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Desacatos

On-line version ISSN 2448-5144Print version ISSN 1607-050X

Desacatos  n.15-16 Ciudad de México  2004

 

Testimonio

 

Soy mi familia, mi historia, mis esfuerzos

 

Francisco Cervantes Islas

 

Colectivo de Hombres por Relaciones Igualitarias, A.C. (Coriac).

 

Abstemio de sangre era la vergüenza
de los otros vampiros y de las vampiresas...
"Vampiros sólo beben agua
la sangre sólo trae sangre..."
Abstemio de sangre y de ahí las ofrendas
de los otros vampiros y de las vampiresas.

Mario Benedetti

 

Antes de hablar de mí, me he preguntado la utilidad de los testimonios y considero que éstos retan noblemente a las teorías y a algunas investigaciones a hacer una introspección de vida, al menos para mí ha sido muy productiva en tanto me dio luz sobre mis formas y me aclara partes de mis inercias existenciales. Hacer testimonios quizás también sea porque no se ha dicho, no se ha sopesado o aquilatado suficientemente lo vivido, no lo sé, pero de que pueden provocar nuevos hallazgos, no tengo duda.

Un amigo cuenta que hace siglos los nuevos papas tenían que sentarse en una silla muy especial para que otros clérigos pasaran por debajo de ella y dieran testimonio de que tenía testículos para que no hubiese más otra mujer como Papa. ¡Qué paradojas de la vida!, ahora yo daré testimonio de mí, como hombre, hijo, padre, como lo que soy, para que quizás miremos un poco más al desnudo esto de ser hombre. Va, me animo a ver mi historia de aciertos y desaciertos, y lo agradezco, por ser un regalo para mí, por parte de quienes me han invitado a participar en este espacio.

Re-mirar mis entrañas implica ir más allá de 1958, cuando nací. Lo que soy no sólo tiene que ver con mis títulos académicos o con las incursiones que desde hace 18 años he hecho en los temas de violencia, masculinidad o paternidad, u otras cosas que yo tenga o haga. Iniciaré hablando de los dos títulos que en verdad me honran, lo demás son casualidades y menores a esto. De lo que más me puedo enorgullecer es de ser hijo y ser padre.

 

MIS ORÍGENES

Siento que mis raíces me fortalecen y explican mucho de lo que soy y de lo que hago, me hablan y en parte describen a mis padres, a mí y hasta mis hijos. Mis raíces son como una corriente de vida donde veo pasar mi historia, algo semejante a la de quienes me precedieron y a la de otras personas que me rodean. Para mí, conocer mi linaje es buscar respuestas profundas a preguntas que no termino de hacerme. Tengo pocos datos, pero sin embargo creo que son suficientes para entenderme un poco más y entender todo lo que implica mi vida. Con lo que sé de mis padres, mis abuelos y bisabuelas ya tengo una inmensa riqueza: ése es mi pasado de sangre y de vida.

Lamentando no haber indagado todo lo que hubiera querido, llevo en mí, orgullosamente, orígenes diversos de todo mi país: abuelo y abuelas de Veracruz, Toluca, San Luis, Tampico, en fin, de todos lados. Hace dos años, después de una constelación familiar, pusimos a todos los muertos de nuestra historia. Quedaron tendidos, en ese ejercicio interno, mis ancestros indígenas, que sé que combatieron entre sí, españoles, esclavos, criollos, mestizos, extranjeros. Puse, o mejor dicho, imaginé, a todos y todas las personas que sentí hicieron algo para que yo estuviera aquí; entonces, vi a todos y todas tendidos en mi imaginario campo de batalla.

Ahí sentí mis raíces, puse a los muertos de mi historia o la que al menos imagino ser la de mi país. Con lo poco que sé de nuestras culturas prehispánicas supuse escenas de la conquista, la guerra de Independencia y otras más; con lo que sé de la Revolución y de los asesinatos y los asesinados que imagino hubo, supuse cuando mis abuelos portaban sus uniformes, traté de sopesar la tragedia de quienes ganaban y perdían esas batallas, muertos de todas las partes, esa guerra cristera, pero también muertos por razones políticas y de hambre que sé que los ha habido.

Cuando los puse, y ahora que de nuevo los pongo, les sumo los muertos recientes de Tlatelolco, Chiapas, las muertas de Ciudad Juárez y a tantos y tantas más, silenciados por motivos económicos, de odio, por accidentes o cualesquiera otra causa. De repente perdí la imagen de mi familia y se sobrepuso la de mi país: ésas son mis raíces extensas. Los veo, honro sus vidas y a todas y todos los pongo en mi corazón. Los apellidos de mi familia me hablan de esas infinitas mezclas de sangre que desconozco, pero sé que están ahí. Los sobrevivientes continuaron su vida, y yo soy esa mezcla, soy el nieto o bisnieto de abuelos que posiblemente lucharon en bandos opuestos.

