Introducción
Los aspectos relacionados con el desarrollo de la Amazonia legal brasileña ocupan desde hace mucho tiempo un lugar privilegiado en los debates académicos. Los problemas relacionados con la temática de la ocupación territorial (Becker, 2010), de los modelos de desarrollo socioeconómico basados en la exploración de los recursos naturales (Escada; Alves, 2001), del extractivismo y del agronegocio (Greissin, 2010), de la preservación ambiental, de la entrada de capital extranjero en la región (Bunker, 2000; Costa, 2012), de la pobreza extrema y del crecimiento sostenible (Diniz et al., 2007), además de los conflictos sociales locales (Schmink; Wood, 2012), han sido recurrentes en diversos estudios, y no es raro que dichos problemas hayan sido tematizados desde el punto de vista de su impacto sobre la vida cotidiana de los pueblos y comunidades tradicionales.
Por otro lado, en Brasil se observa un incremento considerable de políticas públicas orientadas a los grupos étnicos, como las estrategias de desarrollo. La difusión de acciones y programas que se proponen la reconstrucción de identidades étnicas como objetivo del desarrollo constituye una cuestión inédita, tanto desde el punto de vista cultural como del político. La valoración de identidades basadas en aspectos culturales siempre ocurrió como un proceso endógeno, o sea, a partir de la propia comunidad; pero actualmente, y es la novedad, ocurre que esa valorización cultural, juntamente con los procesos de ella derivados, son estimulados de afuera hacia adentro, teniendo al Estado y al mercado como sus principales promotores (Lifschitz, 2011).
En esta línea, entre los grupos que son objeto de ese tipo de acción pública se encuentran las comunidades tradicionales quilombolas. Las comunidades quilombolas son grupos étnicos - predominantemente constituidos por la población afrodescendiente rural o urbana - que se definen a sí mismos a través de las relaciones con la tierra, el parentesco, el territorio, la ascendencia, las tradiciones y las prácticas culturales. La Constitución de 1988 es un marco temporal para la institución de la garantía de derechos referentes a esas comunidades, tanto en el ámbito de las cuestiones identitarias como en relación con los derechos sobre la posesión de las tierras tradicionalmente ocupadas por ellas. Sin embargo, por sí solo el reconocimiento legal de los derechos de esas comunidades no ha sido suficiente para garantizar su desarrollo. Se puede afirmar que los tradicionales conflictos por la posesión y exploración de las tierras (Almeida, 2005; Alves, 2012;), el bajo acceso a los bienes y servicios públicos (Andrade, 2006; Pizzio, 2014) y la débil capacidad de representación en los espacios de gobernanza territorial se han constituido en limitadores importantes de la calidad de vida de las comunidades quilombolas de norte del país.
En esta misma dirección, Giacomini (2011) destaca que los conflictos en los territorios quilombolas son constantes, sean ellos provocados por ocupantes, por los usurpadores de tierra, por los criadores de ganado o por agricultores; sea por la amenaza de construcción de hidroeléctricas o por conflictos ambientales que surgen con la implantación de Unidades de Conservación, como los parques y reservas en las áreas quilombolas, o aún por inversiones inmobiliarias. Es importante observar que la cuestión agraria sobrepasa la dimensión económica y el plano de los conflictos. La propiedad agraria legal ha fundamentado históricamente la ciudadanía en Brasil, como bien lo demuestra el estudio emprendido por James Holston (2013). Según este autor, en la mayoría de las democracias surgen problemas en la medida en que sus principios entran en conflicto con prejuicios en cuanto a los términos de la incorporación a la Nación y de la distribución de derechos. A este respecto, el caso brasileño se vuelve emblemático, debido a que en este país se implementa una...
... ciudadanía que administra las diferencias sociales legalizándolas de manera que legitimen y reproduzcan la desigualdad. La ciudadanía brasileña se caracteriza, además de ello, por la sobrevivencia de su régimen de privilegios legalizados y desigualdades legitimadas (Holston, 2013: 22).
Una breve revisión de la literatura sobre las condiciones socio históricas que comprenden las poblaciones quilombolas en el país (Carvalho, 2006; Fiabani, 2012; Cunha, 2012) demuestra que esas poblaciones viven inmersas en la disyunción de una ciudadanía que se funda en la diferenciación y no en la equiparación de tipos de ciudadanos. Por característica, las comunidades quilombolas presentan, en general, muchas diferencias entre sí. Surgieron a partir de diferentes procesos de resistencia, ocupan ecosistemas muy diversos y desarrollan diferentes estrategias de exploración de los recursos de sus territorios. Las manifestaciones culturales también varían de comunidad en comunidad. Esa pluralidad se manifiesta en la región amazónica como un todo.
