 1906 |
16. GALLO MONTERRUBIO, Joaquín | 1909 |
17. DÍAZ RIVERO, Francisco | 1917 |
18. SÁNCHEZ, Pedro C. | s.f. |
Fuente: elaboración propia a partir de: Noticias de las personas aprobadas en la Escuela Nacional de Ingenieros para ejercer alguna de las profesiones establecidos en ella. Comprende desde el 8 de febrero de 1859 al 30 de septiembre de 1894. México, Secretaría de Fomento, 1894; “Lista nominal de los señores Ingenieros titulados en la Escuela Imperial de Minas con expresión de las fechas de sus exámenes o títulos”, en Memoria presentada a S. M. el Emperador por el Ministro de Fomento Luis Robles Pezuela… el año de 1865. México, Secretaría de Fomento, 1866, pp. 359-365.
La institucionalización profesional de la disciplina facultó que este pequeño grupo de profesionales desempeñara muy diversas actividades que les permitió el reconocimiento social. Por supuesto que no podemos generalizar, toda vez que estamos tratando de individuos, con raíces familiares y relaciones sociales muy diferentes, pero si podemos afirmar que casi todos ellos desarrollaron una actividad académica que les permitió vincularse a alguna de las instituciones educativas más importantes de la ciudad capital. Porque también debemos destacar que, en su gran mayoría, desarrollaron dichas actividades profesionales en la ciudad de México. Vinculado a sus actividades académicas como docentes, se encuentra su participación en diversas sociedades científicas, donde llegaron a ocupar puestos de dirección.
Igualmente podemos destacar que un gran número de ellos ocuparon puestos notables de responsabilidad pública. Y ello es uno de los aspectos que se desea resaltar en este artículo, pues llegaron a ocupar los cargos de secretarios de Estado y de oficiales mayores o subsecretarios; otros más ocuparon cargos diversos que daremos a conocer al referirnos a ellos.
Será inevitable alguna repetición de información, toda vez que existió una estrecha relación entre esta pequeña comunidad. Los primeros en obtener el título fueron profesores de la segunda generación en la Escuela Nacional de Ingenieros o en el Colegio Militar. Igualmente compartieron actividades en la Secretaría de Fomento, así como en comisiones científicas. Por último, se dará la información sobre los ingenieros geógrafos, en orden cronológico a la obtención del título.
LA PRIMERA GENERACIÓN
Como se señaló líneas arriba, para la primera generación de ingenieros geógrafos se reconoce a José Salazar Ilarregui, Francisco Jiménez y Francisco Díaz Covarrubias que, si bien obtuvieron el título con apenas una diferencia de dos años entre los dos primeros y el tercero, si había una diferencia de edad, pues Salazar fue un año mayor que Jiménez y diez años mayor que Díaz Covarrubias. Y ello es significativo, ya que Salazar fue profesor de los dos restantes, y Jiménez, aunque es coetáneo del primero, estudio originalmente en el Colegio Militar y posteriormente en Minería.
Se reitera que se hará énfasis en la actividad pública de los ingenieros geógrafos, toda vez que, en otro momento, se pudo reunir gran parte de la producción científica de ellos; por lo que solo cuando sea necesario se mencionarán algunos de sus textos (véase Moncada et al., 1999).
José Salazar Ilarregui.2 En el anecdotario histórico de la profesión encontramos que el 18 de marzo de 1856, “… la Junta Facultativa del Colegio [de Minería] expide el primer título de Ingeniero Geógrafo, distinguiendo con él al Sr. José Salazar Ilarregui, ‘para darle un testimonio honroso del alto concepto que merece por su carrera científica y sus servicios’” (Ramírez, 1982). Salazar Ilarregui nació en la ciudad de México en septiembre de 1823, fue estudiante en el Colegio de Minería entre 1841 y 1845 y, al año siguiente, se incorporó como profesor -sustituto de cátedras- impartiendo la asignatura de Cosmografía, geodesia y uranografía, en sustitución de Tomas Ramón del Moral. Ese mismo año de 1846 sustentó los exámenes para obtener los títulos de agrimensor e hidromensor y ensayador-apartador de metales (S. R., 1892).3 De forma inmediata se incorporó como docente de la misma institución.
