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Economía UNAM

Print version ISSN 1665-952X

Economía UNAM vol.16 n.46 Ciudad de México Jan./Apr. 2019  Epub June 17, 2020

https://doi.org/10.22201/fe.24488143e.2019.46.441 

Artículos

Las vinculaciones de México con China y Estados Unidos

The relations of Mexico with China and The United States

Eugenio Anguiano1 

1 Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE). eugenio.anguiano@cide.edu


Resumen

Las relaciones entre México y Estados Unidos han sido tanto desfavorables para la preservación de la integración territorial y soberanía de nuestro país, como favorables para su desarrollo económico. Los vínculos con China han sido lejanos geográficamente pero con más de 100 años de existencia. El triángulo Estados Unidos-México-China ha constituido una peculiar relación desde la Guerra Fría a la coexistencia de sistemas antagónicos. Hoy surgen nuevas fricciones sino-estadounidenses que harán más difícil el obligado acercamiento de México a la República Popular China.

Palabras clave: Estudios económicos globales; Estados Unidos; Asia, incluido Oriente Medio; Estudios comparativos de países

Abstract

The relations between Mexico and the United States have been so unfavourable for the preservation of the territorial integrity and the sovereignty of Mexico, as favourable for its development. Links with China have been geographically far away but have more than 100 years of existence. The USA-Mexico-China triangle has constituted a peculiar interdependence space from the era of cold war to that of coexistence between antagonistic systems. Today new Sino-American frictions are emerging that will make the necessary approach of Mexico to the People’s Republic of China more difficult.

Keywords: Economywide Country Studies; U.S.; Asia including Middle East; Comparative Studies of Countries

Journal of Economic Literature (JEL): O5; O51; O53; O57

I. Importancia histórica de las relaciones mexicano-estadounidenses y el determinismo de la subyugación y dependencia de México como interpretación historicista

La vecindad de México con Estados Unidos ha sido determinante para mal y para bien en la evolución de nuestro país, cuya ubicación geográfica se ha tomado como factor clave para explicar el porqué del rumbo seguido por México, puesto que desde 1821 se fincó una relación de poder asimétrico entre ambos Estados: uno que ya era independiente 45 años antes que el nuestro y se hallaba en ascenso como potencia internacional, y México que apenas salía de 300 años de colonialismo español.

Desde el año citado se desataron fuerzas secesionistas en las provincias norteñas de México que condujeron a la guerra de intervención con Estados entre 1846 y 1848, con el resultado de la derrota mexicana y la pérdida de casi la mitad del territorio que había heredado de la era de la Nueva España.

En los subsiguientes 86 años (de 1848 a 1934), México pasó por una tortuosa evolución de su política interna, cuajada de golpes militares, gobiernos efímeros, dictaduras, guerras civiles, reformas y contrarreformas y finalmente una profunda revolución, seguida de otros levantamientos armados, con la que se buscó la trasformación de fondo de la sociedad y el Estado mexicanos.

Junto con lo anterior, las intervenciones de potencias extranjeras se sucedieron de manera constante, algunas de largo aliento como la francesa, la que dio lugar a la formación del Segundo Imperio Mexicano (el primero de corta duración fue el de Iturbide), encabezado por Maximiliano de Habsburgo de Austria de 1863 a 1867. Otras agresiones militares externas de mediana duración corrieron a cargo del vecino norteño de México, como la que llevó a la ocupación del puerto de Veracruz de abril a noviembre de 1914, y la expedición punitiva que persiguió a Francisco Villa en territorio mexicano de marzo de 1916 a febrero de 1917.

Es decir, el determinismo de la vecindad mexicano-estadounidense como epistemología del subdesarrollo de México queda rebasado por otros hechos históricos internos y externos como los mencionados, que también son causales de que México no haya dado el salto completo a la modernidad y al desarrollo.