En el Estado de Tocantins, por ejemplo, hay 38 comunidades quilombolas identificadas y 29 de ellas se encuentran certificadas por la Fundación Cultural Palmares. La realidad de las comunidades tradicionales quilombolas en Tocantins apunta a un cuadro de asimetrías y vulnerabilidades sociales (Pereira, 2012; Pizzio; Santos, 2013; Pizzio, 2014; 2015). Esas cuestiones son relevantes, pues, las tierras tradicionalmente ocupadas por comunidades quilombolas en el estado de Tocantins hoy son objeto de conflictos por causa de las acciones de implantación del Plan de Desarrollo Agropecuario de Matopiba. El Plan Matopiba fue institucionalizado por el decreto federal 8,447 de 6 de mayo de 2015, y comprende la región de todo el estado de Tocantins y partes de los Estados de Maranhão, Piauí y Bahia, Corresponde a una superficie de 73 millones de hectáreas que en la última década comenzó a transformarse en una importante área de producción agrícola, basada en tecnologías agrícolas de alta productividad.
Según describen los informes elaborados por la Defensoría Pública del Estado del Tocantins, en general los miembros de las comunidades presentan baja escolaridad, problemas nutricionales, renta familiar insuficiente, además de dificultad de acceso a los servicios públicos (DPAGRO, 2013a; 2013b; 2013c). Ante tal coyuntura, el Gobierno Federal ha implementado un conjunto amplio de políticas públicas destinadas a la promoción de esos grupos. Las acciones son estructuradas en consonancia con programas de ordenamiento territorial, como el Programa Territorios de la Ciudadanía y el Programa Nacional de Desarrollo Territorial (Abrucio, 2011). Las políticas, en su conjunto, se orientan a la disminución de la desigualdad y a la ampliación de la justicia social por medio de la promoción de espacios democráticos de participación (consejos, comités, colegiados territoriales etc.), de la gestión colectiva del bien común y una distribución más equitativa de las oportunidades y bienes sociales. En este sentido, la gestión pública materializó el concepto de esfera pública y el principio de la descentralización al instituir estructuras participativas de inclusión de la pluralidad de los intereses y de la diversidad de los actores (Silva Jr., 2016).
La heterogeneidad de intereses y actores que componen las instancias deliberativas es un punto para tratar con atención. Según Fraser (2006; 2008), las situaciones de justicia social sólo pueden ser alcanzadas por medio de la paridad participativa. O sea, las situaciones de justicia social requieren arreglos sociales en los que acciones de carácter redistributivo garanticen independencia y den voz a los sujetos, en consonancia con acciones de reconocimiento que garantizan el status de parejas legítimas en procesos de interacción, juntamente con la garantía de la representación, que es la condición que define el político como dimensión de la justicia. Este abordaje encuentra resonancia en las demandas presentadas por las comunidades tradicionales quilombolas. En una “carta abierta” publicada en los medios de comunicación en febrero de 2016, las comunidades quilombolas agro extractivistas del Jalapão (TO) reivindicaron...
... la necesidad de suprimir las asimetrías de poder entre los actores sociales en la gestión de los territorios tradicionalmente ocupados e insertos en Unidades de Conservación en la región de Jalapão, alejando así el absolutismo de los actores hegemónicos de la sociedad capitalista y la injerencia unilateral del Estado, que se funda en un aparato normativo elaborado sin la participación popular (Tocantins Online, 2016).
En esta perspectiva, ha llamado la atención la creciente utilización de datos culturales para fines de promoción de comunidades y / o grupos. Según Pizzio (2015), en un estudio realizado con comunidades tradicionales quilombolas se observó una intensificación del uso de elementos culturales y simbólicos como recursos de agencia, en el sentido descripto por Yúdice (2013). La utilización y la reificación de esos elementos en la esfera pública han sido una estrategia importante para fines de valorización comunitaria y ampliación de redes sociales de cooperación y solidaridad.
Este artículo tiene como objetivo evidenciar la tensión producida por la implementación de algunos dispositivos institucionales de las políticas culturales contemporáneas. La cuestión, aquí, se refiere a los procesos de certificación de Indicación Geográfica de materias primas que algunas comunidades y colectividades emplearon en la producción de artefactos culturales. En general, esos procesos están inscritos en contextos en los cuales se estableció algún registro de patrimonialización cultural inmaterial de oficios tradicionales, con la finalidad de asegurar que las prácticas y los saberes de las comunidades y/o colectivos productores de artefactos estén en consonancia con la sustentabilidad del ambiente donde se produjeron y se reprodujeron. En el ámbito de las políticas culturales, esos dispositivos se reproducen mediante la difusión de un ideario globalizado, en el cual “la preocupación en preservar está asociada a la consciencia de la importancia de la diversidad -bien sea de la biodiversidad o de la diversidad cultural- para la supervivencia de la humanidad” (Lobo, 2012: 69).
Sin embargo, el curso de nuestras investigaciones ha revelado otro aspecto de esos dispositivos institucionales, relacionado con los denominados factores o criterios de calificación de los artefactos culturales que componen los registros o la certificación de Indicación Geográfica de sus materias primas. Señalamos que los factores o criterios de calificación son a menudo definidos y establecidos por alguna agencia instituida y exógena a los contextos de producción de los artefactos, y de reproducción de las prácticas y saberes a ellos asociados, lo que resulta en una forma de control de la producción.
