Introducción
En el México actual, las artesanías, contra todas las predicciones, no han desaparecido. Su persistencia se debe en gran parte a la diversidad de estrategias de adaptación y los ajustes a las condiciones económicas del país. Como señala Hernández (2016) aunque la forma de producción artesanal no es típica de una economía industrial, en la actualidad están insertas en la economía capitalista.
Este sector también ha recibido el impacto de la globalización y políticas neoliberales, Ramos (2004) refiere que algunas actividades artesanales se han perdido para dar paso a procesos de manufactura y maquila industrial, en otros, la artesanía pasa a ser esencial de la organización del trabajo familiar. Las artesanías son parte de la diversidad de mercancías que se producen en algunas áreas rurales, algunas son de mayor importancia que los productos agrícolas, otras son complementarias. Actualmente la actividad artesanal se enfrenta a serias dificultades, tanto en la elaboración como en la comercialización. Algunas artesanías son más vulnerables que otras, algunas están a punto de desaparecer y otras se posicionan cada vez más en el mercado.
Alrededor de la artesanía hay relaciones sociales, de género entre los y las integrantes del grupo familiar, las cuales atraviesan los procesos de producción, donde también enfrentan rupturas. A partir de las reflexiones anteriores se hacen varias preguntas: ¿Cómo participan mujeres y hombres en la elaboración de las artesanías? ¿Cómo se organizan unas y otros en las actividades productivas y reproductivas? ¿Qué papel juega cada quien en la comercialización de los productos? En este artículo solo se exponen algunos de los resultados de un trabajo más amplio. Se centra la atención en las relaciones de género en torno al trabajo de artesanía, mostrando algunas experiencias y retos que enfrentan en la elaboración y comercialización de los productos.
Artesanías y relaciones de género
La artesanía se expresa en diferentes ramas de la producción: textiles, alfarería, talabartería, cestería, tallado, entre otros, y cada una de ellas en un sinfín de variantes. Zapata y Suárez (2007) analizaron que las artesanías desempeñan un papel múltiple, algunas son elaboradas para el mercado y otras para cumplir necesidades domésticas. Las que se utilizan para el mercado compiten con productos industriales o con cadenas de producción. Hernández (2016) argumenta que todos los productos que adquirimos son culturales y su consumo también lo es, pero en la comercialización de artesanías se privilegia el origen, el hecho de que haya sido elaborada por alguien de otra cultura distinta a la de quien la consume. La apropiación y dominio de las materias primas nativas hacen que los productos artesanales tengan una identidad comunitaria o regional propia, con formas y diseños particulares que los distingue de otros (Ortega, 2013) y les dan valor.
En México las artesanías son un elemento y símbolo muy importante para la identidad del país, son emblema de tradición y arraigo, generan cultura, y ocupan un lugar predominante en las actividades productivas del pueblo mexicano. En ellas se pueden encontrar reflejados los orígenes, costumbres y características propias de un lugar (Ortega, 2013). Como rama productiva, es una de las más vulnerables y con mínimos índices de rentabilidad (Manzano, 2001), pero en las zonas rurales, sobre todo indígenas, la artesanía es una fuente de ingreso importante, tanto por el monto económico que generan, como porque es uno de los trabajos remunerados que realizan las mujeres.
La artesanía en México enfrenta problemas y retos a superar. Uno de ellos está relacionado con la trayectoria que recorre para llegar a los consumidores finales, los fines para los que fueron hechas y el tipo de mercado al que llegan (Hernández, 2016). De acuerdo con Texcahua (2010), los efectos de la globalización en la artesanía se ven reflejados en las comunicaciones, el comercio y la fuerza laboral. Para enfrentar los retos, necesitan iniciativas y capacidad de adaptación, renovar sus procesos de producción e innovar diseños. Tienen que competir con productos extranjeros de menor calidad, hechos en serie y con un bajo nivel cultural, que se pueden conseguir a precios bajos, pero sin elementos identitarios y culturales, como son los productos chinos.
