El libro de Morna Macleod y Natalia De Marinis versa sobre diferentes experiencias de resistencia popular ante la violencia -ya sea del Estado y la estructural-, y donde la reconstrucción de los hechos se hace a través del testimonio de los y las actoras con la mediación comprometida de académicos -que en su oficio “de ser testigos”- desarrollan lazos de solidaridad y empatía de largo aliento. En esta labor de escuchar y reconstruir eventos y hechos de violencia las autoras y colaboradoras del libro exploran teórica, metodológica y empíricamente el término de “comunidades emocionales” (Jimeno y Macleod, 2014) a fin de rastrear los impactos político-emocionales que el testimonio de dolor generan en un público ampliado que responde a través acciones de incidencia, denuncia, acompañamiento y documentación.
Es un texto que teóricamente dialoga con nuevas corrientes en la literatura socio-política y antropológica, y sitúa la violencia política desde la óptica de las emociones que son desatadas y experimentadas en momentos de despojo, acoso, represión y extermino, dándole un sentido humano a la resistencia social y al poder popular (Jimeno, et al., 2018: 24). Las editoras explicitan en la introducción que el concepto de comunidades emocionales está en construcción pues descansa sobre dos polos, uno que es la reflexión sobre el rol de las emociones en la lucha social, el recuento de la memoria desde la perspectiva de las víctimas-sobrevivientes y el testimonio vivencial del daño causado; y el otro polo que refiere a la propia creación de lazos de empatía y solidaridad entre víctimas-sobrevivientes y académicos y activistas sociales.
La comunidad emocional es fundamentalmente un concepto dialógico y constructivista que da cuenta de la generación de vínculos políticos y emocionales entre los sujetos de dolor-resistencia y los sujetos de la escucha; y para que estos lazos y vínculos se den es expreso la vivencia de acciones de acompañamiento, observación de la performatividad de la denuncia y la escucha del testimonio. Inspirado en esa misión de exploración, el libro agrupa diversos casos y sucesos violentos (de distinta temporalidad) a través del tejido vivencial y reflexivo de las autoras y los vínculos que han desarrollado con cuido y compromiso a lo largo de varios años. Las observantes de los casos relatados son constructoras de “comunidades emocionales” con y en relación a organizaciones, líderes y defensoras de derechos humanos, bajo el compromiso de que ellas hacen posible su documentación y diseminación informando a un público ampliado sobre hechos cruentos e injustos. Ciertamente la lectura de los ensayos invitan poderosamente a terceros a re-visitar y revisar con un nuevo ojo “analítico-emotivo” el activismo académico que han llevado a cabo durante los años de la guerra fría así como también en esta la época de despojo capitalista neoliberal.
Es importante mencionar que los aportes teóricos del libro son de amplio espectro, en el sentido de que tanto historiadores orales como politólogas feministas, antropólogos de las emociones y activistas de derechos humanos preocupados por procesos socio-legales de búsqueda de justicia pueden encontrar debates de interés para su propio trabajo analítico y político. Para los académicos de larga data interesados en movimientos sociales este libro los convoca de manera poderosa a re-orientar su atención reflexiva sobre las emociones como detonadores de acción colectiva (Japer, 2011). Ciertamente desde el análisis politológico convencional de la movilización social, la subjetividad y la afectividad relacionada a experiencias políticas -sobre todo de actores subalternos- es puesta de lado, por no decir ignorada (Grandin, 2010, Mallon, 2017). Por el contrario, las autoras de este libro muestran de maneras intensas y creativas que las coyunturas de cambio y resistencia las acciones de los actores son motivados por emociones primordiales como la rabia, enojo, miedo, amor, vergüenza, entrega, indignación y rebeldía. Todo un espectro complejo de emociones se encarnan en sujetos sociales que tras su lucha por la defensa de sus recursos y derechos humanos, políticos, laborales y culturales son victimizados y racializados por el Estado de maneras muy destructivas.
Los sujetos políticos bajo esta perspectiva son también sujetos emocionales que emergen como sobrevivientes de violencias varias, y que en su capacidad de recordar y denunciar constituyen sentidos de esperanza y reivindicación que van mas allá de la individualidad y de la comunidad local de pertenencia (Macleod y De Marinis, 2018: 10). El testimonio del dolor en sus voces nos lleva a darnos cuenta de las injusticias -varias, complejas, visibles e invisibles- y lo expreso que es actuar en correspondencia bajo principios como la no repetición, la prevención y la denuncia. Y de igual forma en esta perspectiva, los académicos involucrados son motivados por sus emociones a ser partícipes de procesos de recuento y documentación de momentos traumáticos y dolorosos, y en ese involucramiento también son críticos de su propia condición social privilegiada (Crosby, Brinton y Doiron, 2018: 166).
