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Relaciones. Estudios de historia y sociedad

On-line version ISSN 2448-7554Print version ISSN 0185-3929

Relac. Estud. hist. soc. vol.35 n.137 Zamora Feb. 2014

 

Presentación de Víctor Gayol

 

Entre andamios. Ética y objetividad en las ciencias sociales

 

El conocimiento científico tiene una metáfora arquitectónica que lo ilustra de una manera muy pedagógica. Los productos de la investigación, como los libros o los artículos científicos, son como la fachada de un edificio: detrás de ella hay una estructura que se apoya sobre cimientos, ora fuertes ora débiles, que representan tanto el proceso de investigación como el conocimiento y la experiencia del investigador. Pero para levantar esa estructura, son necesarios los andamios como los que utilizan los albañiles. Éstos representan toda una gama de elementos que van desde las fuentes que utiliza el investigador hasta la manera en las que él se posiciona frente a la realidad que pretende explicar. Los andamios son esa mezcla de objetividad y subjetividad propias del proceso de producción de conocimiento, y ahí entra en juego la teoría y la metodología, que forman tanto parte de los andamios como de la estructura del edificio.

A punto de terminar el siglo XIX, en la Francia de la III República se suscitó un debate mayúsculo a causa de un proceso judicial militar en el que estuvo involucrada la prensa y los más importantes miembros de la república de las letras, entre ellos Émile Zola con su interesante escrito J'accuse. Se trata, como ya habrá adivinado más de un lector, del famoso caso en contra del capitán del ejército francés, Alfred Dreyfus, de origen judío alsaciano, acusado de alta traición por haber entregado supuestamente documentación secreta a los alemanes. Este asunto puso sobre la mesa de debate, por primera vez en el mundo occidental contemporáneo, el término de intelectual y su función en el contexto de la sociedad, sobre todo en cuanto a la opinión pública se refiere. La definición de intelectual que produjo todo este proceso se circunscribió a aquel escritor y pensador crítico y autónomo con respecto a las estructuras de poder que lo diferenciaba de lo que podemos llamar "escritores cortesanos" vinculados al poder. La función del intelectual (a secas) implicaba entonces un compromiso moral con la sociedad a partir del desempeño de una crítica objetiva y libre de toda atadura con intereses políticos o económicos.

Unos años después, ya en el siglo XX y en un contexto muy diferente, el italiano Antonio Gramsci insistió en la idea del intelectual orgánico como un término para denominar a todos aquellos seres humanos que desde su contexto histórico y social podrían emitir una idea clara y comprometida con la problemática de su clase (para ser breves). Fue entonces que a la posibilidad de hacer una crítica sin vínculos con el poder se sumó la posibilidad de hacer esa crítica vinculada al compromiso con las situaciones sociales y económicas de los menos escuchados. La palabra clave aquí es compromiso, pues la idea de los intelectuales orgánicos era la de una especie de voceros de los sin voz. Lo anterior suscitó otro gran debate que aún es vigente entre la figura del intelectual sin adjetivos y la del intelectual comprometido.

Lo que nos interesa de todo ello es que este debate propio del campo intelectual se desplazó muy rápidamente al campo del conocimiento, particularmente al de los científicos sociales (antropólogos, historiadores, sociólogos o economistas). La razón de este desplazamiento es muy compleja y obedece a las formas de asumir el cuestionamiento sobre la función del conocimiento sobre la sociedad y los seres humanos desde diversas perspectivas. Éste es el origen de las diversas respuestas que se han dado en el siglo XX a, por ejemplo, la pregunta de: ¿para qué sirve la historia? Es muy conocido el gran abanico de respuestas, que va desde la de generar saber por la simple función de proveer una comprensión verídica de la realidad, hasta la de producir conocimiento con el fin de transformar y hacer mejoras a la realidad. Pero detrás de las respuestas sobre la función del saber se abre una controversia sobre los propios andamios teóricos y metodológicos de la práctica científica. Muestra de esta discusión es nuestra sección temática, propuesta por Andrew Roth Seneff, que trata tópicos como la ética y la objetividad en el quehacer científico. ¿Es posible que el científico social exprese a través de su trabajo sus compromisos éticos y políticos como se pregunta Gómez Carpinteiro o, por el contrario, los científicos sociales no deben asumir ética alguna en su trabajo de investigación, como asevera Estrada Saavedra? Breve pero sustanciosa sección que generará seguramente más debates acerca de los andamios de la investigación científico-social.

Los testamentos son documentos maravillosos no solamente para hacer una historia económica de las familias sino que también sirven para hacer historia social y cultural. Como fuentes, son andamios de investigación. Tomás Dimas nos ofrece un documento por lo demás interesante en este rubro: el testamento del bachiller Nicolás Mijares Solórzano, presbítero y cura de Sombrerete, Zacatecas, en los albores del siglo XIX. Resulta una radiografía insustituible de las redes de relaciones en la Nueva España septentrional y que invita a un análisis más en detalle.

Muchas veces se suele contrapuntear el pasado con el presente y viceversa y, en algunas ocasiones, resulta interesante. Para nuestras notas y debates, Arnaud Exbalin nos sugiere un texto inteligente —no carente de polémica— sobre las políticas públicas respecto a los perros callejeros en México del siglo XXI y la Nueva España del XVIII. El ejercicio de vincular la muerte de un grupo de seres humanos por ataques de perros en el Cerro de la Estrella (Iztapalapa) el año pasado, que fueron muy traídas y llevadas en los medios de comunicación, como se recordará, con las matanzas de perros en el siglo xviii (y también en el XIX), como una forma de controlar y limpiar el entorno urbano, nos pone de frente con varios problemas. Uno es la relación entre el ser humano y los animales domésticos; otro es el control del crimen pero también las maneras de concebir históricamente y antropológicamente qué es lo criminal: finalmente, quedan las construcciones mentales acerca de lo bueno y lo malo. Volvemos con ello al tema de nuestra sección temática.

Finalmente, nuestra sección general se ocupa de temas que también tienen que ver con los andamiajes. Ahí está el artículo de Aragón Andrade sobre los juzgados comunitarios en Michoacán y el problema de la jurisdicción compartida entre las estructuras del Estado y las comunitarias, origen, por cierto pero no el único, de las autodefensas actuales. Ahí está también el tema de los desplazamientos de poblaciones indígenas ejemplificado por el caso de los tepehuanes, de Guzmán y Marín, que nos lleva al asunto de la delimitación del espacio vital de los indígenas; como igualmente el artículo de González Díaz sobre la filosofía náhuatl o el texto de Herrera González sobre el catolicismo social en Zamora. Todo esto nos lleva de nuevo a los andamios del conocimiento.

Víctor Gayol

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