Por su parte, el avance económico, político y militar de Estados Unidos fue constante durante el siglo XIX, con el único trauma interno que fue la Guerra de Secesión de 1861-1865, donde participaron casi 3.5 millones de combatientes, de los que por lo menos unos 620,000 murieron en combates: ¡más caídos que todas las bajas fatales estadounidenses habidas en las primera y segunda guerras mundiales, la de Corea y la de Vietnam juntas! (Civil War-quick facts, 3).1 Sin duda un trágico saldo al que debe agregarse la destrucción material causada, los prisioneros y demás costos que resultaron de derrotar internamente a los estados agrarios separatistas (sistema económico de plantaciones) y de abolir la esclavitud, misma que había sido eliminada legalmente en México varios decenios antes.

Pero esa sangrienta y destructiva guerra civil permitió el nacimiento del complejo industrial-militar en el que se apoyaría Estados Unidos para extender gradualmente su poder e influencia en todos los rincones del mundo.

En el Océano Pacífico el camino de conquista geopolítica estadounidense, que había arrancado después de la victoria sobre México y la anexión de la Alta California con potenciales puertos marítimos navegables todo el año, desembocó en la guerra contra España en 1898 y con ello el dominio sobre Guam, las islas Filipinas y otros enclaves del Pacífico Medio y Occidental (además del control sobre Cuba y la dominación de Puerto Rico en el Caribe).

Para los historiadores españoles ese hecho marca el surgimiento de Estados Unidos como potencia global, el inicio de la declinación del poder español y la futura confrontación entre aquel país y el imperio del Japón por el dominio del Pacífico que terminó con la derrota total de dicho imperio en 1945 (Historia general, 2009).

II. Antecedentes significativos de la historia de las relaciones entre México y China

En 1565 se hace el primer viaje interoceánico en el Pacífico, entre los puertos de Acapulco, Bahía de Banderas y Cabo San Lucas en la Nueva España y Manila en las islas Filipinas, con lo que nace la primera ruta comercial entre las riberas oriental y occidental de la Cuenca del Pacífico. Por 250 años operó este tráfico el último barco zarpó de Acapulco en 1815, durante las guerras de independencia de México, que se hacía con embarcaciones llamadas indistintamente Galeón de Manila o Nao de China.

Esta epopeya marítima fue fundamentalmente obra de los novohispanos, por lo menos en la segunda mitad del siglo XVI, ya que el rey Felipe II (r. 1554-1580) centró su atención política en el Mediterráneo y en empujar la contrarreforma religiosa en Europa (Braudel, 1953).

Por ese medio se entablaron intercambios indirectos de mercaderías varias entre la Nueva España y China, durante los reinados en ella de las dinastías Ming (1368-1644) y Qing (manchúes, 1644-1911). El México independiente no supo o no pudo mantener y ampliar esa ruta marítima comercial. No obstante, en 1899 el gobierno de Porfirio Díaz estableció relaciones diplomáticas con la China de los Qing; 15 años atrás lo había hecho con Japón.

Durante la primera mitad del siglo XX, las relaciones de México con China se mantuvieron de manera constante, con legación o embajada mexicana en Beijing y luego en Nanjing, capital de la República de China. La invasión japonesa a este país obligó al cierre temporal de la representación diplomática mexicana en Nanjing, mismo que se prolongó cuando el conflicto sino japonés se engarzó con la Segunda Guerra Mundial, a la que México entraría en 1942 del lado de la alianza de las Naciones Unidas contra las potencias del eje Berlín-Roma-Tokio, y por tanto establecería una misión diplomática en la ciudad de Chongqing (provincia de Sichuan), capital de la resistencia del gobierno de China, que había acordado con los comunistas locales formar un frente unido de resistencia al Japón.

Después de terminada esa guerra, volvió a abrirse la embajada de México en Nanjing pero por corto tiempo: la guerra civil china y el triunfo final de los comunistas en octubre de 1949, obligó al cierre definitivo de representaciones mexicanas en China continental.

