El 6 de junio de 2021 hubo elecciones en México para elegir simultáneamente a 500 diputaciones federales, 15 gubernaturas, 30 congresos locales y 1,900 ayuntamientos. Una elección que se interpretó como una evaluación de la sociedad para refrendar o retirar el apoyo al presidente Andrés Manuel López.1 Concluido el proceso electoral, el partido del presidente, el Movimiento de Regeneración Nacional (MORENA) -junto con sus aliados- ganaron 11 de las 15 gubernaturas en disputa y, aunque perdió 57 diputaciones, mantuvo la mayoría en la cámara de diputados. Los partidos de oposición aumentaron sus legisladores con respecto a la elección anterior de 2018: el Partido Acción Nacional (PAN) ganó 34 diputados, mientras 21 el Partido Revolucionario Institucional (PRI).
Los resultados se leyeron al mismo tiempo como un cuestionamiento y un espaldarazo al presidente. El resultado en la ciudad de México (CDMX) -bastión tradicional de la izquierda desde 19972- llamó la atención de la opinión pública y el presidente le dedicó espacio en sus conferencias diarias. Mientras que en 2018 el MORENA ganó 11 de 16 alcaldías, para 2021 solo conservó siete y dejó ir 14 curules de las 33 con las que contaba en la cámara local. Para los críticos al presidente esto se leyó como una derrota: parecía que parte del electorado de la ciudad más progresista, informada y políticamente consciente del país ya no respaldaba al presidente ni a la jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum.
Visualmente la CDMX quedó dividida en dos -tomando como referencia las delegaciones que la componen-. La zona oriente para el MORENA y sus aliados, y la zona poniente para la oposición (PRI-PAN-PRD). En redes sociales se difundieron imágenes donde la CDMX estaba partida simétricamente a la mitad. Las imágenes enfatizaban que ahí donde ganó MORENA habitaba la población que recibe subsidios del gobierno morenista; donde ganó la oposición se dijo que vivían los que trabajaban y pagaban los impuestos que financian los subsidios para la zona oriente. Otra imagen hizo un símil de la CDMX con Berlín de los años cincuenta: el oriente bajo el supuesto control socialista del MORENA y el poniente como una zona libre y democrática. También se pusieron fotos de personas de piel morena en la zona oriente y piel blanca en la zona poniente para marcar que las diferencias electorales eran también raciales. Una imagen recuperaba la foto donde un grupo de personas huían de Berlín del este, con la leyenda “escapando de la zona oriente de la CDMX”.3 La forma en cómo se representó la cartografía de la CDMX desató una competencia por el control del sentido del comportamiento del electorado en esa elección.
Para entender esta competencia se analiza, desde la sociología cultural, cómo se instancian las estructuras de clasificación cultural del electorado de la CDMX por parte de las instituciones comunicativas de la esfera civil en su relación con los posicionamientos que hizo el presidente y otros actores relevantes de la política con respecto a las elecciones en la ciudad.4 Se pudo observar cómo el discurso presidencial y el de sus seguidores afirmó que el voto en la zona poniente provenía de un electorado de clases medias pretenciosas, conservadoras y egoístas que fueron manipuladas por medios de comunicación y redes sociales conservadores: era así un electorado inmaduro, impuro. El discurso presidencial afirmó que, en el oriente, el electorado fue sensato: las clases populares fueron impermeables a la manipulación mediática porque tenían certidumbre sobre la 4T.5 Quienes leyeron que fue un electorado autónomo el que dio el triunfo a la oposición acusaron que los resultados expresaban el hartazgo de las clases medias al discurso de odio, autoritario, polarizador y descalificador de López Obrador y Sheinbaum. Este electorado fue calificado como consciente, que simpatizaba con organizaciones de la sociedad civil y un proyecto de izquierda democrático.6
Esta competencia, por el sentido del voto del electorado, se debe entender en el contexto de la campaña presidencial de 2018 y los tres primeros años de gobierno de López Obrador. Este último ha planteado la necesidad de ampliar -desde su perspectiva- las bases de la participación democrática. Para ello activó una serie de códigos binarios en un discurso que contrapone un nosotros -que representa el espíritu de la 4T- frente a un ellos -que encarnan los valores conservadores y reaccionarios-. Los primeros son caracterizados por su aparente compromiso con los principios de la virtud civil y la pureza democrática, el apego al pueblo, la austeridad y las pretensiones de transformación social. Los segundos se les acusa de encarnar los principios del vicio civil, conservadores comprometidos con las élites políticas y sociales, manchados por su impureza moral, que buscan el lucro económico a través de la corrupción. Los críticos del presidente han activado también una serie de códigos binarios: se presentan como un nosotros democrático frente a un ellos autoritario. Los primeros son actores comprometidos con los principios y virtudes liberales, preocupados por la construcción de ciudadanía e instituciones democráticas. A los segundos, se les acusa de encarnar los principios populistas, el clientelismo, las instituciones patrimoniales y la obediencia ciega a su líder, fascinados por el regreso a un supuesto pasado justo, pero autoritario.