En 1849, una vez firmado el tratado de paz con los Estados Unidos, se le nombró geómetra de la Comisión Mexicana de Límites, que trazó la frontera entre México y los Estados Unidos (Tamayo, 2001; Tamayo y Moncada, 2000).4 A la muerte del general Pedro García Conde, en 1851, sería nombrado comisario hasta el fin de los trabajos de la Comisión, en 1857. Producto de la primera etapa de su trabajo fue la obra Datos de los trabajos astronómicos y topográficos, dispuestos en forma de Diario (Salazar, 1850), que narra los trabajos para establecer la frontera entre la Alta y la Baja California.
A su regreso a la ciudad capital se reintegró a sus clases en el Colegio de Minería, y en 1859 inició sus actividades en el sector público. El primer cargo que ocupó fue el de regidor del Ayuntamiento de la ciudad de México e inspector de obras públicas (febrero de 1859), y cuatro meses después se le nombró interventor de la Casa de Moneda (S. R., 1892).
Siendo ya un científico reconocido, el Poder Ejecutivo de la Regencia del Imperio, establecido durante la intervención francesa, lo nombró, el 27 de junio de 1863, subsecretario de Estado y del despacho de Fomento, cargo que ocupará durante 14 meses. En este cargo expidió diversos decretos para organizar los tribunales de comercio de las ciudades de Puebla, Orizaba y Veracruz; organizó y asignó importantes apoyos económicos a diversas instituciones de educación, como fue el caso de la Escuela Especial de Comercio de la ciudad de México, la Escuela de Agricultura, la Academia de Bellas Artes de San Carlos y el Colegio de Minería, así como para la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística. Concedió importantes recursos para obras públicas de beneficio común, como el desagüe de Huehuetoca, la reposición de caminos y puentes y, mediante un concurso, designó a la compañía de Juan Poots para establecer el alumbrado con gas en la ciudad de México. Igualmente se ocupó, a petición del emperador Maximiliano, de la construcción del monumento a la Independencia Nacional, y encargó a Manuel Orozco y Berra la elaboración de una división territorial del Imperio Mexicano.
De forma casi simultánea se le nombra director interino del Colegio de Minería, cargo desde el que impulsa el establecimiento de un observatorio astronómico. En 1864, ya con Maximiliano como emperador, se le designa Comisario imperial de la península de Yucatán y se le otorga la Cruz de Gran Oficial de la Orden de Guadalupe. Entre las actividades más notables que emprendió se cuentan: el establecimiento del telégrafo entre Mérida y el puerto de Sisal, la apertura de pozos artesianos para abastecer de agua a la ciudad de Mérida, el establecimiento de una comisión científica que levantó el mapa de la ciudad de Mérida y la creación de un observatorio meteorológico y astronómico en el antiguo Colegio de San Pedro (Sánchez Novelo, 1983).
Un tema de gran importancia era que los sitios arqueológicos de la península no se consideraban parte del patrimonio nacional; por ello, el ingeniero Salazar expide un decreto para lograr su conservación, con lo cual se dio el primer paso para resguardar los restos de la cultura maya, así como crear el Museo Arqueológico. El 5 de septiembre de 1865 expidió la Ley de Colonización y su respectivo reglamento, con ella se pretendía recibir colonos de cualquier parte del mundo; estableció el Banco de Avío de la Península de Yucatán; reestableció el cargo de abogado defensor de los indios y promovió la apertura de 55 escuelas elementales (S. R. 1892; Yucatán en el tiempo).
En 1866 regresa a la capital del país, ocupando en distintos momentos las carteras del ministerio de Gobernación, interino de Estado y de Fomento; el 13 de septiembre se le nombra consejero de Estado. Todos estos cargos los desempeña en una situación de crisis del gobierno, pues el “Imperio” se encontraba en franco retroceso. En octubre se le envía de nueva cuenta a Mérida, con el nombramiento de Gobernador civil y militar de la Península de Yucatán y, con esa función le corresponderá capitular la plaza ante el ejército republicano.
