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Convergencia

On-line version ISSN 2448-5799Print version ISSN 1405-1435

Convergencia vol.30  Toluca  2023  Epub Jan 26, 2024

https://doi.org/10.29101/crcs.v30i0.21280 

Artículos

Marcas territoriales corporales: navegando las aguas de mujeres rurales en el Valle del Aconcagua

Francisca Victoria Rodó Donoso 1  
http://orcid.org/0000-0003-1359-8489

1Universidad Bernardo O’Higgins, Chile, francisca.rodo@ubo.cl


Resumen:

Este artículo tiene como objetivo abordar los mecanismos de resistencia colectiva que las mujeres rurales despliegan a partir de las transformaciones en la habitabilidad rural del Valle del Aconcagua en Chile. La investigación se desarrolla en las zonas rurales de Pullalli y Olmué —con base en una etnografía encarnada colaborativa—, mediante técnicas de historias de vida con mujeres rurales en talleres colectivos y entrevistas abiertas a agentes clave, para dar cuenta de las agencias que se generan desde la habitabilidad del cuerpo. Los hallazgos evidencian que las mujeres movilizan sus agencias desde la vinculación del cuerpo, el territorio y las desigualdades del sistema sexo/género. Se establece la sostenibilidad de la vida como un engranaje que suscita dinámicas de crisis y exposición, pero también de movilizaciones y acciones que se asientan en los procesos territoriales que devienen de la escasez hídrica, las marcas territoriales corporales y la creación de redes de solidaridad.

Palabras clave: mujeres rurales; sostenibilidad de la vida; género; cuerpo; resistencias.

Abstract:

The aim of this article is to address the mechanisms of collective resistance that rural women deploy as a result of the transformations in rural habitability in the Aconcagua Valley in Chile. The research is developed in the rural areas of Pullalli and Olmué —based on a collaborative embodied ethnography— through life history techniques with rural women in collective workshops and open interviews to key agents to account for the agencies that are generated from the habitability of the body. The findings show that women mobilize their agencies from the linkage of the body, territory, and the inequalities of the sex/gender system. Establishing the sustainability of life as a gear that generates dynamics of crisis and exposure, but also mobilizations and actions that are based on territorial processes arising from water scarcity, body territorial marks, and the creation of solidarity networks.

Key words: rural women; sustainability of life; gender; body; resistances

Introducción

Los estudios sobre las problemáticas que aquejan las vidas de las mujeres rurales han sido abordadas desde las jerarquizaciones de la diferencia sexual que forman parte del sistema sexo/género (Rubin, 2015) . Tales problemáticas han llevado a investigar procesos que involucran en el siglo XXI la emancipación precaria (Valdés, 2015) , la feminización del campo (González, 2014; Vizcarra y Loza, 2014) , los emprendimientos productivos (Mora et al., 2016; Mora y Constanzo, 2017), el acceso y la flexibilización laboral de las mujeres rurales (Rodríguez y Muñoz, 2015) , junto a las transformaciones que han sucedido en el espacio del hogar y el medio rural, debido a la desagrarización del campo (Carton de Grammont, 2009) .

Este estudio reúne los hallazgos de la tesis doctoral sobre prácticas y experiencias organizativas de mujeres rurales en el Valle del Aconcagua en Chile, durante el periodo 2021-2022; específicamente es un estudio sobre y desde la corporalidad a partir de una propuesta metodológica desde la etnografía encarnada y colaborativa (Rodó, 2023) . Se trata de un proceso metodológico que se inserta en las aportaciones de la epistemología feminista (Collins, 1986; Harding, 1987 y 1995; Haraway, 1988) y los feminismos descoloniales. Como señala Lugones (2008, 2011 y 2014), interesa observar y reconocer los aspectos de las resistencias y acciones de las mujeres que emergen desde la habitabilidad del cuerpo y del territorio (Cabnal, 2019) , para identificar las formas en que las mujeres resisten a la colonialidad de género (Lugones, 2008 y 2011), pero también a las jerarquizaciones históricas que se enmarcan en la heteronormatividad obligatoria (Rich, 1996) , al acrecentar las dicotomías cartesianas en torno a los cuerpos.

Dichas dinámicas permitieron pensar el cuerpo de las mujeres a partir de la conjunción: cuerpo, sistema sexo/género y territorio, a fin de visibilizar las experiencias y prácticas de las mujeres 1 en el territorio rural. De esta manera, se reconocen los hallazgos que en las experiencias de las mujeres se encarna el conocimiento situado que marca la biografía personal, pero también la historia colectiva, al insertarse en el intercambio de la memoria común, mediante la conjunción temporal pasado-presente-futuro (sin la linealidad de tal lectura). En este sentido, el cuerpo de las mujeres se expresa a partir de aspectos sensoriales, emocionales, materiales y discursivos que provienen de pensar las categorías de investigación en procesos de interrelación constantes, observando la acción como la capacidad de comprensión (Arendt, 1995) que deriva de pensar la exposición de los cuerpos como una condición de la vida humana (Butler, 2006 b y 2018), proceso que se sumerge en las formas de afectar y verse afectadas.

En este tránsito, la exposición de los cuerpos no es ajena a la exposición del territorio, por ello se decidió considerar los aspectos de las transformaciones en la habitabilidad como rasgos distintos que se entrecruzan y configuran dinámicas en la vida de las mujeres rurales; es decir, la habitabilidad remite a considerar los procesos de interdependencia colectiva que vinculan la vida de las mujeres, desde aspectos emocionales, sensoriales y materiales en relación con las características actuales que se desarrollan en los territorios de Pullalli y Olmué, en la región de Valparaíso.

Tales características se presentan tomando en cuenta el énfasis del sistema de agroexportación (Valdés, 2015) , el crecimiento de los monocultivos, la disminución del suelo agrícola de las familias campesinas, la privatización del agua y la escasez hídrica, la ocupación de nuevos dispositivos y tecnologías para la gestión de la vida en el territorio rural, y aspectos relacionados a las repercusiones de las políticas nacionales y locales que provienen de instituciones oficiales públicas. Al considerar las vinculaciones del territorio con el cuerpo y el sistema sexo-género, la investigación llevó a comprender lo siguiente: ¿Cómo la corporalidad de las mujeres rurales se vincula a la habitabilidad del territorio?, y a partir de ello ¿cuáles son los significados y memorias que quedan dentro del registro de la experiencia, asentando memorias y marcas territoriales-corporales?

Tales interrogantes permitieron avanzar en las aportaciones del cuerpo-territorio (Cabnal, 2013, Gómez, 2014; Paredes y Guzmán, 2014; Colectivo Miradas Críticas del territorio desde el feminismo, 2017), la sostenibilidad de la vida (Carrasco, 2001; Pérez Orozco, 2012 y 2015; Dobreé, 2018) y las reproducciones de la heteronormatividad, observando las acciones que las mujeres llevan a cabo para sostener, por un lado, la vida en los territorios rurales, y por el otro, los procesos de interdependencia colectiva.

De esta manera, navegar las aguas del cuerpo sitúa el énfasis en el proceso metodológico etnográfico feminista en relación con el estudio de la vinculación cuerpo-territorio. Proceso que permite visibilizar las dinámicas de interdependencia colectiva que se dan entre las mujeres y lo no humano, a modo de ejemplo, la relación específica de las mujeres con el agua, a partir de la cual el territorio visibiliza las dicotomías: público/privado, productivo/reproductivo, hombre/mujer, al subvertir y desestabilizar las violencias heteronormativas del sistema moderno capitalista que afecta a los territorios rurales. Así, la pluriversidad de corporalidades femenizadas en su relación con el ecosistema vivo ponen en evidencia los procesos de sostenibilidad de la vida en los territorios rurales, especificando las relaciones Estado-mercado-hogares y territorio, desde una mirada política, social y económica que disminuye las violencias hacia las mujeres y el territorio rural.