III. Relaciones de México con Estados Unidos y China durante la Guerra Fría

Durante la Segunda Guerra Mundial los “tres grandes”: Estados Unidos, la Unión Soviética y Gran Bretaña, decidieron a lo largo varias conferencias efectuadas durante el conflicto, que China y Francia fuesen incorporadas como piezas estratégicas para la recomposición geopolítica de Asia y Europa. En el caso de la primera, los japoneses nunca lograron ocupar totalmente el territorio chino, ni obtuvieron la rendición del gobierno nacionalista y sus aliados de ocasión: las guerrillas comunistas. Más de un millón de tropas del ejército imperial japonés quedaron varadas en China continental y ya no pudieron ser reubicadas, por ejemplo en la defensa de Okinawa, en los últimos meses de la guerra.

En todo caso, al fin de la contienda bélica la República de China emergió como potencia militar y política mundial, gracias en parte a los acuerdos políticos a los que llegaron Roosevelt, Stalin y Churchill, entre las conferencias de Teherán en noviembre-diciembre de 1943 y Yalta en febrero de 1945. Por eso, durante la Conferencia de San Francisco de ese año, de la cual surgió la constitución de la Organización de las Naciones Unidas, China y Francia fueron incluidas como miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU, junto a los “tres grandes.” México y otros países latinoamericanos trataron inútilmente que no se aprobara la configuración de tal Consejo que, por un lado, tendría cinco miembros permanentes armados de un implícito poder de veto, y por el otro miembros ocasionales sin ese poder, por contravenir eso al “principio de la igualdad soberana de todos [los] miembros,” establecido en la fracción primera del Artículo 1 de la carta constitutiva de la nueva institución internacional.

Estados Unidos había desarrollado una relación muy amplia con China desde fines del siglo XIX y particularmente durante los años 1941-1945, por lo que al rendirse Japón, la presencia diplomática y militar estadounidense en ese país asiático fue predominante. En la Conferencia de Yalta hubo varios acuerdos entonces secretos, uno de ellos era el compromiso de que la URSS acordarse un tratado de paz y amistad con la República de China, mismo que se suscribiría, con duración de 30 años, el 14 de agosto de 1945, poco después de la Conferencia de Potsdam, en la que surgieron las primeras desavenencias entre los “tres grandes,” con las ausencias de Roosevelt, que había fallecido y a quien suplió Harry S. Truman, y la ausencia de Churchill a medio evento, porque había perdido las elecciones en su país y el nuevo jefe de gobierno era el laborista Clement Attlee.

La idea que Washington y Moscú compartían en aquellos momentos era la de facilitar la unificación formal y legal de nacionalistas y comunistas chinos bajo un gobierno único. También el arreglo tácito era que Estados Unidos llevase la batuta en cuanto a la ayuda que la alianza de las Naciones Unidas debería brindar a China para su unificación. Era claro que, de los años de resistencia al Japón, el partido comunista de China había surgido como una fuerza política y militar de consideración que controlaba territorios en el norte y parte del noreste del país.

De allí la importancia del tratado bilateral sino-soviético patrocinado por el generalísimo Chiang Kaishek y Stalin, quien claramente prefería una China unificada bajo el gobierno nacionalista a una dirigida por Mao Zedong y sus camaradas, entre otras razones porque esa era un opción poco probable entonces.

En 1946 comenzaron las negociaciones para la creación de un gobierno de unidad en China, y Estados Unidos envió al general George Marshall para que mediara entre las facciones políticas a fin de facilitar un acuerdo final entre ellas. No hubo tal acuerdo, en gran parte debido a que Chiang Kaishek torpedeó el proceso porque estaba convencido de que militarmente él destruiría a los comunistas y haría la unificación china a su manera. La guerra civil estalló en toda forma en el segundo semestre de ese año, el mediador estadounidense se regresó a su país, donde ocuparía la titularidad del Departamento de Estado y anunciaría en junio de 1947 un plan para la recuperación de Europa que llevaría su nombre, y sería un antecedente de la posterior bipolaridad de poder que dominaría el orden internacional hasta 1990.

