Comenzada la Guerra del Peloponeso, en el verano del año 428 a. C. los mitileneos deciden sublevarse contra Atenas y su imperio, concretando una aspiración ya lucubrada antes del inicio de la contienda bélica.1 Mitilene aspiraba a convertirse en un polo de poder en ese lugar estratégico que Lesbos ocupaba en el Egeo, para lo cual había puesto toda la isla bajo su control, salvo Metimna, propiciando incluso el sinecismo en una única polis. En el marco de la Liga de Delos, plataforma de desarrollo del imperio ateniense, los lesbios no estaban obligados a la entrega del tributo anual como la gran mayoría de las ciudades, sino que debían aportar naves y hombres en caso de que Atenas así lo requiriera. Pero Mitilene había comenzado a pensar en su salida de esta situación buscando que Esparta atendiera a su solicitud de sumarse a la liga por ella liderada, lo cual solo se concretó una vez que la revuelta ya estaba en marcha. En efecto, los mitileneos se vieron obligados a anticipar esta acción, aun cuando los preparativos no estaban finiquitados, porque los atenienses fueron avisados de los planes que aquellos estaban ya ejecutando. El titubeo inicial de los atenienses, condicionados todavía por los estragos de la peste y las renovadas invasiones peloponesias sobre el Ática, dio paso prontamente a una resuelta avanzada sobre Mitilene, que nunca pudo recibir la ayuda espartana y rápidamente tuvo que capitular. Luego de la exitosa campaña militar comandada por el estratego Paques, los atenienses promovieron un debate sobre el destino de los mitileneos en el que inicialmente decidieron matar a todos los varones adultos y esclavizar a mujeres e infantes; pero, tras revisar esta decisión, resolvieron ejecutar a los poco más de 1,000 prisioneros que habían sido enviados a Atenas como los principales responsables de la revuelta y establecer una cleruquía sobre todo el territorio de Lesbos excepto el de Metimna.
En este artículo se tratará de explicar las condiciones consideradas por los atenienses para la constitución de esta cleruquía. Para ello se procederá del siguiente modo: en primer lugar, se analizará la evidencia disponible respecto del establecimiento de los clerucos atenienses en Lesbos; seguidamente, se abordará la cuestión de los beneficiarios de la distribución de tierras y el problema planteado por la historiografía moderna respecto de si actuaron o no como rentistas absentistas; a continuación, se discutirá si las parcelas asignadas solo se obtuvieron a partir de la expropiación de los oligarcas mitileneos, muchos de los cuales habían sido ajusticiados; en cuarto lugar, se planteará una serie de criterios que debieron haber guiado las decisiones atenienses en cuanto a los territorios que efectivamente serían objeto de reparto entre los clerucos; finalmente, se indicará de qué manera la concesión de lotes a los clerucos se ensamblaba con la imposición del pago de una renta anual a favor de cada uno de ellos por parte de los lesbios, transformando al arrendamiento en un sistema de explotación de la tierra confiscada y de la fuerza de trabajo que directamente la cultivaba.
Las evidencias de la cleruquía
Entre las diferentes cuestiones relativas a la situación de la democracia ateniense durante la época de la Guerra del Peloponeso, el autor del libelo conocido como Constitución de los atenienses dedica varias secciones del primer capítulo (X., Ath., 1.14-19) a un conjunto de obligaciones que, en virtud de su imperio, Atenas había impuesto a los aliados, a quienes, en consecuencia, han convertido más bien en esclavos, dice el texto (1.18). Estas exigencias incluían diversos aspectos, tales como la recaudación de tributos, la radicación en Atenas de las causas judiciales relativas a los aliados, el ejercicio de cargos políticos por parte de atenienses en las ciudades sometidas, etcétera.2
En este contexto, dos referencias resultan significativas para el propósito de este artículo. La primera de ellas indica la necesidad de que los atenienses se trasladen hacia los territorios de ultramar correspondientes motivada por la posesión de bienes fuera de Atenas (1.19: διὰ τὴν κτῆσιν τὴν ἐν τοῖς ὑπερορίοις). Estas propiedades no pueden haber sido otra cosa que lotes de tierra en manos de atenienses allende las fronteras del Ática; el punto radica en determinar si se trataba de haciendas en el extranjero adquiridas privadamente sobre todo por individuos ricos, o si la existencia de dichos patrimonios era el resultado de una política deliberada desarrollada por Atenas, de acuerdo con la cual muchos atenienses recibieron tierras confiscadas a las comunidades aliadas del Egeo a través del establecimiento de cleruquías y colonias.3 El hecho de que en el mismo pasaje se realice de inmediato una mención a ciertas magistraturas que los atenienses desempeñaban en el exterior (1.19: καὶ διὰ τὰς ἀρχὰς τὰς εἰς τὴν ὑπερορίαν), valiéndose de una construcción causal similar a la anterior, podría llevar a pensar que el texto estaría insinuando que los mismos atenienses aludidos se beneficiarían tanto de las posesiones de ultramar, que debían periódicamente controlar, como del ejercicio de los cargos, que requerían asimismo trasladarse fuera de Atenas.
