Introducción
Los estudios cualitativos sobre las masculinidades en México han dado cuenta de la difundida presencia de normas y discursos hegemónicos sobre los atributos del ser hombre y sobre los discursos y prácticas que deben ser desplegados socialmente por los varones para sostener una pertenencia legítima al grupo masculino y no ser estigmatizado y discriminado por no ejercer el desempeño social adecuado (Amuchástegui y Szasz, 2007; Prieur, 1994; Hirsch, 1990; Guttman, 1996; Lerner, 1998; Castro y Miranda, 1998; Arias y Rodríguez, 1998; Nieto, 1996; Figueroa, Jiménez y Tena, 2006; Bledsoe, Lerner y Guyer, 2000).
Al mismo tiempo, esas investigaciones sugieren que existe una diversidad de formas de ser hombre en México y de ejercer las relaciones de pareja, que dan cuenta tanto de las variaciones individuales y culturales como de ciertos ejes de desigualdad y diferenciación social. México es un país de urbanización reciente en el que existe una rica diversidad cultural y gran heterogeneidad entre regiones, sectores de actividad y grupos de población. Además de la diversidad cultural y lingüística se advierte una profunda desigualdad basada en la clase social y la etnicidad.
Desde el punto de vista socioeconómico se trata de uno de los países más desiguales en la región más desigual del mundo. Además está fuertemente afectado por los procesos de globalización y por el transnacionalismo y el transculturalismo, consecuencias del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá, del constante flujo de inmigrantes centroamericanos que cruzan su frontera sur con miras a atravesar hacia Estados Unidos, y de la desmesurada proporción de su fuerza de trabajo (cerca de 20% de los trabajadores mexicanos) que labora en el vecino país del norte, principalmente en forma indocumentada. Estas diferenciaciones incluyen múltiples patrones de individualización que van desde los sectores de la población muy occidentalizados hasta los grupos donde la noción de persona está muy ligada a las identidades comunitarias o grupales.
Con base en una revisión de la literatura sobre masculinidades y sobre relaciones de género en México, concluimos que dos ejes principales de desigualdad social que influyen para diferenciar las expresiones del ser hombre entre los varones mexicanos son las desigualdades de clase y las diferencias generacionales (Hirsch 2003; Amuchástegui y Rivas, 2004; Figueroa, Jiménez y Tena, 2006; Núñez, 2007; Ayús y Tuñón, 2007; De Keijzer y Rodríguez, 2007; Rojas, 2007; entre otros). Es posible que también influyan la diversidad étnica, las desigualdades regionales -incluyendo el origen rural o urbano- y las diferentes experiencias migratorias de distintos grupos de la población (Rosas, 2006).
Las hipótesis más importantes que se derivan de las investigaciones cualitativas se refieren a marcadas diferencias generacionales y por clase social en las desigualdades de género que se expresan en las relaciones conyugales. Mientras que en las generaciones mayores y en los sectores socioeconómicos menos favorecidos el vínculo de pareja se establece en torno del rol de proveedor y autoridad por parte de los hombres, y de los trabajos reproductivos y de atención sexual de las mujeres, en las generaciones más jóvenes y en los sectores medios y altos predominan las ideas del amor romántico y del bienestar íntimo como bases de la pareja conyugal. Aunque el orden de género limita la independencia de las mujeres de todos los sectores sociales y grupos generacionales, se observan mayores posibilidades de negociación y de autonomía en los sectores con mayor acceso a recursos económicos y educativos, así como en los grupos más jóvenes (Hirsch, 2003; Núñez, 2007; Amuchástegui y Rivas, 2004; entre otros). Estas diferencias sugieren que las desigualdades de género están más marcadas en los grupos socioeconómicos menos favorecidos y en las generaciones mayores, una de cuyas expresiones es la presencia más frecuente de actividades sexuales que pueden poner en riesgo la salud de los hombres y de sus parejas, comparándolos con los sectores de ingresos medios y altos y con los jóvenes.
Desde el punto de vista demográfico México es un país altamente urbanizado en una fase avanzada de la transición demográfica, donde cerca de 70% de las mujeres unidas maritalmente usa anticonceptivos -principalmente la esterilización quirúrgica- y donde la esperanza de vida se acerca a los 75 años, pero cuyos indicadores expresan una enorme heterogeneidad interna. Esta diferenciación se expresa también en los patrones de morbimortalidad, pues si bien la extensa urbanización y las transformaciones productivas han influido en un proceso avanzado de transición epidemiológica, se trata de un proceso sui generis en el que coexisten la persistencia de enfermedades infecciosas y parasitarias y muertes maternas, con el aumento de los accidentes, la violencia y las enfermedades crónico degenerativas como principales causas de mortalidad. En todas las regiones del país han emergido en la última década dos padecimientos como causas importantes de mortalidad en adultos jóvenes, ambos originados en infecciones de transmisión sexual: el sida y los tumores malignos cérvicouterinos, derivados del VIH y de formas del virus del papiloma humano (VPH) (Gayet et al., 2003; Juárez y Gayet, 2005).
Desde el punto de vista de las construcciones de género, México se caracteriza por la densidad cultural de las expresiones sobre lo femenino y lo masculino y su fuerte raigambre en las concepciones católicas del periodo colonial, que se entremezclan con los discursos de la modernidad y el pensamiento científico, con la influencia incentivadora de consumos de los medios de comunicación, con las propuestas de los movimientos sociales feministas y sobre la diversidad sexual, y con los discursos fundamentalistas y neoconservadores (Amuchástegui y Rivas, 2004). Más allá de los discursos, las relaciones entre hombres y mujeres se modifican constantemente por la inestabilidad de los ingresos y la precarización de los empleos, el creciente acceso a la escolaridad de las mujeres y su participación laboral (cercana a 50% en los contextos urbanos y en edades reproductivas) y el amplio acceso a algunos métodos anticonceptivos (DIU y cirugía para las mujeres maritalmente unidas) (García y Oliveira, 2006).