La sostenibilidad de la vida: del trabajo de cuidados al cuerpo-territorio

Desde la visión de la economía feminista se reconoce que el sistema capitalista ha llevado a profundizar la división dicotómica entre productividad/reproductividad, lo cual históricamente ha invisibilizado la inexistencia de una distancia real entre lo productivo y reproductivo (Carrasco, 2006) . Tal división impuesta y sostenida se ha afirmado en la corporalidad de las mujeres, ya que forma parte de la división de roles que se sostienen mediante el sistema sexo/género (Rubin, 2015) . En este sentido, y a partir de la economía feminista, se visibiliza el proceso del circuito de la economía ampliada desde los hogares, los cuales se transforman en productores de bienes y servicios (Esquivel, 2011) . Ello no sólo evidencia las relaciones económicas que se producen dentro de los hogares, sino cómo las familias y las comunidades expanden sus beneficios con relación a sus necesidades. Debido a ello, las unidades de análisis desde la economía retoman las unidades de mercado, Estado y hogares, las cuales permiten repensar tal circuito de relaciones.

Como señala Carrasco (2006: 33) , “la ceguera histórica y analítica de los pensadores clásicos, les impide ver y categorizar la decisiva aportación económica de las mujeres a la reproducción social y familiar”. Esta lógica androcéntrica de sostener la mirada económica invisibiliza las prácticas y acciones de las mujeres desde el hogar, y también el propio espacio que se habita, mediante el ocultamiento de las relaciones que se tejen a partir del territorio, para pensar la sostenibilidad de las familias y la comunidad.

En este sentido, Federici (2018) analiza los aspectos del salario, la fuerza de trabajo y las relaciones de producción, para identificar que el salario funge como un instrumento para la organización social. El salario sustenta jerarquías que se enmarcan en las desigualdades y relaciones de poder provenientes de la configuración del sistema sexo/género, “de crear grupos de personas sin derechos, que invisibiliza áreas enteras de explotación como el trabajo doméstico al naturalizar formas de trabajo que en realidad son parte de un mecanismo de explotación” (Federici, 2018: 15).

Para el caso de las mujeres rurales, tales conflictos plantean también la interrogante sobre lo campesino y la agricultura, lo que se ha denominado economía campesina. Principalmente lo campesino (Heyning, 1982; Chayanov, 1986) también ha solapado las prácticas y acciones económicas de las mujeres campesinas, sobre todo si se consideran los aspectos de estudios asociados a la: producción agrícola, la producción para la subsistencia, la división urbana/rural y el control y toma de decisiones sobre la tierra (Deere, 2019) .

Al considerar las divisiones de género y el control sobre los recursos, la tenencia de la tierra es un ejemplo de elemento histórico de control y vigilancia sobre el cuerpo de las mujeres. Tal desigualdad plantea una brecha entre la producción de hombres y mujeres: empresarial y campesina; espacio que desde los estudios sobre nueva ruralidad (Kay, 2009) han abordado la incorporación al mercado laboral de las mujeres a partir del sector agroexportador.

De esta manera, erróneamente se aborda el trabajo desde el acceso al mercado laboral de las mujeres olvidando sus diversas formas de producción desde los hogares. Más importante aún, se reproducen los estereotipos de género asociados biológicamente a las mujeres, con base en una visión patriarcal de la familia nuclear dentro del sistema heterosexual, que se sustenta en la exclusión del trabajo de cuidados (Esquivel, 2011) .

Como señala Espino (2011) , vincular la categoría de género al análisis económico lleva a cuestionar la falsa noción liberal sobre el sustento de las necesidades básicas del ser humano, en el sentido de que son justamente esas necesidades las que se han cubierto históricamente con el trabajo no reconocido ni remunerado de las mujeres. Desde la creación de la Asociación Internacional para la Economía Feminista, en1992, se han configurado nuevos indicadores y conceptos para develar la vinculación y visibilización del trabajo de las mujeres, considerando las dinámicas y experiencias que surgen a partir de los conflictos del sistema sexo/género.

Con ello, “el cuidado es la piedra angular de la economía y de la sociedad” (Esquivel, 2015: 64) , articulación que ha permitido observar temáticas que vinculan al Estado, los hogares, el mercado y las comunidades, profundizando sobre los conflictos del capital y la vida. En función del cuidado, Rodríguez (2007) establece que se da en un espacio que no se encuentra delimitado, ya que lleva a pensar en “bienes, servicios, actividades, relaciones y valores relativos a las necesidades más básicas y relevantes para la existencia y la producción de las personas, en las sociedades en las que viven” (Rodríguez, 2007: 230).

Del cuidado también interesa el funcionamiento entre elementos materiales en su vinculación con el cuerpo, así como aquellos procesos emocionales y sensoriales que emergen desde los afectos, ya que estos van delimitando formas en que las mujeres y las sociedades establecen sus relaciones económicas, sociales y políticas. En este sentido, el cuidado descansa en las mujeres o en servicios públicos del Estado, con limitantes que no permiten observar que “el cuidado no sólo se brinda en los hogares y en las comunidades, sino también en la esfera pública y mercantil” (Esquivel, 2015: 68-69) .

Para esta investigación se reconoce la visión de la economía feminista, pues el punto de partida surge de la sostenibilidad de la vida. Entendiendo a la sostenibilidad de la vida (Carrasco, 2001; Pérez Orozco, 2012) como el concepto articulador que permite visibilizar las acciones y prácticas de las mujeres rurales, al demostrar que el ideal de la economía liberal ha solapado las relaciones de interdependencia, al sustentar la noción de independencia; noción propia del sujeto liberal moderno, sujeto que se enmarca en la figura del hombre trabajador/asalariado. Con ello, la sostenibilidad de la vida posibilita pensar en las tensiones del capital y la vida (Carrasco, 2001; Pérez Orozco, 2015), con base en los cuidados, la participación social, las redes de cuidado, los afectos y relaciones que surgen desde las necesidades principales de las sociedades.

Estas formas de sostener la vida generan un impacto en la corporalidad de las mujeres, impacto que hace referencia a lo que significa sostener la vida: “la vida es vulnerable y precaria, por lo que no existe en el vacío y no sale adelante si no se cuida” (Pérez Orozco, 2015) . Como señala Butler (2006 b) , entender la vulnerabilidad como una condición de la vida humana permite identificar que la vida depende de otros, y es el cuerpo y el espacio que viven esa exposición, cuerpo que transita entre la exposición y la resistencia como una forma de agencia.

En este contexto, es el cuerpo el que se pone en movimiento y también el que moviliza los afectos y las emociones, cuerpo material, cuerpo subjetivo. Dobreé (2018) especifica que el cuidado “exige tiempo y dedicación, además de saberes concretos y una notable capacidad para resolver los problemas de manera creativa y con los recursos que se tienen a la mano” (Dobreé, 2018: 73); ello genera una vinculación directa, como señala el autor, entre cuerpo, mente y emociones, al identificar los procesos de coexistencia y las formas en que fungen los afectos.

