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Historia y grafía

Print version ISSN 1405-0927

Hist. graf  n.35 México Jul./Dec. 2010

 

Ensayos

 

La transformación de la historia como problema teórico. Una relectura de la obra de Michel Foucault*

 

History Transformation as a Theoretical Problem. Michel Foucault's Work Rereading

 

Fernando Betancourt Martínez

 

Universidad Nacional Autónoma de México-IIH

 

Resumen

El presente artículo busca establecer un marco explicativo para abordar el proceso de transformación de la disciplina histórica a lo largo del siglo XX. Considera que este proceso está vinculado con los aspectos teóricos de la disciplina que resultan ser determinantes para definir su naturaleza y límites cognitivos. La tesis central plantea que la historia se modificó a tal punto que no puede ser considerada como ciencia humana, tal y como lo sostuvo el historicismo; por el contrario, como forma de saber se refiere a una racionalidad operativa conectada de manera fundamental con el campo de la investigación social. Es a partir de esta relación como se vuelve posible establecer su base epistemológica. En la obra de Michel Foucault, en particular en su crítica a las ciencias humanas, se localizan herramientas reflexivas que permiten establecer ese marco explicativo, así como legitimar la tesis que desarrolla el autor. Ésta supone la necesidad de estudiar los modos en que se han recuperado los trabajos de Foucault en términos historiográficos.

Palabras clave: teoría de la historia, ciencias sociales, Michel Foucault, historicismo, epistemología, filosofía de la historia.

 

Abstract

This article seeks to articulate an explicative approach framework of historical discipline transformation process along XX century. It considers that this process is connected with theoretical aspects of the discipline which results determining on defining its nature and cognitive limits. The central thesis ensures that History changed so much, that it cannot be considered as a Human Science on the way Historicism said; on the contrary, as a way of knowledge, it refers to an operative rationality which is fundamentally connected with social research feld. As from this relation it is possible to set up its epistemological basis. On Michel Foucault's work, particularly on his Human Sciences criticism, are located reflexive tools which help to set that explicative framework as well as to legitimize the author thesis. This is why it is considered necessary to study how had been recovered its works, on historiographical terms.

Key words: Theory of history, social sciences, Michel Foucault, historicism, epistemology, philosophy of history.

 

INTRODUCCIÓN

El presente escrito busca recuperar el texto quizás más famoso escrito por Michel Foucault, texto que, al mismo tiempo, ha sido considerado como un trabajo particularmente críptico para la reflexión teórica de la historia. Me refiero por supuesto a Las palabras y las cosas. Parto de considerar que la arquitectura de este libro está constituida por diferentes estratos o niveles que soportan, a su vez, la posibilidad de múltiples interpretaciones. El objetivo consiste en aislar uno de estos estratos, delimitar sus potencialidades analíticas y traducirlas hacia un conjunto de cuestiones que no están necesariamente conectadas, ni con las temáticas reconocidas como contenido del texto, ni con las posturas filosóficas asumidas por el propio Foucault. La hipótesis que busco acreditar es la siguiente: a partir de este libro, en particular de su último capítulo –"Las ciencias humanas"– es posible armar un esquema que resulte adecuado para explicar el proceso de transformación disciplinar de la historia, ocurrido a lo largo del siglo XX.

Como asunto derivado de esta suerte de tesis general, interesa mostrar por qué la historia no puede simplemente ser definida desde el concepto de ciencia humana. Como se trata de una situación particularmente crucial para el historicismo decimonónico, su derrumbe a partir de los años 30 del siglo pasado estableció una disposición diametralmente diferente. Su vinculación con la investigación social, relación que le permitió articular tanto procedimientos como modelos conceptuales que resultaron cruciales para la continuidad de la propia disciplina, introdujo una suerte de desantropologización que terminó por desautorizar su fundamentación teórica convencional, esto es, entenderla como ciencia del espíritu. La situación a la que condujo este proceso de transformación consolidó a la disciplina como una modalidad de racionalidad que se encuentra en íntima conexión con las formas contemporáneas de lo pensable, antes que como una estructura cognitiva que produce conocimientos sobre realidades humanas pasadas.

De ahí que sus potencialidades tengan más que ver con incrementos de carácter reflexivo que con la acreditación objetiva de sus resultados de investigación. Dos tipos de cuestiones están, por tanto, en el centro de la discusión a la que se alude aquí: ¿es posible derivar otros funcionamientos textuales, en este caso de la obra foucaultiana, que legítimamente rompan sus estables vinculaciones hermenéuticas? Se entiende que dicha cualidad sólo se encuentra en relación con el contexto filosófico y con las habituales recurrencias historiográficas que se han manejado hasta el momento. Por otro lado, este poner en conexión un dispositivo textual con cuestiones que no se encontraban en su original marco de recepción, ¿tiene implicaciones teóricas relevantes para la propia historia? Esta segunda cuestión se destaca de manera particular, puesto que el problema de su propia historicidad resulta ser el más apremiante, no sólo como instancia de definición de sus contenidos y límites, sino de su propia naturaleza teorética.

 

¿EXISTE UNA RECEPCIÓN HISTORIOGRÁFICA DE LA OBRA DE MICHEL FOUCAULT?

Las relaciones entre el trabajo de los historiadores y las obras de Michel Foucault, particularmente aquellas donde el filósofo francés desarrolló un enfoque retrospectivo o propiamente histórico, han sido objeto de múltiples artículos, libros, comunicaciones en congresos y colaboraciones varias.1 La multiplicidad de trabajos, estilos interpretativos así como instrumentales analíticos, parecerían señalar el problema abordado como una cuestión ya saldada a plenitud. Aún cuando los diversos acercamientos han obedecido a diversos dictados, ya sea de modas pasajeras o de motivaciones sistemáticas de gran rigor, o bien han sido formas de asegurar acreditación en el ámbito de una institución académica en el peor de los casos, las intensificaciones, así como la caída en un desinterés quizá motivado por el hartazgo, asegurarían la pertinencia de una apreciación como la anterior.

Frente a ello, resaltan vertientes historiográficas que, reconociendo el valor no sólo heurístico de la obra foucaultiana, sino su apertura a modalidades de investigación de las que se han seguido procesos de delimitación de nuevos objetos de estudio; por ello, más que desmentir la impresión de algo consumado la han legitimado por el camino contrario: intentando llevar a cabo las aportaciones de Foucault como líneas de investigación consolidadas y de gran productividad, han terminado por mostrar los límites de una recuperación que quizá no era tan pertinente como se pensaba. El caso de las investigaciones dedicadas a la locura y a las instituciones psiquiátricas no es el único que puede traerse a colación aquí; un destino no tan diferente le esperaba a las temáticas de la sexualidad o de la penalidad carcelaria moderna. En un principio proclamaban una suerte de fidelidad a las posturas arqueológicas, genealógicas o, si se quiere, difusamente foucaultianas, pero sólo han podido asegurar sus prestaciones esencialmente historiográficas, y con ello alcanzado rigor interpretativo y profundidad analítica, a condición de romper con tal fidelidad.

En todo caso, no todo estaba ya escrito en las investigaciones históricas de nuestro autor, incluso si agregamos aquellos esbozos programáticos que esperaban una conclusión futura.2 Estos textos, pequeños en términos de extensión, pero que amparaban desarrollos de gran complejidad, se entienden precisamente como anuncio de lo que estaba por venir. Así, El orden del discurso, Nietzsche, la genealogía y la historia o Hermenéutica del sujeto, sólo por poner algunos ejemplos e, incluso, como es el caso de este último, a pesar de ser recopilaciones de cursos impartidos en el Colegio de Francia, prescribían umbrales a partir de los cuales entender esos giros imprevistos en un itinerario intelectual que no se ajustaba necesariamente a los ritmos de una continuidad.3 Recusando su carácter eminentemente provisional, en no pocas ocasiones las lecturas hechas por historiadores o por interesados en la labor historiográfica, han creído encontrar en estos textos claves interpretativas globales de naturaleza tal que podían extrapolarse de forma válida a otras aplicaciones.

