El objetivo de este trabajo es destacar las principales tensiones en los procesos de movilización-desmovilización de los movimientos sociales. Para ello analizamos las trayectorias del movimiento #YoSoy132, que emergió en México en el proceso electoral de 2012, y pronto se extendió a decenas de ciudades en todo el país. A pesar del impacto simbólico que tuvo sobre el proceso electoral y en el ánimo de la ciudadanía, el movimiento no logró sus objetivos inmediatos. Entró en una dinámica de movilización-desmovilización, concluyó en medio de fuertes escisiones en enero de 2013, y generó un periodo de resonancias y expectativas en grupos fragmentados de activistas en algunas partes del país. ¿Qué fue lo que pasó dentro y fuera del #YoSoy132 que provocó estas paradojas? Nuestra hipótesis plantea que la conjunción de diversos aspectos del contexto político, articulado a la formación de identidades colectivas particulares de los participantes, y a dispositivos de movilización-desmovilización de la protesta, llevaron al movimiento estudiantil a su quiebre definitivo.
La movilización y la desmovilización son dimensiones cruciales que, tomadas en conjunto, explican de manera dialógica la dinámica de los movimientos sociales. No obstante, en la tradición de estas teorías se han analizado de manera diferenciada. Por un lado, la movilización se ha estudiado desde distintos ángulos y enfoques teóricos, especialmente buscando respuestas a preguntas acerca de cuándo y por qué ocurren los movimientos sociales, o quiénes participan en ellos (para una visión general del tema véase a Goodwin y Jasper, 2003). Responder a tales interrogantes ha sido uno de los desafíos constituyentes del principal cuerpo teórico de los estudios de los movimientos sociales. Se han definido perspectivas estructurales basadas en las crisis y los ciclos de acumulación del capital, o específicamente en la formación de Estructuras de Oportunidad Política; se ha hecho énfasis en la movilización de recursos, la aplicación o innovación de repertorios de movilización, la difusión y circulación de enmarcados y discursos de alineamiento, etcétera (véase un acercamiento general a estas líneas de investigación en Fillieule, Agrikoliansy y Sommier, 2010). Asimismo, la movilización se ha analizado desde enfoques de la cultura, la cultura política, las identidades colectivas y las emociones (véase, para una síntesis de este enfoque, a Jasper, 1998, 2005; Álvarez, Dagnino y Escobar, 1998).
Por otro lado, como hemos destacado en otros análisis (Olivier, Tamayo, Voegtli, 2013), la desmovilización política se ha entendido en su dimensión colectiva, al final de una amplia movilización, bajo la pregunta ¿por qué declinan los movimientos? (cf. Goodwin y Jasper, 2003); o explicado en sus aspectos individuales, al identificar las condiciones del retiro militante (para una visión general cf. Fillieule, 2013). Existe así una corriente que se inscribe en el análisis motivacional de las consecuencias biográficas del activismo (Gottraux, 1997; McAdam, 1999; Fillieule, 2005; Leclercq y Pagis, 2011), y en el énfasis en el compromiso, para analizar la movilización (Hirsch, 2003), o la falta de compromiso individual, desde la psicología social para la desmovilización (Klandermans, 2003).
En el estudio sobre el movimiento estudiantil de 1968 (Olivier, Tamayo, Voegtli, 2013, op.cit.) propusimos adoptar una perspectiva procesual de la protesta, que tome en cuenta las dimensiones y los cambios en las atribuciones de la Estructura de Oportunidad Política (EOP), que favorece tanto la evolución o declinación de la movilización, como las transformaciones organizacionales e individuales durante el proceso. Como lo indica McAdam (1982:48), existen actores y significados subjetivos que, insertos entre la oportunidad y la acción, atribuyen un sentido específico a la eop. Esto es determinante para entender el cambio persistente de la movilización a la desmovilización y viceversa.
Siguiendo esta perspectiva relacional de la movilización-desmovilización, en un primer apartado abordamos brevemente el contexto político de México, en el periodo de la contienda electoral de 2012, que marcó el regreso del partido hegemónico desplazado apenas 12 años antes. En seguida, describimos en forma sintética el origen del movimiento. Después de estos elementos de contexto,1 introducimos los mecanismos de explicación sobre las tensiones políticas no resueltas al interior del #YoSoy132. Estas tensiones se muestran a través de momentos y ciclos de declinación y desmovilización, que llevaron a modificar la conducción política inicial del movimiento y a su desestructuración final. Un cuarto aspecto esencial en la explicación de los procesos de movilización-desmovilización es contextualizar la protesta en la historia y el perfil global de las universidades privadas y públicas en el país, debido a que permite situar, desde una perspectiva amplia, las contradicciones que surgieron por las condiciones de pluralidad del movimiento.2 Finalmente, delineamos cuatro dispositivos básicos que describen con precisión el proceso de movilización-desmovilización: a) el carácter político del movimiento; b) el papel de las alianzas y la lucha interna por la hegemonía, c) la definición e innovación de los repertorios de la movilización y d) los dispositivos de la represión.
La metodología utilizada en la investigación es multidimensional (Mitchel, 1983; Huffschmid y Wildner, 2012; Azuara, González y Tamayo, 2007; Combes, Huffschmid, López-Saavedra, Tamayo, Torres y Wildner, 2012). Consistió en la revisión de fuentes estadísticas de instituciones de educación superior públicas y privadas, principalmente de la Asociación Nacional de Universidades e Instituciones de Educación Superior (ANUIES) y la Subsecretaría de Educación Superior, para contextualizar el perfil de los estudiantes que participaron en el #YoSoy132. Elaboramos una cronología exhaustiva del movimiento, basándonos en diversas fuentes: el seguimiento en prensa, textos, testimonios publicados y fuentes secundarias. Identificamos los ciclos de protesta, cambios en los repertorios de movilización, y la definición de actores sociales en la participación política, a partir del estudio cronológico. Realizamos un análisis de fuentes electrónicas y documentales en los sitios de YouTube, Facebook y Twitter sobre los distintos grupos y asambleas del #YoSoy132. Se realizaron entrevistas con participantes del movimiento y análisis de testimonios (n = 25). Se revisó y examinó la bibliografía especializada que da cuenta del papel de los medios y las redes cibernéticas en la protesta social.
