Los símbolos de prestigio y poder
Diversos estudios refieren que la élite maya de las Tierras Bajas del sur (Figura 1), en el periodo Clásico (200-900 d.C.), denotaba su estatus y poder a través de la ostentación de títulos, actitudes, posturas, ornamentos y objetos (Bishop y Cartmill, 2020; Halperin, Hruby y Mongelluzzo, 2018; Houston y Stuart, 2001; Marcus, 2006; V. Miller, 1983; Velásquez, 2019; Wright y Lemos, 2018); ello no sólo ponía de manifiesto el poder de un individuo o grupo social sino también su prestigio, por lo que consideramos adecuado denominarles “símbolos de prestigio y poder”, con base en lo que a continuación precisamos.
Símbolo, prestigio y poder
El concepto de símbolo ha sido utilizado en la antropología para estudiar mitos y rituales, además de procesos sociales como la comunicación y las relaciones de poder. Al respecto, consideramos la conceptualización de Víctor Turner, quien entiende al símbolo como aquello que por consenso general representa algo debido a sus cualidades análogas o por la asociación de hechos y/o de pensamientos, de tal manera que el símbolo conecta lo desconocido con lo conocido (Turner, 2007: 21, 53). Los símbolos pueden ser objetos, actividades, relaciones, acontecimientos, gestos y unidades espaciales en un contexto ritual que se asocian a los intereses, propósitos, fines y medios de una sociedad, tanto si éstos están explícitamente formulados como si han de inferirse a partir de la conducta observada (Turner, 2007: 21-22).
Por su parte, el prestigio se refiere al respeto y la deferencia libremente conferida a un individuo por otros, no obligados a través de la violencia, la amenaza o la coerción, es así que el prestigio se asocia con la autoridad y con una forma de poder social (Plourde, 2009: 267). El individuo que tiene prestigio es escuchado, “su opinión es fuertemente ponderada (no obedecida) porque la persona disfruta de crédito, estimación, o reputación en la opinión general” (Heinrich y Gil-White, 2001: 168). La habilidad y el conocimiento individual dan origen al prestigio personal y pueden llegar a ser aprendidos, pero su grado de transmisión es estrictamente vertical (desde los padres a otros parientes cercanos), por lo que la oportunidad de adquirir los beneficios que produce el prestigio es limitada (Heinrich y Gil-White, 2001: 173-174).
Finalmente, el poder es un concepto que se ha desarrollado en antropología y sociología a través de diversos enfoques; en el presente estudio retomamos la concepción de Michael Mann (1986), quien definió al poder como la habilidad de perseguir y obtener metas a través de la dominación del entorno propio (Mann, 1986: 6); el cual comprende dos aspectos, el distributivo y el colectivo; el primero alude a la dominación ejercida sobre otros individuos en tanto que el segundo refiere a la cooperación entre individuos que les permite ejercer un poder conjunto sobre terceros o la naturaleza (Mann, 1986: 6). Ambos aspectos se hayan presentes en las relaciones sociales, entrelazados y operando simultáneamente (Mann, 1986: 6-7), sin embargo, ambos deben ser institucionalizados de alguna manera para ejercerse como poder social.
El poder social se fundamenta en cuatro fuentes que son: a) la ideológica, que refiere a la cosmovisión, al comportamiento, a la religión y al ritual; b) la económica, que incluye los procesos de producción, distribución y consumo tanto de bienes como de servicios; c) la militar, que manifiesta la capacidad defensiva y ofensiva para llevar a cabo un enfrentamiento entre individuos o agrupaciones sociales; y d) la política, que alude al dominio de las relaciones sociales de manera centralizada, institucional y territorial (Mann, 1986: 10-11).
Conceptualización de los símbolos de prestigio y poder
Lo expuesto permite señalar que el prestigio y el poder son conceptos que, aunque no son análogos, refieren a una preponderancia socialmente reconocida; por su parte, el prestigio representa respeto y deferencia que no implica coerción, el cual se gana por habilidades y conocimientos individuales, en tanto que el poder además incluye a la dominación coercitiva, generalmente institucionalizada en sociedades estatales, como es el caso de los mayas del Clásico.
Por lo tanto, al referirse a los símbolos de prestigio y poder, en el presente trabajo se alude a todos aquellos: títulos, actitudes, comportamientos, ornamentos y objetos que cuentan con una serie de atributos sensorialmente perceptibles que en su conjunto indican el estatus social que tiene un individuo o grupo, así como el prestigio del que goza, el poder efectivo que ejerce dentro del sistema social y su capacidad de acción.
Los atributos que caracterizan a los símbolos de prestigio y poder pueden variar entre sistemas sociales debido a que el significado simbólico se origina dentro de una colectividad sometida a factores geográficos, sociales e históricos específicos, aunque también puede ser posible que suceda el caso contrario, no sólo en sociedades cercanas, sino también entre aquellas alejadas en tiempo y espacio, lo cual puede encontrar su fundamento en trayectorias paralelas, es decir en condiciones histórico-sociales similares.
La importancia de la exhibición de los símbolos de prestigio y poder por parte de las élites radica en el hecho de que, en todas las sociedades, el grupo dominante busca mantenerse en el poder sin apelar a la dominación brutal, ni basándose en la sola justificación racional, por lo que recurren tanto a la producción de imágenes como a la manipulación de símbolos para su ordenamiento en un cuadro ceremonial (Balandier, 1994: 18). De manera que para alcanzar una efectiva transmisión al colectivo del mensaje contenido en los símbolos de prestigio y poder, éstos deben ser materializados en una realidad física que pueda ser compartida y experimentada sensorialmente a través de un evento ceremonial, un objeto simbólico, un monumento, algún sistema de escritura o lenguaje tanto verbal como no verbal (DeMarrais, Castillo y Earle, 1996: 16).
Símbolos de prestigio y poder en el Clásico maya
En los estudios sobre los mayas del Clásico se ha señalado la presencia de símbolos de prestigio y poder en las representaciones, las inscripciones y el registro arqueológico asociado a la élite gobernante, por lo que su análisis se ha llevado a cabo desde tres perspectivas: la epigrafía, la iconografía y la arqueología.
