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Andamios
versión On-line ISSN 2594-1917versión impresa ISSN 1870-0063
Andamios vol.12 no.27 Ciudad de México ene./abr. 2015
Artículos
Lo que queda de Chile: La Patagonia, el nuevo espacio sacrificable1
What is left of Chile: Patagonia, the new sacrificed space
Juan Carlos Rodríguez Torrent*, Nicolás Gissi Barbieri** y Patricio Medina Hernández***
* Dr. en Antropología, Profesor Investigador en la Universidad de Valparaíso, Chile: juancarlosrodriguezt@yahoo.com.
** Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Concepción.
*** Antropólogo, Profesor de la Escuela de Psicología de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso: pmedinahernandez@yahoo.es.
Fecha de recepción: 23 de septiembre de 2013
Fecha de aceptación: 2 de diciembre de 2014
Resumen
En este trabajo, parte de una investigación etnográfica mayor sobre fenómenos espaciales y territoriales, se discuten algunos procesos de cambio que tienen lugar en la Patagonia chilena, que es uno de los pocos lugares del mundo donde hay tierras disponibles y fuentes de recursos abundantes, demandados por la economía global. Se le identifica como un lugar no contaminado, con importante biodiversidad, ríos de flujo libre y de gran potencial energético; remoto, poco asequible, con habitantes aislados y distanciados, con servicios deficientes producto del centralismo del Estado nacional. Se identifican distintos actores e imaginarios que están generando una rescritura del territorio con fines diferenciados y contradictorios, como el Estado, los capitales, las comunidades, grupos ambientalistas, migrantes por cambio de estilo de vida y otros con intereses ideológicos. Los factores reconocidos provocan la aceleración del tiempo y modifican las condiciones de vida tradicional en lo que se considera la última frontera del capitalismo.
Palabras clave: Patagonia, Chile, Estado, territorio, minería, biodiversidad, recursos, globalización.
Abstract
In this work, part of an ethnographic research on greater spatial and territorial phenomena, there is a discussion on some processes of change that occur in the Chilean Patagonia, which corresponds to one of the few places in the world where there is unoccupied land and a fountain of resources demanded by the global economy. It is identified as a place not yet contaminated, with important biodiversity, rivers flow freely and have great energy potential; remote, slightly accessible, with inhabitants isolated and distanced, with poor services product of the centralism of the national State. It has identified different actors and imageries that are generating a rewriting of the territory with distinct and contradictory purposes such as the State, the capital, communities, environmental groups, migrants by change of lifestyle and others with ideological interests. The recognized factors cause the acceleration of time and alter the conditions of life in the traditional which is considered the last frontier of capitalism.
Key words: Patagonia, state, territory, capitalism.
INTRODUCCIÓN
Entre los análisis sociales contemporáneos más relevantes, como consecuencia del proceso de ampliación del capital, se ubican aquellos que conectan actividades económicas y decisiones políticas con territorio. Éstos alcanzan mayor notoriedad en las zonas aisladas, rurales, y entre poblaciones con economías de subsistencia, como las dedicadas a la recolección de recursos marinos y pesca artesanal, agropastoriles y las de alta presencia indígena en América Latina. De manera particular, conocemos el impacto de la penetración del capital en la Amazonia y sus habitantes; también la relación es clara en aquellos territorios, como el Desierto de Atacama, donde la riqueza es apropiada por la megaminería, la cual demanda recursos hídricos provenientes de las cabeceras de los valles en zonas de ocupación étnica ancestral; y, últimamente, en espacios binacionales como la Patagonia, que ofrece grandes posibilidades energéticas y mineras.
En todos estos casos, lo que se pone a la vista en la penetración del espacio es el potencial energético, hídrico, minero, acuícola y/o maderero, así como el control de recursos naturales y personas mediante la delimitación de áreas específicas y restricciones de acceso por parte de corporaciones privadas. Con el contacto, la penetración, el control y los nuevos usos del territorio se llega aceleradamente hasta lo que han sido los lugares más marginales del capitalismo, pudiéndose observar una relación de gradiente entre el espacio supranacional, el país y sus zonas intermedias y locales. Esto nos permite visualizar las características de una "geografía global de lugares estratégicos", así como las de las "microgeografías y sus políticas" (Sassen, 2003).
Históricamente, por ejemplo, la lógica de control de los recursos mineros se encuentra en las bases mismas del mundo moderno como parte de su genealogía e incrustada en ella en un doble sentido: primero, en el papel que la minería ha desempeñado como extracción, transformación y uso de ciertos minerales, siendo la propia imagen de la modernidad como desarrollo, ya que es impensable la vida moderna sin "un uso creciente e intensivo de los metales" (Machado, 2011: 140); y, segundo, en cuanto a que el sistema de poder ha usado sustancialmente este relato como modo ejemplificador del mundo moderno y su desarrollo, provocando que las relaciones coloniales y neocoloniales hayan requerido de este control por parte de los países centrales, lo que ha generado violencia territorial, productiva, semiótica, económica, jurídica-política y militar (Machado, 2011).