Otro de los inconvenientes son los intermediarios, quienes aprovechan la falta de canales de distribución y se quedan con las mayores ganancias. Se aprovechan de las formas de producción y el hecho de que el artesano/a no le otorga de inicio un valor económico a su trabajo. Además de que la ubicación geográfica, que suele ser rural y sin vías de comunicación eficientes, dificulta las posibilidades de diversificar su mercado (Juárez et al., 2013). Desgraciadamente para muchos artesanos/as, un productor que no es seleccionado por los intermediarios, corre el riesgo de perder espacios de mercado y reducir sus ventas (Hernández et al., 2002).
Desde la perspectiva de género, la elaboración de artesanías depende de la división sexual del trabajo, algunas son realizadas por hombres, otras por mujeres o por ambos. Cuando son artesanías para uso doméstico, es probable que sea elaborada por mujeres, pero cuando es destinada al intercambio, casi siempre se atribuye a un especialista varón. El aprendizaje de niños y niñas, también depende del sexo.
En el ámbito rural, el trabajo artesanal es presentado como actividad femenina, como flexible, que puede acoplarse a las tareas reproductivas de las mujeres: cuidado de los hijos/as, la preparación de los alimentos y otras actividades que realizan de forma cotidiana. Es una forma de producción que casi no representa barreras para las mujeres rurales, ya que está basada en el uso de materiales locales, destrezas existentes y tecnología accesible y económica (Eversole, 2006). Por tanto, la artesanía es una de las actividades no-agrícolas que se ha mostrado como “predestinada” para ellas y es promovida con frecuencia como una estrategia de desarrollo rural (Francke, 1996; Humphreys, 1999).
A través de la artesanía, las mujeres pueden beneficiarse económicamente, así como tener la oportunidad de capacitarse y mejorar sus productos, además puede impactar en la salud, educación, las relaciones de género y los derechos de las mujeres (Eber y Rosenbaum, 1993; Page -Reeves, 1998). Sin embargo, la diferencia de género en la producción artesanal puede conducir a desigualdades en la participación social, la riqueza y la legitimación, debido a que se establecen jerarquías de poder (Costin, 1996). Por lo tanto, la participación de las mujeres no debe estar solamente relacionada con su papel tradicional, en la esfera doméstica, sino con ideas de empoderamiento y equidad de género.
El contexto de estudio
El estudio se realizó en Tlaxcala, en las comunidades: Trinidad Tenexyecac del municipio Ixtacuixtla de Mariano Matamoros, San Estaban Tizatlán y San Sebastián Atlahapa. Dadas las dificultades de acceder al mercado de trabajo, la artesanía es una actividad económica alternativa, en Tlaxcala tiene una larga tradición, se elaboran diferentes tipos de alfarería, textilería y fabricación de bastones. Esta investigación se centra en la producción de alfarería y de bastones, actividad que realizan de manera diferencial hombres y mujeres.
Materiales y métodos
Se trata de un trabajo exploratorio, recurriendo a metodología cualitativa: entrevistas en profundidad, un cuestionario semi estructurado y observación participante. El estudio de campo se llevó a cabo en 2016. Se realizaron 8 entrevistas a integrantes de diferentes grupos de artesanos/as, y se aplicaron 17 cuestionarios a productores/as. La edad de los y las productores/as oscila entre los 36 a 69 años; 44% son mujeres y 56% hombres. En las tres comunidades de estudio, producen artesanía de cazuelas, barro bruñido y madera a nivel del grupo familiar. Se evidencia que los padres o abuelos/as enseñaron a las generaciones jóvenes las prácticas artesanales, introduciéndolos/as también en “la especialización de la línea de división del trabajo por sexos” (Herskovits, 1968).
Dependiendo del tipo de artesanía es la participación de mujeres y hombres. Cuando se trata de vasijas de gran tamaño los hombres las elaboran, si son más pequeñas, con detalles o en los acabados, las mujeres realizan ese trabajo. Zapata y Suárez (2007) consideran que la producción de artesanía implica un espacio de trasmisión de conocimientos y cultura, pero también de sobrecarga de trabajo, transferencia de valor, invisibilidad del aporte económico y trabajo familiar de las mujeres no reconocido.
Resultados y discusión
Mujeres y hombres artesanas/os desarrollan diferentes actividades, según los estereotipos del deber ser y quehacer establecidos por la división genérica del trabajo tradicional. Para dar a conocer las diferencias en la participación de mujeres y hombres, se analizan tres aspectos: la organización en las actividades del grupo doméstico -trabajo reproductivo-; la intervención en la elaboración de artesanías -trabajo productivo-; y la participación en la comercialización de los productos.