Entonces me digo: ésos son mis ancestros, una orgullosa raza indígena convertida ahora en lo que es, mezclas de historias entretejidas, de las cuales nací yo. Para sentirme orgullosamente mexicano, tomo a todos y a todo, reconozco y me enorgullezco de cada una de mis raíces, tengan el origen que tengan, aun sabiendo que pueden ser opuestas o contradictorias las costumbres o incluso las culturas que me sostienen. Son mezclas, no sólo de sangre, sino de anhelos diferentes y lealtades diversas, donde coexistieron mujeres y hombres que seguramente se han amado de mil maneras, aun y a pesar de que sus abuelos o bisabuelos hayan estado en bandos opuestos. Veo matrimonios entre familias con características aparentemente muy diferentes y de extracciones diversas.

Sé que a mi bisabuelo materno lo fusilaron tres veces con balas de salva, por tropas no sé si de Pancho Villa o federales: él mostraba con orgullo las cicatrices en su espalda. Sé que otro abuelo emigró a Estados Unidos y que hijos y sobrinos de él van y vienen; en realidad, literalmente, están allá y aquí. Yo soy esas contradicciones y coexistencias, soy nieto de un abuelo militar y de otros quizás jornaleros; mi madre, nieta de un militar, se enamora de mi padre, nieto de gente de campo, y se aman. A eso llamo belleza; es como esa pintura de una tarde de domingo en la Alameda, no recuerdo si de Diego u Orozco, lo mismo da, ambos fueron pintores de nuestro pasado que soñaron en que se podía convertir en sociedades futuras al menos solidarias. Yo también tengo ese sueño, en el que podamos coexistir los nuevos personajes de nuestras domingueras alamedas.

Todas y todos mis muertos, con sus historias, miedos, odios y bondades están en mi corazón, quizás por eso me apasionan los temas de educación para la paz, sin por ello dejar pasar por alto injusticias, abusos, ni repartos desiguales de riquezas, ni miserias, ni dichas, ni temores, ni los demás componentes reales y contradictorios de esta vida.

Día a día les agradezco todo, lo bueno y lo malo, lo que sé y lo que no sé, lo que me enorgullece y lo que me inquieta. Siento detrás de mí un ejército enorme de personas de las cuales vengo, me doy la vuelta, y al cerrar mis ojos los veo con sus uniformes, sus vestimentas típicas. Sé que poseo una gran riqueza, todas sus herencias, tengo y tomo de todo y de todos, de mis militares, de mis luchadores sociales, mis despojados, mis herederos, los con y los sin dinero, unos con más y otros con menos suertes; religiosos y no religiosos: los veo y me siento alegre. Al divisarlos en sus historias más los entiendo y mejor me explico mis contradicciones y luchas internas, algo he de tener de cada una de ellas y ellos.

Es asombrosa la imagen de mis raíces, es como si en mi corazón se desplegara una enorme galería del muralismo mexicano, mi cuello me duele, me destroza y reanima a la vez, siento una gran emoción y orgullo de ser el que soy. Entre más los veo a ellas y ellos en su historia, más me emociono. Mis abuelas, por ejemplo, fueron fuertes y trabajadoras, dignas y valientes; mis abuelos, hábiles, gente destacada en sus oficios, formaron más familias con otras mujeres distintas a mis abuelas, mujeres fuertes con hombres "libertinos", como ellas dijeran. No sé cuántos hermanos y hermanas tienen mis padres por parte de sus papás; sé, o creo saber, por la parte materna, y digo esto último porque hace poco me enteré que murió el hermano mayor de mi padre y del lado materno desconozco si falleció algún bebé, no lo sé.

Mis raíces son simplemente sensacionales, tía abuela con medalla Altamirano por 50 años de maestra; otra sola y perdidiza; abuelo militar del que se contaban anécdotas; tío abuelo que, al parecer, estuvo en un choque de trenes; otros toreros, cosa que no comparto; bisabuelas y abuelas fuertes curtidas por la vida; hombres súper amorosos con sus hijas e hijos, que al final se fueron; otro también partió. Intuyo que amaron a sus parejas el tiempo que estuvieron con ellas, y los hermanos de quienes se fueron cuidaron y amaron entrañablemente a los hijos que sus hermanos dejaron, hombres buenos para sus oficios, y nosotros, hijos, hijas y nietos y nietas heredamos algo de ello.