Este contexto enmarca la competencia por el control del sentido de los resultados de junio de 2021 y expresan las estructuras culturales profundas que definen la forma en cómo se clasifica y distingue al buen y mal elector en la arena política. El análisis es relevante porque explora cómo se instancian las narrativas que definen quiénes merecen ser considerados como electores calificados y el grado de legitimidad de las autoridades electas por esos electores. El proyecto democrático en México ha estado constantemente marcado por un proceso de calificación/descalificación constante de las cualidades de los votantes, por lo que es necesario explorar cómo estos procesos definen el perfil democrático del país en nuestros días.
Durante el régimen autoritario del PRI, se caracterizó al electorado de este partido como clientelas manipuladas, sujetas al control ideológico y al poder corporativo del régimen (Valdés, 1987). Para este último, la oposición estaba conformada, en un extremo por católicos conservadores, clases medias proestadounidenses o empresarios reaccionarios, mientras que, en el otro extremo, estaban los simpatizantes de “doctrinas exóticas” como el socialismo (Tirado, 1987). Los críticos del régimen priista consideraban que en tanto se incrementara el nivel educativo de la población, aumentara la urbanización y perdiera fuerza la ideología de la revolución mexicana, el electorado mexicano votaría de forma consciente, libre y racional. Para los defensores del régimen, la defensa contra el voto opositor pasaba por reforzar el corporativismo, la ideología del nacionalismo revolucionario y obstaculizando la voluntad popular a través de fraudes electorales que el aparato de poder calificó como “patrióticos y nacionalistas”.7
Conforme la democracia mexicana se consolidó, las teorías de la elección racional se impusieron para explicar al electorado (Magaloni, 1994; Poiré, 2000). Se mostró que este último decide a partir de los resultados económicos del gobierno: si la economía va mal, el gobierno pierde votos; si va bien, se ve recompensado electoralmente (Buendía, 2000). Los análisis se han complejizado, añadiendo variables de carácter social, cultural y político (Pérez, 2015; Cisneros, 2021): se ha concluido que la racionalidad del elector está enmarcada por ideologías específicas y distintos estilos de vida (Moreno 2007); que influye también la identificación partidista (Díaz y León, 2021; Guardado, 2009); recientemente se afirma que el comportamiento electoral está determinado por la capacidad persuasiva y de manipulación de candidatos y grupos de poder (Díaz, 2019; Garrido y Freidenberg, 2020).
Estos trabajos permiten comprender el perfil del electorado mexicano, pero no cómo se construye la idea del electorado dentro de ciertas instituciones comunicativas de la esfera civil, particularmente en la esfera de los medios impresos de comunicación. Este estudio resulta necesario porque permite comprender como se instancia en los artículos de opinión y los reportajes un conjunto de códigos que clasifican a los electores como autónomos o heterónomos, con criterio o manipulables, con los vicios o virtudes para decidir quién los gobierna. En este artículo se lleva a cabo una etnografía de dichas narrativas comunicativas (Augé, 2010) para establecer como se activan códigos culturales profundos que suministran un comentario meta-social (Geertz, 2003) que clasifica y significa distintos tipos de electorado.
Estructuras de clasificación del electorado
Shklar (1991) sugiere que el debate sobre el derecho al sufragio se caracteriza por establecer qué ciudadanos son autónomos y cuáles no para elegir a sus autoridades. Cualquier subordinación política, cultural o económica se considera como un factor que debilitaba el carácter de los ciudadanos para ejercer racionalmente su voto. Si bien es cierto en las sociedades democráticas el voto ha adquirido carácter de derecho universal, pervive el debate sobre las supuestas limitantes para un ejercicio libre del voto. Se señalan como restricciones distintos mecanismos de manipulación ideológica, clientelar u otras estructuras de poder (Keyssar, 2000). Y si bien el voto de este supuesto electorado manipulado y coaccionado vale, se considera que contamina la democracia.