El ambiente político-electoral en México
En la transición democrática de un régimen de partido hegemónico, que llegó a controlar el espacio político del país durante más de siete décadas en el siglo pasado, a la conformación de un gobierno de derecha, en los albores del nuevo siglo XXI, la ciudadanía en México había estimado que la alternancia presidencial alcanzada en 2000 llegaría a ser la alternativa de renovación institucional. Sin embargo, tal expectativa duró poco. La joven democracia se fue erosionando por medio de fraudes y conflictos sociales y electorales (cf. Méndez y Leyva, 2007a, Tamayo, 2014).
El sufragio de 2012 marcó el contexto político que vio surgir el movimiento #YoSoy132. Esas elecciones, para algunos ciudadanos, habrían cerrado la posibilidad de mejorar la calidad de la democracia al irrumpir el viejo Partido Revolucionario Institucional (PRI) en el escenario presidencial con señales renovadas de corporativismo y complicidad de los medios de comunicación. El PRI se había preparado desde varios años antes para esta campaña, impulsó una propuesta electoral con base en la construcción de una imagen mediática de quien sería su candidato, asociada a una estrategia mercadológica que lo levantaría como un competidor aventajado (cf. Rodríguez Araujo, 2012; Villamil, 2009).
La operatividad de esa estrategia electoral fue eficaz en el contexto del papel que jugó el Partido Acción Nacional (PAN) en el poder durante los 12 años anteriores. El entusiasmo por Vicente Fox, el presidente de la alternancia que representó simbólicamente el anhelo ciudadano en el 2000, se vino abajo por la ineficiencia del manejo gubernamental y la evidencia de una práctica incongruente con los supuestos democráticos. En ese marco institucional emergió la represión estatal en el conflicto con los pobladores de Atenco, al final del sexenio, que fue apreciado como resultado de un acuerdo explícito con el entonces gobernador del Estado de México, Enrique Peña Nieto (EPN).3 Se añade a estos conflictos irresueltos el propósito de deslegitimar la pretensión de candidatura del principal adversario electoral del momento, Andrés Manuel López Obrador (AMLO), para desaforarlo de su entonces cargo de jefe de Gobierno del DF, y constreñir su participación en las elecciones presidenciales de 2006. Estos eventos impactaron negativamente la imagen democrática que la ciudadanía tenía del pan (cf. Méndez y Leyva, 2007a, 2007b, 2007c).
Felipe Calderón Hinojosa, presidente electo en 2006, no trajo mejores resultados sino profundizó la crisis social. Su gobierno se inauguró en medio de un conflicto de deslegitimación democrática debido a la escasa confiabilidad de los resultados electorales (cf. Tamayo, 2007). Después, se identificó a ese gobierno con crisis políticas que no pudieron ser zanjadas durante el sexenio. La violencia y la inseguridad pública crecieron. Junto a esto, se derivó una política de contención conocida como “criminalización de la protesta social”. Mientras que las cifras de muertes superaron los 60 000 al final del sexenio de Vicente Fox, en la administración de Felipe Calderón se registraron 121 613 homicidios.4 La gestión calderonista se caracterizó por una política antisocial y antilaboral reflejada, por ejemplo, en los conflictos por la desaparición de la Compañía Mexicana de Aviación y la de Luz y Fuerza del Centro, y la consecuente pérdida de empleos de miles de trabajadores, con lo que quedaron mal paradas las promesas de campaña del que sería identificado como el “presidente del empleo” (Sherer García, 2012; Sherer Ibarra, 2011; Paoli Bolio, 2011).
Ambos gobiernos del pan asumieron estrategias corporativas. Controlaron con ellas programas sociales e intentaron generar una amplia red de clientelas electorales. Se aplicaron principalmente en sectores campesinos e indígenas y en colonias populares. Fue esta la orientación de un partido que había sido hasta entonces bastión de grupos empresariales y clases medias urbanas (Reveles, 2006).
Después de estos 12 años, llegaba nuevamente el turno del PRI. Este partido había logrado mantener y concentrar un equilibrio político desde las gubernaturas de los estados, consiguiendo mayoría en los congresos locales. Su candidato, Enrique Peña Nieto, pertenecía a un bloque interno poderoso apuntalado por el expresidente Carlos Salinas de Gortari, uno de los más influyentes desde 1988 (Tejeda, Castro y Rodríguez, 2014). La candidatura de EPN fue apoyada por Televisa, la empresa de medios de comunicación más preponderante en el mundo de habla hispana, que invirtió grandes recursos para erigir la imagen mediática del candidato (cf. Tamayo, 2014). Los gobernadores priístas, en apoyo a su candidato, movilizaron recursos para amplificar su candidatura, incluso, como se observó después, por medios extralegales y por encima de atribuciones reglamentadas en la legislación electoral. De esa manera, el candidato del PRI parecía rodearse de un espacio de nepotismo, corrupción y simulación de imagen, que harían reproducir los mismos vicios del antiguo PRI del siglo XX (Tamayo, 2014).
El surgimiento del #YoSoy132
La protesta surgió en medio de la campaña electoral de 2012. Reivindicó la defensa de la democracia y enfrentó lo que los estudiantes creyeron era una imposición del candidato del viejo régimen. El movimiento, originado en universidades privadas, se extendió a instituciones públicas, y con ello se incorporaron otros factores políticos y sociales a las demandas iniciales. De manera que se articularon valores de justicia social y libertades democráticas, a partir de la necesaria transformación de los medios, la educación y el modelo económico neoliberal. Se expresó mediante un repertorio de manifestaciones, asambleas, redes plurales y el uso de redes cibernéticas, principalmente YouTube, Facebook y Twitter.5
La movilización de jóvenes estudiantes de la Universidad Iberoamericana (Ibero) se originó el 11 de mayo, durante la visita de Peña Nieto, siendo candidato del PRI, a esa universidad. Tendría un diálogo con estudiantes y profesores como parte de su agenda de campaña. La Ibero tiene una larga data en el sistema universitario contemporáneo. Surgió en 1943, en una etapa de transición, en medio de la efervescencia del debate entre la perspectiva socialista de la educación que se había impulsado desde el gobierno de Lázaro Cárdenas, y el enfoque liberal del entonces presidente Manuel Ávila Camacho. Es precisamente en este proceso que cobra relevancia el debate entre sostener la educación pública o la apertura a la universidad privada.
