INTRODUCCIÓN
“El indecente periódico llamado Boletín de la Policía”.1 Así se refería un vecino de Buenos Aires respecto de la publicación que comunicaba las acciones realizadas por los agentes del Departamento de Policía desde 1821.2 Tal indignación hace pensar que el alcance del Boletín era más amplio que el propio Departamento, pero más importante aún, explaya el impacto conflictivo que tuvo en la organización de las configuraciones policiales3 de la década de 1820 y en los vínculos que estas tejieron con la población. El Boletín de la Policía -el cual llevó el nombre de Gaceta por única vez en su primer número-, creemos, tuvo efectos no sólo en las dinámicas de recolección de información sobre criminales, sino también en las propias configuraciones policiales, como insumo, al menos potencial, para colaborar en la identificación de las especificidades de la tarea policial y para una mayor visibilización de la policía frente a los residentes.
Por ello, nos interesa abordar el estudio del Boletín en torno a dos ejes: el primero de ellos supone analizarlo como “registro/archivo” complementario de la actividad policial; mientras que el segundo atiende a su circulación y los conflictos que generó entre la población en tanto “noticia/hecho divulgado”. La estructura de este artículo está organizada a partir de estas dos problemáticas. Indagamos sobre la primera cuestión a partir del análisis de las tres secciones generales que presentan todos los boletines, cuya información hemos podido procesar. Continuamos analizando al Boletín de la Policía como expresión escrita producida por la policía, pero que a la vez se hace pública y está destinada a una porción mayor de la población, centrándonos en una cuarta sección, la cual está compuesta por avisos, notas y vindicaciones que están presentes en algunos de los boletines pesquisados.
La perspectiva que nutre este trabajo está ligada a los esfuerzos realizados en los últimos 20 años en la historiografía argentina y latinoamericana, para rescatar la agencia histórica de la policía (Galeano, 2017a, p. 18) y sentar las bases de una historia social de la policía, crítica de las elaboraciones policiales más tradicionales que privilegiaban la normativa y los grandes nombres de la institución (Romay, 1979).4 Las temáticas abordadas desde esta renovación incluyen problemas asociados a las instituciones de encierro, la cultura criminal, la cultura policial, sus formas de comunicación, a sus vínculos con el gobierno, entre otras.
Mucha de la producción que aborda dichos tópicos se centra en la segunda década del siglo XIX y principios del XX. No obstante, algunos autores han puesto su atención en el contexto de transformaciones y permanencias sucedidas entre fines del siglo XVIII y la primera mitad del XIX. Aportes diversos han fijado la mirada sobre las relaciones entre la justicia y la policía (Barreneche, 2001), sobre las dinámicas superpuestas en torno a aquella última, el gobierno y la justicia (Barriera, 2018a) y sobre la configuración de racionalidades policiales (Casagrande, 2019) para el espacio del Río de la Plata.5
El Boletín, en particular, ha sido analizado por Diego Galeano (2009, pp. 61-65; 2018, pp. 39-45) , interesado en conocer los modos de producción y circulación de las narrativas policiales en el marco de una mirada transnacional, vinculando la aparición de esta publicación con la “práctica de producción y circulación -manuscrita e impresa- de filiaciones de criminales” (Galeano, 2009, p. 62). Si bien no se emparenta de forma directa con el auge de las revistas policiales en la segunda parte del siglo XIX,6 el Boletín constituye una expresión escrita producida por agentes policiales que interesa examinar. A partir de su análisis, atendemos la problemática vinculada a la materialidad y equipamiento7 de las configuraciones policiales, cuestiones que asumen dinámicas complejas y conflictivas y que están asociadas a la necesidad de hacer visible a una policía en construcción, reestructurada a partir de las reformas puestas en marcha en 1821.8 Objetos como el Boletín forman parte de las “cosas” que rodean a las funciones policiales, las cuales (dotaciones, armas, animales, papeles, edificaciones) no son, a priori, la función policial, pero sin ellas esta no puede ejecutarse. “Materialidad y significado no son uno y otro sino un objeto-concepto”, señala Gomes da Cuhna (2010, p. 101) ; esta es la forma que toman las cosas materiales que se constituyen como parte de las configuraciones policiales y que, al ser creadas y manipuladas, pasan a “ser” la policía. Podría decirse, siguiendo a Kalifa (2018, p. 18) , que contribuyen a la organización de un imaginario social entendido como un todo. A medida que se construyen, también se configuran y actualizan, surcando y creando a la vez tensiones y conflictos, puesto que estas cosas materiales no están siempre disponibles, al alcance o son suficientes.9 Algunos de estos aspectos han sido analizados para las comisarías de fines del siglo XIX en Río de la Plata (Fernández Marrón, 2017, p. 66) y en México (Pulido Esteva, 2018, pp. 693-695) .