En las democracias el voto expresa los sentimientos de la vida política y social que se ponen en juego en las campañas electorales (Alexander, 2006). Es en ese momento que los partidos políticos tratan de traducir las disparidades y las tensiones sociales en discursos y mensajes orientados a generar procesos de reconstrucción del poder estatal (Mast, 2019). En las campañas los adversarios políticos se contaminan con los atributos de la impureza civil, se acusan mutuamente como incapaces para acceder al control de la burocracia estatal y juzgan que de llegar al poder sus oponentes establecerán instituciones autoritarias, jerárquicas y excluyentes, porque son incapaces de apegarse a los ordenamientos de los cargos. Las imputaciones que se hacen entre partidos y candidatos terminan por ser atribuidas a sus bases electorales, pero bajo el binomio de la calificación/ descalificación o la autonomía/dependencia. Se acusa que el adversario cuenta con un electorado manipulable, sujeto a relaciones clientelares o corporativas, enceguecidos ideológicamente, que no cuentan con la conciencia y la información suficiente para ejercer su voto libremente. Por el contrario, aseguran que el electorado que les respalda es autónomo, consciente, informado, maduro y con criterio de decisión, por lo que reciben votos razonados y libres.
Este sistema de clasificación es parte de toda democracia y se despliega en la esfera civil, ese “mundo de valores e instituciones que genera la capacidad de crítica social y la integración democrática al mismo tiempo” (Alexander, 2006: 253). A través de ese mundo de valores e instituciones se disputa quién merece ser considerado en las membresías del buen y mal elector que purifica o contamina la democracia (Mast, 2019). Como señala Alexander, “así como no hay religión que no divida el mundo entre salvos y condenados, no hay discurso civil que no conceptualice el mundo entre aquellos que merecen ser incluidos y aquellos que no” (2006, p. 55). La adscripción a una clase, raza, género, nivel educativo o región, se utilizan para juzgar que tanto las personas se acercan a los ideales de la virtud o el vicio civil (Kivisto y Sciortino, 2019; Smith, 2020). Los actores políticos y sociales pueden confrontarse en las sociedades democráticas porque se imponen relacionalmente las mismas atribuciones.
Las instituciones comunicativas y regulativas de la esfera civil cristalizan las atribuciones de pureza o impureza civil en sanciones, mecanismos de inclusión y exclusión, así como en recompensas y castigos (Alexander, 2006). Las primeras estructuran los sentimientos en discursos y mensajes que traducen los códigos binarios con los que se juzgan los motivos, las relaciones y las instituciones a la que supuestamente se adscriben los ciudadanos en descripciones y evaluaciones específicas (Luengo e Ihlebaek, 2019). Los medios de comunicación, entre otros la prensa, clasifican la actuación de políticos y el comportamiento electoral de la ciudadanía en función de estructuras culturales profundas, que no pueden ser entendidas como conjunciones únicas, ni significados localmente situados e irrepetibles, sino que son expresiones de representaciones colectivas ancladas en una estructura cultural (Smith, 2005). Así, los medios de comunicación no expresan una opinión particular o gremial al juzgar a políticos o electores, sino que utilizan las estructuras simbólicas sedimentadas históricamente para interpretar las supuestas lógicas de poder y el comportamiento electoral a partir de guiones y patrones de sentido. La opinión pública, los medios, las encuestas y las asociaciones civiles forman parte de las instituciones comunicativas de la esfera civil. Las instituciones regulativas están conformadas por el voto, los partidos políticos, las campañas electorales, los cargos de la función pública y la ley. Estas instituciones materializan las disputas comunicativas en términos de normas y regulaciones sociales (Shimizu, 2019) y resultan instanciaciones de poder civil (Thumala, 2018; Villegas, 2019).
En este artículo se analiza cómo en los medios, particularmente las columnas de opinión, compiten por el control del sentido del electorado. Dichas columnas imputan al electorado motivos, relaciones e instituciones que resaltan su virtud o su vicio civil. Los columnistas construyen sus comunicaciones subrayando el supuesto carácter dependiente o autónomo del electorado. Así, se asigna a este último una serie de atribuciones que no solo lo califican o descalifican como civilmente puro o impuro, sino que transmiten esas cualidades morales a ciertas instituciones regulativas de la esfera civil, particularmente partidos políticos, campañas electorales y a los cargos de la función pública vía el voto. Es importante destacar que al interior de un periódico existen columnas con distintas opiniones, incluso encontradas: en un mismo medio se encuentran posiciones distintas, ya sea a favor del oficialismo o la oposición, sobre el supuesto carácter puro e impuro del electorado.