Asumiendo que la caracterización siguiente resulta muy esquemática, tiene valor de indicio respecto a dos posibles rutas de apropiación. Según Patxi Lanceros, se pueden agrupar en dos grandes categorías los estudios que han planteado pautas interpretativas dominantes durante cierto tiempo. En primer lugar están aquellos

que contemplan la obra de Foucault como una sucesión de métodos (arqueología, genealogía, analítica o hermenéutica). Una opción como ésta parte de un supuesto previo que se mantiene indemostrado: como sucesión metodológica, la obra en su conjunto es un continuo ensayo que no termina de cristalizar sino hasta el final y por tanto cuando adopta sin ambigüedades la opción hermenéutica.4

Precisamente en su acabamiento se puede presentar una de dos opciones: o se admite la necesidad de completar lo que Foucault mismo dejó inconcluso en cada apartado metodológico, cosa muy difícil, o se apuesta por la necesidad de quemar etapas e ir de manera directa al método finalmente válido.

En el primer caso se rechaza el tamiz de provisionalidad de los procedimientos metodológicos primeros, lo cual lleva a interesarse por la labor de concluir cada uno de ellos: así, se pude hacer historia arqueológica cuando se completen teoréticamente los huecos dejados por el propio autor. Idéntico tratamiento aguarda a un proyecto de historia entendido como analítica del poder (genealogía). Se podría, al final, cosa que no deja de ser un ideal que mucho dice respecto a la propia historiografía, usar el binomio metodológico dependiendo del tipo de objeto de estudio. De tal forma que si se trata de una historia de la locura es menester aplicar el método arqueológico, e igualmente cuando se trate de elaborar una "historia intelectual" del tipo que sea. Pero si el objeto de estudio son las instituciones políticas del mundo moderno, entonces la aplicación recae en una analítica del poder al estilo nietzscheano.

Como segunda actitud y tratando de evitar el trabajo complejo de poner en orden los procedimientos de edificios teóricos incompletos, se precisa circunscribirse a la "tercera etapa", esto es, a las denominadas técnicas de subjetivación y ello con el fin de delimitar el método preciso de carácter hermenéutico que se localiza en el desplazamiento que va de la gobernabilidad a la historia de la sexualidad.5 Aquí la problemática, a pesar de seguir circunscrita a una traducción metodológica, es de diferente naturaleza que la que acarrea la anterior postura. Siendo la etapa donde Foucault se muestra decididamente interesado por la cuestión de la subjetividad, más precisamente, por el tipo de preocupaciones éticas que han precedido la temática de lo sexual, de manera explícita marca una diferencia que tiene que ser tomada en serio entre el tipo de investigación plasmada en los dos últimos volúmenes de su Historia de la sexualidad y el trabajo particular de los historiadores. En la introducción al libro El uso de los placeres, escribió:

Los estudios que siguen, como otros que emprendí antes, son estudios de "historia" por el campo de que tratan y las referencias que toman, pero no son trabajos de "historiador". Esto no quiere decir que resuman o sinteticen el trabajo hecho por otros; son —si se quiere contemplarlos desde el punto de vista de su "pragmática"— el protocolo de un ejercicio que ha sido largo, titubeante, y que ha tenido la frecuente necesidad de retomarse y corregirse. Se trata de un ejercicio filosófico: en él se ventila saber en qué medida el trabajo de pensar su propia historia puede liberar al pensamiento de lo que piensa en silencio y permitirle pensar de otro modo.6

Tal distancia marca claramente la diferencia, ya no sólo metódicamente expresable, entre lo que el propio Foucault señala en este mismo texto bajo el rubro "problematizaciones" y una historia de los comportamientos y de las representaciones; estos últimos, ejemplos acabados de la tónica dominante en los estudios históricos. Por más que pueda afirmarse que Foucault enfrentó problemas filosóficos a partir de investigaciones históricas, la diferencia no puede obviarse al punto de extrapolar un pretendido método —en todo caso, ¿cuál sería el método empleado en la historia de la sexualidad?— cuya adaptación a objetivos distintos no quede comprometida de antemano. Cabe resaltar que la recuperación propiamente filosófica de la obra foucaultiana no ha pasado necesariamente por el tamiz de lo procedimental, situación que muestra que las posibles recepciones, e incluso las traducciones que permiten desarrollar trabajos reconocidos bajo su estela, están ya circunscritas a esferas institucionales que actúan de manera determinante. El tipo de actitudes que mostraron los historiadores vinculados a Annales y ya documentadas de manera suficiente, no es el único que puede mencionarse para ilustrar lo anterior.7

En cualquiera de los dos casos mencionados hasta aquí, una cosa salta a la vista: las orientaciones que pueden ser caracterizadas como teóricas, y que presiden los trabajos suscritos por Michel Foucault, no han sido materia de recuperación historiográfica de manera global y unitaria. Incluso en trabajos que se han inscrito bajo el intento de una reformulación del trabajo del historiador a partir de sus orientaciones filosóficas, por ejemplo el problema de una visión historiográfica de las prácticas sociales y culturales, o más aún, la crítica a los supuestos realistas que asumen la existencia de invariables por debajo de las fluctuaciones históricas, han terminado o empezado por reducir tales cuestiones a una modalidad de carácter metodogógica.8 Pero ése ha sido un gesto que para muchos comentaristas, entre los que me incluyo, es definitorio del esfuerzo reflexivo que ha encontrado cabida en los marcos disciplinarios, por lo menos del historicismo para acá; esto es, las discusiones teóricas en historia deben encontrar casi de manera natural una vía metodológica de aplicabilidad exponencial.

Lo que no supone negar que incluso las posturas teoréticas más complicadas hayan impactado de diversas maneras y modalidades la investigación histórica, empezando por la francesa misma. Planteamiento que no es coincidente con el penoso esfuerzo de buscar métodos, los mejores posibles, que aseguren resultados cada vez más atinados. Un esquema interpretativo como el que se delimita en este caso es más importante por lo que deja fuera del recuento que por lo que incluye: un conjunto mucho más amplio de textos foucaultianos, entre ellos los considerados menores, que aquellos incluidos en una recapitulación de grandes estudios sistemáticos. No es un dato meramente marginal el que esta multiplicidad de textos —número que no deja de crecer cada tanto a pesar de la muerte del autor— se resista a una categorización o clasificación a partir de identidades metodológicas.

Regresando a la caracterización propuesta por Lanceros, una segunda tónica de recepción de los textos foucaultianos ha consistido en privilegiar, ya no métodos, sino temas de estudio constituidos y dispuestos de manera atrayente para los historiadores. No es simple paralelismo el que esta ordenación sea también triádica de igual manera que la supuesta "sucesividad" de los métodos. Así, frente a la triada metodológica, —arqueología, genealogía y hermenéutica—, encontramos una serie de temas ya legitimados por las investigaciones de nuestro autor: saber, poder, sujeto.9 En tanto estas temáticas no estén ligadas por algún índice de necesidad con guías metodológicas, su manejo muestra una mayor flexibilidad y adaptación incluso a marcos, digamos metodológicos, que no reconocen vinculación alguna con postulados foucaultianos. En este punto la limitación se refiere a un asunto central. El hecho de que se aluda a objetos de investigación como el poder, da pie a considerar que, como cualquier otra temática se define una esfera de realidad susceptible de estudio sistemático. Lo cual acarrea una presunción de identidad entre el concepto (saber, poder, sujeto) y la substancia correspondiente en el ámbito de lo social. Peligro resaltado una y otra vez por los comentaristas, pero que no conoce barreras de contención cuando de lo que se trata es de abordar temáticas novedosas, frente aquellas otras consideradas anacrónicas —por ejemplo, frente a esa vieja historia política—, como único criterio para encarrilar el sentido crítico de la historia. Según esto, tales temáticas arrojarían luz sobre aquello que ha sido ocultado por una historia previa fuertemente ideologizada a tal punto que terminarían aportando un correctivo a esa suerte de orfandad de teoría de la que ha padecido la disciplina histórica.

