Introducción
La importancia biocultural de México ha sido ampliamente reconocida y documentada, tanto en términos de su diversidad biológica, étnica y cultural, así como por el hecho de ser un centro de domesticación mundial (Boege, 2008).
Los conocimientos, saberes y prácticas de los pueblos originarios en torno al uso de la diversidad biológica han sido desarrollados por incontables generaciones (González, 2001; Toledo et al., 2001; Toledo, 2010; Boege, 2008).
Desde las primeras bandas de cazadores-recolectores que interactuaron con la vida silvestre que existió en el paleolítico superior (hace unos 30 mil años), hasta las complejas y refinadas sociedades prehispánicas de Mesoamérica, la fauna silvestre ha estado presente en todas las culturas originarias de México, tanto en las que sucumbieron al proceso de la conquista europea, como en las que perduran hasta el presente (Retana-Guiascón, 2006). El México pluricultural de hoy día es resultado de esa innegable relación fauna-humanidad que constituye el campo de la etnozoología. La fauna silvestre, con sus valores éticos, culturales, económicos, políticos, ecológicos, recreacionales, educativos y científicos, ha acompañado a la humanidad en su desarrollo desde el inicio de la historia (Zamorano de Haro, 2009).
Al utilizar la vida silvestre, los pueblos prehispánicos de México encontraron los fundamentos de la domesticación, el comercio, la medicina, las materias primas de su arte, su mitología y cosmovisión, su simbolismo y religión, a grado tal que desarrollaron formas de gestión notablemente adelantadas respecto a las culturas del viejo mundo (Retana-Guiascón, 2016). Actualmente ese conocimiento ancestral, más o menos alterado, perdura en los mitos, costumbres y tradiciones que los etnozoologos tratan de rescatar y revalorizar. Este conocimiento que los indígenas y campesinos tienen sobre los animales que aprovechan, y que además forman parte de su patrimonio natural, así como las relaciones e interacciones que se dan a través de sus diversos usos (March, 1987; Santos-Fita et al., 2009), constituyen el campo de estudio de la etnozoología, disciplina emergente que mucho tiene que aportar para replantear la gestión del aprovechamiento cultural y de subsistencia de la fauna en México, sobre todo en aquellos casos en donde los conflictos de intereses entre los pueblos originarios y la sociedad mestiza parecen no tener una solución posible (Agraz y Gómez, 2007; CDI, 2008; Medina-Torres, 2008; Soledad, 2008).
Cabe destacar que de los 636 textos generados en 120 años de trabajo etnozoológico en México hasta 2012 (Argueta et al., 2003: Argueta et al., 2012; Santos-Fita et al., 2012), no había trabajos relacionados con la etnia Mayo-Yoreme, siendo el primero el publicado en 2013 por algunos de los autores de este trabajo (Cortés-Gregorio et al., 2013). Los Mayo-Yoreme habitan parte de la región norte de Sinaloa y el sur de Sonora (Barabas, 2003), y su población se ha estimado en 32 mil habitantes (INALI, 2009). La palabra mayo significa “la gente de la ribera”, quienes se designan a sí mismos como Yoremes: “el pueblo que respeta la tradición”, en tanto que al hombre blanco o mestizo le llaman Yori: “el que no respeta” (CDI, 2009).
Hoy día las comunidades Mayo-Yoreme comparten el territorio con poblaciones mestizas nativas y otros grupos migrantes e, incluso, la historia reciente da cuenta de casos de desplazamientos forzosos debido a obras de infraestructura hidráulica, como el caso de la presa Huites, que fue construida en el territorio ancestral de una comunidad Yoreme, en el municipio de Choix, Sinaloa (Ibarra, 2011). Este proceso histórico ha derivado en complejas relaciones entre Yoremes y Yoris, dando lugar al uso compartido de recursos naturales, en particular de la vida silvestre, la cual juega un papel fundamental en los ritos y tradiciones del pueblo Mayo-Yoreme y que, incluso, la población mestiza del norte de Sinaloa ha incorporado a su propia identidad. Ejemplos de ello se encuentran en la práctica religiosa Yoreme, que con profundas bases en el catolicismo contiene elementos prehispánicos discernibles en sus tradiciones, como en la danza del venado (Borboa-Trasviña, 2006; Guerra-García y Miranda-Bojorquez, 2010).
