INTRODUCCIÓN
La historia de la Guerra Fría en América Central tiene pasillos muy transitados. Sin duda el que más atención ha llamado es el episodio que siguió a la caída de Anastasio Somoza García en julio de 1979 y las guerras que se desataron en Nicaragua, El Salvador y Guatemala en medio de las presiones de Ronald Reagan y los apoyos que recibió de Honduras. En su afán por visibilizar la intervención de Estados Unidos, una parte importante de los estudios referentes ha cimentado una visión particular sobre el istmo.1 En esta, el autoritarismo y la violencia política (del Estado o de actores no estatales) son elementos que se toman por dados. De la misma manera, una omnipresente fuerza intervencionista de Estados Unidos en el área generalmente ha acompañado esta narrativa, cimentada en el prejuicio del ‘patio trasero’.2 La fuerza y la presencia de estos factores se asumen como inalterables en la historia de la dinámica política centroamericana.
Greg Grandin ha llamado la atención sobre esta tendencia y ha exhortado a historizar con más detalle y matices la violencia política y el papel de Estados Unidos en la región, en vez de suponerlos.3 En un pasaje esclarecedor, Grandin avisa sobre la tensión “entre una insistencia en la inevitabilidad histórica después de los hechos y la indeterminación de hecho que presenta cualquier coyuntura”.4 Asumir la violencia y el papel desmedido de Estados Unidos pasa por suponer que estos elementos no se modificaron en el tiempo y que su trayectoria, de manera inevitable, desembocaría en la explosión de violencia e intervenciones de los ochenta. Un argumento que parte de una teleología pocas veces razonada. Una consecuencia de esta postura es la oscuridad que toman otras temporalidades y elementos. En su celebrada síntesis sobre la Guerra Fría en Latinoamérica, por ejemplo, Hal Brands le dedica solamente un capítulo a Centroamérica: la década de 1980, sin una explicación más o menos profunda -no necesariamente extensasobre sus trayectorias estructurales y las situaciones coyunturales, llenas de azar, que explican su devenir.5
En un reciente artículo, Vani Pettiná ha continuado con la tarea de considerar con más precisión la “evolución de las dinámicas político-sociales locales con el sistema internacional” de la Guerra Fría en América Central, en una similar crítica a la constante preferencia por documentar las “crisis más vistosas”.6 Aunque su síntesis tiene algunos agujeros bibliográficos y ciertos pasajes comunes —aunque importantes— (la influencia de la Revolución cubana, por ejemplo), su crítica es una lectura fresca y un llamado a analizar otras temporalidades y elementos.
De su crítica y la que hace Grandin, además de otras que se han hecho en los últimos años, se desprende la importancia de investigar las décadas previas a 1979 sin supeditarlas a los desenlaces que siguieron.7 Eso es central para historiar la violencia y el intervencionismo estadounidense en América Central. No es mi interés negar la centralidad que tuvieron los años ochenta como desenlaces armados a las tensiones históricas —de corto, mediano y largo plazo. Simplemente es traer a luz elementos y temporalidades que debido a esa centralidad usualmente son pasados por alto. Creo que ese cauce brindará explicaciones más robustas y complementarias a las que se conoce hoy en día.8
Considero que al menos cuatro elementos novedosos pueden desarrollarse al respecto. El primero es el recorrido y el papel de personajes cuyas decisiones fueron centrales en ‘torcer’ el rumbo de los acontecimientos. Un segundo elemento es la construcción de alianzas institucionales e informales entre presidentes centroamericanos, generalmente, pasadas por alto en favor de las presiones norteamericanas. De esto se desprende un tercer elemento: los límites en la influencia de la política exterior de Estados Unidos, lo que no niega su fuerza, solo le concede un papel más justo. Por último, la presencia de espacios institucionales que permitían cierta competencia democrática viable, existiendo a la par de episodios de violencia política y de gobiernos autoritarios.
Mi interés se enfoca en los acontecimientos entre 1966 y 1974 para explicar estos cuatro elementos. En particular, subrayo la trayectoria ascendente del general guatemalteco Carlos Arana Osorio (presidente 1970- 1974), su aporte en la construcción de alianzas con otros presidentes centroamericanos, su activa participación en momentos de crisis en estos países bajo la silenciosa mirada de la dupla Nixon/Kissinger, y su papel en enfrentarse a diferentes espacios institucionales domésticos para lograr la continuidad de su proyecto político. Considero que la trayectoria de estos elementos permite dar luz a las agencias, las relaciones de fuerza en varias escalas y al azar en una coyuntura (1972-1974) usualmente olvidada en el istmo.
No está de más decir que esta agenda de investigación se nutre de los debates recientes sobre la Guerra Fría Latinoamericana. Además de los mencionados sobre América Central, recojo la importancia que se le ha venido dando a las agencias compartidas entre países latinoamericanos sin la necesaria mediación de Estados Unidos.9 A esto le sumo un elemento que me parece central para observar la violencia política: la existencia de partidos políticos y organizaciones institucionales que moldeaban la plataforma, formal e informal, de la vida política centroamericana. Aunque las armas insurrectas y la represión estuvieron presentes en los años que analizo, no siempre fueron determinantes en explicar desenlaces. La existencia de estos espacios democráticos, algunos con largas tradiciones, son elementos que me parecen importantes de rescatar y valorar en su justa dimensión.