Datos epigráficos e iconográficos
Durante el Clásico, la élite de las Tierras Bajas mayas del sur hacía uso de la escritura jeroglífica inscrita en los monumentos y otros objetos para manifestar su prestigio y poder, en tanto que era el vehículo exclusivo de afirmación del linaje de los gobernantes y la manera de registrar acontecimientos (Rivera, 1998: 278; Velásquez, 2012). Los estudios epigráficos indican que los gobernantes se distinguían con el título k’uhul ajaw “Señor Sagrado”, el cual se combinaba con un término geográfico para distinguir su entidad política y territorio, el glifo-emblema (Houston y Stuart, 1996: 295; Stuart, 2005: 265). El adjetivo k’uhul define a los gobernantes como encarnaciones o conductos de lo sagrado en tanto que el término k’uh refiere a los dioses y su estatus divino (Houston y Stuart, 1996: 295). Así también, se sabe que el sucesor al trono que era designado por el gobernante en turno recibía el título de b’aach ch’ok. Adicionalmente, los estudios epigráficos han identificado en diversas inscripciones el título kaloomte’, el cuál si bien aún es motivo de discusión, parece aludir a aquel personaje que tiene el control sobre una amplia región (Houston y Stuart, 2001: 60; Tokovinine, 2008: 171).
Otro título que denotaba un estatus social importante es el del sajal, el cual pudo referir al mandatario local sujeto al k’uhul ajaw de la entidad política en cuestión (Houston y Stuart, 2001: 61). En cuanto a las mujeres de la élite del más alto estatus social, un estudio reciente indica que éstas se identificaban con el título ix ajaw o k’uhul ixik (Tuszynska, 2017: 50-52).
Por otra parte, el estudio iconográfico de los monumentos y vasos decorados apunta que las representaciones de los miembros de la élite gobernante los muestran portando cetros o bastones de mando, espejos de obsidiana, indumentaria elaborada, tocados sofisticados y ricas joyas, además de su asociación a tronos (Garza, 2002: 250; Vidal y Parpal, 2016: 232). Mark Wright (2011: 139) señala que había símbolos de autoridad regionales que identificaban a los gobernantes, siendo los más usuales: la banda en la cabeza de Sak Hu’n/Dios Bufón; un casco de mosaico de jade y concha con plumas de quetzal; el cetro K’awiil; o la barra de serpiente de dos cabezas.
El tocado fue uno de los principales distintivos de la élite gobernante, a la banda de poder que se ataba a la frente de los gobernantes se le conocía como sak hu’n o “banda blanca”, la cual contaba con la figura del Dios Bufón (Ruiz, 2018: 28; Velásquez, 2011: 410; Wright, 2011: 136-137). La presencia de este tocado era la manifestación material de la institución del reinado, por lo que era transmitido de generación en generación (Grube, 2011: 26).
Los estudios también indican la recurrencia de las representaciones de gobernantes portando un cetro con la imagen de la deidad conocida como K’awiil y designado “cetro maniquí” (Coggins, 1988; Garza, 2002: 252; Spinden, 1913: 50-53; Velásquez, 2005: 36; Wright, 2011: 136-137). En los textos jeroglíficos hay alusiones al despliegue ceremonial de este cetro por parte de los gobernantes y se menciona la expresión uch’amaw K’awiil “él recibió [el] K’awiil”, la cual puede hacer referencia a la entronización del soberano, a la designación del futuro gobernante a los seis años o bien a algún rito de aniversario en el reino (Velásquez, 2005: 36; Wright, 2011: 136). Trabajos recientes señalan que las representaciones de K’awiil con los gobernantes no sólo se reducen a los cetros, sino también al interior de una barra ceremonial o únicamente al uso de su cabeza (Valencia, 2016: 399).
El análisis iconográfico también refiere a las joyas con las que se representa a la élite en monumentos pétreos y vasijas de cerámica, principalmente de jade (Halperin, Hruby y Mongelluzzo, 2018: 758-759), aunque también las había de concha u obsidiana, siendo frecuentes las cuentas y las orejeras en forma de discos sujetos a los lóbulos por piezas tubulares que los atraviesan (Schele y Miller, 1986: 66-69; Vidal y Parpal, 2016: 233-234), además de las pulseras y muñequeras, seguramente de jade y concha (Vidal y Parpal, 2016: 233-234). Las escenas denotan que los varones de la élite solían exhibir pectorales en lugar de colgantes (Vidal y Parpal, 2016: 235). Otros atavíos como el cinturón, el braguero, las ajorcas y las lanzas también constituyeron símbolos de prestigio y poder del gobernante debido a que aludían a sus distintas funciones (Garza, 2002: 251-252).
Por otro lado, existen estudios que señalan la estrecha vinculación entre gobernantes y tronos, los cuales fungen como un símbolo de prestigio y poder (Garza, 2002: 252; Salazar, 2015; Wright, 2011: 172-175). Los tronos podían estar profusamente decorados o carecer de ornamentación, incluso estar forrados con piel de jaguar o tener su forma, como se aprecia en Palenque, Uxmal y Chichén Itzá (Saunders, 2005: 24-25; Valverde, 1996: 30; Wright, 2011: 174).
El jaguar fue un signo de autoridad entre los mayas (Garza, 2002: 251; Valverde, 1996: 30, 2004: 201-219), y de acuerdo a Erik Velásquez (2011: 427), fue protector del soberano y patrono de varias dinastías reales, además de que la fuerza y vigor de estos felinos se convirtió en símbolo del dominio señorial, asociado con la esencia misma del poder. Los gobernantes de muchas de las grandes ciudades de las Tierras Bajas, como Tikal y Calakmul, llevaron el nombre del jaguar en diversos contextos (Harrison, 2008: 118), incluso al momento de entronizarse, los gobernantes se sentaban en un cojín de piel de jaguar (Wright, 2011: 138).
Entre los objetos que también se asociaron a los gobernantes se encuentra la estera o petate, que era un símbolo de poder (Rivera, 1998: 280; Salazar, 2015; Valverde, 1996: 30), y el “bulto sagrado”, envoltorio que portan algunos personajes en representaciones (en Yaxchilán es el caso de los Dinteles 1, 5, 7, 32, 53 y 54), donde un personaje femenino entrega el bulto al gobernante (Garza, 2002: 252; Sotelo y Valverde, 1992: 207, 210).
Finalmente, se deben mencionar los gestos, las actitudes y los comportamientos que hacían los miembros de la élite para poner de manifiesto su autoridad (Miller, 1983). Los estudios de estas representaciones han señalado que la completa postura frontal del cuerpo, con las piernas cruzadas en posición sedente es adoptada por las figuras principales en el arte maya y denota un mensaje de grandeza y majestuosidad, lo atemporal y lo arquetípico (Salazar, 2015; Velásquez, 2011: 422-423).
Retomando lo expuesto, se puede resumir que los estudios epigráficos e iconográficos indican que entre los símbolos de prestigio y poder de los gobernantes mayas del Clásico se encuentran: el título de k’uhul ajaw “Señor Sagrado”; los cetros o bastones de mando (comúnmente con la representación del dios K’awiil); los tocados; los ornamentos de jade y concha (principalmente orejeras, colgantes y muñequeras); los tronos; las esteras y petates; la alusión al jaguar; los bultos sagrados; y la postura frontal con piernas cruzadas en posición sedente.