La ejecución de esa danza ritual hace necesaria la caza del venado para obtener algunas de sus partes y con frecuencia dicho aprovechamiento es realizado de forma no regulada e ilegal. Lo mismo vale decir para otras especies, como el jabalí de collar (danza del Pajco’ola, Medina-Melgarejo, 2007), el tlacuache (Didelphis marsupialis Linnaeus 1758), el armadillo (Dasypus novemcinctus Linnaeus 1758), la rata de monte (Neotoma phenax Merriam 1903) y el zorrillo (Mephitis macroura Lichtenstein 1832) (López Carrera et al., 2005; Tlapaya y Gallina, 2010). En un primer trabajo, los autores de esta investigación documentaron que 9 % de los que aprovecharon vertebrados silvestres en comunidades Mayo-Yoreme realizaron la caza en unidades de manejo para la conservación de vida silvestre (UMA), lo que indica que la mayoría de los aprovechamientos son ilegales y no regulados (Cortés-Gregorio et al., 2013). Por ello, es necesario generar modelos de gestión de vida silvestre con fines culturales y de subsistencia, que además de ser sostenibles sean reconocidos, operados e impulsados por las comunidades indígenas y campesinas de la región. Retana-Guiascón (2006) define la gestión de la vida silvestre como el conjunto de acciones encaminadas a lograr la máxima racionalidad de las poblaciones de fauna y flora silvestre y sus hábitats, a través de información y participación coordinadas entre los diferentes usuarios del recurso, a fin de garantizar el mantenimiento y la continuidad de sus bienes, servicios y oportunidades ecológicas, sociales y económicas a largo plazo y, con ello, lograr una transición hacia su utilización sostenible y su conservación.
Una etapa previa a la generación de un modelo de gestión es conocer el uso que se da a las especies de fauna silvestre que son cazadas por los habitantes de las comunidades Mayo-Yoreme, donde dicho aprovechamiento se realiza por Yoremes y Yoris (mestizos). En una investigación previa (Cortés-Gregorio et al., 2013) se encontró que los mamíferos fueron las especies más frecuentes, ya que 99 % de las personas que aprovecharon fauna silvestre cazaron o capturaron al menos una especie de ellos, destacando el venado cola blanca y el jabalí de collar, cuyo uso es relevante en ceremonias, ritos y tradiciones Yoreme (Borboa-Trasviña, 2006; Guerra-García y Miranda Bojorquez, 2010; Medina-Melgarejo, 2007; Cortés Gregorio et al., 2013), lo que demostró la importancia de la mastofauna en el contexto regional indígena.
El aprovechamiento compartido de mamíferos silvestres por Yoremes y Yoris plantea varias preguntas: ¿Ambos grupos étnicos cazan las mismas especies? ¿Los usos que se les dan son distintos? ¿Qué grupo aprovecha más especies? Dada la importancia de los mamíferos en el aprovechamiento de vertebrados silvestres en comunidades Yoreme, y para dar respuesta a lo anterior, se analizaron los datos obtenidos del primer estudio etnozoológico participativo realizado por Cortés-Gregorio et al. (2013) en 11 comunidades indígenas del municipio de El Fuerte, Sinaloa, con el objetivo de comparar el aprovechamiento de los mamíferos silvestres entre Yoremes y Yoris de El Fuerte, Sinaloa, en función de las especies cazadas, sus formas de utilización y su valor de importancia.
Los objetivos específicos fueron: a) identificar las especies de mamíferos aprovechados y sus formas de utilización por Yoremes y Yoris; B) determinar si existió un uso diferenciado de la mastofauna entre ambos grupos étnicos; y c) estimar el valor de importancia de las especies aprovechadas por grupo.
Materiales y métodos
Área de estudio
Entre junio y agosto de 2012 se visitaron seis Centros Ceremoniales Mayo-Yoreme (Mochicahui, El Ranchito de Mochicahui, Charay, Sibirijoa, Tehueco y Los Capomos) y cinco comunidades indígenas (Santa María, Teroque Viejo, Higueras de los Natoches, Jahuara Primero, y La Palma) del municipio de El Fuerte ubicadas entre los 25° 25’ 12’’ a 25° 55’ 48’’ norte, y 108° 30’ 36’’ a 108° 58’ 12’’ oeste, abarcando una superficie aproximada de 2662.43 km2 (Figura 1).