Entre las comunidades y colectividades investigadas, ese aspecto se ha asomado, más o menos explícitamente, según el avance de los procesos de certificación. Trataremos en este texto del caso de la certificación de Indicación Geográfica del oro vegetal (Syngonanthus nitens), en la región de Jalapão, Tocantins, y pondremos al descubierto algunas singularidades y tensiones encontradas en nuestro recorrido.
La expansión del oro vegetal y sus repercusiones en Jalapão
Los artefactos de oro vegetal comenzaron a expandirse en el Brasil desde la década de 1990, y fueron reconocidos como una de las expresiones más refinadas de la artesanía nacional, y comúnmente tipificados o clasificados como biojoyas o ecojoyas. En los años 2000, comenzaron a ser exhibidos públicamente de manera globalizada en escaparates situados en áreas de circulación y de grandes shoppings, lo que contribuyó a que se los llamara también airport art. En el contexto brasileño, más allá de esas tipificaciones y clasificaciones , los artefactos culturales de oro vegetal constituyen actualmente un rasgo central de la artesanía que se produce en Tocantins, específicamente en la región de Jalapão. Hay muchos sitios de venta en la capital, Palmas, particularmente en algunas tiendas de artesanía en las avenidas centrales.
Al visitar localidades próximas, como Taquaruçu (a 35 km de Palmas), se constata que la diseminación de artefactos de oro vegetal está fuertemente asociada al desarrollo de la agencia turística y cultural en la región. Así, en el pequeño distrito de Taquaruçu, donde se expande un modelo de empresariado turístico ambiental y cultural con fuerte presencia del Servicio Brasileño de Apoyo a las Micro y Pequeñas Empresas -SEBRAE-,1 hay tres establecimientos de venta de artesanía con artefactos de oro vegetal. En la plaza central, donde se ubica la Casa de la Cultura, a menudo se realizan talleres donde los jóvenes aprenden la producción de ese tipo de artesanía.
A medida que se avanza hacia Jalapão, sea por la carretera que pasa por Ponte Alta (al norte) o por la que va por Novo Acordo y São Félix do Tocantins (al sur), ambas hacia Mateiros (en la región céntrica de Jalapão), se observan sitios de venta de artefactos de oro vegetal. Cuanto más se acerca un viajero a Mateiros, los sitios de venta son más frecuentes, a la vez que se percibe anuncios de la presencia de comunidades quilombolas (son diez en la región), de las formaciones rocosas, de los ríos, cascadas y arroyos, y de los campos de oro vegetal por las veredas -entre otras especies del Cerrado, como el pequí, el babasú y el buriti-.
La diversidad de paisajes atrae a muchos turistas hacia la región, lo que incentivó a los municipios que cuentan con comunidades quilombolas y a algunos propietarios de tierra a invertir en emprendimientos de infraestructura turística. De aquí la profusión de sitios de venta que suelen reproducir características regionales, como arreglos de galpones o ranchos de adobe y madera contiguos a las residencias de los individuos, que presenten un paisaje con especies nativas. Dispersos por las carreteras vecinales, dichos sitios ya configuran referentes de un circuito turístico en desarrollo. En casi todos ellos hay mostradores o estanterías con exposición de artefactos de oro vegetal, y cuando se sitúan dentro o cerca de una comunidad quilombola, es común la presencia de mujeres trenzando el oro vegetal para la producción de piezas.
Además de la intensificación de percepciones que esos paisajes generan, en las proximidades de Mateiros se intensifican también las referencias sobre los artefactos de oro vegetal, las cuales destacan la originalidad, la autenticidad, la calidad, la belleza y la tradición de los artefactos producidos en la comunidad quilombola del Mumbuca, a 30 km de la ciudad. Fue en esa comunidad donde se originó el oficio de producción de esos artefactos.
Esa intensificación de referencias a los artefactos de oro vegetal, por la proximidad a Mateiros y a la Comunidad Mumbuca, pone de manifiesto dos rasgos característicos inherentes a dichos artefactos y a sus dinámicas relacionadas: se identifican como productos (biojoyas), pero también como bienes identificadores (relacionados con un oficio). Desde nuestras incursiones de investigación en Tocantins y en Jalapão,2 los vendedores se referían a esos dos rasgos cuando les preguntábamos sobre el origen de los artefactos. En los aeropuertos, en las tiendas de Palmas y en las ciudades de los alrededores, los artefactos eran identificados como “de Jalapão”; y también en la región de Jalapão, los vendedores sabían identificar su procedencia según la ciudad o la comunidad en que eran producidos, por las características impresas en los artefactos.
Aunque tales distinciones parezcan producidas por criterios de lejanía o de proximidad de los locales de venta en relación con los contextos de producción de los artefactos, ellas más bien son el resultado de lógicas de discriminación y clasificación que rigen los procedimientos de certificación de la Indicación Geográfica del oro vegetal. En los primeros registros de investigación, verificamos que esas lógicas y procedimientos ya eran cuestionados por los productores locales, generando un campo de conflictos con relación a los distintos proyectos de desarrollo en la región:
[...] tales prácticas distintivas, fundadas en directrices universalistas, condicionan el no reconocimiento de las identidades particulares de esos artesanos del oro vegetal, lo que genera situaciones de discriminación, opresión, y falta de oportunidades que desencadenan o la marginalización o la inclusión periférica en el sistema social (Marinho, 2014: 208).