Relaciones de género al interior del grupo doméstico
Según la división genérica del trabajo, a las mujeres se les ha asignado el trabajo reproductivo (quehaceres de la casa, preparar alimentos, cuidado de hijos/as, etc); sin embargo, a pesar de que ellas cada vez más se incorporan al trabajo productivo, los hombres muy pocas veces asumen los trabajos reproductivos como propios. En el trabajo artesanal, sucede de igual manera, las mujeres son las encargadas casi exclusivas de las labores domésticas y el cuidado de hijos e hijas. Ellas comentan que no tienen tiempo de descanso, ya que sus jornadas de trabajo cotidiano son muy largas, incluso sobreponen unas labores con otras, por ejemplo, mientras hacen sus artesanías están al pendiente de cocinar y cuidar a sus pequeños/as, después de cumplir las tareas cotidianas del hogar, ellas se integran al taller.
“Nos levantamos a las cinco de la mañana, preparamos el desayuno y el almuerzo para que a las siete de la mañana ya esté listo. Es una obligación de nosotras cumplir nuestras tareas domésticas para que nos vayamos al taller, para ayudar a nuestros esposos a las nueve. Preparar todo y dejar la comida hecha […] Tengo varias tareas que cumplir como cualquier mujer, como esposa, como madre, lo que implica cuidar nuestro hogar e hijos y preparar los alimentos. Después de casarme con un alfarero me convertí en ayudante de mi cónyuge (Luisa Juárez, com. pers., 2016)”.
Las mujeres siguen viendo como una obligación el trabajo reproductivo, sin posibilidad para cambiar los roles de género asignados. No se cuestionan los roles, que las cosas podrían ser diferentes, y que los varones también podrían colaborar con el trabajo del hogar como ellas colaboran en la elaboración de las artesanías. Asimismo, el trabajo realizado por las artesanas no suele ser considerado trabajo. En la cultura local se encuentran muy ancladas las ideas de que cuidar de la progenie y realizar las labores domésticas, constituyen parte de “la naturaleza de la mujer”; es decir, se considera una extensión de la identidad femenina. Las mujeres rurales en Tlaxcala -por herencia sociocultural- se dedican a los quehaceres domésticos, la crianza de hijos e hijas, y colaboran en las faenas de la producción agrícola del cónyuge (Rivas, 2006). Sólo un hombre de los entrevistados dijo que él realiza actividades de la casa, cuando no trabaja en la artesanía él hace labores domésticas.
“Si hay necesidad que trabajemos pedidos es ella quien lo hace. Yo hago otras actividades mejor, igual que la cocina, porque si yo tengo las manos calientes tengo que dejar pasar un día por lo menos, yo puedo trabajar el barro si lo trabajo al día siguiente. Después de quemar con la leña el día siguiente no tengo que trabajar tengo que ocuparme en los trabajos de la casa (Austraberto Sánchez, com. pers., 2016)”.
En el testimonio de Austraberto, se puede observar la organización y colaboración de la pareja tanto en el trabajo productivo como reproductivo: sin embargo, son pocos casos donde los hombres se involucran en los cuidados de la casa y de hijos/as, lo cual significa un avance para la equidad en las relaciones de género. La participación de Austraberto es resultado de cuidar su salud, pues dada la actividad que realiza y que produce calor en su cuerpo, él no “puede” efectuar alguna otra tarea hasta que se enfríe. A pesar de la incipiente participación de los hombres, el trabajo de las mujeres se cuadruplica: madre, doméstica, productora y negociante.
“Es muy cansado, ya sea temprano o de noche me voy a trabajar y luego realizo las actividades ya sea cocinar, lavar, hacer aseo. No tengo tiempo para descansar, no salgo a pasear solamente tengo una hora a la semana cuando me voy a realizar el rosario de María (Luisa Juárez, com. pers., 2016)”.