Entre los discursos y prácticas que validan la pertenencia legítima al grupo de los hombres destacan el mundo del trabajo, el significado de ser hombre como ser proveedor, y el éxito económico como dominios de la experiencia masculina, así como las expresiones de actividad sexual y de fuerza física y resistencia. Los significados del hombre como proveedor influyen en la persistencia de formas tradicionales de división sexual del trabajo y relaciones autoritarias, y los significados del hombre como sexualmente activo influyen en la persistencia de un doble estándar de moral sexual, que presiona a los varones hacia una diversidad de parejas y de experiencias sexuales que demuestren su hombría, y a las mujeres hacia el recato, la pasividad y la negación de sus deseos sexuales. Sin embargo, como se mencionó anteriormente, estas expresiones parecen manifestarse de manera diferenciada entre clases sociales y grupos generacionales (Szasz, 1998; Amuchástegui y Szasz, 2007; Figueroa, Jiménez y Tena, 2006; García y Rojas, 2001; Rosas, 2006; entre otros).
Las prácticas sexuales de los hombres desde los estudios de población
Si bien las encuestas sociodemográficas se dirigieron predominantemente a las mujeres en los años setenta y ochenta del siglo XX, en los últimos quince años han surgido algunas fuentes de datos demográficos que incluyen preguntas dirigidas a los varones que indagan sobre sus prácticas sexuales, anticonceptivas, preventivas, procreativas, de crianza y de participación en las tareas domésticas.
En México hay algunos análisis sobre la fecundidad de los varones, sobre la participación de los hombres en prácticas anticonceptivas y de paternidad, y sobre la influencia de los esposos en las decisiones anticonceptivas de sus parejas mujeres, así como sobre las declaraciones de los adolescentes y jóvenes sobre sus prácticas sexuales. Las indagaciones sobre las prácticas sexuales de los hombres se basan en encuestas de salud o estudios epidemiológicos sobre conocimientos, actitudes y prácticas de uso del condón (Nieto, 1996; Juárez y Gayet, 2005; Rojas, en prensa; Contreras y Rojas, 2007).
Estos estudios informan que el uso del condón se declaraba con muy poca frecuencia hace algunos años, y que esa declaración es más frecuente en épocas recientes y entre los hombres jóvenes, urbanos y altamente escolarizados (Nieto, 1996; Juárez y Gayet, 2005).
Sin embargo no se conoce cómo influyen en estos análisis las construcciones sociales sobre las masculinidades y las relaciones de género en las prácticas sexuales de los varones, y para explorar estas relaciones no se han explotado aún los datos de las encuestas sociodemográficas más recientes que incluyen preguntas a los varones.
El uso de variables e indicadores como aproximación a las relaciones de género y a las construcciones sobre lo masculino
Debido a que las concepciones sobre lo femenino y lo masculino son construcciones sociales que se expresan en significados y dimensiones simbólicas, narrativas, normativas, relacionales y subjetivas, no es fácil pensar que puedan ser reducidas a respuestas precodificadas en cuestionarios estandarizados. Sin embargo, han existido diversas aproximaciones desde los estudios de género para construir indicadores sintéticos sobre conceptos complejos, como los grados de autonomía de las mujeres casadas en relación con sus parejas. Varias encuestas sociodemográficas incluyen además preguntas sobre la división sexual del trabajo doméstico y extradoméstico, el acceso de las mujeres al control de los recursos, y la violencia conyugal y filial (García y Oliveira, 2006).
En este trabajo intentamos iniciar una aproximación a algunos indicadores de significados de género que sugieren ejercicio de poder de los varones unidos maritalmente sobre sus parejas femeninas; fueron obtenidos mediante una encuesta de salud reproductiva en la que se aplicó un cuestionario para varones. A la vez buscamos indicios de variación en lo que declaran los varones entrevistados sobre algunas prácticas sexuales según esos indicadores y según el estrato socioeconómico y el grupo de edad al que pertenecen.
Cabe aclarar que la construcción de estos indicadores contiene fuertes supuestos interpretativos, puesto que no es fácil identificar en una escueta respuesta precodificada que se da a una pregunta preestructurada, las dimensiones discursivas que pueden dar cuenta de significados complejos. Entre esos supuestos está la idea de que los individuos son soberanos para tomar decisiones sobre su cuerpo y sus deseos eróticos, independientemente de los mandatos de sus contextos culturales y de las relaciones sociales en que están inmersos; que esas decisiones son siempre coherentes, que las personas no tienen ambivalencias ni contradicciones, y que sus ideas y prácticas sobre la sexualidad son fijas y estables a lo largo del tiempo, independientemente de sus experiencias; que lo que las personas responden en una situación de entrevista y frente a un cuestionario estructurado y precodificado da cuenta de sus acciones; que esas acciones son “conductas” individuales y no prácticas sociales; y que la interpretación lingüística y la construcción de significados y símbolos es idéntica para todos los que responden el cuestionario, así como para quienes lo diseñaron y quienes lo aplican. Además es importante destacar que la construcción de significados sobre las sexualidades y sobre las relaciones de género es particularmente compleja, y que se vincula más con el orden social que con las experiencias íntimas de las personas, lo que hace particularmente simplificada y reductiva la interpretación de las respuestas de una encuesta por muestreo sobre temas tan complejos.
Consideramos que las respuestas a preguntas estructuradas sobre significados de género y sobre actividades sexuales no dan cuenta de esas prácticas, sino de lo que estimaron adecuado responder los entrevistados respecto de acciones privadas que no dejan registro social. Esas respuestas pueden corresponder más a cuestiones normativas que a las actividades desplegadas en espacios de intimidad, sobre todo en sociedades cargadas de silencios, secretos y metáforas sobre las sexualidades que aluden más al orden social que a la privacidad de los deseos y los placeres corporales. Por lo tanto, solamente podemos interpretar nuestros indicadores como indicios o sugerencias de posibles relaciones y ejes sociales de diferenciación que se asocian o no con variaciones en la declaración de manifestaciones de significados de género desiguales y de actividades sexuales de los hombres que pueden representar riesgo para la salud de ellos o sus parejas. Las dimensiones sociales que pueden influir en la diferenciación de las relaciones de género y las actividades sexuales deben ser estudiadas también en profundidad, como significados y prácticas socialmente construidas.