 

LA TEORÍA DE LA HISTORIA EN UN HORIZONTE HISTÓRICO

En sentido contrario a lo hasta aquí expuesto, ahora se trata de hacer funcionar el texto en una dimensión diferente, en otro espacio de ajuste, con el fin de medir sus posibilidades reflexivas. Una reactualización que intenta aislar ciertos momentos teóricos, determinadas estructuras conceptuales y categoriales, todo ello para establecer su operatividad en un medio problemático ajeno a las descripciones globales de la obra de Foucault, ya sean temáticas o metodológicas como las señaladas arriba. Un medio que toca cuestiones cruciales, así lo entiendo, para la propia disciplina histórica y sus capacidades reflexivas. Si he mostrado inclinación crítica respecto a las recuperaciones convencionales de la obra foucaultiana, incluyendo aquí mi propio trabajo anterior, esto no quiere decir que no reconozca fecundidad historiográfica, por ejemplo, en Paul Veyne o en Arlette Farge, sólo por citar algunos casos destacados.

El esfuerzo consiste, más bien, en establecer una distancia respecto a la utilización historiográfica; intento pasar del problema de cómo hacer una historia diferente a partir de Foucault, a la cuestión de cómo problematizar el propio quehacer de los historiadores, en el entendido de que este último aspecto define el marco de los problemas teóricos de la historia. En tal sentido, una temática que me parece ineludible en esa suerte de definición tiene que ver con abordar la transformación histórica de la disciplina. Frente al establecimiento de aspectos tales como los presupuestos cognitivos, el nivel procedimental de la investigación histórica y de los fines sociales que cumple, amén de las formas de expansión discursiva que los articulan, es preciso anteponer una explicación sobre el tipo de cambio que ha afectado sus marcos generales de referencia. Este trabajo no es puramente preparatorio, puesto que indica de entrada el sentido de la delimitación misma de las temáticas de orden teórico. Así, es posible aclarar la naturaleza y los contenidos del saber histórico sólo porque se sitúan en el problema general de la actualidad, donde toda posible delimitación pasa por el tamiz de una historización de la historia misma.

Buscando armar un diagnóstico de la situación en la que estamos, se destila la necesidad de mostrar los procesos complejos que han llevado al saber histórico a un emplazamiento de ruptura respecto a su fundación moderna en el siglo XIX. Si se opta por un enfoque puramente historiográfico, por supuesto en un sentido restringido del término, la explicación puede adscribirse a la tónica continuista de una misma tradición. De tal forma que las vertientes de investigación que aparecen en el siglo XX son materia de comprensión tomando como guía el desarrollo y la profundización de un impulso previo pero distinguible incluso en la superación del historicismo: por debajo de las diferencias notorias en las modalidades del hacer historiográfico, se reconoce un tronco común que alude a su definición como ciencia humana. En esta opción se hace notar una postura sustancialista, una suerte de invariante que marca toda reconstrucción historiográfica de la historia dado que supone una estructura unitaria que identifica a la historia como un existente previo a las formas diferenciadas en las que se expresa, esto es, prácticas de investigación que a pesar de sus diferencias remiten a esa estructura esencial. El enfoque que busco armar, por el contrario, toma a las prácticas de investigación como el núcleo mismo del saber histórico.

Por lo que su delimitación, incluso en términos teóricos, debe recuperar la lógica operativa en una situación que marca, más que un encadenamiento progresivo de una misma estructura, una profunda discontinuidad pragmática. En otras palabras, y en el sentido de la hipótesis general que determina este trabajo, en el transcurso del siglo XX se presenta una aguda transformación de la historia como racionalidad procedimental, tomando en cuenta que es un efecto de algo más general: una disrupción en aquellos modos que permiten los "órdenes sociales de constitución de la experiencia" y sus correspondientes mediaciones discursivas.10 Me he referido a esa disrupción como a una transformación general en el ámbito de lo pensable, sin embargo no remite al mundo de las ideas subjetivas o a los actos de carácter mental, sino más bien a las configuraciones generales, a los códigos o sistemas que permiten que algo sea materia de cuestionamiento o problematización, término netamente foucaultiano.

El problema, por tanto, consiste en tratar de contestar cómo y por qué —finalmente el tipo de planteamientos que aportan los historiadores— se produce el paso de una historia entendida como ciencia del hombre (siglo XIX) a otra cuya lógica práctica guarda los contornos de una operación sistémica en íntima relación con la investigación social. ¿Puede una relectura de las Palabras y las cosas, en particular de su último capítulo, aportar un enfoque pertinente al respecto? A partir de este punto intentaré contestar esta pregunta. Una primera indicación tiene que ver con una propuesta interpretativa del texto en cuestión que puede denominarse transversal. Parte de una mención realizada por el propio Foucault en el prefacio: el estudio abordado busca acercarse a las configuraciones fundamentales que decantan, para una cultura dada, los aprioris históricos a partir de los cuales un código de ordenamiento es posible.11 Se trata de una red que delimita las formas de aprehensión culturales pero también los saberes más o menos formalizados; como tal se encuentra incluso en una situación anterior a las filosofías que la tematizan y la toman a su cargo.

Foucault, siguiendo su propia terminología, de fuerte evocación kantiana, señala la condición de posibilidad de todo saber positivo, al tiempo que éste actúa como sistema general donde lo dicho, las percepciones o experiencias, así como las prácticas mismas, se despliegan en tanto formas inconscientes de una cultura.12 Estas consideraciones que se resumen en la cualidad implícita de un cierto orden sistemático serán determinantes para el intento de diagnóstico de la disciplina histórica que me propongo dibujar. Por otro lado, es en este tipo de postulados donde encuentra su lugar la noción de episteme, tomada como criterio propiamente heurístico para un estudio que quiere hundirse en el ámbito de los sistemas de racionalidad, dejando espacio a una descripción de sus ritmos contingentes. En términos de un elemento que se mantiene latente frente a sus manifestaciones más vistosas, por ejemplo, la emergencia de las ciencias humanas, define el ámbito de lo sistémico a partir del cual cristalizan formas objetuales de saber —es decir, postividades— y emplazamientos donde se inscriben modalidades de sujeto correlativas.

En este dominio es donde tienen lugar las prácticas y los acontecimientos. No es que defina de principio un índice de homogeneidad y unidad cultural, antes bien, es el espacio que permite el despliegue de los criterios del orden, de la producción enunciativa en sus diferentes niveles y de las formas del hacer más o menos codificadas o reglamentadas. Serie de series cuyos entrecruzamientos constituyen propiamente el acontecimiento —una relación, más que un estado de cosas— entendido como efecto de dispersión, es decir, cruce imprevisto de procesos diferenciados y heterogéneos. Es, en palabras de Foucault, la esfera de "las sistematicidades discontinuas".13 Pero, como noción, episteme reconduce a una limitación explícita: se aplica a la esfera de las prácticas enunciativas como elemento organizador de lo discursivo, de lo que puede ser dicho en una época determinada, instituyendo así las posibles interdependencias e isomorfismos entre conjuntos de enunciados diversos. Plasma, por tanto, modalidades organizativas y conjuntos de interacciones estables durante un cierto tiempo en un contexto limitado, donde su funcionalidad se cumple como factor distributivo. En efecto, aplica sobre aquellos discursos que se constituyen como formas de saber sobre la vida, el lenguaje y el trabajo. Las interdependencias se encuentran relacionadas con la manera en que emergen y se transforman los discursos que se ocupan de ordenar lo sígnico, los seres de la naturaleza y los bienes materiales. En su derivación típicamente moderna, tales formas discursivas dan pie a la aparición de otras modalidades que se presentan como elementos de autocomprensión, esto es, discursos encargados de dar cuenta de lo social, del ámbito individual y de los significados compartidos. Proceso que, en la perspectiva del texto comentado, presupone la emergencia de una figura novedosa y ambigua: el hombre y los modos de saber que acompañan su despliegue histórico. Se trata de las ciencias humanas que, no habría dudas al respecto, son instancias inéditas en el panorama de la historia occidental. ¿Cuál es, entonces, el lugar que ocupan las ciencias humanas como formas de autocomprensión en el contexto epistémico moderno?

