Introducción
El objetivo de este estudio es indagar las formas en las que un proyecto social y político que tenían algunos jesuitas es confrontado con Francisco I. Madero, al inicio de la Revolución mexicana. Hay que aclarar, desde este momento, que es obvio que cada vez que me refiera a los jesuitas, no hablo de la totalidad de los miembros de la Compañía en México, sino de aquellos que tienen un papel más significativo en el desarrollo de este proyecto, y otros que les siguen a lo largo de la Provincia; aunque hacia fuera de la institución serán identificados como si todos los jesuitas llevaran adelante dicho proyecto.1
Las preguntas que guían esta investigación se interesan en indagar si los jesuitas estaban implicados políticamente durante la primera etapa de la Revolución; qué papel jugó la Compañía en la formación del Partido Católico; cuáles jesuitas destacaron más en su actividad sociopolítica; qué implicaciones políticas tuvieron algunas organizaciones sociales dirigidas por la Compañía de Jesús después del asesinato de Madero; y qué relaciones hubo entre la Orden de san Ignacio y los revolucionarios.
La lectura de la Revolución maderista, desde el punto de vista de los miembros de la Compañía -quienes fueron afectados por la misma Revolución-, permite una profundización en los acontecimientos y una interpretación nueva y diferente. El hecho de haber rescatado y estar fundamentado sobre todo en textos inéditos, confiere otro valor a este artículo. Tuve acceso a dos archivos que fueron claves para este trabajo: el Archivo de la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús, y el archivo del padre General en Roma. Asimismo, pude revisar la documentación correspondiente al tema en otros países.2 Con esta información y con el empleo de una teoría y metodología adecuada al tema que abordé,3me fue posible escribir una narración documentada sobre la actuación de los miembros de la Orden.
Al considerar a la Iglesia como parte históricamente integrante de la realidad cultural mexicana, resulta fundamental rescatar el papel que ha jugado en el desarrollo del proceso social de nuestro país. Una manifestación clara de la presencia de la Iglesia a través de la Compañía en la sociedad mexicana es el aporte de los jesuitas en la formación de la identidad nacional en el siglo XVIII. Si se tiene en cuenta el papel tan significativo que jugó la Compañía de Jesús en el México virreinal, como forjadora de la mentalidad criolla, y como una institución que más tarde dio gran impulso a la educación y acción social en el país, en el siglo XIX, después de su restablecimiento en 1816, también será de gran importancia analizar el papel de los miembros de la Orden durante una época tan rica y discutida como fue la Revolución de Madero. Se trató de un periodo de profundos cambios para la sociedad mexicana, que dejará un sello indeleble en la Compañía de Jesús.
Como ejemplos de algunas instituciones que encarnan la acción sociopolítica desarrollada por los jesuitas durante esta etapa de la Revolución, se pueden señalar la fundación del Partido Católico Nacional y de la Unión de Damas Católicas Mexicanas, la dirección de la Liga Nacional de Estudiantes Católicos y de los Centros de Estudiantes Católicos, la formación de sindicatos católicos y la creación de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana (ACJM).
Una de mis intenciones es ir destacando lo que se sale de la norma, los contrastes que he ido encontrando en la documentación referente a la situación de la Compañía durante la primera etapa de la Revolución. Porque lo esperado en un México, al fin y al cabo heredero del liberalismo del siglo XIX, era la polarización de la relación Iglesia-Estado, y más con un Estado que, durante la Revolución, fue exacerbando la herencia liberal y radicalizando sus posturas en contra del clero.
El tema predominante de este escrito radica en tres líneas fundamentales: el catolicismo social como una forma de cristalizar la doctrina de la democracia cristiana propuesta por León XIII a partir de su encíclica Rerum Novarum; la implementación del catolicismo social en México impulsada por la jerarquía católica; y el papel de la Compañía de Jesús como instancia articuladora que organiza los esfuerzos de muchos militantes católicos en el país.
Algunos de los ejes temáticos de esta investigación son los siguientes: al final del porfiriato había muchos malestares, entre ellos, el debido al acaparamiento de la riqueza del país en unas cuantas manos, mientras la gran masa del pueblo vivía en suma pobreza. Otro problema significativo era la falta de participación política de los jóvenes. Ante el descontento social debido a esta situación de injusticia que se había generado en el país, y que va a desembocar en la Revolución mexicana, la respuesta jesuita se manifestará en una postura activa y beligerante de algunos miembros de la Orden.4
La fuente privilegiada de esta investigación ha sido la correspondencia entre los Provinciales5 y los padres Generales,6 y la de los mismos jesuitas. Hay que subrayar la importancia de esta documentación, pues es confidencial en la Orden y se utiliza como órgano de gobierno; y no fue fácil para mí poder revisarla. Lo pude hacer gracias a un permiso especial que me concedió el P. Peter Hans Kolvenbach, entonces superior general de los jesuitas, y con esto tuve el privilegio de consultar estos archivos. Aunque la mayoría de los documentos están en latín, lo manejo con fluidez.
Este estudio recupera una memoria documental que propiamente no se había podido consultar; los archivos de la Compañía de Jesús correspondientes a la Revolución estuvieron cerrados hasta hace cinco años. Los autores de este conjunto de documentos son jesuitas. Su visión de los acontecimientos está condicionada por su lugar social y su tiempo, y la mayoría de las veces es muy parcial, interesada en asuntos muy concretos. He enriquecido estas fuentes prioritarias al recuperar, por medio de entrevistas, los recuerdos de esta etapa desde los testimonios de algunos historiadores miembros de la Compañía.