La fuente de datos
Para realizar un ejercicio de aplicación de hipótesis emanadas de estudios cualitativos a un grupo amplio de población escogimos como fuente de datos la Encuesta de Salud Reproductiva (Ensare) con Población Derechohabiente del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) que fue levantada en 1998, con una muestra nacional representativa de los hombres y mujeres que tienen acceso a esta institución de seguridad social, que abarca a las y los trabajadores del área privada (no gubernamental) del mercado de trabajo y de sus familiares. Las personas afiliadas al IMSS representan aproximadamente 35% de la población mexicana y residen mayoritariamente en centros urbanos. Nuestra base de datos se refiere a los hombres maritalmente unidos. Por su primacía urbana, quedaron excluidos de esta muestra importantes grupos rurales, indígenas, marginales y sectores de altos ingresos.
La encuesta abordó las prácticas sexuales en entrevistas en hogares y en el contexto de cuestionarios de salud reproductiva, por lo que posiblemente estén subregistradas las actividades sexuales ajenas al contexto conyugal. Sin embargo el operativo de campo cuidó especialmente que la aplicación de entrevistas a mujeres y varones de un mismo hogar fuera simultánea y en espacios separados, para asegurar a unos y otras la confidencialidad de las respuestas frente al cónyuge y otros familiares. En la encuesta se entrevistó a 1 889 hombres maritalmente unidos y con edades de 20 a 59 años al momento de la encuesta, representativos de 4 600 261 hombres mexicanos afiliados al IMSS.
Los indicios sobre significados de género que sugieren supremacía masculina en la pareja conyugal y sobre actividades sexuales declaradas que sugieren prácticas de riesgo
Tomando en cuenta que los estudios cualitativos sobre masculinidades y sobre sexualidades, así como numerosas investigaciones sociodemográficas y antropológicas sobre las relaciones de género en México, apuntan hacia la presencia de una diversidad de construcción de significados sobre el orden de género que influyen en expresiones de mayor o menor equidad en las relaciones entre hombres y mujeres en el ámbito conyugal y hacia distintos tipos de prácticas sexuales, seleccionamos algunas variables de la encuesta como aproximaciones a un posible ejercicio de poder basado en significados sobre la supremacía masculina en las relaciones de pareja, y otras variables como indicativas de posibles prácticas sexuales que pueden generar riesgos para la salud de los propios hombres o de sus parejas.
La intención de esta selección fue explorar la existencia de asociaciones estadísticas entre indicadores de significados de género que sugieren relaciones conyugales desiguales o con supremacía masculina, y mayor declaración de actividades sexuales que sugieren falta de autocuidado y de responsabilidad hacia la pareja. A la vez se buscaron variaciones en estas prácticas por distintos estratos sociales y grupos de edad.
Para efectos de este trabajo, entendemos como indicios de significados de género vinculados con la supremacía masculina y el ejercicio de poder en las relaciones conyugales el que los hombres entrevistados declaren acciones o actitudes que denotan falta de consideración hacia los deseos, necesidades o intereses de la pareja, así como que declaren que han ejercido acciones de coerción sobre la cónyuge. Entendemos como prácticas sexuales de riesgo las declaraciones sobre actitudes o acciones que ponen a los hombres o a sus cónyuges en peligro de vivir experiencias sexuales no consentidas o no deseadas o de experimentar daños a la salud o embarazos no buscados.
El objetivo de este trabajo es aplicar a grandes conjuntos de población hipótesis emanadas de los estudios cualitativos sobre masculinidades y sobre sexualidades y relaciones de género valiéndonos de interpretaciones de los resultados de una encuesta por muestreo. Estas hipótesis consisten en esperar que las variables que sugieran autoridad o dominio masculino en las relaciones de pareja se asocien con una mayor propensión de los varones a declarar el ejercicio de prácticas sexuales que pueden ser indicativas de riesgo. Con base en algunos estudios cualitativos y en los resultados de varias investigaciones sociodemográficas sobre relaciones de género, proponemos también la hipótesis de que entre los hombres más jóvenes y entre quienes pertenecen a los sectores socioeconómicos medios y altos existe mayor propensión hacia prácticas de autocuidado y responsabilidad hacia la pareja conyugal y menor declaración de prácticas de riesgo.
Las variables que consideramos inicialmente como indicadores de significados de género que sugieren supremacía masculina en las relaciones conyugales son las siguientes:
1) Que los hombres declaren estar o no estar de acuerdo con que sus esposas trabajen.
2) Que los hombres declaren que han o no han cambiado los pañales a sus hijos pequeños alguna vez.
3) Que los hombres declaren que la iniciativa para tener relaciones sexuales es de ellos exclusivamente, o de ella o de ambos.
4) Que los hombres declaren que su cónyuge nunca les ha dicho que no quiere tener relaciones sexuales, o que sí se lo ha dicho.
5) Que los hombres declaren que les molesta o se enojan cuando su cónyuge les dice que no quiere tener relaciones sexuales, o que no les molesta cuando así ocurre.
6) Que los hombres declaren que han ejercido violencia física o psicológica en contra de su pareja conyugal, o que no lo han hecho.
Estas dos últimas variables no se emplearon en el análisis porque sólo fueron respondidas afirmativamente por un porcentaje minoritario de varones, de ahí que no mostraran asociaciones estadísticamente significativas.
Las variables seleccionadas como indicativas de prácticas sexuales de riesgo son:
1) Que los hombres declaren que nunca han usado un condón en su vida, o que sí lo han hecho.
2) Que los hombres declaren que nunca se han hecho la prueba del VIH/sida, o que sí lo han hecho.
3) Que los hombres declaren que han tenido relaciones sexuales extramaritales, o que no las han tenido (tomando en cuenta que cerca de la mitad de los varones que tuvieron esas relaciones en el último año declararon no haber usado condón en el último de esos encuentros).