Para la realización de este trabajo disponemos de 24 boletines, a los cuales hemos accedido luego de una búsqueda realizada en el Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires, de la ciudad de La Plata, Argentina (AHPBA). Los mismos han sido ubicados entre los “papeles sueltos” del Fondo de la Real Audiencia-Cámara de Apelaciones, lo cual da cuenta de las dificultades para encontrarlos. Corresponden a los números 2, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 12, 13, 14, 15, 16, 17, 18, 19, 21, 23, 24 y 28, publicados en los años 1824 y 1825. Otros cinco, los números 56, 57, 59, 60 y 70, correspondientes a 1827, se encuentran en el acervo de Obras Raras, específicamente entre los “periódicos raros” de la Biblioteca Nacional de Brasil, en Río de Janeiro. Si bien no contamos con la serie completa que contenía 70 boletines hasta el fin de su publicación, en 1827,10 creemos que es posible pesquisar los disponibles y delinear algunas reflexiones, al menos iniciales.
La información contenida en los boletines ha sido entrecruzada con otras de diferentes documentos producidos por la policía, como partes diarios, filiaciones de comisarios y sumarios judiciales. A su vez, consultamos debates que se expresan en la prensa periódica del momento. Apoyamos nuestra argumentación con herramientas como gráficos y reproducciones de los propios boletines, y nos acercamos a ellos atendiendo a lo planteado por Barreneche (2019, p. 159) , quien discute que los documentos originados por la policía producen únicamente un discurso monolítico. Al contrario, el análisis del Boletín es un insumo para conocer la “zona densa” (Braudel, 1984, p. 2) que constituye la actividad diaria de una multiplicidad de actores, en este caso de los agentes policiales.
EDICIÓN DEL BOLETÍN: REGISTRAR LA ACTIVIDAD POLICIAL
El surgimiento del Boletín de la Policía no puede ser separado de su contexto de producción, marcado por las reformas que impactaron en las configuraciones policiales durante la década de 1820, ya que, a partir de ellas, se suprimieron los cabildos de Buenos Aires y Luján en 182111 y se reconfiguró la Intendencia de Policía,12 ambos espacios institucionales que compartieron y se debatieron las funciones de policía durante la década revolucionaria. En los primeros años posteriores a 1820, no sólo se instaló el Departamento con su Jefatura de Policía, sino también cuatro comisarios,13 “tenientes” bajo las órdenes del jefe, quienes organizaron sus actividades desde las comisarías de ciudad, que tenían a su cargo la vigilancia de las cuatro secciones en las que se dividía la urbe14. Bajo las órdenes de estos fue nombrada una plétora de comisarios segundos, celadores, médicos de sección, entre otros agentes. A ellos se sumó, con marchas y contramarchas y dificultades manifiestas para el reclutamiento, un conjunto de comisarios de campaña con sus cabos y soldados de policía (Levaggi, 1976).15 El cargo de comisario, en este marco, comenzó a ser comprendido como autoridad supraindividual, no ya como una comisión honorífica y ejecutada de forma patrimonialista (Exbalin y Pulido, 2019, p. 54).
En efecto, fue un oficial escribiente devenido comisario, de nombre Rufino Basavilbaso, quien organizó el Boletín (Galeano, 2009, p. 62). Hijo de María Aurelia Ross del Pozo Silva y José Ramón Basavilbaso -escribano de gobierno desde 1791 hasta la década que siguió a la Revolución de Mayo, en 1810, en Buenos Aires- (Prado y Rojas, 1877, p. 42), Rufino asistió al Colegio San Carlos, habilitado por la posición de su familia. Durante los años de revolución y guerra se desempeñó como oficial escribiente en diversos ámbitos, incluso en el militar y desde 1823 en el Departamento de Policía. Ese mismo año fue nombrado como uno de los patrones de la caja de ahorros, cargo que mantuvo, al menos, hasta 1826 (Blondel, 1826, p. 54).16 Los empleados de esta Caja actuaban sin recibir emolumentos. No obstante, se esperaba de ellos que fueran “personas respetables que quieran admitir el cargo” y que recibieran “de los individuos a quienes conozcan personalmente los depósitos que les quieran confiar”, llevando un registro de las cuentas en un cuaderno impreso (Prado y Rojas, 1877, pp. 398-399). Luego de tres años como oficial escribiente en el Departamento, a fines de 1826 Basavilbaso se convirtió en el comisario de la cuarta sección de la ciudad hasta 1830.17 Según Piccirilli, Romay y Gianello (1953, p. 467) , sus posiciones políticas lo llevaron a apartarse del cargo para dedicarse al comercio18. Sin embargo, en 1845 continuó su actividad pública como juez de paz de la parroquia de la Concepción (Galeano, 2009, p. 62).