Mi “ventaja” se debe a haber podido tener acceso a la documentación disponible sobre el tema. Ni Gerardo Decorme ni José Gutiérrez Casillas, principales historiadores de la Compañía en México, tuvieron esta oportunidad. Y también a la formación contemporánea del investigador: esto me hace tomar una distancia crítica de los acontecimientos y me lleva a hacer un trabajo profesional de las fuentes, sin caer en la hagiografía o el ocultamiento. Además, siendo yo jesuita, no estoy haciendo una interpretación oficial ni apologética; el objetivo de este trabajo es realizar una labor académica de calidad; no tiene una intencionalidad institucional, lo que le concede un valor particular.
La interpretación que se haga de un hecho histórico, en este caso la Revolución, desde un lugar social concreto, institucional, religioso o de clase, lo matiza de manera distinta; en ese sentido, este estudio, siguiendo a Michel de Certeau, no pretende ser sino una investigación crítico reflexiva.7
Levantamiento de Francisco I. Madero
A finales de 1910, México festeja el centenario de su Independencia, y muestra al mundo el progreso y la estabilidad que el régimen porfirista supuestamente ha logrado, al mismo tiempo que comienza una de las mayores rupturas políticas y sociales del país: la Revolución, que toma de improviso a toda la sociedad mexicana, incluida la Compañía de Jesús. El presidente Díaz lleva a cuestas 80 años; poco antes, en 1908, el viejo caudillo había declarado al periodista norteamericano, James Creelman, su intención de dejar el poder en cuanto terminara su periodo de gobierno; incluso, afirmó que vería como una “bendición” la aparición de un partido opositor.8 A raíz de esta entrevista aparece, entre otras publicaciones, La sucesión presidencial en 1910 de Francisco I. Madero.9
A última hora, Díaz vuelve a postularse por enésima vez. En junio de 1910 Madero declara que si las elecciones no se ganan legalmente se verá obligado a ir por cauces no legales. Por ello es encarcelado en San Luis Potosí; pero gracias al ministro José Ives Limantour puede escapar a Texas. Desde allá lanza el Plan de San Luis, a principios de noviembre de 1910, en el que denuncia como fraudulentas las recientes elecciones presidenciales, así como las del Congreso y las judiciales; se declara como Presidente provisional, convoca a la rebelión y al desconocimiento de las autoridades a partir del 20 de noviembre, y promete elecciones democráticas para un nuevo gobierno.
La correspondencia oficial del provincial jesuita, P. Tomás Ipiña, no se mantiene ajena a estos acontecimientos. En una carta del 26 de noviembre de 1910 al padre General de la Compañía de Jesús, Francisco Xavier Wernz, menciona un brote revolucionario sin darle mucha importancia.10 Después, el 11 de diciembre, escribe al P. Matías Abad, asistente11 de España,12 que los antigobiernistas no inspiran temor.13
Aunque el 1 de diciembre de 1910 Díaz comienza un nuevo mandato, en enero de 1911, en las montañas de Chihuahua ya hay más de 2 000 guerrilleros maderistas.14 La situación rebasa al ejército porfirista. En febrero, Madero reúne a sus seguidores, cuyo principal cabecilla es un transportista, Pascual Orozco, y, entre sus lugartenientes está Francisco Villa.
Para entonces, el Provincial jesuita no sabe aún cómo calificar la subversión política: “No sé qué decir acerca de la perturbación de la República, aún persistente en el estado de Chihuahua; la mayoría tiene desconfianza de los que la encabezan; el temor parece prevalecer en todos; aunque da la impresión que los que se oponen al presente régimen no tienen nada contra la religión, sin embargo hay desconfianza”.15 Poco después, a principios de abril, añade con mayor preocupación: “La perturbación en la República se siente que va creciendo, al igual que la rebelión armada contra el gobierno, a la que parece que apoyan los Estados Unidos. Algunos opinan que se vienen grandes cambios, quizá adversos para la Iglesia y la religión”.16
En cuestión de meses, la insurrección nacional que Madero había pretendido es ya una realidad.17 La caída de Ciudad Juárez a manos de Pascual Orozco el 10 de mayo de 1911, es la estocada final contra el régimen. Madero instala ahí su gobierno provisional. El presidente norteamericano, William Taft, ordena la movilización de veinte mil soldados a la frontera con Chihuahua. Limantour, temeroso de que suceda una intervención para poner fin a la inestabilidad en México, sugiere al Presidente negociar con los levantados.18
En la correspondencia del Provincial aparece que, a principios de mayo de 1911, la inestabilidad política ya le afecta directamente:
La Revolución [por primera vez la llama así] ha avanzado mucho. El gobierno ha […] planteado un armisticio con el Jefe de la Revolución. […] Puede firmarse la paz […]. Puede recrudecerse la lucha, seguida tal vez, de una guerra con nuestros poderosos vecinos... [Con relación a los alzamientos en Coahuila, añade:] En el combate que precedió a la toma de la ciudad de Parras por los revolucionarios, quedó nuestra iglesia19 inutilizada; […]. Quedaron ilesos los nuestros que se expusieron e hicieron proezas en asistir a los heridos de ambos partidos combatientes [...].20
En este punto quiero resaltar un aspecto importante que personifican los jesuitas sobre el papel de la Iglesia en el mundo moderno: al auxiliar a los heridos de los dos grupos combatientes queda claro que la Iglesia está abierta a los opuestos en el mundo civil; que da sus servicios por igual a quienes están matándose en el terreno de lo político. Es el punto donde se reúnen los opuestos; en su seno otorga un reconocimiento a cada uno por su afinidad religiosa. A esto se podría llamar el “civilismo” que ejerce la Iglesia, de 1910 a 1914.
