El Antropoceno es el signo de nuestra
potencia, pero también de nuestra
impotencia […], es una toma de
conciencia esencial para comprender
lo que nos pasa. Porque lo que nos
pasa no es una crisis ambiental, es una
revolución geológica de origen humano.
Bonneuil y Fressoz (2013: 9-10). 1
Una nueva época geológica marcada por el hombre está en proceso.2 Se le ha denominado Antropoceno. Se trata de una hipótesis científica basada en la suposición de que, al igual que el clima, la biodiversidad, los mares, los océanos y la tierra misma, la humanidad se ha convertido en un factor del sistema global Tierra. Una hipótesis que, de resultar probada, tiene una enorme gama de implicaciones (Leinfelder, 2013).
La tesis central del Antropoceno parte de que la humanidad ha afectado a la naturaleza al grado de ser responsable del nuevo estrato en el récord geológico. La periodización relativa a su origen ha sido causa de múltiples discusiones, relacionadas en particular con la identificación de su comienzo. Se había considerado que todo empezó con la Revolución industrial, hace más de 200 años, y que su evolución se magnificó a partir de la Segunda Guerra Mundial, en lo que se denominó “la gran aceleración”, que incluyó elementos como los siguientes:
• crecimiento muy dinámico de la población
• urbanización desbordada
• desarrollo intenso de la infraestructura
• consumo en incremento constante
• explotación desenfrenada de recursos
• intensificación y diversificación de la pobreza
• pérdida de la biodiversidad
Las discusiones estaban en proceso de llegar a acuerdos cuando el presente número de Desacatos estaba en preparación. Tras siete años de deliberaciones, en el 35 Congreso Internacional de Geología, celebrado en agosto de 2016 en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, los miembros del Grupo de Trabajo del Antropoceno (AWG, por sus siglas en inglés)3 votaron de manera unánime para reconocer oficialmente al Antropoceno como una época geológica en la historia terrestre. De acuerdo con los miembros de este grupo interdisciplinario, Antropoceno es paralelo al Pleistoceno y el Holoceno, y se ubica dentro del periodo Cuaternario. Se fechó su principio en ca. 1950, por factores como las pruebas de bombas nucleares, la agricultura industrializada, el cambio climático y la proliferación del plástico.4 El denominado golden spike,5 que se puede traducir como “clavo dorado”, que separa al Antropoceno o “epóca de los seres humanos” del resto de la historia, comienza a mediados del siglo XX, cuando la llamada “gran aceleración” empezó en la Tierra y los impactos humanos en el planeta se intensificaron e hicieron cada vez más globales.
Las transformaciones experimentadas no presentan visos de cambiar de dirección, disminuir su gravedad o aligerarse, lo que presagia cambios a largo plazo y en todo el globo terrestre. Se ha reconocido que se está creando un nuevo modo de desarrollo planetario, para el cual se han acuñado varios términos que acompañan al de Antropoceno, como el de “neurogeología” (Schwägerl, 2013), o que lo sustituyen por otros, como Capitaloceno, “fase interna de la mundialización capitalista, que no es sinónimo de fin de la historia” (Altvater, 2014: 5).6
El trabajo seminal que originó esta revolución del pensamiento en los albores del siglo XXI fue publicado en el año 2000, en el número 41 del Global Change Newsletter del International Geosphere-Biosphere Programme (IGBP). Abarca sólo dos páginas, con el título llano y directo de “El ‘Antropoceno’” -“The ‘Anthropocene’”-. Sus autores, el holandés Paul J. Crutzen y el estadounidense Eugene F. Stoermer,7 parten de un breve recuento de los científicos que desde mediados del siglo XIX reconocieron que las actividades del ser humano se habían convertido en una fuerza geológica y morfológica creciente en la Tierra y la atmósfera. Hablan de geólogos, paleontólogos, matemáticos y científicos en general, provenientes de diferentes partes del mundo occidental, como George Perkins Marsh, de Estados Unidos; Antonio Stoppani, de Italia; Vladimir I. Vernadsky, de Rusia, y Pierre Teilhard de Chardin y Édouard Le Roy, de Francia. Al considerar los grandes y crecientes efectos globales, así como el impacto de las actividades humanas en la ecología y la geología, que se han hecho cada vez más evidentes en particular durante los últimos dos siglos -que coinciden con la invención y masificación del uso de la máquina de vapor de James Watt, en 1784-, proponen usar el término “Antropoceno” para denominar la época geológica contemporánea. Advierten que por primera vez la humanidad es una fuerza geológica y que así continuará por muchos milenios, millones de años quizá (Crutzen y Stoermer, 2000).8