En este contexto, una de las consecuencias sociales más importantes fueron los conflictos internos que llegaron a dividir a varias comunidades universitarias, como fue el caso de la Universidad de Guadalajara (Olivier, 2009).
Este elemento histórico marca de algún modo la división entre la educación pública (además gratuita y laica) y la privada. Fue la perspectiva socialista, que introdujo el principio, en la que se fundamentó la educación pública (Guevara Niebla, 1985). No obstante, en el contexto de esta discrepancia, la Ibero, aunque es una institución confesional, por su orientación jesuita se ha definido de manera distinta a otras instituciones de tipo privado,6 no solamente a aquellas que surgieron en su mismo contexto como alternativa educativa de las élites y de la iglesia al enfoque socialista, sino también en relación con otras instituciones que surgieron posteriormente.
La Ibero ha definido la educación jesuita como aquella que se interesa por la transformación de las personas en una “continua interacción reflexiva y crítica del contexto social [en búsqueda de] la transformación social y el bien común” (Morales, 2010). Su perspectiva humanista se observa tanto en el tipo de publicaciones que genera como en las características de los profesionales que forma (Prieto, s/f). Sin embargo, a pesar de tener este perfil y de que sus estudiantes tuvieron cierto nivel de participación en el movimiento del 68, tampoco puede considerarse como una institución que se vincule estrechamente a los movimientos sociales del país.
Esto implica una doble apreciación sobre el origen del movimiento #YoSoy132. Por un lado, sorprendió a la opinión pública que la protesta surgiera en una institución privada, cuando no es común que se generen expresiones de rebeldía de la magnitud como las que se vivieron ese 11 de mayo. Por lo regular estos acontecimientos se observan en instituciones públicas,7 y por ello la reacción inmediata de los medios de comunicación fue atribuir la rebeldía a una presunta infiltración de la oposición. Precisamente este hecho generó la indignación de estudiantes de la Ibero, como relataremos con detalle más adelante. Por otra parte, aunque aún a nivel de hipótesis, es posible que justamente el perfil de esta institución permitiera que fuera en esa y no en otra institución de educación superior privada donde dicho acontecimiento sucediera. En todo caso, la protesta tomó por sorpresa tanto al candidato del PRI como a la sociedad en general (González Fuentes, 2012).
En este contexto educativo y ante la visita de EPN a la universidad, un grupo de jóvenes previamente organizados decidieron planear una respuesta activa, dibujando carteles, confeccionando máscaras del expresidente Carlos Salinas de Gortari, creando un grupo de Facebook y elaborando preguntas con las que deseaban confrontar al candidato en su presentación, principalmente destacando el conflicto de Atenco.8 A la llegada de EPN se impuso un fuerte dispositivo de seguridad y control de la asistencia al auditorio. Al terminar el diálogo entre el candidato y los participantes, algunos jóvenes lo increparon por el caso Atenco y se desató una confrontación, en la que Peña Nieto señaló enfático que como gobernador del Estado de México que había sido en ese entonces, asumía la responsabilidad de la contención. Los jóvenes percibieron en la respuesta un tono de reto y arrogancia.9 Se sintieron agraviados y enardecidos con la refutación. A la salida, empezaron a seguirlo y gritarle “¡Atenco, Atenco!”, “¡Fuera EPN, fuera!” “¡Asesino, cobarde!”, “¡La Ibero no te quiere!” (Lautaro y Martínez, 2012).
Es probable que el acontecimiento no hubiera pasado a mayores si la respuesta del mismo candidato y los coordinadores de su campaña hubiese sido en otro tono. Pero aquí los marcos de referencia se definieron como discursos antagónicos y fueron constituyendo un espacio de conflicto y acción. Eso empujó desde entonces procesos y trayectorias de gran magnitud (cf. Hunt, Snow y Benford, 2006). Rescatamos aquí parte de la crónica de Roberto González (2013) sobre la respuesta del equipo del candidato a los acontecimientos vividos en la Universidad Iberoamericana. Los priístas buscaron desde el primer momento deslegitimar la crítica de los jóvenes señalando que grupos externos a la comunidad, “falsos estudiantes”, generando un ambiente de hostilidad habían emprendido faltas de respeto al candidato. Tergiversaron los hechos, minimizaron la protesta y afirmaron que los “verdaderos” estudiantes de la Ibero habían mostrado su apoyo a EPN en su visita a la Universidad. Confeccionaron así un discurso de valorización de la candidatura de EPN y desvalorización de los jóvenes, usando los medios de comunicación como sus principales aliados y publicaron nombres de los “provocadores de la Ibero” identificándolos con AMLO, candidato del Partido de la Revolución Democrática (PRD), quien era su principal adversario electoral. Al final, resultó que el responsable de las protestas contra el PRI era el propio AMLO, un “político resentido -como dijeron los priístas- que no sabe perder” (cf. González, 2013:27-73).
En realidad, no fue el reducido grupo que organizó previamente la “bienvenida” al candidato, ni la situación crítica que se dio durante su visita lo que provocó el movimiento anti-Peña, sino el agravio que los alumnos de la Ibero sintieron ante la respuesta manipuladora de los hechos por parte del PRI y la mayoría de los medios de comunicación. El atrevimiento fue señalarlos como “porros” vinculados a AMLO, gente externa a la universidad, tergiversando el sentido de la reprobación de los jóvenes contra EPN. Lo único que mostraba semejante actitud, según los estudiantes, era la cultura política retrógrada de un priísimo que no había cambiado en sus prácticas desde el año de la alternancia. El PRI, estaba claro para ellos, no debía regresar al poder.10
A un estudiante se le ocurrió hacer una invitación abierta por Facebook para que los que habían estado en el acto enviaran grabaciones señalando que eran estudiantes y universitarios matriculados de la Ibero. Llegaron 131 videos de jóvenes que respondieron así: “somos estudiantes [...] no porros, [...] no acarreados [...] nadie nos entrenó para nada” (González, 2013:61-62). El video se publicó el 14 de mayo con el hashtag “#131 alumnos de la Ibero”. A las pocas horas se hizo trending topic a nivel mundial. Se sumaron 125 000 twitts que reconocían el valor de los estudiantes de la Ibero de presentarse pública y abiertamente desafiando una posible respuesta represiva por las autoridades. Ese mismo día, a iniciativa de Saúl Alvídrez, estudiante de Derecho y Economía del Instituto Tecnológico y Estudios Superiores de Monterrey (ITESM), se invitó a todos los simpatizantes a sumarse a la causa de los #131 alumnos de la Ibero, y formar así el #YoSoy132.
