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Historia y grafía

Print version ISSN 1405-0927

Hist. graf  n.45 México Jul./Dec. 2015  Epub Nov 22, 2019

 

Ensayos

El Debate Fisher. O sobre cómo hacer historia sin hablar del pasado

The Fischer Controversy. Or, On How To Write History Without Talking About The Past

María Eugenia Gaya 

aUniversidad de Buenos Aires, Argentina.


Resumen

Este trabajo analiza el debate historiográfico entre Fritz Fischer y Gerhard Ritter sobre la responsabilidad de Alemania en el estallido de la Primera Guerra Mundial. Se propone explorar la controversia desde la perspectiva de la historia intelectual de la historiografía, esto es, a partir de la recuperación de los debates historiográficos, como parte integral de la historia de las transformaciones de la teoría de la historiografía, de las concepciones de historia que ellas suponen y de la construcción de la memoria disciplinar. El trabajo sostiene que el resultado principal de esta querella fue la vinculación del historismo con el nacionalismo conservador y, seguidamente, con el nacionalsocialismo. Esa vinculación marcó el descrédito del historismo y de la idea de Wissenschaft en general, en favor de la ciencia histórica de modelo inglés y francés. En un plano más general, se pretende mostrar cómo los cuestionamientos en la historiografía no se presentan como problemas teóricos, sino como verdaderas encrucijadas sociales y políticas.

Palabras clave: debate Fischer; historiografía; posguerrra

Abstract

This paper analyses de historiographical debate between Fritz Fischer and Gerhard Ritter over Germany’s responsibility in the outbreak of World War One. It intends to explore the controversy from the perspective of an intellectual history of historiography, that is, from the recovery of historiographical debates as constituent part of the history of the transformations of the theory of historiography, the visions of history they presuppose and the building of a disciplinary memory. The article proposes that the main result of this querelle was the association of historism with conservative nationalism, and next with National Socialism. This association discredited historism and the idea of Wssenschaft in general, in favour of the British/French modelled historical science. In a more general scope, it intends to show how the questioning of historiography does not arise purely from theoretical discussion, but instead from real social and political dilemmas.

Key-words: Fischer Controversy; Historiography; Post-war

Presentación

El primer gran debate historiográfico de la posguerra alemana comenzó con la publicación del libro Griff nach der Weltmacht: Die Kriegspolitik des kaiserlichen Deutschland 1914-1918,1 que escribió Fritz Fischer (1908-1999), en octubre de 1961. La publicación de GNDW fue precedida por un artículo de tono similar que apareció en el Historische Zeitschrifft y algunas apreciaciones anteriores en esa misma dirección,2 pero que no habían suscitado el mismo nivel de animosidad. El libro sería reeditado en 1962; dos años más tarde volvería a ser publicado en una edición revisada, después, en 1967, en forma abreviada y en el mismo año se traduciría por primera ocasión al inglés. La cuarta edición en alemán, de 1970, contaba con un nuevo prefacio, y las ediciones posteriores, de 1977 y 1984, ofrecían además una presentación redactada por Fischer, ya de carácter retrospectivo, sobre la controversia.

El principal adversario de Fischer en la controversia fue Gerhard Georg Bernhard Ritter (1888-1967), figura central de la Asociación de Historiadores Alemanes (Verband der Historiker Deutschlands) en la posguerra y representante de la vieja cultura erudita.

En el aspecto formal, el debate versaba sobre la responsabilidad de Alemania en el estallido de la Primera Guerra Mundial, y venía a refutar la teoría de una responsabilidad compartida entre todas las potencias europeas. El libro de Fischer descansaba sobre el análisis de una masa documental que registraba la política imperial de Alemania y ligaba la decisión de la avanzada militarista con documentos oficiales producidos antes, durante y después de esa conflagración sobre la necesidad de ampliar el espacio de influencia de la nación. Esta interpretación establecía conexiones entre las ambiciones alemanas en 1914 y las políticas nazis de 1939, cuestionando la visión establecida de una responsabilidad compartida por todas las grandes potencias en el estallido de las dos guerras mundiales. Si bien el debate comenzó dentro del espacio académico, acabó por adquirir dimensión pública debido tanto al gran interés sobre el tema demostrado por la prensa nacional e internacional en el contexto del inicio de la Guerra Fría y la progresiva visibilización de los crímenes del Holocausto, como a la virulencia del rechazo de las tesis de Fischer por los historiadores más importantes de Alemania. Si es cierto que el fin del debate Fischer puede datarse con la muerte de su principal adversario en 1967, la discusión sobre el problema de la responsabilidad sobre la Primera Guerra Mundial continúa hasta los días actuales, y de hecho protagonizó un resurgimiento debido a la conmemoración del centenario de la guerra en 2014.3

Si bien las implicaciones de esta discusión para la política internacional han recibido amplia atención, son pocos los ensayos que se propusieron pensar de qué manera este debate modificó la teoría de la historiografía y la práctica historiográfica en sí misma.4 En consecuencia, sin menospreciar la importancia de la discusión sobre el acontecimiento en sí, este artículo busca explorar la controversia desde la perspectiva de la historia intelectual de la historiografía, esto es, a partir de la recuperación de los debates historiográficos como parte integral de la historia de las transformaciones de la teoría de la historiografía, de las concepciones de historia que ellas suponen y de la construcción de la memoria disciplinar.

Con ese objetivo, este artículo se concentrará en algunas propuestas y trayectorias teóricas de los principales protagonistas de la controversia, para sugerir que el debate Fischer constituye el primer peldaño de la configuración de la agenda de discusión actual en la historiografía contemporánea, definida por la problematización de nociones fundacionales de la disciplina. Si bien muchas de las discusiones actuales pueden rastrearse a momentos anteriores, el debate Fischer, en tanto que primer gran debate sobre el nazismo, ha sido incorporado como punto de partida de la discusión contemporánea por sus propios protagonistas. Como ha señalado Chris Lorenz, y otros, ciertos cuestionamientos nucleares de la disciplina desde los años sesenta, y en especial desde los ochenta, pueden encuadrarse en torno a la problematización de la nación como sujeto histórico por excelencia, del tiempo como entidad autotransformadora y vehiculizadora de los procesos sociales y de la posibilidad de la objetividad en el conocimiento histórico.5 Éstos son precisamente los problemas que se encontraban en discusión durante el debate que protagonizaron tanto F. Fischer como G. Ritter.