Salazar fue apresado y a punto de ser ejecutado, el pueblo de la ciudad de Mérida, a quien tanto había beneficiado, intercedió por él y le fue perdonada la vida por el general republicano Manuel Cepeda Peraza, aunque se le condenó al exilio. Obtuvo un pasaporte para salir al extranjero, primero a Cuba y de ahí a Nueva York. En Estados Unidos permaneció tres años; a su regresó a México se encontró en una situación muy crítica ya que se le había tachado de traidor a la patria y se le expulsó de las sociedades científicas que antes lo habían alabado (Sánchez Novelo, 1983). Para sobrevivir establece un colegio particular -la Escuela Científica de la Trinidad-, además de realizar algunas actividades para empresas mineras.
En 1878, por recomendación de su antiguo discípulo, Manuel Fernández Leal, subsecretario de Fomento, el presidente Porfirio Díaz lo nombra jefe y primer astrónomo de la Comisión mexicana de reconocimiento de la frontera entre México y Guatemala, marchando hacia esos territorios en el mes de octubre (S. R., 1892; Caballero, 2010).
El hecho de haber trabajado en las dos fronteras de nuestro país, y haber conocido gran parte de territorio, le permitió expresar lo siguiente en 1879, en un comunicado al ministro de Relaciones Exteriores:
Crea U. C. ministro que cuando se ha visto y observado mucho del país, como yo, siente uno que en general los gobiernos generales, se ocupen casi exclusivamente del centro y olviden y aun ignoren las necesidades de sus fronteras, en donde hay a quienes tener a raya, porque aunque nos separen siglos del feudalismo, es sólo que ya no se llama así, pero que es peor, será por la civilización (citado en Caballero, 2010).
Una grave enfermedad lo obliga a renunciar en 1885, regresando a la ciudad. El resultado final del trabajo es el Atlas de la Comisión Mexicana de Limites, en dos tomos, fechado en 1899, y que también incluye trabajos de la Comisión de Límites que desarrolló actividades entre 1883 y 1899. En esta nueva comisión, Salazar tuvo igualmente el cargo de jefe entre noviembre de 1883 y julio de 1884, lo sustituyó en ingeniero Manuel E. Pastrana (Caballero, 2010).
Todavía tuvo fuerzas para impartir clases en el Colegio Militar y en la Escuela de Agricultura, así como desempeñar algunas actividades en la secretaría de Fomento. Falleció en la ciudad de México el 9 de mayo de 1892.
Se integró a diversas sociedades científicas: en 1846 se le admitió como socio propietario de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, Fue socio fundador de la Sociedad Humboldt (1861), y posteriormente su presidente (Vigil, 2008). Igualmente fue Presidente Honorario de la Comisión Científica, Literaria y Artística de México, responsable de la sección de Astronomía Física del Globo, Geografía, Hidrología y Meteorología; miembro de la Academia Imperial de Ciencias y Literatura.
A su regreso del exilio, tanto la Sociedad Mexicana de Historia Natural como la Sociedad Minera de México lo incorporan como socio honorario (1870).
Francisco Jiménez.5 Nació en la ciudad de México en mayo de 1824. A los dieciséis años ingresó al Colegio Militar con la intención de seguir la carrera de ingeniero militar. En 1847 participó en la lucha contra el invasor estadounidense; con el grado de capitán fue de los oficiales que participaron en la batalla del Castillo de Chapultepec, apresado junto con los demás defensores del Colegio Militar. Posteriormente ingresó a la Escuela Nacional de Ingenieros, donde siguió los estudios de ingeniero geógrafo.
El 2 de noviembre de 1848 el presidente José Joaquín de Herrera ordenó la formación de la comisión que habría de marcar los nuevos límites entre nuestro país y los Estados Unidos. Como ya se mencionó, al frente de la Comisión Mexicana de Límites quedó el general Pedro García Conde y el jefe de los trabajos científicos y geómetra de esta fue el ingeniero José Salazar Ilarregui. Por su experiencia en las observaciones astronómicas, Francisco Jiménez fue nombrado agrimensor de esa comisión, quedando encargado de coordinar los trabajos para la determinación de las posiciones geográficas de los puntos más notables a lo largo de nuestra nueva frontera con los Estados Unidos.