Sin embargo, el sentido de este pasaje no parece agotarse solo en la interpretación de la información que en sí mismo plantea, sino que viene a completar una indicación hecha previamente en el panfleto, que constituye la segunda referencia significativa antes aludida en función del planteamiento que aquí se desarrolla. Esto es lo que señala el texto del Viejo Oligarca (X., Ath., 1.15):
Alguien podría decir que la propia fuerza de los atenienses radica en que los aliados conserven la capacidad de contribuir con recursos. No obstante, los demócratas piensan que el mayor bien radica en que cada uno de los atenienses posea individualmente los recursos de los aliados, y que estos tengan solo lo suficiente para vivir y trabajen sin ser capaces de planear una revuelta.4
En su comentario a la obra, John Marr y Peter Rhodes entienden que, al decir que “cada uno de los atenienses posea individualmente (ἕνα ἕκαστον Ἀθηναίων ἔχειν) los recursos de los aliados, y estos solo lo suficiente para vivir” (ἐκείνους δὲ ὅσον ζῆν), en virtud del lenguaje empleado, el pasaje parece hacer referencia a la expropiación de territorios aliados por parte de los atenienses y su asentamiento en los mismos mediante la imposición de cleruquías, práctica que Atenas solo parece haber usado en casos de revueltas graves, como se deduce del final de la cita: “siendo incapaces de planear una revuelta” (ἀδυνάτους ὄντας ἐπιβουλεύειν).5 En este contexto, ambos autores llaman la atención sobre las posibilidades que se les presentaban a los atenienses en tales circunstancias: o bien podían matar o esclavizar a los habitantes nativos, o bien podían mantenerlos como dependientes (arrendatarios o asalariados) en las tierras que anteriormente eran suyas. Según Marr y Rhodes, el ejemplo que más claramente se ajusta a la situación descripta por el Viejo Oligarca es la cleruquía impuesta en la isla de Lesbos después de la revuelta de Mitilene, remitiendo para ello a la información que brinda Tucídides y a recientes análisis sobre la misma.6
La situación de la isla de Lesbos después de la revuelta de 427 a. C. y su posterior ocupación por Atenas ha generado diversas controversias, convirtiéndose en el caso representativo para abonar la idea de que, por regla general, los clerucos atenienses actuaban como propietarios absentistas,7 lo cual supone considerar las formas de explotación a las que fueron sometidos los lesbios a partir del establecimiento de la cleruquía. Esto es lo que dice Tucídides (Th., 3.50.2) al respecto:
Después de esto, no impusieron un tributo a los lesbios, sino que dividieron la tierra, salvo la de los metimneos, en tres mil lotes, de los que reservaron trescientos para consagrarlos a los dioses, y a los otros enviaron clerucos escogidos entre ellos mismos por sorteo. Los lesbios, acordando con estos pagar una suma de dos minas al año por cada lote, trabajaban ellos mismos la tierra.8
Diodoro Sículo (12.55) recapitula los eventos que conducen a la rebelión de Mitilene y la posterior represión ejercida por Atenas sobre los sublevados, y concluye la narración indicando lo siguiente: “Los atenienses, después de demoler las murallas de Mitilene, se repartieron en lotes toda la isla de Lesbos a excepción del territorio de los metimneos”.9 La traducción vertida para el verbo κατακληρουχεῖν utilizado por Diodoro, “repartirse en lotes”, no debe hacer que se pierda de vista el hecho de que el término denota claramente que la distribución de tierras llevada a cabo implicó el establecimiento de una cleruquía, en coincidencia con el testimonio de Tucídides.
La presencia de los clerucos atenienses en Lesbos se confirma también gracias a una inscripción que se conserva fragmentariamente y cuya datación continúa discutiéndose (IG I2 60 = IG I3 66).10 El decreto grabado se refiere a una decisión tomada por la asamblea ateniense en una fecha posterior a la ocupación de la isla cuyo fin era la concesión de la autonomía (línea 11) a los mitileneos (mencionados en línea 24, y posiblemente en la 9), así como la devolución de las posesiones, es decir, sus propias tierras (líneas 12: τ[ὰ] σφ[έτερα] αὐτō[ν, y 26: γε̄ς ἀνταπόδο[σιν; véase la restitución propuesta en línea 22).11 El decreto hace mención explícita de los clerucos (en línea 17, y probablemente también en la 25), que a raíz de lo resuelto habrían tenido que prescindir de los lotes que habían recibido en la isla después de que Atenas hubiera logrado reprimir la revuelta.
La información contenida en el discurso de Antifonte, Sobre el asesinato de Herodes (5.76-79) se halla en relación directa con estos testimonios. En esta pieza del orador ático se hace referencia a la revuelta de Mitilene (§ 76) y a la posterior represión impuesta por los atenienses (§ 77), contexto en que se alude al castigo propinado a los culpables12 y a la concesión al resto de los mitileneos de la autorización para habitar en su propia tierra.13 Esta última aserción presenta notables similitudes con un pasaje de la inscripción (IG I2 60 = IG I3 66.9-12), aun cuando no se haga uso de ninguna de las hipótesis de restauración del texto faltante en la evidencia epigráfica.
El conjunto de la documentación resulta coincidente en que los atenienses tenían posesiones fuera del Ática, entre las que, a partir del año 427 a. C., se encontraban las tierras de la isla de Lesbos (salvo las de Metimna), que Atenas tomó para su propio usufructo repartiéndolas en lotes individuales en el marco de la cleruquía allí fundada. El hecho de que en este caso se les permitiese a los nativos continuar viviendo en su propia tierra se halla en relación directa con el acuerdo establecido, según el cual los lesbios se vieron obligados a aceptar la imposición del pago a cada cleruco de una renta anual con un valor determinado y a trabajar las tierras ellos mismos. Estas condiciones pueden resultar indicativas de que el trabajo efectuado por los propios nativos solo les permitía obtener lo suficiente para vivir, implicando una merma significativa de los recursos disponibles para su subsistencia. Ahora bien, a partir de la serie de factores reseñados, al menos dos preguntas se suscitan, interrogantes a los cuales se tratará de dar respuesta en el resto del artículo: ¿sobre qué parámetros catastrales los atenienses llevaron a cabo la distribución de los lotes de tierra entre los clerucos enviados a Lesbos?; ¿qué tipo de relación de explotación se estableció entre estos y los lesbios, que debieron asumir a su cargo el pago de una renta trabajando por sí mismos los campos?
Los beneficiarios del reparto de tierras: ¿rentistas absentistas?