En 1949 se produjo el impredecible triunfo militar de los comunistas en China, lo cual fue un duro revés para Estados Unidos que ese mismo año habría de formalizar la Organización del Tratado del Atlántico del Norte (OTAN), una alianza militar para la contención de la URSS, que también había efectuado su primer ensayo nuclear: Washington perdía el monopolio de ese tipo de armas y “perdía China.” Poco antes de la proclamación de la República Popular China, el Departamento de Estado había enviado al Congreso estadounidense un informe de más de mil páginas, intitulado United States Relations With China. With Special Reference to the Period 1944-1949, para documentar el amplio apoyo que los gobiernos estadounidenses le habían dado a ese país que estaba a punto de caer en manos de los comunistas, cuyos líderes have forsworn their Chinese heritage and have publicly announced their subservience to a foreign power, Russia (Acheson, Letter of Transmittal, 1949: XVI): la Guerra Fría estaba a punto de trasladarse a Asia y a punto también de calentarse con la Guerra de Corea (1950-1953).

Fue ese conflicto bélico, precipitado por la decisión de Kim Il Sung de invadir Corea del Sur, lo que hizo al gobierno estadounidense recomponer su perímetro de intereses en el “Lejano Oriente” (sic) a fin de poner bajo su protección a la República de Corea y a la República de China, derrotada y refugiada en la isla de Taiwán, las cuales todavía a principios de 1950 no estaban dentro de ese perímetro que originalmente abarcaba desde las islas Aleutianas en el noreste asiático hasta el archipiélago de las Filipinas, pasando por el de Japón.

En cuanto a China, al principio Washington veía al régimen comunista instalado en la parte continental de ese país como un mero títere de Moscú, pero cuando diez años después se manifestó la ruptura política y aún ideológica entre comunistas chinos y soviéticos, lo identificó como potencia autónoma adversaria y un actor internacional ineludible, no obstante los esfuerzos estadounidenses por prolongar sine die la existencia de dos Chinas, protegiendo a la establecida en la isla de Taiwán en todos los campos, incluido el de su reconocimiento en la ONU como la única y legitima representante del país llamado China. Esa política de contención y de tratar de ahogar a “China roja” repercutió en América Latina y el Caribe hasta 1960, cuando el gobierno de Fidel Castro rompió con Taiwán y estableció relaciones diplomáticas con la República Popular China.

En el caso de México, nuestra postura fue la de condenar a Corea del Norte como Estado agresor y apoyar la resolución de la Asamblea General de la ONU, llamada paradójicamente “Resolución Pro-Paz” (aprobada el 3 de noviembre de 1950-K-1950/1952: 11801-A), que condonaba la decisión previa del Consejo de Seguridad (adoptada el 7.7.1950, ibídem, p. 10831-A) la cual, a su vez, dio pábulo a una acción punitiva contra Corea del Norte, llevada a cabo por Estados Unidos y otros 15 países, y que condujo a una guerra convencional total contra la República Popular China, que había intervenido en apoyo al gobierno de Pyongyang.

Desde entonces y hasta octubre de 1971, México mantuvo relaciones diplomáticas con la República de China en Taiwán e internamente se vigilaban y periódicamente se perseguían por parte de los gobiernos mexicanos, las actividades de personas o grupos que simpatizaran con China Popular: de facto se consideraba a ésta en las esferas de gobierno como peligro latente a la seguridad del país. Cuando México cambió su voto en la ONU sobre cuál era allí la representación legítima de China, el presidente Luis Echeverría recibió una presión directa, hasta el último minuto, del gobierno estadounidense para que al menos México se abstuviera ya que se resistía a votar en contra de respaldar el proyecto de resolución propuesto por Albania y otros países socialistas y del grupo de los No Alineados, de declarar a la República Popular como la única representante legal de China en la ONU. Washington ya no se oponía al ingreso de aquélla, pero sí y con toda su fuerza diplomática a la expulsión de Taiwán, acariciando la idea que antes había repudiado, sobre la presencia de dos chinas en la ONU. Era ya muy tarde y el 25 de octubre se aprobó la resolución 2758 (XXVI) de la Asamblea General en el sentido de una China la República Popular, ya no Taiwán como había sido por 22 años -por 76 votos a favor-, entre ellos los de 8 países americanos (Canadá, Chile, Cuba, Ecuador, Guyana, México, Perú y Trinidad y Tobago); 35 votos en contra entre los que se encontraban los países latinoamericanos presentes y votantes, excepto Argentina, Barbados, Colombia, Jamaica y Panamá que estuvieran entre las 17 abstenciones registradas en la votación final.