Frente a estos problemas, se produce en los últimos años un "viraje territorial" (Offen, 2003) o "ecoterritorial" en términos de Svampa (2011, 2009), en el que participan sujetos de derecho y sus reivindicaciones y donde, también, se produce el abordaje del trabajo académico reflexivo que ha visualizado esta emergencia como una relación ambiental y socialmente compleja y destructiva en cuanto al avance y despliegue del capital neoliberal, la participación del Estado, las agencias multilaterales y las comunidades. En este sentido, la academia ha operado como observatorio, registrando los conflictos generados en la inserción de poblaciones, de sus espacios y sus territorios tradicionales en la dinámica energética, minera y agroalimentaria mundial; también se han monitoreado con intensidad los derechos humanos y, en los casos más extremos, en los marcos de lo que Alberto Acosta llama "modelo biocida" (2009: 32) y Héctor Alimonda "saqueo extractivista" (2011: 11), se han registrado y denunciado los genocidios como resultado de una doble presión: sobre los recursos y sobre las poblaciones.
La dinámica expansiva es heterogénea y localizada. Es simultáneamente inclusiva y excluyente en términos de poblaciones y espacios, y trae consigo en las tierras agrícolas y zonas mineras la reorganización de la cultura en el espacio a partir de nuevos usos, acciones y presiones sociales y ambientales (Yáñez y Molina, 2011; IEI-UFRO 2003), ya que los sujetos se descubren y enfrentan con sus modos de vida y derechos territoriales, afirmaciones culturales, políticas y ambientales (Acselrad, 2010: 31).
Lo agrícola/acuícola, lo minero y lo energético, al operar sistémicamente, generan los mismos problemas sociales de fondo. De esta manera, el modelo posee tres características:
1) Los recursos disponibles y el territorio nacional están al servicio de una economía única o "sistema-mundo" (Wallerstein 2006; Wolf 1994; Amin 1988);
2) La expansión de los mercados está dominada por actores privados, nacionales y extranjeros, y grandes corporaciones multinacionales (Abèlés, 2008);
3) Las condiciones en que se sustenta el desarrollo están en función del mercado y no del bien común (Larraín 2012: 20).
En el contexto de un programa de investigación sobre el territorio, este artículo presenta algunos antecedentes de lo que constituye la rescritura territorial de la región más austral del planeta, la Patagonia, y de los actores e imaginarios que intervienen en su mutación. Corresponde a un gran territorio binacional de Chile y Argentina, dividido de manera longitudinal por la baja Cordillera de los Andes. Tiene una extensión total de un millón de kilómetros cuadrados, del cual aproximadamente un cuarto corresponde a territorio chileno, y tiene como característica una escasa densidad demográfica.2 Se discute, apoyado por distintos niveles de registro, su lugar como un territorio estratégico que ofrece para el modelo de economía extractivista tierras y recursos acuíferos, minerales y energéticos, confrontando esta expectativa y campo de posibilidades con otros imaginarios y la condición ambiental escasamente contaminada, así como con la vida lejana de los centros de poder, lo que ofrece a sus habitantes una cierta autonomía social y cultural respecto del Estado.
MARCO TEÓRICO CONCEPTUAL
El territorio es en sí una cualificación asociada a la vida y a acciones originadas en la reproducción biológica, social y cultural de las comunidades. Es la construcción sociocultural del espacio, realizado "por actores que despliegan estrategias individuales y colectivas muy diversificadas sobre denominadores comunes" (Martínez, 2008: 14), por lo que la territorialidad es un esfuerzo colectivo de ocupación, de uso y de control material, físico y simbólico (Giménez, 2000: 93; Martínez, 2008: 14), lo que constituye un producto histórico de los procesos sociales, políticos y de adaptación. El espacio refleja los desplazamientos, movimientos, proyectos, representaciones, prácticas y acciones definidas por las distancias, que definen las distintas temporalidades de los sujetos (Di Méo y Buléon, 2007: 18).
En un sentido más reciente, en el territorio se aplica la ciencia y la tecnología, y todos los conocimientos e informaciones disponibles para avanzar sobre zonas remotas (Nates y Raymond, 2007), por lo que los dispositivos se imponen organizacionalmente frente a la razón local; ello fija la copresencia de escalas de manejo de decisiones posibles en y para el territorio (Santos 2000: 289-290), e indica que éste adquiere diferentes significados si se privilegia un enfoque endógeno o exógeno de desarrollo (Zárate y Artesi, 2007; Boisier, 1999, 1996) y, en virtud de la evaluación que se haga sobre él, puede perder los atributos que el capital le asigna. Este encadenamiento del espacio local a los campos científico, tecnológico, económico y político demuestra el alcance de autonomía local (Díaz-Polanco y Sánchez, 2002) y las capacidades interiormente disponibles en las comunidades, así como un conjunto de intercambios y alianzas posibles entre comunidad/empresa(s), comunidad/Estado, comunidad/otras comunidades. Asimismo, se advierte que el territorio originario se halla no sólo amenazado en su estabilidad, producto de la aceleración del tiempo, sino que pierde su especificidad como espacio de vida horizontal y se reconfigura como fragmento socioterritorial condicionado verticalmente; se sitúa, pues, en la dimensión tecnoeconómica dependiente de cadenas y relaciones sintagmáticas multinacionalizadas (Martínez y Roca, 2006).