El 21 de mayo, las partes beligerantes firman los Tratados de Ciudad Juárez; se estipula que Díaz abandone su cargo, por lo que dimite el 25 de mayo. En su lugar se nombra a Francisco León de la Barra, en espera de celebrar elecciones en octubre. Madero entra triunfante, como el “apóstol de la democracia”, a la capital del país el 7 de junio de 1911.
A continuación, presento el desarrollo del argumento de este artículo: cómo se expresa el catolicismo social en México. Algunos jesuitas participan tanto en la fundación de los Círculos Católicos,21 desde los inicios de la década de los ochenta del siglo XIX, como en las Semanas Sociales, Dietas22 Obreras y Congresos Católicos que se llevaron a cabo en el ámbito de la Iglesia institucional, a partir de 1902. La organización de estas actividades político-sociales de la Iglesia, conocidas como catolicismo social, derivó en la fundación del Partido Católico Nacional, en 1911. Posteriormente surgirán otras organizaciones sociopolíticas impulsadas por los jesuitas como la Asociación Católica de la Juventud Mexicana y los Sindicatos Católicos.
Bernardo Bergoënd, S. I., Un líder paradigmático
El conflicto con Madero no toma por sorpresa a todos los jesuitas. El P. Bernardo Bergoënd, en Guadalajara, plantea, de cara a las elecciones de 1910, la importancia de que los católicos puedan tener una intervención política organizada, y propone a los Operarios Guadalupanos23 tapatíos, la necesidad de formar un partido católico24 que, fundamentado en la democracia cristiana, favoreciera a las clases “inferiores”.25 La democracia cristiana se entendía entonces como la acción popular cristiana que, según León XIII, consiste en “aquel ordenamiento civil en el cual todas las fuerzas sociales, jurídicas y económicas, en la plenitud de su desarrollo jerárquico, cooperan proporcionalmente al bien común, refluyendo en último resultado en preponderante ventaja de las clases inferiores”.26
Hay que tener en cuenta que el concepto de “democracia cristiana” es polisémico y en esa época se emplea de manera ambigua; además, existe un interés político en el contexto: la emancipación total de los Estados modernos, en un mundo que se seculariza con rapidez. Por ejemplo, para Pío X, la democracia cristiana no debe inmiscuirse en política.27 Para Federico Ozanán, en Francia, la democracia cristiana debe iniciar como movimiento social, para luego evolucionar hacia la formación de los partidos políticos.28 Severino Aznar,29 en España, la concibe como la acción de los católicos encaminada a la difusión teórica y a la incorporación práctica de los principios sociales del catolicismo a las costumbres, leyes e instituciones procurando la justicia social para todos y, de un modo especial, para las clases necesitadas.30 Siempre queda la duda de si se está utilizando ortodoxamente el concepto de democracia cristiana.31
Las nuevas ideas y demandas a favor de la justicia, la igualdad y el reconocimiento del voto calan muy hondo en México, sobre todo en las poblaciones urbanas, y les llevan a nuevas formas de hacer política.32 En relación con este punto considero inaceptable la afirmación generalizante de Elisa Cárdenas de que durante el siglo XIX los obispos prohibían que los católicos participaran en la vida política del país;33 en cambio, me parece más lúcida la aportación de Marta Eugenia García Ugarte, quien aclara que, ya desde 1877, el arzobispo de México, Pelagio Antonio Labastida y Dávalos decide aplicar una medida que ya había solicitado a Roma: que los católicos pudieran participar en política y ocupar puestos en la administración pública.34 Aunque ciertamente, a principios del siglo XX, la mayor parte de la jerarquía mexicana había dejado para un momento posterior la formación de un partido político católico, siguiendo los deseos de Porfirio Díaz, y debido a las relaciones que guardaba con el Estado liberal mexicano.35
Por solicitud de los Operarios Guadalupanos e inspirado en el Partido Acción Liberal Popular de Francia, Bergoënd concibe un proyecto: “La Unión Político-Social de los Católicos Mexicanos”.36 El jesuita define así el programa de justicia social de la Unión, ante la crítica situación del país: “Queremos emprender en toda forma una acción social de tal naturaleza que disminuya las causas permanentes de miserias y de injusticias que aquejan a nuestro pueblo [...], pero como la acción social poco podrá, o nada, sin una legislación social, y la legislación social no se alcanza sin la acción política, nos lanzaremos sin miedo al campo de batalla político”.37 Bergoënd diseñó (en compañía del licenciado Miguel Palomar y Vizcarra) y asesoró al Partido Católico Nacional (PCN).38 Aunque no fue el director del PCN, sí “intervino de modo directo [...] para asentar y establecer las bases” de éste.39 En el trasfondo de esta nueva situación que van a enfrentar los jesuitas con la Revolución maderista están influyendo el antiguo conflicto religioso y las leyes anticlericales que vienen desde el siglo XIX; por eso, surge en la Compañía el interés de formar un partido, para poder modificar la Constitución.40 El 3 de mayo de 1911 se celebra en la Ciudad de México la asamblea constitutiva del PCN.41 Después, Madero lo apoya y lo considera el “primer fruto de las libertades conquistadas”,42 luego de firmar la paz con Porfirio Díaz.