Como explica Butler (2006 a) , el cuerpo tiene una dimensión pública, sobre todo si se reconoce e identifica la materialidad del cuerpo, porque es mediante éste, como organismo vivo, de carne y piel, que se desarrollan acciones de trabajo para la sostenibilidad de la vida. Quiroga (2019) especifica que la dimensión corporal debe involucrarse en los procesos económicos, ya que posibilita cuestionar “qué cuerpos hacen qué trabajos, para así pensar la manera diferencial que el feminismo y el reconocimiento a la colonialidad aportan en la comprensión de las economías populares y sociales” (Quiroga, 2019: 157). Esto involucra reconocer que la investigación y los sucesos se viven desde el lugar del ser, y que son los propios conocimientos situados de las mujeres los que generan, desde el estar encarnadas (Haraway, 1988; Harding, 1995) , los múltiples posicionamientos que emergen de las interrelaciones entre cuerpo, mente, subjetividad y materialidad en relaciones personales y colectivas.

En este sentido, pensar la corporalidad de las mujeres y la sostenibilidad de la vida en su relación directa significa identificar aquellos catalizadores que forman parte de las prácticas sexuales de la lógica binaria heterosexual. Es por ello que el territorio cuerpo ((Cabnal, 2010) identifica los elementos discursivos y simbólicos sobre el cuerpo de las mujeres, pero también hace alusión al cuerpo como el primer territorio usurpado materialmente. Desde los feminismos comunitarios, el cuerpo se convierte en el eje central de la teoría feminista, al entender que lo personal es político (Cabnal, 2010 y 2013; Gómez, 2014) . Para que el cuerpo exista necesita de un entendimiento de lo que posibilita su vida, aspecto que visibiliza la reproducción de la vida desde un amplio sentido; por eso el territorio cuerpo tierra también pone el énfasis en el lugar de la dignidad y la resistencia (Cabnal, 2010 y 2017) frente a la economía de dominio, la cual impone una lógica de expropiación en el territorio.

El sistema capitalista desestabiliza y pone en peligro la relación de las sujetas y sujetos sociales con el territorio, y la noción de sostenibilidad de la vida desde el territorio cuerpo tierra (Tzul, 2015; Bolados y Sánchez, 2017) . Esto se debe a que la noción de desarrollo afecta la naturaleza y, por tanto, la “noción del cuidado a un mundo que trasciende los bordes de lo meramente humano y se extiende a la vida en su dimensión más amplia y abarcadora” (Dobreé, 2018: 19) . Como especifican las autoras de la economía feminista (Pérez Orozco, 2015; Rodríguez, 2015; Carrasco, 2007), es trascendental comprender que los cuidados no hablan de personas que son solamente dependientes; al contrario, los cuidados visibilizan el lugar histórico de violencia patriarcal asignado a las mujeres desde la producción y reproducción de la vida.

Metodología

Los resultados aquí presentados se enmarcan en la tesis doctoral sobre experiencias y prácticas corporales de mujeres rurales en el Valle del Aconcagua en Chile. Esta investigación buscó observar cómo desde la habitabilidad del cuerpo y el territorio las mujeres rurales resisten en acciones personales y colectivas. Para ello, se llevó a cabo una muestra en las provincias de Petorca (Pullalli) y Marga Marga (Olmué), en la región de Valparaíso. El trabajo de campo constó de tres fases que se desarrollaron en 2021 y 2022. La primera corresponde al acercamiento de los colectivos y agrupaciones de mujeres en el Valle del Aconcagua; la segunda fue el acompañamiento durante cuatro meses de los colectivos y agrupaciones de mujeres, lo que permitió posteriormente la selección de las agrupaciones y localidades; y la tercera constituyó el inicio de ciclos de talleres colaborativos durante ocho meses, espacio desde el cual se desplegaron técnicas de investigación cualitativa con base en la epistemología feminista.

Las sesiones colaborativas y el trabajo de campo consideraron las categorías de la investigación: cuerpo, territorio y sistema sexo/género. A partir de estas categorías se realizaron los ciclos de talleres (véase Tabla 1) 2 y acercamientos territoriales con las mujeres desde sus cotidianidades, utilizando un acercamiento etnográfico con base en: los itinerarios corporales (Esteban, 2008) , la experiencia encarnada (embodied) para dar cuenta de los conocimientos situados (Harding, 1987; Haraway, 1988; Esteban, 2004) y las corpobiografías (Rodríguez et al., 2021) . Mediante ellas se registraron historias de vida, observación participante, cartografías corporales y cartografías cuerpo-tierra. Éstas se llevaron a cabo con la agrupación Manos de mujer en Olmué (seis participantes) y la agrupación Mujeres del Agua en Pullalli (siete participantes).

El proceso metodológico comprendió instancias de diálogo y escucha, pues el navegar las aguas del cuerpo y el territorio significa identificar los flujos y las contracorrientes que marcan las corporalidades humanas y no humanas en el ámbito de la ruralidad. Esto quiere decir que a partir del intercambio con las mujeres se construyó una etnografía encarnada y colaborativa (Rodó, 2023) , que situó la experiencia sensorial, emocional y reflexiva respecto de las transformaciones en los territorios rurales en vinculación directa con el cuerpo material y subjetivo. Por ello, las sesiones plantearon cartografías corporales, cuerpo-tierra, elementos de construcción estéticos a partir del trabajo en greda, y la vinculación del discurso con el cuerpo mediante el teatro o caminatas conjuntas en el territorio.

Cabe destacar que para ahondar en el estudio y observar las dinámicas estructurales en torno a la sostenibilidad de la vida y los procesos de resistencia de las mujeres, se realizaron nueve entrevistas a profundidad a: 1) instituciones oficiales: Fundación para la Promoción y Desarrollo de la Mujer (en adelante: Fundación Prodemu); 2) organizaciones independientes: Warmikuti feminismo comunitario, Mujeres y Ríos Libres, Mujeres Modatima; 3) instituciones gubernamentales: Instituto de Desarrollo Agropecuario (Indap), Programa de Desarrollo Local (Prodesal) y la Gobernación Regional de Valparaíso.

Resultados

El análisis de la información se desarrolló según las subcategorías que conformaron el cuerpo teórico de las categorías de la investigación. El análisis en el software Atlas.Ti permitió identificar las experiencias y prácticas de las mujeres que generan sus procesos de resistencias individuales y colectivas. En torno a tales procesos, las inquietudes respecto de la corporalidad retoman la subcategoría de sostenibilidad de la vida: 1) Creación y ocupación de redes de solidaridad; 2) Dedicación al trabajo de cuidados y doméstico; y 3) Formas de contención. De la misma manera, como parte de la categoría de corporalidad, resistencias: 1) Conflictos territorio cuerpo- tierra, y 2) Prácticas y acciones organizativas. En su vinculación directa con el territorio, la subcategoría de habitabilidad rural: 1) Experiencias y prácticas rurales; 2) Transformaciones en la habitabilidad rural; 3) Dispositivos y tecnologías para la gestión de la vida; 4) Significados en la habitabilidad rural, y la subcategoría de memoria: 1) Marcas territoriales/corporales. De forma transversal en la investigación, la acción de las mujeres rurales se pensó imbricada desde la colonialidad de género (Lugones, 2011) y la heteronormatividad, a fin de visibilizar las reproducciones de las violencias (Tabla 1).

Escasez hídrica y conflictos territorio cuerpo tierra

Uno de los hallazgos más relevantes —que no fue considerado en un primer momento desde la investigación— es la escasez hídrica. Este fenómeno marca las trayectorias corporales de las mujeres rurales en el Valle del Aconcagua, debido a la importancia que tiene para la sostenibilidad de la vida en los territorios. Es a partir de la exposición del cuerpo y del territorio como las mujeres generan prácticas y acciones para disminuir los conflictos derivados de la actual política que privatiza el agua en Chile. En este sentido, la escasez hídrica formó parte del análisis en torno a la categoría de territorio y los procesos de resistencia desde la corporalidad, y como resultado de la investigación modificó las subcategorías que se identificaron en un primer momento.