Al coexistir una o varias intervenciones en el territorio, estamos frente a un "campo de posibles", de orientaciones y de lógicas no convergentes que afectarán sistémicamente la vida cotidiana. Sabemos, y así lo ha expuesto la etnografía, que toda sociedad tiene territorio y produce territorio, por lo que existirá una escala posible de ampliación de las fronteras para estructurar y sostener las georreferencias y sus peculiaridades sin disolver los elementos nucleares, cuestión que define subjetivamente la existencia mental y su apropiación intersubjetiva. Esto ocurre porque la ecología de la especie humana se basa en que sus relaciones con la naturaleza están mediatizadas por formas de organización social, que descansan en dispositivos políticos para asegurar su consenso y su reproducción (Alimonda, 2011: 25-58). En América Latina, tanto la realidad biofísica como la constitución territorial se encuentran en condición de subalternidad, de acuerdo con el régimen de acumulación (Alimonda, 2011: 25-58), lo que implica que en el avance hacia zonas remotas, de difícil accesibilidad o de fronteras interiores (Martins, 2002; Cheyre,3 2012) como en la Patagonia, ocurra siempre una expropiación ecoterritorial, ecocultural, y una jerarquización y discontinuidad territoriales (Wallerstein, 2006; Sassen, 2003; Santos, 2000), en concordancia con un Estado debilitado y subsidiario, sometido al régimen de rentabilidades privadas y de pérdidas públicas, el impacto económico y territorial de los tratados de Libre Comercio (TLC)4 y la Iniciativa por la Integración de Infraestructura Regional Sudamericana (IIRSA).5
El Estado se vuelve garante del sistema, ya que contribuye a la disolución de las fronteras y abandona su función de mediador para la construcción del lazo social (Arias, 2009: 104) y de valoración de lo vivido, al imponer la lógica de territorios red (Castells, 1996), es decir, de espacios articulados en distintas escalas.
De esta manera, enfrentamos el encogimiento del territorio local en el nivel de la proximidad ante las escalas de la región, del Estado, continental o de la globalidad, lo que permite comprender las rutas y los circuitos de infiltración de los negocios en las estructuras comunitarias, elementos que cuestionan al menos la autonomía de las poblaciones. En este sentido, la figura de lo minero y lo energético como paradigma extractivista es lo que mejor vuelve a reflejar la condición histórica de América Latina y sus cambios socioterritoriales, ya que es un modelo desnacionalizado y que sostiene la relación Norte-Sur, de alta demanda de recursos primarios de los países desarrollados sobre los dependientes. El poder de las corporaciones multinacionales está dado por la nueva institucionalidad asociada a los TLC, tratados de inversión, la economía-mundo y los múltiples procesos que se imponen por encima de los Estados. La clase política por lo común es cooptada por lobistas que representan estos intereses, y el Estado, paradójicamente, se desnacionaliza ya que no expresa la relación entre soberanía y territorio.
Incorporamos en este circuito la megaminería de cielo abierto, la construcción de grandes represas, la privatización de tierras, los agronegocios, la experimentación con transgénicos y siembras directas, los biocombustibles (Svampa, 2011:184-185) y los desarrollos viales y de obras públicas que permiten la conectividad estratégica para fines privados. En este sentido, la apertura de nuevas rutas por el Estado y el capital no sólo da visibilidad y ambientaliza a las comunidades que van apareciendo en la penetración de las fronteras, sino que a su paso, y antes de que éstas se localicen, se destruyen y reorientan las economías de los pueblos así como las relaciones horizontales que caracterizan sus cotidianidades.
Las fricciones propias de esta expansión y las reflexiones de este viraje territorial se expresan socialmente en poblaciones sacrificables y, en lo ambiental, como pasivos y daños irreparables. Esta condición debe ser contextualizada en el marco general de una ausencia de tierras disponibles, como indica el informe de la FAO (2011), ya que para el año 2050 se espera un aumento en la producción agrícola mundial de 70% y de hasta 100% en los países en desarrollo. Con semejante reto deberán compensarse el deterioro de los ecosistemas y la demanda hídrica para aumentar las superficies de riego, así como producir y garantizar el acceso para quienes han sido los menos favorecidos.
De acuerdo con lo señalado, como ocurre en la Patagonia y en muchos otros lugares, con la ampliación de las fronteras se están produciendo importantes conflictos socioambientales debidos a temas de derecho y propiedad, a sentimientos de amenaza y desprotección, y a insuficientes regulaciones por parte del Estado ante el avance del capital y sus demandas, sin excluir complicidades. A ello se agregan las asimetrías de poder generadas en la connivencia y la alineación entre los capitales locales, los transnacionales y los Estados, en desmedro de las comunidades.
METODOLOGÍA
La metodología implementada en el proyecto de investigación sobre los procesos territoriales en la Patagonia chilena prioriza la estrategia de la etnografía con estudios de casos buscando desarrollar, en planos paralelos documentales, cartográficos y demográficos, la exploración, validación y contraste de los datos reunidos en trabajo de campo. En este escrito, que es parte de una investigación en pleno desarrollo, se aplicaron los procedimientos generales y se registraron varios factores intervinientes en el proceso de "rescritura" territorial. Se da cuenta de las perspectivas de algunos de los actores y se identifican los contextos y claves heurísticas de los cuatro campos elegidos para el análisis de la territorialidad: población, capital, Estado y naturaleza.