Para cubrir los aspectos de la política exterior guatemalteca y sus relaciones con América Central, me baso en archivos de la Cancillería mexicana y archivos diplomáticos en Washington, D.C. y Austin, Texas. Estos también fueron fuente importante de información sobre las coyunturas locales en el resto de países centroamericanos. Para la política nacional y local guatemalteca, reviso archivos de diferentes instituciones domésticas, folletería y fuentes de hemeroteca. Merece un comentario el uso de fuentes estadounidenses y mexicanas para analizar las relaciones guatemaltecas con América Central. La dependencia en estas fuentes se debe al cierre definitivo del Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores (MRE) de Guatemala, lo que ha evitado hacer uso de ellas. Aunque García Ferreira ha dicho que el archivo está en mal estado y es continuamente depredado, su cierre deja pocas opciones a la mano.10 El uso de fuentes mexicanas ayudará a matizar las opiniones de la burocracia diplomática del Departamento de Estado, y así evitar sesgos que desde la década de 1990 han sido señalados.11 Espero que la recopilación abra la puerta a empañar cualquier idea de sobre determinación, intervencionismo y violencia sin pausa, y dé lugar a matices importantes.
“SÓLIDO Y GRANÍTICO”: EL SURGIMIENTO DE ARANA OSORIO
El coronel Carlos Arana Osorio llevó a partir de fines de 1966 una victoriosa ofensiva militar en el nororiente de Guatemala en contra de las bases de apoyo de las Fuerzas Armadas Rebeldes (FAR) y el Movimiento Revolucionario 13 de Noviembre (MR-13). Tras la ofensiva, Arana se había catapultado como el hombre fuerte de las organizaciones anticomunistas, fortaleciendo una alianza entre militares y civiles, que incluían al ala más dura de las organizaciones empresariales. En marzo de 1970 llegaría a la presidencia y su partido, la Central Aranista Nacional (CAN), sería parte de la alianza en el poder hasta la salida de los militares en 1985. Una notoria trayectoria para un oficial con “una experiencia limitada” a nombramientos “en ingeniería y oficinas”, como lo había descrito el Departamento de Estado antes de las elecciones de 1970.12
Carlos Manuel Arana Osorio nació el 17 de junio de 1918 en Barberena, departamento de Santa Rosa, al sur-oriente del país. Arana había pasado como muchos estudiantes de las cabeceras departamentales a estudiar su secundaria en la capital, ciudad de Guatemala. Luego ingresó a la Escuela Politécnica (EP) en plena dictadura de Jorge Ubico Castañeda, en 1935, siendo parte de la promoción número 32. En simultáneo no pudo superar el segundo año en Medicina, y su carrera de oficial le deparó puestos administrativos y de docencia en la EP y el Ministerio de la Defensa. Para inicios de 1963, el mayor Arana Osorio, de 44 años, no había logrado consolidar una carrera política. Eso cambió con el golpe militar de marzo de ese año.13
El golpe expresaba la construcción de un difícil consenso a lo interno de las Fuerzas Armadas. Tanto la Fuerza Aérea (Manuel Zea Carrascosa), la Marina de Guerra (Manuel Sosa Ávila), las fuerzas de tierra (Enrique Peralta Peralta Azurdia), así como las 12 bases militares existentes en ese momento, habían estado de acuerdo en la remoción del general Miguel Ydígoras Fuentes, pese a las diferencias ideológicas que había entre ellos. El golpe tuvo un apoyo a regañadientes del gobierno de John F. Kennedy, que tras la crisis de los misiles de octubre de 1962, temía ‘otra Cuba’ en América Central.14El putsch se llevó a cabo sin problemas, pese al apoyo de Ydígoras a la invasión de Bahía de Cochinos y a sus promesas en una entrevista personal con Kennedy, semanas antes del golpe, de apoyar cualquier medida en contra de Cuba.15 El apoyo a la caída de Ydígoras fue alimentada por informes que sugerían que Juan José Arévalo, primer presidente de la Revolución (1945-1951), ganaría con facilidad las elecciones de octubre de 1963. A fines de 1962, por su lado, habían surgido las FAR, una alianza de oficiales expulsados del ejército y miembros del Partido Guatemalteco del Trabajo (PGT, comunista). Eso sepultó el futuro de Ydígoras y de Arévalo.16
El nuevo gobierno militar (1963-1966) necesitaba de figuras respetadas y con credenciales anticomunistas probadas. El mayor Arana Osorio era sobrino del coronel Javier Arana, asesinado en 1949 durante el gobierno de Arévalo, y desde entonces tenía posturas críticas sobre la influencia comunista. Así llegó a ser comandante de la Zona Militar de Jutiapa, tras ser ascendido a coronel. Según Durston, las comandancias en zonas militares en estos años estaban dirigidas por personajes de extrema confianza del nuevo Jefe de Gobierno.17 En efecto, eran un elemento central en su campaña de control social y contrainsurgencia, formando redes de espionaje activadas por estructuras informales compuestas por diversas instituciones locales.
Aunque se sabe poco sobre los años de Arana en Jutiapa, sus logros tuvieron que ser bien valorados, debido al menos a dos desenlaces. Fue escogido como representante de la Presidencia en la II Exposición Industrial, un lugar donde podría codearse con la emergente élite industrial, cercana al gobierno y sus medidas.18 Y por otro lado, a fines de 1966 fue elegido como comandante de la Zona Militar de Zacapa, en el nororiente del país.19 Esa decisión fue el giro favorable en su carrera.