La privatización del agua en Chile se consagró en la Constitución de 1980, a partir de la elaboración del Código de Aguas en 1981. Contemporáneamente, la privatización del agua afecta a las familias que habitan los territorios rurales del Valle del Aconcagua, no sólo por la concentración de la propiedad del agua, sino por la misma escasez hídrica ambiental que tienen las localidades, lo cual genera transformaciones en la habitabilidad rural. “En zonas rurales tenemos problemas serios de agua, los camiones aljibes no están dando abasto, no nos estamos haciendo cargo de la mala distribución del agua, estamos priorizando el monocultivo en vez del consumo humano” (Coordinadora Provincia de Quillota, Fundación Prodemu, 2022).

Pensar la escasez hídrica requiere de una transversalización del género que sea capaz de reconocer las desigualdades existentes entre hombres y mujeres en relación con uno de los bienes más importantes del territorio rural, el agua; puesto que son las mujeres quienes se encargan, en dichos territorios, de realizar el trabajo agrícola familiar, el trabajo de cuidados y doméstico, que deben efectuarse con el agua proveniente de camiones aljibes, los cuales entregan actualmente 20 litros de agua al día para el consumo familiar.

Comenzamos a trabajar en este proceso porque todas nuestras compañeras que viven en el territorio, su gran mayoría, viven desde cerca la escasez hídrica. Golpea sus familias, golpea sus cuerpos, su vida diaria, ¿me entendí? Nosotras empezamos a ver cuáles eran los primeros problemas, por ejemplo, defecar en bolsas plásticas. Y cuando el año 2009 nos declaran zona de catástrofe hídrica, era porque la gente estaba defecando en bolsas plásticas. Pero nadie se preguntaba por las mujeres que menstruaban, por ejemplo, su salud sexual y reproductiva (Lorena, Mujeres Modatima, 2022).

La escasez hídrica ha acarreado problemáticas asociadas a: enfermedades de tipo sexual y reproductiva, migración forzada, migración del sector rural, conflictos medioambientales relacionados con la agroexportación versus la economía de las y los campesinos, junto al debilitamiento de la seguridad alimentaria familiar y la desintegración de la misma unidad familiar. Ello se acrecienta al considerar que las mujeres no tienen acceso a las discusiones de gestión del agua, ya que su baja autonomía económica no lo permite. Esto se debe a los precios actuales de los derechos de aprovechamiento de agua en Chile, la acreditación del agua y el porcentaje actual de mujeres rurales que tiene tenencia de la tierra en el país.

Yo creo que esta visión desde el territorio tierra es traer esta memoria ancestral de que estamos conectadas y conectados con los espíritus de los bosques que nos hablan. Entonces cuando una va al bosque se comunica con esos espíritus, el hecho de conectar con ellos y ellas y validar su existencia no te deja ya ser indiferente. Entonces para mí, mi cuerpo siempre va a necesitar de eso, este cuerpo se moviliza y vive en ese lugar, por eso estamos siempre en la resistencia de los ríos ahora que nos están saqueando el agua, y ¿qué va a pasar ya no sólo con el cuerpo sino con la comunidad? (Mayra, Warmikuti, 2022).

Actualmente es impensable sostener la vida de los territorios rurales sin agua, es por ello que dentro de los conflictos del territorio cuerpo-tierra se sostienen las tensiones económicas neoliberales sobre los cuerpos y territorios. Las resistencias y movilizaciones de las mujeres surgen desde lo que el cuerpo de las mujeres vive en los territorios: “Ver cómo todo ha ido cambiando, cómo todo se ha despojado, cómo nosotras tenemos la convicción de mantenernos juntas a pesar de todas las dificultades” (Raquel, Mujeres del Agua, 2022). Estas dificultades repercuten en la organización colectiva de las mujeres, pues marcan aspectos que llevan a pensar en la sensorialidad de los cuerpos (Sabido, 2019( ).

De esta manera, la sensorialidad se moviliza en afectos y emociones que marcan la performatividad (Butler, 2006 a) en manifestaciones sociales, mediante los nuevos significados que genera el habitar un nuevo contexto rural. El acto performativo es expresión y actuación, un proceso de manifestación de la normatividad heterosexual y colonial que se imprime sobre los territorios rurales, al asentar dinámicas de precarización y desigualdades sobre las comunidades rurales y las mujeres.

La sequía y el despojo del agua, junto con los cambios territoriales, son parte de la vida de las mujeres rurales. La escasez golpea las actividades de sus vidas cotidianas y moviliza emociones con las cuales las mujeres conviven en su diario vivir: “Pasar por la laguna y ver cómo ha bajado la laguna, yo lograba darme cuenta de la sequía, el robo que ha sufrido el territorio, pasar por lugares plantados y al frente seco” (Priscila, Mujeres del Agua, 2022).

Mediante las relaciones entre categorías de análisis, se identifica que la escasez hídrica es parte de las transformaciones en la habitabilidad; y es a partir de ella como las mujeres generan redes de solidaridad, puesto que impacta en la disminución de producción de alimentos y en la gestión cotidiana de la agricultura familiar campesina. La valorización del cuerpo se genera en la relación material/subjetiva que va en resguardo de la defensa y la resistencia del territorio, al comprender las relaciones de interdependencia colectiva que existen en el territorio.

Ya no podemos sembrar lo mismo de antes, no cosechábamos la cantidad que cosechábamos antes. Entonces empecé a vivir en carne propia lo emocional del río, empecé a ver la carencia del agua, ¿cómo estaba afectando eso no sólo en mi vida y en la de mi familia, sino en la de todo el pueblo y los campesinos y campesinas? (Marcela, Mujeres del Agua, 2022).

En este sentido, las transformaciones que se han asentado en los territorios rurales están asociadas directamente al modelo agroexportador en Chile y la privatización del agua. Este modelo ha privilegiado —como se recoge de las entrevistas a profundidad— la privatización del agua, el monocultivo, el desarrollo inmobiliario, una visión obrerista de quien trabaja el campo, la sobreexplotación de la agricultura y desigualdades que provienen de la división urbana /rural. Dichos elementos visibilizan una vulnerabilidad que, desde el modelo de políticas públicas económicas y sociales, crean precarizaciones sobre la ruralidad, precarizaciones que en el marco de la investigación sustentan relaciones de poder y marcan desde un lugar histórico qué vidas son vivibles y en qué condiciones.

A partir de ello, Butler (2009) establece que la precariedad es construida y reproducida socialmente, mediante las condiciones infraestructurales de la existencia humana. Desde la investigación y como hallazgo, la precariedad también se construye hacia los territorios rurales, con base en un modelo económico agroexportador que genera impactos negativos en la habitabilidad de las comunidades en los territorios rurales.

Es bien terrible, la gente está migrando, se está dedicando a otro tipo de actividades, se viene a la ciudad, a estudiar hacer carreras universitarias, porque son las únicas posibilidades de desarrollarte, porque así lo ha construido el sistema. Entonces cada vez queda menos gente en el campo, y también asociado a que cada vez tenemos menos agua, cada vez menos materia prima (Directora región de Valparaíso, Fundación Prodemu).

Estas

problemáticas se profundizan con las reproducciones heteronormativas al no considerar las jerarquizaciones que existen entre hombres y mujeres. Dichas desigualdades se identifican en la relación de los hombres y las mujeres con el acceso a bienes y recursos; por ello, las mujeres rurales experimentan directamente en sus vidas las tensiones económicas neoliberales sobre el cuerpo y el territorio. Estas invisibilidades son producidas y reproducidas por el sistema moderno colonial de género (Lugones, 2008; Curiel, 2014) , ya que existe una imbricación sistémica que se desarrolla a partir del capitalismo, el género, la raza y la clase. Estas categorías no se intersectan de forma aislada, es decir, una a una, sino que fungen como una matriz sistémica que pone en evidencia las diferencias sustantivas entre las mismas mujeres que habitan la ruralidad.

