Introducción
La historia del Caribe deviene pieza fundamental en la comprensión de los fenómenos históricos contemporáneos. Esta región histórica ha sido frontera imperial, centro nodal del poder económico y político del mundo y espacio para la conformación de una identidad regional a partir de la diversidad cultural del área. Sin dudas, una vasta historia es recogida tras años de estudio por autores que desde diferentes visiones nos acercan a este mundo bañado por aguas cristalinas y hacedor de mundos.
El estudio actual se propone el análisis historiográfico de dos de sus obras más relevantes: De Cristóbal Colón a Fidel Castro. El Caribe frontera imperial, de Juan Bosch1 y From Columbus to Castro: The history of the Caribbean 1492-1969, de Eric Williams2. Ambos autores, de militancia reconocida a partir de sus funciones políticas en sus países de origen, realizan un estudio de la historia del Caribe desde la llegada de Cristóbal Colón hasta el triunfo de la Revolución Cubana. Ambas obras son fundamentales en la comprensión de los fenómenos históricos acaecidos en la región, la utilización de fuentes diversas, los métodos utilizados y el alcance de cada una de estas propuestas.
Con el presente estudio, se pretende analizar la visión de la historia del Caribe de estos dos autores, sus motivaciones e intereses personales y su aporte a la historiografía latinoamericana. Construir una historia total del Caribe, harto compleja debido a la diversidad de culturas, enfoques teóricos y fuentes utilizadas se logra a partir del exhaustivo trabajo de investigación y la preparación de los autores. Como dato adicional, su pertenencia a la región estudiada no limita en grado alguno las consideraciones expuestas en cada uno de los trabajos.
Las obras y su contexto
Toda obra historiográfica relevante es hija de su tiempo, a la vez que hereda conocimientos a la posteridad. Tal es el caso de los libros que competen al presente trabajo, a saber, De Cristóbal Colón a Fidel Castro. El Caribe frontera imperial, de Juan Bosch y From Columbus to Castro: The history of the Caribbean 1492-1969, de Eric Williams. Publicados ambos en 1970, son frutos del intelecto y la faena vital de dos caribeños que sumaron a su labor como historiadores la militancia política, hasta llegar a ostentar el más alto cargo gubernamental en sus respectivos países de origen, República Dominicana y Trinidad y Tobago.
Estos manuscritos se insertan en el período de la segunda posguerra, en el Caribe, se producen una serie de cambios económicos y políticos que traen consigo el surgimiento de una intelectualidad más comprometida con las realidades nacionales y proponen homogenizar el área a partir de las similitudes entre los territorios antillanos y describen procesos y fenómenos exclusivos del Caribe. Estos estudios se inician con obras referentes al análisis de las complejidades de la plantación, su legado actual para luego seguir un proceso de descolonización a distintos niveles, tendencia aumentada con el triunfo de la Revolución cubana en 1959 (Fernández, 2024). Mariñez (1996), de alguna forma resume esta etapa de la historiografía caribeña como aquella que:
Tendrían que transcurrir varias décadas más hasta producirse la Revolución cubana de 1959 -con lo que se iniciaría una nueva etapa de descolonización en el Caribe, y con ella, una nueva historiografía- para que por primera vez se comenzará a desarrollar una visión regional, en función de los intereses del área, y desde una perspectiva anticolonialista. Existían, por supuesto, algunos antecedentes como el libro del colombiano Germán Arciniegas, biografía del caribe, publicado por primera vez a mediados de la década del cuarenta. Pero no sería sino hasta 1970 cuando se publicarían las dos primeras historias generales del Caribe -considerados ya como obras clásicas- hechos por historiadores caribeños, con un profundo y amplio análisis regional (p. 451).
El objetivo de las obras en cuestión es proponer su versión sobre una historia común del Caribe. Para ello emplean trayectorias similares: el estudio del pasado colonial, las luchas de los pueblos originarios en defensa de su territorio, el establecimiento de una economía plantacionista, el estudio del fenómeno de la esclavitud y su abolición, los procesos emancipatorios, el neocolonialismo en el siglo XX y sus mecanismos de dominación, así como los procesos de descolonización e integración, son algunas de las temáticas que abordan en común. Ambos textos se insertan en la lógica de la interdisciplinariedad de las Ciencias Sociales; son estudios históricos, pero utilizan herramientas de otras disciplinas sociales: se apoyan en las estadísticas, la sociología y los primeros trabajos de antropología sociocultural en la región. En el caso de Bosch está más cerca de la politología y los estudios de relaciones internacionales en tanto Williams recurre a la ciencia económica.
Se considera que Juan Bosch y Eric Williams, independientemente del lenguaje histórico que utilizan y sus diferencias intelectuales, se pueden insertar en una tendencia historiográfica nacionalista, pero a su vez se insertan en las tradiciones decoloniales del Caribe Insular. Esta directriz busca en el pasado histórico elementos que aportan unidad en la construcción de una identidad nacional e incluso en una cohesión integracionista de la región. Sus estudios junto con los de otros historiadores del área contribuyen en la construcción de una historiografía caribeña aún por consolidar.
Las formas en que se llegan a conocer estas historias del Caribe son diferentes. Esto se debe, en parte, al papel de las políticas editoriales. En el Caribe hispanohablante son numerosas las ediciones del libro de Juan Bosch, en cambio, sobre el de Eric Williams solo existe la edición del Instituto Mora. Al contrario, en el mundo angloparlante son varias las ediciones de Williams y mínimas las de Bosch. También existe otro factor determinante y es el tema del acceso abierto al conocimiento. En el caso del primero se puede encontrar su obra en plataformas digitales libres de costo, en cambio con el segundo no sucede así. Sería pertinente pensar y gestionar una edición de ambas obras en acceso libre por la importancia que tienen en el mundo académico.
El interés particular de los autores por las temáticas abordadas radica, en primera instancia, en el hecho de que ambos se consideran caribeños. Nacidos en este espacio geográfico común, ven una necesidad espontánea en crear obras que los identifiquen como naturales e hijos ejemplares del Caribe Insular. Luego entran en juego otros factores como la profesión y el activismo político. La condición de historiadores y la inexistencia de una obra sintetizadora de la historia del Caribe en el momento de la publicación de los libros los impulsa intelectualmente a realizar los dos primeros intentos de historias regionales. A la vez, el compromiso moral los lleva a estudiar su pasado para comprender qué deben cambiar durante sus desempeños como políticos.