La experiencia de Basavilbaso, remontándose a su legado familiar, al respecto del manejo de registros y papeles, lo hicieron, probablemente, el candidato más adecuado para llevar adelante una empresa escrita como el Boletín, en un contexto en donde la print culture comenzaba a tomar cierta importancia (Myers, 2004, p. 40). Antes y después de esto, el problema del registro había sido una cuestión abordada por agentes con funciones de policía, en tanto lo policial constituía “antes que nada, un saber: conocimiento sobre el territorio urbano, sus habitantes y costumbres” (Galeano, 2018, p. 71). Los alcaldes de barrio,19 jueces menores de proximidad, quienes a partir de 1812 se encontraban bajo las órdenes de la Intendencia de Policía, desde el siglo XVIII elaboraban listados y padrones que autores como Biersack (2016) consideran “instrumentos activos para la regulación de la población extranjera” (p. 680).20 No todas las autoridades hacían uso sistemático de estos mecanismos, más aún cuando las habilidades de lectoescritura alcanzaban a pocos. Sin embargo, sí estaba en debate que jueces pedáneos y de hermandad las empleen, como ponía de manifiesto una serie de reflexiones sobre el reglamento de administración de justicia en 1812, en donde se reclamaba que los procesos verbales de jueces menores fueran documentables y registrables.21 A su vez, en los momentos en que el Boletín se publicaba, el gobierno insistía en que los cuartos rentados por el Departamento de Policía para ubicar las comisarías22 fueran utilizados para guardar un archivo con los informes sobre los sucesos ocurridos en cada sección.23
El taller que editó el Boletín organizado por Basavilbaso fue la Imprenta de los Niños Expósitos, la primera en ser instalada en el virreinato del Río de la Plata en 1780 y en aquel momento precedida en su nombre por el adjetivo “Real”. Las utilidades generadas por su actividad estaban destinadas, en parte, a colaborar con los empobrecidos que habitaban la Casa de los Niños Expósitos, inaugurada un año antes (Ares, 2009, p. 94). Dicha imprenta editaba y publicaba diversos documentos oficiales, bandos, boletos de lotería, almanaques, entre otros, pero también los primeros periódicos de la ciudad como El Telégrafo Mercantil (1801-1802), el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio (1802-1807) y la Gaceta de Buenos Aires (1810-1821), todos ellos en papeles de diverso origen, los cuales eran comprados en forma de manos, resmas o libros (Ares, 2009, p. 105). Si bien para 1824 la maquinaria original había sido trasladada a Salta, dejando de ser un sostén para los niños expósitos, la imprenta siguió funcionando hasta 1852, sostenida por el gobierno de Buenos Aires. El hecho de que fuera esta imprenta la que editó y publicó gran parte del Boletín de la Policía da cuenta de su carácter oficial o, al menos, del beneplácito del gobierno al respecto de su divulgación. Lo mismo sucedió cuando el Boletín pasó a ser editado por la Imprenta del Estado a partir de su número 30 (Calvo, 2008, p. 580; Galeano, 2009, p. 62). Como con el Registro Oficial que apareció desde 1821, se intentó una conjugación entre ley y publicidad de la misma, tanto entre los funcionarios como entre el conjunto de la población (Candioti, 2017, p. 96).
A primera vista, el Boletín pareció tener como fin dejar asentada la actividad policial. Su formato colaboraba con ello, pues luego de consignar el número correspondiente del Boletín y de ubicar lugar y fecha de publicación, iniciaba una larga oración según la cual en sus páginas se explicitaba la “relación de los individuos que se han aprehendido por este departamento en los días que se citan con expresión de sus crímenes, jueces a cuya disposición se han remitido, condenas que se han hecho y multas”. En todos los boletines consultados esta oración está presente. Tres secciones principales desarrollaban lo que se prevenía: la primera estaba dedicada a publicar las aprehensiones realizadas, los delitos que las motivaban y a qué jueces eran remitidos los contraventores; una segunda consignaba las multas cobradas por la policía, y otra final daba noticia de las penas impuestas a diferentes criminales (Romay, 1979, pp. 213-214). Estos “componentes” del Boletín han sido indicados en la imagen 1.
Fuente: Intervención propia sobre Boletín de la Policía, núm. 14, 1 de marzo de 1825. Fondo Real Audiencia. Cámara de Apelaciones. Sección Papeles Sueltos. C. 7, A. 4, L. 9, exp. 27. Archivo Histórico de la Provincia de Buenos Aires (AHPB), Argentina
La primera sección era la más larga -en ocasiones constituía más de una página en boletines que solían tener sólo dos o tres- y contenía el mismo tipo de informaciones de muchas órdenes y comunicaciones entre el gobierno y el Departamento, como la nota del 12 de diciembre de 1826 por la cual el primero solicitaba conocer “si han sido presos algunos de los individuos de la gavilla de ladrones que asaltaron el pueblo de Morón, y en este caso, cuándo se verificó su captura, y a disposición de qué Juez han sido puestos”.24 En los boletines analizados, los jueces de primera instancia25 a los que se remitían los aprehendidos eran Bartolomé Cueto, Roque Sáenz Peña y Domingo Guzmán. Cueto, ridiculizado por opositores a Rivadavia como el fraile Castañeda (Pasino y Herrero, 2019, p. 81), había sido juez de primera instancia del segundo departamento de campaña, pero desde 1823 lo era de la ciudad. Similar situación había experimentado Guzmán, mientras que Roque Sáenz Peña había iniciado como juez de la ciudad y allí permaneció por cinco años (Candioti, 2010, p. 312).