El 14 de febrero de 1972, México y la república Popular China anunciaron el establecimiento de relaciones diplomáticas en un comunicado conjunto hecho en la sede de la ONU en Nueva York y que firmaron los representantes permanentes Alfonso García Robles de México y Huang Hua de China. De entonces y hasta 1991, cuando desaparecieron el bloque socialista europeo y la misma Unión Soviética y con ello terminó el orden mundial del poder bipolar, México desarrolló importantes lazos diplomáticos y políticos con China Popular, y en la era post Mao vínculos de tipo comercial, sin que hubiera la menor preocupación de Estados Unidos por esa situación: desde el viaje de Richard Nixon a China comunista, los dirigentes de este país, con el que Washington formalizó relaciones diplomáticas apenas en 1979 (durante la presidencia de Jimmy Carter), mantuvieron una estrategia de asimilación de China al sistema internacional y no más de contención y aislamiento. Eso parece estar acabándose con la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca.

IV. Los vínculos de México con China y Estados Unidos hoy

A medida que la economía de China Popular se ha desarrollado internamente a un ritmo muy rápido y abierta a la globalización comercial y financiera, su superávit frente a Estados Unidos y México ha aumentado de manera exponencial. Con relación al primero, ese superávit de China en millones de US$ pasó de 49,695 en 1997 a 375,576 en 2017, según cifras del censo de Estados Unidos:2 un incremento de 6.6 veces en 20 años, lo que quiere decir que el déficit comercial de Estados Unidos con China pasó de representar 27.5% del total en 1997 a 47.2% en 2017.

El déficit estadounidense con México fue de 14.549 millones USDLS en 1997 y en 2017 de 70,953 millones; un aumento de 3.9 veces, casi igual al registrado en el déficit comercial total de Estados Unidos, por lo que saldo negativo con nuestro país casi no se modificó como porcentaje del total: 8.06 en 1997 y 8.92 en 2017. China es el principal socio comercial de Estados Unidos y con el que tiene un déficit abrumador, pero el déficit en el comercio de bienes con México, aunque ronda solo un poco por encima de 8% del déficit total estadounidense, fluctúa entre el segundo y tercero mayor del comercio bilateral de Estados Unidos por países. Esta situación ha sido calificada de intolerable por el presidente Trump.

Un dato adicional curioso: el comercio sino-mexicano de bienes es una pequeña fracción del mexicano-estadounidense, pero China se ha convertido en el segundo proveedor mundial de bienes a México. Según datos nacionales, en 2017 el déficit comercial de México frente a China fue 67,438 millones de dólares (Banxico, 2017: 373 cuadro A60). Por cada dólar que México vendió en productos a China le compró más de 11 dólares. Por otro lado, el superávit comercial mexicano ante Estados Unidos, de 132,493 millones según cifras mexicanas, compensó con creces el déficit de México con China, Corea del Sur y Japón juntos.

Junto con ese fenómeno de interdependencia asimétrica comercial México-China-Estados Unidos, está la creciente penetración económica y política de China en América Latina y el Caribe, y al ascenso chino a niveles de potencia económica global y político-militar regional, que en años recientes ha derivado en una nueva preocupación para Washington, distinta a la de los años de la Guerra Fría de contención al comunismo chino: hoy el énfasis está puesto claramente encontrar formas de detener la rápida escalada de la República Popular a la cima del poder mundial. A continuación unas breves reflexiones sobre estos dos aspectos geopolíticos.