La respuesta fue masiva y contundente. La causa fue el agravio a ese sector juvenil, provocado por las calumnias de los coordinadores de campaña del PRI, que habían desconocido y descalificado la identidad de aquellos jóvenes, asumida esta como de estudiantes críticos, contestatarios ante quien comenzó a ser desde ese momento su adversario más señalado, la burocracia del PRI. Los priístas los habían señalado como porros y los desclasaban, afirmaban de ellos ser acarreados del PRD, el partido de la izquierda electoral de ese momento, y manipulados por su candidato, López Obrador. El repudio no se hizo esperar.
“El despertar político de mi generación”
El movimiento fue inicialmente impulsado por estudiantes de una universidad privada, pero no fue esencialmente un movimiento estudiantil con demandas específicamente estudiantiles. Fue plural por la heterogeneidad de su base social, sus demandas, sus objetivos y sus alcances.
En México existen cerca de 3 millones 500 mil estudiantes matriculados en el nivel superior. Significa una cobertura aproximada de 34 % de los jóvenes en edad de matricularse en estudios superiores en el país. Según algunas clasificaciones internacionales, en el 2010, el país llegó a la masificación de los estudios superiores. Sin embargo, la distribución de los servicios educativos es bastante heterogénea en muchos sentidos. En términos de los sectores sociales de los estudiantes matriculados, 21 % de jóvenes, equivalente a unos 800 000 estudiantes, son de escasos recursos; 48 % pertenecen a sectores medios y 31 % provienen de familias de mejores ingresos (cf. Tuirán, 2012). Del total de estudiantes que asisten a la educación superior en México, 72 % lo hacen en instituciones públicas, pese a que de alrededor de 2 600 instituciones de educación superior existentes en el país, 66.8 % son de tipo particular o privado (Muñoz, 2009), tendencia aproximada hasta la fecha.
Dentro de ese marco, el Distrito Federal es la entidad que cuenta con la mayor matrícula del país, atiende a poco más de 70 % de la población de la cohorte de 19 a 23 años, de manera que, por su cobertura bruta, se encuentra en etapa de lo que se ha denominado universalización del sistema. Cuenta aproximadamente con un millar de planteles, incluyendo la zona conurbada, de los cuales poco más de 200 son públicos y el resto son de régimen particular (ANUIES, 2012). La cohorte de edad señalada coincide con 45 % de usuarios de internet en México, de entre 15 y 24 años de edad, que lo utilizan frecuentemente (González F., 2012).
Estos datos muestran que una característica central de la educación en México es la heterogeneidad de sus instituciones de educación superior. El sistema cuenta con universidades, institutos, colegios, facultades, tecnológicos, entre otros, que si bien pueden ser públicos o privados, su tipo de régimen no clarifica del todo su diferenciación. Y es precisamente dentro del fragmento privado donde se encuentra la mayor heterogeneidad. Desde mediados de los ochenta del siglo pasado puede observarse el proceso de mayor celeridad en el crecimiento del sector privado en educación superior y con ello se acompañó también su diversificación (Olivier, 2007), y esto implica una importante fragmentación de grupos sociales con anclajes identitarios diversos que asisten a ellas.
La diversificación se entiende por múltiples factores, que van desde las condiciones de infraestructura hasta las concernientes a la calidad de los servicios académicos que se ofrecen. Existen en la actualidad distintas formas de clasificar estas instituciones; estas diferencias se explican por el peso que se le ha dado a sus características intrínsecas. En función de una contextualización que dé cuenta del tipo de instituciones privadas que entraron en juego en el movimiento #YoSoy132, en términos generales pueden distinguirse dos grupos: las instituciones de élite y las instituciones de absorción de demanda (cf. Balán y García, 2002).11 Habría que notar que dentro de estos dos grupos existe una diferenciación interna importante, que refleja su evidente heterogeneidad.
Por un lado, lo que caracteriza a las instituciones de élite es que tienden a ofrecer servicios educativos a los grupos sociales más favorecidos económicamente. Sus costos por derechos de matrícula son los más elevados y adoptan formas organización interna que refuerzan principios de autonomía con respecto al Estado que las diferencian de las universidades públicas. Esto quiere decir que no solo se establecen relaciones que cohesionan intereses socioeconómicos, sino que se desarrollan procesos identitarios que aglutinan visiones o lecturas de la realidad del grupo y la cultura dominante donde se desenvuelven, lo cual permite un reforzamiento de su propia visión y perspectiva de la sociedad y del Estado (Levy, 1995; Mendoza, 2004; Olivier, 2011). Es muy importante considerar esto, porque aunque existen programas de becas que permiten el ingreso de estudiantes de buen rendimiento educativo con menores recursos económicos, el proceso de cohesión identitaria frente a un conjunto de patrones sociales suele adoptarse en forma independiente de la condición económica o el origen de clase. En este sentido, el contexto institucional, en tanto espacio de intercambio de prácticas culturales, sociales y políticas, resignifica y cohesiona a sus miembros (cf. Olivier, 2014). Es necesario decir que en este grupo de élite se encuentran las instituciones privadas de mayor prestigio social.
Por otro lado, el fragmento que corresponde a las instituciones de absorción de demanda de bajo perfil es sumamente heterogéneo, y es el que más ha crecido en los años recientes. Cuentan con una matrícula reducida, bajos costos, infraestructura escasa y formaciones profesionales limitadas. Las instituciones de perfil intermedio, que también corresponden en lo general a las de absorción de demanda, se distinguen de las de bajo perfil porque aunque también surgieron con el fin de absorber matrícula (en muchos casos con fines meramente comerciales), a la larga se fueron consolidando. Mejoraron sus espacios, la oferta de sus carreras, y algunas incorporaron posgrados. Puede decirse que surgen para atender a sectores medios de la población que no pudieron ingresar a las instituciones públicas (Olivier, 2011).