Zacapa era un centro económico regional con un largo historial de bandolerismo y milicias. En las sierras y montañas que rodeaban la planicie zacapaneca se habían constituido frentes guerrilleros y bolsones locales de apoyo político.20 Con la intención de aniquilarlos, Arana pasó a articular redes de ganaderos, comerciantes y políticos locales, según una investigación de González-Izás.21 Según informes que llegaron al Departamento de Estado, que colaboraba con programas de formación y de desarrollo agrario en el área, Arana logró formar una red de alrededor de cuatro mil comisionados militares, que servirían como fuentes de inteligencia y darían auxilios para operaciones militares. En esa conformación, la alianza con las bases locales del partido ultraderechista Movimiento de Liberación Nacional (MLN) fue clave. El apoyo de organizaciones paramilitares, como el Movimiento Anticomunista Nacional Organizado (MANO), fue también importante, según otro informe.22
Una carta de la Oficina de Inteligencia e Investigación del Departamento de Estado, en campo para valorar los rumores sobre los ‘excesos’ represivos de estas redes, advertía que “en muchos casos, Arana, el ambicioso comandante de la zona militar, se dice que activamente motiva y apoya [los ‘excesos’]”.23 En su informe final sentenciaba que la contrainsurgencia en la región estaba “fuera de control” tanto del gobierno central como de Estados Unidos.24
El auge de la ofensiva contrainsurgente fue el secuestro por parte de MANO, en marzo de 1968, del arzobispo metropolitano, Mario Casariego, tras un viaje a México que documentó la embajada de ese país en la ciudad de Guatemala. La acción buscaba tanto castigarle por su falta de apoyo como causar un cisma que provocara la caída del gobierno del civil Julio Méndez Montenegro.25 Los rumores que recogía la embajada estadounidense señalaban que Arana podría “ser parte del golpe”, aunque no existían pruebas concretas de su participación directa. Si estaba implicado, sería con aportes secundarios y como un beneficiario posterior.26Lo que sí se sabe es que dos días después del secuestro fue destituido como comandante de Zacapa.27 Para entonces su labor estaba hecho: la ola de terror político de noviembre de 1966 a marzo de 1968 cobró la vida de más de tres mil personas, con alrededor de 300 desaparecidos.28 Eso fue suficiente para neutralizar la fuerza que venían acumulando las organizaciones guerrilleras, que pasaron por quiebres y reflujos importantes en los siguientes años.
Arana Osorio logró un exilio diplomático, siendo enviado como embajador ante el gobierno de Anastasio Somoza Debayle.29 Aunque exiliado, Arana Osorio salió con un apoyo importante de las fuerzas anticomunistas tras de sí. Eso se vio con el inicio de las primeras pláticas para las elecciones de inicios de 1970. En una notable entrevista de fines de 1968, dos dirigentes políticos, uno del MLN y otro del Partido Unificación Anticomunista (PUA), explicaron cómo las circunstancias de violencia que vivía el país habían levantado la figura del coronel Arana. Uno de los dirigentes, José Arenas, aseguró que debido a la “situación de violencia y anarquía”, el “pueblo ha dirigido sus ojos a un hombre que garantice el imperio de la paz, el orden y la justicia”, un hombre “de formación, que tenga el respaldo del ejército” y que pueda formar un frente anticomunista, “sólido y granítico”.30 Dos meses después, desde Managua, Arana aceptó la postulación presidencial. En un calco del discurso de las organizaciones anticomunistas, el coronel Arana dijo que “la población está clamando por un presidente con don de mando que nos lleve hacia senderos de orden, paz y progreso”.31
Arana ganó sin problemas las elecciones de marzo de 1970, con un apoyo arrollador en las regiones donde la violencia había sido la regla en los últimos años: el nororiente y ciudad de Guatemala.32 La composición social de su gobierno fue un espectáculo de unificación anticomunista: dirigentes políticos de los dos principales partidos de derecha (el MLN y el Partido Institucional Democrático, PID), militares de línea dura, organizaciones de mujeres, profesionales, católicos cercanos al Opus Dei, liderazgos locales del oriente del país, y grandes empresarios de todas las ramas de la economía. Cada uno tuvo su lugar en el nuevo gobierno. En sus primeras declaraciones, el nuevo ministro de Defensa, coronel Leonel Martínez Vassaux, auguró el futuro de su estrategia: “seremos radicales”.33
EL “EJE MANAGUA-GUATEMALA”
El exilio diplomático en 1968 de Arana Osorio le permitió salir del espacio doméstico y acceder a una nueva capa de influencia: el istmo centroamericano. De su estadía en Nicaragua se sabe poco o nada. Ni la bibliografía, la prensa o los informes diplomáticos de México y Estados Unidos ahondan al respecto. Lo que se sabe es que una vez regresó a Guatemala y fue elegido Presidente en marzo de 1970 pasó a activarse en el plano centroamericano. Allí se encontró con dos espacios de interacción: la institucionalidad de integración en seguridad para América Central que había apoyado Estados Unidos y las redes de influencia informal entre presidentes centroamericanos.
La primera la promovieron los gobiernos de Kennedy y Lyndon B. Johnson, y su centro era la contrainsurgencia.34 De especial importancia fue la creación del Centro Regional de Telecomunicaciones para intercambiar información de inteligencia, y el fortalecimiento del Consejo de Defensa Centroamericano (CONDECA), promovido en los años del general Dwight Eisenhower para la coordinación militar ante cualquier ‘amenaza comunista’ al istmo. Su objetivo ulterior era ejercer un liderazgo regional entre y dentro de cada uno de los ejércitos centroamericanos. Eso lo lograba a través de la coordinación del Comando Sur estadounidense.35 CONDECA fue vital en momentos de crisis, como se verá en la siguiente sección.