Como antropólogas feministas que son la mayoría de las autoras, hay un aporte teórico sustancial que hacen al realzar la dimensión de género y cultural en el abordaje de las emociones en la política, la búsqueda de justicia y la construcción de la memoria. El campo de las emociones es terreno de reflexión para los antropólogos que están comprometidos en entender la particularidad del duelo y de la experiencia del dolor en contextos indígenas donde la cultura otorga una interpretación existencial de lo vivido así como los posibles caminos de sanación (De Marinis y Macleod, 2018: 11). Esta mirada diferenciada y sensible a los contextos culturales es ética y metodológicamente central para dimensionar experiencias, conocimientos y narrativas de personas -por ejemplo indígenas- que han sido históricamente excluidos de los espacios de justicia, y que de igualmente han sido sujetos de actos injustos históricamente.
En términos de las conexiones entre el género, las emociones y la política, a mi parecer hay una entrada de análisis importante que se derivan de los trabajos compilados en el libro -sobre todo de los ensayos de De Marinis (cap.7), Crosby, Brinton y y Doiron (cap. 8) y Espinosa Damián (cap. 9)- que las mujeres indígenas capitalizan su capacidad de acción política partiendo de lo vivido/sentido, y que en momentos de violencia política a pesar de ser agredidas en su feminidad no se sienten facultadas para hablar informada y factualmente del contexto político de los eventos que desencadenaron la violencia coyuntural. El conocimiento y la experiencia femenina sobre la política comunitaria, la autonomía y la violencia política desde el recuento de las emociones ubica a las mujeres de manera subalterna en las narrativas historiográficas convencionales, pero que tras el trabajo colaborativo y comprometido de las “otras” la dimensión subversiva del reclamo es evidenciado de manera poderosa.
Otro elemento importante del análisis de género lo desarrolla Macleod (cap. 5) donde analiza la política partidista de izquierda en el cono sur en relación al género y las emociones. Macleod muestra como las militantes chilenas del MCTSA en los años setentas se enfrentaban sistemáticamente a ver subestimados de sus puntos de vista siempre que son formulados en términos emocionales, tomados ellos como irracionales y femeninos. Paradójicamente las acciones de protesta orquestadas por el MCTSA en los peores años de la represión pinochetista requerían de sus cuadros -hombres y mujeres de diversos condición social- un gran esfuerzo emocional que es mitificado en la canción de protesta. Podríamos agregar que la riqueza testimonial y etnográfica de los trabajos de estos trabajos feministas de este libro dan luz sobre las contradicciones internas de la política de los géneros dentro de los movimientos sociales, lecciones que deberían de ser tomadas en cuenta por el pensamiento politológico de la izquierda a fin de honrar a hombres y mujeres que resisten al poder diariamente y en momentos de insurrección.
Metodológicamente hay un espectro amplio de aportes en los ensayos que van desde el compromiso de las historiadoras inspiradas en preceptos de Walter Benjamin (2005) que buscan excavar por los testimonios de actores subalternos a fin de identificar visos de esperanza desde la militancia campesina y popular para resistir el poder de las jerarquías militares-empresariales, hasta reflexiones densas y críticas sobre las contradicciones inherentes a la relación adentro y fuera de las victimas-sobrevivientes/las acompañantes-académicas. Para lectores ávidos de conocer y ubicar diferentes estrategias de trabajo colaborativo con sujetos de dolor y sujetos políticos subalternos, los ensayos de Crosby, Brinton, Dioirno (cap. 8), De Marinis (cap. 7), Espinosa Damián (cap.9) ayudan a identificar tensiones y contradicciones importantes derivadas relaciones de poder entre “nosotras” y las “otras” como dos extremos de una relación dialógica sí, pero desigual, entre un sujeto que está llamado revelar su dolor y condición de opresión, y otro que es oyente/testigo presencial moralmente situado en superioridad.
Temáticamente los capítulos del libro abordan los siguientes contenidos. El capitulo 2. de Myriam Jimeno y su equipo de trabajo es seminal del concepto teórico de comunidades emocionales y etnográficamente describe el proceso de acompañamiento a una comunidad de desplazados indígenas Nasa dentro de la región del Cauca. Jimeno hace hincapié en la capacidad de la comunidad de desplazados en recuperar su dignidad en la articulación política en demandar una vida libre de violencia y el respeto por sus derechos a través de actos performativos que re-semantizan su condición de víctima. En sintonía con el trabajo de Jimeno, Natalia De Marinis en su ensayo (cap. 7) nos comparte los resultados de su trabajo de campo de investigación doctoral sobre los afectos y afecciones emocionales de mujeres indígenas Triquis desplazas forzadamente en la ciudad de Oaxaca. De Marinis nos muestra de manera analítica los efectos sociales de la violencia en las percepciones y sentimientos de miedo, extrañamiento y tristeza que las mujeres Triquis sienten tras haber dejado su comunidad y haber llegado a un lugar hostil en todos los sentidos. Por su parte, Crosby, Lykes y Doiron (cap. 8) escriben sobre el juicio Zepur Zarco y la relación de colaboración con mujeres indígenas sobre temas de resarcimiento del daño en caso de violación sexual en el contexto de la guerra genocida en Guatemala. Crosby y sus colaboradoras por se extranjeras ubican de manera mas evidente las contradicciones derivadas de su privilegio blanco en relación a la subalternidad de las mujeres indígenas guatemaltecas. Ubicada también sentimentalmente en Guatemala el capitulo 6 de Ixkic Bastián Duarte relata una experiencia multi-situada de acompañamiento emocional y político a refugiados guatemaltecos en México que regresaron a Guatemala a principios del dos mil tras catorce años de exilio. La vivencia personal de exilio de Bastián es el basamento para construir empatía con sus compatriotas guatemaltecos de manera respetuosa y consecuente.