Así, la distancia con relación a tales conflictos obscurece el problema de la identificación de sus actores en provecho de una generalización de la procedencia de los artefactos que considera la Indicación Geográfica del oro vegetal y desconsidera la identificación de sus productores. Planteados en estos términos, los conflictos y propósitos locales expresados por los artesanos cuestionan la tendencia del mercado a representar presuntamente la autenticidad por la marca de una distancia cultural (Spooner, 2008). Para explicitar los factores involucrados en esos conflictos, necesitamos conocer los procesos que los engendraron, a partir de la trayectoria de la Comunidad Mumbuca en sus interacciones con actores exógenos y en distintas esferas de acción y legitimación de sus demandas de reconocimiento.
La Comunidad Mumbuca y sus dinámicas tradicionales
La Comunidad Mumbuca está situada en la zona campesina del municipio de Mateiros, a 360 km al este de Palmas. Las rutas comunes de acceso a la comunidad, por Ponte Alta y por Novo Acordo, están pavimentadas hasta esas ciudades, y se las consideran portales de la región de Jalapão. De Ponte Alta a Mateiros y Mumbuca se recorren 230 km., y de Novo Acordo son 180 km, ambos trayectos por carreteras de terracería. La conservación de las carreteras es precaria, con varios trechos de arenal, lo que genera un aislamiento relativo por las dificultades de locomoción.
Se trata de una comunidad quilombola extractiva que se dedica a la producción de artefactos culturales que están confeccionados con oro vegetal, además de la agricultura de subsistencia y crianza de gallinas. La interacción de las familias de la comunidad (23 residencias en el núcleo de la comunidad y 11 más distantes, a lo largo del área de la tierra quilombola) con el oro vegetal y otras especies del bioma local es tradicional, según los criterios que también definieron el territorio quilombola donde la comunidad está ubicada.3 Según Carvalho (2014, p. 57), el proceso de caracterización de la tierra quilombola de la Comunidad Mumbuca también reconoció “los conocimientos transferidos entre generaciones por la oralidad, o por la experiencia, y el ejercicio de las actividades de producción, sociales, culturales y de subsistencia, aunque con relación a las actividades de mercado”.
El oro vegetal nace en áreas de veredas (campos húmedos del Cerrado) y florece entre julio y agosto, en un ciclo anual. La cosecha, manual, se hace en los meses de septiembre y octubre, cuando el oro vegetal madura y asume su color dorado característico. Su reproducción se logra depositando las flores en el suelo, durante la cosecha, y cortando los tallos sin arrancar las raíces.
Tras la cosecha, se enrollan los tallos en cuerdas finas que, cosidas manualmente con fibra de miriti, asumen formas diversas. Según dicen las artesanas locales, las formas originales son cofres y sombreros; las tradicionales son canastas, bolsas, bolsos y envases; más recientemente se añadieron innovaciones, como bisuterías (pendientes, pulseras, collares), sousplats, adornos de mesa, imán de heladera, accesorios de vestuario, porta bolígrafos, llaveros y mándalas, que pueden estar asociados a piedras, tallos y hojas de miriti, y semillas de la flora local.
La cosecha del oro vegetal se hace individualmente o en grupo, en áreas relativamente próximas a la comunidad, según la demanda de producción de cada artesano o familia de artesanos. Los espacios de almacenamiento están en las propias residencias, todas ellas construidas con adobe, sin estuco o pintura, con tejado de paja, generalmente junto a un rancho contiguo donde los artesanos producen los artefactos. Las excepciones son la iglesia evangélica Asamblea de Dios (Ministerio de Madureira), pintada de azul, y la escuela municipal local, pintada de blanco.
La distribución de las casas en la comunidad, todas próximas entre sí, sigue un padrón de disposición de calles. Hay cuatro disposiciones de calles: una principal, desde la entrada hasta los límites de la comunidad que están definidos por la selva y un riachuelo; una secundaria, paralela, a la izquierda de quien entra; y dos perpendiculares -una que parte del medio de la principal, a la derecha; y otra al final, en la orilla del riacho-. Las casas tienen energía eléctrica a través de la red pública y hay captación colectiva de agua potable en el riachuelo que corre por la orilla de la comunidad. En la localidad hay también una posada (Posada da Tonha) y un bar restaurante.
El trabajo con el oro vegetal se realiza en tres etapas complementarias: la cosecha y el almacenamiento; la producción de los artefactos; y la organización de las ventas. Aunque las dos primeras las realizan los individuos o las familias, se pueden establecer convenios, de acuerdo con el reconocimiento de la experiencia de las personas. Las divisiones del proceso también sirven para delimitar el volumen y la duración de las existencias de materia primera en almacenamiento; establecer la organización física, familiar y asociativa; situar relaciones de aprendizaje entre las generaciones; y, finalmente, organizar la logística de venta y distribución de los artefactos. En los períodos de alta demanda, esas etapas también acentúan la delimitación de atribuciones para la introducción de tecnologías que segmentan la producción o fragmentan las estrategias de su colectivización. Ellas propician lógicas de evaluación individual y colectiva de las innovaciones introducidas en la producción y en el formato de los artefactos.