La tesis central de este trabajo parte de que, a pesar de la ausencia nominal de la Shoah, el problema de la atribución de responsabilidad (es decir de la “culpa”) se encuentra presente no sólo en la cuestión “política” inmediata, sino que también afectó las proposiciones teóricas dadas por los participantes del debate. El resultado principal de esta querella fue la vinculación del historismo6 con el nacionalismo conservador y, a continuación, con el nacionalsocialismo, a pesar de las trayectorias políticas reales de sus participantes. Esa vinculación marcó el descrédito del historismo y de la idea de Wissenschaft7 en general, en favor de la ciencia histórica del modelo inglés y francés, profundizando la identificación de la historiografía con las ciencias sociales. En términos teóricos, ese movimiento se presenta en forma de interpretaciones sobre el pasado que permiten “separar” el tiempo presente del intérprete, del tiempo concluido de los acontecimientos y de declaraciones de principios teórico-metodológicos que apuntan a diferenciar las prácticas actuales y futuras de la profesión, de aquellas tradiciones de pensamiento a las que se atribuye la creación de las condiciones de posibilidad de los crímenes nazis. Los dispositivos “científicos” de hecho se presentan como herramientas de distanciamiento, lo que de alguna manera podría ayudar a comprender la permanencia y el fortalecimiento del argumento científico-metódico en las humanidades. Al considerar la cantidad de información disponible hoy día sobre los actores de la controversia, estas elecciones teóricas no pueden separarse de la situación política de sus autores y de las tensiones internas dentro del modelo educativo y de la profesión histórica como corporación en las que se desarrollaron. Por último, el andamiento de este debate permite reconocer que los cuestionamientos a los que se enfrentaba la historiografía en 1945 no se presentaban como problemas solamente teóricos, sino como verdaderas encrucijadas sociales y políticas, dentro y fuera de la disciplina.

I. La profesión historiográfica en crisis

Como han notado diferentes comentaristas, la publicación del libro de Fischer coincidió con importantes acontecimientos políticos, como el juicio a Adolf Eichmann en Jerusalén (finalizado en diciembre de 1961), la construcción del muro de Berlín (en agosto de 1961), la crisis de los misiles en Cuba (octubre de 1962) y los juicios de Auschwitz realizados en Fráncfort (1963-1965), todo lo cual componía un momento difícil en lo político, en el que en última instancia se definía el lugar que Alemania ocuparía dentro del nuevo contexto internacional de la Guerra Fría. En la política interna, Alemania se encontraba en pleno proceso de desnazificación,8 lo que implicaba purgas masivas en las universidades, juicios, acusaciones entre pares, campamentos de reeducación y la promoción de estadías de investigación en países “occidentales” como Estados Unidos e Inglaterra. En este contexto, donde la verdad sobre el nazismo y las consecuencias efectivas de la derrota se hacían cada vez más palpables, el libro de Fischer excedió con amplitud los muros de la universidad, situación que hizo que se tornara en un asunto de interés público a través de su difusión en diversos medios masivos de divulgación, y de interés político, hasta llegar a ser debatido en las sesiones del Parlamento.9 La historia asumía un carácter público jamás visto en Alemania, en el sentido de que excedía no sólo el espacio universitario, sino también el ámbito de la elite culta tradicional.

La respuesta dada por la Asociación de los historiadores a las ideas propuestas por Fischer fue contundente. A comienzos de 1961, Theodor Schieder, en ese entonces editor del Historische Zeitschrift, denunció el libro de Fischer como una “catástrofe nacional”, lo que llevó a arduas discusiones sobre su trabajo durante los años de 1962 y 1963 por parte de políticos, periodistas y académicos. En su reseña del libro de Fischer, Gerhard Ritter afirmaba que “En la medida en que en su exposición no se menciona una sola sílaba sobre la corresponsabilidad de las potencias no-alemanas, me parece imposible que cualquier lector de esta historia de la guerra interprete otra cosa que la renovación de la cláusula de la culpa de Versalles”.10 Parece bastante plausible que esta serie de evaluaciones negativas fuera la razón por la cual Fischer no obtuvo el financiamiento solicitado para su gira por los Estados Unidos en 1964, que a fin de cuentas sería costeada por el American Council of Learned Societies.11 Se trataba de una tesis que por supuesto haría más amigos entre los países vencedores que dentro del territorio alemán.

El rechazo hacia las ideas de Fischer por parte de los mayores representantes de la profesión historiográfica sugiere que el prestigio político de Alemania no es lo único que estaba en juego. La perspectiva de Fischer ponía en duda también la legitimidad del proyecto académico defendido por aquellos intelectuales que Fritz Ringer legendariamente bautizara como la “elite mandarín alemana”,12 de la cual eran parte los historiadores de la posguerra que ocupaban los puestos más representativas de la profesión, como editores de periódicos, catedráticos o presidentes de asociaciones. A pesar de la relativa continuidad institucional que siguió a la caída del Reich, la posición de estos intelectuales vinculados por tradición con la elite estatal se encontraba amenazada en verdad. En primer lugar, porque muchos de los “mandarines” habían estado relacionados de manera directa con el régimen nazi, y por lo tanto habían sido desplazados de la universidad por las fuerzas de ocupación. En segundo lugar, porque una de las teorías más difundidas sobre las causas del ascenso del nazismo relacionaba la ideología nacionalsocialista con la tradición romántico-historista alemana13 que la Asociación pretendía restaurar.

Stefan Berger propone entender la relación de los historiadores mandarines con el Historismus señalando tres factores. Primero, la premisa según la cual la sociedad sólo puede comprenderse sobre la base de su historia particular, transformó a los historiadores en críticos sociales autorizados. Segundo, el método de comprensión (Verstehen) del historismo, asociado de modo particular con la figura de Frederick Meinecke, fue considerado como una innovación alemana, diferente y superior a los métodos del positivismo “occidental”, en apariencia más simples, lo que fortaleció la visión de la superioridad alemana y, en consecuencia, la tendencia nacionalista entre los historiadores. Y en tercer lugar, el concepto individualizante de Verstehen, sumado a la idea rankeana de un proceso evolutivo inherente a la historia, resultó en un relato histórico que privilegiaba a los vencedores, en este caso identificada con la Prusia de 1870.14 Al confirmar la continuidad que atraviesa a la Revolución de 1918 y las dos guerras mundiales, Berger afirma también que la vinculación del historismo con la cultura nacionalista únicamente fue contestada por el nacimiento de la “ciencia social histórica” en la década de 1960, esto es, en tiempos de este debate. En su conjunto, la elite académica y sus ideales parecían llegar al término de una trayectoria de decadencia iniciada con el fin del Imperio, lo que haría extender en treinta años la periodización propuesta por Ringer. Al comentar la situación de los “mandarines” en 1930, éste afirmaba:

No se puede condenar a la elite alemana por su disgusto con la era de las masas y de la máquina, que amenazaba su estilo de vida. Es el elemento de histeria y nihilismo de su reacción lo que choca […]. Alimentaron toda una serie de ilusiones semiconscientes que impidió la discusión racional de las alternativas políticas y desacreditó toda forma posible de ajustamiento social y cultural a la modernidad.15

Y esta disconformidad con los rumbos que había en la cultura contemporánea se expresaba en lecturas peculiares de la trayectoria histórica de Alemania y Europa.