Se priorizaron dos ejes para observar el curso de los objetivos ligados a la construcción de la territorialidad y los resultados de las acciones presentes en ella: 1) el registro de información secundaria, que contempla documentos visuales, de audio, periódicos, informes técnicos y académicos; 2) una estrategia metodológica multicentrada y multisituada (Marcus, 1995), es decir, un procedimiento etnográfico que está más allá del single sited, con varios centros físicos y dispersos de observación, atención, registro y participación en la Patagonia. Para estos efectos hemos seguido a Rodman (1992), Marcus (1995) y Appadurai (2001) quienes proponen el análisis descentrado, con varios lugares de registro y referencia, que para efectos de este trabajo son locales, provinciales, regionales, nacionales e internacionales. Esta estrategia postula una etnografía de carácter móvil, que permite documentar la circulación de personas, objetos y discursos, siguiendo también su movimiento (Marcus, 1995), e identificar los elementos de tensión social y expresión cultural más paradigmáticos en las macro y microzonas patagónicas, lo cual favorecerá realizar un proceso de estudio comparativo y otorgar el carácter de etnológico al programa de trabajo, al describir y registrar los usos del territorio, las contigüidades y la operatividad de la interacción entre la verticalidad de la política y la concepción del desarrollo, y la horizontalidad en la que se realiza la vida cotidiana.
EL LUGAR DE LA PATAGONIA EN EL MERCADO-MUNDO
Chile continental, con más de 4 200 kilómetros de largo, se extiende desde el desierto de Atacama hasta los territorios subantárticos, con un territorio de más de 750 000 km2. Desde hace tres décadas, en un régimen de economía neoliberal y un proceso de economía primaria, "se encuentra a la venta" (Sánchez, 2009; Solimano, 2012), con una inversión económica que, para sostenerse, se desplaza de manera longitudinal, de norte a sur, expandiéndose por más de 3 000 kilómetros desde el desierto de Atacama hacia zonas agrícolas semidesérticas y el extremo sur. Este desplazamiento se constituye mediante un modelo de privatización de la riqueza y concesiones sobre recursos naturales, acompañado de leyes de protección a los derechos de propiedad y a la inversión (Yáñez y Molina, 2011), definiendo territorialmente una lógica de regiones ganadoras y perdedoras en términos de atracción de capitales y población (Romero y Smith, 2009: 58), estableciendo una carga desigual de los costes ecológicos y sin protección efectiva de los derechos de los pueblos indígenas (OIT, Convenio 169) y comunidades rurales donde se realizan las grandes intervenciones.
Desde la perspectiva de la territorialización minera, las bases ideológicas de esta fórmula tienen su origen en la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1989). A partir de la minería del cobre se implementaron los dispositivos legales para desarrollar lo que se conoce como Estatuto de Inversión Extranjera (1974), la Ley Orgánica Constitucional sobre Concesiones Mineras (1981) y la Reforma al Código de Aguas (1981), que permiten la privatización encubierta de la riqueza y el control trasnacional (Machado, 2011). Esto implica tres aspectos básicos que se irradian en el continente, el país y la Patagonia como parte de un nuevo "estado de derecho":6 1) seguridad jurídica respecto de las inversiones para los extranjeros y nacionales; 2) grandes beneficios fiscales y comerciales para inversionistas, y 3) una legislación y un sistema de control ambiental permisivos (ibid.). En su conjunto, con estas disposiciones la región capta la mayor cantidad mundial de inversiones mineras y, en el caso de Chile, en términos territoriales, la concesión llegó a 10.6% del territorio nacional en 2003 (Machado 2011).
El recurso hídrico en la ley chilena se encuentra separado de la tierra y tiene una doble figura: es considerado un "bien de uso público" y asimismo de "uso económico". Permite, por una parte, un aprovechamiento indiscriminado mediante concesiones a tiempo indefinido y a perpetuidad y, por otra, para que este derecho sea vendido, comprado o arrendado (Larraín, 2012: 21). Así, muchos de los proyectos de captura de recursos hídricos en superficie o de manera subterránea se desarrollan sobre tierras indígenas o sobre aquellas que son reivindicadas como propias (Yáñez y Molina, op. cit.). La legislación ha permitido que sólo tres empresas sean las controladoras del 90% de los derechos de agua para producir hidroelectricidad (Larraín, op. cit.), copando todo el territorio nacional.