El gradiente altitudinal oscila entre 20 m en el Valle de El Fuerte, hasta 1000 en su vecindad con el municipio de Choix, al noreste. El clima va del muy seco cálido [BW(h’)hw] al semiseco cálido [BS1(h’) hw], con lluvias distribuidas entre junio y septiembre, y sequías entre marzo y mayo (García, 1990).
La temperatura media anual oscila entre 24 y 26 °C, y la precipitación media anual entre 300 y 700 mm. El uso del suelo predominante en las partes bajas es el agrícola de irrigación con cultivos anuales en su mayoría, alternando con algunas áreas remanentes de matorral sarcocaule, mientras que hacia las partes altas hay selvas bajas caducifolias con algunos pastizales y agricultura de temporal (Cortés-Gregorio et al., 2013). La población que habla una lengua indígena representa de 0.5 a 87.0 % y la que vive en hogares indígenas oscila entre 2.6 y 97.9 % de la total. Entre 17.3 y 41.4 % de la población de 15 años o más no tiene la educación primaria completa, con base en el censo de población y vivienda 2010 del INEGI. De acuerdo con el Consejo Nacional de Población (CONAPO), para 2010 el grado de marginación en seis de 11 localidades visitadas es alto; cuatro presentan una marginación media y solo el centro ceremonial indígena de Mochicahui tiene una marginación baja. La información a detalle de la caracterización social del área de estudio está disponible en Cortés-Gregorio et al., 2013.
Metodología
Se trabajó sobre 76 de las 87 entrevistas aplicadas por Cortés-Gregorio et al. (2013) y que correspondieron a cazadores que aprovecharon al menos una especie de mamífero silvestre. Dichas entrevistas se aplicaron utilizando el criterio de “Bola de Nieve” (Luque, 1999; Montañéz-Armenta, 2006), ya que no todas las personas de las comunidades estudiadas practican la caza. Para identificar a las primeras personas a entrevistar se consultó primero a comisariados ejidales, autoridades tradicionales e informantes clave de cada comunidad (Sandoval-Forero, 2003).
Se utilizaron los bloques de preguntas referentes al perfil del usufructuario (grupo étnico), a las especies aprovechadas y formas de uso. Se obtuvo una base de datos con 322 registros, de los cuales solo uno correspondió al venado bura (Odocoileus hemionus), cazado fuera del área de estudio en el estado de Sonora, por lo que fue removido de los análisis subsecuentes, trabajando únicamente con las especies cazadas en el área de estudio.
Identificación de especies y formas de utilización
A cada entrevistado se le preguntó en forma abierta sobre las especies que acostumbra cazar, pudiendo ser más de una. La identificación de las especies se hizo con apoyo de guías de campo (Reid, 2006). De cada especie que el entrevistado reconocía aprovechar se preguntó sobre las formas de utilización a los que les destinaba, pudiendo elegir más de una de las siguientes opciones: alimentario, artesanal, medicinal, taxidermia, control como fauna perjudicial, amuleto, ritual, como mascota (para el caso de aprovechamiento de animales vivos), u otros usos (debiendo ser especificados). De esta última opción surgió un caso que reconoció que utilizaba el producto de la caza como alimento para su perro.
Valor de importancia de las especies utilizadas
Para estimar el valor de importancia de cada especie en razón de sus usos se elaboró una base de datos por grupo étnico donde las columnas correspondieron a las especies y las filas a los usos, y en cada celda se asignó el valor correspondiente de frecuencia de mención. Ya que se consideró que el valor de importancia de uso de cada especie es dependiente del número de usos y de la frecuencia de sus menciones se utilizó el índice de diversidad de Shannon (Ecuación 1):
donde: p i =n i / N, S: número de usos mencionados, p i : proporción de menciones del uso i respecto al total de menciones, n i : número de menciones del uso i, y N: número total de menciones de uso. Se consideró que a mayor valor del índice, mayor la importancia de la especie de mamífero aprovechada.