En esta línea, las obras evidencian el contexto intelectual y político de finales de la década de 1960. La cuestión de la ideología nacionalista asociada a varios factores como la descolonización y la integración están vigente en estos intelectuales políticos. Bosch, en su condición de dominicano, está muy cercano al antillanismo3, en tanto Williams se muestra como uno de los principales promotores del pancaribeñismo4. Por tanto, estos estudios históricos están impregnados de sus concepciones ideológicas y tienen como fin último aplicarlas a su actividad política.
Metodológicamente, ambas obras cumplen con su cometido: determinar el pasado común de los territorios que forman la región del Caribe. Esto se evidencia en la clara relación entre los títulos de las obras y sus contenidos. Por ejemplo, cumplen con el período de tiempo que se señalan en el título, de Cristóbal Colón a Fidel Castro. Ambas inician con el choque entre el viejo continente y la región conquistada y culminan con la Revolución Cubana. En el caso de Juan Bosch este análisis se realiza a partir de la lucha imperial en la región como señala en el título. En cambio, Eric Williams no deja esclarecido en el título su línea de análisis prefiere que el lector descubra en el acto de leer su interpretación de la historia del Caribe. Ambos títulos responden a la tendencia de la época de utilizar nombres de personas influyentes para delimitar el estudio, no siendo esas obras estudios biográficos. En los últimos años esta tendencia está siendo superada por la historiografía y en lugar de utilizar nombres propios se utilizan las designaciones de hechos históricos concretos o procesos.
Las etapas de la historia del Caribe según Bosch y Williams
Como ya se ha señalado el objetivo principal de las obras es escribir una historia del Caribe. A criterio de Juan Bosch, esta se divide en tres momentos esenciales y determinantes para comprender la evolución de la región sirviendo de referente metodológico en estudios posteriores. El primero de estos momentos corresponde al enfrentamiento entre los imperios coloniales europeos y los pueblos autóctonos caribeños. Este período comprende los procesos de conquista y colonización y los efectos que tienen para los habitantes de la región a partir del establecimiento de un nuevo poder político. Está signado por el establecimiento de diversas formas de explotación y los constantes enfrentamientos entre colonizadores y oriundos de la zona por eliminar el poder usurpador; es crucial para entender la conformación de nuevas sociedades caribeñas y de la identidad regional.
El segundo momento se ubica en el enfrentamiento directo entre los imperios coloniales europeos para controlar la región caribeña y establecer dominio exclusivo en los territorios conquistados. Es evidente cómo los intereses económicos conducen a una serie de enfrentamientos armados por el control del Caribe y en su momento contribuye al desarrollo económico mundial a gran escala. Por tanto, “en esa frontera, debatida a cañonazos, cada imperio se quedó con un botín de tierras” (Bosch, 2009b, p. 96). Holandeses, daneses, franceses, españoles, ingleses, estadounidenses, entre otros, se han establecido en el Caribe a la fuerza y con ellos se ha propiciado una integración etnocultural que el investigador cubano Fernando Ortiz denomina transculturación5; proceso que comienza desde la etapa anterior y se consolida con el tiempo en cada uno de los territorios.
Un tercer período marca como pauta las luchas de los pueblos caribeños por desprenderse del dominio imperial que trasciende hasta la actualidad. La descolonización de muchos países del área a finales del siglo XIX tiene como primer requisito el logro de su independencia. Sin embargo, no todos los territorios se han deshecho del tutelaje colonial. En este caso se encuentran Puerto Rico en su estatus de Estado Libre Asociado perteneciente a los Estados Unidos de América, e Islas Vírgenes bajo supervisión del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte, por solo citar dos casos. También es necesario precisar que, aunque muchos países son libres constitucionalmente, se encuentran bajo la influencia de los Estados Unidos de América a través de diferentes mecanismos económicos desde finales del siglo XIX. La sombra estadounidense se extiende sobre estas tierras y aguas para abarcar todas las esferas de la vida pública.
En resumen, Juan Bosch deja a la historiografía caribeña tres etapas para el estudio de su historia. La primera abarca las luchas de los imperios coloniales europeos contra los pueblos originarios para arrebatarles su espacio territorial. La segunda se centra en las luchas entre los imperios para obtener nuevos territorios y su dominio económico. La tercera corresponde a la intención de los criollos nacionales por la liberación del yugo colonial de sus amos imperiales (Bosch, 2009b).
En cambio, Eric Williams en su obra utiliza las periodizaciones convencionales del mundo intelectual occidental. Su historia del Caribe comienza con el desembarco de Cristóbal Colón en las Antillas. Luego analiza el período de conquista junto a la primera colonización de los territorios periféricos. Dedica varios capítulos a la cuestión del colonialismo y a las instituciones de este proceso, además de su influencia en el desarrollo del capitalismo europeo, haciendo énfasis en las estructuras económicas. Un último período se centra en el neocolonialismo estadounidense, llamado por el historiador como el colonialismo del siglo XX. Este utiliza divisiones convencionales de la historiografía tradicional: la independencia de las Trece Colonias, la Revolución de Haití y la Revolución Cubana. Todo ello a través de los derroteros europeos: la influencia de la Revolución Francesa, la Primera Guerra Mundial y la crisis de entreguerras, así como la Segunda Guerra Mundial y el despertar de los nacionalismos de corte independentista.
El Caribe como unidad de análisis
Ambos historiadores tienen un punto en común: el espacio que analizan es el Caribe. En este sentido resulta imprescindible definir el término. Caribe se refiere -tradicionalmente- al mar homónimo y a las masas de tierras que por él son bañadas. El nombre se debe a los aborígenes caribes que habitaban las costas de Colombia y Venezuela y la mayoría de las Antillas Menores a la llegada de los europeos a nuestra parte del mundo. Sus fronteras se han ensanchado o estrechado en numerosas ocasiones en dependencia de la época histórica, los intereses políticos y las valoraciones intelectuales.