El planteamiento del Antropoceno ha tomado posición rápidamente en los círculos europeos y estadounidenses desde hace más de una década. Numerosas reuniones, congresos, publicaciones, cursos e incluso revistas dedicadas exclusivamente a ello han surgido y tenido gran aceptación.9 Se trata de una discusión que incursionó en el campo de las ciencias sociales recientemente y que apenas lo ha hecho en el sur del planeta.10
Tres experiencias me permitieron tener contacto con esta nueva propuesta:
a) Las discusiones sobre el Antropoceno que sostuve con los directivos y profesores visitantes en el Rachel Carson Center for Development and Society (RCC), tema que ha sido parte de sus intereses y sobre el cual el RCC ha lanzado publicaciones diversas.11 A lo que se sumó la visita a la exposición conjunta del RCC y el Deutsches Museum, en la ciudad de Múnich, que llevó como título Welcome to the Anthropocene. The Earth in our Hands -Bienvenidos al Antropoceno. La Tierra en nuestras manos- y cuyo principal objetivo fue, desde su concepción, traducir un concepto teórico y sus principales argumentos en una exhibición museográfica para todo el público interesado (Möllers, 2013).12
b) La participación en el Coloquio “¿Cómo pensar el Antropoceno? Antropólogos, filósofos y sociólogos frente al cambio climático”, producto de una convocatoria conjunta entre Philippe Descola, del Collège de France, y Catherine Larrère, de la Fondation de l’Écologie Politique, que tuvo lugar en París, en noviembre de 2015.1313
c) La asistencia a la segunda versión del Anthropocene Campus, organizado conjuntamente por la Haus der Kulturen der Welte y el Max Planck Institute for the History of Science, como parte de “The Anthropocene Curriculum Project” (ACP).14
En el Coloquio “¿Cómo pensar el Antropoceno?”, llamó mi atención la casi total ausencia de latinoamericanos en las discusiones. Más allá de participantes destacados que, como Philippe Descola, han trabajado en la región, del total de más de medio centenar de ponentes y conferencistas, sólo tres éramos latinoamericanos.15 Durante el Coloquio le fui dando forma a la idea de introducir la discusión sobre el Antropoceno en nuestros países. Invité a Descola, quien, con gran generosidad, aceptó de inmediato y me entregó la conferencia que acababa de dictar, “Humain, trop humain?”.16 Animé también a Astrid Ulloa para que ofreciera una perspectiva sudamericana a partir de su experiencia como antropóloga con población vernácula y movimientos indígenas en Colombia. Lo mismo hice con Franz Mauelshagen, colega historiador alemán, encargado del proyecto “The Anthropocene: Reuniting Earth History with Human History” en el Institute for Advanced Sustainability Studies (IASS), de Potsdam, Alemania.
Posteriormente, convoqué a Helmuth Trischler, a quien conocí durante mi estancia en el RCC, pues es su codirector y también director de investigación del Deutsches Museum, en el que estuvo a cargo del equipo de trabajo que concibió, montó y cuidó la exposición Welcome to the Anthropocene.17 Especialista con varias publicaciones sobre el tema, aceptó y contribuyó con una amplia introducción al tema, dedicada en particular a los lectores del mundo hispanohablante.
Contaba ya con cuatro especialistas para preparar este número sobre “Cambio climático y Antropoceno”: dos antropólogos y dos historiadores, tres europeos y una latinoamericana. Requería una combinación que permitiera una mejor equidad continental. Gracias a la sugerencia de Mauelshagen, conocí e invité a Julia Adeney Thomas, historiadora económica estadounidense, quien aportó el excelente trabajo que terminó por completar el cuadro para ofrecer un panorama bien integrado sobre el tema.
