Emprender un viaje implica inherentemente una experiencia de vida, una reflexión y el reconocimiento de aquello que nos asombra o disgusta, de lo que nos distingue y, en particular, de lo que nos es ajeno; dicho aspecto supone el descubrimiento del “otro”. Cómo se transforma esa experiencia en relato y cuáles son sus referentes de enunciación son cuestiones estudiadas con cierta profusión dentro de los textos producidos por europeos que viajaron a América Latina, sobre todo en aquellos realizados durante el siglo XIX, cuando las crónicas de periplos adquieren mayor difusión e impacto en el viejo continente. No obstante, la norma de estas narraciones ha sido eminentemente masculina, por lo cual la obra de Nora Marisa León-Real y Blanca López de Mariscal resulta un aporte significativo para explorar las voces de viajeras europeas llegadas a México en el transitar del siglo XIX.
Partiendo de un análisis discursivo, las autoras profundizan en los relatos de cinco europeas que visitaron el país por diversas circunstancias: la escocesa Francis Calderón de la Barca, quien, casada con el ministro plenipotenciario de España, Ángel Calderón de la Barca, vivió en el país de 1839 a 1842 y publicó su libro Life in México, During a Residence of Two Years in That Country en 1842; la condesa austriaca Paula Kolonitz, dama de compañía de la emperatriz Carlota, cuya estancia duró solo unos meses y su libro Un viaje a México fue publicado en 1864; la inglesa Alice Dixon Le Plongeon, fotógrafa y arqueóloga, quien viajó en compañía de su esposo, el arqueólogo August Le Plongeon, pasó más de una década, a partir de 1873, investigando la civilización maya en Centroamérica y México, y publicó su obra Here and There in Yucatán en 1886; la poetisa irlandesa Mary Elizabeth Blake, quien, a diferencia de las otras escritoras, viajó frecuentemente sin su esposo, estuvo unos cuantos meses en México y su relato, escrito en conjunto con Margaret F. Sullivan, Mexico: Picturesque, Political, Progressive, se imprimió en 1888, un año después de su paso por el país; finalmente, la inglesa Ethel Tweedie, periodista, historiadora, escritora, fotógrafa e ilustradora, quien pasó seis meses en México viajando sola, pues era viuda cuando realizó su estancia en el cambio de siglo, y cuya obra, Mexico As I Saw It, fue publicada en 1901.
Como se puede advertir en el listado de relatos y sus autoras, los evidentes contrastes en los tiempos de estadía, las razones y condiciones de sus viajes, así como en sus ocupaciones, son aspectos que hacen de la comparación un camino arduo y, en ocasiones, difícil de sustentar; por tanto, en esto radica uno de los principales méritos, y al mismo tiempo, el principal inconveniente del texto reseñado, pues el lugar de exposición es muy diferente para quien pasó más de dos años en el país, como Calderón de la Barca, del de aquella que estuvo sólo unos meses, como Kolonitz. Por otra parte, el lugar también está relacionado con el contexto cultural desde donde se escribe, europeo en este caso. Sin embargo, Mary Elizabeth Blake, nacida en Irlanda, se mudó a los nueve años a Estados Unidos; de hecho, escribió un año después de su visita a México Summer Holiday in Europe, texto donde relata, desde una perspectiva extranjera,1 los cinco viajes a Europa que realizó en su vida, es decir, llevó una vida de norteamericana, por lo que tiene más en común con viajeras estadounidenses como Marie Robinson Wright, que con el resto de las autoras.
Es necesario recordar que hay pocos escritos de mujeres que recorrieron América Latina, en general, y México, en particular, a pesar de que justo en el siglo XIX inició una tradición viajera femenina con un estilo narrativo particular.2 De ahí la importancia de hacer este esfuerzo comparativo, pues, pese a las divergencias entre una y otra exploratriz, hay algo fundamental que las une: sus observaciones están atravesadas por una otredad supeditada al hecho de ser mujeres en una práctica predominantemente masculina, más que por su papel de extranjeras. Para apuntalar esta idea, basta con mirar los 102 registros existentes sobre las descripciones de los viajeros que transitaron por la región durante ese siglo -desde 1803, año de la visita de Humboldt, hasta 1901- y señalar que 40% de ellos se detuvo a observar las costumbres de las mujeres, su forma de vestir, educación y características casi de la misma forma en que observaron al indio,3 que ha sido, y es, “el otro” por antonomasia.
¿Cuáles son las observaciones y las formas de expresión que estas viajeras hicieron de México, sus habitantes y sus costumbres?, ¿cuáles son las diferencias y similitudes en sus escritos y qué revela esta comparación del contexto de las mujeres europeas durante el siglo XIX?, ¿qué distingue a sus narraciones de los relatos de sus pares masculinos? Estas son, a mi parecer, las principales preguntas que buscan responder León-Real y López de Mariscal a lo largo del texto.