En el caso de los autores en cuestión, sus apreciaciones coinciden en cuanto a definir el Caribe como una región geográfica; independientemente que los límites trazados por ellos son diferentes. Para Juan Bosch todos los países del área comparten un pasado común, en tanto sus historias nacionales son el fruto del imperialismo europeo como corriente histórica. Con independencia del idioma -rasgo diferenciador más notable de los pueblos caribeños- ningún país del área debe verse aislado de los demás, pues su configuración como frontera imperial durante siglos les da unidad histórica y una senda común a seguir. Entonces, su Caribe comprende a:
Las islas antillanas que van en forma de cadena desde el canal de Yucatán hasta el golfo de Paria; la tierra continental de Venezuela, Colombia, Panamá y Costa Rica; la de Nicaragua, Honduras, Guatemala, Belice y Yucatán, y todas las islas, los islotes y los cayos comprendidos dentro de esos límites (Bosch, 2009b, p. 86).
En el caso de Eric Williams, los límites del Caribe como región geográfica difieren. Delimita el área al gran archipiélago antillano, las tres Guyanas y Belice, refiriéndose a este como las Indias Occidentales en clara alusión a la tradición británica de nomenclatura de las islas. Aunque reconoce el infinito universo cultural del área cuando lo describe como un mundo, resultado de haber sido el escenario de importantes momentos de la civilización occidental por más de cuatro siglos y medio, plantea que
en términos tanto intelectuales como políticos, el Caribe es una expresión geográfica. No hay historia de la región caribeña en conjunto. En efecto, solo en algunos pocos de los territorios del Caribe hay historias que merezcan llevar el mismo nombre (Williams, 2009, p. 95).
A su juicio, la diversidad de metrópolis y las constantes olas migratorias han entorpecido la integración cultural de su Caribe, la cual enarbola como el objetivo fundamental de su obra basándose en la herencia común de subordinación a intereses foráneos. Esa definición la asume años antes de la publicación del texto que se analiza, antes incluso de la independencia de Trinidad y Tobago en 1962; es una idea que comienza a trabajar desde la década de 1940.
Las definiciones elaboradas tanto por Bosch como por Williams en cuanto al análisis del Caribe como región están condicionadas histórica e intelectualmente y han contribuido a la cimentación del término Gran Caribe. Este tiene su génesis a partir de 1898 cuando el área transita de la hegemonía europea a la estadounidense, y se acentúa al calor de los procesos descolonizadores posteriores a la Segunda Guerra Mundial, obedeciendo a un intento de homogeneizar la fragmentación heredada del dominio de los imperios coloniales europeos. “Sólo una cierta consideración económica de sabor imperialista, nacida en Estados Unidos, puede crear ese concepto de la región del Caribe” (Martínez y Valdés, 2013, pp. 27-28). Por tanto, esta definición obedece a intereses geopolíticos, aunque con el tiempo las academias la hayan asumido como ciencia constituida.
La noción del Caribe circunscrito a las Antillas o Indias Occidentales es mucho más antigua, se remonta a los tiempos coloniales. Este es un criterio que esgrimen varios autores. Fernando Ortiz, por ejemplo, considera que “las Antillas sí constituyen una porción del Globo con personalidad esencialmente caracterizada e inconfundible, por ejemplo, con las de México o Colombia” (Martínez y Valdés, 2013, p. 28). James (2010) plantea que:
La historia del Caribe está gobernada por dos factores: La plantación azucarera y la esclavitud negra […] Donde existieron la plantación azucarera y la esclavitud, ellas impusieron un patrón. Es un patrón original, no europeo, ni africano, ni de parte de la América continental, ni nativa en ningún sentido concebible de esa palabra, sino caribeño, sui géneris, sin paralelo en parte alguna (p. 297).
En juicios como estos se apoya Eric Williams para definir el Caribe, así como para construir su propuesta de integración caribeña que tiene su base social en la homogeneización de la población negra resultante del sistema de plantación. En el propio eje sustentador de su conceptualización del Caribe radica su contradicción. Primero, en los países caribeños con población mayoritariamente blanca -como Cuba o República Dominicana- la impronta de la esclavitud y la plantación impone el patrón al que se refiere James (2010), el cual es, en última instancia, cultural. Segundo, tanto la esclavitud como la plantación trascienden las fronteras del Caribe antillano, así como las del Gran Caribe, para extenderse desde el norte de Brasil hasta el sur de los Estados Unidos.
El Caribe es pues, un área cultural muy homogénea. Solo desde esta perspectiva se puede entender en la larga duración, más allá de las fronteras movibles que responden a intereses geopolíticos e ideológicos. Esta tesis se ha granjeado detractores, sobre todo con respecto a la inclusión del sur de los Estados Unidos, por considerarlo parte de una otredad neocolonial. Sin embargo, es un norteamericano, Charles Wagley, quien la define:
El área cultural de la plantación americana se extiende espacialmente desde la mitad superior de la costa de Brasil, pasando por las Guyanas, a lo largo de la costa del Caribe, a través del Caribe mismo hasta los Estados Unidos. Es esencialmente costera, no fue sino hasta el siglo XIX que la forma de vida del área cultural de la plantación penetró al interior de las tierras del continente, y lo hizo solo en Brasil y los Estados Unidos. El ambiente de esta área es esencialmente tropical (excepto en el sur de los Estados Unidos) y llano6 (Wagley, 1957, p. 5, traducción personal).
Wagley erige esta concepción basándose en las siguientes características comunes: el sistema de plantación, la monoproducción agrícola, la rígida compartimentación de clases, la composición multirracial, estructuras comunales débiles, el campesinado afroamericano, prevalencia de la familia matrifocal, similitud en los cultivos y en su preparación, rasgos musicales comunes, el folclor y los cultos religiosos de ascendencia africana. Reconoce que existen diferencias importantes entre el sur de los Estados Unidos, las islas caribeñas otrora colonias de España, Francia, los Países Bajos e Inglaterra y el norte de Brasil. Una de las más sensibles es -siguiendo el tema de la racialidad- que la construcción racial en los países del Gran Caribe y del Caribe antillano es cultural, a diferencia a la biológica de los Estados Unidos7.
La noción del Caribe posibilita comprender el área a través de instituciones y patrones culturales comunes. En el ámbito de la necesaria integración regional permite concebirla como un fenómeno de larga duración8, resultante de un pasado y un destino comunes. Una integración que no debe ser solo económica, sino también a través de la identidad cultural y de las consecuencias socioculturales de la diáspora que tiene como uno de sus principales focos receptores precisamente los Estados Unidos. A pesar de las diferencias, todo el Caribe comparte la suerte de tener que construir una realidad diferente, teniendo como única base la bastardía9. Seremos, pues, lo que seamos capaces de hacer con lo que han hecho de nosotros.