Hay herencias grandiosas, mi abuela presintió su muerte y me lo dijo. La otra esperó doce años antes de irse; ese tiempo lo vivió con demencia senil y mi padre la cuidó, bañó, le dio de comer y no se despegó de ella. Tengo, así, una escuela de ser hijo por parte de mi padre, que ni con muchísimo ni con todo, yo haré lo que ha hecho por su madre. Ése es el ejemplo que me ha dado, además de su honradez y del apego al trabajo, que se los he visto desde muy chico.

Y no se diga todo lo grandioso de mamá, su entrega, compromiso, solidaridad. Sin ella no sería el que soy, le debo mi vocación, lo entregado y lo comprometido. Su amor lo tengo y no cabe duda de que es mi mejor receta contra innumerables miedos e inseguridades. Hagan la prueba, yo pongo a mis padres en mi corazón y que me pongan lo que quieran, soy fuerte. Durante 18 años he dado infinidad de pláticas, talleres y trabajado con grupos de hombres que se reconocen violentos, y esta receta me funciona.

No sé cómo algunos de mis amigos masculinistas y amigas feministas toman a sus padres y madres con todo lo que son y lo que nos pueden enseñar; en mi caso, últimamente mirarlos como lo hago me hace no ser tan duro e implacable con el machismo o las críticas ligeras sobre la abnegación y sumisión femeninas. Si mis abuelas no hubiesen sido tan duras y fuertes, yo no tendría lo que tengo.

Mi padre, huérfano desde muy chico, criado en la pobreza y en ambientes sumamente violentos, nunca nos trató, ni con mucho, como nos cuenta que le gritaba y ofendía su maestro de carpintería. Por un lado, su tutor lo ofendía mucho y, por otro, le enseñó el oficio, que hasta a mí me ha dado un sinfín de comodidades. Quizás mi compromiso con la no violencia empezó con mi amor hacia mi madre y maduró al conocer la difícil vida de un niño que lloró mucho cuando, contra su voluntad, fue mandado desde Tampico a la ciudad de México, a los 12 años, a trabajar, porque su papá se fue y su mamá no podía mantenerlos. Ese hombre que afrontó tales adversidades es mi padre.

Curioso, mi biografía aún no empieza y ya he dicho mucho de lo que soy, sin ni siquiera contar mi vida. Soy mi familia y lo que está antes de mi nacimiento, soy las historias de mis padres, abuelas y abuelos, y trato de entender lo que eso ha implicado para mí. Soy de muy buena madera, indudablemente, y sé que la buena madera también tiene sus inevitables nudos, como yo tengo mis nudos existenciales. Mi padre es carpintero y ebanista, hace maravillas con el pino o el cedro; yo sólo doy talleres, pláticas y algunos escritos sobre lo que he aprendido, ya se verá hasta dónde puedo o no cristalizar mis sueños.

 

NACIMIENTO Y PRIMEROS AÑOS

Marca mi vida el hecho de que mi padre me recibió al nacer. El doctor se fue a dormir, mi madre se agarró de la cabecera y mi padre me recibió. Este hecho afortunado ha equilibrado y fortalecido gratamente mi vínculo con mis padres.

Soy el tercero de ocho hermanos. El mayor es un buen "hermano mayor" —ustedes comprenden qué es un hermano mayor. La segunda, única mujer viva entre siete sobreprotectores y encajosos hermanos, muy cercana y a la vez muy lejana, por ejemplo, en preferencias políticas. Luego yo. Después mi maestro, el cuarto hermano, a quien le ha tocado cargar pesado, como creo pasa en muchas de nuestras familias: hay a quienes la vida les cobra de más. Por mucho tiempo no supe ver su vida ni su historia: sietemesino, estaba muy chico cuando mi hermana, la que vino tras él, murió poco después de nacer. Mamá tenía que cuidar a mi hermano muy chico y a la vez hacer el duelo de una hija que murió al día de nacida. Quizás mamá no pudo despedirse de ella, por eso creo que, en efecto, mi hermano se ha vivido como no muy querido, cuando en realidad, mamá lo tenía a él muy pequeño en sus brazos mientras hacía el duelo de su recién nacida hija. Ella, Lolita, que muere poco después de nacer, nuestro ángel, digo yo, no siempre recordada, es muy importante en la energía familiar, su ausencia poco hablada es algo muy profundo y sentido.

Al sexto quizás le tocó más remanso, pasó de casi cura a judicial, ustedes por favor explíquenmelo. El séptimo, a contracorriente y enamorado de la vida, no es como somos muchos hombres, aunque los ama y convive con ellos entrañablemente. Es el menor; mi hermana lloró mucho cuando supo que era niño. "El chico", con todo lo que eso implica, a veces cuidado, a veces apartado, quizás sentíamos que "está muy chico". Resultó emprendedor y decidido.