Pero donde mayor incidencia buscó tener el coronel Arana fue entre los presidentes del istmo, a veces moviéndose con agenda propia, a veces coordinando con el general Anastasio Somoza Debayle. La coordinación entre presidentes centroamericanos para lograr gobiernos vecinos aliados tenía una larga historia que se remontaba a la crisis del gobierno federal de la primera mitad del siglo XIX. Tal vez el punto de equilibrio entre los diferentes presidentes centroamericanos se logró por primera vez a partir de 1936, con la llegada de Anastasio Somoza García a la presidencia. Eso coronó cinco años de ascenso de gobiernos autoritarios en el resto de países, una tendencia que había comenzado en Guatemala en 1931, de la mano de Jorge Ubico. El visto bueno de Franklin D. Roosevelt, fortalecido con el inicio de la Segunda Guerra Mundial, logró un acuerdo cordial entre todas las partes.36
La victoria Aliada y la emergencia de movimientos urbanos buscando cambios quebró ese equilibrio. El surgimiento de la democrática e intervencionista Legión del Caribe —apoyada por Guatemala, Venezuela y Cuba— y la reacción que provocó, liderada por Somoza padre y por el dominicano Leonidas Trujillo, fueron una característica central en la política centroamericana de inicios de la Guerra Fría.37 La consolidación de una alianza regional anticomunista, beneficiaria del giro de Truman y de Eisenhower, fue un elemento que se mantendría incólume en las siguientes cuatro décadas y cuyo primer gran triunfo fue la caída del guatemalteco Jacobo Arbenz en junio de 1954.38
Los hermanos Somoza Debayle, Luis y Anastasio, fueron particularmente importantes para mantener estos lazos entre gobiernos militares o autoritarios a partir de la muerte de su padre, en 1956. La invasión de Bahía de Cochinos es un episodio ejemplar de esta alianza. En ella fueron centrales los apoyos de Luis Somoza (1957-1963), alojando a milicianos y exiliados cubanos, y del guatemalteco Ydígoras, otorgando terrenos y facilidades para el lanzamiento del ataque militar.39 El apoyo de los hermanos Somoza y del gobierno militar guatemalteco, en octubre de 1963, a la caída del gobierno democrático de Ramón Villeda Morales (1957-1963) en Honduras fue también importante. Desde 1957, Villeda se había aliado con José Figueres en Costa Rica y Rómulo Betancourt en Venezuela, y había provocado tensiones con sus vecinos autoritarios. Su caída aisló a Costa Rica y perfiló la idea de una alianza regional de presidentes anticomunistas en buena parte de América Central, ahora que Honduras estaría dirigida por el general Oswaldo López Arellano (1963-1971).40
Desde esa fecha comenzó a observarse una activa diplomacia de parte de los Somoza para lograr acuerdos con el resto de presidentes centroamericanos. El embajador de México en Managua para mediados de los sesenta, Daniel Escalante, resaltaba que en las reuniones entre presidentes centroamericanos que habían ocurrido durante su estadía, que catalogaba de “frecuentes e informales”, “figuran casi siempre” acuerdos personales de coordinación política.41 Esas alianzas tuvieron límites y reveses: aunque los Somoza y López Arellano lograron mantenerse durante toda la década, en El Salvador gobernaba un militarismo más moderado y en 1966 asumió en Guatemala un gobierno civil, aunque amarrado al ejército y su campaña contrainsurgente. La llegada de Arana Osorio a la presidencia en 1970 dio una nueva fuerza a este proyecto de coordinación regional.
Una vez ungido presidente, el primer viaje del coronel Arana Osorio fue a Managua. Un reporte de la embajada mexicana sobre la reunión subrayó que el presidente guatemalteco tuvo dos reuniones a puerta cerrada, de medio día cada una. Entre el Cuerpo Diplomático se rumoraba que ambos presidentes buscaban “constituir el eje Managua-Guatemala para que los gobiernos de ambos países se ayuden mutuamente en el combate de grupos guerrilleros y para constituir un bloque de tendencias políticas similares” a los largo del istmo.42 Otro informe de la misma embajada los señalaba de “asumir la posición de abanderados de la integración y de mediación” sobre los problemas del istmo.43
Además de la coordinación política, la agenda consensuada incluyó la integración económica y el conflicto entre El Salvador y Honduras. Con esto claro, su siguiente viaje fue a El Salvador. Arana, según la embajada norteamericana, logró un acuerdo del presidente salvadoreño, el general Fidel Sánchez (1967-1972), para dejar que él mediara el conflicto que tenía con Honduras, que había estallado en 1969 con una pequeña guerra entre ambos países. Después de su reunión con Arana Osorio, Sánchez partió para Managua, mientras que el guatemalteco siguió su gira hacia Honduras, donde se reunió con el general López Arellano.44
Los siguientes años vieron los frutos de estas primeras reuniones: continuas reuniones informales entre los presidentes, a veces solamente de unos minutos mientras se abastecían de combustible en los aeropuertos vecinos o de unas horas en las fronteras compartidas. Y en todas, según trasluce en los múltiples informes consultados, Arana y Anastasio Somoza (1967-1972 y 1974-1979) eran los que propiciaban los acuerdos y empujaban la agenda de coordinación.45
Ese esfuerzo por alinear intereses también puso énfasis en rechazar a los gobiernos que resistían la influencia del llamado ‘eje ManaguaGuatemala’. Eso fue claro con la actitud hacia Costa Rica. En marzo de 1972, por ejemplo, el gobierno guatemalteco envió al vicecanciller Alfredo Obiols Gómez a Costa Rica para dialogar con el presidente José Figueres. El gobierno guatemalteco quería intercambiar información sobre disidentes políticos. Figueres se negó a colaborar, resintiendo a la vez que enviaran a Obiols, un acérrimo crítico de la socialdemocracia costarricense.46 Los guatemaltecos estaban enviando un mensaje.