El Gran Caribe también es considerado una región cultural. Es, en resumen, una amplia región americana que comparte características esenciales como zona geográfica, histórica y cultural que se extiende
desde las costas sudamericanas de Guyana, Venezuela y Colombia, pasa por las de Centroamérica y la saliente de Yucatán, continúa con la costa bañada por el golfo de las Antillas hasta la península de La Florida, Bahamas, Antillas Mayores y sigue por el gran arco de las islas, islotes y cayos del conjunto antillano caribeño del Este (Valdés, 2003, p. 160).
El aporte de ambas obras al concepto del Caribe radica en los elementos que señalan al área como una región histórica10. Para ello parten de la búsqueda de unidad regional a partir de un pasado histórico común. Si bien es cierto que la historia del Caribe incluye varias historias territoriales que van desde espacios locales a nacionales, ambos historiadores logran, a partir de la ejemplificación, ir de lo particular a lo global. Este pasado común, con sus rasgos específicos en distintos espacios, es identificado con procesos que comparte toda el área. Por ejemplo, la conquista y colonización inicial por el imperio español, la carrera imperial por el dominio económico, el despertar independentista, la reconfiguración del colonialismo en el siglo XX y los procesos nacionalistas y descolonizadores son señalados por ambos historiadores, aportando a la creación del Caribe como una región construida históricamente.
Asimismo, sus estudios influyen en la construcción del Caribe como región cultural. Aunque los autores no hacen uso explícito del término identidad caribeña, analizan espontáneamente elementos claves en la construcción de dicha identidad. Por ejemplo, los nombres geográficos que tienen su origen en los pueblos originarios, el legado cultural de los africanos, la implantación de la cultura occidental como consecuencias del colonialismo, así como los hábitos adquiridos recientemente resultantes del neocolonialismo estadounidense.
Reconocen, pues, la unidad territorial, económica y cultural de la región pese a la gran diversidad existente entre los territorios del Caribe. El elemento unificador de carácter histórico se asocia a la cuasi desaparición de las civilizaciones indígenas por las potencias colonialistas europeas. El de carácter económico se encuentra en la plantación esclavista, gestante en gran medida, de la cultura caribeña. Si bien las influencias recibidas fueron diversas y desde distintos poderes coloniales, el Caribe como región cultural crece desde la diversidad y conforma un espacio cultural rico en tradiciones y costumbres que identifican a los habitantes de la zona.
No obstante, se debe tener en cuenta que el objetivo no es construir una identidad caribeña. Los elementos que ellos apuntan, los conducen espontáneamente a aportar en dicha dirección. El libro de Bosch tiende a hacer un estudio de historia política, en cambio el de Williams, va más hacia la historia económica; ninguno se inserta en la lógica de la historia social y cultural o a la historia total, menos aún en un estudio antropológico. Pero se reitera, en sus análisis se encuentran elementos novedosos que desde un primer momento dejan claro la existencia de un patrimonio cultural caribeño.
Temas centrales de los manuscritos y su relación con la historia caribeña
Se puede afirmar que en otras ocasiones sus obras aportan más en la construcción de la identidad caribeña. Por ejemplo, si se realiza una búsqueda en internet sobre Juan Bosch es muy gratificante encontrar materiales audiovisuales donde este autor es entrevistado y ofrece magistrales análisis de elementos culturales, como los instrumentos empleados en la elaboración de la música caribeña hasta dialogar sobre literatura costumbrista, por solo citar dos ejemplos. En “Cuba, la isla fascinante” estudia al caribeño a partir de su interpretación del cubano. En los capítulos III y IV de la tercera parte titulados “La aventurera del tabaco” y “La azucarera del mundo” (Bosch, 2009a) describe, a partir de estas actividades económicas, rasgos culturales que identifican al cubano con el consumo alimenticio de determinados productos, las peculiaridades del carácter y la religiosidad. El siguiente fragmento muestra esa interpretación de la identidad:
Ese don natural del cubano para rehuir lo doloroso y molesto, y la capacidad para escoger siempre, de manera casi instintiva, lo bueno y agradable; su amor pagano por el cuerpo y por el alma que en él reside, ¿qué orígenes tiene? Insisto en afirmar que tuvieron mucho que ver en ello dos factores claves de la vida cubana: la formación histórica inicial […] y la enorme riqueza que el país desarrolló en poco tiempo (Bosch, 2009a, p. 203).
Eric Williams por su parte, también reflexiona acerca de la identidad caribeña. El ejemplo más visible son los análisis realizados con respecto al impacto cultural de los procesos migratorios. Analiza desde el componente lingüístico hasta las practicas alimenticias. Se concentra fundamentalmente en el legado cultural africano y la capacidad para adaptarse en la sociedad caribeña en construcción. En “Capitalismo y esclavitud” se ejemplifica de manera simple pero ilustrativa: “Montserrat se convirtió, en gran parte, en una colonia irlandesa, y la pronunciación irlandesa todavía puede ser oída, con frecuencia en muchas zonas de las Antillas Británicas” (Williams, 2011, p. 31).
Otro elemento identitario abordado en ambas obras está relacionado con el establecimiento de los límites entre el Caribe y el resto de Nuestra América a partir del factor étnico. Algunos historiadores precisan que “allí donde el indio impone en el proceso de mestizaje su silencio asiático y se apaga la ruidosa alegría del africano, termina el Caribe y comienza la América Latina” (Duharte, 2004, p. 126). Este aparente divorcio étnico se sustenta sobre la hipótesis de que durante las primeras décadas de la conquista europea del Nuevo Mundo los aborígenes antillanos fueron completamente exterminados. Este criterio es compartido por Juan Bosch y Eric Williams.
Al respecto, el dominicano asevera que:
en sus luchas contra el español, los indios de las islas fueron al fin vencidos y luego desaparecieron, totalmente exterminados, por lo menos como raza y cultura. Igual les sucedió a los caribes de Barlovento en su batalla de casi dos siglos con ingleses y franceses (Bosch, 2009b, p. 21).