Se recurre al método de la hermenéutica estructural (Sherwood et al., 1993) con el fin de reconstruir la interpretación de las atribuciones del electorado desde una etnografía de las narrativas periodísticas (Augé, 2010). Estas últimas acumulan, organizan y divulgan no solo las “buenas razones” del debate, sino las “buenas interpretaciones” que deben ser tomadas en cuenta (Smith, 2005). La hermenéutica estructural está compuesta de dos momentos (Alexander, 2000); el primero de ellos refiere al esfuerzo que debe hacerse por reconstruir los textos como impregnados de significado -en el sentido en que son redes texturizadas de significados a través de códigos y narraciones-. El segundo busca entender cómo esos textos están apuntalados por signos y símbolos que están definidos en función de relaciones pautadas entre sí. Bajo estas dos premisas la sociología cultural toma distancia de los esfuerzos hermenéuticos que entienden la cultura como un simple texto que se explica por sí mismo o que refieren a la cultura en términos de lógicas semánticas abstractas. La hermenéutica estructural permite entender la cultura como una fábrica de sentido que se sostiene en una estructura de códigos culturales profundos. Así, es posible asociar un conjunto de significados y sentidos que emergen en eventos particulares con estructuras culturales sedimentadas históricamente. De esta forma toda acción, pese a que sea interpretada como instrumental, reflexiva o constreñida, está integrada en un horizonte de significación y sentido. Para la hermenéutica estructural lo importante es leer el texto social de las estructuras culturales insistiendo en la relevancia de reconstruir su significado. El carácter interpretativo de este método es recobrar el significado del texto social desde sus fragmentos documentales y desde las estructuras constrictivas que ella implica (Alexander y Smith, 2002).
Así, el electorado se interpreta y significa en instanciaciones repetidas que responden a estructuras culturales profundas que no son conjunciones únicas, ni significados localmente situados e irrepetibles, sino expresiones de representaciones colectivas ancladas en una estructura cultural (Smith, 2005). En el caso mexicano, las columnas de opinión constituyen el medio por el cual la clase política y sus intelectuales se comunica entre sí y con la población (Adler-Lomnitz et al., 2004). Los eventos políticos en México se interpretan simbólicamente, según Adler-Lomnitz y Melnik (2000), incluso por encima de sus dimensiones instrumentales. Las columnas políticas funcionan en México -a decir de Adler-Lomnitz et al. (1993) - como dispositivos exegéticos para decodificar los mensajes políticos al interior de la sociedad mexicana. Esas columnas-instancia son representaciones sedimentadas históricamente en la estructura cultural, por lo que se requiere explorar como ellas traen a cuenta representaciones poderosas que se anclan en el pasado.
Se revisaron y analizaron un total 50 columnas de los periódicos Reforma, La Jornada, El Universal, Milenio y Excélsior.8 Los periódicos revisados fueron seleccionados por varias razones: a) cada uno presenta en su contenido columnas políticas con distintas opiniones, a veces incluso opuestas; b) circulan de forma digital y de forma impresa a nivel nacional; c) ocupan una posición dentro del tradicional espectro político que van de la izquierda a la derecha;9d) se referencian entre ellos tanto para fines críticos como para encadenar comentarios. Se recogió y sistematizó la información de las columnas a partir del 7 de junio de 2021 hasta que los comentarios en torno sobre las elecciones desaparecieron al producirse otros acontecimientos que captaron la atención de la opinión pública.10 Cada columna y noticia relevada fue interpretada a partir de las siguientes preguntas: ¿Qué motivos se imputan a quienes decidieron votar o no por el MORENA? ¿Qué redes de relaciones se atribuyen a los que votaron o no por el partido del presidente? Y, finalmente ¿a qué tipo de instituciones supuestamente pertenecen o quieren imponer quienes votaron por la oposición o por el MORENA? Con estas preguntas, se analizó cada columna con el objetivo de observar el esfuerzo realizado por las distintas voces en los medios por controlar el sentido del comportamiento electoral, imputando a este último motivos, relaciones e instituciones, considerados como puros o impuros para la democracia. Dicho esfuerzo interpretativo respondía a los intentos por dar cuenta de los resultados electorales, a la posición del presidente sobre estos últimos y a la opinión vertida por otros actores políticos relevantes.