Las respuestas a las preguntas analizadas pueden expresar adhesión a normas sociales en lugar de acciones reales, y muchas son ambiguas y se prestan para interpretaciones diversas. Así por ejemplo, los hombres que afirman no haber usado nunca el condón pueden expresarlo porque han tenido una sola pareja sexual a lo largo de su vida, y lo mismo pueden pensar de su cónyuge. Sin embargo las encuestas y las investigaciones cualitativas sobre las prácticas sexuales de los varones en México son consistentes en dar cuenta de que una abrumadora mayoría de los hombres inició su vida sexual antes de unirse conyugalmente, de que los hombres tuvieron una diversidad de parejas sexuales femeninas (amigas, conocidas, novias y otras), y de que un porcentaje significativo de los hombres unidos declaró haber tenido prácticas sexuales extraconyugales (Szasz, en prensa; Jiménez, 2007; Juárez y Gayet, 2005). A su vez, diversos estudios informan que es bajo el porcentaje de usuarios habituales del preservativo o condón en sus prácticas sexuales (véase Gayet et al., 2003; Nieto, 1996). Con base en estos antecedentes interpretamos la respuesta de no haber usado nunca un condón como indicativa de haber tenido prácticas sexuales de riesgo. De manera semejante, hemos tomado en cuenta las construcciones culturales sobre las masculinidades en México para interpretar la respuesta a la pregunta sobre si se han hecho alguna vez la prueba del VIH/sida. Esas construcciones tienden a promover las expresiones de actividad sexual de los varones, la multiplicidad de encuentros sexuales y de parejas, y las prácticas sexuales penetrativas, así como a desalentar la virginidad, la fidelidad y la pasividad sexual de los varones y a deserotizar los contactos en los que no hay penetración y eyaculación (Szasz, 1998). Este tipo de construcciones nos lleva a suponer que quienes declaran que se han hecho la prueba del VIH/sida muestran una actitud de responsabilidad hacia la pareja conyugal y revelan un signo de autocuidado. Otro fuerte supuesto contenido en el análisis se refiere a considerar que si la esposa nunca ha expresado que no quiere tener relaciones sexuales es por temor o subordinación en una relación desigual.
Finalmente, aunque desde nuestro punto de vista el responder que sí se han tenido relaciones sexuales con otras mujeres durante la unión conyugal no implica que se hayan ejercido prácticas sexuales riesgosas, el elevado porcentaje de entrevistados que declaró no haber usado condón nunca en su vida y el de quienes no usaron condón con su última pareja diferente de la esposa en el último año, nos lleva a pensar que buena parte de las relaciones con parejas simultáneas ocurren sin protección. Hemos tenido que recurrir a la variable sobre relaciones sexuales extraconyugales como una aproximación burda a relaciones sexuales simultáneas sin protección, a falta de otra variable más precisa sobre prácticas de riesgo.
Otras dos dimensiones que incluimos en el análisis como indicadores de diferenciación social son el estrato socioeconómico de pertenencia y el grupo de edad de los entrevistados. Los estratos socioeconómicos se han ordenado en cuatro grupos divididos según un índice de desigualdad social que se ha construido a partir de tres características fundamentales de los hogares: a) la calidad de la vivienda; b) la escolaridad media relativa de todos los miembros del hogar; y c) la ocupación mejor remunerada de los miembros del hogar (Echarri, en prensa). Sin embargo, es importante recordar que se trata de una muestra de hombres que residen predominantemente en zonas urbanas y que desempeñan -ellos, sus cónyuges, sus padres o sus hijos- un trabajo asalariado en el sector formal de la economía.
Para facilitar el análisis de los datos, hemos agrupado los cuatro estratos en dos:
1) Muy bajo/bajo, en donde está ubicado 59% de la población afiliada al principal instituto de seguridad social.
2) Medio/alto, en el que se ubica 41% de estos hombres.
Categoría | % | n | |
Variables indicativas de ejercicio de poder en las relaciones conyugales | |||
¿Está de acuerdo con que su pareja trabaje? | No | 43.5 | 787 |
¿Alguna vez cambió los pañales de sus bebés? | Sí | 56.5 | 1 023 |
¿Quién toma la iniciativa para tener relaciones sexuales? | No | 45.2 | 764 |
¿Su cónyuge le ha dicho que no quiere tener | Sí | 54.8 | 929 |
relaciones sexuales? | él | 46.3 | 813 |
Variables indicativas de prácticas sexuales de riesgo | Ella/ambos | 53.7 | 944 |
¿Ha usado condón alguna vez en la vida? | No | 43.9 | 773 |
Sí | 49.5 | 878 | |
¿Se ha practicado la prueba del VIH/sida? | No | 77.6 | 1 392 |
Sí | 22.4 | 402 | |
¿Ha tenido relaciones sexuales extramaritales? | Sí | 24.0 | 429 |
No | 76.0 | 1 363 |
Fuente: Elaboración propia con base en la Ensare.
Se esperaba que las desigualdades de clase influyeran en el sentido de que en el estrato social medio/alto las prácticas de riesgo fueran reportadas con menor frecuencia. Esta hipótesis se relaciona con la mayor escolaridad de los hombres de esos estratos, su mayor experiencia urbana, mejor acceso a información, mayor capacidad para demandar servicios de atención a la salud de calidad, mayor acceso a la compra de condones de marcas prestigiadas, y mayor tendencia a dar respuestas “políticamente correctas” frente a un cuestionario precodificado que diseñaron otras personas de las mismas clases medias y medias-altas. Esta hipótesis se fundamenta también en los estudios basados en pequeñas muestras no representativas que comparan a los sectores sociales medios con los sectores pobres. En estos estudios los hombres y mujeres de los sectores medios reportan relaciones de género más equitativas que las parejas de los sectores populares (Rojas, 2002; García y Oliveira, 1994 y 2006; entre otros).
Como hemos dicho, la muestra de varones unidos también fue dividida en dos grandes grupos de edad:
1) Jóvenes: hombres maritalmente unidos de 34 años y menos, que conforman 41.2% de la muestra en estudio.
2) Mayores: varones en unión conyugal de 35 a 59 años, quienes representan 58.8% de la muestra.