Williams por su parte afirma que la historia de los aborígenes del Caribe está inexorablemente relacionada con la labor humanitaria de fray Bartolomé de Las Casas (Williams, 2009, p. 116). Es precisamente al sacerdote español quien inaugura la visión cataclísmica del destino de los aborígenes caribeños. En su “Brevísima relación de la destrucción de las Indias” asegura que habían fenecido 15 000 000 bajo el dominio español, por lo que se enrola en una apasionada defensa de esa población (Williams, 2009, p. 118). Su “Memorial de los Remedios” contiene un proyecto económico social que, aunque nunca se puso en práctica, constituye una aplicación de la razón teológica como base de la interpretación de la realidad americana pensada desde América (Torres, 2015, p. 36).
La opinión del exterminio es ampliamente reivindicada en el siglo XX por reconocidas personalidades como Fernando Ortiz y Julio Le Riverend con quienes, tanto Bosch como Williams tienen asiduos intercambios personales e intelectuales11. Le Riverend afirma que “el choque de la economía y los instrumentos bélicos de los europeos con la economía y el ajuar indígena produjo la destrucción, la pulverización de estos” (Le Riverend, 1965, p. 45). Ciertamente, en el Caribe tiene lugar un proceso de asimilación interétnica forzada iberoaborigen12 durante los primeros dos siglos coloniales, mediante la implementación del sistema de encomiendas y el genocidio poblacional aborigen, que resulta en la transformación de los descendientes mestizos en transmisores de la cultura de dominación.
El sistema de explotación al que somete España a los habitantes de la región es despiadado y produce una desaparición casi total de la población aborigen, pero dejan como herencia sus costumbres, tradiciones y lengua. Según los últimos estudios antropológicos y arqueológicos, todavía existen sus genes en los habitantes de la región. No obstante, hubo una disminución considerable de la población que fue sustituida por africanos traídos en condición de esclavos.
Este criterio de la desaparición de los aborígenes es propio de la década de 1960, cuando la antropología naciente en la región está impregnada de las ideas de la antropología colonialista europea de la posguerra. Estos antropólogos, después de 1945, comienzan a interesarse por otras áreas del sur global, pero su metodología es simplista en cuanto al análisis de estas sociedades al considerarlas representantes de la barbarie. Personalidades como Fernando Ortiz tratan de eliminar ese criterio, pero es el predominante; incluso él se hace eco de ello. No es hasta finales de los años 1990 cuando la antropología y la arqueología comienzan los estudios de campo y se encontraron con comunidades aborígenes y vestigios de sus tradiciones originarias.
En este sentido, recientes investigaciones etnográficas y antropológicas indican que la herencia aborigen en las Antillas, aunque marcadamente mestizada, ha sobrevivido a los excesos de los colonialismos europeos y norteamericano. Si se tiene en cuenta que “el término genocidio remite al exterminio físico de una minoría racial, el de etnocidio se refiere a la destrucción sistemática de sus modos de vida y de pensamiento, es decir de su cultura” (Clastres, 1996, p. 56), lo que sucede con los aborígenes antillanos es un genocidio demográfico y no un etnocidio. La cultura, intrínsecamente relacionada con las estructuras de larga duración histórica, se manifiesta a través de un complejo sistema de relaciones sociales que comprenden tanto la continuidad como la ruptura; por tanto, persiste a la finitud de la condición humana. Es por ello que la disminución del número de aborígenes no implica el exterminio total de su legado cultural ni de toda su descendencia.
Desde el punto de vista espiritual, la tradición de rebeldía y lucha de los primeros pobladores, quienes se apalencan o prefieren el suicidio antes que someterse al dominio colonial europeo, es asimilada por los africanos y demás descendientes para convertirla en uno de los rasgos característicos de los habitantes del Caribe. Tampoco desde la perspectiva antropomórfica desaparecen completamente -al menos en las Antillas Mayores- pues en el siglo XIX fueron localizados algunos de sus descendientes en archivos parroquiales de la ciudad de Holguín, en Cuba, y en la actualidad se les encuentra marcadamente mestizados como parte de la población cubana en la provincia de Guantánamo (Guanche, 2008; Larramendi, 2022)
La considerable disminución de los aborígenes en el Caribe y el auge del capitalismo mercantil imponen la necesidad de mano de obra que es eventualmente resuelta a través de la trata africana. Con ello, se inauguran dos procesos que tienen importantes consecuencias en el posterior devenir de la región y del mundo: la esclavitud y las migraciones, ambas inextricablemente relacionadas.
Tanto Juan Bosch como Eric Williams señalan a Bartolomé de Las Casas como el ideólogo de la esclavitud negra por indicar la resistencia superior del negro con respecto al aborigen. Sin embargo, es necesario matizar tal criterio, pues hacer responsable a un solo hombre de uno de los más grande genocidios de la historia de la humanidad es reduccionista. En su Memorial de los Remedios, De las Casas plantea:
los indios no se los han dado sino para que los enseñen y adoctrinasen […] hánlos muertos y no enseñado: y porque no maten los que quedan, se los saca de poder; y cesando el cargo, debria cesar el provecho, así que harto bien se les hará, no debiéndoles nada, mayormente que puedan entender en muchas granjerías, dándoles su Alteza licencia para ello y haciéndoles, merced de que puedan tener esclavos negros y blancos, que los puedan llevar de Castilla (Torres, 2015, p. 36).
Para desentrañar la leyenda negra tejida alrededor del fraile sevillano es necesario recordar que la esclavitud era un fenómeno ampliamente practicado en Europa antes de 1492 y no tenía una connotación racial, sino que un hombre o una mujer se convertían en esclavos por razones religiosas o por derecho de conquista, por lo que a América llegaron esclavos de todos los colores. Tampoco es ocioso precisar que los primeros esclavos negros del Nuevo Mundo no provenían de África sino de España, pues al seguir los consejos de la Inquisición y para evitar sublevaciones, solo enviaban esclavos ya cristianizados y que supieran hablar español. Es el sustancioso negocio reportado por el comercio en las costas africanas y la escasez de ese tipo de esclavos lo que provoca la sustitución de los blancos por los negros. Eric Williams lega la tesis del origen económico del racismo:
La servidumbre de los blancos fue la base histórica sobre la que se construyó la esclavitud de los negros. Los capataces de reos en las plantaciones se transformaron sin esfuerzo en capataces de esclavos […] He aquí, pues el origen de la esclavitud de los negros. La razón era económica, no racial; no tenía nada que ver con el color del trabajador, sino con los bajos costes de su trabajo. Comparado con el trabajo de indios y de los blancos, el del esclavo negro era eminentemente superior. Los rasgos del hombre […] tan ampliamente comentados, fueron sólo las posteriores racionalizaciones que se emplearon para justificar un simple hecho económico: que las colonias necesitaban trabajo y recurrían al trabajo de los negros porque era el más barato y mejor. Esto no era una teoría, era una conclusión práctica que se deducía de la experiencia personal del colono (Williams, 2011, pp. 38-39).