Los datos arqueológicos
En el estudio arqueológico de los símbolos de prestigio y poder entre los gobernantes mayas ha sido frecuente el análisis de los contextos funerarios (Bajkova, 2014; Baudez, 2004; Carrasco, 2004; Fitzsimmons, 2009; González, 2011; Sharer y Traxler, 2003). Estos espacios además de contar con la relación de un individuo o individuos con un ajuar, se sellaron durante la época prehispánica debido a su importancia ritual conservando así un registro arqueológico que a diferencia de los hallados en otros contextos permite un mejor acercamiento a lo que fue su inventario original. No obstante, muchos de los elementos orgánicos ya no existen pues son susceptibles a afectaciones naturales como el intemperismo o la acción de roedores e insectos.
Los estudios de contextos funerarios han señalado tres rasgos que distinguen a las tumbas de los gobernantes: a) ubicación y características del contexto; b) la calidad, cantidad y diversidad del ajuar, y c) ofrendas asociadas a las tumbas (Campaña, 1995; Carrasco, 2004; Carrasco et al., 1999; Coe, 1990; Fitzsimmons, 2009; García Moll, 2004; González, 2011; Houk, Robichaux y Valdez, 2010; Houston et al., 2003; Laporte, 2003: 71-72; Pendergast, 1969; Ruz, 1973, 1991; Trik, 1963; Weiss-Krejci y Culbert, 1995; Welsh, 1988).
Ubicación y características del contexto
Los estudios arqueológicos sobre contextos funerarios en las Tierras Bajas del sur han puesto de manifiesto que las tumbas de la élite gobernante se ubican en el área monumental de los sitios, generalmente al interior de basamentos o plataformas (Campaña, 1995; Coggins, 1975; García Moll, 2004; González, 2011; Pendergast, 1969; Ruz, 1973; Trik, 1963; Welsh, 1988: 21, 146).
Las tumbas de los altos estratos mayas usualmente corresponden a dos tipos de sepulturas, según las clasificaciones de Ruz (1991) y Welsh (1988): a) fosa o cripta y b) cámara o tumba. La primera corresponde a construcciones al interior de basamentos o cavadas en el suelo, las cuales tienen muros de piedra careada y cubierta con tapa para techarla, además de que generalmente cuentan con piso de estuco. Por su parte, la segunda se refiere a cuartos o cámaras de tamaño variable con dimensiones que exceden la del cadáver, tienen muros de mampostería, techos de bóveda y se ubican al interior o debajo de basamentos.
Bruce Welsh (1988: 215-216) señaló que “varias de las sepulturas mejor equipadas tienen construcciones especiales erigidas sobre ellas, que van desde los altares, bancas, bloques de escaleras y plataformas hasta santuarios domésticos y templos. Estas construcciones fueron erigidas como monumentos al difunto y este fue el único propósito para su construcción”.
Cabe mencionar que en sitios como Río Azul y Calakmul, ha sido posible recobrar datos de lo que fue la preparación mortuoria de los inhumados de la élite gobernante, los cuales sugieren que los cuerpos habrían estado envueltos en fardos funerarios embebidos en resina (Carrasco, 2004: 238), y los interiores de las tumbas recubiertas con textiles, esteras, mantas o pieles, estas últimas, generalmente de jaguar y colocadas debajo del cadáver (Fitzsimmons, 2009: 83-84).
Así también, con base en sus estudios arqueológicos en Balamkú, Grégory Pereira y Dominique Michelet (2004) consideran que en el Clásico Temprano, y probablemente desde el Preclásico Tardío, se acostumbró usar lechos elevados de madera con soportes para colocar los cadáveres de personajes importantes (Pereira y Michelet, 2004: 364), por lo que estos autores postulan que, parte del ritual funerario consistía en una verdadera escenificación, cuyo objetivo era reproducir la autoridad de la que el difunto gozaba durante su vida, siendo así que el lecho mortuorio, al igual que la banqueta o el trono, debe ser percibido como un verdadero símbolo de poder y un importante marcador de estatus social (Pereira y Michelet, 2004: 365).
El ajuar
Autores como Markus Eberl (2005), Verdjina Bajkova (2014) y Andrew K. Scherer (2015) han señalado que en las tumbas de los gobernantes se disponían objetos que comunicaban el poder social y político del difunto no sólo a los participantes del ritual mortuorio, sino también a las entidades anímicas, es el caso de joyas y cetros. Tumbas de gobernantes del Clásico se han reportado en Calakmul (Carrasco et al., 1999), Copán (Maca, 2015), Dos Pilas (Demarest et al., 1991), Palenque (Ruz, 1973), Piedras Negras (Barrientos, Escobedo y Houston, 1997), Tamarindito (Valdés, 1997) y Tikal (Coe, 1990). En estos contextos es notoria la gran cantidad de ornamentos de jade y concha, siendo frecuente la presencia de orejeras y cuentas de piedra verde, así como conchas Spondylus, que de acuerdo con Juan Pedro Laporte (2003: 60) fueron un símbolo de poder.
En este orden de ideas, los análisis de tumbas del Clásico Temprano que llevaron a cabo Estella Weiss-Krejci y T. Patrick Culbert (1995: 110) les permitieron postular que los marcadores de estatus en los contextos funerarios son: una tumba construida, más de 13 vasijas, pigmento rojo, orejeras, espinas de mantarraya, jade en cantidad, perlas, artefactos especiales de obsidiana y mosaicos.
Por su parte, investigadores como Bruce Welsh (1988: 217), Juan Pedro Laporte (2003: 67) y James Fitzsimmons (2009: 83-84) han indicado que durante el Clásico Tardío, en las Tierras Bajas del sur, las tumbas de la élite se caracterizaron no sólo por la presencia de cinabrio sobre el cadáver sino también por sus ofrendas abundantes y variadas, que incluyen vasijas de cerámica y ónix, perlas, cuchillos de obsidiana, espinas de mantarraya, figurillas de jade, mosaicos (incluyendo máscaras funerarias), así como ornamentos de hueso, concha y piedra verde, destacando entre estos materiales aquellos que presentan una elaborada decoración con escenas y/o inscripciones glíficas.