Gerhard Ritter, por ejemplo, cuya biografía tal vez sea el mejor ejemplo de un historiador “mandarín” del siglo XX, fue el impulsor y primer presidente de la Asociación de Historiadores Alemanes después del fin de la guerra y, junto a Egmont Zechlin y Hans Herzfeld, el principal oponente de Fischer. Como muchos hombres de letras, Ritter había rechazado el antiintelectualismo contenido en la ideología völkish16 pregonada por el nazismo como una afrenta a la tradición erudita alemana, aunque al principio evaluó como positivo el gobierno autoritario de Hitler en comparación con el laxo liberalismo de Weimar, a fin de cuentas pasó a criticar los peligros de la alianza entre un poder desmesurado y una moral irracional, razón por la cual se unió en 1938 a la resistencia de Carl Goerdeler.

Al igual que los demás discípulos de Hermann Oncken, Ritter perseguía una aproximación universalista a la historia alemana, en oposición a la escuela nacionalista de Heinrich von Treitschke, y se reconocía como historiador político, vinculado de modo estrecho con la discusión contemporánea.17 Su disputa con Friedrich Meinecke ha sido analizada en estos términos. Klaus Schwabe entiende que, para Ritter, la individualidad de los acontecimientos históricos defendidos por Meinecke en su libro El historicismo y su génesis, publicado en 1936, eliminaba cualquier parámetro moral según el cual sería posible cumplir el deber del historiador de distinguir los acontecimientos “buenos” de los “malos”. En consecuencia, proclamar la virtud de la singularidad en sí misma resultaría en un relativismo que acabaría por beneficiar a la política nazi.18

En contrapartida, en los trabajos producidos durante la era nazi, Ritter propuso un retorno a los valores de la Ilustración como parámetro para juzgar la historia, y el establecimiento de reglas morales en acuerdo con las enseñanzas de Martín Lutero,19 supuesto revelador de la “naturaleza metafísica” del “eterno alemán”.20 Se ha dicho también que su defensa de la concepción política de Tomás Moro en detrimento de la propuesta de Nicolás Maquiavelo (identificado con Carl Schmitt) estaba destinada a poner en evidencia la inconsistencia del poder de Hitler. El contrapunto de este último en la historia alemana -esto es, la correcta alianza entre una percepción real de la política y la moderación moral en el uso de la fuerza- lo representan Federico el Grande y Otto von Bismarck.21 Para decirlo en otras palabras, Ritter había cuestionado el historismo de Meinecke por su potencial relativismo para restaurar valores asimismo historistas, enfocados en el rechazo de la cultura de masas.

En su discurso de 1949 frente a la Asociación de Historiadores Alemanes, en consonancia con sus disputas frente a Meinecke, Ritter proclamaba la necesidad de incorporar los valores ilustrados, los aportes que se daban en las ciencias sociales y la perspectiva universal, sin abandonar el método individualizante y el ideal de comprensión (Verstehen) del historismo. Como lo ha dicho Stephan Berger al extender las palabras de Ritter para definir el espíritu general de los historiadores de la posguerra:

Cualquier mirada más atenta a la Asociación de Historiadores Alemanes fundada en octubre de 1948 por Ritter, Aubin, Heimpel y Herbert Grundmann igualmente revela una completa ausencia de innovación metodológica o tópica y una marcada vacilación frente a la idea de llevar adelante cualquier revisión de la historiografía alemana. Durante los años cincuenta no se realizó esfuerzo alguno por tratar de manera adecuada el papel de los historiadores en el nacionalsocialismo. El tono fue establecido por Ritter, primer presidente de la Asociación desde 1949 hasta 1953, quien consideraba superfluos los “esfuerzos de autoacusación o autojustificación tardíos”. Continuidad en cuanto fuese posible, revisionismo sólo cuando fuese necesario -ése fue el principio guía de los historiadores alemanes de la posguerra-.22

A pesar de sostener la posibilidad de aproximar a la historia con las ciencias sociales, Ritter criticó con dureza la historiografía francesa de los Annales.23 Klaus Schwabe, al igual que otros comentadores,24 entiende que, vista la revisión teórica que había desarrollado durante los años del régimen, donde de modo subrepticio se había opuesto al régimen mediante la crítica al maniqueísmo en la política y al relativismo moral en la historia, Ritter no sintió necesidad de re-renovar sus métodos después de la guerra. En consecuencia, los cambios que realizara en su metodología de trabajo posterior a 1945 fueron cambios de énfasis, y no modificaciones de fondo de la tradición historista. En ese sentido, Ritter parece haber pasado de un énfasis en las diferencias entre Alemania y el resto del mundo occidental, al privilegio de las similitudes de Alemania con otros países cristianos. Esta reconfiguración de la relación entre Alemania y el mundo europeo habría servido como base para la interpretación del nazismo como un caso, exacerbado por particularidades de la historia nacional, de una característica continental más que puramente alemana: el antecedente causal del desarrollo político alemán debía buscarse en la Revolución francesa, que habría debilitado la moralidad y las tradiciones políticas de las sociedades europeas. Hasta la aparición de Hitler, el desarrollo político y militar de Alemania no habría sido distinto del que fuera transitado por las otras naciones europeas, lo cual debía desalentar cualquier tentativa de comparación entre el militarismo “clásico” defensivo de los monarcas alemanes y la furia destructiva de los nazis. Andreas Dorpalen sostiene que el análisis del militarismo realizado por Ritter, destinado a demostrar la similitud entre el caso de Alemania y otras trayectorias nacionales, pone en evidencia la negativa del historiador a realizar análisis sociológicos extensivos, que habrían sido indispensables para producir una evaluación correcta del fenómeno.25 Ritter entiende el militarismo alemán como una necesidad, dada la “personalidad” poco robusta de la burguesía alemana, frente a una política exterior que demandaba un posicionamiento firme. Por ese motivo, la desproporción del nazismo representaba una excepción dentro del militarismo “positivo” de la nación alemana. En su discurso de 1949, criticando a Ranke, Ritter señalaba la concepción según la cual la fe de los alemanes en el Estado era el resultado de un proceso histórico derivado de una posición comprometida y peligrosa en el centro europeo, que habría exigido una mayor cohesión en torno del poder centralizado en función de conseguir su “autoafirmación” (Selbstbehauptung), y que contrastaba con la desconfianza estructural que “la historia” habría provocado en el francés medio respecto de las políticas estatales.26 En ese mismo discurso, Ritter llama a abandonar la concepción de una historia con el Estado-nación como sujeto,27 y revela la incomodidad generalizada con la causa nacional. Peter Miller ha apuntado que, después de la guerra, todo aquello que podía relacionarse con la nación o con el pueblo (Volk) se transformó en poco más que un tabú, de manera que, por ejemplo, la “Ciencia Social Histórica” (Gesellschaftsgeschichte) de Otto Brunner y sus seguidores aparece como el resultado del reemplazo de todo lo que era atribuido al Volk con la denominación de Struktur.28