Esta división se debe a que dos de los tres indicadores de prácticas de riesgo que seleccionamos se refieren al uso del condón y a la prevención del VIH/sida. La información sobre el VIH/sida y la promoción del uso del condón como preventivo se iniciaron en México en los años noventa del siglo XX, y los hombres que tenían 34 años o menos en 1998 iniciaron sus prácticas sexuales en la década de los ochenta o en la de los noventa, por lo que una parte significativa de su vida sexual transcurrió durante una etapa plena de información sobre el VIH/sida, sobre las posibilidades de adquirirlo o transmitirlo por vía sexual, y sobre las formas de prevenir esa transmisión. En cambio, los hombres que cuando se levantó la encuesta tenían 35 años o más (y una edad promedio de cerca de 50 años) iniciaron sus prácticas sexuales en los años sesenta, setenta o antes, cuando apenas empezaban a difundirse los métodos anticonceptivos para mujeres y cuando el condón se relacionaba más que hoy con prácticas “inconfesables”. La información sobre el VIH/sida y su extensión en grupos amplios de la población comenzó a diseminarse cuando estos hombres llevaban 20 años o más de vida sexual activa y habían ya construido significados sobre la sexualidad a partir de las normatividades dominantes para interpretar su propia experiencia corporal sobre los placeres y las relaciones íntimas.
Otro argumento que nos motivó a pensar en respuestas diferenciadas entre estos dos grupos de edad es que las investigaciones de pequeña escala sobre relaciones de género que comparan grupos generacionales concluyen que los hombres y las mujeres jóvenes reportan relaciones de género algo más equitativas que las generaciones mayores (García y Oliveira, 2006; Figueroa, Jiménez y Tena, 2006; Amuchástegui y Szasz, 2007).
El análisis bivariado
La exploración de las asociaciones entre las variables seleccionadas reportó que en general se comportaban en el sentido esperado, salvo algunas excepciones, y que en todos los casos en que se daba la relación esperada era estadísticamente significativa, aunque las diferencias porcentuales fueran pequeñas en la mayor parte de ellos.
En el cuadro 2 se puede apreciar la existencia de una asociación significativa entre la desigualdad de género con supremacía masculina en las relaciones conyugales y las prácticas sexuales de riesgo de los hombres, ya que los porcentajes de hombres que declaran nunca haber usado el condón en su vida, o nunca haberse hecho la prueba del VIH/sida son significativamente mayores entre quienes están en desacuerdo con el trabajo extradoméstico de sus cónyuges y entre quienes declaran que nunca participaron en los cuidados de sus hijos pequeños cambiándoles los pañales. A su vez, la de no haber usado condón en la vida es una respuesta muy común entre los varones que aseguran que sus cónyuges nunca se han rehusado a tener relaciones sexuales con ellos. Por otra parte, las proporciones de hombres que declaran que nunca se han hecho la prueba del VIH son mayores entre los que manifiestan que ellos son los únicos que toman la iniciativa para tener relaciones sexuales con la pareja conyugal.
¿Ha usado condón alguna vez en la vida? | ¿Se ha practicado la prueba del VIH/sida? | ¿Ha tenido relaciones sexuales extramaritales? | |||||
No | Sí | No | Sí | No | Sí | ||
¿Está de acuerdo con que su pareja trabaje? | No | 56.8** | 43.2 | 83.9** | 16.1 | 76.3 | 23.7 |
Sí | 45.6 | 54.4 | 72.8 | 27.2 | 72.8 | 24.2 | |
¿Alguna vez cambió los pañales de sus bebés? | No | 54.5** | 45.5 | 82.3** | 17.7 | 70.8 | 29.2** |
Sí | 47.9 | 52.1 | 75.2 | 24.8 | 77.9 | 22.1 | |
¿Quién toma la iniciativa para tener relaciones sexuales? | Él | 49.3 | 50.7 | 79.6* | 20.4 | 71.9 | 28.1** |
Ella/ambos | 50.5 | 49.5 | 75.9 | 24.1 | 80.4 | 19.6 | |
¿Su cónyuge le ha dicho que no quiere tener relaciones sexuales? | No | 55.7** | 44.3 | 76.7 | 23.3 | 83.2 | 16.8** |
Sí | 45.4 | 54.6 | 78.1 | 21.9 | 71.1 | 28.9 |
* p < 0.05.
** p < 0.01.
FUENTE: Elaboración propia con base en la Ensare.
A pesar de que sólo alrededor de una cuarta parte de los varones entrevistados reconoce que ha tenido relaciones sexuales extraconyugales con otras mujeres, son notablemente mayores los porcentajes de los varones que lo declaran entre quienes dicen que no participaron en los cuidados de sus pequeños y entre quienes manifiestan que la iniciativa para tener relaciones sexuales con sus cónyuges es exclusivamente de ellos.
Al considerar el estrato socioeconómico encontramos que entre los hombres entrevistados de estrato medio/alto es más frecuente que estén de acuerdo con el trabajo extradoméstico de sus cónyuges y que participen en los cuidados de sus hijos cambiándoles los pañales. En cuanto a las variables relacionadas con prácticas sexuales de riesgo, entre estos mismos varones encontramos que se han practicado la prueba del VIH/sida en mayor proporción que los entrevistados del estrato muy bajo/bajo. En cambio, en los demás indicadores de poder masculino en la pareja casi no hay diferencia entre estratos, y lo mismo ocurre con el uso de condón alguna vez en su vida. Llama la atención que en el estrato medio/alto resulte significativamente mayor la proporción de varones que declaran haber tenido relaciones sexuales con otras mujeres de manera simultánea a su relación conyugal. Lo anterior sugiere que si bien en este estrato el ejercicio de poder masculino en las relaciones de pareja puede ser relativamente menor respecto al de los varones del estrato muy bajo/bajo, en lo que respecta a la equidad en las relaciones sexuales aparecen claros indicios de supremacía masculina que pueden traducirse en prácticas sexuales de riesgo, que muy probablemente los motiven a realizarse la prueba del VIH/sida.
En cuanto a los grupos de edad, tanto las variables indicativas de relaciones de poder en la pareja como las relacionadas con prácticas sexuales de riesgo se comportaron en el sentido esperado, pues los varones más jóvenes, con edades entre 20 y 34 años, se mostraron más proclives a estar de acuerdo con el trabajo extradoméstico de sus cónyuges, a participar en la crianza de sus hijos pequeños y a compartir con sus compañeras la iniciativa para tener relaciones sexuales. Fueron también los hombres más jóvenes quienes declararon en mayor proporción haber usado condón y haberse practicado la prueba del VIH/sida (cuadro 4).