Además, De las Casas se dirige en su Memorial al rey Fernando II el Católico, monarca español, no a las otras casas reales europeas que tienen un papel activo en la trata y la esclavitud y que inician la economía plantacionista desde el siglo XVI, sistema que España no desarrolla intensivamente sino hasta el siglo XVIII. El capitalismo, sistema global capaz de subordinar a sus imperativos formas de explotación propias de los sistemas económicos que le precedieron, es el partero de la esclavitud en América. Esa institución -calificada como anomalía por Carlos Marx- es esencial en el proceso de acumulación originaria del capital; en sus propias palabras:
Sin esclavitud no habría algodón, sin algodón no habría industria moderna. La esclavitud ha dado su valor a las colonias: las colonias han creado el comercio universal, el comercio universal es la condición necesaria de la gran industria. Por tanto, la esclavitud es una categoría económica de la más alta importancia (Marx, 1846, p. 2).
La esclavitud durante todo el siglo XVI favorece el desarrollo del capitalismo como formación económico social. Debido fundamentalmente a la rápida capitalización de los imperios, que propicia las grandes sumas de dinero por la venta de esclavos traídos de África para trabajar en territorios americanos. El comercio triangular es un ejemplo de ello. Bosch (2009b), en su libro, lo fundamenta de la siguiente manera:
Por la vía del comercio esclavista, los países que traficaban con esclavos del África sustraían las riquezas que España sacaba de América; por lo menos, sustraían una parte importante de esas riquezas. Una porción del capital acumulado mediante la venta de esclavos se empleaba en la manufactura de productos que se vendían de contrabando en el Caribe, de manera que además de ganarles dinero vendiéndoles esclavos, los tratantes de negros les ganaban también dinero a los españoles del Caribe vendiéndoles esos productos manufacturados; por último, los buques negreros volvían a Europa cargados con maderas, azúcares, cueros, sal y otras mercancías sacadas del Caribe, también de contrabando, con lo cual se obtenían beneficios adicionales (Bosch, 2009b, p. 198).
Con la búsqueda del carácter legal de la esclavitud se inaugura el racionalismo de dicha institución en un momento histórico de singular importancia para los derechos humanos. En el siglo XVII los argumentos se sustentan en que la esclavitud es justificable en tanto provine de la guerra, del deber religioso de cristianizar a miembros de una cultura idólatra, y como justo pago por un crimen. Ninguno de ellos niega la condición humana de los negros, por lo que la tesis de Eric Williams acerca de que la ideología del racismo europeo no precede, sino que se instituye como consecuencia del sistema esclavista, tiene plena vigencia. Esta ideología, como ya se ha apuntado, toma connotaciones disímiles -ya culturales, ya biológicas- en dependencia de las regiones del Caribe y, lejos de desaparecer, se intensifica tras la abolición de la esclavitud.
En cuanto a las migraciones, son un fenómeno igualmente milenario a través del cual arriban a las Antillas los primeros pobladores provenientes de Centro y Suramérica y de la Península de la Florida. Para la época histórica de los albores del capitalismo resultan imprescindibles, pues proveen de mano de obra barata a los centros productores de materias primas y posteriormente las industrias.
Tanto Bosch como Williams coinciden en esta apreciación y a lo largo de sus obras establecen una suerte de cronología para comprender los procesos migratorios que, grosso modo, se puede resumir en tres etapas. La primera se refiere a la esclavitud caracterizada por la inmigración forzada de población africana. La segunda etapa, la postemancipatoria, implica el traslado hacia las ciudades o hacia otros territorios en el campo en busca de mejores salarios, así como la importación de mano de obra asiática e intercaribeña en condiciones de semiesclavitud y europea en calidad de colonos. La diversidad étnica y cultural convergente en este espacio geográfico restringido convierten al Caribe en una Babel moderna que impide su desmembramiento por obra de la transculturación.
La tercera etapa -posterior a la Segunda Guerra Mundial- se caracteriza por un incremento de la emigración hacia los países desarrollados, dejando como consecuencia un déficit laboral en la región. Paradójicamente, el Caribe, tradicionalmente receptor de inmigrantes, se convierte en un área de emigración. Esta es, entre otras, una de las causas de que la economía caribeña -sobre todo la antillana- se haya desplazado del área de la producción a la de los servicios, siendo el turismo una de las pocas industrias existentes.
Al respecto el poeta santaluciano Derek Walcott recrea:
En nuestros folletos turísticos, el mar Caribe es una piscina azul en la cual la república balancea el pie extendido de Florida, mientras oscilan islas de caucho inflado, y flotan en una pequeña balsa hacia el mar bebidas con sombrillas. Así es como las islas, apremiadas por la necesidad, se venden. Esta es la erosión de temporada de su identidad, una repetición intensa de imágenes de servicio que no permiten distinguir a una isla de otra; con un futuro de puertos contaminados y tierras negociadas por ministros. Y todo esto es dirigido al son de la música de Happy Hour y el rictus de una sonrisa. ¿Qué es el paraíso terrenal para nuestros visitantes? Dos semanas sin lluvia y un bronceado de caoba, y a la puesta del sol trovadores locales con sombreros de palma y camisas floreadas interpretando Yellow Bird o Banana Boat Song hasta la muerte (Walcott, 2003, p. 65).
Las transformaciones globales del sistema capitalista han provocado que los emigrados caribeños no sean solamente -como antaño- mano de obra barata dispuesta a aceptar fuentes de trabajo relegadas por los nativos, sino que entre ellos se encuentran profesionales altamente calificados; con lo cual se deconstruye el mito de infertilidad intelectual y científica por no contar con tecnología o financiamientos en sus países de origen y verse compelidos a buscar su realización profesional y personal en el extranjero.