 

EL LUGAR DE LAS CIENCIAS HUMANAS

Previo a toda respuesta se debe hacer notar en qué consiste la ambigüedad que le es consustancial y que le viene de una situación altamente paradójica. Esta cuestión no es correlativa al problema del surgimiento de las ciencias de la vida, el lenguaje y el trabajo, pero sí resulta característica de las ciencias humanas en tanto elementos específicamente decimonónicos. Primero, como figura de pensamiento, si se quiere como concepto moderno, el hombre en tanto sujeto racional se ve enfrentado a una exigencia de principio, a saber, lograr la absoluta autotransparencia de sí mismo. De ahí que se trate de discursos que desarrollan la temática de lo mismo: buscan dar cuenta de las posibilidades de este autoconocimiento en tanto proceso identitario. Pero dicha exigencia se le plantea a un sujeto que aparece como instancia cognoscente por excelencia, incluso como sujeto absoluto de todo conocimiento del mundo natural. Lo que supone que este hombre lúcido, capaz de conocer su entorno natural, se vea constreñido por una situación de principio, esto es, por la falta absoluta de conocimiento de sí mismo. Rasgo que produce una suerte de perplejidad en los saberes sobre el hombre, puesto que queriendo encontrar al sujeto que produce representaciones, incluso sobre la vida, el lenguaje y el trabajo, al acudir al auxilio de las ciencias humanas encuentra sólo representaciones de sí mismo que lo dispersan dada la imposibilidad de descripción unitaria. A esta problemática Foucault la denominó analítica de la finitud. Como sujeto finito pero lúcido, reencuentra al final de cada ejercicio de autocomprensión la incapacidad de dar cuenta absoluta de su propia naturaleza dado que la propia finitud lo impide.14 Desprendiéndose de la temática anterior, se presenta en el panorama del siglo XIX otra determinación paradójica que se explica por la nueva consistencia que adquiere la filosofía moderna. Ésta se da como tarea reflexiva esclarecer el origen de toda representación, independientemente del campo tratado, propósito que obliga a una torsión más al interior de las ciencias del hombre.

Se trata de la temática de la subjetividad trascendental que, entendida como espacio originario, delimita toda capacidad representativa y que tiene en la obra kantiana su episodio más significativo. Al ser trasladada al seno de las ciencias humanas se conecta con una disposición que le es propia y que no tiene que ver con el tratamiento filosófico propiamente dicho. En tanto estas ciencias se presentan como instancias de autocomprensión humana, se ven en la obligación de tratar al hombre en una dimensión empírica, nivelándolo con el conjunto más vasto de las empiricidades que funda la episteme moderna.15 Esto quiere decir que su esfera objetual se establece al momento en que el hombre es tratado como una realidad espesa y en un mismo plano que las "empiricidades" de la vida, el trabajo y el lenguaje. Como hombre-objeto de un saber posible, entra en conexión inestable con el estatuto del hombre como sujeto cognoscente.

Así, las ciencias humanas se establecen como formas autorizadas de saber cuando reconocen en la relación entre lo empírico y lo transcendental un factor central en su configuración, situación que las dotará, incluso más allá del siglo XIX, de un suelo crítico de gran importancia para los intentos, no ya de fundamentar este conjunto cognitivo por ejemplo frente a las ciencias naturales, sino para el caso concreto de la historia y su posibilidades de legitimación. Resulta ser crucial para el objetivo que persigo la relación anteriormente descrita, por lo que suspendo para lo que sigue toda referencia a la temática antropológica; esto a pesar de que la analítica de la finitud y más allá del texto mismo, dio paso a la expresión de posturas filosóficas de gran aliento pero que ya han sido sumamente exploradas. Es el caso de la discusión sobre los universales antropológicos o el de las sujeciones a las que obliga un suerte de filosofía humanista. Asumo, por tanto, que la relación entre un polo empírico y otro de naturaleza trascendente resulta ser fundamental para el propio saber histórico incluso en un sentido más profundo que para las otras formas humanas del saber.

De hecho, para el siglo XIX la noción ciencias del espíritu se articula desde la historia, tomándola como elemento modélico de una clase de saber que establece su singularidad frente a las ciencias naturales o empíricas. Toda la discusión generada a partir de esta singularidad, por ejemplo, la asunción del dualismo metódico que se expresa en la contraposición ciencias naturales-ciencias del espíritu y su correlativa especificación como contraposición metodológica –explicación versus comprensión–, se aplicó sobre la historia como paradigma y se desprendió de un problema central de orden gnoseológico: la relación entre sujeto cognoscente y campo empírico. Desde esta orientación retomo ahora la pregunta sobre el lugar epistemológico de las ciencias humanas. Estas se presentan, ya lo he mencionado antes, como formas que surgen de la ascensión de esas nuevas empiricidades temporalizadas, la vida, el lenguaje y el trabajo. Derivación que se expresó en la introducción de una función diferente a la que presentaban esas ciencias que tomaron a su cargo los nuevos campos objetuales: la función de autocomprensión. Ni la economía política, ni la filología, menos aún la biología, presentaban rasgo alguno en términos de esa función, lo que explica que incluso la problemática de la representación les fuera totalmente ajena.

Así, se articularon tres esferas a partir de objetivos claramente diferenciados entre sí pero también respecto a esas ciencias. En tanto cada una de estas esferas se configuró a partir de cuestiones hasta cierto punto dispares, se materializaron como regiones del saber que, en conjunto, delimitan el campo total de las ciencias humanas. La región psicológica retoma en sus múltiples aspectos el problema de cómo pensar al hombre en tanto ser vivo, pero al mismo tiempo lo asume como el único ser que puede representarse la vida. La región sociológica retoma la pregunta sobre el hombre como ser que trabaja y que en su esfuerzo encuentra la directriz de su propia reproducción como especie; lo que muestra la importancia de las relaciones sociales, es decir, entre los hombres, a partir de la cuales se representan sus propias necesidades colectivas. Por último, la región simbólica se dirige a manifestar el hecho de que el hombre es ser parlante, pero introduce en este reconocimiento la facultad de representación de ese mismo lenguaje, que lo capacita para construir mitos, literaturas, documentos, materiales donde asienta su productividad significativa.16

Tomando en cuenta este proceso de derivación, es posible decir que las ciencias humanas no tienen un lugar epistemológico preciso y asegurado al lado de otra clase de ciencias. Al desequilibrarse el esquema clásico anclado en las necesidades propias de una mathesis universal y de un esfuerzo taxonómico preciso, se despliega un campo epistemológico que no es la simple continuidad de los elementos anteriores. Campo que emergerá como un dominio tridimensional cuyas vertientes no están definidas por una mayor o menor resistencia a la matematización. Siguiendo la línea argumental prescrita, su diferencia estriba en un gradiente de formalización de su campo objetual. Esto es, las fronteras están delimitadas por un índice de problematicidad respecto a la relación sujeto-objeto. Así, el estatuto que alcanza más formalización y por ende, menor problematicidad de la relación cognitiva le corresponde a las ciencias físicas y naturales. En segundo lugar se encuentran las ciencias de la vida, de la producción y del lenguaje, capaces de hacer resaltar elementos análogos susceptibles de encadenamiento causal, es decir, conllevan capacidad para trabajar sobre regularidades estructurales. El tercer puesto le corresponde a la filosofía que, conectándose con el segundo plano, desarrolla vertientes tales como las filosofías de la vida, de la alienación y de las formas simbólicas. No existe espacio para las ciencias humanas en esta tridemensionalidad epistémica.17 Esta exclusión puede ser entendida por el hecho de que tales ciencias estaban incapacitadas para definir claramente sus contenidos positivos, puesto que todo intento por establecer la empiricidad de sus objetos (el hombre como ser vivo, parlante y productivo) reconduce irremediablemente a la naturaleza trascendental del sujeto (origen de toda representación).