V. La penetración de China en América Latina y el Caribe (ALC)

En los años transcurridos del siglo XXI, China ha multiplicado su intercambio comercial con nuestra región y sus inversiones directas en la misma. Ese activismo económico, que a veces parece revivir el esquema neocolonialista del capitalismo estadounidense del siglo pasado, ha ido acompañado de dos documentos gubernamentales chinos: uno publicado en noviembre de 2008, en donde se plantean los objetivos generales de una amplia cooperación entre China y ALC, y su desdoblamiento en 4 áreas: política, económica, cultural y social, y de paz, seguridad y justicia (libro blanco 2008). Este primer documento pasó casi desapercibido para los gobiernos y políticos latinoamericanos y caribeños. La única que notoriamente respondió con un largo texto fue Michelle Bachelet, durante su primer periodo como presidenta de Chile (2006-2010).

Ocho años más tarde, el gobierno chino lanzó su segundo documento de política hacia ALC, esta vez bajo el liderazgo de Xi Jinping quien controla mayor poder en sus manos que ninguno de sus predecesores, con la excepción de Mao. En esta versión se profundiza o se clarifican las mismas áreas de cooperación sino latinoamericana (libro blanco 2016), y ha tenido mayor impacto y respuesta de gobernantes y políticos de lo que se ha llamado despectivamente “el patio trasero de Estados Unidos.” En enero de 2015, Xi Jinping ya había propuesto una serie de acciones para la cooperación entre su país y los 33 de ALC, en la apertura de la primera reunión ministerial CELAC-China, celebrada en Beijing y en donde los ministros adoptaron el plan de cooperación 2015-2019. La segunda ministerial, efectuada en Santiago de Chile en enero de 2018, con un foro de CELAC diezmado y desarticulado, ratificó los objetivos del plan y agregó un apoyo de tipo general a la otra y más ambiciosa propuesta de Xi Jinping sobre cooperación internacional para interconectar Eurasia: yidai, yilu () o un cinturón y una ruta; la ruta de la seda siglo XXI.

VI. Rivalidad entre China y Estados Unidos: su impacto sobre México

La posición de la República Popular China en la economía mundial se consolidó después de la crisis financiera y económica mundial de 2008-2009. El crecimiento anual del PIB chino se mantuvo en 9.1%, mientras que el mundial fue de -0.6%; el de las economías avanzadas de -3.2%, y el de Estados Unidos de -2.6% (IMF-WEO October 2010, 177 y 182). Ya para entonces el impacto del crecimiento chino sobre el mundial era superior al de Estados Unidos. En 2018, el crecimiento chino posiblemente contribuya con 36% del incremento de la economía mundial, que el FMI ha estimado en 3.6% para este año (citado en SCIO).

El gobierno del presidente Barak Obama inició algunas acciones para contrarrestar la creciente influencia de China en Asia: efectuó giras de trabajo en la región e impulsó la alianza transpacífica Transpacific Partnership (TPP) entre 11 de las 21 economías del foro de Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC), incluida la mexicana. La entonces Secretaria de Estado, Hillary Clinton publicó en 2011 un ensayo en la revista estadounidense Foreign Policy, donde señalaba, entre otras cosas, que el futuro político de Asia ya no se decidirá en Afganistán o Irak sino en Asia-Pacífico y que Estados Unidos estará en el mero centro de la acción; con respecto a China la señora Clinton escribió que ella representa una de las relaciones bilaterales más desafiantes y consecuentes que Estados Unidos haya tenido que manejar (Clinton, 2011: 1 y 3, traducción libre).

Con la llegada de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos todo parecía indicar que la relación sino-estadounidense entraría a una etapa de fricciones. No obstante, Xi Jinping fue uno de los primeros líderes extranjeros en visitar a Trump en abril de 2017 y el encuentro fue en Mar-a-Lago, la propiedad que este millonario tiene en Florida. Allí se limaron asperezas, de forma tal que los riesgos de confrontaciones bilaterales se redujeron. Y esta tendencia a la distensión pareció fortalecerse con el segundo encuentro entre los dos presidentes, ocurrido en Beijing en noviembre del mismo año. En el interim, Trump sacó a Estados Unidos del TPP: acción que en realidad se inscribe más dentro de la obsesión de Trump de desmantelar todo lo que hizo su predecesor.