La Patagonia ha estado ajena a este proceso. Hasta ahora la presencia de los estados de Chile y Argentina ha sido cuestionada por poblaciones autóctonas y locales debido al aislamiento y abandono que han sufrido históricamente, en términos de conectividad, servicios y gestión, si bien de manera más compleja en Chile debido a su régimen político no federado y, aunque regionalizado, centralista en sus decisiones. Las actividades económicas dominantes han sido la captura de mamíferos marinos (balleneras), ganadería de ovinos y, muy recientemente, salmonicultura, actividad turística estacional, y los llamados intereses especiales (Martinic, 2004). Las actividades portuarias sólo se concentran en Punta Arenas, por ser el Estrecho de Magallanes paso obligado para la navegación interoceánica, y es el único lugar donde hay actividad industrial de alto impacto, asociada a la industria del petróleo.7
Las poblaciones han circulado con relativa autonomía en medio de un paisaje estéticamente sobrecogedor, en una zona que presenta peculiaridades geográficas que la sitúan entre las regiones de más difícil poblamiento y desarrollo en el mundo (acantilados, hielo, lluvia, viento), en razón de las dificultades que presenta su vinculación con el resto del país (sin conectividad terrestre lineal), e incluso compleja entre los centros poblados más próximos. Lo anterior se refleja en la baja densidad poblacional y la intensa vida hogareña, lo que es muy propio de quienes están habituados a vivir en forma permanente en aislamiento y con soluciones cotidianas muy autónomas. La difícil conectividad es un elemento crítico, lo que configura una doble imagen: 1) internamente, es un aislamiento protector que resguarda la identidad y modera los cambios; 2) externamente, es una expectativa material sobre su riqueza minera, hídrica y energética, conforme existan posibilidades expeditas de penetración.
En buena parte de la zona la conectividad con el resto del país se realiza por caminos interiores ripiados que en dirección este-oeste se conectan con barcazas que ayudan al desplazamiento de las personas, los vehículos menores y camiones que transportan diversos insumos. Las urgencias médicas sufridas por la población y la forma de solucionarlas son las mismas que durante la segunda mitad del siglo XX: aviones de emergencia que aterrizan en pequeños aeródromos locales, si las condiciones atmosféricas lo permiten; o, en otros casos, es Argentina el destino obligado para una atención médica, surtirse de alimentos, recreación (cine, librerías, casino) y combustible.
De este modo, la Patagonia es la parte ajena de un país invertebrado, un territorio desconocido para los chilenos y conocido por los extranjeros por un imaginario de finis terrae, contenido por una frontera política y administrativa en sus pasos fronterizos, el océano Pacífico, la geografía como barrera natural (ríos, lagos, bosques, montañas, acantilados) y la ausencia de una vialidad longitudinal (norte-sur).8 Sus habitantes refieren en su imaginario geográfico de movilidad como el "ir a Chile" o "ir a Argentina". La forma de expresión revela no sólo la lejanía y el aislamiento, sino la fragmentación de Chile y la imposibilidad, en el siglo XXI, de hablar de la "comunidad Imaginada" (Anderson, 2006) y de elementos identificatorios que no sean locales. De este modo, la Patagonia ha constituido en sí misma una frontera física y mental, con un fuerte sentimiento identitario local y regional de la distinción. Un límite interior de un país que es material, cultural, simbólico, político y administrativo; un límite de una región poco penetrada y desconocida.
DE LA INFRAVALORACIÓN A LA HIPERVALORACIÓN: LAS NUEVAS IMÁGENES DE LO POSIBLE
La vastedad y la escasa densidad demográfica hacen propicia a la región para ser pensada e imaginada por los más diversos intereses. Estas consideraciones han abierto en el marco de ausencia de tierras disponibles, de recursos energéticos en el mundo y de un modelo exportador primario la posibilidad de que, sobre la Patagonia Binacional, se "posen" los ojos del Estado y del capital transnacional, para ser intervenida e iniciar así diversos emprendimientos y grandes proyectos de inversión capitalista. El Estado mueve su frontera con la construcción de caminos de penetración, puentes y aeródromos para facilitar de esta manera el acceso de los capitales, generando sus propias incompatibilidades.
La Patagonia chilena (y también la Argentina) alcanza así una nueva visibilidad territorial y puesta en valor, cruzada por filosofías, imaginarios y discursos diversos y antagónicos como campos de posibles, que pueden resumirse en los siguientes términos: 1 ) se presenta y reconoce como reserva de vida natural y existencial, como un refugio ante la agresividad y el agotamiento de la modernidad y del modelo de acumulación extractivista; 2) como destino turístico Premium, que resguarda el anonimato de ricos y famosos; 3) como el espacio contenedor de recursos apetecible para el modelo de economía planetaria.
Una variación dentro del campo de "posibles" corresponde a la migración por amenidad hacia la Patagonia. Se trata de personas que renuncian parcial o totalmente a la vida urbana y que tienen una expectativa y emociones asociadas al retorno a la naturaleza y al cambio de vida como clave de nuevas posibilidades existenciales, de búsqueda de tiempo fuera del sistema, frente a la "decepción moderna y citadina".9
A partir de un concepto de naturaleza no capitalizada, y como crítica al modelo de desarrollo occidental, se constituye también un imaginario territorial que pone límites al uso de la naturaleza. Apoyado en el "biocentrismo" del noruego Arne Naess (1990), se plantea el principio de la igualdad biocéntrica, como eje de la llamada "ecología profunda". Esto significa que las acciones no deben privilegiar al ser humano, sino que se deben hacer por todos los seres vivos, lo que destrona la pirámide antropocéntrica. Este concepto lo encarna el caso de Pumalín,10 el primer parque privado conservacionista (300 000 hectáreas) y uno de los predios del ambientalista norteamericano Douglas Tompkins, propietario en Chile y Argentina de grandes extensiones de tierra y principal donante de algunas de ellas a estos países.