Análisis estadístico
Para comparar el número de especies aprovechadas entre ambos grupos étnicos se utilizó la prueba no paramétrica de Mann Whitney para dos muestras independientes, dado que la variable de respuesta no tuvo una distribución normal. Para analizar las posibles diferencias en las formas de utilización de la caza entre grupos étnicos se consideró agrupar a las especies por su Orden. Se utilizaron tablas de contingencia para analizar la posible asociación entre las variables categóricas mediante pruebas de Ji-cuadrado (X 2 ). Se utilizó el estadístico exacto de Fisher si se obtenía alguna frecuencia esperada menor a cinco.
Para respuestas múltiples se empleó el ajuste de Bonferroni para corregir los valores de significancia. En los casos en que se contrastaron variables categóricas (columnas) con variables numéricas (filas) se empleó una prueba de t para comparar las medias, con un nivel de significancia de 5 % (Díaz de Rada, 2009).
Se utilizó el programa Excel de Microsoft® para la organización de la información; para los análisis estadísticos se empleó el programa SPSS de IBM® y para el cálculo del índice de Shannon, el programa PAST® (Hammer et al., 2009).
Resultados y dIscusIón
Grupo étnico
De los 76 cazadores que aprovecharon al menos una especie de mamífero, 54 % (41) se reconocieron como Mayo-Yoreme y el resto (35) fueron Yoris.
Especies aprovechadas
Se documentó el aprovechamiento de 16 especies, incluidas en 10 familias y seis órdenes. Tres especies se encuentran enlistadas en la norma oficial NOM059-SEMARNAT-2010 y dos más en CITES (Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres) (Cuadro 1).
A: Amenazada, Pr: Sujeta a protección especial, Apéndice II: Especies que no necesariamente están amenazadas de extinción pero que podrían llegar a estarlo a menos que se controle estrictamente su comercio.
El número de especies locales aprovechadas por cazador no varió entre ambos grupos étnicos (p>0.05); sin embargo, se encontró que los cazadores Yoremes aprovecharon entre una y 11 especies de las 15 documentadas, con una media de 4.2±2.2, en tanto que los Yoris cazaron entre una y ocho especies (media=4.2±1.6).
No se encontró evidencia de que la mención de especies aprovechadas fuera distinta entre ambos grupos étnicos (Estadístico exacto de Fisher=10.243, p=0.785). De las cinco especies de mamíferos con mayor frecuencia de mención (Figura 2), Tlapaya y Gallina (2010) encontraron 16 especies de mamíferos aprovechados en los cafetales de Veracruz, destacando el armadillo y el conejo (Sylvilagus floridanus) como las más frecuentes.
Las especies con mayor frecuencia de mención entre Yoremes y Yoris fueron: conejo de Audubon Sylvilagus audobonii (33 y 32 respectivamente), liebre torda Lepus alleni (30 y 29), venado cola blanca Odocoileus virginianus (28 y 29), jabalí de collar Pecari tajacu (27 y 28) y armadillo Dasypus novemcinctus (22 y 14) (Figura 2).
Usos destinados a la caza
Se identificaron ocho formas de uso de la mastofauna local que los entrevistados han cazado (Figura 3) y cada especie tuvo de uno a cinco. Los más frecuentes por Yoremes y Yoris fueron el alimentario (61.5 y 64.4 %), el artesanal (25.2 y 24.7 %), el medicinal (7.3 y 4.1 %) y el ritual (4.6 y 4.1 %), y no se encontraron diferencias de los usos entre ambos grupos étnicos (X 2=6.039, gl=8, p=0.643).
Lo anterior coincide con lo que documentaron González-Bocanegra et al. (2011) en comunidades rurales de los Humedales de Catazajá, La Libertad, en el estado de Chiapas, donde tres de los usos más importantes fueron el alimentario, medicinal, y artesanal.
Al agrupar los usos por el Orden al que pertenecen y considerando el número y frecuencia de mención se identificó que al menos en el orden Rodentia sí hubo un uso diferenciado entre ambos grupos étnicos (X 2 de Pearson=13.30, gl=4, p=0.01), lo que indica que el uso alimenticio de la rata de monte fue más frecuente entre los Yoremes y su uso medicinal fue exclusivo de este grupo étnico.
El resto de los órdenes no demostró que el uso y el grupo étnico estuvieran relacionados (p>0.05), lo que sugiere que las tendencias de uso fueron muy similares entre Yoremes y Yoris. No obstante, es posible apreciar que los usos artesanal y medicinal reconocidos por los entrevistados Yoreme fueron mayores para las especies de los órdenes Carnívora y Xenarthra (Figura 4).