En diversos casos se ha reportado la presencia de acompañantes en las tumbas de los gobernantes, se trata de infantes o adultos jóvenes, aunque sobre su presencia no hay una interpretación unánime hasta el momento (Baudez, 2004; Fitzsimmons, 2003: 93; Houston y Scherer, 2010; Scherer, 2017: 157-158; Tiesler y Cucina, 2003; Weiss-Krejci, 2003). Asimismo, destaca la existencia de restos de pieles de jaguares en los contextos funerarios de los gobernantes del Clásico, como se reportó en Uaxactún, Kaminaljuyú y Altún Ha, donde se hallaron garras y colmillos de jaguar, aunque en Copán se identificaron 15 jaguares sacrificados en la tumba del gobernante Yax Pasah (Saunders, 2005: 25).
Ofrendas asociadas a las tumbas
Los estudios de Laporte (2003), Baudez (2004), Andrieu (2011), Hruby y Rich (2014) han indicado que hay cierta clase de ofrendas que se asocian a las tumbas de los gobernantes; se trata de desechos de artefactos líticos en el exterior de los recintos funerarios, generalmente lascas de sílex y obsidiana que se colocan encima de los sepulcros; este rasgo se considera como un símbolo de las tumbas de la élite durante el Clásico; y entre los sitios en los que se le ha reportado se encuentran centros como Tikal, Uaxactún, Nakum, El Perú, Caracol, Altar de Sacrificios, Dos Pilas, Tamarindito, entre otros (Baudez, 2004: 227-230; Chase y Chase, 1996: 67-68; Hruby y Rich, 2014; Moholy-Nagy, 1997; Zralka et al., 2017: 472). Esta clase de ofrenda tiene una variante que contempla, en lugar de desechos líticos, una serie de vasijas dispuestas sobre las lajas que cubren el recinto (Laporte, 2003: 72).
Los símbolos de prestigio y poder a través de la arqueología
Con base en lo expuesto, los estudios arqueológicos indican que los símbolos de prestigio y poder principalmente se manifiestan en las características del contexto funerario y el ajuar que acompaña al personaje inhumado. En el caso del contexto funerario, éste se destaca por su elaborada construcción de mampostería y en ciertos casos su ornamentación. Asimismo, se considera la disposición del cadáver cubierto de cinabrio, generalmente colocado sobre esteras y/o pieles de jaguar, incluso sobre una banqueta o lecho elevado.
En lo concerniente al ajuar, se han señalado como indicadores: al cinabrio, los cetros, las conchas Spondylus, las perlas, las joyas de jade y concha en abundancia, los artefactos especiales de obsidiana, las vasijas de ónix, las máscaras y los mosaicos, así como la diversidad y cantidad de objetos, entre los que destacan aquellos grabados con escenas y/o inscripciones glíficas. En conjunto todos estos materiales denotan el estatus y la importancia del personaje inhumado por lo que es adecuado denominarles símbolos de prestigio y poder.
Símbolos de prestigio y poder en Yaxchilán
Los estudios de las inscripciones glíficas y las escenas representadas en los monumentos de Yaxchilán señalan que la élite gobernante del Clásico Tardío hizo uso de diversos símbolos de prestigio y poder, los datos principalmente refieren a la época de los gobiernos de Itzamnaah Kokaaj B’ahlam II o Escudo Jaguar II (681-742 d.C.) y Yaxuun B’ahlam IV o Pájaro Jaguar IV (752-768 d.C.). Los análisis epigráficos señalan que el título k’uhul ajaw “Señor Sagrado” era ostentado por los gobernantes del sitio durante el periodo Clásico Tardío (Martin y Grube, 2002; Vega, 2008, 2017), además de que varios de los nombres de los gobernantes se asocian al jaguar, siendo el caso de nueve de ellos: Progenitor Jaguar, Escudo Jaguar I, Pájaro Jaguar I, Pájaro Jaguar II, Jaguar Ojo Anudado I, Jaguar Ojo Anudado II, Pájaro Jaguar III, Escudo Jaguar II, Pájaro Jaguar IV y Escudo Jaguar III (Martin y Grube, 2002; Sotelo y Valverde, 1992: 187-189; Vega, 2008).
Los estudios iconográficos manifiestan que diversos monumentos muestran a la élite gobernante del sitio portando cetros, entre los que destacan los llamados “cetro maniquí” con la representación de la deidad K’awiil (Figura 2), como se aprecia en los Dinteles 1, 3, 32, 42 o la Estela 11 (Valencia, 2016: 77, 171; Vega, 2017: 225, 244; Velásquez, 2005: 38), aunque también se presentan cetros en forma de cruz, como en los Dinteles 2 y 5, donde en la parte superior del objeto se encuentra el ave sagrada, símbolo de la ascensión al cielo y de la soberanía (Garza, 2002: 251; Vega, 2017: 229). Así también, se alude a las escenas de los Dinteles 26 y 41, que representan a los soberanos portando elaborados tocados con la representación de númenes, capas, sandalias y atuendos hechos de piel de jaguar, o bien sosteniendo garras de este felino a manera de cetro de poder, como se aprecia en el Dintel 6 (Garza, 2002: 251; Sotelo y Valverde, 1992: 197-199), dicho instrumento es referido en el texto como chakat (Vega, 2017: 231) (Figura 2). Un objeto que se encuentra representado en el Dintel 33 es un bastón identificado en el texto como jasaw chan, el cual porta el gobernante Pájaro Jaguar IV durante una danza (Vega, 2017: 215).
La banda que se ataba en la cabeza de los gobernantes al momento de su entronización, en Yaxchilán es referida en el Escalón III del Edificio 44, donde se registra lo siguiente: “la banda B’alu’ntzak K’ahk Xook fue atada en la cabeza del varón” (Vega, 2017: 179).
En el sitio también se representan a los bultos sagrados (símbolo material de la continuidad de la dinastía), en los Dinteles 1, 5, 7, 32, 53 y 54 (Figura 2); se trata de escenas en las que un personaje femenino de la élite sostiene el envoltorio1 mientras interactúa con el gobernante en turno (Garza, 2002: 252; Sotelo y Valverde, 1992: 207, 210; Vega, 2017: 225, 229; Zender, 2004: 356). Asimismo, se encuentran plasmadas en los dinteles y estelas de Yaxchilán féminas pertenecientes a la élite gobernante que portan tocados con la representación de la deidad K’awiil (Zender, 2004: 357-359).
Además, en la iconografía de los dinteles que representan a la élite gobernante de Yaxchilán existen referencias específicas a la vinculación de los tronos con determinados miembros de este estrato social, es el caso del Dintel 57 y otros dinteles sin procedencia, se trata de los denominados Paneles 1 y 2 de Laxtunich que representan al ajaw Chelte’ Chan K’inich (García Castillo, 2012: 85-89; Mathews, 1997: 228-229, 243-244, 255, 257; Nájera 2019: 100-102). Al respecto, se tiene conocimiento del hallazgo de dos tronos en el sitio, uno en la plataforma adosada a la fachada sur del Edificio 6 y el otro, en las inmediaciones de la Estela 1 (García Castillo, 2012: 67-70; García Moll, 2003;).