El Boletín se ocupó principalmente del ámbito citadino; no sólo se evidenció esto en los jueces nombrados en sus páginas, sino también en los cuarteles a los que se aludía, todos pertenecientes al espacio urbano y suburbano. Ocasionalmente aparecían agentes cuya jurisdicción se situaba en la campaña, como sucede en el Boletín de la Policía, núm. 16, en el cual figura el “Juez de Paz de San Pedro”.26 Probablemente algunos de los factores que impactaron en este carácter urbano del Boletín tuvieron que ver con las dudas y acaloradas discusiones que el gobierno mantenía en ese momento respecto de la supresión de las comisarías de campaña (Levaggi, 1976).
Las causas que se nominaron en los boletines consultados incluyeron asesinatos, heridas, robos, riñas, portación de armas -generalmente cuchillos, dagas, facones y palos-, insultos, estupro y fuga de patrullas, como sucedió el 17 de agosto de 1824 con el portugués “Antonio Acosta por fuga que hizo a la patrulla del cuartel número 19 y haber ofrecido al comandante de ella ocho pesos porque le pusiese en libertar”.27 Según lo descrito en el Boletín, también se aprehendía a aquellos a los que se encontraba andando a “deshoras”, por vagancia y ebriedad. A los ebrios se les consignaba el número de veces en que habían sido encontrados en este estado.
No sólo se remitió a la justicia a aquellos considerados malentretenidos; los propios agentes con funciones policiales fueron objeto de punición y ello se expresó en el Boletín.28 Algunos de los casos nombrados incluyeron al teniente alcalde Mariano de los Santos, acusado de haber perpetrado heridas29 al teniente alcalde del cuartel 18, Francisco de Ayala, por “juego prohibido”,30 y a “D. Bernardo Bayala, celador de policía número 1, por haber abusado de su empleo haciendo mal uso de las armas que se le confiaron”.31 No obstante, también hubo ocasiones en que diversos individuos fueron aprehendidos por enfrentar e insultar a alcaldes y celadores de policía,32 o simplemente por fallar en auxiliarlos al momento en que cumplimentaban sus funciones.33 Incluso, en ocasiones se destacó la diligencia de los agentes del departamento. Ante el asesinato de don José Rosa, se subraya en el Boletín núm. 6 que “la policía ha indagado el hecho hasta su esclarecimiento”.34 Cuando no se conocía a los autores de los delitos cometidos o en caso de que hubiera acontecido una fuga, se explicitaba que se estaban practicando las averiguaciones para descubrir a los perpetradores y que se habían librado las órdenes correspondientes para su captura. Muchas veces se consignaba que los delitos por los cuales se aprehendía a los sospechosos estaban prescritos en diferentes normativas, como leyes, decretos, circulares e instrucciones.35
La segunda sección que aparece en la totalidad de los boletines consultados estaba vinculada con el cobro de multas. Allí se precisa el dinero gravado a panaderos, carniceros y jugadores, a quienes arrojan aguas inmundas a las calles o galopaban en ellas, entre otras cosas. En los primeros años de existencia del Boletín la recaudación más alta que se registra corresponde a 811 pesos multados a panaderos “por falta de una onza en el medio real de pan”, a carniceros “por falta de peso”, a jugadores y a quienes arrojaban inmundicias a la calle.36 En 1827, la recaudación más alta superó los 1 000 pesos,37 pero parece haber sido una excepción. Usualmente, el total recaudado por cobro de multas oscilaba entre los 200 y los 500 pesos. En ocasiones las recaudaciones no llegaron a los 100 pesos.38 Otros multados menos frecuentes eran los carretilleros y quienes arrojaban basura, cuestiones que dan cuenta de las múltiples tareas que convocaban a los agentes policiales. Si bien no tenemos claro qué porcentaje de las multas eran destinadas al Departamento, sí hay documentos que nos muestran que el comisario tesorero actuante a fines de la década de 1810, Miguel Antonio Sáenz, recibía, asentaba y registraba parte de lo recaudado39. Durante la década de 1820, esta tarea pasó a ser realizada por el contador del Departamento (Blondel, 1826, p. 52). Esta constatación deja abierto la interrogante sobre la relación entre la crisis económica de Buenos Aires hacia mediados de los años veinte y el papel de la policía.