Para abordar los interrogantes planteados es necesario partir de la evidencia citada previamente, en especial el testimonio de Tucídides. Los tres mil lotes, incluyendo los trescientos consagrados a las divinidades, se debieron mensurar de manera igualitaria con el fin de que cada uno de los 2,700 clerucos escogidos obtuviera en cada lote la renta anual de dos minas que los lesbios se vieron obligados a entregar a partir de su propio trabajo en las tierras (Th., 3.50.2). Aceptando que esta renta representaba un ingreso suficiente para ser parte del estatus hoplítico, a partir de su hipótesis general de que Atenas propiciaba la conversión de los thêtes en zeugîtai, Arnold Jones articulaba el dato suministrado por Tucídides con otras evidencias que mostrarían que 200 dracmas eran equivalentes a las 200 medidas requeridas en el censo soloniano para ser parte de la clase de los zeugîtai, que coincidirían prácticamente con los hoplitas.14 En efecto, según el autor, dicha renta sería similar a la que a finales del siglo IV sirvió de base para establecer el censo mínimo de 2,000 dracmas para que un ateniense pudiera conservar los derechos plenos de ciudadanía, con lo cual Antípatro procedió a restringir el cuerpo político a 9,000 miembros.15 Michael Jameson aceptaba el cálculo por el cual Jones llegaba a las 2,000 dracmas, en tanto que Alfonso Moreno ha indicado que es probable que los médimnoi del censo soloniano hayan comenzado a expresarse en dracmas a inicios del siglo V, utilizando para ello una ratio de 1:1, es decir, un médimnos igual a una dracma.16 Es posible asumir como algo razonable que un ingreso anual de 200 dracmas habilitaba a quien lo percibiera a convertirse en hoplita, aunque algunos han relativizado la valía de esta suma indicando que se trata de una cantidad que nada más aseguraría la subsistencia, lo cual supone que los atenienses pobres que pasaron a actuar como hoplitas tuvieran que percibir otros ingresos en caso de haber efectivamente cambiado de estatus.17 Pero Christophe Pébarthe señala que la renta anual de dos minas se situaba en el límite censitario entre los thêtes y los zeugîtai asegurando a los clerucos su manutención y permitiendo así que los atenienses pobres pudieran acceder al estatus hoplítico: “Las cleruquías aumentaban el número de hoplitas, puesto que proporcionaban principalmente a los thêtes un patrimonio territorial correspondiente a la categoría hoplítica”.18
Por otra parte, se ha discutido si los clerucos se establecieron efectivamente en Lesbos y conformaron allí una guarnición militar, o si, por el contrario, recibieron sus asignaciones de tierra sin abandonar Atenas con el fin de aumentar el número de hoplitas, ya que el carácter rentístico del sistema de explotación impuesto a los lesbios les permitiría ausentarse de la isla. Algunas posturas extraen de esto último consecuencias generales y proponen que el absentismo de los clerucos sería la regla siempre aplicada, mientras que otras indican que el caso lesbio se trata de una situación específica y no de la pauta habitual.19 Como señala Vittorio Saldutti: “Lesbos sufrió la llegada de casi tres mil hombres, enviados pro tempore para aliviar a la ciudad de su presencia, en un momento de urbanización forzada e insostenible debido a las frágiles estructuras de la ciudad, y exentos del cultivo de las tierras, confiado en cambio al cuidado de los habitantes previos”.20
Una vez acordado que los lesbios debían pagar la suma de dos minas al año, el sistema establecido tuvo necesariamente que implicar que, para recaudar la renta estipulada, cada cleruco se vinculara directamente con los lesbios asignados junto con el lote que continuaban labrando;21 claramente, la renta percibida tenía por objetivo asegurarle a cada cleruco un ingreso que, como se ha visto, lo convertía en un hoplita. Está claro que el sistema de explotación de los lesbios supone que, productivamente, los atenienses revistaran bajo la condición de absentistas. Pero esto no implica que los atenienses pudieran llevar a cabo la exacción de rentas a la distancia. Aun si una parte de los beneficiarios pudo haber permanecido en Atenas sin necesidad de trasladarse a la isla, el control de los lesbios debió haber requerido de una presencia habitual de atenienses que se mantenían con las rentas obtenidas allí mismo (tal vez con la colaboración de los metimneos que habían permanecido fieles a los atenienses durante la rebelión de los mitileneos). Los clerucos no tuvieron que tener una presencia ininterrumpida en la isla, pues Atenas tenía necesidad de fuerzas militares. Pero, a la vez, el control de potenciales nuevas rebeliones y la recolección de la renta debieron de actuar como estímulos para que de algún modo los atenienses mantuvieran su presencia en la isla, siendo probablemente los propios clerucos, o una parte de ellos, quienes cumplían estas tareas.22
En definitiva, esto es lo que se desprende del testimonio del Viejo Oligarca sobre las posesiones fuera del Ática, por lo cual los atenienses debían trasladarse a los territorios de ultramar (X., Ath., 1.19). En cuanto al caso lesbio, se puede deducir que el absentismo de los clerucos, en caso de hacer uso de esta noción, se debe definir en relación con la producción y no necesariamente con respecto a su presencia en la isla, a la cual se envió la expedición para someter a los lesbios para luego realizar el sorteo que seleccionaría a los atenienses beneficiados por el reparto.
Las tierras de los clerucos, ¿solo las propiedades de los oligarcas?
Ahora bien, ¿con qué criterios y sobre qué territorios se establecieron los 3,000 lotes? Benjamin Meritt creía que en el decreto ya citado (IG I2 60 = IG I3 66) había una disposición referida al modo de resolver la situación de los clerucos que debían devolver los lotes a los mitileneos tras la concesión de la autonomía.23 Según el autor, les habrían adjudicado las tierras confiscadas a los líderes de la revuelta ejecutados, que serían las mejores propiedades de la isla, en gran parte concentradas en las ciudades o cerca de ellas: los clerucos se habrían establecido en estas tierras, recibiendo cada uno, al mismo tiempo, un ingreso anual de dos minas por cada lote que había sido devuelto a su propietario mitileneo original. Meritt entiende que Tucídides es explícito en cuanto a que los clerucos solo empezaron a percibir la renta anual una vez devueltos los lotes (Th., 3.50.2).
