Sabemos que la historia no se mueve en ninguna dirección, sin embargo, podríamos decir que su motor es el deseo. Para ser más exactos, deberíamos hablar de los deseos convergentes y divergentes que empujan las tramas históricas de un lado hacia el otro. De sedientos seres va al encuentro del gran deseo de las élites del México posrevolucionario y el de aquellos varones que desearon, amaron y tuvieron sexo con otros varones. Rodríguez Sánchez nos invita a colocar en el centro de la imaginación histórica la gran pesadilla de las élites mexicanas que, inspiradas en la revolución, celebraban la refundación de una nación viril; sus páginas siguen los rastros de aquellos muchachos que torcieron las reglas de una nación de machos.
De sedientos seres está destinado a transformarse en un clásico de la historia de la sexualidad latinoamericana. Este campo creció considerablemente en las últimas décadas, ya no como esa historia concentrada en los discursos, sino más bien como una historiogra fía social de las experiencias corporales en un espacio y un tiempo dados. Esta historia erótica desde abajo ya no es más considerada un compartimiento menor de una narrativa general abocada a los supuestos grandes asuntos, sino que nos demuestra que la sexualidad es un terreno vital en el que las sociedades han puesto en juego grandes procesos sociales, políticos y culturales. Libros como estos nos recuerdan que se torna imposible pensar la consolidación del Estado posrevolucionario, la materialización de la ciudad o la formación de culturas de clase sin atender a lo que pasaba en las alcobas o en los baños públicos.
El primer gran aporte de este libro es que no se ata a las identidades estables. Esta investigación no busca explicarnos el origen de una identidad, sino, por el contrario, nos muestra un mundo poroso motorizado por las prácticas eróticas y las fantasías de varones de diversos universos sociales. Si durante las décadas de 1980 y 1990 la influencia de los estudios culturales fue central para la elaboración de una historia de la diversidad sexual que buscaba el origen de las configuraciones identitarias modernas, este libro le devuelve materialidad a las experiencias de aquellos varones de distintas trayectorias sociales y generaciones. En contraste con aquellas proyecciones del presente sobre el pasado que esperan un desarrollo teleológico de las identidades desde las llamadas inversiones sexuales a la identidad gay, el libro pone en juego las palabras de época y reconstruye cuidadosamente las condiciones de posibilidad de ese erotismo.
En segundo lugar, De sedientos seres contribuye a un descentramiento del Estado y de los médicos como los grandes protagonistas de la historia de la sexualidad. Sin descuidar la relevancia del discurso científico o las políticas estatales, este libro logra colocarlos en un escenario más heterogéneo que trasciende los escritorios de galenos y burócratas para trasladarnos a la vida cotidiana de la ciudad de México.
Con este movimiento el libro demuestra cómo los debates públicos motorizados por las ansiedades de élites disgustadas con lo que creían era el revés de la nueva modernidad urbana fueron esenciales en la definición de los límites de la ciudadanía y la nación. Pero sin caer en las trampas de construir un pasado maniqueo, la autora abarca con delicadeza cómo en un país sin una normativa que persiguiera a la homosexualidad existían prácticas estatales y sociales de penalización sin que esto se consolidara en un marco inflexible.
En este sentido, el primer y el segundo aporte convergen en, para mí la mayor contribución del libro, que es colocar la agencia histórica del homoerotismo y sus actores en el centro de la narrativa histórica. Sin desmadrarse a una narrativa celebratoria del pasado, De sedientos seres encuentra un equilibrio en el que estas historias recuperan su propia agencia y su capacidad para crear e imaginar este deseo. De este modo, la autora no restringe a sus actores a víctimas pasivas de grandes aparatos represivos, sino que nos muestra a estos sujetos como agentes activos de la ciudad de México que despertaron alarmas de las élites.
Tercero, De sedientos seres contribuye a una batalla historiográfica contra aquellas interpretaciones que reducen a las sexualidades latinoamericanas a la supuesta inflexibilidad de las sociedades católicas frente a las protestantes. Lejos de recaer en preconceptos, la autora demuestra la potencia y el límite de la agencia de estos actores para presentarnos una sociedad porosa y flexible en la que existen fuertes jerarquías y mecanismos de penalización social, pero en la que también hay grandes márgenes de acción y negociación.
Finalmente, una de las grandes contribuciones es su detallado análisis de un vasto y diverso corpus documental. La autora logra entremezclar expedientes médicos con causas judiciales, artículos de la prensa con cartas personales, para construir así una metodología que atraviesa la polifonía de los documentos para encontrar los rastros de aquellas prácticas eróticas y afectivas. Despliega así una metodología consistente que aporta al campo en su conjunto.
En síntesis, invito a leer De sedientos seres a todos aquellos preocupados por la historia de la sexualidad en Latinoamérica, por el estudio de las relaciones entre las clases sociales, el Estado y la ciudad, entre otros campos de estudio. Estoy convencido de que este libro es un impulso para futuras investigaciones que transformarán la narrativa histórica explorando los archivos con nuevas lentes, colocando a nuevos actores en el juego incierto de la vida en sociedad.