Sin embargo, la política heterosexual entrecruza las agrupaciones de mujeres en Pullali y Olmué, como la construcción de sus corporalidades y vivencias en los territorios. Es por ello que, a partir de los hallazgos, se demuestra que los programas públicos actuales de la Fundación Prodemu con Indap, junto a los desarrollados por el Prodesal, emancipan y desarrollan una autonomía precaria (Valdés, 2010) en las mujeres rurales.

Esto se debe a múltiples factores, entre los más importantes se encuentran: acreditación de alcantarillado, acreditación de agua, acreditación de tenencia de la tierra y la visibilización de autonomía económica. Tales requisitos impiden el ingreso de las mujeres a los programas públicos, lo cual —como señalan las autoridades del Prodesal de Olmué— es impensable, porque “en el sector rural que no tiene alcantarillado, no van a poder desarrollarse nunca, entonces van a estar saltando siempre la ley para poder vender mermeladas, por ejemplo” (Representante Prodesal Olmué, 2022).

Estas políticas neoliberales sobre el cuerpo y el territorio evidencian la desprotección sobre las familias rurales y las mujeres (Valdés, 2010; Caro, 2013; Rodríguez y Muñoz, 2015; Rodríguez et al., 2019), porque las transformaciones actuales manifiestan la insostenibilidad del modelo agrario chileno. Ello se encuentra en completa relación con el sistema moderno colonial de género (Lugones, 2011) , al continuar sustentando una mirada antropocéntrica sobre la naturaleza y androcéntrica en torno a las mujeres, un modelo que privilegia los procesos de acumulación capitalista, fomentando la individualidad e invisibilizando las relaciones de interdependencia colectiva que existen entre los seres humanos y no humanos.

Sostenibilidad de la vida y marcas territoriales corporales

La escasez hídrica es un gran desafío para la sostenibilidad de la vida en las comunidades rurales, y al mismo tiempo da cuenta de lo que involucra para las mujeres, desde sus procesos materiales y subjetivos, sostener la vida. Por medio de las sesiones colectivas se trabajó sobre cartografías corporales, cartografías cuerpo-tierra, y en el caso de Mujeres del Agua, se registró el cuerpo mediante la expresión del teatro y del movimiento. Los registros dan cuenta del movimiento del cuerpo y la emoción. En este sentido, cómo la rabia y el dolor se convierten en movilizadores de la acción colectiva: “Cómo a pesar de nuestras realidades, de todos nuestros quehaceres, los dolores, carencias y ajetreos, somos capaces de hacer cosas positivas y bellas, y que van en pos de un bien común” (Marcela, Mujeres del Agua, 2022).

La mayor parte de estos dolores, cansancios, miedos y violencias provienen de la división heteronormativa entre trabajo productivo y reproductivo, sustentado en la división sexual del trabajo (Carrasco, 2017) ; el trabajo de cuidados impuesto a las mujeres impacta directamente sobre sus vidas, generando marcas territoriales corporales. Dichas marcas se definen, a partir de los hallazgos, en los impactos que genera la heteronormatividad sobre el cuerpo de las mujeres, considerando que el cuerpo es el primer territorio de conquista (Cabnal, 2010) . Este cuerpo se moviliza, acciona y se expone desde las relaciones de poder existentes dentro de la matriz de imbricación de opresiones (Espinosa, 2016) , las cuales marcan sus trayectorias de vidas.

En ese sentido, las acciones de las mujeres surgen desde ese espacio de comprensión (Arendt, 1995), que lleva a pensar las violencias y cómo a partir de vivirlas desde aspectos materiales, sensoriales y subjetivos evocan la movilización como una forma de subvertir las relaciones de poder. Son marcas territoriales porque se alojan en el cuerpo, ocupando un espacio concreto, un órgano, una zona específica, lugar desde el cual las mujeres identifican y reconocen la emoción. Tal emoción lleva también a las mujeres a pensar en los conflictos del territorio que afectan el cuerpo, entre ellos la escasez hídrica y el impacto directo que tiene para las familias rurales, al ocasionar la disminución de la seguridad alimentaria y la vida del territorio.

De esta manera, la vida en el territorio trasciende la noción de que las marcas territoriales corporales son sólo dinámicas y movimientos de lo que sucede hacia y desde el cuerpo de las mujeres, pues llevan a pensar la noción de territorio cuerpo tierra (Cabnal, 2010 y 2017) y entender que el cuerpo no puede vivir ni movilizarse sin lo que lo sostiene. Tal proceso comprende en la investigación el reconocimiento de que las marcas territoriales corporales se interrelacionan con procesos de dependencia colectiva, los cuales forman parte del territorio y de la vida de las mujeres.

Yo he vivido como dos etapas, una esclavizada en la casa y otra como emprendedora, una puede demostrar como emprendedora que puede hacer muchas cosas y ponerse al nivel o incluso superior al hombre. Porque como el hombre no le da plata a una, una cree que no va a poder hacer nada, ni sobrevivir. Ellos buscan muchas veces la forma de ponerte la pata encima (Manuela, Manos de Mujer, 2022).

El trabajo de cuidados y los elementos que derivan de la sostenibilidad de la vida deben pensar también en el impacto que generan en las mujeres. La entrega y el cuidado que realizan ellas están acompañadas de emociones que afectan y exponen a las mujeres en el territorio: “Una se cuestiona todos los días si lo hace mal, una sabe todos los días que lo hizo mal, pero que venga alguien de afuera a decirte que lo haces mal no es necesario” (Prisicila, Mujeres del Agua, 2022). Estas culpabilidades movilizadas como fuerza de coerción patriarcal dificultan la acción organizativa de las mujeres rurales, al registrar cómo la política heterosexual genera formas de control y vigilancia sobre el cuerpo de las mujeres. Dicha política reproduce el cuerpo sexuado femenino (Torras, 2007) y los roles de género que derivan de la construcción social de la diferencia sexual, mediante una lógica binaria que se naturaliza a partir de la normatividad de los cuerpos.

Se trata de una pluriversidad de cuerpos femenizados que se arraigan al espacio del hogar, como si en tal lugar no figurara el trabajo que las mujeres o las niñas realizan en el cuidado de los hijos y hermanos, en el trabajo doméstico y en la alimentación del hogar que deriva del trabajo agrícola. Estos mecanismos de control y vigilancia en los hallazgos provienen de una superinflación de la masculinidad (Segato, 2016), que delimita el ejercicio de acción de las mujeres. Asimismo, dicho ejercicio no sólo lleva a pensar en quién es la pareja, sino también en los propios mecanismos que la sociedad posee para determinar los espacios de acción mediante la asignación sexual de género, a fin de otorgar un funcionamiento al sistema económico actual (Carrasco, 2006; Federici, 2018).

Esta lógica de dominación se observó en la investigación, al establecer el espacio privado como el único lugar transitable para las mujeres, proceso que desarrolla baja autonomía económica, trabajo no remunerado —y por tanto invisibilizado—, violencia física, simbólica y psicológica junto a dinámicas de imposición asociadas a los roles de género. Algunas de las mujeres destacan estos elementos y visibilizan la ausencia de su presencia (Carrasco, 2001; Pérez Orozco, 2015): “La persona que hacía el elástico y cubría todos los gastos era mi mamá. Además de todas las responsabilidades de cuidar a los hijos, los nietos, cuidar los animales, ver los terrenos medieros” (Javiera, Manos de Mujer, 2022).