“La mayoría de los hombres no participan en las tareas de la casa, después del trabajo en el taller, como se observa en el siguiente testimonio de José Martínez. Las mujeres son las que deben encargarse de la actividad de la casa, de los hijos o hijas, nosotros no la conocemos, ni la trabajamos, no tenemos tiempo, es cosa de mujeres (José Martínez, com. pers., 2016)”.
Respecto a las relaciones de género al interior de los grupos domésticos, se siguen reproduciendo relaciones asimétricas basadas en una organización social patriarcal, en donde las mujeres son las responsables de las actividades reproductivas y se incorporan cada vez más a las productivas, mientras que los hombres se siguen manteniendo en las actividades productivas y sólo en contadas ocasiones participan en actividades de la casa y el cuidado de las y los integrantes del grupo familiar. Este tipo de organización se ve reflejada en la producción y comercialización de los productos artesanales, como se verá más adelante.
Relaciones de género en la producción de artesanías
Las personas encuestadas y entrevistadas tienen en promedio 16 años elaborando cazuelas, barro bruñido y bastones. Quienes reportaron más tiempo refieren 49 años y quien declaró menos tiempo indicó siete meses. De los grupos familiares, 94% producen y venden cazuelas, barro bruñido y bastones en su propio taller, 4% en su casa y 2% trabaja en un taller prestado por algún familiar.
Los factores que determinan la producción son diversos, la cantidad de cazuelas o barro bruñido que se elaboran por día depende del tamaño de los productos, si las piezas son grandes (cazuelas moleras), se elaboran cuatro, de tamaño mediano seis y de tamaño pequeño doce. Esta fabricación la hacen solo integrantes de las familias, no contratan mano de obra externa. La producción puede aumentar en los periodos vacacionales (julio-agosto) debido a que hijos e hijas también participan y/o realizan el trabajo doméstico. Contrariamente, se reduce en diciembre-febrero debido a que es un periodo de clima frío que limita los procesos de secado. Quienes trabajan en la producción son: esposos o esposas (88%), hijos/as (6%), nietos (2%) y sobrinos (2%).
Los conocimientos han sido transmitidos por padres y madres de familia, quienes a su vez aprendieron de abuelos o abuelas. También, algunos indicaron que a través del Proyecto Probecat en educación recibieron capacitación. Otras artesanas aprendieron por medio de amistades.
“Tengo 20 años en el trabajo de artesanía, pero yo sabía desde la edad de 9 a 10 años, mi mamá todo el tiempo trabajó eso, mis abuelitos. Lo aprendí en mi familia porque anteriormente todo el pueblo quería hacer este trabajo (Ocotlán Morales, 2016)”.
“Aprendí a través de recursos de Probecat porque mi papá nunca me dejó hacer la pieza, él nada más lo apura, muela el barro y haga el resto. El Probecat me apoyó en muchas cosas y ya tuve varios diseños (Bertina Pérez, com. pers., 2016)”.
“El papá de mis hijos no quería y me dijo que no vendía mis productos. Intenté visitar a mi amiguita, veía, veía y aprendí el oficio (Victoria Vásquez, com. pers., 2016)”.
Las mujeres opinan que después de cumplir las tareas cotidianas del hogar, se integran al taller cuando el marido ya ha avanzado en la manufactura de la loza, pero él no termina la fabricación, son ellas quienes concluyen el proceso. En promedio dedican al trabajo artesanal 8.5 horas al día, el mínimo 6 y el máximo 12 h; es decir, las mujeres utilizan una parte de la noche para su trabajo o sobreponen unas actividades sobre otras; es decir, realizan varias actividades simultáneas. A pesar de la labor que realizan, siguen siendo consideradas solo como “ayudantes”, y no son reconocidas como productoras, que puede considerarse como una expresión de la opresión de género que se multiplica en mayor medida entre mujeres rurales e indígenas, quienes viven formas racistas y discriminatorias de trato y están en mayor desventaja, exclusión y marginación, que el resto de las mujeres.
En la producción alfarera, la división del trabajo está presente. Los hombres argumentan que hay algunas partes de la olla o cazuela que no les gusta hacer, como las asas (orejas). Estas se destinan a las mujeres, ya que el trabajo es más laborioso, y exige paciencia, flexibilidad y habilidad para modelar la arcilla y colocar las asas. Los hombres dicen que las delgadas manos femeninas son aptas para la modelación de estas partes y para la bruñida de la misma. Mientras que ellos realizan el cuerpo de la cazuela, porque es trabajo más pesado, sobre todo cuando se elaboran cazuelas moleras u ollas grandes. Este tipo de especialización artesanal según género, permite reconocer una participación diferencial al interior de procesos económicos particulares (Wiesheu, 2006).