Se le aprecia también como un destino de nivel mundial, con atractivos como las Torres del Paine, laguna San Rafael, capillas de Mármol y glaciares, como Perito Moreno. Además, es identificada por sus lagos y ríos libres para la práctica de numerosos deportes, como ocurre con Futaleufú, catalogado como uno de los mejores ríos a nivel mundial para la práctica del rafting; en este sentido, detrás de la Patagonia subsiste una gran idea: lo libre y lo verde, por lo que es adecuada para la práctica del kayak, rafting y flyfish, trekking, las expediciones en bicicleta, el encantamiento y el avistamiento de fauna en condición silvestre.
La Patagonia se configura como un gran discurso verde sobre uno de los últimos lugares donde queda espacio. Pero, al mismo tiempo, indica una orientación económica dirigida a un tipo de consumidor "verde", lo que la ubica dentro de un modelo de negocios que conduce a lo sorprendente, desprecia lo masivo y privilegia una exclusividad de la vivencia. No sólo implica el gozar de la belleza de la naturaleza, sino también el disfrutar de la experiencia de beber un whisky con el hielo de un glaciar, participar de la esquila de ovejas en una estancia o pescar la trucha más grande conocida en los ríos de flujo libre.
Surgen también las voces que sospechan de la gran cantidad de tierras compradas (privatizadas) en las dos últimas décadas de manera triangulada o por personajes poco visibles,11 que especulan con fines económicos ocultos, e incluso como lugar de fundación de un nuevo Estado dentro de lo que llaman Plan Andinia, que corresponde a la posibilidad de construir un enclave judío (Fuentealba, s/a).
La Patagonia correspondía a una zona del país donde la empresa privada no tenía interés en intervenir debido a su impenetrabilidad; allí cualquier inversión requería de la participación del Estado. Pero, ante la ausencia de tierras y de recursos disponibles para los estados, y con un estatuto para la inversión extranjera con grandes ventajas, se pone a la vista como un nuevo El Dorado, o como la Ciudad de los Césares, gracias a su biodiversidad, donde las presiones externas por acceder a estos recursos se vuelven necesariamente conflictivas, contradictorias y sospechosas, más aún cuando cuenta con el "olvido político" (Pinto, 1997: 6), histórico, en esta zona. Con base en las nuevas condiciones de acceso, la Patagonia adquiere un nuevo valor y se produce la intensificación y ampliación de los procesos materiales y de relaciones sociales de producción, del sistema de control y de sus extensiones; de esta manera comienza a ser incorporada al espacio global.
Paralelamente, el crecimiento exponencial de la megaminería del cobre en el desierto de Atacama, que significa más del 50% del PIB (Solimano, 2012), enfrenta dos problemas: 1 ) tropieza con la matriz energética; 2) carece de agua para la ampliación del proceso productivo metalífero. Chile no cuenta con petróleo, lo importa casi en su totalidad, pero tiene relevantes recursos hídricos susceptibles de transformarse en energía ubicados en la Patagonia. Entonces aquí se pueden ubicar algunas de las claves ordenadoras de lo territorial y del nuevo lugar de la Patagonia, en un país que no tiene política territorial, ya que no hay una articulación eficiente entre la producción de riqueza, la urbe y las localidades rurales, las comunicaciones, la red vial y la hídrica, sujeta a un modelo de capitalismo rentista o "pirata" que se sustenta en una trilogía: minería/energía/desarrollo. Es decir que en el ADN del modelo, lograr aquí el desarrollo significa profundizar sin cuestionar la estrategia extractivista y corregiendo la dependencia energética mediante la generación eléctrica desde fuentes hídricas que puedan ubicarse a miles de kilómetros del lugar de demanda, lo que es descrito por parte del Estado como un "enorme desafío y noble tarea de generar las condiciones adecuadas [...] en las próximas décadas [...] con recursos energéticos suficientes y competitivos" (Ministerio de Energía, 2012), sin desligarse de lo privado, con objeto de llegar al desarrollo de triplicar el consumo eléctrico como ocurre "en los países desarrollados" (Quiroz, 2012; González, 2012).
Esta política instala la posibilidad, cada vez más cercana, de una interconectividad entre regiones extremas del norte con el potencial energético austral. La energía producida en la Patagonia, a través de un megaproyecto hidroeléctrico conocido como Hidroaysén, implica: 1) la construcción de cinco centrales hidroeléctricas; 2) que esta energía debería ser transportada 3 000 kilómetros a través de una carretera energética, para llegar al desierto de Atacama, lugar de máxima concentración de actividades mineras y de la inversión privada; 3) una línea de transmisión de 1 900 kilómetros que se conectará con otras, presionando sobre áreas prístinas, diecisiete parques y reservas naturales, veintiséis humedales y demás sitios de conservación de la biodiversidad, pasando por territorios étnicos mapuches.