II. El desafío de Fischer

Muchos años después, en su libro Weltmacht oder Niedergang,29 de 1964, Fritz Fischer acusaba sin ambages a los historiadores mandarines de haber contribuido a la ascensión del nazismo. Citando el prefacio a la edición francesa de su primer libro (GNDW), afirmaba que

Droz [autor del prefacio] deja claro que Hitler no podría haber llegado con tanta facilidad al poder si los historiadores alemanes no hubieran engañado al público tanto durante como después de la Primera Guerra Mundial sobre las intenciones de Alemania en esa guerra, y si no hubieran apoyado las aspiraciones de poder político y el expansionismo del imperialismo guillermino.30

La acusación establece una directa relación entre la nación, la exaltación de los grandes hombres y el historismo y la responsabilidad sobre los acontecimientos de 1933 en adelante.

El desafío planteado por Fischer al consenso general de los historiadores alemanes sobre la trayectoria nacional y la política exterior alemana era también reconocido en la introducción a la primera edición en lengua inglesa de GNDW, redactado en 1968 por Hajo Holborn, otro de los “mandarines” de Fritz Ringer:

Los estudios históricos sobre los objetivos de la política de guerra alemana en 1914-1918 lo han puesto en conflicto con ideas aun vehementes en Alemania después del colapso de 1945. Mientras el periodo nazi y la culpa de Hitler por iniciar la Segunda Guerra Mundial han sido condenados de manera general por los historiadores alemanes, el ascenso del Nacionalsocialismo ha sido declarado por muchos como un acontecimiento efímero dentro de la historia alemana, causado sobre todo por el tratado de Versalles, la inflación galopante de comienzos de la década de 1920 y la gran depresión después de 1930. Desde su punto de vista, la Alemania imperial había llevado adelante políticas legítimas: las grandes palabras del emperador Guillermo II significaban muy poco, pues su intención siempre había sido la paz, y sus ministros desconsideraban sus esquemas anexionistas. Además, la Primera Guerra Mundial comenzó a raíz de una serie de errores por los cuales no sólo Alemania, sino todas las grandes potencias debían ser criticadas.31

La tesis de Fischer contrariaba este consenso, pues argumentaba que Alemania había causado de modo deliberado la guerra, en un intento por reacomodar la relación de poder entre las potencias. Esta interpretación afectaba no nada más el pasado anterior a 1914 sino también el pasado inmediato, sobre todo en dos aspectos. En primer lugar, buena parte de la historiografía alemana de la República de Weimar se había dedicado a -y hasta cierto punto había conseguido-32condenar las condiciones del tratado de Versalles. Para la mayoría de los intelectuales alemanes, éste constituía una derrota tanto moral como política y económica para Alemania, y la causa principal del deficiente desempeño de la nación durante la República de Weimar. El experimento republicano nacido de la Revolución de Noviembre había sido condenado por la elite mandarín como un vástago de los “traidores” que firmaran el tratado, doblegando a la nación alemana, rechazando su tradición política y cultural y permitiendo la penetración de los ideales “occidentales” de la política de masas, considerados inferiores. En segundo lugar, Versalles había sido evocado sin cesar durante los primeros años del régimen nazi y más que nada en tiempos de la preparación de la Segunda Guerra Mundial, como una justificación para la avanzada militarista. Asimismo, la derrota en este nuevo conflicto había recibido el epíteto de una “segunda puñalada por la espalda”, en donde la primera se refería al acuerdo de 1919. Tanto las justificativas cuanto las consecuencias de estos dos episodios se encontraban ligados de manera estrecha, así que, aunque Fischer no lo afirmara de modo explícito en su primer trabajo (pero sí en trabajos posteriores), el reconocimiento de la “culpa” alemana en el inicio de la primera Guerra sugería de forma implícita igual responsabilidad en la incitación de la segunda, y así lo demuestra el título de la reseña de Ritter sobre su libro (¿Una nueva tesis de culpabilidad?). Esta conclusión era tan evidente que, en su obra de 1965, Fischer lo afirmaba taxativamente:

Para los historiadores formados en esta tradición, mi libro no era nada menos que traición. Había demostrado más allá de cualquier duda que Alemania había tenido objetivos similares en ambas guerras, y en la medida en que esta similitud no podía ser negada, mis críticos recurrieron a una variedad de métodos para obscurecer la desagradable verdad.33

Para Gerhard Ritter, Fritz Fischer ni siquiera debía considerarse parte de la profesión histórico.34 El tipo de revisionismo encarnado por Fischer significaría una ruptura con la tradición alemana, cuyo abandono representaba el riesgo de la desaparición de cualquier valor moral y se oponía al esfuerzo general de reconstrucción que se venía llevando adelante.35