“Tengo que cuidar los productos, seguir los pasos de secado en el patio, cuando reciben el sol, por cada una de las vasijas, ya que las piezas durante esa etapa comienzan a secarse. Tengo que proteger las vasijas del aire y sol para que no sequen demasiado rápido (Adelina Servilla, com. pers., 2016)”.
La participación de las mujeres también depende de la comunidad, pues en algunas participan más que en otras. Las alfareras de Atlahapa, por tradición, son quienes pueden ejercer esta actividad, mientras los hombres trabajan en los traspatios agrícolas. En esta localidad ellas tienen que terminar todos los pasos de alfarería, también desarrollan y comparten los conocimientos técnicos como un patrimonio generacional. Los trastos de barro que realizan, se emplean en el proceso de almacenamiento y transporte de alimentos y bebidas, especialmente del agua para beber.
“En la Trinidad Tenexyecac, corresponde al varón especializarse en este oficio, mientras que las mujeres solo se convierten y asumen como “ayudantes del esposo” y continúan haciéndose cargo de las actividades domésticas del hogar como lo muestra el siguiente testimonio: Aquí somos una empresa familiar, el trabajo es el esfuerzo del hombre, las esposas si nos apoyan pero en las cuestiones o actividades menos pesadas, ellas hacen las asas, las cazuelas pequeñas y el proceso de secamiento (Abdías Solana, com. pers., 2016)”.
Esta norma local puede ser modificada en ciertas circunstancias como cuando las mujeres son solteras o viudas. En estos casos, ellas trabajan y comercializan sus vasijas directamente. Por ejemplo, en uno de los talleres, las mujeres viudas o solteras producen y venden vasijas en crudo y a medias, para obtener un poco de ganancias, al tiempo que cumplen con las tareas del hogar y el cuidado de sus hijos/as.
En estos casos ellas solas se tienen que hacer cargo tanto del trabajo productivo como reproductivo, lo que aumenta e intensifica su jornada diaria.
Reflexionar sobre el trabajo de hombres y mujeres supone tomar en cuenta las construcciones sociales y prácticas desarrolladas por los géneros en relación al oficio artesanal. Las actividades y ocupaciones, tiempos de descanso y diversión, papeles que desempeñan las personas en la sociedad donde se insertan, están medidas por diferencias de género y desigualdades y se mueven todavía por una lógica patriarcal, que interviene directamente en la producción artesanal.
Comercialización de la producción artesanal
Las formas de comercialización en la Trinidad Tenexyecac y San Sebastián Atlahapa de las cazuelas y vasijas de barro, son básicamente a través de tres circuitos: a) recurriendo a intermediarios; b) venta directa; y c) intercambio directo por productos básicos (sistema de trueque). En la primera se recurre a mediadores locales o regionales con capacidad económica para comprar gran parte de la producción de cazuelas, de esta manera las y los artesanos efectúan su venta sin necesidad de tener un puesto o lugar fijo. A través de los intermediarios, la producción es entregada en varias regiones del país con gran afluencia turística y en otras ocasiones las artesanías se venden como piezas exclusivas a galerías de arte y museos nacionales. En el caso de San Esteban Tizatlán, la producción se oferta, mediante terceros, en regiones turísticas como Acapulco, Guerrero y Jalapa, Veracruz.
“Antes había más eventos, más salida a vender la mercancía no daba tiempo aventajarle, porque ya vendía en México, Guanajuato, Veracruz. En este tiempo había más apoyo de la Casa de las Artesanías. Mi hija Catalina no tenía niño, ella se dedicaba mucho a bordar, tenía sus diez o doce blusas para llevar en el evento, en este tiempo estábamos más atareadas, es cuando ya metimos a mi marido y mi nuera a ayudarnos a producir más (Ocotlán Morales,com. pers., 2016)”.