Este último aspecto deriva del hecho de que, en los municipios de la región que producen artefactos de oro vegetal -destacadamente en Ponte Alta-, los procesos productivos se desarrollan en una escala preindustrial, sea en la segmentación de sus componentes, sea en la introducción de innovaciones tecnológicas que aceleran la producción (Marinho, 2014); mientras que en Mumbuca la producción se mantiene artesanal. Estas variaciones regionales en la escala de producción ocurren también en los principios y procedimientos asociativos dentro de la comunidad.
Los artesanos están organizados desde 2002 a través de la Asociación Oro Vegetal del Poblado de Mumbuca, (creo importante poner entre paréntesis el nombre original en portugués) que orienta las actividades de extracción, producción y venta de los artefactos. La asociación construyó una tienda para la venta de los artefactos, que es contigua a un galpón comunitario abierto. En la tienda, además de los artefactos de motivos variados, se exponen también los registros históricos de la comunidad: un cartel que describe el árbol genealógico de las familias; libros sobre la comunidad o el trabajo con el oro vegetal; documentales en video; catálogos producidos por órganos gubernamentales y compacts de músicos de la comunidad o de la región.
Los artesanos están organizados en la asociación, pero los vínculos familiares tienen un gran peso que puede ser diferenciado según la importancia de las decisiones de la organización. Ejemplo de ello es el estímulo a los jóvenes para aprender el oficio artesanal y auxiliar en la producción familiar, pero con el impedimento paralelo para asociarse y, por lo tanto, para participar en las decisiones de la asociación. Los argumentos de los mayores al respecto se relacionan con la falta de madurez de los jóvenes y su tendencia a alterar los procedimientos de trabajo, al dejarse influenciar por innovaciones que ya han sido adoptadas en otros municipios. Sin embargo, esa tensión permanece implícita en el vínculo de los jóvenes con la actividad y proyecta preocupaciones en los mayores sobre el futuro de esa práctica y de la comunidad. Según el Sr. Juraci (asociado), la estrategia adoptada por el liderazgo de la comunidad es primeramente insertar a los jóvenes en el oficio para que aprendan a valorarlo y, después, permitir su inserción en la asociación y en las decisiones “para dar continuidad a la tradición de la comunidad”.
La producción la realizan individuos o grupos familiares, pero no hay segmentación del trabajo. La exposición de los artefactos en la tienda de la asociación muestra cierta regularidad en la reproducción de las técnicas (con mayor o menor refinamiento) y en los artefactos producidos entre los artesanos de una misma familia.
La colectivización de la producción no se manifiesta en la comunidad. Lo que hay es la diseminación de un principio de reciprocidad en la cosecha del oro vegetal, en el período más intenso de actividades colectivas4 y en la distribución de las demandas cuando se produce un elevado volumen de encomiendas de artefactos.
La distribución de recursos se realiza primeramente dentro de la comunidad y, cuando se requiere, para atender alguna demanda familiar. En el primer caso, un porcentaje sobre la venta de los productos con el cual cada artesano contribuye para la asociación se canaliza a un fondo para atender las prioridades definidas colectivamente. En el segundo caso, se puede usar el fondo para atender demandas ocasionales de familias en situaciones no especificadas.
Las especificidades del oficio y de los procesos productivos de los artefactos de oro vegetal en la Comunidad Mumbuca caracterizan un proyecto colectivo que tiene como objetivo la manutención y la reproducción reflexiva de una tradición, ante la imposición de cambios de la sociedad moderna, como analiza Giddens (1997). Los procesos que generaron tal configuración resultan de la trayectoria de interacciones que los actores de la comunidad desarrollaron con actores exógenos influyentes, desde su origen.
La trayectoria de la Comunidad Mumbuca: interacciones con influencias exógenas y la ritualización reflexiva de la tradición
Hay dos versiones acerca de la formación de la Comunidad Mumbuca, según Carvalho (2014: 55): una que se refiere al período de esclavitud, “cuando la comunidad estaba formada por negros que huyeron de las haciendas de plantación del litoral de Bahía”, y otra “que la relaciona con los procesos de movilidad poblacional, a fines del siglo XIX, con la migración de familias que vinieron de Bahía y que huyeron de factores climáticos desfavorables, como la sequía”.
La convergencia geográfica de origen en las dos versiones indica que el poblamiento de la comunidad siguió un patrón familiar, con tres matrices (los Beato, los Bento y los Pereira Gonçalves) que se reprodujeron hasta la actualidad -con ocupaciones de lotes familiares dispersos en el área- y que se dedicaban a la agricultura de subsistencia. La actual forma de ocupación del espacio, con un núcleo central, se produjo en la década de 1990, y fue motivada por la construcción de una escuela municipal en la localidad. En esta forma actual de ocupación también se reproduce el patrón familiar original. Como la población de la comunidad se reprodujo básicamente a través del matrimonios entre primos, las familias están distribuidas en la comunidad según dos linajes básicos: a la derecha de la calle central están los familiares de doña Miúda (Guilhermina Ribeiro da Silva, matriarca famosa de la comunidad, ya fallecida), mientras que a la izquierda están los familiares de doña Laurentina, señora de más de 100 años que aún vive allí.