Esto se hizo evidente en el momento en que se buscó destilar criterios positivistas que tuvieran operatividad para la historia y, por ende, para el conjunto de las ciencias del espíritu, dando paso a un intento de aclaración procedimental con el fin de permitirles asegurar contenidos empíricos –la explicación científica que recurre a leyes generales y relaciones causales y que procede de manera deductiva. Pero también en sentido inverso, cuando se trató de hacer evidente la singularidad de su método por el camino de la comprensión, y cuyo proceder inductivo no requería de leyes generales, sino de la capacidad del sujeto trascendental para entablar relaciones empáticas con otros sujetos. De ahí los problemas de formalización que presentan; pero esto es sólo un efecto más de un consustancial desequilibrio cognitivo que las impregna. Ahora bien, si no tienen lugar específico en el espacio asignado a las ciencias formalizadas, ¿cómo pensarlas en tanto efecto de una derivación a partir de las ciencias de la vida, el lenguaje y la producción?

 

LAS TRES REGIONES EPISTÉMICAS

En términos generales la respuesta consiste en analizar las tres regiones –psicológica, sociológica y simbólica– como claros epistemológicos producidos por una transferencia de contenidos que provienen de estas ciencias, particularmente de sus campos conceptuales y de sus propios modelos categoriales; agregaría también en este rubro métodos de investigación, puesto que se deducen tanto de los sistemas conceptuales como de los modelos que pueden someterse a examen procesal. Situación que no es meramente anecdótica, un fenómeno marginal del cual más tarde se desprenden, ni mucho menos una suerte de marca de nacimiento que difícilmente se supera. Tampoco es un fenómeno que ahora se nos presente como idea regulativa en el campo académico, esto es, la necesaria interdisciplinariedad en el ámbito de la investigación. Más allá de la consideración negativa (las ciencias humanas están marcadas por su forma de nacimiento) y también del punto de vista positivo (estas ciencias son originariamente interdisciplinarias) esta transferencia debe ser reconocida como una disposición epistémica de la cual no pueden desprenderse.18

Cabe detenerse en la cualidad de esta transferencia, ya se trate del traspaso conceptual, o bien el considerado a partir de modelos categoriales. En el primer caso, sistemas conceptuales que circulan en el interior de las ciencias de la vida, del trabajo y del lenguaje, son transportados a las tres regiones anteriormente señaladas —regiones que, debe insistirse, constituyen esferas de las que se alimentan las variadas disciplinas humanas. En este proceso de transporte tales conceptos sufren una pérdida de contenido, y por tanto de eficacia operativa, de tal manera que en esas regiones funcionan como imágenes que pueden ser materia de aplicación analógica. De ser conceptos que presentan cualidad sintética, por decirlo así, se convierten en metáforas en el ámbito de las ciencias humanas. Lo que significa que la pérdida de contenido sintético es finalmente compensada por un nuevo funcionamiento del concepto-metáfora: en este caso como índice para establecer semejanzas por analogía.19

Un ejemplo de ellos es el concepto de comportamiento o conducta que presentó cualidades de aplicación sintética para la biología de fines del siglo XIX y principios del XX. En tanto define las variadas formas por las cuales un organismo responde a un entorno de estímulos, en su aplicación a la psicología de la misma época tuvo que ser modificado. Podría decirse que tal modificación se dio en términos metafóricos, puesto que ahora debía dar cuenta de un comportamiento humano que presenta analogía, hasta cierto punto, con los sistemas orgánicos. Situación que se expresó con la introducción de una disparidad entre comportamientos comunes y comportamientos inusuales, donde lo común vino a ser lo inusual dada la dificultad de nivelar los entornos sociales y culturales al mismo estatuto que los entornos naturales, es decir, como fuente de estímulos considerados externos pero que son luego interiorizados.

El segundo proceso de transporte, el que se refiere a los modelos categoriales, adquiere una clara diferencia con los sistemas conceptuales y por eso resulta crucial para mi exposición. Este traslado muestra su importancia dado que se trata de categorías que, en tanto tales, permiten circunscribir o formar conjuntos de fenómenos de diferente gradiente y desde los que se deducirán objetos de estudio. En efecto, denominar como modelos categoriales al segundo nivel implica que se tome como factor organizador del campo cognitivo en su conjunto, tomando en cuenta el hecho de que provee a la investigación de esquemas formalizadores sin los cuales no sería posible la delimitación de objetos y problemas de investigación, la formulación de hipótesis de naturaleza sintética, la adaptación de sistemas conceptuales y, finalmente, los tratamientos metódicos.

Su naturaleza formal queda clara en tanto delimita los campos de empiricidades para un saber posible, de ahí su sentido convencional: son estructuras que sientan las bases para que el conocimiento sea posible. Actúan como instancias que permiten ordenar y conceptuar conjuntos de fenómenos de manera previa a todo proceso de investigación particular, tal y como lo presentó, en su sistematización más acabada, la filosofía kantiana.20 Foucault decanta tres juegos categoriales a partir de la biología, la economía y la ciencia del lenguaje. Estos juegos se delimitan por la constitución de parejas de categorías que se implementarán en cada una de las regiones epistémicas de las ciencias humanas. La región psicológica introducirá el par función-norma; la región sociológica retoma las categorías de conflicto y regla. Finalmente, en la región simbólica o lingüística encuentra lugar la pareja formada por la significación y el sistema.21

De este modo, y como formas derivadas, la psicología se muestra como un estudio del hombre en términos de funciones y normas; la sociología, pero también la antropología social previa a Lévi-Strauss, ubica al hombre como objeto de estudio desde los conflictos y las reglas; mientras el estudio de la literatura y de los mitos queda encuadrado en las significaciones y los sistemas. Lo anterior no quiere decir que cada par categorial permanezca ligado sólo a la esfera originaria correspondiente, puesto que las fronteras de aplicabilidad no son estables. De esta manera, estudios sociológicos pueden psicologizar fenómenos sociales, por ejemplo cuando introducen la temática de la intencionalidad en el ámbito de la acción social; y lo mismo sucede cuando la psicología se esfuerza por entender la psique como sistema significante. Todo esto supone que las propias fronteras entre las ciencias humanas no pueden ser establecidas de manera firme, debido precisamente a la circulación de modelos secundarios en cada esfera. Aún hay otro nivel de complejización: cada par tampoco permanece ligado como un juego de oposiciones igualmente estables.

La bipolaridad no supone que cada elemento se encuentre determinado por relaciones de vecindad necesarias, de forma tal que los primeros elementos de las duplas, es decir, función, conflicto y significación, compartan características simplemente alternativas a las que encontramos en la norma, la regla y el sistema. Así, en un entrecruzamiento que tiene implicaciones para los propios modelos operantes en términos teóricos y metodológicos, los enfoques continuistas se hacen valer a partir de la permanencia de las funciones cuando se encadenan los conflictos y se configuran tramas de significación. A la inversa, análisis realizados en estilo discontinuo se llevan a cabo cuando emerge la norma por debajo de las "oscilaciones funcionales", en el momento en el que se apela a la especificidad de conjuntos de reglas y a la coherencia intrínseca de los sistemas significantes.22 Si esto tiene que ver con estilos de análisis, estos pares categoriales definen también los contenidos involucrados. Las dos triadas de categorías señaladas permiten disociar entre aquello que le pertenece a la conciencia y por ende es motivo de representación, y esas capas oscuras que impiden su transparencia al estar en una situación de condicionalidad con el ámbito de lo inconsciente.