La idea se refuerza con la siguiente argumentación empresarial y gubernamental: sin la construcción de Hidroaysén se hace estrecha la oferta, ya que la demanda crece en el orden del 6% anual. Es tal la envergadura de los negocios y la necesidad energética e hídrica, que en el desierto la empresa BHP Billiton instala, previendo el agotamiento de los recursos hídricos, una planta desalinizadora de aguas de mar con una inversión de 3 500 millones de dólares (Romero y Smith, 2009: 61).
En términos de Bunker (2011: 130), el proceso requiere atender la manera en que materia y espacio, como componentes de la naturaleza, se integran a una economía y a una política como actividades sociales; la naturaleza y el territorio se adaptan y se sujetan a las reglas de acumulación como parte de la reestructuración global de la cadena productiva. El "país producto", o exportador de materias primas y transportadoras de energía siguiendo a Acosta, trae ciertas mejoras, como redes de caminos y conectividad, pero no el desarrollo; y, en lo específico, el problema de los recursos naturales y su devastación entra cada vez con más fuerza como clave de conciencia socioambiental en el imaginario país.
Así, a partir de este conjunto de "posibles", especialmente del que se halla ligado a la energía, se está constituyendo una nueva historia local, regional y nacional en términos sociales y ambientales, y una reterritorialización como nuevo espacio apropiado, que configura el alcance de conflictos sociales y ambientales e impone ciertas divergencias en los modos de solucionar los efectos de una rescritura. Se instala definitivamente la percepción del cambio como singularidad de la duración temporal, la relación del cuerpo inmóvil o en movimiento con los seres, con los recuerdos que habitan la memoria y lo correspondiente a la experiencia vital de las antiguas generaciones, ya que los más nuevos viven en una constelación de memoria visual (Di Méo y Buléon, 2007).
DISCUSIÓN Y CONCLUSIONES
Lo que presentamos en este artículo corresponde a un recorte analítico dentro de los problemas y acontecimientos que tienen lugar en el territorio patagónico y de una territorialización hegemónica neoliberal, bajo la forma de un proceso de ampliación de las fronteras del Estado y del capital en términos físicos, semánticos y sintagmáticos. Se confrontan intereses y visiones respecto de "los modos de integración" de un territorio y su población. De este modo, se entrecruzan tres perspectivas de no fácil compatibilidad: el territorio en lo jurídico y político administrativo; en lo cultural como apropiación simbólica; y en lo económico. El modelo neoliberal de desarrollo y de intervención territorial funciona sobre la base de la especulación y la explotación eficiente de los recursos naturales y energéticos, alcanzando un mayor desarrollo cuando opera sobre zonas donde el Estado ha construido o construirá subsidiariamente infraestructuras, como está ocurriendo en la Patagonia. Las grandes corporaciones se apropian de los impuestos, de la plusvalía y de la renta; la geopolítica neoliberal despoja a las regiones de sus recursos porque el Estado se encuentra absolutamente debilitado en su gestión.
La Patagonia es un buen ejemplo donde se precipita actualmente la tensión entre lo local y lo global. Comunidades, organizaciones sociales, Estado y mundo empresarial generan discursos, estrategias, acciones y recursos comunicacionales y materiales como parte de un territorio-campo. La participación no se manifiesta de manera equilibrada para los distintos actores e imaginarios, más bien refleja la fuerza de cada uno, sus debilidades y las asimetrías en el poder.
El avance territorial del capital hacia la región austral significa la modificación de una estructura de oportunidades para quienes, desde lo local, quieren cambiar el orden vigente, pero que a veces quedan en las posiciones de mayor desventaja porque no dominan los códigos ni las experticias propias de la noción de desarrollo hegemónico y porque sus capitales son subalternos. De este modo, el desarrollo no puede ser sino local, pues lo que domina en las zonas mineras, así como en el resto del país, es lo heterogéneo, con algunos centros y otras muchas periferias. Por ello, debe hablarse de una manifestación geográfica y sistémica, como resultado de la competitividad de sus productos y de la modernidad de sus instituciones, de la desigualdad como resultado del vínculo con la división espacial del trabajo.
Queda pendiente en esta reflexión un aspecto estructural: cómo hacer compatible el territorio, en una perspectiva de largo plazo, con los desafíos propios de cada uno de los actores y de sus capacidades, ante la presencia del capital no local. Asimismo, lo que hay que discutir es la construcción de una economía postextractivista, en especial si se considera que la Patagonia ha estado fuera de este circuito.
El Estado de Chile carece de instrumentos de planificación territorial de largo plazo, no hay esfuerzos sistemáticos para consolidar una administración espacial que proporcione los elementos coherentes entre las necesidades productivas y otros subsectores, así como entre lo económico, las necesidades humanas y las tradiciones locales. La demanda energética de la minería, que presiona remotamente sobre la Patagonia, está lejos de agotarse, ya que es el único lugar donde abundan fuentes hídricas para ello. Los dominios y controles políticos ejercidos sobre el territorio se dirigen hacia el agua y su localización en términos de detección, contención, distribución, uso y también comunicacionales.