Quienes participan en el movimiento, en su gran mayoría pertenecen a instituciones del primer fragmento: de perfil alto o de élite. Al inicio fueron estudiantes de 15 planteles privados. No obstante, se incorporaron rápidamente otros que provenían de 37 planteles de instituciones públicas. También se adhirieron siete planteles públicos de educación media superior y una privada (véanse tablas 2 y 3).12 Es importante señalar que en su trayectoria, la configuración del movimiento se fue haciendo más compleja, dada su diversidad institucional, de carácter público y privado, de clase, de sector social, de organización y de ideología. Se revelaban importantes contradicciones identitarias. Después del estallido en la Ibero, el encuentro en “Las islas” de Ciudad Universitaria, el 30 de mayo de 2012, mostró lo que para muchos era lo impensable: la reunión de jóvenes estudiantes de instituciones tanto públicas como privadas. Sin embargo, por eso mismo se abrieron grandes desafíos. Fue un acontecimiento inusitado no solo para la sociedad en general, sino para los propios estudiantes que así lo mostraron en sus respectivos discursos y testimonios. Y aunque el exhorto fue muy claro para lograr una unidad universitaria sin diferenciaciones, el reto quedó plasmado.13 ¿Era posible coexistir en la pluralidad?
En la primera manifestación masiva, realizada el 23 de mayo en la Estela de Luz, todo parecía posible, recuerda un activista de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM). Llegaban de instituciones públicas y privadas, y juntos creyeron poder impedir la imposición de EPN como presidente. No obstante, los primeros signos que marcarían la manera en la que se concebía el movimiento y sus objetivos estaban ya presentes. Existieron importantes disimilitudes internas, sobre todo en grupos con mayor experiencia política formados en instituciones públicas. Casi desde el inicio del movimiento una de las principales diferencias fue el hecho de que los de instituciones públicas se resistían a subordinarse a la línea original marcada por los de las privadas.14 Al mismo tiempo, muchos estudiantes de escuelas privadas no estaban seguros de que debían abrirse a los jóvenes de las públicas, por temor y falta de confianza.15
El debate en las instituciones públicas creció frente al qué hacer y qué papel jugar en un movimiento que surgía de un ámbito privado que por muchos años había significado la otredad cultural y política. Y aunque era clara la participación de corrientes políticas que se hicieron presentes desde el principio en las asambleas en las instituciones públicas, el acuerdo generalizado, principalmente en la UNAM, fue que ellos deberían retomar el papel histórico como impulsores del movimiento estudiantil mexicano.16 Esta percepción se vio expuesta en el tipo de planteamientos y énfasis discursivos que se hicieron en foros públicos, asambleas y videograbaciones donde las diferencias sociales y de identidad entre los estudiantes fueron notorias. No lo fueron, sin duda, en el planteamiento central: la democratización de los medios y el rechazo a la candidatura de EPN; pero sí discrepaban en temas que con el tiempo se fueron agregando a las demandas iniciales: el énfasis en las libertades democráticas o en la justicia social.17
Las diferencias fueron principalmente sociales y específicamente de cultura política, pero no solo discursivas, sino prácticas, que se vivieron en la vida diaria. Fueron diferencias en cuanto a experiencia militante, concepción política y estratégica, y posición social desde donde cada participante le daba lectura a la realidad. La pregunta que surge es: ¿Bajo qué contextos y circunstancias sociales, bajo qué condiciones y contrastes educativos los jóvenes entendieron la democracia? Muy probablemente la respuesta es: bajo una pluralidad ideológica. Esa misma pluralidad de enfoques marcó diferencias que se evidenciaron en muchos encuentros estudiantiles. Un activista dijo: “a pesar de las coincidencias, la clase social no permitió conciliarnos”.18 Para algunos, la entrada de las instituciones públicas significó la salida implícita y explícita de muchos estudiantes de instituciones privadas del movimiento.
Es importante señalar aquí, para contextualizar el análisis del siguiente apartado sobre los mecanismos de movilización-desmovilización que, de acuerdo con el análisis de varios documentos cronológicos sobre las movilizaciones, opiniones de especialistas y evaluaciones de varios colectivos del #YoSoy132, el movimiento tuvo cuatro fases diferenciadas. La primera, a partir de su origen, el 11 de mayo de 2012, y hasta la conformación amplia del movimiento plural #YoSoy132 donde se definió la caracterización del movimiento, el 30 de mayo, en la famosa Asamblea de Las Islas, en la UNAM. La segunda fase es a partir de ese momento y hasta las elecciones presidenciales, que señalaron la tendencia a favor de EPN, contraria a los deseos del movimiento, y de ahí surgió una primera desmovilización generalizada; la tercera fase a partir de esta fecha y hasta la toma de posesión oficial de EPN en la Cámara de Diputados, que se vio trastocada por la violencia y la represión de las fuerzas policíacas contra los grupos estudiantiles; y la cuarta fase de plena desmovilización hasta lo que fue la gran escisión ocurrida en la Asamblea de Huaxa, Morelos, los días 19 y 20 de enero de 2013. En cada una de estos periodos destaca la discusión y puesta en marcha de diversas formas de organización, representación y decisión interna así como repertorios de movilización que trataron de adecuarse, según la apreciación de los actores de una estructura compleja de opciones políticas.
Fue durante el primero y segundo periodo del movimiento que la protesta se extendió a nivel nacional e internacional, formándose decenas de comités #YoSoy132. Sin embargo, un factor que es necesario destacar es el hecho de que a partir de las elecciones de julio, la participación de los estudiantes de instituciones privadas se diluyó. Al mismo tiempo, mientras una parte se desmovilizaba, otra radicalizó sus acciones, adoptando objetivos sociales antineoliberales, incorporando nuevas demandas y reactivando otros contextos no necesariamente estudiantiles: “a esas alturas del movimiento, de las universidades privadas solo subsistieron aquellos que tenían un perfil social menos pudiente”.19 El movimiento amplió su alianza con grupos del Frente de Pueblos por la Defensa de la Tierra (FPDT de Atenco) y el Sindicato Mexicano de Electricistas (SME), con quienes constituyeron la Convención Nacional de San Salvador Atenco. Fue sintomático que la primera marcha nacional contra la imposición estuviera encabezada por jóvenes rechazados de universidades públicas agrupados en el Movimiento de Aspirantes Excluidos de la Educación Superior.20
Durante esta tercera etapa las demandas del movimiento pusieron el énfasis en cuestiones sociales: por un modelo educativo a uno laico, gratuito y popular; cambio en el modelo económico neoliberal; cambio en el modelo de seguridad nacional; transformación política y creación de órganos de poder popular; salud.21
Los dispositivos de movilización-desmovilización
Los dispositivos de la movilización son aquellos mecanismos entendidos como pequeños bits de teoría, que permiten explicar la trayectoria y dinámica de los movimientos sociales, tal y como McAdam, Tilly y Tarrow (2003) plantean rescatando la teoría de rango medio de Robert Merton. Distinguimos aquí, con un sentido analítico, cinco de estos dispositivos que, sin embargo, están estrechamente vinculados entre sí. Estos mecanismos, que nos permitirán analizar el movimiento #YoSoy132 en su dinámica movilización-desmovilización, son: a) su carácter político; b) la complejidad de las alianzas y la lucha interna por la hegemonía; c) la innovación de los repertorios de la movilización; y d) los dispositivos de la represión.