El número de usos del orden Artiodactyla (venados y jabalíes) en ambos grupos étnicos fue significativamente superior a todos las demás (p<0.05) y el orden Xenarthra (armadillos) solo para los cazadores Yoreme fue superior al orden Lagomorpha (p<0.05) (Cuadro 2).
Valor de importancia
Las especies con valores más altos del índice de diversidad de Shannon para el grupo Yoreme fueron el venado cola blanca, el jabalí de collar y el gato montés, y para los Yoris fueron el venado cola blanca, la rata de campo y el gato montés (Cuadro 3). Debe ponerse atención en el caso de la rata de monte; si bien es cierto que es la segunda especie en importancia en el caso de los Yoris, su resultado se debe al hecho de que tuvo tres menciones y tres usos, circunstancia a la que es sensible el índice de diversidad utilizado, pero que es contrastante con el caso de los Yoremes, que al tener dos usos y 10 menciones resultó en un valor más bajo del índice. El uso predominantemente alimentario, junto al uso medicinal de esta especie, sugiere una forma de uso diferenciada entre los Yoreme y los Yori.
Al: Alimentario, Me: Medicinal, Am: Amuleto, Ri: Ritual, Ta: Taxidermia, Co: Control de especie perjudicial, Ar: Artesanal, Ap: Alimento para perro.
La especie con el mayor número de menciones para uso alimentario para ambos grupos étnicos fue el conejo de Audubon (33 y 32 para Yoremes y Yoris, respectivamente), coincidiendo con lo documentado por Tlapaya y Gallina (2010) en los cafetales de Veracruz. Después del conejo, la liebre fue la especie más mencionada para este uso (30), seguida por el venado, el jabalí (27 respectivamente) y el armadillo (22). Los Yoris mencionaron al venado y la liebre (29 respectivamente), seguidos por el jabalí (28) y el armadillo (14).
El armadillo fue la especie más utilizada como alimento en el Cañón del Usumacinta, en Tabasco (Hernández-López et al., 2013), en tanto que Nahmad et al. (1994) encontraron que, además de esta especie, los cazadores de la etnia Chatino de Oaxaca aprovechan conejos, venados y jabalíes. Un caso particular de uso alimentario reconocido por los entrevistados Yoreme fue el de la rata de monte. Usos similares en el género Neotoma se han reportado en el Altiplano Potosino-Zacatecano (Mellink et al. 1986; Márquez-Olivas, 2002).
El uso artesanal fue el más mencionado después del alimentario entre ambos grupos étnicos. Los venados y jabalíes fueron las especies más mencionadas por los Yoreme (24). Del venado cola blanca se utiliza la cabeza como tocado ceremonial del danzante, cuyas astas son decoradas con listones y flores de varios colores; y sus pezuñas para confeccionar los “collolis” o “rijju’utiam“, que en lengua Yoreme designan a la faja o cinturón del danzante; sus patas forman las asas de las sonajas, confeccionadas con guajes ahuecados llenos de semillas; y su piel es utilizada en la confección de varios tipos de máscaras propias de la cultura Mayo-Yoreme, como las festividades de los “judíos” de Semana Santa. Para este último uso se utilizan también las pieles de jabalí de collar y gato montés.
El uso medicinal fue más mencionado por los Yoreme (19) que por los Yoris (9), con seis y tres especies, respectivamente. Entre los Yoreme, el armadillo fue la especie con más menciones (8), seguida del venado cola blanca (5). Los entrevistados manifiestan que la grasa del armadillo se utiliza para curar diversas afecciones respiratorias, como la tosferina y la bronquitis, coincidiendo con lo que afirman los cazadores Chatinos en Oaxaca (Nahmad et al., 1994). Otros investigadores han documentado el uso medicinal del armadillo (López-Carrera et al., 2005; Tlapaya y Gallina, 2010; Hernández-López et al., 2013; UNAM, 2009), particularmente de la grasa, para curar infecciones cutáneas, y de la coraza o concha, la cual utilizan para aliviar la tos (Ávila-Nájera et al., 2011). Asimismo, en el estado de Hidalgo la etnia otomí del valle del Mezquital usa la coraza para prevenir la tosferina, colgando una parte de ella del cuello de sus niños, junto con un pedazo de raíz de huizache. En Papantla, Veracruz, los totonacos utilizan un cocimiento de su cola (UNAM, 2009). Sin embargo, se ha documentado que el armadillo es, además del humano, la única especie que puede contraer la lepra. Truman et al. (2011) informaron que esa enfermedad puede contagiar a las personas al comer su carne, al tener contacto con la tierra donde hacen sus madrigueras o por contacto directo con el animal, lo cual sucede durante su caza, a grado tal que la SEMARNAT (2012) ha incluido un enlace a internet sobre el armadillo donde advierte sobre este peligro potencial.