De sus conversaciones durante el segundo encuentro entre ambos dirigentes, que además formó parte de la primera gira larga del presidente Trump al exterior, que fue en Asia y cubrió a Japón, Corea del Sur, China, Vietnam y Filipinas, trascendieron frases de Trump como “no puede haber un asunto más importante que la relación China-Estados Unidos,” y se anunció que habría un acuerdo comercial entre los dos países por 253,400 millones de dólares, además del compromiso de profundizar la cooperación de ambos en temas globales, como la situación en la península de Corea.

Trump repitió lo que había dicho durante su campaña electoral, de que Estados Unidos debe cambiar sus políticas comerciales, pero culpó a las administraciones que le precedieron de que el desequilibrio comercial con China llegara tan lejos (Telediario, 2017).

Después de esa aparente recomposición de la relación sino-estadounidense, Trump reinició sus críticas a China, a pesar del encuentro que aquél tuvo con el líder de Corea del Norte, Kim Jung Un (nieto de Kim Il Sung, fundador de la casa dinástica que gobierna la parte socialista de la península), hasta llevar las relaciones con Beijing a un nivel de confrontación abierta que arranca con la imposición de aranceles a las importaciones estadounidenses procedentes de China, nación que ha reaccionado con la misma moneda y con ello se ha iniciado una guerra comercial de enormes proporciones, cuyo impacto negativo en el mundo está todavía por verse.

Debe destacarse que esa confrontación va más allá del comercio para abarcar también temas financieros, patentes y marcas de propiedad intelectual, trasferencia de tecnología, sin contar el recelo de Estados Unidos por la ofensiva político, diplomática, comercial, financiera de China con la iniciativa de un cinturón y una ruta (OBOR, por sus siglas en inglés).

Finalmente, el actual gobierno de Estados Unidos decidió acusar a China de intervenir en sus asuntos políticos internos y otros reclamos, algunos sin fundamentos y otros que comparten algunos empresarios, asesores económicos de la Casa Blanca y grupos nativistas trumpeanos. Esa ofensiva contra la República Popular corrió a cargo del Vicepresidente Mike Pence en una plática que dio en el Hudson Institute de Washington, un conservador grupo de investigación, el 5 de octubre de 2018, la cual estuvo llena de frases tales como we will not stand down (algo como “no bajaremos la guardia”) y otras destinadas obviamente a la opinión pública doméstica. Una periodista del New York Times, dio cuenta de algunas de las afirmaciones falsas de Pence (ver texto completo de sus afirmaciones en White House foreign policy 2018.10.04) y de reacciones de China: discurso muy ridículo “nadie puede parar” el avance del pueblo chino (Perlez, 2018.10.05).

VII. Complicaciones para que México se vincule con China ante la nueva “guerra fría” del gobierno de Donald Trump

No hay duda de que la idea de una política exterior de México, cuyo objetivo sea intensificar vínculos económicos, políticos y culturales con China, a la vez que se continúa con una necesaria e intensa relación de interdependencia con su vecino del norte, enfrenta nuevos obstáculos ante el giro de la política estadounidense de confrontar a la República Popular para contener su ascenso a potencia global.

La renegociación del Tratado de Libre Comercio y su conversión en un Acuerdo México, Estados Unidos, y Canadá, cuyo significado es el fin de una posible integración de América del Norte y el retorno a los acuerdos multinacionales, llevó a establecer que ninguno de los países del acuerdo tripartita, pueda negociar sin consultar con los demás tratados comerciales con países que no son considerados “economías de mercado” (léase China).

Además, autoridades y diplomáticos de Estados Unidos le han dicho, tanto en corto como de forma más abierta, a sus contrapartes mexicanas, que su país no aceptará posiciones de respaldo a iniciativas y acciones chinas, como la del cinturón y la ruta, sin tomar algún tipo de represalias. El mero enunciado de que a México le conviene y las circunstancias son favorables a ello diversificar sus intereses comerciales, financieros, ambientales y aún políticos para reducir un poco la excesiva dependencia de nuestro país respecto a Estados Unidos en esos ámbitos, y que tal diversificación se encuentra en una relación sino mexicana de carácter estratégico integral (como ya se ha declarado) provoca resquemor.

