Tres fueron las principales actividades en las que se distinguió la Compañía de Jesús: la predicación, la misión y la educación. El libro que hoy reseñamos, y que forma parte de la magnífica colección coordinada por Perla Chinchilla, está dedicado a explorar este último rubro. Esta obra colectiva se divide en dos partes, en la primera dedicada a los colegios en el Antiguo Régimen, es decir antes de la expulsión, y la segunda sobre los colegios en el siglo XIX después de la restauración. Al final se anexa un apéndice sobre el sistema jesuita de universidades de América Latina y se da un sucinto panorama sobre la labor educativa actual de la Compañía en sus 30 centros de enseñanza.
En la primera parte escriben especialistas de la talla de Paolo Bianchini, Antonella Romano, Enrique González, José del Rey Fajardo y Antonio Trampus. En ella se da cuenta de unas instituciones que dejaron su huella en las más importantes ciudades del Occidente católico, América incluida, y en algunas de las urbes protestantes y ortodoxas, así como en varias ciudades de Asia. Esa presencia no solo marcó las conciencias de los individuos y propició un impresionante despliegue de recursos económicos, sino también se plasmó en la arquitectura urbana a través de sus templos y colegios, muchos de los cuales aún siguen en pie, y en el caso de los segundos continúan funcionando como centros educativos, aunque ya no bajo la custodia de los jesuitas.
En la Europa católica, los colegios fungieron básicamente como barreras de contención para intentar detener el avance de la reforma protestante al educar a las clases dirigentes en los principios de la Contrarreforma. En América fueron fundados originalmente como la punta de lanza para la ampliación de la labor evangelizadora iniciada por los mendicantes; pero con el tiempo se volvieron los centros educativos de las elites criollas, convirtiéndose en una mezcla de colegios de artes para seglares, seminarios de formación de los futuros miembros de la orden y, en algunos casos, en universidades que impartían cursos de teología para el clero secular y que tenían la facultad de conceder grados. En Asia, también la misión marcó sus fundaciones: el de Manila, la capital católica del sureste asiático, se volvió un centro de formación de misioneros; en Macao, ante el fracaso de la misión en Japón, el colegio de la Compañía fue un espacio de formación lingüística en chino y un importante centro de imprenta; iguales funciones tuvo el colegio de Santiago de Goa en India.
Un aspecto fundamental en esta primera parte del libro lo constituye la explicación de cómo la Ratio Studiorum jesuítica tuvo que irse adecuando a los cambios de la modernidad en un mundo en expansión. Pero sobre todo muestra cómo, más allá de los temas pedagógicos, los colegios jesuitas participaron de manera activa en el proceso "civilizatorio", o sea la disciplina del cuerpo a través de principios morales. Ejemplo de ello fue el teatro estudiantil.
Como parte de todo el andamiaje cultural generado en los colegios estaba el uso de imprentas propias y ajenas, y la formación de bibliotecas como instrumento de conservación y difusión de la cultura, elementos fundamentales en la conformación de una república de las letras. En el libro se destaca especialmente la función de los manuales y libros destinados a la pedagogía que fueron para los jesuitas expulsados y suprimidos un medio para demostrar los grandes aportes que la Compañía había dado a la sociedad, tanto en materia de conocimientos como en la formación moral. En el libro se indica que los colegios no solo fueron una de los pilares para la expansión de la orden, constituyeron también un motivo de crítica y ataque, sobre todo por sus métodos y contenidos pedagógicos, que durante la ilustración fueron vistos como retardatarios.
En la segunda parte del libro, donde participan reconocidos especialistas como Francisco Gómez Diez, Alexandre Coello, Josep María Delgado y Rosalina Ríos, el tema se centra en explicar el difícil tránsito entre la educación jesuita del Antiguo Régimen a la moderna pedagogía decimonónica después de la restauración de la Compañía. Como se señala en la introducción a esta segunda parte, los colegios fueron en esta época la pieza clave para el retorno de los ignacianos a los países en los que antes de la expulsión eran reconocidos por su labor educativa, aunque su refundación no estuvo exenta de dificultades. El telón de fondo de estas fue la creciente presión de las relaciones entre el Estado y la Iglesia, pues los colegios jesuitas representaban una tensión entre lo tradicional (que entre otros aspectos insistía en la necesidad de una instrucción religiosa) y lo moderno que propugnaba la educación laica y no confesional. Por otra parte, a esta pugna entre lo laico y lo religioso, habría que agregar una nueva dificultad referente tanto a las materias impartidas y a sus contenidos, como a los métodos pedagógicos utilizados.
Esta segunda parte se inicia con una síntesis en la que se contextualiza el difícil regreso de la Compañía a los países tradicionalmente cristianos, y en particular los de la Asistencia de España, que abarcaba tanto la península ibérica como América del Sur, haciéndose hincapié en las estrategias que utilizaron para mantenerse unidos en medio de expulsiones y restablecimientos. Aunque los jesuitas tenían la firme intención de recuperar las misiones, la necesidad de satisfacer las exigencias de los gobiernos, el episcopado y los sectores sociales afines, forzaron a la Compañía a centrar su principal medio de sobrevivencia en los colegios.
Lo anterior se ejemplifica con dos estudios de caso, uno el del colegio de San José de Manila y el otro el de San Ildefonso de la ciudad de México, que muestran las dificultades que los jesuitas tuvieron en este siglo en que la orden se restituyó. Como señala Perla Chinchilla en su introducción a esta segunda parte, "el conjunto de los tres ensayos permite obtener una visión en los niveles de larga y corta duración, tanto desde la mirada interna de la historiografía sobre la Compañía, como de ésta en el marco de las relaciones entre la Iglesia y el Estado". Una reflexión constante a lo largo de esta segunda parte se refiere a la relativa novedad del estudio sobre la educación jesuita en el siglo XIX, que contrasta con lo mucho que sabemos sobre la etapa anterior. Esto invita a llamar la atención de los investigadores sobre un tema que resulta por demás apasionante.