Finalmente, una tercera sección que apareció en todos los boletines pesquisados, a excepción del núm. 70, mostraba la publicación de las condenas recibidas por diferentes reos. Algunos de ellos eran “destinados a presidio”, mientras que otros a obras públicas. La información provista en el Boletín incluye la cantidad de días o meses que debían cumplir y también los jueces que tomaron esas decisiones. Allí encontramos a los tres jueces de primera instancia ya mencionados. Con menor asiduidad aparecen otros nombres, por ejemplo la Cámara de Apelaciones, la Comisión Militar, la Marina, pero también el propio jefe de policía.40 La cárcel, la manutención de los presos y su utilización para el trabajo en obras públicas había sido parte de las funciones de la policía desde fines del siglo XVIII y continuaba a mitad de la década de 1820 y a medida que se incrementaba la belicosidad, en especial con el Brasil.
Desde esta mirada, el Boletín parecía querer reflejar la actuación policial y que esta se apegaba a las normativas sancionadas por el gobierno,41 en particular en un contexto en el cual se realizaban variadas críticas públicas a su accionar. A su vez, el efectivo reflejo de la acción de los agentes involucrados que cumplían estos mandatos necesitaba de un registro cuya elaboración se topó con obstáculos, muchas veces vinculados a las carencias materiales que experimentaban las comisarías. Los comisarios daban cuenta de ello cuando pedían “una resma de papel pues no tengo ya un pliego” o “un poco de Lacre que no tengo ni oblea”.42
La preocupación por dar cuenta de la actividad de los agentes con funciones policiales, con sus vastas tareas de “buen orden” de la ciudad, por registrar dicha acción, presente desde fines del siglo XVIII, se reactualizó en el marco de la reorganización policial de los años veinte Caimari y Nazar (2015) reconocen que “un ejemplo del precoz valor institucional atribuido a la guarda documental radica en la vieja ‘Policía de Buenos Aires’” (p. 120). El Boletín funcionó como un archivo complementario43 en un esfuerzo por organizar la función policial. Todo esto no estuvo exento del impacto que pudieron haber generado las ausencias materiales que afectaron al Departamento de Policía, en general, y a las comisarías que se estaban construyendo, en particular. Sus páginas reflejaron las acciones principales que jefes, comisarios, alcaldes, celadores, contadores, entre otros, llevaron adelante: aprehender, multar y conducir a la cárcel. En momentos en que la trama de funciones judiciales, de gobierno y policiales se encontraba muchas veces superpuesta, el Boletín pudo haber funcionado como elemento de definición de la tarea policial.
CIRCULACIÓN DEL BOLETÍN: VISIBILIZAR LA ACTIVIDAD POLICIAL
Además de una herramienta para la constatación de la actividad policial, el Boletín constituyó también un elemento de interacción entre los agentes de policía y el conjunto de la población. Si bien no podemos considerar al Boletín en tanto revista policial como espacio para canalizar reclamos o dar lugar a debates que no tenían espacio al interior de la institución,44 interesa analizar al Boletín como expresión escrita pública que vehiculizó intercambios e interacciones, muchas veces conflictivas, y una cierta circulación de información vinculada a la actividad policial y criminal. Para periodos posteriores, el trabajo de Speckman (1999, p. 145) ha sido pionero al mostrar cómo los periódicos de policía en el México porfiriano buscaban llegar a un público más amplio, para promover una cierta imagen del cuerpo policial y a la vez involucrar a los lectores en su tarea. Más recientemente, Rodríguez Luévano (2014, p. 561) ha mostrado cómo el Boletín Semanal de Policía Criminal de 1907, en México, funcionó como instrumento de circulación de los mecanismos de identificación.
Estas interacciones tuvieron un trasfondo de escrutinio hacia el Departamento, tanto por parte del gobierno como del público. A principios de 1822, el gobierno reprendió la actuación de los comisarios, señalando que esperaba que “en adelante el servicio de los expresados comisarios no dé lugar a reconvenciones que la Superioridad desearía siempre evitar”.45 Mientras tanto, una nota aparecida en La Gaceta de Buenos Aires alrededor del mismo periodo reclamaba que “una gran población exige una gran policía” y que “mejor, y más fácil es precaver los delitos, que castigarlos después”.46 Quien hablaba del indecente Boletín, argumentaba asimismo que ante sus reclamos “la policía no se dignó tomar ninguna de aquellas medidas”.47 Tiempo después, en la misma publicación, se hacía saber que “la policía ha tenido varios partes, y los comisarios de ella que están en campaña ninguna medida han tomado” al respecto de los ladrones que la acechan.48 Aquellas expresiones daban cuenta de las exigencias hacia la policía, provenientes de varios sectores. Frente a ello, el quehacer policial diario que mostraba el Boletín en sus páginas parecía ser un apoyo material para hacer visible su actividad y disputar estos escrutinios dando noticia diversas actividades.