Carlos Heredia, S. I., un personaje que rompe los esquemas
Otro jesuita que participa en los inicios del PCN es el P. Carlos Heredia, quien señala que los principales organizadores del Partido son sus amigos D. Francisco Elguero y D. Gabriel Fernández Somellera, a los que él anima, y él mismo consigue de don Porfirio la aprobación de los estatutos del Partido, acción entonces enteramente necesaria. Aunque ya antes los poblanos, con su arzobispo, Ramón Ibarra y González, deseaban formar un partido político.43 En realidad, hay que destacar que el nacimiento del Partido fue fruto de los esfuerzos de diversos sectores de la Iglesia, en especial del arzobispo de México, José Mora y del Río, como señala el mismo Heredia.44
Desde el inicio de la Revolución, durante la gestión de Madero como presidente, se abre para los jesuitas una situación propicia para la creación y desarrollo de otras organizaciones que tendrán repercusión nacional a nivel social. En 1910, y con motivo de las recientes fiestas del centenario de la Independencia, un grupo de señoras de la capital se pone en contacto con el P. Heredia, que intenta establecer la Escuela Taller de San Felipe de Jesús para niños pobres, y le ofrecen algunos fondos que habían colectado. Heredia aprovecha la relación con ellas y funda, por encargo del arzobispo Mora y del Río, la Asociación de Damas Católicas Mexicanas.45
La organización se constituye oficialmente en el mes de agosto de 1911.46 Un año después, el 12 de septiembre de 1912, reunidas “más de ochocientas señoras y señoritas de la mejor sociedad”, reciben del P. Heredia los lineamientos de la unión: se trata de “una corporación no piadosa sino social que se dedicará […] a la instrucción religiosa y social del pueblo, de la clase media y también de la clase alta de la sociedad, enseñando a cada uno sus obligaciones […], entre los obreros, los estudiantes, los maestros y todos aquellos que más influyen en [el] adelanto o retroceso religioso y social de nuestra Patria”.47 La Unión de Damas Católicas Mexicanas es una organización sociopolítica católica que busca poner sus servicios, su ejemplo y sus donativos en función de la restauración social cristiana.48 En abril de 1913, Heredia también establecerá en Guadalajara las Damas Católicas; después de un año tiene 10 200 socias.49
Heredia funda también la revista mensual El Centro.50 Desde el primer número, del 15 de mayo de 1911, aparece su apoyo entusiasta al PCN. Además de organizar otras agrupaciones sociales, hacia 1911, Heredia asume la dirección de la Liga Nacional de Estudiantes Católicos, ayudado por las Damas Católicas.51 La Liga se había fundado en 1909; los jóvenes “por sí y ante sí habían copiado los estatutos de la Liga de la Juventud Francesa”.52 Y para 1911 tiene ya cerca de once mil asociados por las principales ciudades de la República. Desde que se funda el PCN, la Liga de Estudiantes se integra a sus filas y lo apoya en sus luchas;53 es una agrupación de combate. Esta asociación, organizada para los jóvenes preparatorianos, se plantea un proyecto en términos de guerra, con el interés de penetrar y ganar espacios en el terreno del contrincante: “lleva el campo de acción a las mismas trincheras del enemigo”, es decir, a las escuelas oficiales que tienen una orientación liberal.54
Ese mismo año de 1911, Heredia funda también el Centro de Estudiantes Católicos, en la Ciudad de México. Su lema, que heredará a la ACJM, es “Por Dios y por la Patria”. El Centro se forma con elementos del Círculo Filosófico Jaime Balmes y de la Sociedad Científica Francisco Díaz Covarrubias, provenientes de la Escuela Nacional Preparatoria.55 Su objetivo es defender la fe de los estudiantes que están ya en la universidad, y trabajar por alcanzar la libertad religiosa. Heredia relaciona de inmediato a las Damas Católicas con el Centro, para que lo subvencionen económicamente.56 En 1912 Heredia también organiza en Guadalajara otro Centro de Estudiantes Católicos.57
Las organizaciones sociales: antecedentes de un partido político católico
¿A qué obedece la participación de jesuitas como Bergoënd y otros en la fundación del PCN? Los jesuitas de México se forman en Europa; esto les permite estar en contacto con las nuevas corrientes de pensamiento, como las propuestas católicas en materia de lo social. El punto de inflexión viene a ser la encíclica Rerum Novarum de León XIII (1891). No se puede entender la labor de la Compañía sin tener en cuenta que la doctrina social de la Iglesia en ese momento está enmarcada por esta encíclica; desde aquí, la Provincia Mexicana de la Compañía de Jesús encarna y difunde entre los católicos una militancia con características sociopolíticas. El Papa sostiene que la Iglesia tiene el deber de intervenir en materia social, e invita a una total reconstrucción, restauración de la sociedad.58
Esta restauración social significa el restablecimiento de la paz perdida entre las clases antagónicas de la sociedad, especialmente las representantes del capital y del trabajo,59 e invita a todos los obreros católicos a organizarse en sindicatos.60 Aunque la difusión de la encíclica al principio es bloqueada por la mayoría de los obispos mexicanos,61 más tarde es dada a conocer gracias a una edición anotada que publica Bergoënd, quince años después, en 1906.62
El pensamiento social de León XIII ofrece a los católicos en México una alternativa ante la situación de crisis nacional con que se había iniciado la última década del siglo XIX. Entonces surge una serie de esfuerzos de varios jesuitas, a los que se suman algunos católicos mexicanos, por responder a los problemas sociales planteando soluciones desde la óptica cristiana.63
Se puede señalar una primera etapa en estos esfuerzos, algunos anteriores incluso a la Rerum Novarum, que corresponde a las últimas décadas del siglo XIX. Los jesuitas son los pioneros, en 1872 en Puebla, con su Colegio Pío de Artes y Oficios;64 es un intento de solucionar la “cuestión obrera”.65 Organizan luego los Círculos Católicos establecidos en el Distrito Federal (1882), Puebla (1886), Guadalajara y Mérida (1901), y Chihuahua (1904). Representan una ruptura respecto al movimiento católico mexicano anterior; es una corriente que ya se inclina por la participación política. Asumen la devoción al Sagrado Corazón como un símbolo, pero ya con repercusiones sociopolíticas, que desembocará en el culto a Cristo Rey.66 Este concepto, que es una noción de poder temporal, responde a una Iglesia que plantea un activismo político: intervenir en la sociedad a través de la formación de partidos católicos.