Sobre el origen del oficio artesanal con el oro vegetal también hay dos versiones: una narrativa comunitaria y otra académica. La narrativa comunitaria la suele exponer recursivamente doña Santinha, matriarca de la comunidad, durante las celebraciones de la Fiesta de la Cosecha del oro vegetal. Según doña Santinha, “Doña Laurentina, antigua matriarca, encontró el oro vegetal en las veredas del Cerrado y, fascinada por su color dorado, lo presentó a la familia anunciando que haría bonitos artefactos con él”.5 Tras la difusión del oro vegetal por la comunidad, ha sido doña Miúda quien le ha dado forma y contenido estético con su particular percepción artística. Conviene dejar constancia de que fue ella, doña Miúda, quien inició el ciclo de artesanos productores en la comunidad. La narrativa académica, sintetizada de los estudios de Belas (2008), Schmidt (2005) y Sousa (2012), relaciona el modo de elaborar los artefactos en Mumbuca con la herencia indígena, probablemente apropiada durante los intercambios de las primeras generaciones de quilombolas locales con la etnia Xerente, en la región. Según ambos autores, hay registros de uso del oro vegetal entre los Xerente, así como “su costura”, que aún se realiza en la comunidad, una técnica cultural indígena que utiliza la seda del buriti. Aquí importa señalar que las dos versiones convergen en reconocer la figura histórica de doña Miúda, quien nació en 1928, hija de indígena con afrodescendiente.
Exiaten registros de la producción de objetos de oro vegetal desde la década de 1930, (época en que los artefactos originales se cambiaban por géneros alimenticios y querosene, en mercados de Bahía). Fue solamente en los años 1990 cuando esos artefactos y el oficio artesanal de producción del oro vegetal en la comunidad cobraron notoriedad. Los factores que convergieron para su difusión, según Carvalho (2014) y Souza (2009), fueron la construcción de un puente que conecta los municipios de Mateiros y Puente Alta (lo que rompió el relativo aislamiento de la región), además de un reportaje divulgado en el programa Globo Repórter, en 1990, y del incremento del turismo en la región de Jalapão.
La creciente demanda comercial de los artefactos estimuló su producción en lo cotidiano entre las familias, las cuales diversificaron la producción con motivos tradicionales. En 2002, las mismas familias crearon la Asociación Oro vegetal del Poblado de Mumbuca, para formalizar las ventas. Desde entonces, la asociación se mantuvo activa en la producción y reproducción de los modos tradicionales de elaborar artefactos con oro vegetal.
En los años 2000, algunos acontecimientos ampliaron la difusión de la producción de los artefactos y los legitimaron más allá de la Comunidad Mumbuca. En 2004, convenios entre la asociación de artesanos de Mumbuca, la Fundación Naturatins, la Secretaría de Estado de Cultura de Tocantins y el Sebrae promovieron cursos y talleres de artesanía con oro vegetal en la comunidad, lo que atrajo a diseñadores y a otros expertos.6 En el mismo año, esos convenios también promovieron la difusión del oficio artesanal con oro vegetal en otros municipios de Jalapão, a través de cursos y talleres impartidos por dos artesanas de la comunidad (Raimunda y Detô, nuera e hija de doña Miúda). El 20 de enero de 2006, la comunidad fue reconocida como Territorio de Remanentes Quilombolas; sin embargo, la demora en la titulación de tierras ha generado conflictos. En 2009, el gobierno de Tocantins declaró la artesanía con oro vegetal como bien de valor cultural y Patrimonio Histórico del Estado (Ley n. 2.186 de 14 de julio de 2009).7 En 2010, por intermedio del Movimiento Estadual de los Quilombolas y del Ministerio Público Federal, se creó el Fórum Permanente de Acompañamiento de la Cuestión Quilombola en el Estado de Tocantins.
Según relatos de sujetos de la comunidad, esos convenios tuvieron trayectorias y resultados distintos, lo que generó tensiones comunitarias por las innovaciones en la producción de los artefactos y por la difusión de las técnicas de trabajo a otros municipios. La primera tensión tuvo que ver con las propuestas de Sebrae de segmentar la producción artesanal, propuestas que fueron rechazadas por los artesanos con el argumento de que se debería mantener la tradición y las relaciones familiares de producción. La segunda se refiere a dos factores: la difusión de las técnicas de trabajo aumentó la demanda por el oro vegetal, lo que condujo a que la cosecha se hiciera de manera clandestina e insustentable; y de manera complementaria, la diseminación creciente de la producción en otras localidades más accesibles a comerciantes y turistas, como el caso de Ponte Alta, generó un mercado que desvirtúa el origen comunitario del oficio artesanal y de los artefactos, atribuyéndoles referencias que se relacionan con la región de Jalapão como lugar geográfico de la materia prima (Schmidt, 2005).
