¿Qué tienen en común las cooperativas y grupos de consumo agroecológico que se han difundido por la periferia metropolitana de Madrid, con la producción de nopal en Milpa Alta, de flores en Xochimilco o queso en Hidalgo? ¿Qué relación guardan con la creación de ciudades resilientes ante vaivenes externos, sobre todo de tipo económico, que afectan el empleo y el ingreso, y con ello el acceso a una alimentación variada, nutritiva, culturalmente aceptable, económicamente accesible y ambientalmente sostenible?
Estas preguntas guardan todo un planteamiento novedoso que la obra reseñada nos acerca a través de un concepto en boga, el de los Sistemas Agroalimentarios Locales de Proximidad (SIAL), espacios en los cuales se concentran unidades agrícolas, empresas productoras y transformadoras de alimentos, de donde emanan instituciones que los soportan; dichos territorios convergen en torno a un subsector, por lo que se especializan en la producción agrícola, se organizan en red y aprovechan los activos presentes localmente, que van desde los recursos naturales hasta los humanos, fundamentales para el desarrollo territorial (Delgadillo y Sanz, 2018). La característica particular que permite comprender la emergencia de este enfoque deriva adicionalmente de la proximidad geográfica, cultural e institucional que acerca a productores y consumidores en una cadena agroalimentaria que escapa, en ambos países, a la lógica del comercio convencional de alimentos; es decir, de la gran distribución que privilegia la racionalidad económica, la logística, la jerarquía y la ganancia, por encima de la soberanía, la interacción directa, la equidad y la solidaridad.
De esta manera, los diferentes capítulos que componen la obra discuten este concepto en torno a experiencias concretas, tres casos para España y cinco para México. En ellos existe coincidencia en torno a la importancia de estudiar los SIAL como un proceso que toma fuerza después de la crisis generada por el modelo económico neoliberal que ha golpeado fuertemente los ingresos y el empleo de las mayorías, y con ello el acceso a los alimentos, primer rubro del gasto familiar que es sacrificado en épocas de crisis, en términos de calidad y cantidad de la ingesta.
Se reconoce que el cambio en las economías urbanas derivadas del proceso de globalización puso en jaque a las actividades tradicionales que desarrollaban, haciendo predominar actividades intensivas en capital, de alta rentabilidad económica y que se caracterizan por el amplio uso de tecnologías (TIC) y nuevos procesos logísticos integrados a cadenas globales de valor que definen una nueva división internacional del trabajo, en la cual se incluyen, por supuesto, las relacionadas con la producción y distribución de alimentos. En contraposición, han surgido grupos y cooperativas de consumo agroecológico en ciudades como Madrid, o grupos comunitarios y organizaciones de productores agrícolas en México que permiten conformar redes de productores y consumidores donde la producción de alimentos (capítulo 1, de Ricardo Méndez Gutiérrez del Valle; 2 de Javier Sanz, Cristina Lagoma y Ala Lozenko; 3 de Juan José Michelini y Luis Abad Aragón; 4 de Delgadillo Macías; 6 de María del Carmen del Valle Rivera; y 8 de Teodora Aguilar Ortega), de flores (5 de Héctor Ávila Sánchez) o de servicios (7 de Ana Ingeborg Mariño Jaso) está basada en sistemas de producción sostenible y relaciones igualitarias entre los actores que en ellas participan.
Desde la esfera de la producción, coinciden los autores, los SIAL buscan la creación de rentas asociadas a características territoriales concretas; aprovechan y potencian la especificidad de sus recursos humanos y naturales, su cultura, el papel de las instituciones y las sinergias colectivas de ellas emanadas. En el contexto mexicano, sobresalen las prácticas de organización campesina que se sujetan a la demanda de la ciudad, y se enmarcan por la pluriactividad de sus actores que permiten, como en otras tantas comunidades rururbanas, diversificar el ingreso; bajo la multiplicidad de interacciones que se construyen a escala local, se reproducen mecanismos diferenciados de gobernanza, innovaciones sociales y diferentes formas de acción colectiva que (re)densifican las redes de proximidad y de confianza, privilegiando la horizontalidad.
Lo anterior se articula a un tipo de consumidor que demanda ciertas características de los alimentos, productos y servicios generados en los espacios rururbanos. Lo que define, por ejemplo, nuevas formas de valoración de la actividad agrícola, empieza por su praxis ecológica y orgánica, enfatiza en su calidad y diversidad, así como en la identidad alimentaria vinculada al territorio; con ello, las relaciones de confianza entre productores y consumidores se ponderan bajo la idea de recuperar la soberanía alimentaria, el consumo responsable y una alimentación sana que fortalece la auto organización social con la creación de redes alimentarias alternativas, donde la movilización ciudadana es un factor clave. En España, con un cobijo institucional consolidado, estos tienen en las redes agroalimentarias alternativas o cooperativas de consumo su exponente más elaborado, en términos de un activismo político que cuestiona y se contrapone al modelo imperante del sistema moderno de distribución de alimentos, de gran preocupación para diversos especialistas (Torres et al., 2011). Así, el establecimiento de relaciones de confianza entre productores y consumidores en contextos de proximidad geográfica y organizacional bajo el enfoque de circuitos cortos, nos ayuda a dimensionar que, aunque emergentes, se pueden construir alternativas desde lo local que respondan a las múltiples problemáticas que las metrópolis afrontan.
Las experiencias documentadas en esta obra dialogan y se complementan con otras recientemente publicadas (Torres, 2016; Del Valle, 2017) y nos permiten reflexionar sobre cómo desde actividades económicas alternativas se pueden construir ciudades resilientes que puedan enfrentar los bruscos y recurrentes cambios económicos del modelo neoliberal, generar empleo y recursos monetarios en actividades tradicionales con la suma de conocimientos e innovaciones sociales, potenciar el desarrollo de mejores productos agroalimentarios, sanos y con ello mejorar la calidad no solo de estos, sino del ambiente de la misma ciudad, al mantener o recuperar espacios que regulan o detienen el avance de las áreas urbanas, con actividades que recuperan su rentabilidad.
Tanto en el caso español como en el mexicano predomina esta lógica; sin embargo, existe, en el caso de los primeros, un mayor desarrollo institucional que permite regular y promover dichas actividades, a diferencia de México, en donde muchos de los esfuerzos, más que desde la esfera del consumo, parten de los mismos productores desde ambientes comunitarios que les permiten mantener actividades arraigadas a sus tradiciones, a los aprendizajes y conocimientos asociados a su cultura, junto a una tradición histórica que resiste los dilemas a los que son sometidos bajo el modelo económico, para sobrevivir en actividades poco reconocidas desde la esfera gubernamental.
Finalmente, la riqueza de los capítulos que componen esta obra estriba no solo en que mantienen como eje principal la discusión de los SIAL y la proximidad, se fortalecen de enlaces naturales con otros enfoques teóricos provenientes de la geografía económica e institucional, la gobernanza territorial, los sistemas productivos locales y la construcción de ambientes de innovación, por lo que, en contraposición a la idea de que los recursos y las capacidades de los territorios son algo estático, estas teorías permiten entenderlos como algo que se puede incrementar.