Como afirma Annika Bombauer, durante los años cincuenta del siglo XX la mayoría de los historiadores de la Alemania occidental se concentraron en demostrar el perfil discontinuo de la historia alemana, de modo que esta discontinuidad justificase la excepcionalidad de los acontecimientos de las dos décadas inmediatamente anteriores, sin menoscabar la legitimidad de la profesión histórica. Este carácter excepcional de la historia alemana reciente se expresaba con precisión en las conclusiones de la Comisión Franco-Alemana (integrada por Gerhard Ritter y Pierre Renouvin) que fuera convocada para establecer un consenso sobre el carácter compartido de la responsabilidad sobre la Primera Gran Guerra.36 Esta postura era considerada como “revisionista” respecto a la versión oficial sostenida en el tratado de Versalles, y opuesta a versiones “antirrevisionistas” que afirmaban el militarismo perenne de Alemania, como la de Ludwig Dehio (citado en la reseña de G. Ritter como precedente de Fischer),37 primer editor de la Historische Zeitschrift después de la guerra, la de A. J. P. Taylor, menospreciado por su trabajo como divulgador, y la del periodista italiano Luigi Albertini.38

La particularidad de la posición de Fischer se debería, según A. J. P. Taylor, a que, al contrario de sus predecesores, “él no era un radical descontrolado sino un miembro respetado de la corporación de historiadores. Había sido formado en la facultad de teología y sus libros anteriores podrían haber sido escritos por el mismo Ritter. Él sólo quería averiguar, y lo que encontró los sorprendió a él tanto como a otros. Así que, queriendo o no, se tornó un campeón del radicalismo…”39 En otras palabras, Fritz Fischer venía a “remover” un terreno que ya pertenecía al pasado, retomando un debate que los historiadores alemanes, como conjunto, habían ganado, sobre la injusticia de las condiciones del tratado de Versalles y sus catastróficos resultados políticos. Lo hacía, además, como miembro legítimo de la corporación de la cual Ritter pretendía expulsarlo (los volúmenes del Historische Zeitschrift en los que aparecen artículos de Fischer, por ejemplo, contienen también trabajos de Ritter, Schieder y Conze, estos últimos relacionados con el Nordostdeutsche Forschungsgemeinschaft)40 y con base en un cuerpo documental formidable acorde a los requerimientos metodológicos del historismo.

Sin embargo, si bien es cierto que había sido formado dentro de la corporación, esta apreciación esconde algunas diferencias importantes entre los historiadores “tradicionales” y el propio Fischer. El trasfondo cultural del cual provenía Fischer era por completo diferente al de sus contrincantes. Ni él ni su familia formaban parte de la “elite mandarín” que dirigió los destinos de la profesión durante la primera mitad del siglo XX, y su vinculo con el nacionalsocialismo, cuestionada a partir de un célebre artículo de Klaus Große Kracht, ha sido materia de un debate mucho más reciente.41 Durante sus años de formación, Fischer participó en diferentes asociaciones de juventud y organizaciones religiosas, y se identificó como parte de una nueva generación de historiadores que debía substituir a la tradición nacional-conservadora mandarín.42 Tal identificación dentro de una “disputa generacional” en favor de una perspectiva nacional-progresista, argumenta Stephan Petzold, favoreció la aproximación de Fischer con el nacionalsocialismo, en la medida en que la reestructuración de la universidad y de los espacios académicos también se orientaba a minar el dominio del conocimiento por la clase educada (Bildungsbürgertum).43 En 1942 Fischer fue nombrado profesor de Historia Moderna en la Universidad de Hamburgo por su adherencia al partido. Entre 1945 y 1947, por las mismas razones, fue prisionero de Guerra, y en 1946 trasladado a Dachau. Según Petzold, fue allí donde Fischer no sólo se arrepintió, sino que también pudo apreciar la falta de arrepentimiento de los soldados del Reich. Esta experiencia habría solidificado su condena del “camino especial” (Sonderweg) alemán, el cual pasaba a entender ya no como un camino virtuoso de profundización espiritual, sino como la consolidación de la tradición autoritaria de obediencia incondicional enraizada en la doctrina luterana y, claro, en la cultura mandarín. Si para Ritter el protestantismo luterano era la base de la singularidad del espíritu del eterno alemán que debía prevalecer para recuperar cualquier prestigio, para Fischer representaba el vértice de la sumisión de las clases bajas y de la autoridad de la clase educada que habría conducido a la aceptación generalizada del nazismo. Combatir el nacionalsocialismo podría, si esta apreciación es correcta, igualarse a combatir la tradición que lo había tornado posible, y que buscaba la salida a la crisis espiritual de posguerra en el retorno a las viejas tradiciones. De igual manera, su pertenencia a las filas nazis sin duda tenía un peso específico dentro de la Asociación, y su “iluminación penitente” en los campos de prisioneros podría explicar la elección de su tópico de investigación durante la posguerra. En definitiva, Fischer no tenía menos razones que Ritter para suprimir el pasado reciente, pero al contrario de los mandarines que evocaban la autoridad de un pasado anterior, su alternativa se encontraba hacia el futuro y hacia el oeste.

III. Disputas teórico-políticas. Efectivas y tácitas

El ya mencionado Weltmacht oder Niedergang fue el esfuerzo de Fischer por responder al sinfín de críticas metodológicas que su primer libro había provocado. Refiriéndose en particular a los comentarios de Ritter, Fischer afirmaba que

Cuando se trata de cualquier decisión que involucre políticas de poder, Ritter ve el trabajo del destino; donde se pueden establecer de manera objetiva las causas de una derrota, Ritter habla de tragedia, y donde hoy vemos incongruencias y donde es imposible ignorar que se tomaron decisiones desastrosas, Ritter nos dice que debemos mostrar comprensión. No importa cuánto lo intente, para Ritter, un verdadero hijo de la Alemania del Káiser, sin duda se torna imposible llegar a un juicio racional y sereno.44

Y con eso pretendía señalar el desapego que la visión científica de la historiografía exige en la interpretación de las fuentes. Fischer critica, asimismo, lo que considera una historiografía tendenciosa practicada por Ritter, en la medida en que este último pregona una práctica profesional comprometida con un proyecto y una tradición política determinada, a saber, la de un Estado fuerte y cohesionado encarnado en la figura de Bismarck. En esa misma línea crítica, y con respecto al estilo de historiografía propuesta por Ritter, Fischer afirma que “Ritter -al contrario de Zechlin- no hace ningún esfuerzo por ser objetivo. Para Ritter, el historiador es un censor autodesignado y comprometido”.45 Más adelante, al describir los dispositivos utilizados por Ritter para componer su argumento, Fischer afirma:

