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Revista de El Colegio de San Luis

On-line version ISSN 2007-8846Print version ISSN 1665-899X

Revista Col. San Luis vol.5 n.9 San Luis Potosí Jan./Jun. 2015

 

Reseñas

Michael Baurmann, José Luis Martí y Pablo de Lora (coords.) Los desafíos de la democracia. México: Fontamara, 2013.

Juan Pablo Navarrete Vela* 

*Universidad de la Ciénega del Estado de Michoacán de Ocampo. Correo electrónico: jpnvarrete@ucienegam.edu.mx

Baurmann, Michael; Martí, José Luis; Lora, Pablo de. **Los desafíos de la democracia. ., México: Fontamara, 2013.


A través del tiempo, la democracia, como forma de gobierno, se ha abierto paso como un modelo predominante, y aunque ha derrotado enemigos históricos como el comunismo, también han surgido otros adversarios en el interior de esta famosa caja de Pandora. En la actualidad, la democracia enfrenta diferentes obstáculos, algunos de ellos instrumentales, otros de orden deliberativo, sin dejar de lado las preocupaciones filosóficas; todos, en conjunto, derivan de la preocupación de los especialistas en ciencias sociales por ofrecer mecanismos que unan dos elementos centrales: los instrumentos de gobierno y la participación de los ciudadanos. Es por ello que las investigaciones de corte teórico y reflexivo son más que pertinentes para la discusión académica, a fin de guiar líneas de investigación en la ciencia política y otras disciplinas

El libro Los desafíos de la democracia, coordinado por tres especialistas en la materia, aporta elementos fundamentales para comprender el lugar que ocupa el régimen político y cómo éste funciona para generar capital social y que a su vez se convierta en un factor de apoyo en la democracia.

Una idea que toma forma en el libro se dirige hacia el papel del fundamentalismo, en el cual se leen posiciones encontradas entre quienes defienden la idea del valor supremo de la salvación sobre los bienes materiales y la contraparte que destaca la intolerancia. Se discute también el dilema entre fundamentalismo versus racionalidad. La obra ofrece una estructura muy atractiva: dos capítulos de Michael Baurmann, uno de José Luis Martí y, finalmente, uno de Pablo de Lora; estos últimos realizan un comentario crítico a las contribuciones del pensador alemán.

En el primer capítulo, "El buen funcionamiento de la democracia: El mercado y el capital social", Baurmann explica las cualidades del capital social. Refiere la relevancia de la protección de los derechos en la Constitución, aunque en ocasiones los ciudadanos "desobedecerán las leyes y las normas si ello les reporta alguna ventaja" (p. 10). Para adentrarnos más en el esquema, el autor enfatiza dos concepciones opuestas del capital social: por un lado, el bienestar general y, por otro, el interés particular. Para esa discusión recurre a los clásicos como Aristóteles y Tocqueville.

En el capítulo se sostiene que en la democracia siguen existiendo "grandes brechas entre ciertas clases y grupos", por lo cual el capital social es una oportunidad de participación organizada (p. 13). Se debate el presupuesto de que los ciudadanos se aprovechan de los derechos políticos, aunque el principal obstáculo es la apatía pública.

El autor puntualiza que el capital social es un factor sustancial para producir virtudes y actitudes cívicas, en un ambiente en el que la moralidad y las virtudes son bienes escasos. Con base en lo anterior, analiza los efectos de las virtudes cívicas en el proceso democrático, que pueden resumirse en deliberación pública, participación pública y las decisiones colectivas, lo cual supone que el capital social en la democracia se refuerza con las redes sociales, el compromiso emocional y la confianza. Estos elementos refuerzan idealmente una actitud más participativa de los ciudadanos.

Para contrastar las cualidades positivas del capital social, el autor nos guía hacia la comprensión de los efectos negativos cuando existen excesos en la democracia, es decir, algunos jugadores participan en ambos lados del proceso, lo cual es citado como "oligarquía gobernante" (p. 31). En ese caso, "el capital social del tipo equivocado puede estructurar una sociedad de modo tal que resulte que el orden político democrático no responda en absoluto al interés común del pueblo" (p. 32). Aunado a lo anterior, las prácticas recurrentes como la corrupción, el nepotismo y la búsqueda de la rentabilidad, entre otras, debilitan la credibilidad y confianza.