Por último, también se señala la postura de los gobernantes entre la iconografía, pues siguiendo lo mencionado por Daniel Salazar (2015) y Erik Velásquez (2011: 422-423), los gobernantes sentados se encuentran en posición frontal con las piernas cruzadas, como en los Dinteles 51 y 55 o en el Marcador B del Juego de pelota, aunque probablemente la referencia más notable sea la escultura de bulto que se encuentra al interior del Edificio 33, la representación de Pájaro Jaguar IV (Iwaniszewski y Trejo, 2006; Martin y Grube, 2002: 132; Mathews, 1997: 204; M. Miller, 1998: 208, 210; Tate, 1992: 220). Asimismo, los gestos de sumisión se encuentran entre las escenas representadas en monumentos pétreos de Yaxchilán, siendo frecuentes los de cautivos de guerra (V. Miller, 1983: 29-30).
Lo expuesto pone de manifiesto que las referencias a símbolos de prestigio y poder con las que contamos en Yaxchilán se deben a los estudios de epigrafía e iconografía, restando aún la integración de los datos arqueológicos para tener un panorama completo. En este orden de ideas, los contextos funerarios explorados durante los trabajos arqueológicos desarrollados en el sitio, entre 1973 y 1985, bajo la dirección de Roberto García Moll, ofrecen importantes aportes para el estudio de la manifestación del prestigio y poder de la élite a través de la cultura material.
Las tumbas de Yaxchilán
Durante las exploraciones en Yaxchilán entre 1973 y 1985, se hallaron un total de 42 contextos funerarios, haciéndose una distinción entre entierros y tumbas, siendo los primeros aquellos fosos simples que se abren dentro de la tierra para depositar al cadáver y que pueden o no presentar algún tipo de ofrenda, en tanto que la tumba se refirió a la construcción de una estructura específica para recibir tanto el cuerpo del difunto como a los objetos que lo acompañan (García Moll, 2003: 40). Con base en esta diferenciación, entre los contextos funerarios, seis corresponden a tumbas del Clásico Tardío (Figura 3), presuntamente de la élite. Lo anterior se sugiere por sus características (construcción de mampostería, cuerpo cubierto de cinabrio y un rico ajuar conformado por diversos objetos), además de su ubicación al interior de edificios con monumentos inscritos (principalmente dinteles), localizados en la parte central del área monumental del sitio, espacio que, de acuerdo a Takeshi Inomata (2008: 60), pudo haber cumplido con funciones de palacio real y plaza pública, aunque con acceso restringido sólo a la élite. Asimismo, se debe tener en cuenta que en este sector se hallaron los dos únicos tronos que arqueológicamente se conocen en el sitio, los cuales son elementos vinculados a los gobernantes y su poder, siendo un sólido argumento para considerar que ésta fue la zona donde los gobernantes de Yaxchilán ejercían su autoridad y muy probablemente residían (García Moll y Fierro, 2016: 91).
Las seis tumbas se ubican en un lugar privilegiado de la zona monumental de Yaxchilán, destacando entre ellas las cinco que se hallaron en los Edificios 21, 23, 24 y 33, los cuales se localizan en las colinas aledañas a la Gran Plaza, área que teniendo en consideración tanto las características de los edificios, con cresterías y monumentos asociados, como su disposición en un lugar prominente con accesos a través de escalinatas, debió de ser de las más restringidas para el común de la población durante la época de esplendor de la urbe durante el Clásico Tardío. Entre los edificios mencionados destacan por sus características los referidos con los números 33 y 23 (Figura 4), en virtud de que el primero de ellos es probablemente el más notorio de Yaxchilán debido a su monumentalidad; su elaborada crestería con los restos de un personaje sedente, y sus monumentos asociados que comprenden: tres dinteles, una escalinata jeroglífica, dos altares, una escultura antropomorfa de bulto y una estalactita con inscripciones (Estela 31); a lo que además se le debe sumar su ubicación sobre una colina a 40 metros sobre el nivel de la Gran Plaza y su acceso a través de una escalinata monumental a la cual se asocian dos estelas y tres altares.
Los estudios de Roberto García Moll (2003) estiman la construcción del Edificio 33 entre 731 y 771 d.C., el cual se ha concebido como un monumento dedicado a Pájaro Jaguar IV, teniendo en consideración las constantes referencias que se hacen a este gobernante en la iconografía e inscripciones glíficas de los dinteles y la escalinata jeroglífica de la estructura (Mathews, 1997; Martin y Grube, 2002). Además se considera que la escultura de bulto que se encuentra al interior del edificio representa a Pájaro Jaguar IV (Iwaniszewski y Trejo, 2006; Miller, 1998: 208, 210; Tate, 1992), al igual que la escultura sedente de la crestería de la que tan sólo han quedado los restos (Vega, 2017: 207).
Al Edificio 23 lo hemos postulado como la posible residencia de la élite gobernante del Clásico Tardío (García Moll y Fierro, 2016) debido no sólo a su ubicación en un lugar prominente (sobre una terraza) y su acceso restringido a través de una escalinata desde el centro de la Gran Plaza, sino también porque es uno de los edificios con bóveda que tiene la mayor superficie total (130.23 m2) y superficie cubierta (57.34 m2) en todo el espacio, sólo superado por los Edificios 16 y 19; además el área de banquetas (11.2m2) abarca, en relación con la superficie cubierta, un total de 19.53%, lo cual es significativo para considerar un uso habitacional. Asimismo, la distribución interior del Edificio 23 tiene dos amplias crujías con diversos grados de privacidad, y en todos los casos, cada espacio menor cuenta con banquetas y nichos en las paredes (García Moll y Fierro, 2016: 92).
Otro aspecto a considerar es que el conjunto del Edificio 23, así como sus cuatro dinteles labrados, se ubican dentro del período temprano de Escudo Jaguar que va de 726 a 742 d.C. (García Moll y Juárez, 1980) y que los registros inscritos en estos monumentos refieren al gobernante Escudo Jaguar II y su esposa principal, la señora K’ab’al Xook (Mathews, 1997; Vega, 2017); esto alude a la estrecha vinculación entre el edificio y los personajes.
Ahora bien, todas las tumbas halladas en los edificios referidos comprenden una construcción de mampostería con piso de estuco y cubierta de capas de lajas, además de ajuares compuestos por una gran cantidad de objetos. Estas características denotan inversión de tiempo, energía y recursos, así como disponibilidad de bienes y servicios, por lo que es factible considerar que los personajes inhumados pertenecían al más alto estrato de Yaxchilán, la élite gobernante.