El hecho de que el primer número del Boletín tuviera el nombre de gaceta merece dar cuenta de que, para el periodo, esta voz definía un “papel periódico que se publica frecuentemente, y en el cual se contienen las novedades que van ocurriendo en diferentes reinos y provincias” (Real Academia Española, 1822, p. 400). A su vez, en el Nuevo Diccionario de la lengua castellana de Vicente Salvá, publicado en 1846, se anunciaba que un boletín era una “papeleta manuscrita de noticias, cuando aún no ha habido tiempo para imprimirlas” (p. 539). En estas definiciones, la noticia y novedad como hecho divulgado remitía a información que se presentaba “hacia afuera”, no sólo como parte de un registro policial. No disponemos de números exactos o listados de suscriptores que puedan dar cuenta del nivel de circulación del Boletín; no obstante, la leyenda “Se hallará de venta en la misma imprenta” que está presente al final del Boletín de Policía núm. 4 encierra la idea de una cierta comunicación, al menos potencial, de la actividad diaria de los agentes con funciones policiales que la hacía más tangible. La prensa que apoyaba al gobierno se hacía eco de esta iniciativa que consideraba necesaria para “satisfacer al público” demostrando que “la policía no duerme”.49
El análisis de los avisos, notas y vindicaciones de propios y ajenos que conforman una cuarta sección del Boletín, como puede verse en el cuadro 1, colabora para explayar este planteamiento.50 Si bien no constituye la más amplia de las secciones que componen el Boletín -sólo aparece en ocho de los que hemos podido consultar-, la presencia de estos avisos y vindicaciones, entrecruzadas con informaciones provenientes de otras fuentes, entre ellas la prensa periódica del momento, dan cuenta de que el Boletín no estaba destinado sólo al consumo interno: entre sus destinatarios se encontraba una porción más amplia de los residentes de Buenos Aires.
Sección I | Sección II | Sección III | Sección IV | |||||||||||
Número de Boletín | Fecha | Relación de individuos aprehendidos | Razón de multas impuestas | Razón de reos destinados a presidio | Reos destinados a obras públicas | Avisos | Erratas/Vindicación | |||||||
2 | 3 de septiembre de 1824 | X | X | X | X | |||||||||
4 | 2 de octubre de 1824 | X | X | X | X | |||||||||
5 | 16 de octubre de 1824 | X | X | X | ||||||||||
6 | 3 de noviembre de 1824 | X | X | X | ||||||||||
7 | 17 de noviembre de 1824 | X | X | X | X | X | ||||||||
8 | 1 de diciembre de 1824 | X | X | X | ||||||||||
9 | 18 de diciembre de 1824 | X | X | X | X | |||||||||
12 | 1 de febrero de 1825 | X | X | X | X | |||||||||
13 | 18 de febrero de 1825 | X | X | X | ||||||||||
14 | 1 de marzo de 1825 | X | X | X | ||||||||||
15 | 16 de marzo de 1825 | X | X | X | ||||||||||
16 | 6 de abril de 1825 | X | X | X | ||||||||||
17 | 16 de abril de 1825 | X | X | X | ||||||||||
18 | 1 de mayo de 1825 | X | X | X | ||||||||||
19 | 16 de mayo de 1825 | X | X | X | ||||||||||
21 | 16 de junio de 1825 | X | X | X | ||||||||||
23 | 16 de julio de 1825 | X | X | X | ||||||||||
24 | 16 de julio de 1825 | X | X | X | ||||||||||
28 | 4 de octubre de 1825 | X | X | X | ||||||||||
56 | 1 de febrero de 1827 | X | X | X | ||||||||||
57 | 1 de marzo de 1827 | X | X | X | X | |||||||||
59 | 1 de mayo de 1827 | X | X | |||||||||||
60 | 1 de junio de 1827 | X | X | X | X | |||||||||
70 | 1 de julio de 1827 | X | X |
Fuente: elaboración propia con base en datos procesados disponibles en Fondo Real Audiencia. Cámara de Apelaciones. Sección Papeles Sueltos. C. 7, A. 4, L. 9, exp. 27. AHPBA, Argentina; Periódicos Raros. Sección de Obras Raras. Sala del Tesoro. Biblioteca Nacional de Brasil, Brasil.