a) El carácter político del movimiento
#YoSoy132 fue, en su verdadera condición y por autorreconocimiento, un movimiento político. Surgió de las contradicciones de una campaña electoral que se había empantanado y entraba en una especie de ambiente soporífero institucional. En ese contexto, la protesta surgió imprimiendo al proceso una dinámica distinta. Se planteó en contra del candidato priísta y lo que este representaba: el autoritarismo reflejado en su actuación ante el conflicto de Atenco, y la manipulación de los medios de comunicación en la campaña electoral favoreciendo a un candidato. Fueron estas demandas políticas las que el movimiento definió para decir“basta” a una conducción engañosa en las elecciones que, a pesar de la alternancia electoral lograda en el 2000, nunca dejó de existir. El carácter propiamente social de las demandas del movimiento lo proporcionó la participación posterior de estudiantes de universidades públicas.
No obstante la pluralidad con la que se imprimió la conducción de la protesta, a mayor diferenciación se fue evidenciando también mayor confrontación interna por la hegemonía ideológica, el carácter social o no de los objetivos, y la política de alianzas. Sin plantearlo explícitamente por ninguna de las representaciones asistentes a las asambleas interuniversitarias, para algunos activistas del movimiento esta disputa fue el punto de inflexión donde la dirección y el liderazgo del movimiento pasaron de ser iniciativas esencialmente políticas y democráticas, aquellas pensadas originalmente por los jóvenes de la Ibero, del ITESM y del Instituto Tecnológico Autónomo de México (ITAM), a ser el influjo de demandas sociales impulsadas por las representaciones de los jóvenes de las universidades públicas. Las diferencias identitarias del movimiento se expresaba en el contraste de sus objetivos. La incorporación de reivindicaciones de carácter social ligadas al rechazo de la privatización, por ejemplo, no alcanzaron un vínculo directo con los planteamientos iniciales del “#131alumnos de la Ibero”.
Es paradójico en este sentido que la intencionalidad de este movimiento haya seguido distintos caminos al de otras protestas. Hemos sido testigos (Tamayo,1999; cfr. Tilly, 2008), en las luchas por la ciudadanía, que estas han seguido transiciones que vienen de reivindicaciones meramente sociales y se transforman en otras de carácter político. En la trayectoria suele intervenir un proceso gradual de conciencia en los participantes a partir de la lucha por el poder y la definición de proyectos amplios de nación o de ciudadanía. En este caso, el paso, si es que se dio en algún momento, fue en sentido inverso, de un carácter eminentemente político a uno social.
Quizá por esta razón el proceso generó fuertes tensiones al interior y diluyó el impacto político que pudieron haber tenido las acciones del movimiento. Además, el contexto en que se erigió la protesta era sobre un campo político, de tipo electoral. La protesta se dirigió desde el principio en contra de una opción que representaba el regreso a un pasado autoritario, jerárquico y excluyente. La incorporación numerosa de demandas sociales planteadas en la Primera Asamblea Interuniversitaria en Las Islas de la UNAM es un reflejo de estas tensiones internas del movimiento.22 Abrió un espacio amplio en la lucha por derechos sociales, pero disolvió el reto a las estructuras de poder. El movimiento en poco tiempo cambió el perfil de su base social, en parte porque los estudiantes de instituciones privadas cedieron el espacio.
b) Alianzas políticas y la lucha interna por la hegemonía
El tema de las alianzas es fundamental en el desarrollo de los movimientos y de las campañas políticas, sean contenciones electorales o transgresivas. Es la suma de factores cuantitativos y cualitativos que se insertan a la causa de la protesta. Al mismo tiempo, se genera una apertura de espacios de lucha por la hegemonía y la dirección política. Refleja así las tensiones que ocurren debido a la pluralidad y diversidad tan amplia de un movimiento.
Un primer aspecto lo encontramos en la participación de grupos estudiantiles de universidades públicas con una experiencia política mayor, un capital político más extendido y un liderazgo más sostenido (cf. Bourdieu, 1981). Otro aspecto se refiere a las alianzas logradas con movimientos sociales, cuyos objetivos más gremialistas, sindicales y de organizaciones territoriales fueron desplazando las iniciativas de tipo democrático y político.23 La diferencia de fondo no solo es con respecto al tipo de organización que representan los movimientos, sino por la orientación del movimiento. La parte mayoritaria de las universidades públicas se planteó abiertamente una lucha antineoliberal. Eso era suficiente para justificar la alianza con movimientos que en ese momento fraguaban una lucha contra el sistema. No todos los jóvenes activistas de universidades privadas estaban seguros del carácter antineoliberal del movimiento ni, desde luego, de las consignas acerca de la universidad pública, gratuita, laica y popular, sobre todo de aquellos que venían de las universidades más caras donde se forma a la élite económica y política del país.24
Las perspectivas políticas e ideológicas dirigidas hacia consignas contra el sistema, o de reforma electoral, estuvieron presentes con diversos matices reforzando la diferencia y la pluralidad. Algunos autores afirman que la división en dos corrientes tensó las fuerzas del movimiento, una radicalizada que proponía acciones espontáneas de confrontación, y otra que sugería ampliar la influencia del movimiento a grandes sectores de la población, organizando acciones de resistencia pacífica y construyendo un oposición de largo aliento (cf. Ejea, en prensa).25 No obstante, habría que reconocer que esta tensión existió desde el principio, confundiéndose con posiciones abstencionistas, apolíticas y apartidistas.26 Estas diferencias se acentuaron hacia el final del movimiento, en enero de 2013, con una clara división entre las “asambleas de escuelas” y “las asambleas populares” (aquellas que se formaron por motivación de jóvenes del #YoSoy132 con base, fundamentalmente, en luchas sociales reivindicativas).