Yo fui un niño afortunado, además de mamá, nuestra vecina fue mi nana. De niño me llegaron a vestir de caperucita roja, por ahí rondaba la sombra de la hermana ausente. A los 8 años sufrí caídas, repetidas descalabradas, aún no me quitaban las puntadas cuando nuevamente volvía a caerme. Quizás por eso sólo guardo recuerdos buenos, juguetes, paseos, amigos, primas y escuelas, lo duro está guardado y me preocupa cuando aparece de repente; a veces me altero y recuerdo las críticas y tratos injustos de maestras y maestros, aún ahora sueño que sigo sin pasar algunas materias, parte de mi pasado está presente.

De niño, con 15 días en el seminario tuve suficiente para no compaginar con esa forma de ayudar. Con unas vacaciones como pasante de derecho, de visitas a juzgados, embargos y demás litigios, tuve suficiente como para renunciar a esa opción. Finalmente, y de manera idealista, estudié psicología con el deseo de ayudar a los demás, sin antes yo hacer lo propio. Ahora, mientras más trabajo conmigo, más puedo conducir a las y los demás a los puntos de dolor o profundidad a los que he llegado; no los puedo guiar más allá de donde yo no he llegado.

Tímido con las mujeres de joven y enamorado hasta la fecha de ellas, como otros hombres, he sufrido la presión de que tengo que ser "todo un hombre" o, al menos, no estar muy por detrás de los demás compañeros de la escuela y la colonia. Sin embargo, he sido básicamente tímido, malo para los golpes, el fut y otras cosas de hombres, como ser ligador. Me considero rico en experiencias, no conquisté a quien quería, en cambio, le gusté a otras que mi corazón no miró. Cubrí mi época de galán y esos rituales machistas de intentar conquistar a cuanta muchacha veía, controlador, celoso y noble a la vez, soy y fui de todo, de macho probado, rescatador, a pareja con discursos igualitarios y prácticas no siempre consecuentes.

Me casé con todas las de la ley después de casi siete años de una intensa convivencia con quien ahora es mi compañera y madre de mis hijos. Fue un proceso largo, con subidas y bajadas, hasta que por fin, de nuevo mi padre, una noche me dijo: "Elige a quien tú quieras, y si es ella, pues es ella", y me dejó helado. No dijo más, decidí y me casé.

A los ocho meses de embarazo perdimos a nuestra primera hija, cuatro años después nació Carolina, y cuatro años más tarde, Andrés. Mi hija y mi hijo son el orgullo y el regalo más grande que tengo en la vida, por ellos he hecho cosas de las cuales me asombro. Ser papá es lo más grande que me ha podido pasar y alrededor de lo cual sé que gira y girará mi vida. Los tengo y los amo entrañablemente. El sentido de mi vida tiene mucho que ver con ellos en tanto testigos, víctimas o beneficiarios de mi suerte, logros o fracasos. El sentido de vida para mí es esa interminable búsqueda de la paz personal y de los mejores equilibrios posibles en esta vida, lo hago por mí y por ellos.

 

FUNDADOR DE CORIAC

Siendo ya psicólogo, una amiga fue violada. La acompañé a COVAC y me quedé ahí ocho años apoyando a mujeres violentadas. Además he sido profesor, capacitador, burócrata y desde 1986 militante en asociaciones civiles relacionadas con la violencia hacia las mujeres. En 1991 inició mi preocupación por saber más sobre cómo somos y actuamos los hombres. Además de estudios sobre este tema, participé en grupos de reflexión, y en 1993 fundamos con otros amigos la asociación Coriac, Colectivo de Hombres por Relaciones Igualitarias, A.C.

Casi pioneros en el tema y la acción en contra de los patrones convencionales de la masculinidad, desde hace once años, junto con otros inconformes con la propia violencia masculina, hemos creado y hecho crecer este espacio cuya intención es despertar la preocupación en los hombres por ser un poco más equitativos y menos violentos con nuestra pareja e hijos. Desde hace seis años trabajo el tema de la paternidad, después de que durante ocho años, cada semana, los hombres me hacían ver mis y sus dificultades para dejar la violencia hacia nuestras compañeras.

Durante once años Coriac ha sido un laboratorio y un observatorio para indagar en mi propia identidad como hombre. He visto adelantos y retrocesos, el dolor de los compañeros y el grande que también han y hemos causado. Cada semana los hombres narramos y entramos en contacto con nuestros conflictos de pareja y familiares. Me agrada ver los avances y los esfuerzos, dejo que cada cual se haga cargo de lo que le toca.