Estas asignaciones sociales y culturales permean en la continua invisibilidad de las acciones de las mujeres, ocultando la ilusoria separación que se da entre lo público/privado. Ello porque las mujeres, a partir de sus historias de vida, han puesto en evidencia que sus acciones colectivas surgen desde sus hogares; las mujeres se reúnen, gestionan y accionan formas de resistencias colectivas. Tales procesos permiten identificar elementos políticos desde los hogares y no fuera de ellos. Al contrario, la separación pública/privada es funcional al dominio del hombre, pues los hombres ejercen violencias en este espacio que son invisibilizadas, con la premisa de que lo que se oculta no se ve. De esta forma, la política heterosexual sobre las corporalidades y el territorio dificulta la acción de las mujeres, pero al mismo tiempo demuestra cómo las corporalidades en su relación con el territorio son intersectadas por procesos históricos, políticos, económicos, culturales y simbólicos, que impactan en la materialidad del cuerpo de las mujeres y en sus subjetividades, desde sus posiciones encarnadas.

Debido a ello, las sensaciones, afectos y emociones llevan a pensar en los hallazgos del lugar del cuerpo como el espacio y punto de partida donde se genera la agencia. Mediante las interrogantes sobre cómo desde lo que el cuerpo vive, siente y expresa desde la conjunción material, subjetiva y territorial, se desarrollan momentos de comprensión en la vida de las mujeres que las conducen a la acción; a pesar de que estos momentos estén delimitados por sensorialidades que ellas identifican como negativas, como lo son el dolor, las culpas, los miedos y penas.

Ello permite comprender el lugar del cuerpo como el espacio de la memoria, aquel espacio que sostiene las marcas territoriales corporales: “Sentí que salía esa fuerza en el corazón y la mente, porque es sacar fuerza y el estómago porque estaba pensando en que me iba arrepentir, pero salimos adelante” (Celestina, Manos de mujer, 2022). Esa duda e inquietud en el momento de comprensión es el elemento que genera espacios de despatriarcalización, los cuales trastocan la dominación masculina sin que exista aún una frontera clara entre lo personal y lo colectivo.

En ese momento tuve que sacar fuerzas del estómago porque sentía que no tenía fuerzas, sino que me movilizaba la emoción, la emoción que tuve que crear en ese momento para poder despegarme de ellos. Lo hice, si no lo iban a pasar muy mal conmigo. En ese tiempo que yo estaba, porque tenía a toda mi familia en contra, por dejarme a un bebé que no era de mi marido, ya estábamos separados, pero ahí me dije: ¡mis hijos van a sufrir y yo no quiero eso para mí! Me dieron vuelta la espalda, a mí nadie me hablaba (Lorena, Manos de Mujer, 2022).

Las resistencias de las mujeres son desde y con el cuerpo; ellas crean acciones desde el espacio del trabajo de cuidados y por la sostenibilidad de la vida de sus territorios, familias y comunidades. “El ser mamá significa proteger algo, hay un tema que es proteger la vida, el agua es vida, y qué es ser mujer, el ser humano en sí es 90% de agua” (Priscila, Mujeres del Agua, 2022). Estos cuidados trascienden la noción personal en los territorios rurales de Olmué y Pullalli. Desde la exposición del cuerpo y el territorio las mujeres generan acciones colectivas como la creación de redes de cuidado, defensa ambiental, desarrollo económico y co-gestión para la vida cotidiana. El cuidado involucra, desde la agrupación Manos de Mujer y Mujeres del agua, la capacidad de generar formas de contención y redes de solidaridad que dan cuenta de lo que involucra la sostenibilidad de la vida.

Con base en la económica feminista, se pudo registrar, observar y comprender la diversidad de trabajos que las mujeres realizan, a pesar de que la mayoría no sea remunerado, así como la dedicación, el tiempo asignado, el sostener la vida en las comunidades mediante la exposición del mismo cuerpo. Ello permite identificar el impacto de la sostenibilidad de la vida desde el cuerpo, y también la fuerza movilizadora en las acciones personales/colectivas. En este sentido, como señala Espino (2011) , las mujeres son productoras de bienes y servicios desde los hogares, porque generan alimentos para la seguridad alimentaria de sus familias, dedican tiempos a sembrar y cosechar, a la utilización de nuevos dispositivos y tecnologías que permiten elementos de sostenibilidad en territorios sin agua, y a cambios en rubros productivos debido a las problemáticas de los territorios rurales.

La sostenibilidad de la vida en los territorios rurales desde las marcas territoriales corporales responde a la interrogante: ¿Cómo hacen las familias para asegurar la continuidad en el territorio, considerando las transformaciones en las zonas rurales? En este sentido, pensar la vida y lo que se necesita para continuar la existencia permite observar los mecanismos de agencia que generan las mujeres. “Empiezan a participar las mujeres con la creación de huertas urbanas, huertas familiares, donde ellas tienen sus huertas sobre todo para abastecer su autoconsumo y el de sus familias” (Representante Indap, Los Andes, 2022). Las mujeres ocupan los bienes comunes mediante la reutilización de agua, la co-gestión de huertas urbanas, generando dispositivos para la gestión de la alimentación de los animales; a modo de ejemplo: el forraje verde hidropónico y el uso de cebada o avena para los animales.

Mediante las entrevistas a organizaciones sociales y el trabajo colectivo que se realiza en el territorio, se identificó cómo el cuidado se extiende más allá del cuidado de lo humano; es decir, involucra reconocer a todos los seres vivos que permiten la sostenibilidad de la vida. Estos procesos de interdependencia colectiva dan cuenta de la relación entre cuerpo-tierra-territorio (Cabnal, 2010 y 2017), lo cual posibilita salir de la visión antropocéntrica y visibilizar que son las mujeres, desde sus posiciones socialmente asignadas, las que mayoritariamente son cuidadoras, cultivadoras y proveedoras. Estas acciones avanzan con la defensa ambiental frente a la escasez hídrica, pues el actual modelo desarrollista agroexportador —que se sustenta en una noción capitalista racional eurocentrada— genera marcas, memorias, prácticas y signos en las corporalidades de las mujeres.

El actual modelo agroexportador en los territorios rurales encuentra sus cimientos en los procesos de contrarreforma agraria (Bengoa, 2017), que se iniciaron bajo la dictadura militar chilena (1973-1989), la cual fue profundizada en 1990 por los primeros gobiernos democráticos en el país. Con ello se generó una privatización de la agricultura que fue fomentada y sostenida por el capital extranjero y nacional (Valdés, 2015) ; esto originó que las inversiones se deslocalicen y relocalicen para continuar reproduciendo un modelo de desarrollo sustentado en la exportación de sur a norte. Al mismo tiempo, la implementación del actual sistema neoliberal ha generado en la ruralidad condiciones de precarización e inestabilidad, debido a los tipos de empleos y de contratos, al poco acceso a la previsión social de los empleos temporales, al elevado porcentaje de rotación y las condiciones laborales (Hernández y Pezo, 2010) ; tales procesos impactan de forma diferenciada en hombres y mujeres. Esto se debe mayoritariamente a que son los cuerpos feminizados, las juventudes y las niñeces los que se ven expuestos al impacto de la agroindustria.