Los trabajos de la Comisión de Límites iniciaron en octubre de 1849, y continuaron a lo largo de seis años. En enero de 1856 se terminó el trazo definitivo de la línea fronteriza, por lo que Francisco Jiménez y demás comisionados pudieron finalmente regresar a la ciudad de México. En ese mismo año Jiménez recibió el título de ingeniero geógrafo, y se reincorporó a sus labores docentes en el Colegio Militar, donde fue catedrático de geodesia y astronomía.
En 1861 el ministro de Fomento lo nombró, junto con el Ing. Antonio García Cubas, para coordinar los trabajos tendientes a elaborar la carta geográfica de la República; sin embargo, las circunstancias políticas de aquellos momentos obligaron a suspender ese proyecto.
En 1864, cuando era inspector de caminos, Francisco Jiménez fue comisionado para que, en compañía del ingeniero Miguel Iglesias, realizara un estudio técnico del viejo problema del desagüe de la capital y del Valle de México. En noviembre de 1865 fue nombrado subsecretario interino del Ministerio de Fomento, y más adelante, junto con Ángel Anguiano, fue promotor del establecimiento del Observatorio Astronómico Central -localizado en la azotea del Palacio Nacional-; se le designó primer director, cargo que desempeñó hasta su muerte en 1881 (Luna 2019). Le sucedió en el cargo el también ingeniero geógrafo Leandro Fernández. Es interesante destacar que en ese observatorio hicieron sus prácticas, cuando eran estudiantes, Isidro Díaz Lombardo, del Colegio Militar, y Felipe Valle de Ingenieros (Zueck, 2014). De hecho, a este último, Jiménez lo recomendó para ingresar al Observatorio Astronómico Nacional, cuando todavía se encontraba en Chapultepec.
Continuando con sus estudios geográficos, Jiménez fue el primero en determinar las longitudes en nuestro país utilizando señales telegráficas. En 1866 llevó a cabo la determinación de la latitud de Cuernavaca, empleando por primera vez el telégrafo electromagnético, mediante el que se transmitieron señales entre esa ciudad y la capital.
En marzo de 1872 la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, de la que era miembro, le encargó que escribiera un artículo sobre los pasos de Venus y de Mercurio frente al disco solar. El trabajo fue publicado en el Boletín de esa sociedad durante el mismo año. En él, además de proporcionar la información relevante de esos fenómenos astronómicos, hacía notar la importancia del trabajo desarrollado en 1769 por los criollos mexicanos Joaquín Velázquez de León y Antonio Alzate, quienes con las observaciones que hicieron del tránsito venusino de ese año, contribuyeron a fijar el mejor valor de la paralaje solar logrado durante el siglo XVIII. Ese estudio contribuyó a despertar el interés de algunos intelectuales de nuestro país, para que se enviara una comisión de mexicanos a observar el tránsito de 1874, de la que él fue parte importante en las observaciones.
A principios de 1873 apareció publicado, en ese mismo Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística, un “Dictamen de la Comisión Astronómica relativo a la publicación de un nuevo calendario que esté en armonía con los fenómenos celestes actuales”, artículo en el que Jiménez y Francisco Díaz Covarrubias analizaron desde el punto de vista astronómico una propuesta que se había hecho en el seno de esa sociedad para cambiar el calendario civil que se utilizaba en nuestro país. La conclusión dada por los astrónomos demuestra ampliamente su sentido práctico, ya que, aunque reconocen las inconsistencias astronómicas del “actual calendario civil”, proponen se siga usando pues se ha convertido en costumbre internacional, y cambiarlo podría ocasionar una marginación de nuestro país.
Entre los cargos públicos que desempeñó, se encuentran el ser inspector general de caminos y jefe de la Sección científica del ministerio de Fomento. El ingeniero Jiménez fue miembro de varias sociedades científicas, destacando que en 1874 se le designa para presidir la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística y socio honorario de la Sociedad Humboldt. Durante el imperio de Maximiliano se le nombró Caballero de la Orden Imperial de Guadalupe, y miembro de la Academia Imperial de Ciencias y Literatura.