Esta perspectiva supone la existencia de dos tipos de derechos diferenciados adquiridos por los clerucos atenienses, en la medida en que usufructuaban directamente de ciertas propiedades y, además, recibían la renta de 200 dracmas. Esto presume una distinción entre los patrimonios de los oligarcas ajusticiados y los del resto de los mitileneos que, en caso de que efectivamente se hubiera aplicado, podría haberse basado en una discriminación positiva entre los oligarcas y el pueblo, lo cual podría tener cierto asidero conforme a los dichos que en el debate sobre Mitilene Tucídides les atribuye a Cleón y Diódoto, respectivamente. En efecto, mientras que el primero propugnaba castigar tanto a los oligarcas como al pueblo, porque este fue parte de la revuelta sumándose a la defección impulsada por aquellos (3.39.6), en cambio, el segundo argumentaba que esto no fue así, puesto que no había participado en la rebelión, sino que incluso se volvió contra los oligarcas sublevados cuando tuvo las armas (3.47.2-3). Según se puede deducir de la narración de Tucídides (3.27.2-3), los poderosos (τοὺς δυνατούς) aparecen como los protagonistas de la asonada; en cambio, tras recibir el armamento hoplítico a instancias del lacedemonio Saleto (hasta entonces solo portaban armas ligeras), los del pueblo empezaron a reunirse en asambleas en las que finalmente tomaron la decisión de exigirles a los oligarcas mitileneos el reparto público de sus propios víveres, amenazándolos con entregar la ciudad a los atenienses en caso de no cumplir con este pedido.24
El conjunto de estos poderosos parece ser aludido por Tucídides (3.50.1) cuando emplea la expresión “principales responsables” (αἰτιωτάτους), superlativo que denomina a los más de 1,000 cabecillas de la revuelta de Mitilene llevados a Atenas.25 En virtud de lo indicado en el párrafo precedente pareciera tratarse únicamente de los oligarcas mitileneos. Pero, conforme al relato tucidideo (3.28.2; 3.35.1), no solo estaban todos los mitileneos que habían pactado con los lacedemonios, y que tras su rendición Paques envió a Ténedos, sino también todos aquellos que a él le parecieron responsables de la sublevación. Puesto que, según indica Tucídides (3.35.2), las medidas de Paques no solo abarcaron a Mitilene sino a Lesbos en general, se puede asumir que entre los más de 1,000 enviados a Atenas, y que luego serían ejecutados, había poderosos que procedían de Antisa, en donde, después de su captura, Paques tomó las medidas que creyó convenientes con respecto al ejército que estaba acantonado allí (3.28.3: στρατόπεδον). Lo mismo cabe deducir para los casos de Pirra y Ereso, que fueron sometidas por el general ateniense tras haber logrado la rendición de Mitilene (3.35.1).26 Por ende, es probable que en estas tres ciudades también hubiera poderosos inclinados hacia la causa de los oligarcas mitileneos, que habían convertido a las tres comunidades mencionadas en poleis dependientes con la posible connivencia de esos dirigentes locales.27
En efecto, la rebelión tiene su punto de partida en el intento de sinecismo impulsado por Mitilene para organizar una única polis en Lesbos, agrupando en ella a las comunidades de Antisa, Ereso y Pirra, que ya dependían de Mitilene, y también a Metimna, que permanecía independiente y con un gobierno democrático.28 Tucídides (3.2.3; 3.3.1) dice que los atenienses fueron informados de que los mitileneos promovían la unificación de Lesbos por la fuerza; es probable, no obstante, que este uso de la fuerza tuviera a la polis de Metimna como principal destinataria, puesto que las otras tres ciudades ya estaban bajo el control de Mitilene. Esto es lo que se deduce del relato de Tucídides (3.5.1) al indicar que, una vez que el embajador ateniense se retiró sin lograr acuerdo alguno, los mitileneos y el resto de Lesbos salvo Metimna entraron en guerra. El posterior desarrollo de los hechos lo confirma (3.18.1-2): los mitileneos y sus aliados, seguramente de Antisa, Pirra y Ereso, atacaron a los metimneos, pero al no obtener el resultado esperado se retiraron hacia estas ciudades, donde los mitileneos se aseguraron de mantenerlas de su lado y reforzaron sus murallas; los metimneos realizaron luego una incursión sobre Antisa que esta y sus aliados rechazaron.29
Las disquisiciones previas, que pueden parecer un excurso sobre las ciudades lesbias y los intentos realizados por Mitilene para unificarlas políticamente bajo su control, permiten en realidad poner en perspectiva la ya comentada afirmación hecha por Meritt con respecto a que las mejores tierras de la isla estaban ampliamente concentradas en las ciudades o cerca de ellas. Todo lo dicho anteriormente hace pensar que tales tierras aluden tanto a las de Mitilene como a las de Antisa, Ereso y Pirra que eran poleis dependientes de aquella, cuyos poderosos se habían inclinado hacia la oligarquía al igual que los gobernantes mitileneos, quedando seguramente sometidos al mismo tratamiento que estos últimos debido a su adhesión a la política impulsada por los líderes de Mitilene. Parece confirmar esta visión la información que brinda Tucídides (4.52.2-3) sobre los intentos de los mitileneos y los demás lesbios desterrados por recuperar el control de las ciudades del continente, en la llamada Actea, y también de la propia isla. Es factible que una parte de estos expatriados procediera de los mitileneos asentados en esa región continental hasta que fue ocupada por Atenas; pero la mención de “los otros lesbios” (τῶν ἄλλων Λεσβίων) entre los exiliados, evidentemente, en alusión a individuos procedentes de Antisa, Ereso y Pirra, lleva a pensar que junto a los más de 1,000 cabecillas eliminados había otra cantidad importante de personas provenientes de las cuatro ciudades que se sublevaron contra Atenas y que ahora estaban viviendo en el exilio.
Lo dicho hasta aquí lleva a suponer que, tras las ejecuciones y los destierros, los atenienses habrían confiscado las propiedades pertenecientes a los oligarcas, mayoritariamente mitileneos a quienes se habrían sumado poderosos de Antisa, Ereso y Pirra. Pero esto no significa que los clerucos usufructuaran de las mismas y, a la vez, recibieran rentas de los lesbios que trabajaban sus propias tierras, como opinaba Meritt. Tucídides dice que toda la isla de Lesbos, excepto Metimna, fue objeto del reparto en 3,000 lotes y que la recaudación de las dos minas como renta anual entregada por los lesbios por cada lote asignado a los clerucos iba de la mano con dicho reparto (Th., 3.50.2). Este acuerdo entre los lesbios y los clerucos aparece como una forma práctica de concretar el establecimiento de la cleruquía, que les permitió a aquellos seguir cultivando la tierra y obtener la subsistencia a partir de su propio trabajo sobre la misma y les aseguró a estos un ingreso sin tener que trabajar. El problema de la interpretación de Meritt se deriva de la datación muy temprana de la inscripción (427-426 a. C.) y su intento de conciliarla con el testimonio de Tucídides, lo cual desaparece si se adopta un criterio diferente, como el de Charles Fornara y Vittorio Saldutti.30
En cambio, la propuesta de Meritt sobre las tierras utilizadas para asignar los 3,000 lotes a los seleccionados a raíz del establecimiento de la cleruquía en Lesbos ha encontrado otras derivaciones. Arnold Gomme también sugería la posibilidad de que la tierra distribuida a los clerucos fuera la que se habría confiscado a los propietarios originales, los cabecillas ejecutados, que habrían acaparado toda la tierra útil. Esto supone que, de una manera u otra, los oligarcas mitileneos monopolizaran prácticamente la principal riqueza económica. En tal caso, puesto que Tucídides señala que toda Lesbos fue loteada, salvo Metimna, debería haber ocurrido una redistribución de la tierra en favor del pueblo de Mitilene, así como del de Antisa, Ereso y Pirra, quienes serían responsables de trabajar la tierra por sí mismos y entregar la renta anual de dos minas a cada cleruco.31