En otra ocasión, el recién electo presidente salvadoreño, el general Arturo Molina Barraza, visitó primero a Arana en Guatemala en noviembre de 1972 antes de viajar con Figueres, luego que este lo invitara para darle su opinión sobre el conflicto con Honduras. Molina deseaba saber cómo lidiar con Figueres. El embajador estadounidense en Guatemala apuntó que Arana, Molina y Somoza “resienten profundamente” los intentos de Figueres de involucrarse en las disputas regionales, y “temen que se desequilibren las relaciones” que habían establecido hasta entonces.47
Esta alineación de intereses no estaba, naturalmente, exenta de tensiones o conflictos entre Arana y Somoza. Una parte de las tensiones venía de los intereses privados del mismo Somoza y sus inversiones en Honduras y El Salvador. Entonces Jefe de la Guardía Nacional, Somoza presionó para ser nombrado como representante plenipotenciario de su país para asuntos del Mercado Común Centroamericano (MCCA).48 En una de las reuniones que Somoza tuvo con el salvadoreño Fidel Sánchez, uno de los temas que más se discutió fueron las inversiones de los negocios del primero en El Salvador. Sánchez le compartía información sensible sobre los mercados de su país, y Somoza decidía así en qué invertir.49 En otra ocasión, la reunión entre ambos se dio en un yate que pertenecía a la empresa Transportes Terrestres y Marítimos, S.A., de capital salvadoreño y de Somoza.50
La puesta en la mesa de negociación de sus propios intereses creaba inevitablemente conflictos con otros presidentes, especialmente con Arana, que debía defender los intereses del capital industrial guatemalteco en el MCCA, en el que según una autoridad en la materia tenía un papel dominante.51 Sobre una reunión de este tipo, fechada para noviembre de 1972, el embajador estadounidense en Managua reportó que en medio de una “caldeada y tensa” discusión, Somoza se retiró calificando de “amañada” la actitud de Arana en las negociaciones.52 Tal vez esas rencillas ayudan a explicar por qué la propuesta de Arana Osorio de reconstruir una Federación Centroamericana, que contaba con el apoyo de Fidel Sánchez, no encontró respaldo de Somoza ni de López Arellano.53
LAS CRISIS DE 1972 Y EL PAPEL DE KISSINGER
Pese a estas tensiones, Arana logró de la mano de Somoza abrir espacios de diálogo para ejercer su influencia. Eso permitió cierta coordinación regional sobre problemas comunes. Esos espacios de influencia fueron creando lealtades y compromisos entre los participantes. Sin embargo, dado que los acuerdos eran informales y no necesariamente asumidos como políticas de Estado, estaban sujetos a cambios de gobierno. Los cambios de gobierno tenían el potencial de causar desequilibrios importantes a los acuerdos logrados a nivel regional. Eso inevitablemente puso presión sobre los desarrollos de los balances políticos en la arena doméstica o nacional. Más en lo específico, ponía presión sobre los crecimientos de los partidos de oposición dentro de los países involucrados. El año de 1972 fue particularmente convulsivo en ese sentido, y ayudará a ilustrar la capacidad de fuerza de la alineación regional anticomunista descrita en la sección pasada. Al mismo tiempo, permitirá observar un tercer elemento: la política exterior de Nixon-Kissinger para América Central.
Si se puede hablar de una Doctrina Nixon, esta planteó la aceptación de un poder mundial multipolar. Frente a esta tendencia, Estados Unidos debía tener la capacidad de promover nuevos balances de fuerza, teniendo presente sus crecientes limitaciones económicas y sus tensiones domésticas.54 Nixon y Henry Kissinger, entonces Jefe del Consejo de Seguridad Nacional, eran la continuación del enfoque trumaniano, que ubicaba el eje de la Guerra Fría en Berlín, el Medio Oriente y el este de Asia, otorgándole menor peso a América Latina.55
En su primera intervención sobre América Latina, en mayo de 1969, Richard M. Nixon dijo que estaba en revisión su tradicional ‘política de reconocimiento’, con la que valoraban los cambios no institucionales de gobierno. Ahora, Estados Unidos se sentía “conspicuamente relajado” y sin ninguna responsabilidad frente a lo que ocurría en los países latinoamericanos.56 En un discurso meses después, Nixon amplió: el gobierno de Estados Unidos ya no demandaría ningún cambio político ni social, “ni presumirá de prevenirlo”.57
En realidad, la fórmula de no intervención iba de la mano con la claridad sobre el creciente autoritarismo en la región, además de tener límites sustanciales. En la doctrina Nixon, el mando militar era clave para evitar explosiones revolucionarias, como lo dijo varias veces en privado.58 Esa fórmula era central y de los desarrollos dentro de los países latinoamericanos dependería qué actitud tomaría su administración. En el conocido caso chileno, la intervención fue la regla.59 Sin embargo, Centroamérica presentó un matiz a esta postura. En el istmo, se vio un aumento en las transferencias militares y en la formación de oficiales del ejército, y un silencio a los manotazos de fuerza de los hombres fuertes en los gobiernos.60 Esto tuvo un efecto inmediato en los ejércitos y gobiernos centroamericanos, dándoles nuevas capacidades de fuerza en momentos de alta tensión política. El incentivo era transparente.
La primera prueba de la nueva política exterior de Nixon y de la efectividad de la coordinación promovida por Arana y Somoza fue en El Salvador, a inicios de 1972. El Salvador había logrado importantes equilibrios de casi una década de consolidación de un sistema bipartidista, entre el oficialismo —el Partido Conciliación Nacional (PCN)— y la Democracia Cristiana Salvadoreña (DCS), donde espacios de competencia política fueron aprovechados por la oposición. El registro electoral y la participación aumentaron a lo largo de la década, parte de lo que un especialista llamó “años de optimismo”.61 Pero ese equilibrio comenzó a generar tensiones mientras la oposición iba ganando fuerza. Eso propició la radicalización del ala más conservadora del PCN, fraccionando al partido en tres.
En diciembre de 1971, a dos meses de las elecciones, se supo de intensas pláticas entre militares de mediano rango y de empresarios buscando un golpe militar.62 En una entrevista con los militares golpistas, el embajador estadounidense en San Salvador se salió del guión propuesto por Kissinger: desalentó su optimismo y les confirmó que su país “no veía con simpatía sus actividades”.63
La postura del embajador estadounidense, un oficial de carrera, se enfrentó a la nueva política oficial en las elecciones presidenciales de febrero de 1972. Los primeros recuentos daban como ganador a la oposición, liderada por el ex alcalde de San Salvador, el democristiano Napoleón Duarte. Como respuesta el gobierno prohibió la cobertura electoral a los medios. Al siguiente día se anunció que el candidato oficialista había sido el ganador. Tras presiones de Sánchez, el Congreso en cuestión de días ratificó las elecciones. En una comunicación urgente, el embajador estadounidense dijo que según sus propios datos, la oposición era la legítima ganadora. En otra comunicación un día después lo dijo más claro: “nosotros sí creemos que Duarte ganó”.64 No hubo ninguna respuesta especial desde Washington, enfocada en la reciente visita que hacían Nixon y Kissinger a Peking.
