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Perfiles educativos

Print version ISSN 0185-2698

Perfiles educativos vol.32 n.129 Ciudad de México Jan. 2010

 

Reseñas

 

Dos libros del 68

 

Daniel Cazés Menache*

 

Todos los culpables. Jacinto Rodríguez Murguía. México, Debate, 2008

 

* Investigador del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades (CEIICH) de la UNAM. CE: danielcm@servidor.unam.mx

 

LOS CULPABLES

Así inicia Todos los culpables, de Jacinto Rodríguez Murguía:

Éstos son todos los culpables del 68.

A 40 años, casi todo está documentado; queda muy poco por saber. Casi nada. Aquí están todos los papeles, todos los registros que los culpan; la memoria y los archivos que lo prueban.

Los nombres, los apellidos, la información toda de todos los culpables, hombres de carne y hueso.

Es cierto, la verdad absoluta y única no existe, pero esto es todo el 68.

Fue quizá esta última reflexión la que hizo que el autor pusiera como epígrafe la cita de Joseph Conrad sobre la imposibilidad de comunicar la sensación de la existencia propia: "...lo que constituye su verdad, su sentido... Es imposible. Vivimos como soñamos... Solos". Conrad, por cierto, recorre la obra de Rodríguez Murguía a la cabeza de cada capítulo en citas de El corazón de las tinieblas. Se trata, pues, de las conclusiones de una investigación fuertemente inspirada, o tal vez, para decirlo mejor, referida al texto que el escritor ucraniano de tradiciones libertarias polacas escribió en 1899; sobre su tumba se lee el siguiente epitafio escrito por Edmund Spenser, que lo retrata:

El sueño tras el esfuerzo,

tras la tempestad el puerto,

el reposo tras la guerra,

la muerte tras la vida

harto complacen.

Esta perspectiva nos enfrenta, como enfrenta a Rodríguez Murguía, a la conciencia de la soledad fundamental de cada ser humano, y a las múltiples interpretaciones que puede tener cada proceso histórico, como el 68, o personal, como la vida y la experiencia literaria de Conrad.

Así ubicado, Rodríguez Murguía (a quien llamaré en adelante Jacinto), ofrece elementos sobre todo de origen policiaco y militar, con los que contribuye —como pocos más hemos intentado hacerlo— a comprender el sentido de Estado y el sentido del sueño generacional que tuvimos quienes vivimos los acontecimientos que investiga como periodista.

Este libro de Jacinto viene precedido de una larga labor periodística llevada a cabo en seis órganos de prensa además de emeequis, y de tres libros que han resultado también de sus búsquedas infatigables en el Archivo General de la Nación (al que con cierto afecto llama "casa hogar de una memoria enloquecida"), en donde durante años se ha propuesto "la recuperación" de algunos de los "cientos, miles de documentos" con los que no ha dejado de hacer "un paseo, una visita, un andar sobre las huellas". Eso es lo que hace a los periodistas responsables y comprometidos; eso es lo que hace a los investigadores apasionados. Las huellas que Jacinto, a quien he aprendido a estimar sin haberlo encontrado nunca, ha recuperado antes de las del 68, son las de las nóminas secretas de Gobernación, los archivos prohibidos de la prensa y el poder, así como incontables archivos de la policía secreta. Sin duda Jacinto es una de las personas que mejor conoce estas fuentes y de quien es posible esperar investigaciones de interés creciente, especialmente para imaginar alternativas a nuestro régimen de militarismo que se pretende civil, y de corrupción que presume de manos limpias.

Me parece conveniente reproducir las ideas contenidas en la contraportada de este libro de Jacinto, porque considero que el texto es certero y adecuado: dice que el estilo incisivo pone el dedo en una herida aún abierta. "No es una historia de héroes y finales felices [y en esto, agrego yo, se acerca a los conceptos de Pablo Gómez, cuyo libro más reciente se titula, precisamente, 1968. La historia también está hecha de derrotas]. Es, entre otras cosas, la historia de la caducidad del mito de la lealtad de las fuerzas armadas. Queda evidenciado que la presión social no está hecha para un poder frágil [lo que de inmediato nos trae a los días actuales, agrego]: existían todas las condiciones para que la matanza se evitara [pero, digo yo, resultó mejor para los intereses del control social que hoy se dibujan de nuevo en nuestro horizonte]".

Este libro, Jacinto, puede cambiar, en efecto, mucho de lo que hasta ahora se conoce.

¿Quiénes son todos los culpables, no sólo de lo que aconteció aquel miércoles 2 de octubre, sino de todo lo que se inició el 22 de julio y de los 73 días en que los militares gozaron del placer de ejercer el poder en las calles mismas?

Díaz Ordaz y todo lo que él representó con sus cómplices, temían a una juventud movilizada que cuestionaba todos lo mitos, aún los más nimios, de la democracia priísta y los "valores" de la propiedad privada, la familia, el Estado, la religión y las buenas costumbres, el mundo heredado de los campos de exterminio y de las bombas atómicas. Tenía miedo el secretario de Gobernación que ya se creía presidente. Las fuerzas armadas conocían su propio poder y sabían cómo ejercerlo como represoras y como negociadoras con el poder civil.