Desde el punto de vista financiero, la emigración caribeña también tiene implicaciones. Según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), el impacto macroeconómico de las remesas para los países caribeños en el 2003 ascendió al 24.2% y el 12.2% del PIB de Haití y Jamaica, respectivamente. Ese organismo económico regional rebela que los países del área que más remesas reciben son República Dominicana, Cuba, Haití y Jamaica. Estas divisas son de extraordinaria importancia para la dinámica económica de los países del Caribe, pues como ya se ha apuntado, las industrias exportadoras de bienes no son abundantes en la región. Estados Unidos de América es el principal país receptor de emigrantes caribeños en el continente.
Precisamente, el último imperio en llegar al Caribe es el estadounidense. España abandona para siempre su frontera del Caribe y su vacío lo ocupa otro poder. Al tomar el Mayor general John Rutter Brooke el mando de Puerto Rico, el 18 de octubre de 1898, comienza en el Caribe el siglo del imperio norteamericano y ese hecho queda confirmado cuando el propio militar estadounidense toma el mando de Cuba el 1 de enero de 1899. Aunque tardío con respecto a los europeos, ha impuesto su singularidad en la forma de dominación al establecer nuevos métodos de colonización. Uno de ellos, la subversión -reconocido por Juan Bosch-, ha sido muy útil para garantizar el dominio yanqui sobre la zona y evitar el uso de la fuerza a gran escala (Bosch, 2009b, p. 63). A la separación de Panamá de Colombia, le siguieron otros hechos como la injerencia en asuntos diplomáticos en Cuba y en la actualidad, las campañas mediáticas contra países de la región como Venezuela.
La dominación norteamericana introduce cambios radicales en el Caribe, acentuando los rasgos de dominación capitalista y la deformación estructural de las economías de los diferentes países. Propicia el intercambio con una nueva cultura, en este caso la anglosajona, aportadora para la identidad caribeña y, a su vez, piedra angular en los planes de dominación. Los Estados Unidos de América ejercen un dominio político y económico sobre muchos territorios del continente americano y son la fuerza extranjera de mayor alcance y peligrosidad en la zona caribeña, frente a los intereses comunes del área. Bosch reconoce que “Norteamérica es un país que ha dado estupendos negociantes; sin embargo, esos negociantes y los políticos que los dirigen no han alcanzado a darse cuenta de que es mal negocio jugar con los sentimientos de otros pueblos” (Bosch, 2009b, p. 698). La dominación norteamericana en el Caribe ha soslayado arbitrariamente los principios fundacionales de la Carta de las Naciones Unidas y ha dejado a su merced a los habitantes de esta extensa región.
La Revolución Cubana como momento decisivo en la historia del Caribe
Como punto culminante de ambas obras se encuentra el análisis de la primera década de vida de la Revolución Cubana. Los autores tratan la temática desde diferentes perspectivas: Juan Bosch se centra en los sucesos acaecidos en abril de 1961, en Playa Girón, y su importancia para las relaciones entre Estados Unidos y el Caribe, mientras que Eric Williams dedica sus esfuerzos intelectuales al análisis crítico de los logros y dificultades del entonces naciente proceso revolucionario.
Puede considerarse que, en este tema en particular, difieren desde la propia nomenclatura de los capítulos. Mientras Bosch considera a la Revolución Cubana como una nueva etapa en la historia del Caribe, Williams la asume como “un tardío intento de ponerse al día con el movimiento nacionalista del resto de la región” (Williams, 2009, p. 590); mientras que para el primero el líder cubano es Fidel, para el segundo es Castro -el lenguaje no es inocente-.
Eric Williams, después de realizar un análisis sobre los procesos revolucionarios anteriores a la revolución cubana, plantea que la revolución social debe ir a la psicología de los pueblos. El cambio más allá de teorías y políticas debe radicar en la expulsión de las ideas de dependencia y constituye en un proceso fundamental para la descolonización de las Antillas Menores:
La tarea es ahora lograr que los pueblos de las Indias Occidentales cesen de ser “aprendices aptos” y se conviertan en inmediatos innovadores “en cualquier sección concebible de la cultura civilizada”. Los requerimientos para esta transmutación son de dos clases: una revolución psicológica entre los mismos pueblos caribeños y la empatía con las aspiraciones caribeñas. Esta revolución y esta empatía deben apoyarse en una mejor percepción de los pueblos, tanto los caribeños como los metropolitanos, del verdadero significado de la experiencia histórica del Caribe, una experiencia que debe situarse dentro del más amplio contexto de las relaciones en desarrollo entre los países adelantados y el Tercer Mundo, y dentro del marco de la historia del Nuevo Mundo[…] De hecho requiere la “revolución psicológica” que he mencionado antes: la expulsión del estado mental de dependencia que la historia ha legado a los pueblos de las Indias Occidentales (Williams, 2011).
Ambos coinciden, sin embargo, en que la declaración del carácter socialista de la Revolución Cubana es el resultado de la política agresiva e inflexible del gobierno de los Estados Unidos. Esta es una idea latente en el seno de la sociedad cubana desde las primeras décadas del siglo XX. Al respecto, el investigador cubano Fernando Martínez Heredia señala:
El radicalismo en la Revolución del 30 asumió el antimperialismo y el socialismo, dos nuevas dimensiones respecto al patriotismo nacionalista y la ideología mambisa de los radicales previos […] para ser antimperialista de manera eficaz en Cuba hay que ser socialista; para ser realmente socialista, es forzoso ser antimperialista […] Ambos, y la necesidad de su unión, quedaron latentes en los ríos profundos de la conciencia, pero fue tan larga su ausencia que solo la Revolución triunfante de 1959 pudo hacerlos retornar, unidos, y ponerlos en el centro de la política y las ideas. (Martínez, 2007, p. 11).