Dentro del ejército hubo tensiones fuertes en las siguientes semanas. Su máxima expresión fue el intento de golpe del 25 de marzo de 1972, que incluyó el secuestro del presidente Sánchez. El golpe era militarmente débil en el ataque aéreo: la Fuerza Aérea era leal al presidente. A eso se sumó el apoyo abierto que recibió Sánchez de Arana y de Somoza. El presidente guatemalteco coordinó el envío de aviones de la Fuerza Aérea de Guatemala para sofocar la rebelión, todo en el marco del CONDECA, mencionado atrás. Ambos mantuvieron una constante comunicación con el ministro de la Defensa, ofreciendo valiosos consejos sobre sus movimientos. Y Somoza negoció un salvoconducto para sacar a Sánchez hacia Nicaragua, mientras urgía a no negociar con los golpistas. Eso fue suficiente para que el gobierno de Sánchez sobreviviera.65
Unos meses después fue el turno de Honduras. A partir del golpe militar del general López Arellano en octubre de 1963, este logró mantenerse en el poder hasta 1971, arreglando un acuerdo entre el Partido Nacional (PN) y el Partido Liberal (PL), en la oposición. El objetivo era que ambos partidos se repartieran el gobierno, mientras López mantenía el control del ejército. Esa era una idea que ensayaba al mismo tiempo Anastasio Somoza en Nicaragua. El ganador de las elecciones de marzo de 1971 fue el PN, de la mano de Ramón Cruz Uclés.
La relación de Cruz con Somoza no fue la mejor, una sombra de lo que por más de ocho años habían construido con el general López. En una reunión a meses de haber tomado posesión, Cruz públicamente desestimó la propuesta de Somoza de continuar mediando el conflicto con El Salvador, diciendo que “mantendría inalterable su postura”.66 Eso obligó a que en las siguientes reuniones Somoza exigiera la presencia del general López, como terminó pasando.67
En los siguientes meses, las embajadas de México y Estados Unidos reportaron que Somoza, a quien López calificaba como su ‘compadre’, presionaba al hondureño para dar un golpe militar. Le molestaba la poca receptividad de Cruz y el peligro de sus inversiones en la industria de lácteos y ganado en Honduras. López admitió también recibir presiones del PN, de empresarios y del ejército. A fines de 1972, López Arellano recibió el apoyo de 12 de los principales 14 generales del ejército para remover a Cruz del gobierno,68 quien fue arrestado, asumiendo el control del Ejecutivo López Arellano.
El gobierno de Nixon envió una comunicación a su embajada diciendo que se mantuvieran contactos limitados e informales y pidió evitar dar declaraciones. Las embajadas norteamericanas en El Salvador, Guatemala y Nicaragua informaron que los presidentes de esos países se mostraron satisfechos con el golpe, y que reconocerían pronto.69 Dos días después del golpe, el Secretario de Estado de Nixon, William Rogers, recalcó la nueva política hacia la región: Estados Unidos buscaría “lidiar con realismo con los gobierno como son” —‘as they are’—, no enfatizaría en la cuestión del reconocimiento y continuarían las relaciones con Honduras sin ningún cambio.70
El último fue el caso de Nicaragua. Aunque no presentó injerencias o intervenciones, es importante registrarlo para corroborar el papel estadounidense. En el deseo de continuar en el poder, Somoza Debayle convocó a una constituyente para ganar tiempo de cara a una reelección consensuada. Con eso en mente se acercó al Partido Conservador Tradicional (PCT) para acordar una lista única, repartirse todos los puestos del Estado y dejar fuera al resto de partidos de oposición.
El embajador estadounidense advirtió a Washington que frente a este panorama la oposición, marginada, podía acercarse al Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). Si bien la embajada deseaba la participación de la oposición, decía que su “guía general de política en el país estaba clara: resolución de dar un paso atrás y no interferir en los procesos internos de sus vecinos”.71 Finalmente, Somoza logró consensuar una nueva constituyente en 1972 que le dio el beneficio de regresar a la presidencia dos años después, puesto en el que se mantuvo hasta su derrocamiento en 1979.
La política de Nixon y Kissinger seguía cumpliéndose al pie de la letra en momentos críticos, y los presidentes con tendencias anticomunistas y autoritarias aseguraron que sus proyectos políticos, de raigambre nacional y con coordinación regional, continuaran en el poder.
EL FRAUDE ELECTORAL EN GUATEMALA
Para inicios de 1974, tres de los cuatro países centroamericanos que cimentaron en los años previos una mediana coordinación política entre sí, habían pasado por crisis políticas que tuvieron una salida autoritaria o no institucional. Para que esto ocurriera fue importante la intervención activa de los generales Arana Osorio y Somoza Debayle, así como una actitud pasiva de parte de la administración Nixon. Faltaba por ver lo que pasaría en Guatemala, que en marzo de 1974 tendría sus elecciones generales.
El candidato escogido por Arana, el general Kjell Laugerud, tendría que enfrentarse a una creciente oposición política no armada. Esta oposición había tomado forma a partir de los espacios institucionales que no habían sido afectados por la violencia política en contra de las guerrillas y el partido comunista, descabezado en 1972: el Congreso, la municipalidad de Guatemala, y el acompañamiento a estudiantes, alcaldes, obreros y pobladores.72 Este es un matiz importante que usualmente ha quedado fuera en la historiografía sobre el país.
