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Agricultura, sociedad y desarrollo

Print version ISSN 1870-5472

agric. soc. desarro vol.13 n.2 Texcoco Apr./Jun. 2016

 

Reseña

Esperanza Penagos Belman. Con la tierra entre las manos. Análisis de dos organizaciones campesinas del Noroeste de Chihuahua y su lucha por la supervivencia. Escuela de Antropología e Historia del Norte de México

Luis Vázquez-León1 

1 CIESAS de Occidente, Guadalajara. México. (lvazquez@ciesas.edu.mx).

Penagos Belman, Esperanza. Con la tierra entre las manos. análisis de dos organizaciones Campesinas del noroeste de Chihuahua y su lucha por la supervivencia. Escuela de Antropología e Historia del Norte de México, EAHNM, INAH, CONACULTA, 2015. De luchas, supervivencias y fracasos campesinos en Chihuahua,


El norte de México suele ser olvidado cuando se habla de tipos y movimientos campesinos, lo que es una impostura actual; en mucho atribuible a la banalidad de las modas intelectuales de no pocos estudiosos, ahora extasiados con el “giro cultural”, a raíz de lo cual solo ven indígenas donde antes veíamos campesinos. El libro de Esperanza Penagos Belman, Con la tierra entre las manos. Análisis de dos organizaciones campesinas del Noroeste de Chihuahua y su lucha por la supervivencia (Escuela de Antropología e Historia del Norte de México, Chihuahua, 2015), ha venido a corregir este estrabismo académico. El desarrollo económico rural implicado en cada región puede inducir a respuestas variadas en las localidades rurales. La mayor ha sido la migración, pero no es la única. Otra es la supervivencia “con las armas de los débiles”. Desde luego, cuenta la visibilidad propagandística desplegada -algo que los movimientos indígenas han sabido usar en su favor desde 1994, pero es determinante que el Estado central los conciba como importantes para su propia supervivencia. Los campesinos ya no son ni serán nunca más los “hijos predilectos del régimen”, como rezaba el conocido estudio de Arturo Warman. Por tanto, los estudiosos saben que no serán recompensados si siguen insistiendo en su visibilidad cuando lo que se desea es su invisibilidad como multitud subestimable.

Penagos lo dice de la siguiente manera contrastante entre regiones contiguas: mientras en la sierra los pueblos rarámuri son motivo de atención preferente y beneficio exclusivo de iglesias y organismos gubernamentales y no gubernamentales, en el noroeste del estado hay una completa “desvalorización y el desprecio de ser campesino o ranchero” (pp.101 y 151). Las causas son económicas en última instancia pero también de prestigio, y ella dedica sus dos primeros capítulos a mostrarlo, desde la crisis agrícola de 1965-1980, pasando por el ajuste estructural entre 1982-1988 y por último las reformas posteriores a 1991. Fue justo en este “giro indígena” (¡y neoliberal!) que el Estado central abandonó por completo regiones campesinas por todo el país. Hablamos aquí de una región agrícola ubicada en los municipios de Temósachi y Gómez Farías (examinada en el tercer capítulo) y que fue seleccionada por la autora precisamente por ser un escenario de luchas de resistencia campesina.

La autora reconstruye, en el capítulo cuarto, los movimientos campesinos estructurados desde la época del ajuste estructural, tales como la Alianza Campesina del Noroeste, la Unión para el Progreso de los Campesinos de La Laguna de Bustillos, el Movimiento Democrático Campesino y el Frente Democrático Campesino. Desde luego que es una reconstrucción histórica hecha con base en el estudio de otros estudiosos que siguieron de cerca estos movimientos de resistencia. Pero lo que Penagos aporta son los testimonios orales de miembros de la Tienda Cooperativa de Mujeres Unidas en Temósachi y de la Organización de Productores Unidos de Cologachi, ambas ubicadas en la esfera del consumo y la comercialización. No oculta que ella esperaba encontrar una respuesta social más fuerte. No la hubo. Los testimonios le indicaron otras respuestas, que se inician con la pérdida del tutelaje estatal y desarrollos que en las regiones cercanas restructuraron los mercados laborales, incluida la maquila establecida en Madera, Matachi y Gómez Farías; cambio en los patrones productivos; jornalerismo en el municipio de Guerrero y en Estados Unidos. Se había entrado en una fase de franca supervivencia, esa especie de darwinismo social tácito que trajo aparejado todo el reordenamiento (esta no es idea mía, sino de uno de los ejidatarios del estudio, quién habla de la “primera selección natural” de los supervivientes del desastre, p. 186).

El último capítulo, donde se ocupa específicamente de esas dos organizaciones en Temósachi y Gómez Farías, es pródigo en testimonios muy claridosos de parte de los campesinos que vivieron los días de auge tutelado sin prever la caída. Uno de ellos lo dice tal cual: “Nosotros mismos tenemos la culpa (...) Sí nos organizamos, pero poco a poco nos fuimos desbaratando” (p.175). Otro más señala: “Yo creo que nos faltó visión porque todavía seguimos insistiendo en por qué no se apoyaba al campo; si hubiéramos entendido yo creo que a lo mejor nos hubiéramos replegado en las comunidades en sociedades de producción rural, no sé, en pequeños grupos, aunque después hiciéramos una coordinación entre ellos” (p.184).

Por esta senda testimonial, Penagos va haciendo sus propias observaciones, necesarias además porque incidieron en su trabajo de campo. Lo que percibió es más preocupante aún: no es la supuesta ausencia de comunidad -un asunto que sigue inquietando a muchos estudiosos en Chihuahua- sino “un panorama de desaliento generalizado entre la población” (p.194). Este sentimiento hobbesiano hace difícil las respuestas organizadas, no se diga las de la cooperación. La autora no profundiza en ese fenómeno que Richard Sennett llamó la “psicología del retraimiento”, simultáneo al debilitamiento de la cooperación. Cree francamente que no es ajena la Guerra al Narcotráfico, con cruentos saldos violentos en todo el estado de Chihuahua, si bien es algo más profundo “no solo por la violencia actual en la región sino por la ruptura de la confianza social y establecimiento de relaciones sociales ligadas a actividades fuera de la ley” (p.194). Y agrega, casi al final: “Desaparecidos los apoyos gubernamentales, no supieron cómo actuar ni cómo reelaborar sus ‘vínculos asociativos’; así, con la llegada masiva del influjo migratorio y el establecimiento de la violencia, los escasos vínculos desaparecieron definitivamente” (p.196).

Hasta aquí el orden mismo del libro y su argumentación central. Hay otros aportes que merecerían mayor atención como son la ruptura del latifundio de Randolph Hearst (el Citizen Kane de Orson Wells), las comunidades indígenas tuteladas del latifundio jesuita colonial, el surgimiento de la sociedad ranchera, las colonias como forma alternativa de tenencia de la tierra, además de los ejidos, etcétera. Por razones de espacio no me queda sino recomendar ampliamente la lectura de este libro.

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