Conocer a los “delincuentes” y divulgar su identidad por medios diferentes a la transmisión oral constituyó una de las interacciones que el Boletín generó. Las “filiaciones circulantes” (Galeano, 2009, p. 62) colaboraron con el reconocimiento del delincuente “a distancia” (García Ferrari, 2018, p. 34).51 En otras latitudes, “the ability to distribute, marshal and retrieve information about offences and offenders” (Styles, 1989, p. 56) era importante ya a fines del siglo XVIII. En Inglaterra, en 1772 se realizó una propuesta para circular “details of fugitives and stolen goods on a country-wide basis. This scheme did get under way with the circulation of the weekly Hue and Cry by the Bow Street Office” (Emsley, 1983, p. 28). Convertido en la Police Gazette, or Hue and Cry en la década de 1820, esta publicación constituyó un instrumento para difundir los nombres de contraventores y criminales (Galeano y Bretas, 2016, p. 12).52
Efectivamente, estos modos de identificación comenzaban a ser utilizados también de forma “interna” por los agentes ocupados de aprehender personas, como lo atestigua una orden superior del 7 de abril de 1825, en la cual se informa de la fuga del reo Anastasio Joaquín, cuyos datos personales y señas generales (altura, contextura, tipo de cara, color de ojos, tipo de boca y barba, edad, color de piel) son adjuntados al costado del escrito principal.53 En estos mismos años, y ante las deserciones sufridas, diferentes notas de comisarios de las zonas cercanas a la ciudad daban cuenta de las formas de reclutar y de anoticiarlas al jefe de policía. El comisario Francisco Sempol señalaba, por caso, que “habiendo desertado de esta partida de mi cargo el soldado Norberto Roldán con todo uniforme y armamento, se ha reclutado y filiado” a nuevos hombres.54 Entre los nuevos “filiados” se encontraba otro desertor, Sabino Reyes, sobre quien el comisario consigna datos sobre sus padres, su área de origen, su edad, su estado civil, su ocupación y sus rasgos físicos (cejas, ojos, nariz, boca, barba). Además, se establecía que no sabía escribir y por ello firmaba un compañero de su misma partida, así como dos testigos que reforzaban la veracidad de los datos consignados en la filiación.55
Estas prácticas se tradujeron en el Boletín, pero su utilización no fue aceptada sin más. El uso de filiaciones generó conflictos con diversos residentes. Como apunta Galeano (2016, p. 27) , en ocasiones esta publicidad dañaba la reputación de las personas y algunas de ellas no dudaban en realizar reclamos ante ello. Los errores podían enmendarse en el propio Boletín. En su edición núm. 7 se incluía una “nota” en donde se rectificaba que donde se nombraba a un hombre de apellido Reynal, en realidad debía decir Ganinza.56 En otra ocasión se hablaba de una “equivocación notable” que debía remediarse para que “no padezca el más leve menoscabo en su merecida buena reputación el mencionado teniente de alcalde Rafecas”.57 En el Boletín núm. 60 se advertía que el sujeto de apellido Mancilla que había sido arrestado no debía ser confundido con el oficial de justicia que poseía el mismo nombre.58
No obstante, otros casos resultaban más complejos. El coronel Francisco Montes Larrea recurre a una nota de tres páginas para defender su “honor contra la mancilla que se le ha inferido poniendo mi nombre al lado de los de una porción de facinerosos”59 en las páginas del Boletín. Montes Larrea adjudica la principal responsabilidad a Basavilbaso, a quien le achaca un especial resentimiento en tanto era la única posibilidad de que “atrevidamente confunda con ellos a un hombre que era patriota ya antes del año 10”. Sin embargo, también nombraba a los comisarios Sáenz y Castañer como responsables de ajar indignamente su reputación. Al jefe de policía lo acusa de haber desoído su reclamo; y para probarlo hace públicas las cartas que intercambió con Somalo y en donde pidió que “no salga mi nombre en el Boletín de Policía”.60
La prensa periódica como instrumento para salvar el honor era también usada por los propios policías. En 1817, el comisario Francisco Doblas se encontraba acusado de emplear “los carros de Policía con objetos particulares”,61 para hacerse de “los restos de varios puentes construidos en el camino de la Ensenada a expensas de los fondos públicos”. Aunque absuelto, varios años después del inicio del proceso solicitó a través de la prensa un “juicio de residencia” en tanto como resultado de sus funciones ha “contraído sobrada odiosidad sin advertirlo” y porque “su persona no es bien mirada”.62 Otra reivindicación fue hecha pública tanto en El Argos como en el Boletín de la Policía, quizá porque involucraba una disputa entre dos espacios institucionales, cuando el propio gobierno firmó una nota en el diario señalando que se ha archivado el expediente contra el médico de policía, Pedro Rojas, permitiendo la recuperación de su honor.63
Quizá a causa de algunas de estas impugnaciones, en el Boletín se incluyeron algunas expresiones que parecían apuntar a demostrar la diligencia policial y a subrayar la especificidad de su función. Así, en el Boletín de la Policía, núm. 2, y seguido del recuento de multas hechas a los carniceros de la ciudad, se aclaraba que ante la escasez de carne que habían originado aquellos abastecedores que “solicitaban que se aumentase el precio corriente un real en cada arroba”, ha sido la policía quien, mediante orden del gobierno, se ha ocupado de “comprar ganados y ha cubierto esta necesidad en lo posible”.64 Hacerse pasar por policía para cometer delitos era algo que el Departamento deseaba comunicar como una contravención que dañaba su imagen. Por esa causa se aprendía a Martín Pereira quien, “fingiéndose celador de policía y comandante de patrulla, atropelló la casa de D. María Josefa Zeballos, con intención de robarle”.65