Estrato socioeconómico | |||
Muy bajo/bajo | Medio/ alto | ||
¿Está de acuerdo con que su pareja trabaje? | No | 51.0** | 32.7 |
Sí | 49.0 | 67.3 | |
¿Alguna vez cambió los pañales de sus bebés? | No | 48.4** | 40.4 |
Sí | 51.6 | 59.6 | |
¿Quién toma la iniciativa para tener relaciones | él | 46.2 | 46.3 |
sexuales? | Ella/ambos | 53.8 | 53.7 |
¿Su cónyuge le ha dicho que no quiere tener | No | 43.0 | 45.2 |
relaciones sexuales? | Sí | 57.0 | 54.8 |
¿Ha usado condón alguna vez en la vida? | No | 51.5 | 49.0 |
Sí | 48.5 | 51.0 | |
¿Se ha practicado la prueba del vIH/sida? | No | 80.8** | 73.1 |
Sí | 19.2 | 26.9 | |
¿Ha tenido relaciones sexuales extramaritales? | Sí | 21.5** | 27.5 |
No | 78.5 | 72.5 |
* p < 0.05.
** p < 0.01.
FUENTE: Elaboración propia con base en la Ensare.
Grupo de edad | |||
Jóvenes | Mayores | ||
(20-34) | (35-59) | ||
¿Está de acuerdo con que su pareja trabaje? | No | 36.3** | 48.3 |
Sí | 63.7 | 51.7 | |
¿Alguna vez cambió los pañales de sus bebés? | No | 37.8** | 50.4 |
Sí | 62.2 | 49.6 | |
¿Quién toma la iniciativa para tener relaciones | él | 37.1** | 52.6 |
sexuales? | Ella/ambos | 62.9 | 47.4 |
¿Su cónyuge le ha dicho que no quiere tener | No | 43.8 | 44.8 |
relaciones sexuales? | Sí | 59.2 | 55.2 |
¿Ha usado condón alguna vez en la vida? | No | 39.0** | 58.7 |
Sí | 61.0 | 41.3 | |
¿Se ha practicado la prueba del vIH/sida? | No | 73.9** | 80.2 |
Sí | 26.1 | 19.8 | |
¿Ha tenido relaciones sexuales extramaritales? | Sí | 16.4** | 29.3 |
No | 83.6 | 70.7 |
* p < 0.05.
** p < 0.01.
FUENTE: Elaboración propia con base en la Ensare.
En efecto, la proporción de hombres que dicen no haber usado nunca un condón es bastante más alta entre los mayores (58.7%) que entre los de 34 años o menos (39.0%). Lo mismo ocurre con la proporción de los que nunca se han hecho la prueba del VIH/sida (80.2% entre los mayores y 73.9% entre los jóvenes) y con la proporción de hombres mayores que dicen haber tenido relaciones sexuales extraconyugales con mujeres (29.3% frente a 16.4% de los menores de 35 años).
Lo anterior sugiere que las variables indicativas de ejercicio de poder masculino en las relaciones conyugales, así como la edad o grupo generacional de pertenencia, parecen ser predictivas de prácticas sexuales de riesgo entre los hombres, en el sentido de que las expresiones de concepciones de género no equitativas (como la oposición a que las cónyuges trabajen o la estricta división sexual de algunas tareas de crianza) y la mayor edad de los hombres se vinculan en mayor medida con indicios de prácticas sexuales de riesgo. En cambio, al menos en esta encuesta, se confirma cierta asociación entre el estrato socioeconómico de pertenencia medio/alto y las relaciones conyugales basadas en significados de género más equitativos, aunque también en este estrato parece haber mayor declaración de relaciones sexuales extramaritales de los hombres.
El análisis multivariado
Dado que la exploración de los datos de la encuesta mediante cruces de dos variables parece indicar la posibilidad de que exista una relación positiva entre las variables indicativas de supremacía masculina en la pareja conyugal y las variables indicativas de prácticas sexuales de riesgo de los varones, decidimos ajustar tres modelos de regresión logística teniendo como variables dependientes: a) uso o no de condón alguna vez en la vida; b) haberse hecho o no la prueba del VIH/sida alguna vez; y c) haber tenido o no relaciones sexuales extramaritales con una mujer, con el propósito de explorar si se mantenía la relación esperada al incluir la influencia conjunta de distintas variables: las indicativas de relaciones de poder basadas en ideas de predominio masculino en la pareja conyugal, así como las de estrato socioeconómico y edad de los hombres.
En los cuadros 5, 6 y 7 se presentan las razones de momios obtenidas en cada uno de los modelos para las variables explicativas: las indicativas de relaciones de poder basadas en ideas de supremacía masculina en la pareja conyugal, el estrato socioeconómico y el grupo de edad. A continuación analizaremos el comportamiento de cada una de estas variables en dichos modelos.
I. C. a 95.0% para Exp(B) | |||||
Sig. | Exp(B) | Inferior | Superior | ||
¿Está de acuerdo con que su pareja trabaje? | Sí | - | 1 | - | - |
No | 0.0220 | 0.79 | 0.64 | 0.97 | |
¿Alguna vez cambió los pañales de sus bebés? | Sí | - | 1 | - | - |
No | 0.2120 | 0.88 | 0.72 | 1.08 | |
¿Quién toma la iniciativa para tener relaciones sexuales? | Él | - | 1 | - | - |
Ella/ambos | 0.1560 | 0.86 | 0.70 | 1.06 | |
¿Su cónyuge le ha dicho que no quiere tener relaciones sexuales? | Sí | - | 1 | - | - |
No | 0.0000 | 0.69 | 0.56 | 0.85 | |
Estrato socioeconómico | Medio/alto | - | 1 | - | - |
Muy bajo/bajo | 0.0940 | 0.83 | 0.67 | 1.03 | |
Grupo de edad | 20-34 | - | 1 | - | - |
35-59 | 0.0000 | 0.46 | 0.37 | 0.57 |
FUENTE: Elaboración propia con base en la Ensare.