En este sentido, cobra relieve una conjetura de John Wilson en el contexto de su análisis del número de efectivos militares, particularmente los hoplitas, que los contendientes pudieron haber movilizado en la conflagración posterior a la revuelta de Mitilene. Centrándonos aquí en esta ciudad y sus aliados de Lesbos, el autor encuentra plausible que los hoplitas mitileneos procedentes de los sectores superior y medio de la ciudadanía no excedieran en mucho a los pocos más de 1,000 cabecillas ejecutados en Atenas, sobre una población total de 5,000 ciudadanos varones adultos.32 Resulta más complejo evaluar para las ciudades de Antisa, Ereso y Pirra la cantidad de hoplitas y el total de ciudadanos varones adultos; Wilson estima que es improbable que en estos tres casos, aun estando gobernados por oligarquías, la proporción de hoplitas se ubicara en un nivel tan bajo como sucedería en Mitilene, y propone un mínimo de 3,000 soldados,33 es decir, alrededor de 1,000 efectivos por cada una de estas tres poleis, que sumados a las huestes militares de Mitilene redondearían unos 4,000 individuos en total. Wilson deduce que la propiedad de la tierra estaba mayoritariamente en manos de estos hoplitas, es decir, los ciudadanos procedentes de los sectores superiores y medios de estas cuatro ciudades. Su razonamiento amerita ser citado in extenso:34
Mitilene fue claramente la instigadora de la revuelta, y la vasta mayoría de los αἰτιωτάτους (50.1) debe haber venido de allí. Las objeciones al amplio número usualmente han descuidado 35.1, donde Paques se prepara para enviar a Atenas εἴ τις ἄλλος αὐτῷ αἴτιος ἐδόκει —criterio bastante vago—. La ejecución de los 1,000 habría entonces liquidado a la amplia mayoría de los mitileneos de rango hoplítico (o superior): presumiblemente aquellos que poseían la mayor parte de la tierra. La cifra de 3,000 asignaciones también es razonable (50.2), aunque no podemos hacer más que una conjetura sobre este particular asunto. La distribución de tierras bajas y fértiles en Lesbos es tal que podemos plausiblemente atribuir alrededor de un tercio a Mitilene y dos tercios a Pirra, Antisa y Ereso, correspondientes a los 1,000 mitileneos ejecutados (originalmente poseedores de 1,000 de las 3,000 asignaciones) y 2,000 de las demás ciudades; excluyendo, por supuesto, la tierra de Metimna. La preeminencia de Mitilene en Lesbos no se debió a su posesión de la mayor parte de la tierra buena, sino a su comercio en general y a sus posesiones en el continente en particular (50.2).
La conjetura de Wilson pone algunos números a las formulaciones generales hechas por Meritt y Gomme, precisando que los 3,000 lotes no pudieron provenir únicamente de los oligarcas de Mitilene, aunque coincide en que, en verdad, todos los ejecutados debieron ser mitileneos. A diferencia de las propuestas de Meritt y Gomme, según la hipótesis planteada por Wilson, los atenienses debieron haber confiscado no solo las tierras de los oligarcas mitileneos sino también las de sus aliados en Antisa, Ereso y Pirra, procedentes de las clases acomodadas de rango hoplítico o superior, al igual que en Mitilene.35 Pero, en el caso de que los oligarcas ejecutados fueran en su gran mayoría mitileneos, entonces los propietarios originales dentro de estas tres ciudades podrían haber seguido vinculados a sus tierras, convertidos en arrendatarios de los clerucos atenienses, tema que será abordado en breve. En el caso de que la situación hubiera sido efectivamente así, y puesto que los poseedores originales de las tierras mitileneas habían muerto, en estas se habría puesto de manifiesto la necesidad de contar con otros arrendatarios que las cultivaran y pagaran la renta.36 Los exiliados mencionados anteriormente bien pudieron haber figurado entre los expropiados, de manera que los lotes repartidos a los clerucos habrían sido las tierras vacantes no solo de los ajusticiados sino también de los que habían huido una vez que Atenas se aseguró el control de la isla.
Criterios para la selección del territorio a distribuir
La selección de los territorios lesbios que se dividieron en 3,000 lotes pudo haber seguido un patrón más general, sin el requisito de tener que suponer o bien que los oligarcas mitileneos monopolizaban prácticamente todas las tierras que los atenienses se repartieron, o bien que estas habrían pertenecido, en realidad, tanto a las clases acomodadas de Mitilene como a las de Antisa, Ereso y Pirra. En este sentido, resulta pertinente para el propósito aquí planteado revisar una serie de cálculos sobre el tamaño de cada parcela y la relación proporcional que este guardaría con la renta de dos minas por lote que los lesbios debieron pagar. Georg Busolt había llevado a cabo una deducción de este tipo:37 descontando al total de la superficie de Lesbos una quinta parte que correspondería a Metimna, obtenía que cada uno de los 3,000 lotes tendría aproximadamente 45 hectáreas, incluyendo la tierra montañosa no apta para el cultivo. La renta de 200 dracmas se habría pagado por cada parcela de estas dimensiones, puesto que el reparto creó lotes semejantes que debían producir ingresos análogos, y en los que los lesbios que los cultivaban debían obtener también sus propios ingresos. Busolt indicaba asimismo que la nueva distribución igualitaria de la tierra impuesta por los atenienses debió cortar los límites previos de las parcelas lesbias, desiguales en tamaño y rendimiento. En consecuencia, dependiendo de la participación que tuvieran en los nuevos lotes, los anteriores propietarios probablemente tuvieron que pagar cantidades diferentes.38 En una nota de la edición de Edgar Marchant aparece una conjetura que se mueve en la misma dirección, quien a su turno seguía una inferencia planteada previamente por Henry Fynes Clinton: con una superficie total de 1,465 km2 y un quinto de la misma atribuido a Metimna, cada lote promediaría 39 hectáreas (96 acres). Como insinuaba Marchant, coincidiendo así con Busolt, aun si Tucídides asumía que toda la tierra había sido dividida, “no todo el κλῆρος estaría bajo cultivo”, a la vez que “los nuevos κλῆροι, por supuesto, atravesarían los límites de las antiguas haciendas”.39
Siguiendo a Busolt, Gomme también conjeturaba un lote de 45 hectáreas, área con respecto a la cual la renta anual de 200 dracmas sería relativamente baja, más aún con una tierra particularmente fértil.40 Ahora bien, si se toman en cuenta los datos que el autor volcaba en su comentario, el cálculo debería seguir un procedimiento diferente. Dichos datos provienen de las estimaciones presentadas por Demetrios Mantzouranis, que según afirmaba Gomme podían estar en la línea correcta, a pesar de tratarse de una lectura especulativa del censo llevado a cabo en época de Diocleciano (IG XII2 76-80 = IGR IV 109-113) con la posible aplicación de los números obtenidos al siglo V a. C.:41 el área total explotada sería de 750,000 strémmata, con 400,000 para cereales (incluyendo también el barbecho), 45,000 para olivos y 35,000 para vides, lo cual supone 270,000 para otros usos junto a los típicos de la tríada mediterránea, probablemente para pasturas.42 Considerando que un strémma equivale a 1,000 m2, se obtiene un área aproximada de 750 km2 empleada para algún tipo de labor agraria, es decir, menos de la mitad de la superficie total de la isla teniendo en cuenta los 1,614 km2 adoptados por Mantzouranis (Gomme le atribuía a la isla una superficie de 1,750 km2).