Para mediados de la década de 1820 el proceso de visibilización de las configuraciones policiales como autoridad se apoyaba, entre otras cosas, en los avisos emitidos por la policía. La prensa actuaba como soporte, por caso, cuando el jefe Somalo emitía un comunicado en El Argos, el cual comunicaba las medidas a tomar por la policía en el marco de las fiestas mayas y que noticiaba cómo se “iluminará simétricamente, así la decoración de la plaza y el revestimiento de la pirámide, como la Casa de Justicia, la de la Policía y la Recova”.66 El mismo gobierno disponía que “los avisos de policía que se necesiten darles publicidad se remitan al periódico el Mensajero, cuyo editor hará la impresión gratis”.67 El Boletín de la Policía se unió a estas iniciativas, también siendo utilizado como un conducto para dar a conocer diversas medidas a la población. Por ello, incluyó en sus páginas avisos relativos a prohibiciones sobre el uso de agua y huevos en carnavales y sobre el galope en las calles, así como órdenes para que los vecinos amontonen la tierra al costado de las calles para facilitar su recolección por parte de los carros de basura,68 y publicidad de los nombres de las parteras certificadas por el médico de policía “para que el público no se deje seducir por aventureras o inexpertas”.69
Esta publicación, entonces, pudo ser un modo de comunicación de las actividades policiales y también de algunas dispuestas por el gobierno para una porción más amplia de la población. Claro que la publicidad de las aprehensiones, multas y encarcelamientos muchas veces generaron conflictos. En ocasiones, la policía dio curso a vindicaciones. También usó este recurso para remediar afrentas hechas contra los propios. En otros casos, las erratas no tuvieron eco en la policía, lo cual derivó en conflictos que se sumaban a diferentes expresiones críticas sobre el funcionamiento policial. En todos los casos, el Boletín de Policía dirigió interacciones que colaboraron en dar forma a las configuraciones policiales del momento y a sus prácticas que trascendieron su publicación, la cual finalizó en 1827.
REFLEXIONES FINALES
Los ejemplares del Boletín de la Policía son documentos que pueden ser utilizados para abordar diferentes problemáticas, desde distintos enfoques, no sólo concentrados en la conformación de configuraciones policiales. La información que contienen puede ser complementaria de una historia que analice el delito, las formas de reclusión y encarcelamiento y hasta los modos y motivaciones para imponer penas económicas. Otras temáticas a las que puede contribuir su análisis es la de detectar los vínculos entre los sectores populares y el gobierno y la policía o los modos de comunicar que se organizan y desenvuelven en el periodo.
En este trabajo hemos optado por considerar al Boletín de Policía como un insumo material -en tanto expresión escrita e impresa- que impacta en el equipamiento de las configuraciones policiales en construcción en la década de 1820. Aunque no disponemos de la serie completa, esta primera aproximación nos ha permitido indagar sobre su papel informativo y comunicativo entre los agentes policiales, y entre estos y la población porteña en general, permitiendo una vía de acceso a los vínculos y dinámicas que se tejieron alrededor de esta expresión escrita. Su aparición coincide con una serie de novedades que se introducen con la creación del Departamento de Policía y que se configuran a lo largo de la década (comisarías, secciones, manuales, uniformes). Estos procesos desarrollan entramados en una serie de opiniones críticas a la actividad policial, que no sólo provienen del gobierno. El Boletín es uno de los instrumentos que parece colaborar con la posibilidad de visibilizar el quehacer policial y, por qué no, hacerlo tangible.
El análisis de su edición, publicación y circulación da lugar a dos reflexiones iniciales. El Boletín funcionó como un archivo complementario para consignar la acción de los agentes policiales, en consonancia con una preocupación por el registro de lo específicamente policial, que muchas veces veía complicada su concreción por la falta de materiales e insumos. Las secciones más destacadas del Boletín y el propio objetivo que se expresaba al inicio de cada uno de sus números, daban cuenta de las labores cotidianas de la policía: aprehender, multar, encarcelar.
Asimismo, el Boletín fue objeto y vehículo de interacciones con el conjunto de la población. La posibilidad de visibilizar la actividad policial y con ello dotarla de mayor autoridad se cruzó con conflictos y obstáculos que muchas veces tuvieron que ser corregidos públicamente. Las erratas y las vindicaciones no fueron asiduas, pero estuvieron presentes. Así también los avisos que el Departamento deseaba trasmitir a los residentes de Buenos Aires.
El Boletín expuso prácticas ya existentes o en desarrollo, como las comunicaciones a la población, la elaboración de filiaciones o la preocupación por el registro. Lo interesante es que, a través de él, dichas prácticas se mostraron concentradas y combinadas en un soporte único que las hacía visibles, por un lado, y asociadas a la policía, por otro. En este sentido, contribuyó a determinar qué funciones eran policiales, quiénes estaban vinculados con el Departamento y cómo este se visibilizaba frente a la población. Futuros estudios que puedan poner en diálogos las ediciones existentes en Argentina y las contenidas en la Biblioteca Nacional de Brasil probablemente avancen sobre nuevas cuestiones, entre ellas los motivos de la finalización de su publicación. Por el momento, podemos decir que esta iniciativa escrita intentó destacar a unas configuraciones policiales cuya autoridad en construcción no estuvo desligada de conflictos.