I. C. a 95.0% para Exp(B) | |||||
Sig. | Exp(B) | Inferior | Superior | ||
¿Está de acuerdo con que su pareja trabaje? | Sí | - | 1 | - | - |
No | 0.0000 | 0.62 | 0.48 | 0.80 | |
¿Alguna vez cambió los pañales de sus bebés? | Sí | - | 1 | - | - |
No | 0.0200 | 0.75 | 0.58 | 0.95 | |
¿Quién toma la iniciativa para tener relaciones sexuales? | Él | - | 1 | - | - |
Ella/ambos | 0.1490 | 1.20 | 0.94 | 1.54 | |
¿Su cónyuge le ha dicho que no quiere tener relaciones sexuales? | Sí | - | 1 | - | - |
No | 0.2720 | 1.15 | 0.90 | 1.47 | |
Estrato socioeconómico | Medio/alto | - | 1 | - | - |
Muy bajo/bajo | 0.0050 | 0.70 | 0.55 | 0.90 | |
Grupo de edad | 20-34 | - | 1 | - | - |
35-59 | 0.0590 | 0.78 | 0.61 |
FUENTE: Elaboración propia con base en la Ensare.
I. C. a 95.0% para Exp(B) | |||||
Sig. | Exp(B) | Inferior | Superior | ||
¿Está de acuerdo con que su pareja trabaje? | Sí | - | 1 | - | - |
No | 0.5370 | 0.93 | 0.73 | 1.18 | |
¿Alguna vez cambió los pañales de sus bebés? | Sí | - | 1 | - | - |
No | 0.0010 | 1.46 | 1.16 | 1.85 | |
¿Quién toma la iniciativa para tener relaciones sexuales? | Él | - | 1 | - | - |
Ella/ambos | 0.0460 | 0.79 | 0.62 | 1.00 | |
¿Su cónyuge le ha dicho que no quiere tener relaciones sexuales? | Sí | - | 1 | - | - |
No | 0.0000 | 0.52 | 0.41 | 0.67 | |
Estrato socioeconómico | Medio/alto | - | 1 | - | - |
Muy bajo/bajo | 0.0110 | 0.73 | 0.58 | 0.93 | |
Grupo de edad | 20-34 | - | 1 | - | - |
35-59 | 0.0000 | 1.71 | 1.33 | 2.21 |
FUENTE: Elaboración propia con base en la Ensare.
La variable que registra la actitud de los hombres frente al trabajo extradoméstico de sus cónyuges resultó significativa (p<0.05) en los dos primeros modelos ajustados. Los resultados indican que los momios de haber usado condón alguna vez en la vida y de haberse realizado la prueba del VIH/sida disminuyen 21 y 38%, respectivamente, entre los hombres que están en desacuerdo con que sus esposas trabajen respecto de los varones que están de acuerdo con que ellas realicen actividades remuneradas fuera de casa.
Haber o no participado en los cuidados de sus hijos pequeños cambiándoles los pañales resultó ser una variable significativa al asociarla con la posibilidad de haberse practicado la prueba del VIH/sida (p<0.05) y de haber tenido relaciones sexuales extramaritales con otra mujer (p<0.01). Los coeficientes obtenidos en las regresiones indican que los momios de haberse practicado la prueba del VIH/sida disminuyen 25%, y que aumentan 46% los de haber tenido relaciones sexuales extramaritales entre los hombres que respondieron que no habían cambiado los pañales a sus hijos pequeños, respecto a los que sí lo habían hecho.
La variable relacionada con la iniciativa para tener relaciones sexuales dentro de la unión conyugal sólo resultó significativa (p<0.05) en el tercer modelo de regresión, que explora la declaración de haber tenido relaciones sexuales extraconyugales. Se observa una disminución de 21% en los momios de haber tenido relaciones sexuales extramaritales cuando la iniciativa para tener relaciones sexuales en la unión conyugal es de la cónyuge o de ambos.
Por lo que se refiere a la variable que identifica el reconocimiento de que su esposa le haya dicho alguna vez que no deseaba tener relaciones sexuales resultó significativa (p<0.05) al revisar su asociación con el uso de condón alguna vez en la vida y con haber tenido relaciones sexuales extramaritales. En el primer caso, los momios de que un hombre haya usado alguna vez condón en la vida disminuyen 31% cuando los individuos declaran que su esposa nunca les ha dicho que no quiere tener relaciones sexuales respecto a los que respondieron que alguna vez recibieron esa respuesta de su compañera. Contrariamente a lo esperado, los momios de que los varones hayan tenido relaciones sexuales extramaritales disminuyen 48% cuando manifiestan que nunca han recibido una negativa de su cónyuge para tener relaciones sexuales respecto de los que dicen que alguna vez recibieron esa respuesta.
El estrato socioeconómico resultó significativo al revisar su asociación con el uso del condón alguna vez en la vida (p<0.1) y con haberse realizado la prueba del VIH/sida (p<0.05). Aunque también resultó significativo al asociarlo con la declaración de haber tenido relaciones sexuales extramaritales (p<0.05), el sentido de esta asociación es contrario al esperado. Todo indica que el pertenecer al estrato muy bajo/bajo disminuye 17% los momios de haber usado el condón alguna vez en la vida y 30% los momios de haberse hecho la prueba del VIH/sida, respecto a la pertenencia al estrato medio/alto. Sin embargo los momios de haber tenido relaciones sexuales extramaritales disminuyen entre los varones de estrato muy bajo/bajo 27% respecto a los de estrato medio/alto.
Es interesante destacar que la edad resultó significativa (p<0.01) en los tres modelos ajustados. Los resultados indican que los momios de haber usado condón alguna vez y de haberse hecho el examen del VIH/sida disminuyen 54 y 22% respectivamente entre los hombres mayores de 34 años respecto a los más jóvenes (de 20 a 34 años). En contraste, tener 35 años o más incrementa 71% los momios de haber tenido relaciones sexuales extramaritales respecto a los menores de 35 años. Sin embargo los resultados respecto a la edad deben tomarse con cierta reserva debido al efecto edad, puesto que los individuos más jóvenes que no han experimentado alguno de los eventos estudiados quizá lo puedan hacer más adelante. Tal es el caso de la posibilidad de tener relaciones sexuales extraconyugales.