Con el objetivo de garantizar la sustentabilidad ambiental de la región y ordenar la exploración del oro vegetal, el gobierno estatal estableció un reglamento que regula la cosecha y el manejo del vegetal, prohíbe su cosecha fuera del período de 20 a 30 de septiembre y determina que sólo podrá ser realizada por asociados debidamente acreditados, entidades comunitarias de artesanos y residentes extractivos de los municipios tocantinenses. Esas medidas fueron insuficientes y no tuvieron el efecto deseado, de manera que centenares de personas se introducen en las veredas para extraer el oro vegetal fuera de los ciclos extractivos. La recurrencia de esos hechos a lo largo de los años reaviva las tensiones sobre cuestiones que gravitan entre la sustentabilidad del vegetal y la ampliación de nuevos mercados, las cuales surgieron a partir de la expansión del comercio de objetos de oro vegetal. En este escenario, el gobierno del Estado de Tocantins, en convenio con la Asociación de Artesanos en Oro vegetal de la Región de Jalapão (Areja), dio forma protocolaria ante el Instituto Nacional de Propiedad Industrial (INPI), en el año de 2009 a una petición de certificación de la artesanía local a través de la Indicación Geográfica. Este proceso se consolidó en 2011 con la Indicación de Procedencia de la materia prima conferida a la región de Jalapão a través de un sello de certificación. Sin embargo, lo abandonaron enseguida por tensiones crecientes generadas por el rechazo de los artesanos y de las comunidades que se negaban a cumplir las exigencias de calificación de los artefactos para obtención del sello. Estas exigencias fueron definidas a través de instancias gubernamentales o agencias instituidas para ese fin.
Se formuló una nueva iniciativa de certificación en abril de 2015, cuando la Secretaría de Estado de Cultura de Tocantins y la Universidad Federal de Tocantins (UFT) firmaron un convenio de cooperación técnica que tenía como objetivo el fortalecimiento de la Areja. El eje de esa cooperación fue la elaboración de un Sello de Indicación Geográfica (IG) con el fin de que los artesanos de la región lo utilicen para identificar y reconocer sus productos en los mercados nacionales e internacionales. Sin embargo, esa nueva iniciativa reactivó las tensiones residuales del proceso anterior y se la cuestionó en la reunión de las comunidades quilombolas durante la Fiesta de la Cosecha de 2015, cuando representantes de la Secretaría de Estado de Cultura y de la UFT expusieron los criterios y procedimientos para la atribución del Sello de Certificación de la IG.
En esa Fiesta, los actores involucrados en la tensión promovieron una actividad que se llama “Rueda de Conversa” sobre el Sello de Origen del Oro vegetal, en la cual se polarizaron dos posiciones. Los proponentes de la certificación se mantuvieron a favor de los procedimientos normativos de atribución y distribución de los sellos de certificación, que implican algunos cambios en la producción y en la circulación de los objetos producidos con el oro vegetal para asegurar su certificación de calidad. Las asociaciones de productores y de las comunidades quilombolas reiteraron los cuestionamientos sobre el origen de la iniciativa, los cambios implicados en los procesos de trabajo artesanales (por la imposición de un patrón de calidad definido por actores exógenos a la comunidad), el reconocimiento de la autenticidad y de la originalidad del oficio desarrollado por la Comunidad Mumbuca y la ausencia de dispositivos institucionales de fiscalización de la cosecha del oro vegetal asociados a la certificación, entre otras cuestiones.
Entre esos cuestionamientos, algunos liderazgos expusieron declaraciones memorialistas sobre el origen de la Comunidad Mumbuca y del oficio con el oro vegetal, para reivindicar recursivamente el reconocimiento de su tradición (autenticidad y originalidad) e invocaron la legitimidad de los liderazgos cuyas biografías certificarían tal reconocimiento. En los argumentos expuestos por los liderazgos, la Indicación Geográfica del oro vegetal, que se adjudicaba a Jalapão, subsumía la tradición de la comunidad y la nivelaba con la producción difundida y desvirtuada del oficio en otros municipios de Jalapão.
El impasse establecido en la identificación de la forma de inserción del oficio y de la comunidad en los procesos de certificación de la IG condujo a un cierre sin decisiones, pero con la moción colectiva de elaborar un documento de la Rueda de Conversa que sistematice los puntos principales debatidos en el encuentro y algunas reivindicaciones consensuales establecidas, como la necesidad de crear un grupo de fiscalización de la cosecha del oro vegetal en las veredas de la región para garantizar su sustentabilidad y su producción en las comunidades y asociaciones locales.8
Cabe señalar que la polarización establecida entre los participantes en la Fiesta de la Cosecha de 2015 pone de manifiesto el incremento de los conflictos identificados desde el inicio de nuestras investigaciones sobre los artesanos y comerciantes del oro vegetal, en la ciudad de Ponte Alta. En esa ciudad, los convenios con el Sebrae se desarrollaron y siguen vigentes, así como las propuestas de esa institución para el incremento de la producción de los artefactos.9 Tales convenios y propuestas, aunque producidos en lugares muy distantes de Mumbuca, son un espejo invertido para la comunidad y son criticados sobre todo por las personas mayores.