Ritter no comunica al lector ni el contenido del memorándum completo ni la parte substancial de mi paráfrasis. Por lo tanto, el lector no está en condiciones de realizar una comparación crítica. Éste es un dispositivo predilecto de la historiografía de Ritter, y lo utiliza aquí en un intento de otorgar autoridad adicional a su crítica […]. Pero donde Ritter se guía por el principio de deber y servicio a la madre patria, yo elijo servir el principio más elevado de la verdad histórica.46

Con respecto a los métodos del historiador Egmont Zechlin, Fischer afirma rechazar “el método de la empatía intelectual que desconsidera el contexto y se concentra en elementos aislados en una determinada situación histórica, y [rechazar] también un método que no es más que una mera acumulación de hechos”.47 Este tipo de aproximación “puntual” invalidaría con rotundidad la verosimilitud de cualquier interpretación de un documento. Por el contrario, Fischer defiende la interpretación a partir de la utilización de todos los frentes: económico, social, político, cultural, etcétera. Fischer se envuelve, además, en una disputa con Zechlin sobre el correcto uso e interpretación de las fuentes, que más que un debate teórico parece una acusación mutua de falta de cuidado o perspicacia en el análisis. Para finalizar, Fischer afirma que queda claro que lo que Zechlin y Ritter sacralizan como método histórico crítico y objetivo es de hecho un método con segundas intenciones,

[el historiador] debería evitar conceptos como sino, destino, condena y tragedia, que se pierden en lo incomprensible y lo metafísico, pues la tarea particular del historiador es aclarar -hasta donde lo permiten el entendimiento humano y los recursos académicos- el complejo curso de los acontecimientos históricos en los que el individuo es sólo un factor, y claramente no el decisivo.48

Anika Mombauer tiene razón al señalar que la disputa inicial se dio sobre la correcta interpretación de los documentos, sin que por ello se pusiera en controversia la premisa según la cual los documentos contienen la verdad histórica y que por lo tanto ambos contendientes se encontraban dentro del ideal “historicista/ empirista”.49 Como hemos visto en los trechos recién citados, el debate se encuentra plagado de acusaciones cruzadas sobre la capacidad de unos y otros para analizar las fuentes. En su reseña del libro, Gerhard Ritter expresa su disconformidad con las interpretaciones realizadas por Fischer, y señala un cierto descuido en el tratamiento de las fuentes, y demasiadas presuposiciones: “Un problema tan delicado, tantas veces tratado y cargado de tan masiva base documental como la ‘cuestión de la culpa de la guerra’ requiere una inmensa paciencia y cuidadoso esmero en el análisis de cada fuente documental. En ninguna parte está más fuera de lugar la ‘especulación’ (Thesenhistorie) que aquí”.50 Suponiendo que “Thesenhistorie” pudiera traducirse como “historia especulativa”, en el sentido de una historia que no se apega a la letra de las fuentes,51 Ritter parece criticar un tratamiento demasiado libre sobre las informaciones contenidas en los registros documentales o de conclusiones extraídas de fuentes documentales dudosas. En su reseña, procura apuntar las discrepancias entre las interpretaciones de Fischer y la información que constan las fuentes, así como la utilización de fuentes poco confiables, como los dichos del periodismo en vez de los registros diplomáticos.52 Para Ritter, es natural que las conclusiones de Fischer estuvieran equivocadas, una vez que fueron extraídas a partir de una selección poco rigurosa de la información, que organizaba los documentos en función de las “tesis” que se pretendía demostrar.

Sin embargo, la concentración en la evaluación y valoración de las fuentes documentales y sus interpretaciones no significa, como afirma Mombauer, que la disputa haya estado desprovista de consideraciones teóricas. Podría decirse que, a pesar de su invaluable contribución al problema, Mombauer ha dejado que el bosque se esconda tras el árbol. Al evaluar impresiones más tardías sobre el debate, tanto de Fischer como de otros comentadores, podemos observar que la idea de que Fischer se erigía como el principal opositor al paradigma historista de la historia, y con él al conjunto de los académicos tradicionales de Alemania, se fue desarrollando de manera paulatina. En un artículo de 1988, veinticinco años después de su discusión con Ritter, Fischer estimaba la contribución de la controversia que lleva su nombre a la historiografía, en su colaboración con la tarea de desbancar al “historicismo”53 en favor de una perspectiva socioeconómica y estructuralista de la historia.

Podemos interpretar, por lo tanto, que de inicio Fischer no intentó desafiar a los historiadores asociados con la tradición humboldtiana ni renovar el método histórico, pero sí acabó tornándose el vehículo, dentro del territorio alemán, de la perspectiva “occidental” del quehacer histórico que más tarde sería denominada “ciencia social histórica”, y que sería impulsada sobre todo desde la universidad de Bielefeld.54 Von Strandmann señala, por ejemplo, que “fue notado con aprobación que Fischer y su grupo habían analizado grupos de presión económicos y políticos, compañías industriales, y una plétora de evidencia social. Se observaba positivamente que Fischer había ido más allá del análisis pasado de moda de la alta política. Se le dio crédito por ser un historiador más bien moderno en contraste con algunos de sus oponentes”.55 Fischer, por su parte, encontrando sus defensores entre estos investigadores, más proclives a la utilización de las ciencias sociales y los métodos “científicos” en oposición a los ideales de empatía e individualidad de la tradición mandarín alemana, pasó a utilizar los mismos argumentos a fin de criticar a sus oponentes. De esa manera, lo que era hasta entonces en lo primordial una disputa política sobre la posición internacional alemana que buscaba responder a los ideales de construcción de la nacionalidad y que rechazaba la culpabilización por la guerra, se transformó en una disputa sobre el carácter más o menos científico del conocimiento histórico, oponiendo como tantas otras veces los conceptos de science y Wissenschaft, pero atribuyendo al primero una preponderancia jerárquica respecto del segundo, esto es, el orden inverso al que había primado en la historiografía alemana hasta el momento. En 1988, Fischer relataba:

Hans-Ulrich Wehler, en su libro sobre el así denominado Historikerstreit, rememorando el debate Fischer llega a la conclusión de que “cerca de tres cuartos de la interpretación de Fischer y de su argumentación empírica han sido aceptadas de modo general por la investigación internacional” […] un gran número de artículos académicos ha sido publicados sobre el dicho debate Fischer, por ejemplo por Arnold Sywottek, Imanuel Geiss, Wolfgang Mommsen, John Moses, B.-J. Wendt, Ulrich Heinemann, etc. Ellos reconocen que mis libros hicieron avanzar la metodología histórica, alejándose del “historicismo” hacia una visión estructuralista y socioeconómica de la historia, y fomentaron un gran número de investigaciones […]. Estas aproximaciones han contribuido a un doloroso proceso de desilusión sobre el carácter del Imperio guillermino e inclusive de la República de Weimar, un proceso de distanciamiento personal del pasado inmediato propio, que ha contribuido a una autocrítica de la República Federal de Alemania.56