Las tumbas designadas con los números romanos I, II, III y V, que fueron localizadas en los Edificios 33, 23 y 21, tienen características que no comparten con las dos restantes (Tumbas IV y VI), que se ubicaron en los Edificios 24 y 16a (véase Figura 3), y son la siguientes:
Acabado interior. Los muros interiores de las tumbas tenían restos de argamasa con impresiones de textil, dato que permite suponer que las paredes interiores de las tumbas se encontraban forradas con petate.
Disposición del inhumado y su ajuar. Los individuos y su ajuar en las Tumbas II, III y V se dispusieron sobre pisos de estuco que se encontraban cubiertos con pieles de jaguar, así lo sugieren los restos de falanges de este felino que fueron localizados en los extremos interiores de cada depósito funerario. Sólo en el caso de la Tumba I, el personaje y su ajuar se dispusieron sobre una capa de 1,743 lascas de sílex que cubría el piso de estuco. Cabe señalar que, en todos los casos, el personaje inhumado y la mayor parte de su ajuar se encontró cubierto de cinabrio.
Cantidad y diversidad del ajuar. Las cuatro tumbas mencionadas tienen más de 50 objetos entre su ajuar (rebasando en algunos casos el centenar), los cuales se presentan en diversas formas y materias primas, destacando la cantidad y variedad de artefactos de hueso, obsidiana y piedra verde. Al respecto, cabe mencionar que el número de cuentas de piedra verde de cada contexto oscila entre las 400 y 500.
Ofrendas asociadas. Cada una de las cuatro tumbas tiene ofrendas asociadas; en el caso de las III y V, encima de las hiladas de lajas, tenían capas de centenares de lascas de obsidiana y sílex, además que en la Tumba V se halló por encima de estas capas una ofrenda compuesta por vasijas, navajas de obsidiana, una espina de mantarraya y un cuchillo de sílex. En el caso de la Tumba II, sobre las lajas que la cubrían se identificó una ofrenda conformada por un gran número de tiestos correspondientes a cuatro vasijas completas (García Moll y Juárez, 1980). Finalmente, la Tumba I presentó como rasgo particular una cámara anexa de forma irregular tallada en la roca madre, a la cual se accedía a través de un vano estrecho, en la que se encontró una ofrenda que comprendía, además de un entierro infantil, artefactos de cerámica, ónix y hueso (García Moll, 1978).
Las características mencionadas destacan la importancia de los individuos inhumados en las cuatro tumbas referidas, los cuales debieron pertenecer al estrato gobernante de Yaxchilán. No obstante existen algunas diferencias notorias entre las Tumbas I y II con respecto a las Tumbas III y V, no sólo porque en las primeras fueron sepultados individuos del sexo masculino mientras que en las segundas personajes femeninos, sino también por la diversidad y cantidad de materiales que presentan entre su ajuar.
Las Tumbas I y II: contextos y ajuares
La Tumba I se localizó en una etapa constructiva anterior al levantamiento del Edificio 33 (Figura 5), no debajo de éste sino de una plataforma contemporánea a la caja sobre la que desplanta un espeleotema ornamentado2 (Estela 31), en el que Peter L. Mathews (1997) y Christophe Helmke (2017: 27) consideran pudo estar representado Pájaro Jaguar IV realizando un ritual en compañía de otros dos personajes. La plataforma referida contaba con dimensiones de 35 cm de altura, 5.30 m de longitud y 3 m de ancho, se encontró orientada oeste-este y compuesta por dos hiladas de bloques de roca caliza y una capa delgada de estuco en toda su superficie (García Moll, 1978).
En lo que concierne a la tumba, ésta era de planta rectangular con muros de roca caliza en algunas secciones, mientras que en el resto, el conglomerado natural que aflora fue labrado a manera de paredes y se hallaba cubierta con dos capas de lajas de roca caliza. Sobre el piso de estuco había una capa de 1,743 lascas de sílex, sobre la cual se encontró el cuerpo y su ajuar, compuesto por objetos de piedra verde (456 cuentas y 63 fragmentos de cuenta; tres orejeras, y seis incrustaciones de piedra verde); ornamentos de concha (pendientes y cuentas); espinas de mantarraya (una de ellas ornamentada con incrustaciones de piedra verde e inscripciones glíficas), y dos cuchillos de obsidiana. En la esquina suroeste se localizó una pequeña sección donde se conserva aplanado de lodo e impresiones de petate pintado en rojo, por lo que parece probable que este fuese el acabado de todo el conjunto. Anexo a la primera sección de la tumba se localizó sobre la pared sureste un vano estrecho que conduce a una cámara irregular donde se encontró un entierro adicional con una ofrenda que comprendía: una figurilla antropomorfa de barro cocido, 19 vasijas de cerámica y tres vasos de ónix, además de dos agujas y un punzón de hueso ornamentado con una figura antropomorfa e inscripciones glíficas (García Moll, 1978).
Respecto a la Tumba II (Figura 5), ésta se localizó debajo del piso de estuco del tercer cuarto (de izquierda a derecha) de la crujía frontal del Edificio 23, en un relleno de piedras pequeñas y tierra, el depósito funerario se encontraba cubierto por dos capas de lajas sobre las que se identificó una ofrenda conformada por un gran número de tiestos (García Moll y Juárez, 1980), que corresponden a un plato monocromo y a tres braseros antropomorfos (Fierro, 2019), que representan al Dios Jaguar del Inframundo (Sabloff, 1975: figs. 217-219; Stuart, 1998: 408, fig.25).
La construcción de mampostería que comprende la Tumba II es de planta rectangular orientada este-oeste, sus paredes se manufacturaron a base de piedras semicareadas, con la vista más plana hacia el exterior y sobre la pared sur, un pequeño nicho se abre hacia el extremo este. Las paredes originalmente estuvieron cubiertas de una capa de estuco, incluso en una sección sobre el nicho se hallaron conservadas huellas de impresión de petate, por lo que posiblemente esa fue la cubierta final de las paredes (García Moll y Juárez, 1980). El cuerpo y su ofrenda se hallaron sobre un piso de estuco, el cual no presentó impresiones del petate. Sin embargo, tres garras de jaguar distribuidas a los extremos de la tumba parecen atestiguar la presencia de una piel de este felino, sobre la cual se habría dispuesto el cadáver y su ajuar (García Moll y Juárez, 1980), el cual se compone por una gran cantidad de objetos entre los que destacan: 504 cuentas y 66 fragmentos de cuentas, una orejera, cinco anillos, dos bezotes y otros ornamentos de piedra verde; seis vasijas y un brasero antropomorfo de cerámica; dos perlas; un anillo y dos orejeras, así como diversos pendientes y cuentas de concha; más de una docena de punzones y espinas de mantarraya ornamentados con representaciones antropomorfas y glifos; dos vasos de ónix; seis cuchillos de sílex; un cuchillo y una hacha de obsidiana; un disco de pizarra con restos de estuco pintado; dos pendientes de turquesa, y una extremidad delantera de jaguar (Figura 7).