Subsidiado y concentrado el modelo en términos extractivos y energéticos, se percibe una profunda rescritura territorial en términos longitudinales y transversales, una evidente verticalidad de las decisiones de los beneficiados, y una conectividad sinérgica y desnacionalizada de territorios distantes. La expansión hacia la finis terrae genera conflictos entre lo tradicional y la modernidad tardía, entre actividades de comunidades especializadas y economías de escala, así como entre imaginarios. La fragilización del medio ambiente impide la reproducción económica y cultural de las comunidades locales, y obliga a poblaciones ancestrales en los casos más críticos a abandonar sus tierras y a emigrar; mientras que las empresas presionan respecto de definiciones legislativas para acceder a otras fuentes acuíferas distantes a miles de kilómetros.
Paradójicamente, hablar de la Patagonia es hablar de la lejanía. Ahora es un territorio cercano, demasiado cercano a los intereses geopolíticos del capital y del ambientalismo. Se trata pues de una situación paradigmática actual que devela y compone a la Patagonia como una verdadera lugarización contemporánea, distinta y cercana, pero al mismo tiempo en diálogo con los paradigmas de la globalización y del mercado. Estimamos que la Patagonia, desconectada aún, y sin uso directo por la mayoría de los chilenos, es una singularidad territorial que se construye como un gran lugar, o como "lo otro" de lo contemporáneo, que permite pensar el capitalismo y la globalización. La Patagonia se valida como singularidad heterotópica, fuerte, atraída y capturada por el mercado, pero que al mismo tiempo se configura ante nuestros ojos como una nueva naturaleza, donde las estrategias de resistencia pueden (como el caso de Patagonia Sin Represas)12 jugar algunas de sus mejores posibilidades a fin de interrogar las pretensiones de desarrollo o, al menos, posibles mejoras de vida, estrategias de recolonización y distintas dinámicas entre los actores, los intercambios y los conflictos.
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1 El texto se inscribe dentro del Proyecto Fondecyt 1120795, "Etnografía de la colonización y recolonización de Chiloé Continental. Actores, intercambios y conflictos".
2 Existe menos de un habitante por kms2.y 12 comunas tienen menos de 1.000 habitantes, las que tienen una tendencia a perder población. Está considerada la zona más despoblada de Sudamérica, superando a la Amazonía.
3 Excomandante del Ejército de Chile, quién reconoce la debilidad y fracaso del régimen administrativo de regionalización en zonas extremas como La Patagonia.
4 Chile es el segundo país en el mundo que ha firmado más acuerdos de Libre Comercio.
5 Las áreas clave de transporte, telecomunicaciones y energía han sido definidas como prioritarias por doce gobiernos sudamericanos, con el apoyo técnico y financiero del BID y la Corporación Argentina de Fomento (CAF), entre otros inversores, y corresponde a la mayor reconfiguración capitalista del territorio para hacer llegar desde los centros de producción de hidrocarburos, maderas, minerales, recursos genéticos y acuíferos a los de consumo mundial.
6 Encontramos el modelo en Perú, Bolivia, Ecuador, México, Brasil, Guatemala, Honduras y Argentina.
7 Mientras más pequeña la población, ser funcionario público se convierte en la mejor opción laboral.
8 Sólo muy recientemente se ha empezado a construir un nuevo tramo de la ruta G7, más conocida como carretera austral, cuyos inicios como ruta de penetración datan de de 1976.
9 Agrupamos con estos términos algunos de los relatos testimoniales de personas que han migrado por cambio de estilo de vida.
10 En lengua mapuche, mapudungun, significa puma verde. Su extensión, se encuentra en entera conformidad con el neoliberalismo chileno, donde todo es vendible y adquirible, aún cuando se pueda fragmentar el país.
11 Nos referimos a multimillonarios de imperios del vestuario, la televisión, los alimentos y equipos de fútbol como los hermanos Benetton, Ted Turner, Ward Lay y Joseph Lewis.
12 Movimiento social local que lucha contra la instalación de represas hidroeléctricas en la Región de Aysén, como la mega obra Hidroaysén.
INFORMACIÓN SOBRE LOS AUTORES:
Juan Carlos Rodríguez Torrent. Es profesor de estado en filosofía y antropólogo, titulado en la Universidad de Chile, posgraduado en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso) y doctor en Ciencias Antropológicas por la Universidad Nacional Autónoma de México. Actualmente se desempeña como profesor titular e investigador en la Escuela de Diseño de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Valparaíso, Chile. Correo electrónico: juancarlosrodriguezt@yahoo.com
Nicolás Gissi Barbieri. Antropólogo Social de la Universidad de Chile, maestro en Asentamientos Humanos y Medio Ambiente, en la Universidad Católica de Chile y doctor en Antropología Socio-cultural por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Académico de la Universidad de Chile y Universidad de Concepción. Sus principales áreas de investigación y trabajo son: pueblos indígenas e interculturalidad, antropología económica y antropología latinoamericana, desde un enfoque hermenéutico y una metodología etnográfica y cualitativa. Correo electrónico: ngissi@uchile.cl
Patricio Medina Hernández. Antropólogo social de la Universidad de Chile, maestro en Educación de la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación. Profesor e investigador de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Chile. Correo electrónico: pmedinahernandez@yahoo.es