Falleció el 5 de noviembre de 1881, a la edad de 57 años.
Francisco Díaz Covarrubias6 nació en Jalapa, Veracruz, en 1833; ingresó al Colegio de Minería, cuando contaba con 16 años, y destacó como un estudiante brillante. En 1851 fue alumno actuante de la segunda clase de matemáticas y en la de principios de astronomía y geografía en los exámenes anuales; en 1852 de las clases de física, alemán, topografía y geodesia y en 1853 de las clases de química, y de topografía, geodesia y cosmografía; y para 1854 ya figuró como profesor interino de la clase de topografía, geodesia y cosmografía. Meses después fue nombrado secretario de la junta facultativa del Colegio de Minería. Finalmente, obtuvo el título de ingeniero geógrafo en 1858.
Para 1856 su prestigio como especialista en el ramo de la geodesia era bien conocido, por lo que Manuel Siliceo, ministro de Fomento, le solicitó que realizara las observaciones astronómicas para determinar de la manera más precisa posible la posición geográfica de la ciudad de México. Debido al interés que el gobierno de la República tenía por conocer y cuantificar los recursos naturales del país, en ese mismo año de 1856 organizó la Dirección general para la formación del mapa geográfico del Valle de México, encargada de realizar todos los estudios necesarios para tener el conocimiento sobre la ciudad de México y sus alrededores. Ese organismo dividió el trabajo en varias secciones, poniendo al frente de cada una de ellas a connotados especialistas. De la sección de astronomía y geodesia se nombró director al ingeniero José Salazar Ilarregui y primer ingeniero a Francisco Díaz Covarrubias. cuando este contaba con veinticuatro años y todavía no se había titulado de ingeniero.
Los acontecimientos políticos ocurridos por esos años dificultaron y finalmente impidieron que la comisión encargada del estudio del Valle de México pudiera terminar sus trabajos. Sin embargo, algunos de ellos fueron publicados, entre otros, la Determinación de la posición geográfica de México, aparecido en 1859, que actualizaba el estudio realizado pocos años antes. Para ese momento Francisco Díaz Covarrubias ya había recibido título de ingeniero geógrafo, tras haber sustentado su examen el 24 de agosto de 1858.
En abril de 1861 comenzó un viaje hacia los Estados Unidos con la idea de visitar algunos observatorios astronómicos de ese país, así como comprar instrumentos que requería la Dirección de caminos, dependencia que había sido puesta bajo su cargo, sin abandonar en el Colegio de Minería. A fines de ese año, el ministro de Fomento celebró un contrato con Díaz Covarrubias, para concluir el trabajo que había dejado inconcluso la Dirección general para la formación del mapa geográfico del Valle de México, toda vez que contaba con el antecedente de haber dirigido la realización de la Carta hidrográfica del Valle de México, publicada en el Boletín de la Sociedad Mexicana de Geografía y Estadística.
Su interés por la astronomía lo llevó a proponer la creación de un observatorio astronómico, ubicado en el castillo de Chapultepec. En septiembre de 1862 fue nombrado director del futuro Observatorio Astronómico Nacional, encargándosele que instalara en Chapultepec algunos de los mejores instrumentos astronómicos que por ese entonces había en la ciudad de México. Sin embargo, debido a la intervención francesa, ese observatorio tuvo una vida realmente corta, pues en mayo de 1863 se vieron obligados a suspender los trabajos.
El gobierno de Maximiliano trató varias veces de contratar los servicios de Díaz Covarrubias, pero este siempre se negó, prefiriendo vivir en San Luis Potosí y después en Tamaulipas, haciendo levantamientos geodésicos y topográficos. Durante esos años escribió su Tratado de topografía, geodesia y astronomía, publicado en 1870, que habría de servir como libro de texto en esas materias por el resto del siglo XIX.