Teniendo en consideración lo expuesto, las Tumbas I y II presentan similitudes, comenzando por el sistema constructivo que consiste en muros de piedras careadas y lajas como cubierta (García Moll y Juárez, 1980). Asimismo, la presencia del nicho de la Tumba II es equiparable a la cavidad natural de la Tumba I, la cual se encuentra en la misma posición, aunque es de mayores dimensiones y contiene a un segundo individuo y una ofrenda de diversos objetos (García Moll y Juárez, 1980). En lo concerniente al ajuar de ambas tumbas llaman la atención ciertos rasgos que sólo se presentan en estos contextos funerarios y que a continuación se enlistan:
Grandes artefactos de obsidiana que corresponden a dos cuchillos en la Tumba 1, así como un cuchillo y un hacha en la Tumba 2 (Figuras 6a y 6d).
Diversidad y cantidad de objetos de hueso, entre los que se encuentran algunos punzones y espinas de mantarraya con elaborada ornamentación que comprende representaciones antropomorfas e inscripciones (Figuras 6b y 6e).
Vasijas de ónix (Figura 6c).
Inscripciones jeroglíficas en diversos artefactos.
Así también, ambas tumbas tienen características particulares que las diferencian entre sí e incluso del resto de las tumbas, siendo en el caso de la Tumba I: a) la disposición del cuerpo y el ajuar sobre una capa de lascas de sílex; b) una espina de mantarraya ornamentada con incrustaciones de piedra verde e inscripciones glíficas (Figura 6e), y c) la existencia de una cámara anexa con el entierro de un infante (presuntamente un acompañante) y una ofrenda con diversos objetos.
Por su parte, en la Tumba II es notable y distintiva la ofrenda de tiestos que se encontró sobre las lajas que cubrían la tumba, que corresponden a un plato monocromo y tres braseros antropomorfos con la representación del Dios Jaguar del Inframundo (Figura 6f). Otras particularidades se presentan en el ajuar, donde se hallaron objetos que hasta el momento no se han reportado en algún otro contexto de Yaxchilán y son: cinco anillos de piedra verde (tres ornamentados); un anillo de concha; dos bezotes de piedra verde; dos pendientes de turquesa; un enema de cerámica; cinco punzones decorados con rostros de deidades y glifos; una extremidad delantera de jaguar; un brasero con la representación de una deidad solar, y un disco de pirita con decoración pintada, el cual probablemente también se ornamentaba con las teselas de piedra verde y concha que se encontraron asociadas, las cuales están decoradas con glifos y diseños simbólicos (Figura 7).
Las tumbas que cumplen con estos atributos son cuatro y corresponden a inhumaciones de personajes adultos (dos masculinos y dos femeninos), ubicadas, un par en el Edificio 23 y las dos restante en los Edificios 21 y 33. Estas construcciones debido a sus características (espacio construido, cresterías, banquetas y monumentos asociados), se encuentran entre las estructuras más importantes del sitio y se localizan en las terrazas contiguas a la parte central de la Gran Plaza, área que de acuerdo a los estudios realizados hasta el momento debió ser la sede del poder en Yaxchilán (Inomata, 2008; García Moll y Fierro, 2016), por lo que es viable que los personajes que fueron sepultados en ellas pertenecieran al más alto estrato social, el que comprendía al gobernante y sus allegados.
Como se ha mencionado a lo largo de este trabajo, en este conjunto de contextos funerarios destacan las Tumbas I y II que contienen a individuos adultos del sexo masculino, las cuales fueron localizadas en los Edificios 33 y 23 respectivamente; su importancia radica no sólo en su ubicación en dos de las estructuras más importantes del sitio sino también en las características y variedad de sus ajuares, entre los que se encuentran: grandes objetos de obsidiana, diversos objetos de hueso, vasijas de ónix y la presencia de inscripciones glíficas en diferentes artefactos; siendo todos ellos rasgos que no comparten con ninguna otra sepultura del sitio. Teniendo en consideración que los estudios arqueológicos de la región de las Tierras Bajas mayas del sur indican que las tumbas de los gobernantes se distinguen por su asociación a importantes edificios; la elaborada construcción de mampostería y su ornamentación; la disposición del cadáver cubierto de cinabrio y colocado sobre esteras y/o pieles de jaguar; ajuar compuesto por cetros, conchas Spondylus, perlas, joyas de piedra verde y concha en abundancia, artefactos especiales de obsidiana, vasijas de ónix, máscaras y mosaicos, y la presencia de artefactos con escenas e inscripciones glíficas, entonces se pone de manifiesto que en general estas características se encuentran presentes en las Tumbas I y II de Yaxchilán, siendo posible considerar a ambos sepulcros como las inhumaciones de gobernantes.
En el caso de la Tumba I, se ha mencionado que ésta se encontró por debajo de una plataforma asociada al mismo momento constructivo de la estalactita inscrita o Estela 31, siendo éste el único monumento con inscripciones que puede fechar a la sepultura y además ofrecer indicios sobre la identidad del personaje inhumado. Al respecto, como se señaló, Mathews (1997) y Helmke (2017) han sugerido que la escena grabada en dicho monolito podría representar a Pájaro Jaguar IV acompañado de otros dos personajes no identificados; por lo que consideramos probable que la tumba correspondiera a dicho gobernante. Si esta interpretación es correcta, es factible que la presencia de dicha tumba hubiera motivado la construcción (encima de la mencionada plataforma), del Edificio 33, que es considerado un monumento en honor a Pájaro Jaguar IV y el cual, de acuerdo con Martin y Grube (2002: 132-133), fue concluido por su hijo y sucesor, Escudo Jaguar III.
Por otro lado, la Tumba II se localizó debajo de una banqueta del Edificio 23, el cual cuenta con monumentos que aluden a Escudo Jaguar II y su principal esposa, la señora K’ab’al Xook; esta estructura ha sido postulada como residencia de la élite gobernante del Clásico Tardío (García Moll y Fierro, 2016). Entre los objetos con inscripciones que se hallaron entre el ajuar del personaje inhumado en la Tumba II, destacan cinco punzones con representaciones de deidades en la parte distal y en uno de ellos, según Simon Martin y Nikolai Grube (2002: 126), la inscripción refiere ser el sangrador de Escudo Jaguar II, mientras que otros dos, según David Stuart (2013), refieren su pertenencia a la señora K’ab’al Xook. Teniendo en consideración estos datos epigráficos mencionados, tomados en conjunto con la ubicación y las características de la tumba, el sexo y la edad del inhumado,3 así como y las características del ajuar, es factible que la tumba sea la del gobernante Escudo Jaguar II.