El periodista norteamericano Herbert Matthewes -refiriéndose al papel desempeñado por Estados Unidos en tal sentido- asevera que el comunismo no es la causa de la Revolución Cubana, sino su resultado (Williams, 2009). Aunque esa apreciación no es desacertada, es preciso señalar que el tránsito del carácter meramente nacionalista de la Revolución al socialista, fue multicausal. La mayoría de los historiadores cubanos coinciden en que son cuatro los móviles de la transición al socialismo en Cuba y responden tanto a factores internos como externos. A saber, la correlación de fuerzas favorables al socialismo existente en el mundo en aquel entonces, la política hegemónica, agresiva e intolerante de los Estados Unidos, la actitud solidaria e inteligente de la Unión Soviética, y la ideología marxista del liderazgo revolucionario, en particular el papel desempeñado por Fidel Castro.
Sin embargo, estos aspectos tampoco son suficientes para explicar que una ideología cuyos resultados de aplicación al otro lado del mundo resultaron ser tan contradictorios, encontrara terreno fértil en una isla del Caribe. Siguiendo los análisis de Fernando Martínez Heredia, existen en Cuba -desde la segunda década del siglo XX- dos líneas claramente definidas de socialismo como política e ideología revolucionaria: la de un socialismo cubano, y la de un socialismo inscrito en el movimiento comunista internacional. Las disputas entre ambas explican numerosas polémicas del proceso revolucionario cubano posterior a 1959 y también que todavía hoy se discuta sobre socialismo en la Isla.
Martínez Heredia explica que las fuentes fundamentales de la vertiente del socialismo cubano son, en esencia, tres:
a) la gran revolución popular de independencia con una ideología radical y democrática que creó la nación, hizo inevitable la existencia del Estado nacional y formó como sus ciudadanos y en aquella ideología a una parte enorme de la población; b) la cultura adquirida mediante las luchas, las prácticas y las ideas del nacionalismo, la democracia, el antimperialismo, la justicia social y el socialismo durante la república burguesa neocolonial, que incluyeron la Revolución del 30; c) los ideales, la organización, la estrategia y las ideas de la insurrección que se desplegaron en los años cincuenta (Martínez, 2007, p. 42).
He aquí la defensa del socialismo cubano como la resultante histórica de una continuidad de pensamiento -entendida la continuidad como superación dialéctica- cuyas bases son la soberanía, el nacionalismo antimperialista y la justicia social. Este es el socialismo que, en la teoría y en la práctica, pugna por hacerse hegemónico en el momento histórico que analizan las obras de Bosch y Williams; independientemente de que, a partir de la década de 1970, haya sido relegado casi por completo para ser sustituido por la línea que Fernando Martínez Heredia describe como inscrita en el movimiento comunista internacional. Esta opción demostró sus falencias en el mundo soviético al dar al traste con la experiencia del llamado socialismo real. En Cuba, también ha demostrado su inoperatividad; aun así, cuantiosos procesos en la Isla siguen sometidos a tales prácticas.
Especial atención merecen las apreciaciones de Eric Williams con respecto a la Campaña de Alfabetización, pues auxiliándose de criterios de terceros pone en tela de juicio sus resultados basándose en los costos del material gastable y humano. Cita Williams a Goldenberg:
Lo que Cuba necesitaba sobre todo eran técnicos de todo tipo y nivel, y parecía ridículo cerrar todas las escuelas secundarias durante ocho meses para reclutar una proporción considerable de profesores de primaria en las campañas de alfabetización. Los resultados fueron dudosos (Williams, 2009, p. 605).
Para que una revolución lo sea verdaderamente, no basta con cambios en las estructuras económicas y políticas, sino que son necesarias profundas transformaciones culturales que permitan transmutar ideologías y moldear mentalidades. La historia ha demostrado que acceder y detentar el poder es difícil sin ejercer una hegemonía efectiva sobre las masas; la educación es una de las formas hegemónicas más poderosas. Para que Cuba sea libre, soy yo maestro de escuela, sentenció José de la Luz y Caballero en el siglo XIX (Torres, 2015, p. 98).
Conclusiones
El Caribe ha jugado un papel extraordinario en el devenir histórico de la humanidad. Su posición geográfica privilegiada lo ha situado en el centro de la disputa de los grandes imperios coloniales: así comienza su libro Juan Boch, De Cristóbal Colón a Fidel Castro. El Caribe frontera imperial, donde recrea la historia de esta región desde la llegada de los europeos a finales del siglo XV hasta el triunfo de la Revolución Cubana en 1959. A más de cincuenta años de su publicación, la actualidad de sus análisis permite comprender los variados fenómenos ocurridos al interior de los países caribeños y delinear una futura estrategia política, económica y social en el marco de la comprensión holística de la historia.
La historia del Caribe ha estado vinculada directamente a varios procesos exógenos que han marcado el devenir de sus pueblos. A la vez, esta región ha generado acontecimientos internos como representación de la crisis de los sistemas de dominación imperiales. El Caribe, en la actualidad, conserva su posición geopolítica privilegiada que hace de sus tierras y mares allende un lugar paradisiaco para el desarrollo de grandes empresas. Esto ha dado lugar a disímiles disputas por conservar el dominio sobre estas tierras estratégicas para ambos continentes, un punto de encuentro y bastión ineludible de la fortaleza de los imperios coloniales a lo largo de la historia. Como colofón de esta situación, se encuentra la isla de Cuba, considerada la Llave del Golfo y del Nuevo Mundo.
Las obras en cuestión analizan la historia del Caribe desde una visión nacionalista. Ambas recrean diversos períodos del desarrollo de estos pueblos apoyándose en hitos que son culminantes en su devenir como región histórica. También hacen referencia al pasado común de estos países, situando en el centro del debate el dominio colonial, la esclavitud, la lucha por la independencia, la interrelación entre la cultura regional y el sometimiento al poder de los Estados Unidos. Pero a su vez, confieren unidad a la región del Caribe a partir de teorizaciones desde una diversidad de enfoques como el geográfico, geoestratégico, la economía y los procesos culturales siendo la identidad definitoria en la concepción del Caribe como una región. En el caso de Bosch sobresale un análisis más geopolítico donde expone los procesos propios del área y como otros como el colonialismo y el neocolonialismo ejercen influencia en la región. En el caso de Williams, se centra en insertar las lógicas de la evolución económica del Caribe en las dinámicas del capitalismo mundial. Estas obras constituyen un ejemplo de producción historiográfica de enfoque decolonial, a partir de las críticas que realizan a procesos como el colonialismo, el neocolonialismo, el imperialismo, el racismo e incluso el eurocentrismo epistémico.