Nuestra opinión en este sentido es que el tipo de alianzas y las formas discursivas que adoptó la lucha por la hegemonía del movimiento fue lo que debilitó la eficacia central de la protesta. No pensamos, y esto es importante aclararlo desde ahora, que el tipo de alianzas haya sido, por sí mismo, una consecuencia premeditada de las posibilidades reales de éxito del movimiento. Sí creemos, en cambio, que la falta de experiencia política de algunos jóvenes, las perspectivas ideológicas divergentes y el escaso número de integrantes de jóvenes de universidades privadas, frente a los participantes que se integraron posteriormente de las universidades públicas, permitió en conjunto el desplazamiento apresurado de su liderazgo y la desmovilización de algunos sectores, en contraposición con la radicalización de otros grupos, por lo menos después del 1 de julio, día de las elecciones presidenciales.
c) Innovación de los repertorios
Los repertorios son un dispositivo crucial de la acción. Buscan movilizar a ciertos sectores sociales, dependiendo de su peso simbólico y su grado de eficacia organizativa. Cambios en los repertorios de la movilización reflejan la existencia de ciclos diferenciados de protesta social (Tarrow, 1998; McAdam, Tarrow y Tilly, 2003). El movimiento juvenil realizó diversas acciones colectivas, unas de manera espontánea, y otras más planificadas de acuerdo con cuatro ciclos claramente identificados. Pasó en este caso lo que Charles Tilly (2008) ha denominado la innovación de los repertorios, al lado de una readecuación de repertorios antiguos retomados de la memoria, la experiencia y la propia evaluación política del conflicto.
Manuel Castells (2012), en este sentido, señala la importancia nodal que tuvieron las redes cibernéticas en la experiencia de la Primavera Árabe, que se asocia con lo sucedido en México. Se trata de una triangulación en el uso de las redes en el espacio de los flujos, que articula las redes sociales en las experiencias de apropiación simbólica del espacio público físico, de las instalaciones, de las calles y de las plazas.27 Varios estudios ligados a la tecnología y al uso de las “redes sociales”28 han llevado a la apología de las redes informacionales. No hay que sobrevalorar el uso de las nuevas tecnologías, pero al mismo tiempo debemos reconocer sus potencialidades como medios de movilización. En el caso de los jóvenes de la Ibero, es claro que la interacción comunicativa, el intercambio de ideas, el debate, la difusión de las acciones realizadas y de las reacciones de las autoridades, la propagandización y la convocatoria a reuniones y otras acciones colectivas se realizaron a través de lo que se ha llamado la tecnología Web2.0 (González F., 2012; Castells, 2012). No obstante, conviene asociar este uso tecnológico con otros repertorios de la movilización como son las manifestaciones públicas, la organización de brigadas, los cordones a edificios simbólicos, principalmenteTelevisa, las asambleas: por escuela, populares, regionales e inter universitarias, y las Convenciones Nacionales contra la Imposición.
Es importante ubicar, como parte de los repertorios y la estructura de organización, la experiencia de las Asambleas Generales Interuniversitarias realizadas en diversos lugares durante el primer periodo. Principalmente destaca el carácter asambleario de la toma de decisiones heredado de la historia de los movimientos estudiantiles. La justificación del asambleísmo es positiva en el sentido de evitar la toma de decisiones en lo individual y reducir la responsabilidad de conducción del movimiento en pequeños grupos.29 Ello puede contener los esfuerzos de infiltración y cooptación de las autoridades con el fin de descabezar la dirección centralizada de una protesta. Sin embargo, esto no siempre funciona así. Al contrario, la desorganización natural de las asambleas estudiantiles y el tortuoso proceso de conformarlas, la dificultad para definir un orden del día, la moderación del debate, así como la larga duración de la discusión provocan que al final de las reuniones las decisiones se tomen por muy pocos asistentes, debido a que la mayoría se haya ausentado por cansancio y otros no toleren el tono, quizá agresivo, del debate. Es muy probable que todo lo anterior haya influido en las representaciones de los jóvenes de instituciones privadas, aunque no se limitó a este sector, como motivo de desmovilización.30
Durante la tercera fase del movimiento cambiaron las formas de movilización. Se decidió promover las Convenciones Nacionales contra la Imposición, que permitieran vincular a #YoSoy132 con otros sectores que coincidían con la idea de que el candidato señalado como ganador había sido impuesto. En la Primera Convención organizada en San Salvador Atenco, y en aquellas posteriores a las elecciones, el peso mayoritario de las reuniones fue asumido por las organizaciones sociales. Las decisiones de las asambleas entonces fueron hegemonizadas por los actores sociales con mayor autoridad, como el SME o el FPDT de Atenco.31 Sin embargo, en la medida en que los diferentes discursos no alcanzaron a alinearse ni fueron apropiados por la mayoría de los jóvenes, el movimiento se debilitó.32 Al menos en esta tercera fase, la desmovilización coincidió con la nueva caracterización del movimiento eminentemente antineoliberal. El movimiento estaba cambiando de perfil pero no pudo mantener su base social original ni articularse con una lucha más amplia ni dar una respuesta integral a los resultados electorales.
d) Los dispositivos de la represión
Los mecanismos de represión se expresan como infiltraciones, agresiones y estrategias de cooptación política. Son formas de penetración de las autoridades al movimiento con el fin de desmovilizarlo al grado de hacerle perder direccionalidad, dinamismo y efectividad.