Podemos decir de manera más sintética que haber usado condón alguna vez en la vida es una posibilidad significativamente mayor entre los hombres que están de acuerdo con que sus cónyuges trabajen fuera de casa, entre los que reconocieron que alguna vez su esposa les ha dicho que no quiere tener relaciones sexuales, entre los que pertenecen al estrato socioeconómico medio/alto y entre los más jóvenes (menores de 35 años). Realizarse la prueba del VIH/sida es más probable entre los hombres que dijeron estar de acuerdo con que su pareja trabaje, que aceptaron que cambiaron los pañales de sus hijos pequeños, que pertenecen al estrato socioeconómico medio/alto y que son menores de 35 años. La posibilidad de haber tenido relaciones sexuales extramaritales es mayor entre los hombres que nunca han participado en los cuidados de sus hijos pequeños cambiándoles los pañales, que declaran que la iniciativa para tener relaciones sexuales es de ellos, que han recibido negativas de parte de su cónyuge para tener relaciones sexuales, que pertenecen al estrato socioeconómico medio/alto y que tienen 35 años o más.
En relación con la primera hipótesis de este trabajo que esperaba una asociación entre las variables indicativas de ejercicio de poder basadas en ideas de supremacía masculina en la pareja conyugal con la mayor declaración de prácticas sexuales de riesgo por los varones, se encontró que en efecto, parece existir esta relación cuando hay desacuerdo con el trabajo femenino extradoméstico y cuando los varones no participan en el cuidado de sus hijos pequeños cambiándoles los pañales. Cuando el varón declara que es el único que toma la iniciativa para tener relaciones sexuales se aprecia una asociación significativa con la posibilidad de tener relaciones sexuales extramaritales. Y finalmente, la cuarta variable que definimos como indicativa de supremacía masculina en la pareja, consistente en declarar que la esposa nunca le ha dicho que no quiere tener relaciones sexuales, se asocia significativamente de manera negativa con la posibilidad de haber usado condón alguna vez en la vida, pero también con la declaración de haber tenido relaciones sexuales extraconyugales.
La segunda hipótesis de este trabajo también se confirma parcialmente al operar conjuntamente las variables indicativas de predominio masculino en la pareja conyugal con las variables de estrato socioeconómico y edad de los hombres. En efecto, hay mayores probabilidades de que los varones hayan usado el condón alguna vez en la vida y de que se hayan practicado la prueba del VIH/sida cuando pertenecen al estrato medio/alto, cuando son jóvenes y cuando están de acuerdo con que sus cónyuges trabajen. Sin embargo, en el estrato medio/alto aparecen mayores probabilidades de que los hombres declaren haber tenido relaciones sexuales extramaritales con otras mujeres que en el estrato muy bajo/bajo.
Consideraciones finales
Los resultados obtenidos al aplicar las hipótesis que surgen de las investigaciones cualitativas sobre sexualidad y género y sobre masculinidades en México a una encuesta por muestreo representativa de millones de hombres mexicanos confirman algunos hallazgos de los estudios en profundidad. Algunas variables que dan cuenta de las relaciones de género en la pareja conyugal parecen tener una fuerte asociación con la responsabilidad y el autocuidado en las prácticas sexuales de los varones, asociación que se mantiene incluso considerando las variaciones generacionales y por estrato social. Esa relación opera en el siguiente sentido: entre más afirmen los hombres ideas sobre cierta equidad de género en las parejas conyugales (las esposas pueden trabajar, los esposos pueden cambiar pañales), menor será la propensión a que los hombres ejerzan prácticas sexuales que los puedan poner en riesgo (a sí mismos o a sus parejas conyugales). A la inversa, las relaciones conyugales en donde se declara que existe autoridad o dominio masculino se asocian con una mayor propensión de los hombres a ejercer prácticas sexuales indicativas de posible riesgo. Sin embargo estas hipótesis se confirman únicamente respecto de algunas de las variables de poder de género analizadas, lo que sugiere que es necesario trabajar en la construcción de indicadores más adecuados para relacionar los significados de género y el ejercicio de poder en las relaciones conyugales con las prácticas sexuales.
A su vez, los resultados que obtuvimos al aplicar las hipótesis emanadas de los estudios sociodemográficos que destacan las diferencias generacionales y por clase social indican una asociación consistente entre ser más jóvenes y pertenecer a estratos socioeconómicos medios y altos, con mayor probabilidad de adoptar algunas prácticas de autocuidado. Pero una de las variables que analizamos sin estar seguros de que indicara la presencia de prácticas sexuales de riesgo, la declaración de haber tenido relaciones sexuales extramaritales con otras mujeres, aparece con mayor probabilidad en estos mismos estratos. Tal relación puede sugerir tanto un vínculo más complejo entre la pertenencia de clase y el cuidado en las prácticas sexuales, como la necesidad de trabajar más sobre el concepto de prácticas sexuales de riesgo y su construcción a partir de variables obtenidas en encuestas por muestreo.
Este tipo de hallazgos evidencia la importancia de considerar la equidad en las relaciones de género, así como la complejidad que representa construir indicadores que den cuenta de las relaciones de poder en la pareja conyugal, para diseñar políticas públicas y programas que se refieran directa o indirectamente a las prácticas sexuales entre hombres y mujeres. Estos resultados confirman la necesidad de incorporar en la investigación sobre el tema las relaciones de poder, las prácticas de los varones, los aportes de la teoría de género y dentro de ella, de los estudios sobre las masculinidades y su articulación con otros ejes de diferenciación social.
La riqueza de los análisis que se pueden elaborar contemplando estas dimensiones y la necesidad de refinar los indicadores sugieren la conveniencia de que las encuestas sociodemográficas se apliquen a mujeres y varones, y continúen incorporando variables que favorezcan la construcción de indicadores sobre significados de género, sobre desigualdad en la vida conyugal y sobre lo relativo al autocuidado y a la responsabilidad en el ejercicio de prácticas sexuales. Por el momento, las encuestas demográficas nacionales con muestras representativas de toda la población mexicana no integran suficientes variables que den cuenta de las relaciones de género, y las encuestas que agregan algunas variables de género no incluyen a los hombres. Esperamos que la presente exploración sirva de estímulo para que quienes toman decisiones sobre el diseño de tales encuestas consideren la utilidad de la teoría de género y de los estudios sobre las masculinidades para generar información relevante para las políticas públicas.