En ese reflejo invertido, la gente de la Comunidad Mumbuca identifica tres factores que consideran negativos, porque desvirtúan la “autenticidad” del oficio artesanal con el oro vegetal: 1. La agencia de Sebrae incentiva la segmentación de la producción y convierte al artesano ya sea en operador de los artefactos, ya sea en administrador del trabajo de otros; 2. La segmentación y los cambios en el oficio rompen los vínculos de reciprocidad comunitarios o asociativos; 3. Las innovaciones que se implementan en la producción o en los artefactos mismos, orientan la producción hacia una demanda del consumo, lo que refuerza los factores anteriores.
De esta manera, la mayor valoración de la relación entre artesano y mercado suele producir tensiones en la relación entre el artesano y el marco asociativo al cual pertenece, debido a la creciente competencia por el mercado en Ponte Alta y otras localidades.10 Esas tensiones y competencias, por otro lado, vuelven a los artesanos más vulnerables a las innovaciones en los procesos de trabajo y en los productos.
En contraposición a todo ello, las personas mayores de la Comunidad Mumbuca evocan a menudo una expresión de doña Laurentina, quien decía: “eso ahí es para colocar comida en la mesa de todos”. Esa exposición de un principio o valor comunitario se complementa, en la comunidad, con el sentimiento de que el oficio que ellos enseñaron para otras personas y comunidades está desvirtuándose, e implica posicionamientos que impactan el progreso del proyecto de desarrollo local.
Además de las cuestiones sobre las tensiones que se produjeron por los convenios iniciales de la comunidad con el Sebrae y otros órganos gubernamentales, evidentemente en la actualidad existen otros tres factores que abonan esa tensión: las relaciones intergeneracionales (aislamiento versus perspectivas o expectativas de futuro para los jóvenes); la creciente extracción ilegal o insustentable del oro vegetal, en la región, para atender a la demanda de materia primera en las otras ciudades donde se producen los artefactos; y la relación entre la reivindicación comunitaria de un reconocimiento de autenticidad del oficio artesanal con oro vegetal versus los modelos de inserción en las esferas institucionales y de mercado que certifican la producción de los artefactos.
En el arreglo de esos factores en desarrollo en la comunidad, se puede reconocer que los artesanos mayores de Mumbuca expresan regularmente una “afirmación de sí mismo” (Andacht, 2004) en correspondencia con su oficio artesanal (lo que incluye el territorio, el oro vegetal y los bienes producidos), y conforman un modelo identificador que refuerza y confirma su pertenencia comunitaria (lo que incluye la trayectoria histórica y los rasgos contemporáneos de los quilombolas). Ese arreglo se proyecta en un tipo ideal de trabajo que se relaciona con los valores de la comunidad y se contrapone, en las narrativas de los artesanos, a los arreglos de trabajo en otras localidades donde se practica, según ellos, un oficio artesanal desvirtuado.
Apuntes conclusivos
El proceso de certificación de la Indicación Geográfica del oro vegetal, en Jalapão, pone de manifiesto algunos condicionamientos que afectan el contexto de producción de artefactos culturales con esa materia prima e influencia la trayectoria de la Comunidad Mumbuca en su interacción con fuerzas exógenas, así como a su asociación artesanal en interacción con actores e instituciones que gestionan las políticas culturales en el Estado de Tocantins. En este contexto, la mediación de la materia prima hace difusa la negociación de la realidad que ahí se establece a través de un embate a los propósitos que fundamentan los proyectos de los actores involucrados. Para superar el carácter difuso de esas negociaciones, la comunidad ritualizó sus propósitos en la celebración regular de la Fiesta de la Cosecha del Oro vegetal como ocasión donde convergen las problematizaciones que generan tales embates y las reflexiones colectivas de allí derivadas.
En referencia a dicho embate, creemos apropiado seguir la orientación de Chanquía (1998: 9), quien se apropia de la noción de “contratos de visibilidad”, de Jean-Claude Passeron, para expresar “aquello que guía la recepción de una imagen por parte de un público, y provee a los sujetos, atrapados en dichos contratos, de un ver y un decir que marcan su recepción de una obra determinada”.
La centralidad que el proceso de Indicación Geográfica del oro vegetal sigue revistiendo en la región de Jalapão, despega la imagen de los artefactos culturales de su origen comunitario y la traslada a una Indicación Geográfica más amplia que legitima a una cadena de productores en la región e impone procedimientos para su certificación. Según Peralta (2016), la estrategia de certificación de Indicación Geográfica tiene esa finalidad, pues se trata de un registro de comercio. Sin embargo, los actores de la Comunidad Mumbuca que se resintieron con ese traslado y se vieron afectados por los condicionamientos de la certificación en curso, gestionan sus tradiciones en forma de narrativas y tecnologías patrimoniales que imprimen autenticidad a los artefactos producidos por la asociación de los artesanos locales.
En ese embate, el oro vegetal se convierte en un bien disputado y apropiado, muchas veces, por individuos que no se preocupan por su sustentabilidad ambiental. Y eso puede generar una situación futura en la cual los propósitos de los actores aquí descritos pierdan importancia, en provecho de los impactos causados por la mercantilización de la diversidad cultural.