Para lograr la continuidad del proyecto político centroamericano en Guatemala, Arana priorizó cuatro acciones: limitar la capacidad de influencia del alcalde de la municipalidad de Guatemala, promover divisiones dentro de la oposición, atacar a cada uno de los partidos no oficialistas, y preparar el terreno para un fraude electoral en caso perder las elecciones.
La municipalidad de Guatemala fue la cuna de la oposición desde 1959. En 1970 vio la llegada de Manuel Colom Argueta, que no tardó en plantear un proyecto de alcance nacional desde la capital. Según el mismo alcalde, el país solo saldría adelante “con un desarrollo integral y agresivo”.73 La embajada norteamericana opinaba que Colom tenía “un extremadamente buen sentido de relaciones públicas y talentos organizativos al elegir a su equipo. Es energético, inteligente, bien informado y buen orador. Es por mucho el líder más carismático y popular del país”.74
Parte del proyecto fue su Plan de Desarrollo Municipal con colaboración de la Asociación Nacional de Municipalidades (ANAM). Para mediados de 1973, con la campaña electoral cerca, el Concejo Municipal buscó publicar su reglamento en el diario oficial para poder ejecutarlo. En la sesión del Concejo en que se votó su publicación, Colom dijo que era la primera vez en la historia de la ciudad de Guatemala que se tenía un plan de trabajo y criticó al gobierno por haber obstaculizado constantemente a su administración.75
Días antes, el Ministerio de Gobernación, el azucarero y miembro del MLN, Roberto Herrera Ibargüen, anunció que denegaba la autorización de la publicación. La medida se ganó los aplausos de la patronal, mientras que Colom lo llamó un “abuso de poder”, decidiendo emprender una ofensiva legal contra el ministro, pero fallando en el intento: el Reglamento nunca se publicó.76
Esto se combinó con un ataque al partido del alcalde. Para marzo de 1972 el partido intentó ser inscrito pero el director del Registro Electoral, un militante del MLN, dijo estar muy ocupado para revisar la solicitud. Tardó casi un año en responder. Cuando retomó el caso, anuló más de 25 mil firmas, negándole la inscripción. Un amparo del partido fue negado por la Corte Suprema de Justicia (CSJ), que había sido nombrada por un Congreso oficialista tres años antes.77
Prohibir la participación de Colom Argueta, puso presión al resto de partidos en la oposición. Uno de ellos era el Partido Revolucionario (PR), que había gobernado durante la ofensiva militar de Arana en 1966-1968. Desde 1972 el partido había sido informalmente intervenido por el gobierno de Arana, cuando el Registro Electoral presionó para nombrar a un Secretario General (SG) cercano al oficialismo. En una entrevista con el embajador estadounidense, Arana confirmó que el trato con el PR era que no se aliara con la oposición y que postulara un candidato que compitiera con ella. Arana estaba seguro de la estrategia. Con un macabro humor lo aseguró: “después de todo lo que le hemos pagado [al SG del PR] probablemente moriría de un ataque cardíaco”.78
Los siguientes ataques fueron en contra de la Democracia Cristiana (DCG). En julio de 1973 el vespertino La Hora publicó un documento del dirigente del oficialista MLN, Mario Sandoval Alarcón, donde afirmaba haber “tratado siempre de mantener división en la Democracia Cristiana […] a través del Registro Electoral”. Se jactaba de haber “logrado un rompimiento casi absoluto y definitivo” entre sus principales dirigentes.79 La embajada norteamericana opinaba que esto se debía a una razón: “la DCG es su enemigo potencialmente más peligroso y poderoso”.80 Los democristianos, efectivamente, habían logrado posicionarse como el partido más fuerte de la oposición a partir del trabajo de su pequeña pero activa bancada en el Congreso, desde donde construyeron una vitrina mediática en contra de las medidas del gobierno.
Luego de intensas pugnas dentro de la DC, el alejamiento de los sectores estudiantiles y obreros, y de un pacto mínimo con Colom Argueta, decidió formar el Frente Nacional de Oposición (FNO). Pero tal vez más importante, decidió lanzar como candidato presidencial al principal opositor de Arana Osorio dentro del ejército: el general Efraín Ríos Montt. La elección de un candidato militar se dio luego de debates internos y observando con cuidado lo visto en El Salvador y la derrota del candidato civil y del intento de golpe militar. “Era necesario buscar a un militar contestatario”, recuerda un dirigente de la DC de entonces. “Lo que queríamos era crear una fisura en el ejército, era partir al ejército en dos”.81 La alianza se veía sólida en papel, aunque constantes pugnas minaron su capacidad. La más importante, tal vez, fue el alejamiento de la principal federación de obreros industriales, la Central Nacional de Trabajadores (CNT) y de otras organizaciones gremiales, lo que privó a la oposición de un elemento masivo de calle.