Por último, el proyecto se redondeó con mi asistencia en calidad de observadora, gracias a la invitación del IASS, a la segunda edición del ACP, “The Tecnosphere Issue”, celebrado en Berlín, en abril de 2016.18 Como advirtieron sus organizadores, el objetivo era arrojar luz sobre esta esfera artificial y desafiarnos a comprender, describir y definir de manera más consciente un siglo XXI en el que las fuerzas de la ley de la industria, la tecnología, la cultura y la vida actúan en correspondencia con los límites biofísicos y las posibilidades de nuestro planeta.19
Éste no es el lugar para reproducir la enorme cantidad de discusiones que se produjeron alrededor del origen y evolución de los conceptos de Antropoceno, tecnosfera y coevolución, incluso de naturaleza y cultura. Lo que quiero destacar es que ello permitió confirmar la ausencia casi total de la perspectiva de una gran región del sur del planeta, y por lo tanto, la necesidad de ampliar la discusión de este lado del Atlántico y en las zonas tórridas. También es momento de incorporar las pocas experiencias que existen al respecto, como las resultantes del Colóquio Internacional Os Mil Nomes de Gaia: do Antropoceno à Idade da Terra, celebrado en Río de Janeiro, Brasil, en septiembre de 2014, con ponencias de excelente factura.20
Durante una sesión de reflexión, al finalizar la extensa y concurrida reunión de abril en Berlín, se recordó que la idea original era incubar y fomentar un marco interdisciplinario para coaprender, coproducir, explorar y establecer nuevas formas de conocimiento relacionadas con el Antropoceno. En esa ocasión, ofrecí de manera explícita contribuir a esa discusión global a partir de varias iniciativas cuyo objetivo sería incorporar la mirada del sur en esta nueva conceptualización, entre ellas, la publicación de las contribuciones en un medio conocido, reconocido y bien posicionado en el campo académico hispanohablante, Desacatos. Revista de Ciencias Sociales.21
El resultado muestra que hemos privilegiado la perspectiva de historiadores y antropólogos, lo que responde a la coincidencia de que las tesis del Antropoceno demandan la transdisciplinariedad o interdisciplinariedad, pero a la vez reconocemos que el diálogo entre esas dos disciplinas en particular resulta ineludible, más aún en lo tocante a los temas que aquí nos ocupan. A ello se suma, a la vez que enriquece, el hecho de que los cinco autores que ofrecen discusiones en este número de Desacatos incorporan un diálogo con otras especialidades: ciencia política, sociología, filosofía, economía, como se pretendía que ocurriera y en efecto ocurrió en el Coloquio “¿Cómo pensar el Antropoceno?”.
El objetivo central de presentar este tema es motivar su discusión en México y el resto de Latinoamérica, donde su conocimiento todavía es incipiente, para debatir, coincidir o bien disentir, pero hacerlo con una mirada desde el sur. O bien, para “tropicalizarlo”, como lo hace Astrid Ulloa cuando se refiere al concepto de Capitaloceno, al que relaciona con el extractivismo en el caso colombiano.
En la literatura sobre Antropoceno hay en realidad muy pocas publicaciones en español, que sean de, desde, y sobre todo, para Latinoamérica. La mayor parte de esa bibliografía y de las reflexiones está en inglés. Es del Norte para el Norte, con muy pocas excepciones.22 Urge entonces llevar a cabo un diálogo Norte-Sur sobre estos temas, entre el Norte-global y el Sur-global.
Así como se lo propueso Amelia Moore (2015) en el compendio que coordinó, publicado por Environment and Society, con la publicación de este número de Desacatos pretendo que el diálogo alrededor del Antropoceno, sus críticas y aportaciones, sirvan no sólo como “alimento para el pensamiento” -food for thought-, sino como “combustible para el pensamiento” -fuel for thought-, y a la vez, como catalizador de un mayor compromiso con el planeta, que estimule el debate sobre el Antropoceno y sus vinculaciones con el cambio climático, incluso con la reducción de riesgos de desastres.23