La perspectiva que enmarca este artículo toma distancia de las visiones tradicionales y hegemónicas en las ciencias sociales que examinan los medios de comunicación desde un modelo utilitarista que asume que los medios son meras herramientas de presión política. Estas aproximaciones -véase por ejemplo Gutiérrez (2015) y Salazar (2022) -, reducen el análisis a reivindicar o desenmascarar los posicionamientos progresistas o conservadores de los medios, así como las redes de poder detrás de ellos. La sociología cultural reconoce que los medios y sus columnistas tienen intenciones diversas, a veces ocultas, pero para traducirlas, necesitan una narrativa que solo pueden construir si están inmersos y recurren a activar ciertas sedimentaciones culturales históricas. Sin embargo, estas narrativas están sujetas a interpretación abierta, nunca están cerradas a ser comprendidas en un solo sentido.11
Autonomía y heteronomía del electorado
Durante los años del régimen patrimonial postrevolucionario, México fue un país sin ciudadanos por lo que las demandas sociales se hacían bajo la forma de súplica y petición (González Casanova, 1967). Por tanto, el número de electores autónomos era muy pequeño porque la mayoría de los ciudadanos estaban sujetos a una estructura de dominación ideológica y de poder (Ross, 1986). En los años sesenta y setenta, el régimen autoritario fue desafiado por distintas movilizaciones sociales (Hernández, 1994) que exigían, entre otras cosas, democracia sindical, libertad de organización, así como elecciones libres y limpias en los municipios. Estas movilizaciones, como sugiere Loaeza (2013), fueron el primer desafío que tuvo que enfrentar el régimen. Este último respondió muchas veces con la represión (Schmidt, 1986). Sin embargo, la presión social obligó finalmente a llevar a cabo la reforma política de 1977 -la Ley Federal de Organizaciones Políticas y Procesos Electorales- destinada a garantizar la participación de los partidos políticos (Levistky y Way, 2010). En la década siguiente este marco legal permitió a la ciudadanía expresarse en las urnas.
Fue en los municipios del norte del país donde el PRI comenzó a perder elecciones (Guillén, 1992). Se adujo que los mayores niveles de urbanización y educación parecían correlacionarse con el voto anti-sistema (Lawrence, 1992). Esto se interpretó en términos de una dicotomización geográfica de pureza e impureza de la participación ciudadana: el electorado del norte del país fue visto como más consciente, informado, y maduro; mientras que el electorado del sur fue acusado de estar atrapado en la ignorancia, la desinformación y ligado a las estructuras clientelares y corporativas del PRI (Aziz, 1994; Gómez, 1997). Este sistema de clasificación dicotómica del electorado sirvió para asumir que las zonas urbanas tenían una ciudadanía más crítica y autónoma con relación a las zonas rurales, consideradas como manipulables y sujetas a los controles del régimen (Valdés, 2017). Por tanto, se afirmó que conforme el país se urbanizara, su electorado dependería menos de las ataduras ideológicas, clientelares y corporativas del PRI (Molinar, 1991; Pacheco y Reyes, 1989). Sin embargo, se advirtió que había electores urbanos marginados que seguían sometidos a la manipulación ideológica y coerción clientelar del PRI (Ramos, 1985). Estos sectores fueron acusados de no contar con la suficiente autonomía para ejercer libremente su voto (Zapata, 2004).12
Conforme se desarrolló y diferenció el proceso democrático del país, se volvió más complejo construir un perfil del electorado mexicano. Múltiples variables entraron en juego: el contexto político, la selección de los candidatos, el desempeño del gobierno, las campañas electorales, e incluso circunstancias específicas -hechos de violencia, una eventualidad no prevista, como terremotos o huracanes-. Dentro de esta complejidad interpretativa, los actores políticos y los medios de comunicación no dejan de producir narrativas que explican qué tipo de electorado está detrás de la derrota o el triunfo de un partido o candidato. Así, activan un conjunto de estructuras de clasificación sobre el electorado que, en el fondo, también juzga como civilmente pura o impura la legitimidad de quienes han sido elegidos en los cargos de la función pública.
El pueblo vis-à-vis clases medias
Una forma de activar estas tipificaciones de autonomía/heteronomía del electorado la llevó a cabo López Obrador desde su primera campaña presidencial en el 2006, dibujando una sociedad confrontada entre las supuestas fuerzas del bien y el mal en el marco de instituciones democráticas contaminadas.13 Para López Obrador, por un lado está el pueblo explotado y dominado; por el otro, un grupo opresor y corrupto, “la mafia del poder”, que comprende partidos políticos, tecnócratas, empresarios, intelectuales, sociedad civil y medios de comunicación. Según López Obrador, es necesario desmantelar las instituciones que legitiman la dominación de estos grupos para que la democracia avance. En este sentido, activó códigos binarios que terminaron por esencializar el comportamiento ciudadano a partir de la distinción entre un nosotros/ellos, pueblo/élites, honesto/corrupto, desinterés/lucro, austeridad/derroche, cambio/status quo, moral/inmoral y tradición/ modernidad (Arteaga, 2021). El presidente asume que el respaldo electoral con el que cuenta tiene las características esenciales que lo convierten en una fuerza purificadora de la vida democrática.