Para ello, la obra se sostiene en tres columnas. La primera se centra en la relación e interpretación de las cinco autoras con el espacio, las regiones que visitaron en su periplo y, uniendo referentes de otros relatos de viajeros a su propia perspectiva, la imagen casi siempre generalizadora de México que crearon en sus textos para sus lectores europeos. Dicha imagen se fundamentó en las impresiones de tres lugares y momentos clave en la observación del territorio: el puerto de Veracruz; la ciudad de México, cargada de simbolismo, que representa su entrada como punto de partida y, al mismo tiempo, parada obligada para disfrutar de la vista y reflexionar sobre la historia del país, comparándolo con otros para así resaltar la singularidad del lugar, y el interior de la República, reducido en estos relatos a unas cuantas menciones, así como la narración de Yucatán que hizo la arqueóloga Dixon por razones propias de su estudio, el cual la hace una excepción a diferencia del resto de las exploratrices.
El segundo soporte está sujeto a la creación de los mexicanos. Éste es, considero, el aspecto más enriquecedor del texto, pues es por medio de la identificación y exposición que las viajeras hacen del “otro” que las autoras de este libro reconocen los aspectos más singulares de los relatos; no sólo la alteridad se convierte en un mecanismo narrativo importante, sino que su interés en el “otro” mexicano es lo que las convierte en “exploratrices sociales”, pues más allá de utilizar argumentos clasificatorios y naturalistas, como sus contrapartes masculinos, se adhieren a un estilo narrativo novelesco y más personal, propio de las mujeres que tenían la oportunidad de escribir en el siglo XIX. La diferencia más importante radica en que el interés por México y sus habitantes no se centra en un aspecto imperialista, político o comercial, como se percibe en diferentes relatos de extranjeros; por el contrario, enfatizan León-Real y López de Mariscal, el interés de estas exploratrices es personal, cultural y humano. Aunque, cabe mencionar, esto no significa que los viajeros del siglo XIX no desarrollaran una narración también personal o que sus escritos se adhirieran a un interés exclusivamente económico o naturalista, en especial en el siglo XIX, cuando los relatos de viajero se erigieron como una narración más amena y libre; a los paseantes les atrajo la cultura popular e integraron la antropología, la lingüística y la etnología, que surgen como ciencias de nuevo impulso;4 por ende, la perspectiva se amplió.
Al mismo tiempo, las autoras del libro resaltan la posición de superioridad racial desde la que estas cinco extranjeras construyeron su relato y la imagen de los mexicanos. La distancia entre los habitantes del país y ellas es lo que despierta su curiosidad; la alteridad, siempre medida desde arriba, nos presenta la reproducción de los discursos raciales, más que de clase, que se afianzaron a lo largo del siglo XIX, anclados en la constitución física de los indios y el exotismo. Por otra parte, algo que llama la atención es el poco espacio dentro de los relatos dedicado a la descripción de las mujeres mexicanas, pues el tema sólo ocupa unas cuantas páginas. A pesar de que el contacto con las mujeres mexicanas es limitado, por el espacio doméstico en el que se desplazan, no deja de ser mayor que el de los viajeros y, aun así, lo que caracteriza sus observaciones es la generalización.
El último puntal de la obra explora la distinción de “lo mexicano” que detallan las exploratrices para sus destinatarios europeos. De acuerdo con León-Real y López de Mariscal, esta distinción “constituye el objetivo último, si no de sus viajes, sí de los textos que escriben” (p. 101). Para ello analizan lo que distingue el país, la comida, el vestido, las fiestas religiosas, el hábito de fumar, entre otros. En estas interpretaciones se destaca la presencia de sus hábitos de lectura, su conocimiento de la historia y sus investigaciones sobre la situación política, económica, industrial e histórica de México, y en algunos casos “su abierto activismo feminista”.
Las autoras concluyen que estas exploratrices comenzaron su propio subgénero dentro del relato de viaje; las formas de narración, afirman, evolucionaron a la par que las mujeres reforzaron su agencia social y transformaban su posición en la sociedad. Esto lo relacionan, entre otras cosas, con el hecho de que las primeras exploratrices viajaron a México por obligación y, conforme avanzó el siglo, la visita fue más personal, por voluntad propia. Aquí es necesario acotar que, aunque en efecto hay una evolución y avance en la independencia femenina, en el siglo XIX también hubo retrocesos legales, así como robustecimiento del espacio doméstico y maternal de las mujeres.5 En ese sentido, las cinco viajeras analizadas por León-Real y López de Mariscal, no son un ejemplo trasladable a la población europea general, pues la condición social, el nivel de instrucción y el contexto familiar de estas exploratrices les otorga un carácter de excepcionalidad que no podemos, ni debemos, pasar por alto.
Exploratrices europeas. Relatos de viaje a México en el siglo XIX, nos acerca a las características del discurso femenino por medio de una fuente antes desatendida por la investigación social y humanística y que, sin duda, abre la puerta a nuevos diálogos de género desde un punto de vista interdisciplinario muy valioso.