Redes de solidaridad y sostenibilidad de la vida

Las redes de solidaridad son parte del resultado de la acción de las mujeres para la sostenibilidad de la vida, dichas redes están marcadas por objetivos comunes, entre ellos, el desarrollo de rubros productivos para la autonomía económica y la defensa del agua desde la justicia ambiental. Desde el Indap y la Fundación Prodemu, se busca fortalecer la asociatividad a fin de empoderar a las mujeres y fortalecer la autonomía económica, para lo cual “tenemos grupos de mujeres que trabajan en conjunto, que producen juntas. Aquí en San Antonio tenemos varios sectores, en Bucalemu estuve hace poquito en un grupo de hortalizas que ellas producen todas juntas y venden todas juntas” (Directora regional, Fundación Prodemu, 2022). El fortalecimiento de la asociatividad permite abordar la justicia salarial, al reconocer las desigualdades existentes entre hombres y mujeres en relación con el trabajo y por tanto el salario (Federici, 2018) .

Respecto a las agrupaciones, las redes de solidaridad posibilitan la acción organizativa de las mujeres, pues movilizan, a partir de las experiencias compartidas, las resistencias a la exposición que viven desde sus cuerpos y territorios. Para el caso de la escasez hídrica y las transformaciones en la habitabilidad rural, las prácticas y acciones emergen desde la exposición del cuerpo en el territorio, de la vulnerabilidad como condición de la vida humana (Butler, 2006 b) . La noción de interdependencia colectiva da cuenta de cómo la escasez hídrica moviliza las redes de solidaridad, a fin de enfrentar las dinámicas de violencia desarrollista que afectan el territorio y la pluriversidad de corporalidades, en el impacto de la privatización del agua y su acaparamiento, y como consecuencia la disminución en la producción de alimentos. De esta manera, con base en la gestión cotidiana de cuidado, las mujeres logran una valoración positiva desde sus cuerpos y el territorio.

Me hace continuar el darme cuenta día a día que va más allá de una, que nosotras somos mujeres que por casualidad se juntaron con una meta en común y todas distintas. Hay hijos, nietos, sobrinos, niños, familias que no se acuerdan del agua aquí en el territorio, es una generación que ya perdió el recuerdo del agua, ¿qué pasa con el resto para atrás que no tiene ni idea? (Priscila, Mujeres del Agua, 2022).

Las integrantes de Mujeres del Agua dan cuenta de que la movilización de la acción organizativa tiene relación directa con los problemas del agua en Pullalli. A través del teatro, del movimiento del cuerpo, de los actos de denuncia, ellas buscan transmitir en la gente “acciones importantes como sacar emociones, cambios de pensamiento, cuando tú logras ver eso te reafirmas y hay que seguir hasta cuando se pueda” (Marcela, Mujeres del Agua, 2022). Tales procesos van acompañados de dinámicas de frustración, de conflictos internos, pues la misma organización colectiva debe hacer frente a dinámicas de heteronormatividad que delimitan la acción de las mujeres. En este sentido, las mujeres dan cuenta de que el cuidado y la sostenibilidad de la vida son posicionamientos que se dan socialmente, los cuales generan formas de afectar y exposiciones hacia las corporalidades de las mujeres. “Lo más expuesto es el sentimiento de culpa, de salir, que una sabe que le van a decir algo, es un peso muy grande” (Tania, Mujeres del Agua, 2022).

Es fundamental constatar que en los hallazgos la sostenibilidad de la vida origina una dinámica dialéctica que transita y se tensa a partir de entender el cuidado como agencia y normatividad. Debido a ello, las prácticas y acciones organizativas de las mujeres buscan generar espacios de contención entre ellas, al visibilizar que esta tensión se encuentra presente en la misma capacidad de acción colectiva. De esta manera, los espacios buscan crear procesos de solidaridad, “porque ese colapso tiene que tener un apañe, sigue nomás, nosotras vemos cómo te ayudamos y cómo lo hacemos” (Raquel, Mujeres del Agua, 2022). Asimismo, la acción colectiva vincula las normatividades provenientes del sistema sexo/género y cómo desde el sentir —y vivir esas violencias— existe una fuerza movilizadora que se genera desde la corporalidad en su relación directa con el territorio, mediante emociones, percepciones y afectos.

Para finalizar y considerando los relatos biográficos y colectivos, con base en los hallazgos se define la sostenibilidad de la vida como engranaje de la exposición del cuerpo de las mujeres, espacio histórico donde el sistema patriarcal ha generado procesos de control y vigilancia, reproducido violencias y asentado marcas corporales mediante la reproducción de roles que derivan del sistema sexo/género (Rubin, 2015) . ¿Qué sostiene el cuerpo? Por medio de tal interrogante, desde la división reproductiva que se enmarca en la sostenibilidad de la vida, las mujeres rurales visibilizan elementos históricos de resistencias que se asientan en las memorias colectivas y cocrean el registro biográfico mediante las emociones que las tensionan, movilizan y afectan. Esta capacidad de acción se registró en la investigación a partir de la creación de redes de solidaridad, formas de contención que comprenden una noción de interdependencia colectiva entre el cuerpo material y el territorio que se habita.

De esta manera, la sostenibilidad de la vida (Carrasco, 2001; Pérez Orozco, 2015; Varela, 2017; Dobreé, 2019) , en su definición desde los territorios rurales, comprende que el acontecer de las mujeres rurales involucra el modelo desarrollista racional y antropocéntrico; es por ello que las mujeres rurales piensan en el funcionamiento completo de la red de la vida (Cabnal, 2017) . Esto permite identificar las jerarquizaciones de la diferencia sexual, el uso de dispositivos y tecnologías para la gestión de la vida, la escasez hídrica, el trabajo de cuidados, las transformaciones en la habitabilidad rural y cómo tales procesos marcan sus cuerpos y los territorios.

Así, la sostenibilidad de la vida transita entre el espacio butleriano (2006b y 2018) de la vulnerabilidad y la resistencia, espacio que visibiliza y asienta la capacidad de afirmación de las mujeres rurales al develar cotidianamente los conflictos del capital y la vida (Pérez Orozco, 2015) . Este aspecto de la vulnerabilidad reconoce que existen relaciones de dependencia, es decir, la sostenibilidad de la vida visibiliza la relación entre vida/pérdida (Butler, 2006 b) . Dicha pérdida se observa en la exposición del cuerpo de las mujeres a partir de las transformaciones en la habitabilidad rural, y da cuenta de la pérdida que también vive el territorio rural considerando el agua, la tierra, los seres vivientes y el bosque. Esta noción en la investigación lleva a pensar, desde los resultados, que la sostenibilidad de la vida permite identificar las cadenas de cuidado, como cadenas que sostienen la vida misma, siendo la acción organizativa y, por ende, la agencia el engranaje principal que conflictúa la exposición del cuerpo.

Mediante la sostenibilidad de la vida, las relaciones de poder que se sustentan en las dicotomías cartesianas hombre/mujer, productivo/reproductivo, remunerado/no remunerado visibilizan las formas en que las mujeres movilizan sus emociones y esfuerzos para el resguardo de la vida. Es por ello que la política heterosexual genera, a partir de los cuidados, formas de afectar que impactan en la pluriversidad de corporalidades de mujeres, quienes al ser las principales sostenedoras de la vida piensan la vida regenerativa, no sin antes sentir frustración, culpa, dolor y cansancio. La sostenibilidad de la vida entonces no hace referencia sólo a la satisfacción de las necesidades básicas de las mujeres (Pérez Orozco, 2004) , como expresan algunas investigadoras, porque las mujeres rurales significan la vida desde una interrelación íntima entre el cuerpo y el territorio, duele en el cuerpo y afecta la expropiación, la escasez hídrica, el incremento de monocultivos, sienten en el cuerpo la inseguridad que deriva de la disminución de los alimentos. Esta noción trasciende la ocupación por la vida humana, da cuenta de la visión y la forma en que las mujeres cuidan la vida; por tanto, no hay sólo crisis y exposición en los cuidados (Pérez Orozco, 2015), hay engranajes, movilizaciones y acciones que ponen en evidencia las resistencias colectivas de las mujeres.