López Obrador reforzó el uso de estos códigos cuando llegó a la presidencia para polucionar las instituciones que consideró capturadas por fuerzas contrarias a su proyecto político. Por ejemplo, frente a la ola de movilizaciones feministas en 2019 por el incremento en los feminicidios en el país, acusó que eran promovidas por la derecha conservadora (Cardona y Arteaga, 2020). Mientras que defensores de derechos humanos, académicos o ecologistas fueron tipificados por el presidente como expresiones de la agenda ideológica neoliberal. Incluso aseguró que estos grupos buscaban dar un golpe de Estado blando contra su gobierno.
En junio de 2021 se instanciaron estas atribuciones binarias por el control del sentido sobre el comportamiento electoral de los habitantes de la CDMX. Ante las imágenes que mostraban al MORENA perdiendo la mitad de la ciudad, López Obrador argumentó que el resultado se debía a que la CDMX estaba bombardeada mediáticamente. Adujo que en la capital se reciente más la “guerra sucia” contra su gobierno: se leen revistas conservadoras como The Economist y periódicos como el Reforma.14 Añadió que en la radio solo se escuchan ataques contra su gobierno. Esa guerra sucia fue la que terminó por aturdir a la gente y a confundirla. Puntualizó que, en estados como Oaxaca, Veracruz o Tamaulipas, la 4T ganó porque haya no llega la guerra sucia.15
Destacó como un triunfo que haya ganado su proyecto en las zonas de la ciudad donde viven los pobres y que la oposición donde están las clases medias.16 Juzgó que los conservadores de la ciudad eran racistas y clasistas que estigmatizaban al electorado del MORENA al considerar que no pagan impuestos y que solo se benefician de los programas sociales.17 Recordó que en el país todos pagan impuestos y que la clase trabajadora paga más impuestos. Sentenció que respaldar las tipificaciones hacia el electorado del Morena era un “prejuicio de clase, muy conservador, racista”.18 Sheinbaum coincidió con este análisis. Afirmó que hubo una campaña de desprestigio que impacto negativamente en algunos sectores, pero aseguró reforzaría la concientización de la sociedad.19 López Obrador y Sheinbaum calificaron al voto opositor como compuesto por electores sin autonomía. Así fueron tipificados como subordinados culturales e ideológicos. El electorado que respaldó al MORENA logró, según esta versión, resistir a la manipulación, manteniendo la madurez y compromiso con la 4T. Los comentarios del presidente instanciaron un discurso binario de clasificación sobre el que se estructuró una competencia sobre el sentido moral del electorado (ver Tabla 1).
El electorado manipulado
Quienes apoyaron a López Obrador y Sheinbaum consideraron que el diagnóstico de ambos políticos era cierto, pero parcial. Al resultado contribuyó la mala gestión en las alcaldías y la mala selección de candidatos por parte del MORENA (Editorial La Jornada, 2021; Salmerón, 2021; Zepeda, 2021b; García, 2021; Cuevas, 2021; Puga, 2021; Rueda, 2021). Había que considerar también la lentitud en las investigaciones sobre el colapso de la línea 12 del metro,20 la falta de política pública para las clases medias (Galván, 2021), y que el MORENA dejara de respaldar al feminismo, científicos, ecologistas y otras organizaciones civiles (Zepeda, 2021b; Sáenz, 2021; Garfías, 2021a). Así, la izquierda perdió el respaldo de su ala social más progresista (Delgado, 2021; Garfías, 2021b). Según esta interpretación, esto demuestra que la figura del presidente y Sheinbaum no se traduce en triunfos automáticos (Velázquez, 2021a; Hernández Navarro, 2021; Martínez, 2021; Aziz, 2021).