Otra etapa de mayor trascendencia aparece en la primera década del siglo XX. Es la implementación del catolicismo social, que tiene un claro sentido político, y que promueve, a partir de 1902 y gracias al llamado de Ricardo Sanz de Samper,67 los obispos y sacerdotes mexicanos de diferentes diócesis, formados por los jesuitas de la Universidad Gregoriana68 y que habían vivido en el Colegio Pío Latino de Roma,69 en particular, el obispo Mora y del Río.70
Esta segunda etapa favorece la creación de organizaciones más amplias. Se inicia con la fundación de la Confederación de las Congregaciones Marianas, en 1902.71 La primera Congregación, establecida en 1871, fue la de Nuestra Sra. de Guadalupe y San Luis Gonzaga, en la iglesia de Santa Brígida,72 en el Distrito Federal.73 Después, de 1894 a 1904, se fundan Congregaciones en todas las casas y colegios de la Provincia.
Vienen luego los Congresos Católicos Sociales (1903-1909), en los que toman parte activa los miembros de la Orden. El primero se celebra en Puebla y es preparado por el P. José Mateo Bustos.74 El segundo Congreso, celebrado en Morelia en 1904, analiza la cuestión obrera. El tercero es en Guadalajara, en 1906; ahí ya se critica al antiguo régimen y se va asumiendo “lo católico” como identidad y propuesta política.75 El cuarto es en Oaxaca en 1909, donde surge la idea de la creación de los Operarios Guadalupanos.
En 1908 la Compañía inicia varios Centros Obreros. En Orizaba, el núcleo fabril más grande entonces en la República, con alrededor de 15 000 obreros, se abre un centro para oponerse al influjo del Club Liberal de Obreros.76 Ahí mismo, se funda la Escuela de San José para Obreros,77 que pretende contrarrestar la influencia socialista y masónica. Y en Puebla otro,78 que para 1913 cuenta con más de 1 500 miembros.79
En 1909 surge un cambio de actitud entre varios católicos ante lo político.80 Es cuando algunos militantes cristianos proponen ya un proyecto sociopolítico autónomo, el PCN, frente a la crisis final del porfiriato, entre 1909 y 1911, y van a luchar, durante un lustro, de 1909 a 1914, por llevarlo adelante.81
La aventura con Madero
Con la crisis provocada por el desafío de Madero al sistema político porfiriano, se da lugar al inicio de un proceso de mayor participación ciudadana que representa para los católicos la oportunidad para estructurar el PCN. Pero los problemas del Partido con Madero empiezan muy pronto. El PCN apoya la candidatura de don Francisco a la presidencia de la República, a pesar de que “el Señor Madero declara su hostilidad a los principios del Partido”.82 En este punto me distancio de Gutiérrez Casillas, porque considero que no interpreta bien sus fuentes al señalar que “nunca fueron objetados los principios del partido, que le parecieron bien a Madero”.83 Además, Madero también exige que sea aceptada la candidatura de José María Pino Suárez para la vicepresidencia, aunque todo el país la rechaza.84 El PCN no apoya esta nominación y en su lugar postula a Francisco de la Barra.85
En las elecciones del 15 de octubre de 1911 triunfa Madero. La planilla Madero-Pino Suárez logra el 53 por ciento de los votos. Los norteamericanos otorgan inmediatamente su reconocimiento al nuevo Presidente de México, quien toma posesión el 6 de noviembre de 1911,86 mas para algunos jesuitas que analizan después los acontecimientos, aun
en las elecciones presidenciales de 1911 hay, como en el tiempo del general Díaz, imposición de candidatos; no de parte del Presidente interino, sino del Apóstol de la Democracia y de su Partido Constitucional Progresista87 que, por reprobables medios, impiden el triunfo electoral de Emilio Vázquez Gómez [del Partido Antirreeleccionista,88 para la vicepresidencia], de Bernardo Reyes [del Partido Reyista],89 o de Francisco León De la Barra [del Partido Católico, también para la vicepresidencia].90
Esto nos hace pensar que Madero, más allá de sus principios, cayó en el juego de la política no democrática.91 Además, si el Madero revolucionario arrastró a multitudes, la popularidad va disminuyendo para el Madero ya gobernante. El problema aparece sobre todo cuando, por los compromisos de clase de los maderistas, las vagas promesas de reforma social contenidas en el Plan de San Luis, sobre todo la del reparto agrario, se van postergando hasta desembocar en la insubordinación del zapatismo.92
Por otra parte, para el PCN siguen los problemas; el 30 de junio de 1912 el Presidente, por su inclinación a favorecer al grupo anticlerical de su hermano Gustavo A. Madero, tiene la debilidad de tolerar que sean ilegal y atentatoriamente desechadas las credenciales de la mayor parte de los diputados católicos.93 Esto manifiesta que el “laboratorio democrático” que se genera con el Estado maderista también lleva consigo nuevas formas de manipulación del voto. Aquí aparece el anticlericalismo de Estado que abrazarán los gobiernos de la Revolución. Y Madero no estuvo ajeno a estas manipulaciones.94
Sin embargo, a partir de estas elecciones se puede medir el desarrollo e influjo que el PCN ha adquirido. Logra ganar varias curules en las Cámaras, gracias a la educación electoral y a la creación de la identidad partidista que ofrece a sus miembros.95 El partido presenta cinco candidatos para la Suprema Corte, 19 para el Senado y 193 para la Cámara de Diputados; de éstos consigue sacar adelante sólo a cuatro senadores y a 29 diputados pertenecientes a la XXVI Legislatura,96 que inicia el 12 de septiembre de 1912. Los estados de mayor representación católica en el Congreso son: Guanajuato, Jalisco, México, Michoacán y Zacatecas. Los diputados del PCN tratan de conjurar la Revolución por medio de una legislación avanzada, tanto en el campo político como en el social.97 Aunque no haya logrado sobrepasar a otros partidos, su posición le permite ser el fiel de la balanza, pues los escaños ganados en ambas Cámaras son suficientes para formar una mayoría con los científicos, e incluso con los reyistas.