Ahora bien, ¿qué datos proporcionan las tumbas de los dos personajes mencionados sobre los símbolos de prestigio y poder de los gobernantes en Yaxchilán? Si bien ambas tumbas comparten varios atributos con las otras cuatro halladas en el sitio entre 1978 y 1985, incluso la ubicación en un mismo edificio como es el caso de las Tumbas II y III en el Edificio 23, hay ciertos rasgos en estos dos contextos funerarios que no aparecen en ninguno de los demás y se presentan entre su ajuar, se trata de grandes objetos de obsidiana; diversos objetos de hueso (punzones y espinas de mantarraya principalmente); vasijas de ónix, e inscripciones glíficas en algunos de los artefactos. Estos rasgos que sólo se encuentran en las tumbas de los gobernantes parecen ser símbolos de su prestigio y poder, sin embargo, no son los únicos y en cada caso específico se suman algunos otros.
En la Tumba I se suma a los símbolos de prestigio y poder la inclusión de un acompañante infantil dentro de una cavidad anexa a la cámara mortuoria, rasgo que sólo se encuentra en las tumbas más suntuosas de las Tierras Bajas mayas del sur, generalmente de gobernantes (Baudez, 2004; Scherer, 2017; Tiesler y Cucina, 2003; Weiss-Krejci, 2003). En el caso de la Tumba II, estos símbolos de prestigio y poder además incluyen: un disco de pizarra pintado (probablemente ornamentado con un mosaico) (Figura 7b); anillos y bezotes de piedra verde (Figura 7c); pendientes de turquesa, y una extremidad delantera de jaguar (Figura 7a), la cual pudo haber sido utilizada como un cetro o distintivo de poder, así como se muestra en el Dintel 6 del Edificio 1 de Yaxchilán, donde se presenta a Pájaro Jaguar IV y a uno de sus sajales, ambos sosteniendo patas de jaguar a manera de cetros, que en las inscripciones son referidos como chakat (Figura 2).
Al respecto, las diferencias mencionadas entre los símbolos de prestigio y poder de ambos gobernantes, es decir en la inclusión y exclusión de determinados objetos entre las Tumbas I y II, pueden obedecer no sólo a la diferencia temporal entre el acontecer de los dos eventos, sino también a los escenarios socio-políticos y económicos imperantes al momento del deceso de los personajes, pues objetos como la piedra verde, la obsidiana, el ónix, la pizarra, la turquesa, las espinas de mantarraya y la mayor parte del material de concha eran productos importados y su abastecimiento se hallaba condicionado a estas cuestiones.
Como corolario, se debe tener en cuenta que la posible función de todos estos objetos como símbolos de prestigio y poder de los gobernantes de Yaxchilán no implica que éste haya sido su único simbolismo dentro del contexto funerario, pues también pudieron tener usos y significados rituales, de hecho, ésa es una característica de los símbolos, su multifuncionalidad (Turner, 2007: 30-31).
Consideraciones finales
En el presente estudio, a través del concepto “símbolos de prestigio y poder”, se ha disertado sobre la clase de objetos que utilizaban los gobernantes mayas de las Tierras Bajas del sur durante el Clásico Tardío para manifestar su estatus y jerarquía social, por lo que se ha contado con la referencia de lo que al respecto han expuesto los estudios epigráficos e iconográficos, los cuales han señalado que no sólo se usaron objetos como los cetros, bastones de mando, tocados, ornamentos, tronos, petates y bultos sagrados, sino también títulos y actitudes, así como diversas alusiones al jaguar. Además, se ha recurrido a la referencia que proporcionan los estudios arqueológicos, que generalmente han abordado este tópico a través de los análisis de los contextos funerarios, poniendo de manifiesto que los atributos que son indicativos del prestigio y poder de los personajes inhumados son: ubicación y características de la tumba, disposición del cadáver, composición del ajuar y ofrendas asociadas.
En el caso específico de Yaxchilán, los datos arqueológicos recabados en contextos funerarios entre 1978 y 1985 indican que las tumbas de la élite se localizan en el área de la Gran Plaza, asociadas a los principales edificios, especialmente los ubicados en las colinas aledañas, es el caso de los Edificios 21, 23, 24 y 33. Estas tumbas son construcciones de mampostería con pisos de estuco y se encuentran selladas con capas de lajas, en las cuales se inhumaron individuos cubiertos con cinabrio, acompañados por un ajuar que en todos los casos contenía diversos ornamentos de piedra verde y concha (en su mayoría cuentas), así como por lo menos seis vasijas cerámicas. No obstante, en cuatro tumbas encontradas en los Edificios 21, 23 y 33, las paredes interiores se hallaban revestidas con esteras o petates y los cadáveres dispuestos sobre pieles de jaguar, además de que los ajuares en dichos contextos estaban equipados con mayor diversidad y cantidad de objetos. Al respecto, dos tumbas destacan por las características de su ajuar y ofrendas asociadas entre los contextos funerarios de Yaxchilán, éstas pertenecen a individuos adultos del sexo masculino y de acuerdo tanto a su ubicación en los Edificios 23 y 33, como a las referencias epigráficas en los monumentos asociados a estas estructuras y/o los objetos de su ajuar, presuntamente corresponden a los gobernantes Escudo Jaguar II y Pájaro Jaguar IV. Estos contextos además de contar con los atributos generales de las otras tumbas importantes del sitio presentan características que no tiene algún otro contexto, es el caso de: grandes artefactos de obsidiana; diversidad y cantidad de objetos de hueso (destacando punzones y espinas de mantarraya con elaborada ornamentación); vasijas de ónix y la presencia de inscripciones glíficas en diversos artefactos. Dichos rasgos compartidos, junto con los que son particulares de cada depósito: el acompañante de la Tumba I y la variedad de ornamentos de piedra verde (anillos y bezotes), el disco de pizarra, la extremidad de jaguar (probable cetro) y los colgantes de turquesa de la Tumba II, se pueden considerar como los indicadores del estatus de gobernantes de los inhumados, en otras palabras, son sus símbolos de prestigio y poder, lo que no implica que, a su vez, todos o algunos de estos objetos dejaran de tener connotaciones rituales o de otra índole en sus respectivos contextos, pues una de las características de los símbolos es su multifuncionalidad.