Todos estos factores dieron pie, según estas interpretaciones, para que los conservadores se aprovecharan del descontento de las clases medias (Hernández, 2021, Fernandez-Vega, 2021). Este descuido permitió a la opinocracia introducir temores en las clases medias del poniente de la CDMX (Linares, 2021). La desinformación de la oligárquica en esas colonias no pudo frenarse por el discurso morenista (Miguel, 2021), alejando a la clase media progresista del MORENA (Blanco, 2021; Ríos, 2021). Afortunadamente, se dijo, la zona oriental “populosa y popular” fue impermeable y resiliente al maligno discurso de la opinocracia y continuó apostando por apoyar la transformación del país (Linares, 2021). Para esta interpretación, en la zona poniente quedaron los ciudadanos que votaron contra sí mismos (Tejeda, 2021); en la zona oriente, aquellos con mayor conciencia política (Velázquez, 2021b). Aunque, se advirtió que el voto contra el MORENA fue más por aturdimiento y confusión que por simpatía por la oposición (Beteta, 2021).
El electorado autónomo
Las interpretaciones que aseguraron que el voto opositor fue de un electorado autónomo no consideró la oposición oriente-poniente de la CDMX como criterio de análisis. Sugirió que la clase media votó como reacción al discurso -aparentemente polarizador y descalificador- de López Obrador y Sheinbaum (ver Tabla 2). Según esta lectura, el MORENA perdió por el cansancio de las clases medias a los posicionamientos políticos e ideológicos del presidente y la jefa de gobierno (Meléndez, 2021). Se responsabilizó al presidente de promover un voto de odio contra las “clases medias y altas”, quienes respondieron en consecuencia (Templo Mayor, 2021). A decir de esta interpretación, López Obrador debería asumir que las clases medias ya no simpatizan con su discurso y “poco a poco se consolidaba un sentimiento de descrédito a lo que dice o hace” (Zamarripa, 2021). El voto a favor de la oposición fue el rechazo de los habitantes de ciudad más progresista del país a las supuestas tendencias autoritarias del presidente (Aguilar, 2021a), pero también se dijo que Sheinbaum no se distanció del tono discursivo del presidente (Trad. 2021; Melgar, 2021).
Clases medias |
Elector Puro |
Discurso de Odio |
Moderado | Demócrata | Movilidad Social |
Izquierda Democrática |
Maduro | Racional |
Presidente | Autoridad Impura |
Discurso Conciliador |
Polarizador | Autoritario | Conformismo | Izquierda Autoritaria |
Paternalista | Irracional |
Estas interpretaciones señalaron que el electorado estaba molesto con la forma en cómo el presidente trató a los sectores progresistas de la ciudad: feministas, ecologistas y organizaciones civiles (Concha, 2021). El voto contra el MORENA vino de las clases medias que consideran que el presidente se opone a las demandas de la sociedad civil organizada (Volpi, 2021). Si la ciudad está rota por la mitad (Lozano, 2021) y polarizada (Narcia, 2021) se debe al presidente. Para este último, quienes votaron contra el MORENA son “imbéciles que les dieron la espalda”, cuando es un sector maduro y progresista de la sociedad (Serna, 2021). López Obrador no sabe reconocer que el electorado de la CDMX es lo suficientemente inteligente para tomar sus decisiones, por lo que no puede infantilizar a las clases medias diciendo que fueron manipuladas (Aguilar, 2021b).
Es paradójico, se afirmó, que para López Obrador y Sheinbaum el pueblo es sabio y bueno cuando ellos ganan, pero cuando pierden “el pueblo pasa a ser ignorante, manipulable y egoísta” (Becerra-Acosta, 2021). Al momento en que el presidente acusa a las clases medias de egoístas y con aspiraciones de ascenso social, estigmatiza dicha aspiración como un devaneo conservador y materialista que debe ser sustituido por el conformismo y el consuelo “en la espiritualidad auténtica” (Belaunzarán, 2021). Algunos advirtieron que juzgar a las clases medias de esta forma era en realidad clasista, ya que las tipifica como egoístas, que buscan ascender por cualquier medio en la escala social (Caccia, 2021; López-Dóriga, 2021).
Esta forma de ver la realidad es lo que llevó a MORENA a la derrota en el epicentro del poder del presidente (Jauregui, 2021; Gamés, 2021). Este último perdió “la aureola de invencibilidad que los rodeaba en la parte poniente de la capital” (Dresser, 2021) y dejó ir su electorado aparentemente cautivo (De Mauleón, 2021). Para salir de ese impasse se requería que López Obrador y Sheinbaum construyeran puentes de comunicación en una ciudad divida en dos (Beltrán del Rio, 2021). Para otros comentaristas (Loret de Mola, 2021), la forma en cómo quedó dividida la ciudad le acomodaba al presidente, quien encuentra en la polarización la narrativa y el medio idóneo para gobernar.