El PCN crece rápidamente; hacia los años de 1912-1913 llega a tener 485 856 militantes;98 lo que le coloca a la vanguardia de la organización partidista en México.99 Habría que valorar este dato, teniendo en cuenta que la población total del país, en 1912, es de alrededor de 13 millones y medio de habitantes; y quitando mujeres y niños, queda una población electoral total de un poco menos de tres millones y medio de electores100 (y eso sin tener en cuenta que muchos se abstienen de votar); de los cuales, cerca de medio millón son del PCN. Pero no tardan en reaccionar en contra del PCN los miembros del Partido Liberal.101 La consolidación del PCN provoca entonces la radicalización del anticlericalismo.
En Guadalajara se crea una fuerte tensión entre los liberales-conservadores102 y el PCN; esto muestra la lucha por el poder que está sucediendo.103 Los ataques contra el PCN se dirigen justo hacia el colegio de los jesuitas, el Instituto de San José, y contra su rector, el P. Manuel Díaz Rayón, diciendo que él es el alma del partido; “lo que es absolutamente falso”, según escribe el Provincial al Asistente de España.104 Lo que sí consta es que varios exalumnos del colegio, que ahora estudian en la universidad, militan de modo activo en el PCN;105 y, desde 1911, el director de la Sociedad de Antiguos Alumnos del Instituto de San José, es Bergoënd.106 Una estrategia de los jesuitas, entonces, es conseguir influencia en la estructura política a través de estas sociedades de exalumnos establecidas en cada colegio de la Compañía. Con esto podemos inferir que los jesuitas influyeron, aunque de manera indirecta, en las elecciones de 1912.
Alfredo Méndez Medina, S. I., y el problema social
En el trabajo social-político destaca el P. Alfredo Méndez Medina, quien regresa a México el 11 de diciembre de 1912,107 después de estar seis años estudiando en Lovaina, Bélgica.108 En enero de 1913, un mes antes del derrocamiento de Madero, Bergoënd y Méndez Medina asisten como asesores109 a la segunda Dieta de la Confederación Nacional de los Círculos Católicos de Obreros, respaldada por el episcopado mexicano, en Zamora.110 En ella, Méndez Medina propone la sindicalización como la forma más apropiada de agremiación católica,111 varios años antes de que existiera la CROM. También apoya una reforma sobre la propiedad de la tierra, aunque gradual, al defender para el pueblo un “bien de familia”, un patrimonio inembargable e indivisible, una pequeña finca rural.112 Esta propuesta aparece muy temprano, en 1913; Lázaro Cárdenas no llevará a cabo la reforma agraria sino hasta 1934.
Los jesuitas y Madero
Pero, efectivamente, ¿cómo había sido la relación de los jesuitas con Madero? ¿Hasta dónde se puede afirmar que conspiraron contra él, y que así se explica la agresividad antijesuítica del carrancismo, que se decía querer reivindicar a Madero?
Madero es alumno de los jesuitas en el colegio de Saltillo y miembro de la Congregación Mariana. Está ahí hasta 1886,113 después de cursar la primaria. Ya adulto manifiesta tener un espíritu iluso y bondadoso, pero cae en las redes del espiritismo.114 Una vez iniciada, la Revolución maderista es bien recibida por la Compañía, porque “auguraba una era de libertad política y religiosa en que entraron con entusiasmo todos los católicos militantes (obispos, clero y jesuitas)”.115 Esta caracterización ya nos indica la postura que van a asumir muchos miembros de la Orden durante la lucha armada. Así, a los lados del maderismo, los jesuitas surgen como nuevos actores que, junto con otros, al ser trasmutados por los acontecimientos, permanecen y fructifican en el universo político del país.116
Las relaciones entre los jesuitas y Madero, ya presidente, inicialmente son de colaboración. A fines de diciembre de 1911, Madero pide al provincial Ipiña que envíe algunos misioneros para pacificar a los yaquis y reparar las injusticias que con ellos había cometido el antiguo régimen. El Provincial manda al P. Manuel Piñán a Hermosillo.117 Madero, luego, devuelve a los jesuitas el antiguo colegio de Tepotzotlán, que le piden para formar ahí misioneros para El Yaqui.118
El desencanto: implicación de los jesuitas en la muerte de Madero
Pero las cosas no sucedieron como los jesuitas habían esperado con Madero. “Los decepcionó; era de muy buena voluntad, pero de pocas luces, no discernía tanto; y se dejó arrastrar por sus familiares que no tenían tan puras intenciones como él”.119 Y los jesuitas se van desilusionando porque el deterioro del regimen significa el fin de una esperanza de cambio social.120 Varios de los que conspiran contra él se ponen en contacto con algunos miembros del PCN, en enero de 1913. Éstos piden orientación a los obispos Mora y del Río, Eulogio Gillow, José Otón Núñez y Emeterio Valverde, que están reunidos en la Dieta de Zamora, junto con Bergoënd y Méndez Medina. La respuesta unánime es “que era ilícita la rebelión contra el legítimo gobernante, y que por ningún motivo podrían los católicos, […] participar en conspiración alguna”.121
No obstante, después Villa llega incluso hasta a inculpar a los jesuitas de algo muy grave: de que habían colaborado con Huerta para mandar matar a Madero; esto dará pie para la supuesta reivindicación carrancista contra la Compañía. El P. José Méndez, uno de los que van a ser expulsados del colegio de Saltillo por Villa, sostiene que éste les grita antes de torturarlos: “Ustedes le ayudaron a Huerta, con su dinero, a matar a Panchito Madero”.122 La base de estas acusaciones no ha sido comprobada por la historiografía. Además, existe otro dato importante al respecto: se acusa a Mora y del Río de haber financiado el golpe contra Madero; lo grave es que lo dice el delegado apostólico, Tomasso Boggiani, en su informe de 1914 al Vaticano.123
Por lo demás, el interés de aparecer como el vengador de Madero, por parte de Carranza, fue un mero pretexto para desplegar los ataques contra los católicos; y, consecuentemente, contra los jesuitas. En realidad había un conflicto entre los dos líderes: “don Venustiano y don Francisco estaban en pésimas relaciones; […] ya en las postrimerías del régimen [...] la animadversión era indudable”.124 Un “importante colaborador” de Madero asegura incluso que Carranza intentaba conspirar contra Madero.125 En conclusión, creo que, como todo en la historia, la relación y problemática de Madero con Carranza es multifactorial.