Así que, función, conflicto y significación aluden a fenómenos dados a la conciencia humana, tanto si se trata del hombre social, del individuo o de su lenguaje, donde estas instancias soportan todo el trabajo de la representación. Mientras tanto, las normas, las reglas y los sistemas rompen con esa misma capacidad de representación, pues apelan a lo que no se puede controlar. Esta confrontación entre lo conciente y lo inconsciente manifiesta, más claramente que la oposición continuidad-disconcontinuidad, la tensión en la que se revuelven estas formas de saber, esto es, la disparidad fundamental entre lo empírico y lo trascendente. En suma, desde espacios epistemológicos en los que se despliegan las ciencias humanas y establecen formas categoriales, se desplazan los ordenamientos cuando se trata de estilos cognitivos y contenidos estableciendo nuevos ordenamientos e interrelaciones:

Foucault introduce una dinamización en cada una de estas instancias, es decir, en el espacio epistemológico, en los estilos cognitivos y en los contenidos. En cuanto al espacio, es posible trazar la historia de las ciencias humanas desde su conformación decimonónica analizando el estatuto privilegiado que adquiere cada región. En un primer momento la región psicológica establece el predominio del par función/norma en lo tocante al estudio del hombre como ser orgánico, dado que proviene del modelo biológico. Posteriormente, la región sociológica adquirirá predominio cuando se trate de mostrar la acción del hombre en contornos siempre conflictivos, pero finalmente motivo de equilibrio gracias al juego de reglas sociales e institucionales. Después, y así como de Comte a Marx se sigue una línea que nos conecta con Freud, se instaura el reinado de la región simbólica como desagregado del modelo filológico y lingüístico. Aquí se trata de encuadrar los sentidos ocultos siempre en relación con los sistemas significantes que los sostienen.23

En el umbral de estos movimientos se hace notar un desplazamiento en la naturaleza del espacio epistemológico mismo: el despliegue de otras formas de saber que sólo encuentran condiciones para justificarse y expandirse en el siglo XX. En efecto, las ciencias sociales se desprenden del espacio epistemológico de las ciencias humanas cuando, a partir de Max Weber, rompen con el hombre como objeto de estudio y, al hacerlo, se desligan también de toda temática trascendental referida al estatuto del sujeto cognitivo. Si Foucault llevó a cabo un análisis histórico de las ciencias humanas tomando como elemento crítico su basamento antropológico, la noción contraciencias bien podría definir el estatuto de la investigación social. De tal manera que este desprendimiento se puede entender como una desantropologización aguda que, en mi opinión, alcanza también al saber histórico de forma incluso más determinante. Las ciencias sociales no son ciencias humanas, y no tanto porque se desentiendan del hombre y sus productos; en todo caso, esto no es sino efecto de algo más crucial. No lo son en tanto que su disposición epistémica no puede retomar la problemática que se encontraba en la base de las ciencias del espíritu: las relaciones e intercambios entre la conciencia del hombre y las representaciones de aquello que se localizaba del lado de su empiricidad.

Esto se muestra claramente en el segundo tipo de desplazamiento; me refiero al que se presenta en la esfera de los estilos cognitivos y los contenidos expresados, y que tiene como consecuencia la inversión de cada región o modelo. El desplazamiento que va de la triada función/conflicto/significación a la de norma/regla/sistema, presenta un efecto que vulnera sus articulaciones convencionales. La inversión se refiere al rompimiento de la dualidad conciente/inconsciente (lo normal y lo patológico en el ámbito de las sociedades, en el propio individuo y en las expresiones lingüísticas), de tal modo que la segunda serie alcanza autonomía. Siendo coincidente con la prevalencia de la región simbólica (modelo lingüístico), el desplazamiento remite al inconsciente formal y anónimo que se convierte en vehículo fundamental para los conjuntos sígnicos, para las coherencias que presentan los sistemas sociales y para las estructuras del individuo que escapan al yo como personalidad y como conciencia soberana. La etnología, el psicoanálisis y la lingüística (las contraciencias) se instituyen, en esta relación fundamental con lo latente, en el modelo de toda ciencia social pero a distancia del campo epistemológico de las ciencias humanas.

 

LA TRANSFORMACIÓN COGNITIVA DE LA HISTORIA EN EL SIGLO XX

Debido a su relación con las ciencias sociales, la historia fue objeto de un proceso de desantropologización aún más agudo que en el caso de aquéllas. Emerge como ciencia de los acontecimientos ligada de manera sagital a la forma cognitiva de las ciencias del hombre y por tanto a sus tensiones y ambigüedades. Pero esta relación, que la definió en pleno siglo XIX, no se dio como reconocimiento de su involucramiento en alguno de los modelos (biológico, económico, filológico) y en la región epistémica que les corresponde (región psicológica, sociológica o simbólica). Se estableció en las distancias que se instauraron entre unos y otras, por lo que Foucault asegura que no tenían un lugar definido en el campo de lo humano y sus manifestaciones vitales. La historia humana no coincide ni con las historias de la vida, del trabajo y del lenguaje, ni tampoco puede deslizarse en alguna de las esferas que tematizan al hombre como ser vivo, como sujeto de necesidades y deseos o, finalmente, como ser parlante.

Aún cuando estas últimas señalan la instancia de lo humano en una dimensión temporal —la historia de la especie en el ámbito más vasto de la vida, la historia de la producción y la de las formas simbólicas y culturales— no dejan lugar para una unificación en términos de historicidad esencial del hombre.24 Se encontró entonces en una doble ambigüedad: respecto a lo que ya las propias ciencias humanas transportaban como problemática, al tiempo que no podía más que reconocer su dependencia hacia la psicología, las leyes de la economía o del lenguaje. En este último aspecto, la historia, como disposición de saber moderno, se encuentra atravesada por las empiricidades que dan contenido a cada ciencia humana, de ahí que al no lograr concretizar un campo objetual unitario que le perteneciera por derecho propio, produjo una nueva duplicación, en este caso, de las regiones epistémicas ya mencionadas. Se hizo derivar hacia los estudios históricos las tentativas teóricas y metodológicas que se ensayaron tanto en la psicología como en la economía-sociología y en la filología-lingüística.25

Bajo la presunción de que esta duplicación fue esencial para su continuidad disciplinaria, el proceso soporta su propia caracterización histórica. Se puede seguir lo anterior en una línea que va del historicismo alemán, de la historia económica y social, incluyendo en este apartado la problemática abierta por las mentalidades, hasta las más actuales formas de investigación del tipo de la microhistoria italiana o de la nueva historia cultural, sólo por citar algunas. Surgen de ello varias consideraciones que no pueden pasarse por alto. Su propia historicidad hace manifiesta una gran variabilidad en cuanto a formas de investigación y en cuanto a temáticas, pero también es visible tal situación si observamos los aspectos teóricos que orientan sus marcos generales de referencia. Tanto en uno como en otro nivel, su desarrollo histórico no se ha presentado como el paulatino perfeccionamiento de un cuerpo unitario que encontraría expresión en una sola vertiente teórico-metodológica.

Pareciera que un índice de discontinuidad le es intrínseco a la historia de la disciplina desde el siglo XIX, índice que no sólo gobierna su despliegue externo a lo largo del periodo, sino que resulta un factor interno en su constitución epistemológica. Digamos que no sólo se presenta una aguda transformación de la historia como saber: la diferenciación alcanza a los procesos cognitivos que circulan en su interior. De tal forma que son igualmente discontinuas entre sí las diversas modalidades de investigación —lo que no sólo es notorio respecto a la historia económica frente a la historia política, por ejemplo—, de donde se siguen importantes consecuencias de orden práctico. Este doble estatuto le viene del tipo de relaciones que ha entablado con las ciencias humanas y con las diversas formas de investigación social. El traslado de temáticas de investigación, de sistemas conceptuales, de modelos categoriales, así como de procesos metódicos, nos muestra lo estériles que han sido las discusiones sobre la existencia o no de leyes históricas, la existencia o no de categorías propiamente históricas o, finalmente, la prevalencia de un sólo método de investigación histórica —en el entendido de que dicho método se define por el carácter documental de su proceder.