Semánticas del electorado
La competencia por el sentido del comportamiento electoral en la CDMX construyó dos narrativas. Una, se desarrolló a partir de imágenes publicadas en redes sociales donde la ciudad aparecía simétricamente dividida en la zona oriente -con un electorado popular que apoyó al MORENA- y poniente -donde habita el electorado de clase media que decidió votar por la oposición-. El presidente enfatizó que el electorado que lo respaldó no fue aturdido por la guerra sucia en su contra. Acusó que el electorado de clase media fue seducido y confundido por la propaganda desplegada por grupos mediáticos conservadores. Así, defendió la madurez y fortaleza de su electorado, frente a la debilidad de carácter del electorado opositor. La segunda narrativa desarrolló un discurso que defendió la supuesta madurez de las clases medias frente a un discurso presidencial que consideran autoritario, polarizador y marcado por el odio. Desde esta narrativa el resultado de las votaciones no se reduce, como pretenden los parámetros culturales del discurso presidencial, a distinguir entre un electorado puro o impuro, con carácter o débil, sujeto a la manipulación o al control, sino que está pautado por la distancia que han logrado construir las clases medias con respecto al discurso del presidente.
Las narrativas en competencia se estructuran en dos horizontes de sentido diferentes: uno de carácter horizontal, que opone espacialmente a clases populares y clases medias -oriente y poniente de la CDMX-; y otro vertical, que opone a las clases medias contra López Obrador -una clase frente a la punta de la pirámide de poder político-. Ambos horizontes tienen en las clases medias el epicentro de contacto. Aquellas sirven de bisagra para construir la idea de pureza o impureza del electorado. Dependiendo de quien las invoque se le considera un electorado que fortalece o contamina la democracia y a quienes han sido electos en los cargos de la función pública.
Las formas de clasificación social del electorado desde el poder político consideran que conforme el voto emane de clases populares tenderá a favorecer al presidente y entre más se acerque a las clases medias se distanciara de él. Mientras que para el discurso que cree en una clase media crítica, entre más se alejen dichas clases del discurso presidencial, mayor será el voto por la oposición (ver Figura 1). Estas representaciones y clasificaciones son importantes porque permiten comprender cómo la competencia por el sentido del comportamiento electoral aviva las disputas sobre la legitimidad del poder político.
Conclusión
La competencia sobre atribuir un carácter puro o impuro del electorado de clase media abre una cesura sobre el papel electoral de las clases medias en la CDMX. Consideradas tradicionalmente como un motor clave del cambio político para la izquierda en la CDMX -que se expresa a través de distintas organizaciones de la sociedad civil, estudiantes universitarios, académicos, intelectuales y profesionistas-, ahora parece transitar al lugar reservado para los grupos conservadores. Para otras voces la clase media mantiene su posicionamiento crítico, antes contra el PRI, ahora contra el supuesto autoritarismo de López Obrador. Las clases medias en la CDMX son ahora objeto de atribuciones simbólicas diferenciales. Aparecen al mismo tiempo como transformadoras y reaccionarias, confiables y desconfiables, capaces de sostener sus posiciones políticas y renunciar a ellas por sus intereses “mezquinos”, vulnerables y resistentes a la manipulación mediática.
Sin embargo, los posicionamientos que defienden la autonomía y la madurez electoral de las clases medias no logran ver en ellas un proyecto político definido, su voto es considerado como una reacción al supuesto autoritarismo y el discurso polarizador del presidente -que reproduce la jefa de gobierno-. El electorado de la clase media es representado al mismo tiempo como crítico y maduro, pero incapaz de generar una agenda política. Afirmación contraria a lo que el discurso político del presidente y sus seguidores atribuyen a las clases populares. Estas representaciones del electorado tienen efectos sobre la legitimidad de la democracia y no solo sobre las autoridades electas. En la medida en que se asignen atribuciones esenciales al electorado -ya sea de carácter contaminante o purificador- se cuestiona la propia naturaleza de la voluntad ciudadana expresada en el voto. El análisis que se presentó en este artículo es una primera apuesta desde la sociología cultural por entender cómo la estructura simbólica de significados tensa la valoración moral de quienes forman los cimientos de la estructura democrática: el electorado. Futuras investigaciones tendrían que analizar la relación entre medios y el mundo del poder para ver cómo dicho vínculo expande la discusión teórica sobre los sistemas de clasificación cultural de la política.