La rata de monte (Neotoma phenax) es otra especie que parece tener relación con la enfermedad de Chagas. Esta afección es causada por el parásito protozoario Trypanosoma cruzi y se transmite por insectos hematófagos de la familia Reduviidae, subfamilia Triatominae. La enfermedad de Chagas es una importante causa de muerte en América, ya que ha afectado de 16 a 18 millones de personas y se estima que 100 millones de personas de 21 países viven en áreas de alta prevalencia de la enfermedad, y por lo tanto, están en riesgo de infección (Townsed-Peterson et al. 2002).
Ambos grupos reconocen las propiedades curativas del venado cola blanca y particularmente de su sangre. Otras especies, como el jabalí, el tlacuache, la rata de monte y el zorrillo, fueron reconocidas por los entrevistados por sus propiedades medicinales, coincidiendo con otros autores (Nahmad et al., 1994; López-Carrera et al., 2005; Tlapaya y Gallina, 2010).
Tanto los venados como los jabalíes fueron reconocidos por ambos grupos étnicos por sus usos rituales, ligados al ceremonial Yoreme, y con el cual la población mestiza local se siente identificada. Como ya se ha establecido en el uso artesanal, la confección de diversos elementos para las danzas Yoremes es propia de sus ritos y ceremonias.
ConclusIones
La caza en las comunidades indígenas estudiadas se practica por Yoremes y Yoris, quienes realizan un uso compartido y diverso de la mastofauna local. El 47 % de las especies que han aprovechado se encuentra bajo alguna categoría de riesgo.
El número promedio de especies cazadas y su frecuencia de mención no varió entre Yoremes y Yoris, aunque la población indígena local tiende a cazar un mayor número de especies. Las más mencionadas fueron el conejo de Audubon, la liebre torda, el venado cola blanca, el jabalí de collar y el armadillo.
Los usos más frecuentes fueron: alimentario, artesanal, medicinal y ritual. El número de usos por especie no varió entre Yoremes y Yoris, pero sí en los de orden taxonómico. El uso artesanal fue mayor en el orden Carnívora (principalmente gato montés) y el medicinal lo fue en el Xenarthra (armadillo). Los venados y jabalíes fueron las especies más mencionadas por su uso en rituales.
La más importante fue el venado cola blanca para ambos grupos étnicos. Sin embargo, el criterio para evaluar la importancia de las especies en razón de su utilización empleando el índice de diversidad de Shannon debe ser utilizado con cautela ante registros raros, con un número reducido de menciones e igual número de tipos de uso, ya que esto redunda en valores altos, como sucedió con la rata de monte entre los Yoris.
Tanto Yoris como Yoremes comparten tendencias semejantes en el número de especies utilizadas y tipos de uso, lo que sugiere una influencia cultural de los indígenas sobre la población mestiza, dada la semejanza en los usos alimentario, medicinal y artesanal sobre las especies más utilizadas por ambos grupos étnicos.
Agradecimientos
Los investigadores agradecen al Programa de Mejoramiento del Profesorado (PROMEP) por los apoyos brindados, así como a las autoridades tradicionales, comisariados ejidales y personas entrevistadas de las comunidades en donde fue realizado este trabajo, el cual se derivó de la investigación titulada “Uso cultural de etnofauna en comunidades Mayo-Yoreme del norte de Sinaloa”, registrada ante la Dirección de Investigación de la Coordinación General de Investigación y Postgrado de la Universidad Autónoma Indígena de México (UAIM), y forma parte del proyecto “Diagnóstico de los recursos naturales y los saberes tradicionales de la región biocultural Mayo-Yoreme del Norte de Sinaloa”, realizado con apoyo del PROMEP, por el Cuerpo Académico Desarrollo Sustentable.