En términos generales se puede establecer provisionalmente una caracterización en correspondencia con la línea de desarrollo antes descrita. En su fundación moderna, la historia se constituyó en relación vertical con el modelo biológico y su correspondiente región psicológica. De ahí que Foucault pueda afirmar que "el historicismo es una manera de hacer valer por sí misma la perpetua relación crítica que existe entre la Historia y las ciencias humanas".26 Si bien esta forma dominante de investigación que prevaleció hasta la segunda década del siglo XX se conectó también con la filología, esta disciplina actuaba al nivel metodológico como un auxiliar en el trabajo de fuentes. La afirmación de Foucault apunta a la forma en que los contenidos cognitivos y los marcos generales de referencia de la historia dependían de una definición que la colocara al nivel de una ciencia humana, aunque guardando diferencias apreciables. La noción ciencia del espíritu resume todos los presupuestos críticos de carácter antropológico que se mueven en su base epistémica.

Además de eso, presenta el conjunto de atributos que he colocado del lado de su función central; es decir, como forma de saber busca la autocomprensión más que la captación de un hecho externo. Esto último fue central para el historicismo. Si la historia puede ser considerada ciencia humana, o por lo menos vecina de las ciencias humanas, esto sólo es posible debido a que reproduce una problemática fundacional de éstas: la que tiene que ver con la cualidad de las representaciones y con la tensión que se establece entre una dimensión empírica y una dimensión trascendental, entre una referencia a las empiricidades que se desprenden de la vida, el trabajo y el lenguaje, y sus representaciones como condiciones de posibilidad. Tal disposición se expresó en la reivindicación de un método que, introduciendo las elaboraciones de la hermenéutica romántica, supuso la posibilidad de aprehensión de la otredad del pasado por parte de una conciencia soberana, al tiempo que introdujo una forma de comunicación intramundana, la empatía. La creencia en que la comprensión se logra cuando se capta una intencionalidad por debajo de los hechos mismos dio legitimidad a la historia de las ideas hasta principios del siglo XX.

La oscilación que condujo a la elevación del modelo económico y de la región sociológica tuvo como consecuencia la ruptura con el historicismo y su modalidad historiográfica. Por eso la escuela de los Annales puede ser vista como un signo de otro tipo de disposición del saber histórico, atravesado desde la década de los 30 del siglo XX por el ascenso de la sociología posterior a Weber y por la geografía al estilo de Vidal de la Blache. Tal desplazamiento significó la ruptura con el modelo de las ciencias humanas y con la tensión que le es correlativa entre un estrato objetual que define sus contenidos empíricos y un sujeto dotado de atributos trascendentales. De entre los rasgos que pueden ser destacados se encuentra su alejamiento de la noción de hecho histórico. Recusando su carácter único e irrepetible –lo que había dado pie a formular el pretendido método documental como proceso inductivo—, alcanzan dignidad aquellas estructuras que no refieren a la conciencia de los individuos sino a la exterioridad de fenómenos sociales amplios. A partir de la historia económica y social y de la historia de las mentalidades se trabaja con regularidades, con la repetición que permite definir series y correlaciones entre series, abriendo espacio para consideraciones respecto a la sistematicidad de los fenómenos sociales.

El objetivo de la historia, sustentado por los Annales como reivindicación central, consiste en discernir la dimensión de repetibilidad de los eventos, en situarlos en el cruce con otras regularidades y dibujar con ello totalidades espaciales. Estas últimas se entienden, más que como cuadros que reproducen lo real, como complejidades construidas a partir del análisis serial y comparativo. Lo anterior condujo a una reconsideración respecto al trabajo con las fuentes. La incorporación de métodos cuantitativos, la implementación de técnicas de sondeo, de formas estadísticas provenientes de la sociología, pero también los análisis de fluctuaciones, de consumo y de producción de los economistas, así como la recurrencia a métodos demográficos, afectó sensiblemente el estatuto del documento.27 En otras palabras, esta reorientación global de la disciplina manifiesta la introducción de otro tipo de procesos cognitivos y, por tanto, de una constitución epistémica que no guarda continuidad con las ciencias humanas en tanto formas de autocomprensión.

Se hará más evidente este proceso en la tercera oscilación, el ascenso del modelo lingüístico y su correspondiente región simbólica. De hecho, este desplazamiento intensificó la transformación inaugurada en los años 30: la vinculación cognitiva que la historia estableció con el conjunto de la investigación social. Tal conexión fue implementada mediante el traslado de teorías, sistemas conceptuales, modelos categoriales y métodos de las diferentes disciplinas sociales hacia campo de la investigación histórica. Dos efectos visibles de ello se presentaron a lo largo del siglo XX: la continua ampliación de la base disciplinaria y una correlativa pérdida de fundamentación teórica. La primera es posible caracterizarla como una dispersión paradigmática, y se manifiesta en la aparición de una gran diversidad de ramas de investigación sumamente especializadas. Estas vertientes historiográficas se consideran como modalidades epistémicas que instituyen una gran variedad de objetos y problemas de investigación, temáticas y métodos de tratamiento.28 Lo que resalta en este punto es que no guardan continuidad entre sí, tanto en términos de procesos cognitivos como en cuestiones metodológicas. Por tanto, la disciplina no se delimita a partir de una suerte de unidad metodológica que le dé coherencia, pero tampoco en cuanto al tipo de conocimientos que produce. La segunda consecuencia está planteada en términos negativos, es decir, como pérdida. Lo que involucra una perspectiva que tiende a considerar que la identidad disciplinaria se encuentra comprometida. Sin embargo, las implicaciones van en sentido contrario. La fundamentación anterior se planteaba como una labor que presuponía una coherencia de principio en sus perfiles epistemológicos. La variante reflexiva conocida como teoría de la historia desarrollaba esta presuposición, pero bajo el entendido de que la historia era materia de justificación formal sólo a partir de la singularidad que presentaba frente a las ciencias nomológicas o empíricas.

El marco de referencia para su fundamentación dependía de la contraposición ciencias del espíritu/ciencias naturales. De ahí la importancia de la dualidad metodológica que únicamente podía acreditarse desde ese marco general —por ejemplo, explicación causal frente a comprensión teleológica. La singularidad epistemológica, así como la metodológica, fue amparada por un rasgo que implicaba su involucramiento en el campo de las ciencias del espíritu: ser una disciplina característicamente hermenéutica. Esto se derivaba de la consideración de que el acceso a las realidad humanas sólo es posible por vía de la comprensión, mientras las ciencias empíricas, operado en una esfera de realidad diferente —la naturaleza—, recurrían a la explicitación de relaciones causales y a enunciados cuya generalidad permitía expresar leyes o teorías de aplicación amplia. En esa oscilación que condujo a la historia a la necesidad de establecer relaciones de transferencia con las ciencias sociales, se produjo un cambio sustancial respecto a la labor de fundamentación.

Tomando en cuenta que ya desde mediados del siglo XX se hace notar que el ejercicio de la investigación social logra una situación de clausura operativa, es decir, establece los límites de su operación como formas de racionalidad específica, se traslada hacia la investigación histórica el rasgo central de tal forma operativa: la combinación compleja de procedimientos hermenéuticos con aquellos reconocidos como propios de las ciencias nomológicas.29 En este último caso, se trata de elementos que determinan los procesos de investigación, tales como la deducción desde teorías sociales de modelos e hipótesis, la delimitación de problemas y objetos, así como la validación de métodos considerados ad hoc a las teorías en cuestión. De tal forma, la investigación histórica puede ser considerada como un proceso de falsación de modelos sociales, de sus sistemas conceptuales y de los campos semánticos asociados.