Cálculos más recientes se hallan en línea, a grandes rasgos, con las inferencias realizadas. En efecto, analizando la evolución del uso de la tierra y la degradación del suelo en Lesbos en la larga duración, un estudio coordinado por Maria Marathianou permite asumir que en la Antigüedad las tierras dedicadas a cereales (18%), olivos (2%) y vides (2%) junto con las que se destinaban a pasturas (28%) abarcarían 50% del conjunto de la isla, en tanto que el resto continuaría cubierto de bosques.43 Este análisis sigue en cierta medida la información provista por Ioannis Kontis, cuyas estimaciones no obstante difieren en algunos puntos respecto de las de Marathianou y su equipo recién citadas.44 En efecto, las zonas con algún tipo de explotación agraria suman poco menos de la mitad de la superficie total de Lesbos (740 km2 = 45.9%); las tierras dedicadas a cultivos (300 km2 = 18.6%), olivares (30 km2 = 1.9%) y viñas (30 km2 = 1.9%) se hallan dentro del rango que Marathianou sintetiza, siendo menor el área dedicada a pasturas (380 km2 = 23.5%). Estas proporciones solo difieren levemente de la propuesta hecha por Mantzouranis a mediados del pasado siglo, dado que, según sus cálculos ya mencionados, las tierras explotadas de algún modo llegaban a 46.5%, con 24.8% de sementeras, 2.8% de olivares, 2.2% de viñedos y 16.7% de pasturas.45
TERRITORIOS SEGÚN SUS USOS | MANTZOURANIS | KONTIS | MARATHIANOU |
Área dedicada a cereales | 24.8% | 18.6% | 18% |
Área dedicada a olivares | 2.8% | 1.9% | 2% |
Área dedicada a viñedos | 2.2% | 1.9% | 2% |
Área dedicada a pasturas | 16.7% | 23.5% | 28% |
Área de montañas y/o bosques | 53.5% | 54.1% | 50% |
Estas pinceladas con brocha gruesa a partir de información epigráfica tardo-romana deben matizarse con otros datos puntuales, que pueden arrojar luz sobre algunos aspectos. Informaciones específicas respecto de las regiones de la isla ocupadas por Mitilene, Pirra y Ereso permiten vislumbrar las tierras de labor disponibles para alguno de los tres tipos de cultivo, así como los posibles terrenos para pasturas y la interacción entre espacios cultivados e incultos. En cuanto a Mitilene, se conoce información de época clásica acerca de la necesidad de importar cereales desde el Ponto para alimentar a su población, lo cual se ha relacionado con un territorio que no era lo suficientemente fértil ni extenso como para poder alimentar a toda la población de la ciudad.46
La sugerencia precedente se condice con la abundancia de bosques de pino en las regiones montañosas que separan a Pirra de Mitilene,47 que conlleva una serie de consecuencias en cuanto a la ocupación del suelo y las producciones llevadas a cabo. Cotejando la situación actual con las informaciones arqueológicas y epigráficas, Nigel Spencer extrae como conclusión que esta extensa área boscosa (que tal vez fuera incluso más amplia en la época de la Grecia clásica) puede haber sido empleada no solo para la explotación forestal o la caza y la recolección sino también para pasturas en zonas altas, actividad que no es trazable en el registro arqueológico, pero que explicaría la importante presencia de pasturas en las inscripciones tardo-romanas ya mencionadas.48
A diferencia de lo que ocurre en los macizos de Pirra cubiertos de pinares, las serranías del territorio otrora perteneciente a la polis de Ereso se muestran en la actualidad desprovistas de bosques, grandes áreas de rocas desnudas que resultan de poca utilidad productiva salvo para pasturas estivales. Pero a lo largo de la Antigüedad se verifica en esos terrenos una importante construcción de terrazas, cuya mayor extensión data del periodo tardo-romano, aunque el proceso de gestación debió ser de muy larga duración y pudo haber comenzado incluso en la Grecia arcaica y clásica.49 Por su disposición, estas terrazas se dedicaron fundamentalmente a la producción vitivinícola, lo cual concuerda con el renombre de los vinos lesbios por lo menos desde el siglo VII a. C., como se puede observar en diversas fuentes literarias,50 hecho que continuó vigente en la época romana, siendo el vino producido en Ereso uno de los mejores de los que se obtenía en la isla.51
Con todo lo hipotéticos que los números propuestos puedan resultar, un rango parece esbozarse: entre 40 y 50% de toda la isla estaría sometido a alguna forma de usufructo agrario, mientras que las zonas boscosas y/o montañosas cubrirían la otra mitad o incluso un poco más. En este marco, las estimaciones cuantitativas formuladas y las informaciones referidas a aspectos puntuales de la explotación de los territorios respectivos de Mitilene, Pirra y Ereso abonan la idea de que las áreas sistemáticamente explotadas, esto es, apropiadas y cultivadas en tierras tanto de planicies aluviales como de colinas ganadas mediante terrazas, constituían en verdad una parte relativamente pequeña de la superficie total de Lesbos. En efecto, siguiendo las conjeturas de un cálculo u otro, las tierras usadas para la explotación agrícola abarcarían entre 20 y 30%.