Los lugares de destino donde con mayor frecuencia son ofertados las cazuelas y las artesanías de barro bruñido son: la Ciudad de México (47%), Guerrero (21%), Veracruz (12%), Chiapas (7%), Puebla (6%) y otros como Oaxaca, Hidalgo, Guanajuato (7%). Un alto porcentaje de familias venden sus artesanías a intermediarios. El inconveniente es que están ligadas a la perenne descapitalización de los grupos de producción, y quedan atadas al complejo del intermediarismo, lo cual significa el control de la producción:
los precios son bajos, las ganancias pocas y el esfuerzo es exhaustivo, y en esta cadena de comercialización quienes mayormente pierden son las mujeres, pues ella están ausentes de las negociaciones y los tratos.
En algunas ocasiones los y las alfareras reducen el ciclo de la producción artesanal y hacen entrega al intermediario de un producto inacabado, «en crudo» o «a medias», sin quemar. Esto implica que los intermediarios mantengan el control de la producción y comercialización. En algunos casos financian la producción con créditos, ya sean en dinero o insumos.
Zapata y Suárez (2007) en su estudio, han evidenciado como los intermediarios y acaparadores conforman una intrincada red de relaciones de poder y de control que van desde la comunidad y traspasan los límites de ésta, las cuales no están exentas de conflicto y explotación. En estas redes las y los artesanos viven atrapados/as por los intermediarios que les adelantan dinero, les venden materias primas a crédito y les aseguran la compra, aunque ellos son quienes fijan el precio.
Una segunda forma de comercialización es la venta a través de locales en su propia comunidad, para obtener ingresos inmediatos y evitar recurrir a intermediarios o acaparadores, pues en opinión de los y las artesanas, vender a estos agentes o mayoristas afecta las ganancias que puedan obtener y pierden el control sobre el precio de la producción. Los hombres son quienes generalmente venden los productos, ya sea en los mercados, a los intermediarios o de casa en casa. Cuando lo hacen las mujeres tienen que entregar las cuentas, ya que el manejo y control del dinero es dominio masculino. A diferencia, las mujeres generalmente no venden sus productos, sino que los intercambian por otros productos indispensables para la supervivencia familiar.
La comercialización directa enfrenta varias dificultades: 1) la falta de transporte para llevar sus artículos; 2) competencia desleal, debido a que en las comunidades hay personas que malbaratan las artesanías para vender más e incluso elaboran loza de mala calidad y con alto contenido de plomo que ofertan a más bajo precio, lo que coloca en desventaja a quienes son más cuidadosos/as con la producción; 3) falta de organización entre las y los artesanos; 4) no se cuenta con la presencia de ningún tipo de organización que los ayude a promoverse como agrupación artesanal y hacer más amplio el mercado de sus productos a precios justos; y 5) falta de promoción artesanal. La administración municipal y la Casa de las Artesanías ocasionalmente los y las invitan a participar en alguna feria o exposición artesanal; sin embargo, no les proporcionan ayuda para transportar sus productos y pagar sus gastos (hospedaje y alimentos) cuando exponen en otro estado o municipio.
La participación de mujeres en el proceso de comercialización es de otra manera, ellas se encargan sobre todo del intercambio, por medio del “trueque”. En el mercado de San Martín Texmelucan, el trueque es un sistema de intercambio ancestral. En el trueque generalmente intercambian por alimentos: carnes frías, tortillas y frutas de temporadas, a partir de ello las mujeres pueden cubrir algunas necesidades básicas y asegurar la subsistencia del grupo familiar.
“Siempre no se vende y necesitamos unas cosas, así que tengo que intercambiarlas. Intercambio lo que necesite, lo que haga falta para la semana (Petra Vásquez, com. pers., 2016)”.
Los ingresos no satisfacen los deseos y necesidades de los productores/as. La mayoría requieren trabajar y ganar más, pero la cantidad de pedidos que reciben es limitada, comparado con el número de personas que participan en la producción. En promedio semanal, un grupo familiar gana entre 640 y 875 pesos mexicanos. El mínimo fue 300 pesos y el máximo de 1 050 pesos. Lo que significa un promedio diario de 100 pesos si se considera el mayor ingreso semanal, cantidad insuficiente para el sostenimiento de una familia. En el caso de los productores de Tizatlán y Atlahapa, aseveraron que la cantidad de los pedidos había disminuido, y responsabilizan a la competencia que ahora existe de los productos plásticos de China que son más baratos.