La aceptación de las tesis teóricas de Fischer sobre los objetivos de Alemania en la Primera Guerra Mundial conllevaba la concordancia existente sobre el peligro de la interpretación historista de la historia. En este trecho, Fischer reclama para sí la descendencia de una nueva tradición de historiadores que viniera a renovar la historiografía alemana devolviéndole el prestigio que la vinculación con el nacionalsocialismo le hubiere restado, reincorporándola a la tradición occidental de las ciencias sociales y demostrando un compromiso con el ideal democrático, como argumentara Wolfgang Mommsen.57

El debate Fischer se transformó, para los historiadores que apoyaban la concepción de la historia como ciencia social, en una especie de “mito de origen” de su propia trayectoria, que los ligaba de forma directa con la posición antinazista. Mientras Fischer señalaba una continuidad del militarismo alemán que llevara a la guerra en 1914 y 1939, Ritter apuntaba el reiterado menoscabo de Alemania a manos de las demás potencias, justificadas por la -discutible, para Ritter- responsabilidad por el advenimiento de la guerra. La continuidad histórica, para Fischer, estaba en la política belicista alemana; para Ritter, la continuidad estaba en el menosprecio de las otras potencias respecto de la posición de Alemania. De un lado, los historiadores “tradicionales” resaltaban el carácter excepcional del nazismo, al fundamentar esa perspectiva mediante la postulación de la continuidad de la política alemana hasta 1933, en la cual la no responsabilización de Alemania por la Primera Gran Guerra era fundamental. Del otro, Fischer -no en su primer libro, sino más bien en la medida en que se posicionaba con los historiadores “occidentales”-, enfatizaba la continuidad de la política alemana hasta 1945, causada, siquiera en parte, por las interpretaciones de los propios historiadores.

Este “fin de una era” historiográfica se encontraba directamente ligado a la atribución de responsabilidad sobre las atrocidades del nazismo a la cultura erudita alemana, donde los historiadores eran, en no pocos sentidos, sus guardianes. No sólo Alemania había sido la responsable efectiva de las dos guerras que cambiaron de modo esencial la naturaleza de Occidente, sino que también el proceso que había conducido a semejante papel en la historia no podía atribuirse ni a las “masas” ni a su “líder carismático”: la responsabilidad cabía a una estructura cultural que combinaba el militarismo prusiano con el ideal de supremacía de la élite intelectual. Era esta “intuición” de responsabilidad lo que los historiadores comenzaban a debatir en el caso Fischer, más que la efectiva responsabilidad del Estado por los crímenes de guerra y las políticas de exterminio.

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1En adelante GNDW.

2Stephan Petzold, “The Social Making of a Historian: Fritz Fischer’s Distancing from Bourgeois-Conservative Historiography, 1930-60”, p. 283.

3Al respecto de este resurgimiento, el debate auspiciado por la British Library en 2014 ofrece un resumen didáctico interesante. Disponible en internet: < https://www.youtube.com/watch?v=jvr7UJI47UM >. Consultado el 25/03/2015).

4Una excepción es la tesis de Stephan Petzold, “Fritz Fischer and the Rise of Critical Historiography in West Germany, 1945-1966. A Study in the Production of Historical Knowledge” (2010), que aguarda publicación. Otros trabajos sobre el tema son: Rainer Nicolaysen, “Rebell wider Willen? Fritz Fischer und die Geschichte eines nationalen Tabubruchs”, en Rainer Nicolysen y Axel Schildt (eds.), 100 Jahre Geschichtswissenschaft in Hamburg, Berlín y Hamburgo, 2011; y M. Hewitson, National Identity and Political Thought in Germany. Wilhelmine Depictions of the French Third Republic, 1890-1914, Oxford, 2000.

5A pesar de no haber una definición exacta de lo que el concepto refiere, la lista de la literatura sobre la historiografía “posmoderna” es inmensa. Algunos títulos que vale la pena consultar sobre la relación entre la teoría historiográfica y el holocausto son: James E. Young, “Toward a Received History of the Holocaust”, History and Theory, abril 1990; George G. Iggers, Historiography in the Twentieth Century: From Scientific Objectivity to the Postmodern Challenge, Londres, Wesleyan University Press, 1997; Keith Jenkins, The Postmodern History Reader, Nueva York, Routledge, 1997; Omer Bartov, “Defining Enemies, Making Victims: Germans, Jews, and the Holocaust”, The American Historical Review: 103, 3, 1998, pp. 771-816; Richard Bernstein, The New Constellation: The Ethical-Political Horizons of Modernity/Postmodernity, Massachusetts, MIT, 1992; vid.: C. Lorenz, “Performing the past”, en Karin Tilmans, Frank van Vree y Jay Winter (eds.), Performing the Past Memory, de History, and Identity in Modern Europe, Amsterdam, Amsterdam University Press, 2010. Otros artículos de Lorenz, que sirven para obtener una panorámica sobre la nueva agenda de discusión en la historiografía son: Chris Lorenz, “Border-Crossings: Some Reflections on the Role of German Historians in Recent Public Debates on Nazi History”, en Remembering the Holocaust in Germany, 1945-2000: German Strategies and Jewish Responses, Nueva York, Peter Lang, 2002, pp. 59-94, y Chris Lorenz, “Drawing the Line: ‘Scientific’ History between Myth-Making and Myth-Breaking”, en Stefan Berger, Linas Eriksonas y Andrew Mycock (eds.), Narrating the Nation: Representations in History, Media and the Arts, Nueva York, Berghahn Books, 2008. Un trabajo reciente sobre la problemática del tiempo, que permite comprender mejor los problemas actuales, es David Carr, Experience and History. Phenomenological Perspectives on the Historical World, Oxford, Oxford University Press, 2014. Para una de las respuestas al problema del tiempo en la segunda mitad del siglo XX vid.: François Hartog, “Historia, memoria y crisis del tiempo. ¿Qué papel juega el historiador?”, Historia y Grafía, 33, 2009, pp. 115-131. Un excelente libro que recoge varios de los problemas planteados por el holocausto es: Saul Friedländer (comp.), En torno a los límites de la representación. El nazismo y la solución final, Bernal, Universidad Nacional de Quilmes, 2007.