Es posible insertar estos cálculos en las evaluaciones más recientes sobre la superficie total de Lesbos y la de cada una de las cinco ciudades a las que aludía Heródoto para la época clásica (Hdt., 1.151.2), siguiendo para ello la información sistematizada por el Copenhagen Polis Centre.52 El reparto de lotes puede haber tenido en cuenta las áreas ya explotadas por los lesbios, puesto que “ellos mismos trabajaban la tierra”, según afirmaba Tucídides; lo cual implica que, para establecer la renta anual con el fin de obtener el ingreso usual de un hoplita, probablemente se tomara en consideración los terrenos que los lesbios ya venían anteriormente usufructuando.53 A esto tal vez obedezca, como insinúa Gabriel Zuchtriegel,54 el hecho de que no sea visible en el registro arqueológico ningún cambio inmediato, dado que, según las sugerencias de Busolt, Marchant y Gomme en cuanto a que los nuevos lotes atravesarían los antiguos, el reparto debió basarse en la tierra ya utilizada. Si se asume que Lesbos tiene en verdad 1,630 km2 de superficie total,55 el espacio bajo el control ateniense ascendería entonces a unos 1,200 km2, ya que el resto correspondía a Metimna (un poco más de 400 km2 tras la conquista de Arisba).56 Si a partir del cuadro elaborado se aplica un cálculo proporcional, se obtiene que el área bajo alguna forma de explotación agropecuaria rondaría grosso modo la mitad de esos 1,200 km2, unos 600 km2, o menos si se sigue a Mantzouranis y Kontis. Puesto que, tras someter a Arisba, Metimna controlaba una de las planicies más extensas, cuyo territorio pudo haber sido incluso más grande de lo estimado si se acepta la hipótesis de que la región en torno al sitio de Isa también estuvo bajo su poder,57 el área productiva probablemente estuviera en el orden de los 500 km2. En la medida en que los demás terrenos eran zonas montañosas y/o cubiertas de bosques, en las que debió haber, desde luego, alguna forma de aprovechamiento de los recursos (forestales, de caza y recolección, incluso para pastoreo, etcétera), pero donde no sería visible una apropiación permanente, salvo en las tierras ganadas mediante terrazas como en el caso de la polis de Ereso, al dividir esa área de 500 o 600 km2 en 3,000 parcelas se obtiene entonces un lote de entre 16 y 20 hectáreas de tamaño, con un promedio de 18 hectáreas para cada uno, calculado sobre las tierras usadas para algún tipo de producción, incluyendo las áreas para pasturas.
Los terrenos de uso agrícola se encontrarían manifiestamente loteados, de acuerdo con el sistema de labranza al uso en el mundo griego,58 aunque resulta menos clara cuál pudo ser la integración de las áreas de cultivo con las zonas destinadas al pastoreo que se derivan de los testimonios mencionados. Interpretaciones planteadas al respecto han hecho hincapié en la vigencia para el mundo griego de un modelo de granja agro-pastoril que integraba la crianza de animales, en particular la de ganado menor, dentro de las actividades productivas de las fincas, puesto que, gracias a estrategias específicas, los forrajes para los animales se obtendrían en las propias granjas o en sus proximidades. Pero esto no descarta la existencia de áreas específicas dedicadas a la crianza de animales, no necesariamente bajo la forma del pastoreo extensivo o la trashumancia de larga distancia, sino mediante movimientos del ganado de corto y mediano alcance, desde las granjas y sus zonas aledañas hacia terrenos que no formaban parte de las propiedades de las fincas; asimismo, es plausible que hubiera desplazamientos estacionales localizados entre tierras bajas y altas que permitirían un empleo más eficiente de las pasturas de montaña,59 como las inscripciones tardo-romanas atestiguarían según el ya citado análisis de Spencer.60 De manera que una separación absoluta entre agricultura y crianza de animales es improcedente, en la medida en que una amplia gama de residuos agrícolas y pastos de las áreas no cultivadas sirvieron de sustento a la actividad pastoril. Esto supone que en las tierras apropiadas no hubiera una distinción permanente e irreversible entre áreas de cultivo y de pastoreo: unas zonas coexistían con otras en un continuo variable y complementario conforme a las prácticas de rotación vigentes, de modo que terrenos que en un momento podían estar incultos, en barbecho o dedicados a pasturas, en otro serían puestos en labor mediante el desarrollo de algún tipo de cultivo, y viceversa, tierras sembradas quedarían sin labrar.
En este sentido, parece lógico pensar que la referencia inmediata estuviera dada por las parcelas ya trabajadas por los lesbios previamente, puesto que sería más sencillo repartir tierras claramente apropiadas que áreas aún no bien delimitadas. En este contexto, si se contempla la información anteriormente relevada, cabe asumir que en promedio las tierras plantadas ocupaban, en todo momento, alrededor de 25% del total de 1,200 km2, esto es, 300 km2 o 30,000 hectáreas. Esto supone que cada uno de los 3,000 lotes repartidos contuviera aproximadamente 10 hectáreas de terrenos en los que los lesbios tendrían cultivos.61 Por consiguiente, si 200 dracmas era el ingreso esperado para un lote hoplítico de 5 hectáreas, entonces, las 10 sembradas para cada lote que se han conjeturado en los cálculos realizados permitirían obtener el doble.62 Hipotéticamente, pues, se podría inferir que las parcelas cultivadas duplicaban las típicas propiedades hoplíticas de 5 hectáreas,63 dado que, además de las rentas extraídas por los atenienses, los lesbios debían obtener también su subsistencia a partir de su propio trabajo. En la medida en que la explotación directa de todas las actividades agrarias había quedado en manos de los lesbios sometidos al pago de una renta anual de dos minas por cada uno de los lotes repartidos a los clerucos, pareciera haber habido aquí una orientación bastante ajustada de cuál debería ser la relación a establecer entre las dimensiones de tales parcelas y el ingreso promedio de un propietario autosuficiente capacitado para formar parte de la falange hoplítica.