La represión tiene varios usos de la violencia que constituyen lo que Roberto González (2012) establece como dispositivos represivos del Estado. En el caso #YoSoy132, autoridades, medios y burocracia partidaria establecieron una estrategia directa para contener la posibilidad de extensión de la protesta. Al principio se descalificaron, tergiversaron y minimizaron los hechos en una batalla por la persuasión de los públicos. Después, las autoridades utilizaron redes informacionales para acosar y amenazar a los estudiantes que se habían expuesto públicamente en el video “#131 alumnos de la Ibero”; más adelante los grupos y brigadas del PRI agredieron a jóvenes que intentaban increpar a su candidato en cualquier actividad de campaña, acusándolos de revoltosos y de pertenecer al #YoSoy132; fue aumentando así el grado de represión. Además, el movimiento enfrentó situaciones de infiltración que lo debilitaron. Llamaron la atención aquellas dirigidas principalmente al sector de los jóvenes de instituciones privadas, durante la primera fase de la protesta.33 La cooptación también fue un mecanismo sutil pero eficaz.34
Después del 1 de julio, el movimiento se radicalizó. Las Asambleas Populares, formadas por organizaciones sociales locales, se diferenciaron de las Asambleas de Escuela o de Facultad con base social estudiantil. Continuaron, no obstante, los repertorios de manifestaciones, asambleas y un paro parcial en universidades el día 2 de octubre, incluso con amplia participación. Algunas corrientes simpatizantes del anarquismo tensaron las fuerzas al interior para aplicar formas de lucha más radicalizadas y agresivas. El movimiento, ya escindido en varios bloques, empezó a dividirse en dos extremos claramente definidos. Algunos consideraron incluso que la fuerte represión de la manifestación contra la toma de posesión de EPN el 1 de diciembre de 2012, con saldo de heridos y detenidos, fue una combinación de represión e infiltración de cuerpos policiacos contra el movimiento.35 Las acciones de provocación de los grupos radicalizados del #YoSoy132, sin preverlo, fueron funcionales a los dispositivos de represión del gobierno.36
Corolario
Para algunos activistas, el movimiento concluyó los días 19 y 20 de enero de 2013, cuando en la Asamblea Nacional de Huaxca, Morelos, las dos facciones más enfrentadas no pudieron resolver sus diferencias estratégicas. Para otros, la lucha sigue. La protesta duró al menos ocho meses, delimitada en cuatro ciclos de intensa actividad. La desmovilización, sin embargo, ocurrió desde el día preciso de las elecciones, el 1 de julio, y desde entonces no pudo contenerse. El objetivo del movimiento había sido, en el marco de las elecciones, democratizar el comportamiento político de los medios de comunicación y parar lo que consideraba fueron medios fraudulentos del PRI para ganar las elecciones (Cervantes, 2012). Esto no fue posible.
Los medios de comunicación siguieron manejando sus intereses económicos y políticos a su conveniencia, y el PRI regresó a la Presidencia de la República. Cuando el movimiento modificó sus objetivos y los asoció con demandas sociales se impuso la tarea de combatir al neoliberalismo. Esto tampoco fue posible, pues los efectos de las elecciones de 2012 fueron dramáticos tanto por la percepción de fraude como por la fuerza en que se impusieron después las reformas estructurales más profundas en la historia del país (Tamayo, 2014).
La mayor parte de los análisis sobre el movimiento #YoSoy132 han hecho una apología de la protesta juvenil y estudiantil. Tales estudios apelan a un movimiento que resucite como el Ave Fénix. No creemos que eso sea posible, incluso por deseable. Otras reflexiones consideran que el #YoSoy132, debido a su amplitud a escala nacional, todavía está presente en otros lugares en asambleas populares. Aunque con características y dinámicas muy distintas, se sugiere que el movimiento habría entrado en un nuevo ciclo de protesta.
A diferencia de estas posturas, nosotros creemos que el movimiento cubrió sus ciclos de movilización y concluyó. Será necesario, en este escenario, destacar sus fortalezas y limitaciones. Quizá algunas de estas consecuencias no sean del tono pragmático que algunos quisieran observarlas, como el hecho de aumentar o disminuir la diferencia de votos para uno u otro candidato, o democratizar el espacio de los medios permitiendo que uno o dos radios comunitarias participen del espectro radiofónico, etcétera.
Seguramente, el principal logro del movimiento está en su enseñanza y en su reverberación simbólica. El hecho de que varios grupos y organizaciones sociales, principalmente en el interior del país, estén realizando esfuerzos por alcanzar mejores condiciones de vida y derechos ciudadanos con la bandera y etiqueta del #YoSoy132 debe ser especialmente emotivo para los participantes y originarios del movimiento. Aunque debemos añadir que algunos radicales han rechazado continuar con el mote por considerarlo pequeño burgués y porque su origen proviene de universidades privadas. Están, pues, el referente y la memoria, aunque no la base social del movimiento. Tampoco están ya los objetivos, ni el programa, tal y como se constituyeron en el año 2012. Sin embargo, está el eco reverberante de un movimiento autónomo e independiente, político aunque apartidista. Varias líneas de investigación se abren a este respecto vinculadas a la teoría de la dilación (Abeyance Theory, cf. Taylor, 1989; Taylor and Crossley, 2013) y sobre las consecuencias biográficas del activismo (Giugni, 2007). El impacto diferencial de este movimiento sobre la política nacional y la democratización de los medios, como podemos apreciar con base en lo anterior, es divergente en el marco del debate y es un asunto pendiente.
Los procesos de movilización-desmovilización se pueden reconstituir a través de repensar la dimensión plural y multidimensional de la protesta. Los dispositivos de movilización-desmovilización se dispararon en la experiencia del #YoSoy132 por medio de cuatro mecanismos: a) por la condición política del movimiento, que planteó la difícil transición y articulación de objetivos políticos centrados en el proceso electoral y por la democracia, con objetivos sociales que hicieron énfasis en la educación pública y gratuita; b) por el papel estratégico de las alianzas y la lucha interna por la hegemonía, que no pudo fortalecer el movimiento y al contrario fue la causa del desmembramiento de la protesta; c) por el impacto e innovación de los repertorios de la movilización, que caracterizan y explican las diferencias entre los primeros ciclos de protesta y los que le siguieron más tradicionales; y d) por los dispositivos de la represión que se definen como un recurso político multidimensional de las autoridades. Tales mecanismos estuvieron presentes desde el inicio de los acontecimientos, utilizando diferentes estrategias de desmovilización.
Estos aspectos, en última instancia, estuvieron íntimamente ligados a la historia y a la sociología de las universidades, así como a la experiencia política de los grupos estudiantiles participantes. Pensar en un análisis procesual de la movilización-desmovilización puede ayudar, así, a comprender mejor la dialéctica de los movimientos sociales.