Cambiando de giro analítico-teórico el texto de Lynn Stephen (cap. 3) re-visita testimonios de sobrevivientes del terremoto a través del género de crónica en la escritura de Elena Poniatowska. El trabajo de Stephen cruza marcos comunes de análisis con otras ensayistas historiadoras del libro que trabajan desde la oralidad de las víctimas para reconstruir en base a versiones fragmentadas del pasado las verdades del despojo. La comunidad ampliada que lee y tiene acceso a estas crónicas -literarias e históricas- aunque distanciada en el tiempo desarrolla sentimientos de empatía e indignación por la injusticia. El texto de Morna Macleod (cap. 5) también hace una vista al pasado reciente, en específico la guerra sucia en Chile y las acciones de denuncia contra la tortura orquestadas por el Movimiento contra la Tortura Sebastián Acevedo (MCTSA). En esta misma veta historiográfica se ubica el ensayo de Jenny Pearce (cap. 4) titulado “Historias emocionales: Historiografía de la Resistencia en Chalatenango, El Salvador” donde reconstruye la trayectoria de resistencia de una comunidad campesina que buscaron organizarse sindicalmente y defender una autonomía comunitaria dentro de los territorios controlados por la guerrilla. Pearce nuestra cómo los campesinos salvadoreños tienen una versión diferente del conflicto militar que se distancia de la tradicional narrativa de la izquierda. Finalmente cerraría mencionando el ensayo de Gisela Espinosa Damián (cap. 9) que trata sobre la relación de colaboración con mujeres indígenas ex trabajadoras agrícolas del Valle de San Quintín, y cómo de esta relación surgen narrativas sobre la violencia cotidiana que las mujeres trabajadoras y sus acciones organizativas que aspiran a feminizar la lucha sindical y política de los trabajadores agrícolas del norte mexicano.
Quisiera concluir esta reseña con algunos comentarios críticos tras la lectura de los capítulos y el análisis general de la obra en su conjunto. En el tema de las emociones y la construcción social y humana de la empatía-vínculo me hubiera gustado que las autoras profundizaran más en su emotividad involucrada. Todas las relaciones de colaboración relatadas ciertamente descansan sobre un principio de co-relación y dialogo que toca fibras personales de las académicas acompañantes que algunas desarrollan más que otras. Para Gisela Espinosa el tema de las emociones en el trabajo colaborativo es novedoso, y reconoce que debido a un entrenamiento académico-racionalista de años, el aterrizar esos caminos más íntimos lo encuentra retador y escapa de su ethos académico. Por su parte De Marinis es muy clara en mostrar que la experiencia de la violencia estando en campo disparó en ella la iniciativa de cercanía y de encuentro post-el desplazamiento. Pero me pareciera en entendimiento más profundo de la co-relación y co-relato implicaría un trabajo de introyección más dirigido a entender el porqué las acompañantes han desarrollado ese interés y qué ha cambiado en ellas a partir de la experiencia.
Otra pregunta importante que el libro deja pendiente y que quizás es punta de lanza para una obra distinta es el limite o la imposibilidad de construir comunidades emocionales de cara a aquellos sectores de la población que se encuentran en completo extrañamiento de manera a la realidad de los y las sobrevivientes. Mis pensamientos sobre esta mirada liminal y distante lo refiero en relación a el contexto canadiense y el impacto mediático y performativo de los audiencias publicas que la Comisión de Verdad y Reconciliación sobre Escuelas Residenciales que se llevaron acabo a principio de la presente década. Niezen (2017) autor que es también citado por Macleod, reflexiona sobre los aciertos y des-ciertos en centrar el trabajo de la comisión en recabar información sobre la experiencia de asimilación cultural y genocidio de las escuelas residenciales sólo en las voces de las víctimas-sobrevivientes. Para Niezen el enfoque de indagación sobre verdad centrado en la víctima deja de lado una reflexión más ampliada donde otros actores estén involucrados, y sobre todo hacer del ejercicio de re-construcción un proceso en el que sectores no indígenas de la sociedad canadiense se sienta interpelados por el dolor de la colonización blanca occidental (2018: XII). En un sentido amplio, creo que Niezen invita a hablar de los victimarios -social e históricamente- como una manera de complementar las narrativas de la violencia con un polo social que hasta el momento ha sido un tema tangencial en las indagaciones sobre verdad y reconciliación.