Fueron culpables los estudiantes por no comprender que los poderes deben ser respetados ciegamente, sin salir a la calle ni pintar los muros; por no comprender que no podían retar al destino de la revolución mexicana, por dejar de someterse a la TV.

Fueron culpables los generales, sus granaderos y sus porros.

Fue culpable el rector Barros Sierra por haber dado legitimidad a la movilización, por haber defendido la autonomía universitaria como lo hizo, por haber dado un sentido diferente a sus concepciones de hombre de Estado que había ejercido desde el gabinete presidencial.

Fueron culpables los intelectuales y los artistas que lo apoyaron, y con ellos todos los responsables del espionaje que provocaron, o al menos hicieron trabajar más intensamente.

Fueron culpables los ingenuos estudiantes armados de cuya existencia se ha sabido poco o casi nada. Fueron culpables la prensa, la radio y la TV por su corrupción, su sumisión, su cobardía...

Fueron culpables los jueces, la Suprema Corte y todo el sistema jurídico.

Son culpables, en fin, la memoria y el destino.

Jacinto nos revela cómo incurrieron y han incurrido en culpabilidad. Da números, referencias, nombres, detalles, todo con firmas auténticas e incuestionables. Entre otras, nos ofrece la figura de José Revueltas, cuya obra me sugiere una complementariedad con la de Conrad que tanto ha fascinado a Jacinto.

Una amplia bibliografía, una breve hemerografía, una filmografía completa y otros documentos completan el trabajo de Jacinto.

Su lectura es ineludible.

Sin duda en el futuro próximo nos permitirá —si se lo permiten a él— conocer los archivos militares tan celosamente guardados por las armas que no cesan de cubrirse de gloria.

 

La historia también está hecha de derrotas. Pablo Gómez. México, Miguel Ángel Porrúa, 2008

 

EVOCACIÓN DE DERROTAS

Dice Pablo Gómez: "Veinticinco minutos de indescriptible fuego a discreción no pudo ser producto de la supuesta falta de información sobre la procedencia de cinco disparos de pistola sino de la ejecución de órdenes precisas"; ya había subrayado que "la idea de los mandos militares paralelos parece convencer a algunos ingenuos".

Con esta certeza, razonable y persuasiva, Pablo Gómez emprende su propio recuento del 68 y recorre caminos tan reveladores como el de su propia memoria, el de una parte importante de la documentación con que se cuenta hasta ahora, y el de una profunda reflexión política que emprendió sin duda hace 40 años.

Como legislador, Gómez tuvo acceso a los archivos de la Secretaría de Gobernación, pero Zedillo nunca respondió al requerimiento de abrir los archivos del ejército.

Los archivos de Gobernación, con todo lo que han revelado, son sin embargo decepcionantes: están ahí los reportes que sin duda leían Echeverría y sus subordinados. Son notas de todo lo que acontecía en los actos públicos, en las asambleas y demás reuniones en las que se infiltraban delatores, "inconscientes cronistas" de la historia de aquellos momentos. Pero no se halla en ellos el menor rastro de las órdenes que recibían esos espías y los ejecutores de la represión.

"Somos nosotros quienes estamos en esos archivos, es la gente del pueblo que nos apoyaba", los volantes y los textos de las pintas, los discursos. Y también lo que hacían granaderos y soldados. Pero nada hay del 2 de octubre, cuidadosamente eliminado del acervo.

La crónica, tan detallada como los documentos con los que trabaja y su memoria persistente se lo permiten, concluye con 30 tesis, una primera versión de las cuales generó la redacción de todo este libro, en el cual desde el primer renglón se recuerda que en 1968 la juventud, en particular la universitaria, emprendió movimientos similares en el fondo aunque diversos en los detalles, en 65 países. Ninguno parece haber sido reprimido con tanta saña y con muertes incontables como el de México. Éste fue derrotado por las armas, por las persecuciones y la prisión. Eso no obsta, sin embargo, para que en nuestros recuentos, análisis y balances de hoy pueda reconocerse la profundidad de los cambios que ese movimiento derrotado trajo a México. Quienes piensan que no se puede hablar de derrota original después de tantas transformaciones posteriores, no pueden ignorar los reveses del 68 como tampoco olvidan los triunfos de los años que siguieron. Conviene también recordar una sutileza semántica que apoya la tesis de Pablo Gómez: si bien la palabra "derrota" es un término vivo aún en alguna terminología militar obsoleta, y también en los estilos más rebuscados de la literatura, significa también rumbo, camino, dirección, ruta. Es posible que a Gómez, como se percibe claramente en su libro, más que las desgracias lo han guiado los procesos de democratización que, con sus propios antecedentes, trajo el 68.

Pese a su título y a los hechos que destaca, esta obra no habla de fracasos; más bien muestra un derrotero histórico que fue también, para mucha gente, incuestionablemente personal.

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