Bajo los argumentos anteriores, el autor señala que "el capital social puede carecer del efecto positivo de contagio porque promueve solamente el compromiso con el club y no el bien público del conjunto de la sociedad" (p. 37). Con base en el análisis previo, este capítulo enlista los atributos negativos del capital social: la exclusión social, el compromiso emocional interno y la antipatía externa, la confianza particularista y la desconfianza generalizada (p. 38). Baurmann termina la reflexión con el presupuesto de que una economía de mercado posibilita el fortalecimiento del capital social: las redes económicas conducen a la inclusión social, la reciprocidad instrumental conduce al compromiso emocional y las relaciones contractuales conducen a la confianza personal.

En el segundo capítulo, "Las virtudes del mercado, capital social y democracia", José Luis Martí realiza una crítica muy minuciosa del trabajo de Baurmann. Su propuesta está estructurada en tres secciones, en las cuales se propone discutir teóricamente los aportes y las limitaciones del capital social. Enfatiza que la tesis central de Baurmann "no está suficientemente contrastada empíricamente" (p. 75), para lo cual propone recuperar los estudios del republicanismo. También cuestiona que la economía de mercado ofrezca la capacidad de producir un buen capital social, razón por la que sostiene que ese argumento debería ser matizado.

Para un estudio más riguroso sobre la democracia y virtudes de los ciudadanos revisa los estudios clásicos que enuncian las características del estado liberal-mínimo, y la contrasta con la visión clásica de la democracia como modelo de organización política; de ahí deriva la dificultad de conciliar el bienestar social o la estabilidad económica. Un argumento bastante convincente de Martí señala que no se puede presuponer que "los ciudadanos actúen motivados por el bien común, o que estén dispuestos a sacrificar parcialmente el auto-interés en aras de proteger los intereses relevantes de los demás", requisito esencial de Baurmann como parte del capital social positivo. Martí reitera la necesidad de recuperar la literatura de autores importantes como Pettit, Habermas y Sustein (p. 89).

En la segunda sección del capítulo, la crítica es más rigurosa al apuntar que "la idea de capital social es el sueño de cualquier científico social preocupado por la democracia" (p. 101), es decir, el esquema ideal no siempre encaja con la realidad, sobre todo porque, según Martí, no hemos llegado a comprender los mecanismos exactos de asociación entre el gobierno y los ciudadanos, y que, en algunos casos, las virtudes cívicas no fortalecen la democracia. Puntualiza que una de las debilidades del capital social es la confusión acerca de su propio significado, por lo cual "no clarifica lo suficiente qué se entiende por capital social".

En la tercera sección del segundo capítulo, el autor cuestiona el siguiente argumento: el modelo de mercado capitalista contribuye a generar buen capital social. Los comentarios de Martí llaman a no perder de vista la calidad de la democracia y no sólo la estabilidad del mercado. Es más enfático al apuntar: "no me parece lo suficientemente demostrada la hipótesis de que el mercado capitalista en general sirva para construir confianza personal" (p. 139). Para terminar el segundo capítulo destaca de Baurmann: "sus conclusiones son sin duda valiosas para avanzar en nuestra comprensión de las fuerzas que determinan la sociedad y que pueden hacer que nuestras democracias sean mejores" (p. 141).

En el capítulo tres, "Sociología del fundamentalismo. Cómo explicar las creencias extremistas", Michael Baurmann discute cómo debe entenderse mínimamente el fundamentalismo, y ofrece una definición básica: "una reacción ante la modernidad y sus imposiciones", por ello propone caracterizar el tipo de creencias y el conocimiento para formular posturas. Con agudeza señala tres ideas en torno a los fundamentalistas: propugnan el valor supremo de los bienes de la salvación sobre los bienes materiales, afirman que sus opiniones son ciertas y que no hay lugar para las dudas, su postura supone maniqueísmo e intolerancia. Los elementos anteriores, según Baurmann, "tienen que sostenerse en un mundo en el que existen opiniones alternativas que están mucho mejor fundamentadas" (p. 145).

Para defender su postura, el autor refiere dos nociones básicas del fundamentalismo: el punto de vista teórico y el punto de vista práctico. En el primero se destacan las creencias y la obsesión pasional; en el segundo, ideas que ubican a las personas como bárbaros y locos.

En otro orden de ideas, el autor recurre a la explicación de la epistemología social, en la cual se sostiene que las posturas son producto de la confiabilidad de la información que adquirimos. De lo anterior se deduce que "nuestras creencias no dependen de la calidad de nuestro entendimiento individual, sino de la calidad de los conocimientos adquiridos colectivamente" (p. 147). Respecto de lo anterior, existe una discrepancia entre la racionalidad individual y la colectiva. Según Baurmann, bajo ciertas condiciones empíricas, el individuo puede adoptar un conjunto de creencias que pueden parecer absurdas desde un punto de vista externo, pero no así internamente.