La explotación de los lesbios
Con la instauración de la cleruquía en Lesbos y la concesión del permiso para permanecer en la isla cultivando ellos mismos las tierras, los lesbios anteriormente propietarios se convirtieron entonces en arrendatarios.64 En la medida en que las nuevas parcelas uniformemente repartidas por los atenienses se establecieron sobre territorios previamente loteados de forma fragmentaria y discontinua, conforme a las prácticas de tenencia del suelo vigentes, los arrendatarios pudieron tener más o menos participación según el tamaño de sus posesiones precedentes, o incluso hallarse ante el hecho de que sus antiguos terrenos quedaran asignados a más de un cleruco (excepto que hubiera ocurrido una redistribución total de la tierra y la población lesbias, lo cual no parece haber ocurrido).65 Es imposible saber cómo se resolvieron en términos prácticos estas y otras situaciones semejantes. Pero, en cualquier caso, puesto que Atenas no dispuso su expulsión o esclavización, los habitantes de Lesbos se transformaron en una mano de obra explotada en las que anteriormente habían sido sus posesiones, situación que, como indica Rachel Zelnick-Abramovitz, los subyugados vivieron como una forma de esclavitud.66 Los lesbios habían perdido los derechos de propiedad sobre las tierras, que ahora solo podían usufructuar como arrendatarios a cambio del pago de la renta estipulada con los atenienses.67 La expresión específica empleada por Tucídides respecto del cultivo de la tierra por los lesbios denota que estos tenían enteramente a su cargo el proceso de trabajo;68 el modo material de producción no se vio necesariamente alterado, pero sí se transfiguraron los derechos de propiedad sobre la tierra como medio de producción principal y, por consiguiente, el modo social de producción, en particular en lo relativo a la distribución del producto obtenido. Cuánto pudo haber significado el monto de la renta extraída en relación con el rendimiento del suelo y la productividad del trabajo no es algo que se pueda determinar dada la escasez de datos,69 salvo en comparación con las 200 dracmas como ingreso esperado para integrar el estatus hoplítico y el tamaño de los lotes conjeturados de tierra productivamente útil. La formulación general del Viejo Oligarca sobre la situación de los aliados,70 que solo obtenían de su trabajo lo justo para vivir porque los atenienses acaparaban sus riquezas, tal vez fuera una exageración; pero de todos modos ponía de relieve las dramáticas mutaciones que la explotación imperialista generó en las comunidades sometidas. Como ha sostenido Ian Morris, este fue un proceso unidireccional a través del cual Atenas terminó por producir uno de los intentos más serios contra el principio de autonomía de la ciudad-estado, al apropiarse en todo o en parte de las tierras de otras comunidades y, al mismo tiempo, al abrir los recursos económicos básicos del imperio a una explotación centralizada que favoreció ampliamente a los atenienses más pobres.71 Los lesbios, a no dudarlo, fueron un engranaje más dentro del mecanismo expansivo que Atenas había puesto en práctica.
El caso de Lesbos permite poner de relieve una de las diversas estrategias desarrolladas por el imperialismo ateniense, consistente en la explotación de las poblaciones nativas a través de formas de arrendamiento o de trabajo asalariado en condiciones de dependencia. Como bien se sabe, estas estrategias no fueron las únicas, pues, ante circunstancias concretas que requirieron la intervención de Atenas para reforzar el control sobre algún espacio o alguna comunidad en particular, los atenienses supieron también aplicar políticas de “rendición y concesión”, como quedaría documentado en el caso de la isla de Cárpatos con la concesión de la autonomía a los eteocarpatios, en función de posibles demandas locales de partidarios de Atenas ante ciertos problemas internos, que en realidad procederían de las propias interferencias atenienses.72 El decreto otorgando la autonomía a los mitileneos analizado más arriba (IG I2 60 = IG I3 66), tan debatido en cuanto a la fecha de su concesión pero a todas luces posterior a la instauración de la cleruquía, indica que, tras la represión de la revuelta y la instalación de los clerucos, los atenienses en algún momento volvieron a establecer relaciones cordiales con los habitantes de la isla de Lesbos, decidiendo de este modo el cese de la cleruquía. El motivo por el cual Atenas cambió su política respecto de Mitilene no resulta claro desde la documentación epigráfica disponible; y Tucídides permanece en silencio en relación con lo que ocurre con los mitileneos, excepto por menciones incidentales que nada aportan al punto que aquí interesa. Pero esta concesión de autonomía podría perfectamente inscribirse en las políticas de rendición y concesión recién aludidas para el caso de la isla de Carpatos.
La situación posterior a la finalización de la cleruquía ateniense en Lesbos es inasequible en el estado actual del conocimiento disponible, lo cual impide saber algo respecto de las reconfiguraciones acontecidas en cuanto a la distribución y la explotación de la tierra. Tampoco es posible conocer lo que sucedió en cada una de las cleruquías y colonias inmediatamente después de que Atenas perdiera su control tras la derrota en la Guerra del Peloponeso, en la medida en que no hay ningún tipo de registro de las eventuales reorganizaciones ocurridas en esas comunidades en lo referido a la propiedad de la tierra.73 De hecho, no se sabe qué ocurrió con los clerucos que tuvieron que devolver las tierras a los mitileneos tras la devolución de las mismas, tal como se desprende del decreto ya aludido. Cabe suponer que los lesbios, que habían continuado viviendo en sus antiguas tierras, cultivándolas y pagando rentas a los clerucos, dejaron de pagarlas y siguieron con su labor agrícola, que tal vez no sufriera modificaciones relevantes durante la vigencia de la cleruquía, en la medida en que el proceso de trabajo siguió estando bajo su control, como ya se dijo.
Por último, el caso específico de la cleruquía en Lesbos pone de relieve aspectos de la política de dominación desarrollada por Atenas en el espacio del Egeo que se entroncan con importantes debates recientes sobre el imperio ateniense, con análisis en los que incluso se cuestiona que la propia idea de imperio sea las más adecuada para interpretar la organización controlada por Atenas entre 478 y 404 a. C.74 Aun cuando exceda los límites de este trabajo la caracterización del funcionamiento global del imperio ateniense, resulta evidente que el procedimiento puesto en práctica en Lesbos para distribuir los lotes y determinar el nivel de la renta se dio en un contexto en el que los atenienses ya contaban con antecedentes previos, a partir de los establecimientos coloniales fundados desde finales del siglo VI y de las pautas utilizadas para mensurar los recursos disponibles por parte de las ciudades sometidas, como se pone de manifiesto en el relevamiento dispuesto por Arístides al organizar las contribuciones de los miembros que dieron inicio a la Liga Délica, o en la posterior reevaluación llevada a cabo en 425-424 que aumentó drásticamente la cuantía del tributo extraído.75 Pero todas estas cuestiones, absolutamente fundamentales y necesarias para comprender el funcionamiento del imperio ateniense, caen más allá de los alcances de este estudio.76