En ese sentido, la disciplina histórica aporta elementos de importancia para las formas de autodescripción de los sistemas sociales, pues introduce un índice de contingencia necesaria para su operación sistémica. Puede afirmarse, por lo mismo, que la historia no sólo prescinde del concepto hombre, sino que se dirige hacia esas esferas que se muestran como sus límites externos.30 Así, replantear la naturaleza del saber histórico lleva necesariamente a interrogar el cambio práctico y teórico que la disciplina ha sufrido desde su constitución decimonónica. Lo que conduce a considerar que toda reflexión epistemológica debe mostrar las condiciones que hacen posible la racionalidad procedimental de la historia en una dinámica de dispersión teórica y metodológica. Estos aspectos enmarcan la deliberación sobre los presupuestos epistémicos, las prácticas que condicionan la investigación, así como los fines sociales que le son inherentes. Estas son las líneas centrales de un trabajo reflexivo que está por hacerse.

 

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Notas

* Este artículo es el resultado de una investigación original e inédita.

1 De entre una amplia gama de trabajos aquí sólo puedo citar unos pocos: Francisco Vázquez García, Foucault y los historiadores, Cádiz, Universidad de Cádiz, 1988; Foucault: la historia como crítica de la razón, Barcelona, Montecinos, 1995. De Miguel Morey la colaboración titulada "M. Foucault y el problema del sentido de la historia", en Discurso, poder, sujeto. Lecturas sobre Michel Foucault, Ramón Máiz( comp.), Santiago de Compostela, Universidad de Santiago de Compostela, 1986, pp. 45-54. En lengua inglesa, el trabajo imprescindible de carácter colectivo editado por Jan Goldstein, Foucault and the Writing of History, Oxford, Blakwell, 1994. Como representante de una recuperación francesa de la obra de Foucault en clave historiográfica está el texto de Roger Chartier, Escribir las prácticas: Foucault, de Certeau, Marin, tr. Horacio Pons, Buenos Aires, Manantial, 1996. Si agregamos los múltiples artículos en revistas especializadas en historia, Annales, History and Theory, Journal of Modern History, Historical Refections, entre otras, la lista seria interminable.

2 El caso paradigmático es sin duda ese pequeño texto titulado Nietzsche, la genealogía, la historia, versión castellana de José Vázquez Pérez, 3ª ed., Valencia, Pre-Textos, 1997.

3 Resulta hasta cierto punto una ironía el hecho de que interpretaciones globales sobre la obra de Foucault postulen, como petición de principio, la conveniencia de entender las rupturas —o sea discontinuidades— como fenómenos de superficie, mientras las profundidades se tejen como continuidad de un mismo impulso. Eso, aplicado a un autor del que se admira particularmente, como baluarte teórico y metodológico, su combate por una historia de las discontinuidades, no deja de ser una hipoteca difícil de pagar. Me incluyo en este rubro de dificultades hermenéuticas con mi libro: Historia y lenguaje. El dispositivo analítico de Michel Foucault, México, UNAM-IIH/INAH, 2006. Véase, para un contexto diferente, el interesante trabajo de Óscar Martiarena, Michel Foucault: historiador de la subjetividad, México, ITESM/EI Equilibrista, 1995.

4 Patxi Lanceros, Avatares del hombre. El pensamiento de Michel Foucault, Bilbao, Universidad de Deusto, 1996, p. 18.

5 Miguel Morey, "La cuestión del método", introducción al libro de Michel Foucault, Las tecnologías del yo, tr. Mercedes Allendesalazar, Barcelona, Paidós/ Universidad Autónoma de Barcelona, 1996, pp. 16-7.

6 Michel Foucault, Historia de la sexualidad 2. El uso de los placeres, tr. Martí Soler, México, Siglo XXI, 986, p. 12. Véanse también, de Gilles Deleuze, su estudio titulado Foucault, pról. Miguel Morey, tr. José Vázquez Pérez, México, Paidós, 1987, p. 151.

7 Cfr., Francois Dosse, La historia en migajas. De Annales a la "nueva historia", tr. Francesc Morató i Pastor, México, UIA/Departamento de Historia, 2006, pp. 174 y s.

8 Paul Veyne, "Foucault revoluciona la historia", en Cómo se escribe la historia, tr. Joaquina Aguilar, Madrid, Alianza, 1984, p. 199.

9 Lanceros, Avatares del hombre, op. cit., p. 18.

10 Alfonso Mendiola, Retórica, comunicación y realidad. La construcción retórica de las batallas en las crónicas de la conquista, México, UIA-Departamento de Historia, 2003, p. 83-04.

11 Michel Foucault, Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas, tr. Elsa Cecilia Frost, 24ª ed., México, Siglo XXI, 1996, p. 6.

12 Lanceros, Avatares del hombre, op. cit., p. 88.

13 Michel Foucault, El orden del discurso, tr. Alberto González Troyano, Barcelona, Tusquets, 1974, p. 46.

14 Foucault, Las palabras y las ..., op. cit., p. 306.

15 Ibid., p. 310.

16 Ibid., pp. 342-3.

17 Ibid, pp. 336-7. Cabe hacer notar que por debajo de esta clasificación epistemológica, las diversas vertientes filosóficas encuentran conexión con las tres regiones formuladas para el campo de las ciencias humanas. Así, el vitalismo, la temática del hombre enajenado y las formas simbólicas, se relacionan con la región psicológica, sociológica y lingüística. Pero a diferencia de las relaciones que estas regiones entablan con las ciencias de la vida, del trabajo y del lenguaje, apuntan a los diferentes intentos de fundamentación que, de manera más clara, se presentaron en la filosofía alemana desde el idealismo clásico hasta la tradición neokantiana.

18 Ibid., p. 346.

19 "Por una parte hay —y con frecuencia— conceptos que son transportados a partir de otro dominio de conocimiento y que, perdiendo en consecuencia toda eficacia operativa, no desempeñan más que un papel de imagen (las metáforas organicistas en la sociología del siglo XIX; las metáforas energéticas de Janet; las metáforas geométricas y dinámicas de Lewin)." Idem.

20 Cfr., Manuel Kant, Crítica de la razón pura, estudio introductorio y análisis de la obra por Francisco Larroyo, tr. Manuel García Morente y Manuel Fernández Núñez, 6ª ed., México, Porrúa, 1982, pp. 64 y ss.

21 Foucault, Las palabras y las..., op. cit.,pp. 346-7. No entro en una exposición detallada de la forma en que Foucault delimita estos pares categoriales desde los procedimientos de la biología, la economía y la problemática del lenguaje. Remito al lector a las páginas citadas al respecto.

22 Ibid., p. 349.

23 "[...] por último, así como Freud viene después de Comte y de Marx, comienza el reinado del modelo filológico (cuando se trata de interpretar y de descubrir el sentido oculto) y lingüístico (cuando se trata de estructurar y de sacar a la luz el sistema significante)". Idem.

24 "Pero entonces el hombre mismo no es histórico: el tiempo le viene de fuera de sí mismo, no se constituye como sujeto de la Historia sino por la superposición de la historia de los seres, de la historia de las cosas, de la historia de las palabras". Ibid., p. 358.

25 Ibid., p. 359.

26 Ibid., p. 361.

27 Cfr., Peter Burke, La revolución historiográfica francesa: la Escuela de los Annales, 1929-1989, tr. Alberto Luis Bixo, Barcelona, Gedisa, 1996. Véase también Hervé Coutau-Bérgarie, Le phénomène nouvelle histoire. Grandeur et décadence de l'école des Annales, 2a. ed., París, Ed. Económica, 1989.

28 Cfr., Georg G. Iggers, Historiography in the Twentieth Century. From Scientific Objectivity to the Postmodern Challenge, Hanover/Londres, Wesleyan University Press, 1997.

29 Le modèle et l'enquête. Les usages du principe de rationalité dans les sciences sociales, bajo la dirección de Louis-André Gérard-Varet et Jean-Claude Passeron, París, École des Hautes Etudes en Sciences Sociales, 1995.

30 Foucault, Las palabras y las..., op. cit., p. 368.

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