Antes utilizaban las vasijas de barro bruñido para conservar fresca el agua y ahora usan refrigeradores. La sociedad también, prefiere productos industrializados, por su amplia disponibilidad, precio y resistencia. Las y los artesanos entrevistados reportaron que hacia 1970, no usaban más que vajillas u otros utensilios de barro hechos por ellos mismos o por sus colegas. Este choque entre la modernidad y el capitalismo fue usado por los artesanos para adaptar su manufactura al mercado de productos utilitarios, pero decorados como los clientes pedían. Este proceso implicó profundos cambios productivos, técnicos y estéticos.
También, debe considerarse la dimensión temporal de los pagos y el riesgo, como consecuencia de la irregularidad de los pedidos. En el caso del grupo de Trinidad, afirmaron que puede pasar hasta un mes entre la distribución del producto y el pago. Esto les afecta económicamente porque ellos/as tienen que invertir en las materias primas, alimentación, etc. Por eso, algunas entrevistadas prefieren el trabajo a destajo, porque no tienen que invertir en muchos materiales y reciben el pago cuando entregan los productos, con lo que disminuye el riesgo.
Reflexionar sobre la comercialización de artesanías, implica tomar en consideración las construcciones sociales y prácticas de género. Las formas en que se comercializan o intercambian los productos, habla de las relaciones inequitativas entre mujeres y hombres, ya que mientras los hombres venden los productos y pueden tomar decisiones sobre los recursos económicos generados, las mujeres se preocupan más por satisfacer las necesidades básicas más apremiantes, por lo que recurren al trueque de mercancías para poder obtener algunos productos básicos.
Conclusiones
Al examinar las relaciones de género en el trabajo artesanal de las tres comunidades de Tlaxcala, se puede observar que las mujeres juegan un papel importante en la alfarería y en la producción de bastones de madera. Ellas realizan una función protagónica en el proceso desde la elaboración (en sus diferentes fases) hasta la comercialización (principalmente a través del trueque). En la Trinidad Teneyecac, la alfarería es un trabajo predominantemente masculino, dada las características de los productos que realizan. Las mujeres están presentes en calidad de “ayudantes”, sobre todo cuando se trata de trabajos considerados como “pesados” como el hacer cazuelas o vasijas de gran tamaño; sin embargo, en los acabados y detalles, son consideradas como de mayor habilidad y minuciosidad.
En Atlahapa son exclusivamente las mujeres las que realizan la producción alfarera. El tipo, tamaño y calidad de la artesanía están influenciados por la división sexual del trabajo. Las mujeres además de participar en la elaboración de artesanías, se encargan del trabajo reproductivo, los quehaceres de la casa y la comida para todo el grupo familiar, trabajo poco valorado e invisibilizado, pero que sin éste, los hombres trabajadores y demás integrantes del grupo familiar, no podrían dedicar el tiempo necesario para la realización de los productos.
La mayoría de los artesanos/as se ven obligados/as a depender de las y los intermediarios o acaparadores debido a la falta de canales de distribución siendo estos quienes determinan el precio, lo que genera una disminución en sus ingresos. La forma en que participan mujeres y hombres en la comercialización también es diferente según el sexo. Las mujeres utilizan la estrategia de intercambio o trueque de productos artesanales por alimentos en el mercado. Los hombres participan más en la elaboración de contratos y comercialización con los intermediarios, en talleres, mercados u otros lugares de venta, donde obtienen recursos económicos en efectivo. Como se observó, las ganancias también están marcadas por el género, el acceso y control de los recursos monetarios está en manos de los hombres, ellas no lo ven directamente como beneficio económico, sino en especie, a través de productos básicos.
Las mujeres cada vez más se integran al trabajo productivo y los hombres poco a poco lo hacen en el reproductivo, aunque los cambios parecen ser mínimos, considerando los controles sociales, familiares y comunitarios en las relaciones de género, el que ellas participen en la elaboración de las artesanías, las puedan vender, intercambiar, negociar y tomar decisiones, es un gran logro.