En un segundo apartado del tercer capítulo, el autor apunta que las creencias fundamentalistas adoptadas pueden originarse como respuesta a ciertas autoridades epistémicas, y no como resultado de una deliberación autónoma. Para confrontar este argumento, enfatiza que los legos "pueden juzgar y de hecho en las sociedades modernas tienen pruebas pertinentes de la calidad de la ciencia y por ende, de expertos científicos" (p. 155). Para complementar cómo se adquiere la información discute sobre la función de las autoridades ideológicas, de quienes se puede juzgar la veracidad o el error.

Con base en los enunciados previos, Baurmann enfatiza dos posibilidades para juzgar la competencia y la fiabilidad de las autoridades ideológicas: "forma directa o indirecta" (p. 158). Aquí podemos encontrar expertos ideólogos, filósofos, teólogos, entre otros.

El autor analiza también el desempeño del sentido común para adquirir información y asumir posiciones, aunque uno de los riesgos se enfoca en el maniqueísmo y la falta de tolerancia, es decir, el dilema es: la información o las ideas son verosímiles par sostener una postura fundamentalista.

Otro aspecto que realza el autor es el papel del círculo de confianza, tales como amigos, iglesia, familia, o bien, si proviene de los medios de comunicación, los libros, el internet o la televisión, entre otros. De lo anterior se desprenden asuntos cruciales como la credibilidad, los incentivos y la transmisión del conocimiento, así como la honradez del informador. Para completar el esquema, Baurmann ofrece categorías de análisis para evaluar la postura del fundamentalista: confianza social, confianza personal, confianza particularista, seclusión epistémica y aislamiento social.

En el último capítulo, "Racionalidad y fundamentalismo", el más corto pero no menos importante que el resto de los capítulos, Pablo de Lora realiza un recuento breve de la posición de Baurmann respecto de la racionalidad y el fundamentalismo. Comienza por discutir con Baurmann el lugar de las creencias religiosas, y se pregunta si esas decisiones son racionales o no. Apunta que "las creencias semejantes, no son meras alucinaciones individuales, sino credos o dogmas que arrastran a miles de individuos o conducirse sospechosamente irracional" (p. 200). Refiere que el análisis de Baurmann es visto como un intento de evadir la conclusión de que los fundamentalismos son locuras colectivas. El intelectual alemán defiende que la racionalidad del fundamentalista se explica por el contexto. De Lora, por su parte, señala que la creencia es estrictamente religiosa y su angustia es existencial. El autor sostiene que "la racionalidad proviene de un tipo ideal que es en realidad inalcanzable" (p. 203). Opina que Baurmann transita por la vía contextualista para estimar que es racional albergar este tipo de creencias en ciertos contextos que justifica las acciones de los individuos. Cuestiona que las creencias del fundamentalista sean una suerte de estrategia racional adaptativa. Para sostener esa postura recurre con sagacidad a los aportes de autores como Raz, Cremonini y otros.

Al final del capítulo, De Lora destaca una clasificación alternativa para evaluar la racionalidad de las creencias: 1) el pensamiento simbólico, místico y prelógico evade la racionalidad; 2) los pensamientos primitivos son incomprensibles; 3) la creencia extrema es un intento fallido de explicación de un fenómeno, y 4) las creencias primitivas extremas aparentemente irracionales se revelan como racionales una vez que se aprecia el contexto en el que surgen (p. 220). Baurmann abraza, desde luego, el último punto. Al final, De Lora examina dos alternativas sobre las creencias fundamentalistas: las cargas de juicio o su incorporación al foro de la razón pública.

La contribución de este libro a la discusión sobre la democracia y los desafíos que enfrenta es muy pertinente. No es una lectura más sobre los diseños o instrumentos competitivos de la democracia; por el contrario, dirige su atención hacia temas en el interior, los cuales son teorizados y debatidos. Para abordar el tema del capital social y el lugar que ocupa el fundamentalismo, los autores realizaron una revisión exhaustiva de la bibliografía. La obra es atractiva porque ofrece líneas de investigación sugerentes que deben ser agotadas por los especialistas en las ciencias sociales en el futuro. En suma, examina, discute y aporta a la disciplina un estudio crítico sobre los desafíos de la democracia.

**Baurmann, sociólogo alemán, es profesor en la Universidad de Düsseldorf. Martí es profesor de Filosofía del Derecho en la Universidad de Pompeu, Fabra. De Lora es profesor de Filosofía del Derecho en la Universidad Autónoma de Madrid.

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