A poco de haberse restablecido el gobierno legal, Juárez lo nombró oficial mayor del ministerio de Fomento. Asimismo, con la Ley Orgánica de Instrucción Pública en el Distrito Federal, del 2 de diciembre de 1867, se contempló la creación de la Escuela Nacional Preparatoria. Díaz Covarrubias participó desde el inicio del proceso de creación del nuevo plantel, siendo miembro de la comisión que delineó el plan de estudios original. Iniciadas las labores docentes, fue profesor fundador del segundo curso de matemáticas (geometría y trigonometría) y en febrero de 1869 fue nombrado subdirector de ese plantel educativo.
En 1874, científicos de todo el mundo se interesaron en observar el tránsito de Venus por el disco del Sol. En México, Díaz Covarrubias buscó y logró el apoyo el presidente Sebastián Lerdo de Tejada para establecer una comisión científica y viajar a Japón a observar dicho fenómeno astronómico. Pese a las muchas dificultades que enfrentaron, logró establecer, junto con sus colegas Francisco Jiménez, Manuel Fernández Leal, Agustín Barroso y Francisco Bulnes, una base en la ciudad de Yokohama y realizar las observaciones, que dio a conocer en el Segundo congreso internacional de ciencias geográficas, celebrado en París en 1875.
A su regreso a la ciudad de México, se reintegró como profesor de la escuela de ingenieros y a su labor en la secretaría de Fomento. El 7 de diciembre de 1877, en la presidencia del general Porfirio Díaz, Ignacio L. Vallarta le nombró Ministro plenipotenciario en Guatemala (Caballero, 2010), con el objetivo principal de alcanzar un acuerdo para fijar la frontera internacional entre ambos países. Asuntos ajenos a su labor le obligan a regresar a México en 1880, pero el presidente Manuel González le envía a Europa, donde radicará cuatro años, lo que le permite participar en diversos congresos científicos. En 1884 regresa a México, y es comisionado para la compra de instrumentos científicos en los Estados Unidos.
En 1885 se le nombra cónsul general de México en París, donde desarrollará, a decir de Mendoza (2000), una doble labor, diplomática y científica, pues asistirá a diversos congresos en Europa, aumentando su reconocimiento en la academia. Muere en París, el 19 de mayo de 1889.
Francisco Díaz Covarrubias fue promotor de la fundación de la Sociedad Humboldt (1861), junto con Manuel Fernández Leal, José Salazar Ilarregui, Manuel Orozco y Berra, entre otros; posteriormente, fue designado su presidente en 1872 (Vigil, 2008).
Después de estos tres ingenieros geógrafos, tendrían que pasar 30 años para que otra persona recibiera el título de ingeniero geógrafo.
A MANERA DE CONCLUSIÓN
La comunidad de ingenieros geógrafos mexicanos fue reducida, aunque, visto lo anterior, se puede concluir que desempeñó un brillante papel en la sociedad y en la educación. Y me refiero a ellos como comunidad, porque a lo largo del texto queda implícita la red de relaciones que formaron entre ellos. Queda claro que varios de ellos compartieron aulas en el Colegio de Minería y, posteriormente, en la Escuela Nacional de Ingenieros; que varios de ellos fueron profesores de algunos otros centros de educación superior y que, profesionalmente desempeñaron actividades al servicio del Estado en un mismo periodo de tiempo.
Otro aspecto por destacar es que pese a las diferencias ideológicas que llegaron a tener, y que pudieron influir en sus actividades profesionales, compartieron intereses en las sociedades científicas más importantes del país -llegando a ocupar cargos directivos- y ahí, pareciera que esas diferencias pasaban a segundo término.
Cierto es que, durante la segunda mitad del siglo XIX, los ingenieros, en general, tuvieron un gran reconocimiento social y académico. Fueron, sin duda, los científicos por excelencia. Toda vez que practicaron las ciencias aplicadas y teóricas. La física, las matemáticas, la astronomía y las ciencias de la tierra fueron su campo de trabajo, y los geógrafos las practicaron con gran éxito. Ahí quedan como ejemplo los numerosos artículos y libros que publicaron (véase Moncada et al., 1999). Y con este texto, demostramos que también tuvieron un amplio reconocimiento social al formar parte de esa élite académica y política del México decimonónico.