He recibido muchas muestras de admiración de mujeres por este trabajo, cuando en realidad no debiera ser algo extraordinario que los hombres nos responsabilicemos por parar la violencia y hacer realmente un mundo más compartido, equitativo y pacífico entre hombres y mujeres. No le veo lo heroico, y sí lo necesario, al querer tomar ciertas iniciativas para ser padres más afectivos y hombres menos violentos.

Sostengo que la paternidad afectiva es producto de una profunda reflexión sobre nuestra condición de ser hijos conectada con la de ser padres. Me parece que a veces entramos en una dinámica muy severa y crítica hacia nosotros mismos o hacia otros hombres, o sobre el abuso de poder y la violencia masculina; a veces llegamos, sin desearlo, a descalificaciones casi absolutas de lo que somos, hacemos y sentimos los hombres. Creo que no nos vemos desde nuestras historias.

Yo mismo, Francisco Cervantes, por varios años he sido muy severo, observador minucioso de cómo los hombres ejercemos la violencia, el abuso de poder y el control sobre nuestras parejas y otras mujeres. Recuerdo muchas veces haber descrito y tratado implacablemente a otros hombres que han ejercido la violencia. Es más, después de ocho años de apoyar a mujeres violentadas en COVAC, muchas veces hice ese trabajo impulsado por un gran enojo. Hoy no sé si eso ayuda a que otros hombres dejen de violar y maltratar a las mujeres.

Quienes estudiamos las masculinidades no sé si siempre somos justos, profundos y objetivos. Advierto que ni ahora ni después pretendo coludirme con la violencia, la inequidad y cualesquiera supremacía masculina sobre las mujeres. Sostengo que para establecer relaciones de paz y no violencia con las mujeres, los hombres hemos de considerarlas en lo más profundo de nuestro ser como exactamente iguales a nosotros.

Si pudiera hablar de una meta personal, pensaría que los hombres y las mujeres debiéramos sentirnos, vivirnos y actuar como seres humanos con los mismos derechos, valor y dignidad, cualquier mujer u hombre, independientemente de la edad, raza, preferencia, credo político, religioso u otra característica. Cuando miro y trato como mi igual a mi pareja desde lo más profundo de mi ser, no podría ni tendría por qué resolver nuestras diferencias desde la imposición o la violencia. Considero que todas las personas tenemos el derecho de ser tratadas con dignidad. Sólo estoy buscando reconocer con justicia todo lo que implica y ha implicado ser hombre, reconozco en mí lo bueno y lo malo de mis creencias, historias y circunstancias. Intento reconocer con aprecio mis raíces, con franqueza mis partes violentas u opresivas. Podemos estar orgullosos del padre que tenemos, sin que por ello dejemos de ver lo que pudo o no haber hecho a nuestra madre, a nosotros mismos o a otras personas, lo quiero y no por ello dejo de ser crítico. Yo, Francisco Cervantes, me enorgullezco de mi padre, agradezco a la vida el padre que tengo y reconozco que lo que soy se lo debo a él. Tomo su amor, lo aprecio, amo y admiro su esfuerzo y dedicación por buscar ser el mejor padre que ha podido ser.

No quiero tirar al niño con todo y el agua de la bañera. Es inobjetable la histórica y muy frecuente e injustificable violencia de nosotros los hombres, tampoco es defendible el patriarcado como tal, hemos sido por demás injustos, violentos, descalificadores y opresivos con las mujeres. Los hombres somos todo lo que somos, y ese todo incluye cosas terribles pero también muchas muy rescatables. Pienso que a veces, por temor a las críticas y a las miradas de las y los demás, dejamos de ser justos con nosotros mismos.

Los hombres no hemos logrado conformar un consistente movimiento de la masculinidad porque no tenemos arraigo, ni tomamos lo bueno y rescatable de todos los hombres de nuestro linaje y de la historia. Perdemos fuerza y dignidad cuando descalificamos todo. Detrás del hombre macho y violento se ahogan razones y dolores que no hemos sabido desentrañar. Nuestra historia no nos justifica, pero tachar o desvalorizar todo, tampoco nos ayuda. Nos ha fallado la recuperación de lo recuperable y, a la vez, el aprender a mirar sin miedo y sin minimizar todo lo que hemos lastimado y lo que hemos hecho a las mujeres. No todo ha sido violencia. Cada hombre debe responsabilizarse por lo que haga, y dejo en cada cual la responsabilidad de ser como es y las consecuencias para los que lo rodean de sus formas de pensar y actuar.

 

Gracias

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