Una alternativa política no partidista: la ACJM
Bergoënd intuye que hay que preparar a los jóvenes para que intervengan en la configuración de los destinos de la Patria. Para eso necesita organizar una asociación que se proponga cooperar a la restauración del orden social cristiano. Se basa en la Asociación Católica de la Juventud Francesa.126 Es posible que Bergoënd considere que, en ese momento, la opción política partidista ya no es prioritaria; por eso, en noviembre de 1912, prefiere retirarse de la asesoría al PCN.127 Se puede conjeturar que deja el partido porque en su seno empiezan a surgir posturas con las que no está de acuerdo.
El 9 de marzo de 1913 Bergoënd sustituye a Heredia en la asesoría de la Liga de Estudiantes Católicos y del Centro de Estudiantes Católicos y les propone la creación de la Asociación Católica de la Juventud Mexicana (ACJM).128 Esta asociación trabajaría, primero, en el campo de la acción cívica, para después influir en decisiones orientadas en favor de la Iglesia y del país, actuando en la vida política de la nación. La asociación se va a dedicar a la “acción social”: ayuda a la estabilidad de la familia, apoya a los obreros desde el sindicalismo católico, y busca la legislación más adecuada para la protección de los débiles. La ACJM es producto de las inquietudes organizativas derivadas de las enseñanzas de León XIII, encaminadas por igual a lo social que a lo político.
La ACJM se funda en agosto de 1913, durante el Segundo Congreso Mariano Nacional, por la unión de la Liga Nacional de Estudiantes Católicos con las Congregaciones Marianas;129 el 20 de octubre de 1913 se integra también el Centro de Estudiantes.130 Tanto el lema “Por Dios y por la Patria”, como la práctica que realiza, nos dejan ver que la ACJM tiene, desde sus orígenes, una orientación política y social.131
Victoriano Huerta tolera la fundación de esta nueva organización “religiosa”.132 Esta asociación poco a poco va a ir llenando una larga historia de acción política respaldada por la Iglesia, incluyendo manifestaciones no violentas, como el apoyo al homenaje a Cristo Rey, y boicots de protesta por las leyes anticlericales.133 Bergoënd “cultivó [...] a los jefes que más tarde acaudillaron la defensa de Dios y de la Patria”,134 en la Guerra cristera. El Arzobispo de México declarará después que la ACJM fue, durante la Revolución, la principal defensora de la Iglesia.135 Ésta es la primera ACJM, la original (1913-1929), que se caracteriza por su radicalidad y heroísmo durante la Guerra de los cristeros; después surgirá otra ACJM, la institucional (1929-1935), cuando la jerarquía la sujete a los obispos.136
Los círculos de estudios y los sindicatos
Un mes después del asesinato de Madero, hacia marzo de 1913, Méndez Medina organiza tres Círculos de Estudios Sociales en la capital.137 El primero es el Centro León XIII, para la elaboración de leyes laborales. Después establece otro, con preceptores de algunos Círculos Católicos de la Confederación Obrera,139 para organizar a los obreros sindicalmente. Y el tercero está destinado a profesionistas y comerciantes.140
En la lucha de poder que se va dando entre los grupos organizados por la Compañía y los de los liberales,141 una prioridad de los Círculos de Estudios es proponer al Congreso de la Unión leyes sociales.142 Pero algunas, como la del Bien de Familia y la de las Uniones Profesionales,143 sólo logran ser aprobadas en el Congreso local de Guadalajara.144
En cuanto a los sindicatos, el primero que Méndez Medina establece es el de Artes Constructivas, para albañiles y canteros en la capital del país. Plantea entonces cambiar de estrategia frente al problema social: pasar de los Círculos Católicos de Obreros a los sindicatos católicos, y contrarrestar así el sindicalismo socialista.145 A pesar de los estragos de la Revolución, llega a agrupar más de 30 000 obreros. Su obra progresa y va a durar hasta 1924, cuando la CROM corporativizará a todos los obreros del país.146
Sobre la intervención de los jesuitas en el campo social, el padre General Wernz, en marzo de 1913, puntualiza: “está bien que promuevan obras sociales eficazmente, pero procuren no intervenir en su administración temporal, ni en cuestiones políticas”; prefiere que más bien ayuden a pobres y obreros desde el terreno espiritual.147 Esto manifiesta una advertencia, aunque velada, sobre la asesoría de algunos jesuitas al PCN, y la dirección de organizaciones sociopolíticas como la ACJM. Además, la documentación muestra una tensión entre lo social y lo político; es difícil señalar una línea divisoria entre los dos ámbitos. Queda ambigua a partir, precisamente, del impulso de la Rerum Novarum. La dimensión política muchas veces queda oculta detrás de la “acción social”.148
Conclusiones
Para cerrar este artículo, podemos subrayar que el inicio de la Revolución sorprende a los jesuitas. Al principio, los miembros de la Compañía no dan mucha importancia a los acontecimientos del comienzo del conflicto; pero, en cuanto los maderistas crean problemas en el templo jesuita de Parras, el padre Provincial se preocupa tanto porque se pueda recrudecer la lucha, como porque Estados Unidos pueda invadir el país.