6Utilizo aquí el término historismo para saldar cualquier confusión, aunque en buena parte de la bibliografía sobre esta perspectiva historiográfica el término Historismus se ha traducido como “Historicismo”. Sin duda el desplazamiento lingüístico entre estos dos términos responde a una discusión teórica amplia que este artículo considera en parte, pero que no pretende abarcar. Al respecto, vid. Georg G. Iggers, “Historicism: The History and Meaning of the Term”, Journal of the History of Ideas: 56, 1, 1995, pp. 129-152.

7Aquí se toma el término Wissenschaft en el sentido que la asocia al ideal deBildung de la tradición romántica alemana.

8Para un resumen de la dinámica universitaria de la desnazificación, vid. Bernd Weisbrod, “The Moratorium of the Mandarins and the Self-Denazification of German Academe: A View from Göttingen”; Jan-Werner Muller, Memory and Power in Post-War Europe, esp. pp.161-173.

9H. P. Von Strandmann, “The Political and Historical Significance of the Fischer Controversy”.

10Gerhard Ritter, “Eine Neue Kriegsschuldthese?”, p. 667.

11Von Strandmann, “The Political and Historical Significance”, op. cit., p.260.

12Fritz Ringer, O Declínio Dos Mandarins Alemães, pp. 19-28.

13Anthony Grafton, “The History of Ideas: Precept and Practice, 1950-2000 and Beyond”, p. 8; Wolfgang Mommsen, “The Return to the Western Tradition: German Historiography since 1945”.

14Berger, The Search for Normality, pp. 3-4.

15Ringer, O Declínio Dos Mandarins, op. cit., p. 409.

16Traducido por lo común como “racial”, “étnica” o “popular” y vinculado sin duda con el nacionalsocialismo.

17Klaus Schwabe, “Deutsche Hochschullehrer und Hitlers Krieg (19361940)”, p. 85.

18Ibidem, p. 93.

19Ibidem, p. 98.

20Apud Andreas Dorpalen, “Historiography as History. The Work of Gerhard Ritter”, p. 4.

21Schwabe, “Deutsche Hochschullehrer”, op. cit., p.101

22Berger, The Search for Normality, op. cit., p. 45.

23Schwabe, “Deutsche Hochschullehrer”, op. cit., p.105.

24Dorpalen, “Historiography as History”, op. cit., p. 9.

25Ibidem, p. 13.

26Gerhard Ritter, “Gegenwärtige Lage und Zukunftsaufgaben. Eröffnungsvortrag des 20. Deutschen Historikertages in München am 12. September 1949”, p. 3.

27Ibidem, p. 4.

28Peter Miller, “Nazis and neo-stoics: Otto Brunner and Gerhard Oestereich before and after the Second World War”, p. 173.

29Fritz Fischer, World Power or Decline, the Controversy over Germany’s Aims in the First World War.

30Ibidem, p. XII.

31H.Holborn, apud Fischer, World Power or Decline, op. cit., p. X.

32Mombauer, The Origins of the First World War. Controversies and Consensus.

33Fischer, World Power or Decline, op. cit., p. VIII.

34Von Strandmann, “The Political and Historical Significance”, op. cit., p. 260.

35Schwabe, “Deutsche Hochschullehrer”, op. cit., p. 107.

36Mombauer, The Origins, op. cit., p. 124.

37Ritter, “Eine Neue Kriegsschuldthese?”, op. cit.

38Mombauer, The Origins, op. cit., p. 125.

39A. J. P. Taylor, “Fritz Fischer and His School”, p. 120.

40Weisbrod, “The Moratorium of the Mandarins”, op. cit., p. 48.

41Klaus Große Kracht, “Fritz Fischer und der deutsche Protestantismus”.

42Petzold, “The Social Making of a Historian”, op. cit., p. 277.

43Ibidem, p. 281.

44Fischer, World Power or Decline, op. cit., p. 96.

45Ibidem, pp. 113-114.

46Ibidem, pp. 120-121.

47Ibidem, p. 110.

48Ibidem, p. 124.

49Annika Mombauer, “The Fischer Controversy, Documents, and the ‘Truth’ about the Origins of the First World War”, p. 306.

50Ritter, “Eine Neue Kriegsschuldthese?”, op. cit., p. 657.

51El término “Thesenhistorie” utilizado por Ritter en este contexto ha suscitado una larga discusión. En general, se refiere a una historiografía que no responde a la aplicación rigurosa del método historiográfico y la lectura ajustada de fuentes. Así parece entenderse en trabajos como el de Klaus Große Kracht, Die zankende Zunft: Historische Kontroversen in Deutschland nach 1945, p. 52. También es interesante una nota sobre este término en Michael Dreyer y Oliver Lembcke, Die deutsche Diskussion um die Kriegsschuldfrage 1918/19, n. 27.

52Ritter, “Eine Neue Kriegsschuldthese?”, op. cit., p. 658.

53Fritz Fischer, “Twenty-Five Years Later Looking Back at the ‘Fischer Controversy’ and Its Consequences”. Aquí he preferido citar “historicismo” pues así figura en el artículo de Fischer. Se debe notar que “historicismo” se utiliza por lo general en lengua inglesa como una traducción de “historismo”. A pesar de ser debatida con amplitud, la distinción entre “historicismo” e “historismo” no es de aceptación general, unas veces por simple adopción del uso generalizado y otras por motivo de un juicio de valor sobre esta tradición histórica. Vid. supra, n. 6, el artículo de Iggers.

54Cfr. por ejemplo, Bettina Hitzer y Thomas Welkskopp, “Einleitung Der Herausgeber: Die ‘Bielefelder Schule’ Der Westdeutschen Sozialgeschichte Karriere Eines Geplanten Paradigmas?”; Jürgen Kocka, Sozialgeschichte Im Internationalen Überblick; Idem. “German History before Hitler: The Debate about the German Sonderweg”; Roger Fletcher, “Recent Developments in West German Historiography: The Bielefeld School and Its Critics”.

55Von Strandmann, “The Political and Historical Significance”, op. cit., pp. 258-259.

56Fischer, “Twenty-Five Years Later”, op. cit., p. 223.

57Mommsen, “The Return to the Western Tradition”, op. cit.

Recibido: 05 de Marzo de 2015; Aprobado: 25 de Mayo de 2015

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