No es un secreto que Washington le pidió al gobierno del presidente Peña Nieto que se abstuviera de asociarse al Banco Asiático de Inversiones en Infraestructura que promovió Beijing; ninguno de los aliados ni vecinos geográficos de Estados Unidos, excepto Japón y México, hicieron caso a tal advertencia: Canadá, Gran Bretaña, Francia y Alemania por citar algunos ya son miembros formales de tal banco de desarrollo multinacional.

El nuevo gobierno mexicano, instalado a partir del primero de diciembre de 2018, deberá tomar una decisión clara respecto al futuro de los vínculos de nuestro país con Estados Unidos, la mayor potencia económica y general del mundo, y con la República Popular China, la segunda economía más grande del globo, y una potencia política claramente en ascenso.

La mera reiteración de que el titular del Poder Ejecutivo, en el caso actual Andrés Manuel López Obrador, al fijar su política exterior deba observar los 7 principios normativos establecidos en la fracción X del artículo 89 de la Constitución Política3 de México es condición necesaria pero no suficiente para instituir una diplomacia activa y moderna que sirva mejor a los intereses del pueblo mexicano.

No hay duda que tales intereses son el proteger y apoyar a los connacionales que se hallen en el exterior, apoyar la paz y la seguridad internacionales, lo que redunda en favor de la paz y la seguridad internas, e impulsar el desarrollo económico y social del país mediante un posicionamiento amplio y activo de México en el mundo.

Obviamente que al buscar un mayor relacionamiento con China, como parte de una estrategia de diversificación de oportunidades, vínculos y negocios que no signifique reducir los vínculos con Estados Unidos, vecino y socio indispensable, el gobierno de México deberá mantener sus posiciones y principios en las relaciones y asuntos del mundo, aunque no llegase a coincidir con los de China (por ejemplo, en materia de derechos humanos), de manera que la coexistencia se dé siempre sobre bases de respeto a posiciones divergentes y a partir de allí se busque, mediante el diálogo y la negociación, la solución de diferencias. Esto también se aplica, o debería aplicarse, a las relaciones con Estados Unidos, que son mucho más amplias, complejas e impactantes para la vida de México, que las habidas o que puedan construirse con China.

En una frase: incrementar los vínculos con China a fin de diversificar nuevas corrientes de intercambio económico, cultural y material, y no para el desvío de tales corrientes ya existentes (en lenguaje de economistas: creación y no desviación del comercio exterior).

Conclusión

Diplomacia mexicana con Estados Unidos debe servir para el aprovechamiento de la magnitud y variedad de la coexistencia entre ambos países: comercial, financiera, laboral, ecológica y de seguridad.

Por otro lado, debe fortalecerse una agenda con China en la que se recojan y lleven a la ejecución los elementos positivos para México y China que han sido identificados claramente en diversos documentos y declaraciones conjuntas: complementariedad financiera como solución al problema de la asimetría comercial; estrategia de impulso a la relación económica con China y a través con Japón y Corea del Sur; diálogo político a todos los niveles de gobierno y de organizaciones partidistas; cooperación cultural y entre los medios de información.

La política exterior de México debe seguir privilegiando la diplomacia económica sin menoscabo de sus principios básicos, entre ellos la defensa de los derechos humanos, mismos que incluyen los económicos y ecológicos.

Bibliografía

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1 Un estudio reciente pone la cifra de muertos entre 750 y 850 mil (Backer, 2011).

2 https://www.census.gov/foreign-trade/balance/c5700.html; para el comercio Estados Unidos-México la fuente es esta misma pero con terminación /c2010.html; el total del comercio exterior de bienes estadounidenses se encuentra con la terminación /c0004.html.

3Autodeterminación de los pueblos; no intervención; solución pacífica de controversias; proscripción de la amenaza o el uso de la fuerza en las relaciones internacionales; igualdad jurídica de los estados; cooperación internacional para el desarrollo, y la lucha por la paz y la seguridad internacionales.

Recibido: 25 de Julio de 2018; Aprobado: 06 de Noviembre de 2018

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