Reflexiones finales

El presente artículo exploró la interrogante: ¿Cómo la corporalidad de las mujeres rurales se vincula a la habitabilidad del territorio? Este despliegue se realizó con agrupaciones de mujeres en el Valle del Aconcagua en Chile, las cuales tienen objetivos de organización que se vinculan a las problemáticas socioambientales y al desarrollo de rubros productivos, a fin de generar autonomía económica. En este sentido, los hallazgos permiten ver que en la vida de las mujeres rurales no existe una distinción entre los aspectos materiales, subjetivos y sensoriales en relación con la corporalidad y el territorio. Es más, desde las mujeres rurales existe una noción de interdependencia colectiva, noción que se desarrolla en la exposición misma del cuerpo y del territorio. Tal exposición marca los significados y memorias que quedan dentro del registro de la experiencia, asentando memorias y marcas territoriales-corporales; es decir, el cuerpo se moviliza y acciona desde la exposición, generando acciones concretas que derivan en la acción organizativa de las mujeres.

Dentro de las exposiciones destacan las transformaciones en la habitabilidad rural, factores asociados a la migración rural/urbana, migración juvenil, disminución del trabajo agrícola, reducción del suelo agrícola e incremento de monocultivos. La disminución del suelo agrícola también se debe a factores asociados al crecimiento inmobiliario y a cambios en los rubros productivos de las familias, a fin de generar ingresos económicos para éstas. La sostenibilidad de la vida se ve amenazada en los territorios y en los hogares por el sistema agroexportador y las consecuencias directas que el sistema neoliberal ha generado en las unidades campesinas familiares. Cabe destacar que uno de los factores de mayor importancia es la escasez hídrica, la cual da cuenta de la unión entre cuerpo y territorio.

La escasez hídrica golpea sobre todo el trabajo de cuidados y doméstico que realizan las mujeres; ello crea marcas territoriales corporales que ponen en evidencia la función de las emociones y de los afectos. Es por eso que existe una continuidad en términos de investigación que resulta interesante, y que evidencia cómo operan las emociones y los afectos en las resistencias colectivas de las mujeres rurales, considerando el espacio de la memoria corporal y territorial. De esta manera, a pesar de que la sostenibilidad de la vida da cuenta de las acciones y del espacio de agencia de las mujeres, también visibiliza el papel histórico asignado a éstas, lo cual lleva a pensar en la sostenibilidad de la vida también como reproductor de relaciones desiguales en torno a la política heterosexual sobre los cuerpos.

Finalmente, la centralidad que adquieren las redes de solidaridad y formas de contención como espacios de agencia en la vida de las mujeres rurales permite comprender que la sostenibilidad de la vida y los conflictos que derivan del territorio cuerpo tierra generan engranajes para la acción colectiva, al ser parte de las resistencias de las mujeres a la colonialidad de género, la exposición del cuerpo en el territorio, y a la política heterosexual que marca los espacios de control y vigilancia en la vida de las mujeres rurales.

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1 Hablo de experiencias de mujeres pues inicio del reconocimiento de la diversidad dentro de un análisis teórico-metodológico que considera los aspectos sistémicos del funcionamiento de las opresiones, a partir de ello, las mujeres conocen desde un lugar situado específico.

2La tabla se encuentra en el Anexo, al final del presente artículo (Nota del editor).

3 I speak of women's experiences because I start from the recognition of diversity within a theoretical-methodological analysis that considers the systemic aspects of the functioning of oppressions, from this, women know from a specific situated place.

4The table can be found in the Annex at the end of this article (Editor's note).

Anexo

Tabla 1: Esquematización de la investigación para las sesiones colectivas 

Sesión Técnicas de recolección de datos Subcategorías

“Visibilizando historias de vida”

Manos de mujer Olmué

Mujeres del Agua Pullalli

Historias de vida

Observación participante

Fotografía

Sostenibilidad de la vida

Resistencias

Sentir el cuerpo

Trabajo

Ocupación de espacios

Heteronormatividad

“Corpobiografía”

- Manos de mujer Olmué

- Mujeres del Agua Pullalli

Historias de vida

Cartografía corporal

Observación participante

Fotografía

Sostenibilidad de la vida

Vulnerabilidad

Sentir el cuerpo

Habitabilidad rural

Memoria

Heteronormatividad

Colonialidad de género

“Experiencias sensoriales”

- Manos de mujer Olmué

- Mujeres del Agua Pullalli

Historias de vida

Observación participante

Fotografía

Sostenibilidad de la vida

Resistencias

Vulnerabilidad

Sentir el cuerpo

Trabajo

Heteronormatividad

“Nuestro cuerpo tierra”

Historias de vida

Observación participante

Cartografía cuerpo-tierra

Fotografía

Sostenibilidad de la vida

Resistencias

Vulnerabilidad

Sentir el cuerpo

Habitabilidad rural

Trabajo

Memoria

Heteronormatividad

Fuente: Elaboración propia a partir del marco teórico y el acercamiento metodológico.

Recibido: 09 de Mayo de 2023; Aprobado: 04 de Septiembre de 2023

Francisca Victoria Rodó Donoso. Doctora en Ciencias Sociales por la Universidad de Guanajuato, México. Investigadora Académica en la Unidad de Investigación y Estudios de Género. Líneas de investigación: cuerpo, género, territorio, análisis de políticas públicas, feminismos. Publicaciones recientes: 1) Rodó Donoso, Francisca (2021), “Corporalidad y prácticas organizativas en las mujeres rurales. Un diálogo teórico desde el feminismo descolonial, comunitario y la economía feminista emancipadora”, en Revista GénEroos, vol. 28, núm. 30, México: Universidad de Colima. 2) Rodó Donoso, Francisca (2020), “Divergencias en la feminización del campo: un análisis interseccional de las mujeres rurales en México y Chile”, en Revista de Estudios Rurales, vol. 10, núm. 20, Argentina: Centro de Estudios de la Argentina Rural, Universidad de Quilmes. 3) Rodó Donoso, Francisca (2020), “Me permito ser visible desde la materialidad que supone mi cuerpo, esa es mi acción política”. Un análisis desde las imágenes y protagonistas del 8m en Santiago de Chile y Valparaíso, en Raudem, vol. 8, España: Universidad de Almería.

Francisca Victoria Rodó Donoso. PhD in Social Sciences from the University of Guanajuato, Mexico. Academic Researcher at the Research and Gender Studies Unit. Lines of research: body, gender, territory, public policy analysis, feminism. Recent publications: 1) Rodó Donoso, Francisca (2021), "Corporality and organizational practices in rural women. Un diálogo teórico desde el feminismo descolonial, comunitario y la economía feminista emancipadora", in Revista GénEroos, vol. 28, no. 30, Mexico: Universidad de Colima. 2) Rodó Donoso, Francisca (2020), "Divergences in the feminization of the countryside: an intersectional analysis of rural women in Mexico and Chile", in Revista de Estudios Rurales, vol. 10, no. 20, Argentina: Centro de Estudios de la Argentina Rural, Universidad de Quilmes. 3) Rodó Donoso, Francisca (2020), "I allow myself to be visible from the materiality that my body supposes, that is my political action". Un análisis desde las imágenes y protagonistas del 8m en Santiago de Chile y Valparaíso, in Raudem, vol. 8, Spain: Universidad de Almería

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