La campaña electoral tuvo un acompañante no esperado: una inflación desmedida, producto de la reacción de los países productores árabes a la política de Richard Nixon sobre Israel. En agosto de 1973, el Fondo Monetario Internacional dijo que Guatemala tenía la segunda inflación más alta en el continente, con el 14.3 % mensual. A inicios de 1974, la embajada norteamericana creía que el aumento del costo de vida estaba deteriorando la posibilidad de una victoria oficialista, lo que estaba creando presiones alrededor del presidente Arana Osorio para “pensar en términos más específicos cómo frustrar la victoria de Ríos Montt”.82 A inicios de febrero, a solo un mes de las elecciones, el nuevo embajador estadounidense, Francis E. Meloy, Jr., informó al Departamento de Estado que “no tenemos duda que el gobierno de hecho está planificando algún tipo de fraude” y que “usará su control de la maquinaria electoral para desafiar o anular tantos votos de la Oposición como pueda”, tal y “como se hizo en El Salvador”.83
Las elecciones dieron una victoria arrolladora a la DC; sin embargo, por horas se debatió dentro del gobierno y del ejército si se respetarían los resultados o no. Del ejército salían rumores de oficiales dispuestos a dar un golpe militar a favor de Ríos Montt, pero este no hizo ningún llamado abierto. Al contrario, hizo señalamientos de amenazas en su contra. El general Ríos dijo que Anastasio Somoza había pagado a sicarios para asesinarlo “a como dé lugar”, tras haberse negado a negociar con él. Arana reaccionó diciendo que “jamás permitiría interferencias extrañas en las cuestiones internas de Guatemala”.84
El impasse no duró más de 24 horas. Las fuentes dentro del Gabinete que tenía la embajada norteamericana les confiaron que en una reunión se anunció que no se daría la victoria a la oposición y que el presidente Arana hablaría al siguiente día con los altos mandos del ejército para obligar un consenso. Una vez ese acuerdo político se lograra, el Concejo Electoral publicaría los resultados oficiales.85 Luego que el Congreso declaró al candidato oficialista como ganador, en una reunión del Equipo Regional de Asuntos Interamericanos con Henry Kissinger, este ordenó: “aquí nos concentramos solamente en política exterior”, la embajada debía “mantenerse decididamente ajeno” al fraude “stay the hell out of it”.86
CONCLUSIONES
Los cuatro elementos que presenté en este artículo plantean matices importantes para entender con más precisión la explosión de violencia y la intervención estadounidense en Guatemala y América Central en la década de 1980.
El ascenso de Arara Osorio, primero, no puede ser explicado en términos aislados, parte de una voluntariosa estrategia colmada de aciertos. Su ascendente perfil tuvo efectivamente un componente de implementación de estrategias, pero al mismo tiempo fue producto de una correlación de fuerzas nacional e internacional que abrió progresivamente espacios para las iniciativas políticas que tenían al autoritarismo como centro de su accionar. Fue la expresión de la Guerra Fría en Guatemala en la década de los sesenta la que propició que ciertos personajes, como Arana Osorio, escalaran con mayor facilidad los peldaños del poder. Así, un punto álgido de la Guerra Fría en Guatemala —el golpe militar de 1963 y la ‘urgencia’ de medidas contrainsurgentes— le había permitido a Arana Osorio escalar en cuestión de dos años lo que no había logrado en toda su carrera. Su ascendente carrera se explica por una combinación de decisiones e implementación de estrategias, en fino entendimiento de la situación geopolítica de Guatemala en la Guerra Fría. Fue ese entendimiento lo que le permitió ver con claridad dónde se ubicaban los incentivos en un momento de violencia política y paranoia anticomunista, y así escalar las jerarquías políticas de Guatemala. El entonces coronel supo entender a cabalidad las tradiciones políticas locales y nacionales —autoritarismo y paramilitarismo— necesarias para lograr su objetivo: derrotar a la insurgencia.
Los archivos consultados sugieren que este entendimiento de Arana Osorio se nutrió de una perspectiva regional durante su exilio diplomático en la Nicaragua de Anastasio Somoza. El general Arana fue desde ese momento fundamental en construir una alineación de fuerzas desde lo local hasta la escala centroamericana que frenara el crecimiento de la oposición, armada e institucional. Lo logró a través de tres maneras: actuando dentro de la institucionalidad contrainsurgente impulsada por Estados Unidos — CONDECA—; haciendo suya la tradición de interferencia mutua en los asuntos de los Estados centroamericanos, lo que lo llevó a cultivar lealtades personales y subrayar intereses comunes con otros presidentes; y a partir de su apoyo activo en momentos de crisis política doméstica, como se vio con los fraudes electorales, golpes militares y defensa de regímenes ante insurrecciones.
El silencioso visto bueno de Estados Unidos mostró su importancia en los momentos clave. Contrario a la narrativa de intervencionismo cimentada en las experiencias en el Cono Sur, en especial el caso chileno, los años de Nixon para América Central muestran un matiz importante. La política de ‘un paso atrás’ que implementaron Nixon y Kissinger en el área buscando una estabilidad autoritaria fue la regla. Esta era una tradición vista en los años del Buen Vecino de Roosevelt y los últimos años de Truman. Eso le evitaba mala prensa en la región, pero sobre todo creaba ventanas de oportunidad para que las alianzas autoritarias reprimieran cualquier oposición, institucional o armada, sin ninguna repercusión internacional.
Por último, la derrota de la oposición institucional en Guatemala en 1974 marcó un parteaguas en la política nacional. El fraude significó un deterioro institucional de los espacios en los que la oposición institucional había logrado crecer y fortalecerse. Esto es importante porque muestra que la violencia política, en auge desde 1966, estuvo concentrada en los territorios y espacios con presencia de cuadros comunistas y ‘foquistas’. No afectó directamente a la oposición institucional, aunque sí condicionó su experiencia. En todo caso, la existencia de esta oposición muestra una tradición política institucional heredada en varios casos desde la apertura democrática de octubre de 1944 (Congreso, Municipalidad, Universidad, etc.) y que le permitió un crecimiento político a las organizaciones que no veían a las armas como una salida. Esa postura encontró su límite en 1974, y planteó un dilema: ¿Debían seguir su línea institucional o las armas les deparaban mejores resultados?
El dilema de las armas para la oposición institucional se presentó en toda Centroamérica: desde esa coyuntura se registró un crecimiento en el apoyo y membresía de las fuerzas insurgentes, en franca proporción inversa a la participación electoral.87 Es decir, el creciente deterioro de una salida institucional a las tensiones políticas, producto de la victoria de las alineaciones anticomunistas en las escalas nacional, centroamericana y global, dio cabida a que la violencia cubriera una parte importante de la vida política centroamericana llegado 1979.