Aunque el fenómeno revolucionario no aparece como algo sorpresivo para todos los miembros de la Orden: en el contexto de la primera década del siglo XX, ya hay un proyecto político y social de algunos jesuitas, previo a la Revolución; y, a pesar de que se verá afectado por ésta, lucharán por llevarlo adelante durante varios años. Las figuras emblemáticas que empiezan a destacar por su actividad sociopolítica son los padres Bergoënd, Heredia y Méndez Medina. Estos personajes sintetizan la actividad de otros miembros de la Orden que, no obstante que no aparecen o aparecen poco, simpatizan y apoyan la causa. Como árbitro o ejecutor central entre los jesuitas aparece el padre Provincial, en este momento el P. Ipiña. El hilo conductor de la narración son los “Apuntes” y el libro inédito de Decorme, que recogen muchas cartas con información de autores ahora desconocidos para nosotros, pues se perdieron con la Revolución. Como ejemplo, podríamos señalar la correspondencia de varios jesuitas, “cartas y autógrafos que han llegado a nuestras manos, algunos de los cuales existen aún en el archivo”;149 pero la mayoría ha desaparecido. Principalmente las cartas anuas e historias de cada casa o colegio de la Provincia.150
A raíz del movimiento internacional producido por la Rerum Novarum respecto a la acción social católica, y del contexto nacional caracterizado por la “paz porfiriana”, algunos jesuitas organizan y asesoran grupos que puedan participar en política con el fin de modificar la Constitución, lo que tiene como consecuencia la formación del Partido Católico Nacional; y así, varios militantes católicos pasan de la acción social a la acción política, asesorados por jesuitas.
En 1913 los jesuitas quieren para el país un cambio político democrático y legal, a través del PCN; pero, a causa de las divisiones ideológicas que surgen en el Partido, Bergoënd prefiere dejar la asesoría del éste y forma una organización sociopolítica de jóvenes, la ACJM, que tendrá impacto a nivel nacional.
Los jesuitas aprovechan así el espacio que les deja Huerta para formar grupos de militantes e impulsar las actividades sociopolíticas. En este momento no hay una clara línea divisoria entre el trabajo social y el político. Empiezan a florecer los Círculos de Estudios que promueven leyes en beneficio de los trabajadores, y se desarrollan los sindicatos organizados por Méndez Medina. La Compañía establece desde todos sus frentes, teniendo en cuenta la orientación propia de cada institución, programas para la solución de la cuestión social, en un contexto de lucha por ganar áreas de influencia frente a la labor de los liberales.
A lo largo de este recorrido, he mostrado cómo los jesuitas estaban implicados políticamente, durante la primera etapa de la Revolución, con un proyecto de carácter democrático, a través de las instituciones que impulsaron para organizar la participación de muchos militantes católicos, en particular por su intervención en la formación del PCN. Esta postura contrasta con la posición que asume la mayoría del clero, que prefiere mantenerse en una actitud pasiva ante la orientación anticlerical que va tomando la Revolución maderista. También, he analizado cómo este proyecto jesuita chocó con Madero y, sobre todo, con los grupos anticlericales liderados por su hermano Gustavo. Por último, he expuesto la manera en que, después del fusilamiento del “apóstol de la democracia”, los miembros de la Orden prefieren, en este nuevo contexto, privilegiar las organizaciones sociopolíticas no partidistas como la ACJM, los Círculos de Estudios Sociales y los Sindicatos Católicos, con el propósito de cooperar así con la restauración del orden social cristiano.
Con el abordaje que he realizado, doy cuenta de cómo la Compañía de Jesús actuó a distintos niveles para vivificar las “asociaciones intermedias”, y del modo particular en el que se puso en práctica el catolicismo social en México, a partir de los principios de la democracia cristiana expuestos en la encíclica Rerum Novarum. Esto se llevó a cabo a través de organizaciones sociopolíticas impulsadas por la Compañía a lo largo de todo el país.
Aunque, finalmente, Decorme advierte que, para la Provincia mexicana, el año de 1913 y la mitad de 1914 son “como un Domingo de Ramos, seguido de las más trágicas semanas”,151 pues la mayoría de estas iniciativas va a terminar ahogada por los embates de Huerta y luego por la Revolución carrancista, a partir de la expulsión y salida de los jesuitas del país en 1914. Sin embargo, va a persistir, junto con algunas Congregaciones Marianas, una institución que servirá de puente hasta el retorno de la Compañía y que será la base para el nuevo desarrollo de las obras sociopolíticas: la ACJM.