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Agricultura, sociedad y desarrollo

Print version ISSN 1870-5472

agric. soc. desarro vol.3 n.2 Texcoco Jul./Dec. 2006

 

El género y la clase en los movimientos de mujeres agricultoras de Brasil

 

Gender and class in Brazil's agricultural women's movements

 

Maria Ignez S. Paulilo

 

Departamento de Sociología e Ciência Política. Universidad Federal de Santa Catarina. Centro de Filosofía e Ciencias Humanas. Campus Universitário - Trindade. 88040-900 Florianópolis- SC. Brasil. (ipaulilo@terra.com.br)

 

Resumen

En este artículo se reflexiona sobre las reivindicaciones de clase y género en tres movimientos sociales brasileños: el sindicalismo, el Movimiento de Mujeres Campesinas (MMC) y el Movimiento de los Sin Tierra (MST). La relevancia de este estudio es que ayuda a dilucidar las diferencias entre las reivindicaciones de clase y de género a partir de una metodología cualitativa basada en entrevistas a las mujeres y líderes de los movimientos. Las conclusiones muestran la complejidad ideológica, política y de género que está presente en cada una de estas tendencias. Las reivindicaciones de clase consideran los derechos laborales en igualdad con los hombres, sin cuestionar el enfoque tradicional de familia; mientras que las reivindicaciones de género consideran los derechos laborales, más los relativos a educación y salud, cuestionando el enfoque tradicional de familia. El hilo conductor del análisis es la exclusión de las mujeres a la tenencia de la tierra.

Palabras clave: Desarrollo rural, feminismo, sindicalismo, tenencia de la tierra.

 

Abstract

In this article, I reflect upon demands of class and gender in three Brazilian social movements: syndicalism, Rural Women's Movement (MMC) and the Rural Landless Workers Movement (MST). The relevance of this study is that it helps to elucidate differences between demands of class and gender using a qualitative methodology, based on interviews with women and leaders from the movements. Conclusions show the ideological, political and gender complexities present in each of these tendencies. Class demands consider labor rights in equality with men, without questioning the traditional family approach; while gender demands consider labor rights more in relation to education and health, questioning the traditional family approach. The conducting thread of the analysis is exclusion of women in land ownership.

Key words: Rural development, feminism, syndicalism, land ownership.

 

Introducción

El objetivo de este trabajo fue analizar las reivindicaciones de los movimientos de mujeres agricultoras en los estados de Santa Catarina y Río Grande do Sul en Brasil, sobre tenencia de la tierra, derechos laborales, familia campesina y toma de decisiones. Se eligieron estos estados por la mayor proximidad y conocimiento que la autora tiene de la zona, aunque podemos decir que lo que ocurre en estos estados del sur se puede aplicar al resto del país.

La metodología utilizada se basó en el trabajo de campo y entrevistas a mujeres lideresas del Movimiento de Mujeres Campesinas (MMC) y Movimiento de los Sin Tierra (MST), así como a mujeres militantes de sindicatos y líderes de sexo masculino.

La hipótesis de la que partimos es que las diferencias entre los diferentes movimientos de mujeres no son superficiales, ni son resultado de falta de diálogo, competencia por espacios políticos o estrategias de lucha diferentes. Hay una diferencia profunda en las representaciones de clase y género. Para las militantes con una fuerte influencia de luchas laborales o de las ideas marxistas, como es el caso de las sindicalistas y de las militantes del MST, la concepción de género se subordina a la de clase. Para las militantes del MMC, las cuestiones de género están presentes y deben considerarse adecuadamente. Las estrategias del MST se dirigen a la participación política, mientras que las del MMC se dirigen a politizar el ámbito cotidiano y el doméstico.

 

Reflexiones sobre trabajo productivo e improductivo

La categoría "trabajo", sea remunerado o no, ha sido relevante para el pensamiento feminista. Considerar como trabajo las numerosas actividades desarrolladas por las mujeres en el hogar y en las pequeñas propiedades agrícolas fue una forma de volverlas visibles y más valorizadas. En relación con el trabajo remunerado, éste fue considerado fundamental, pues, en una sociedad donde casi todo se compra, el acceso de las mujeres a alguna forma de ingreso propio podría hacerlas más independientes del marido y otros participantes en las decisiones que atañen al grupo doméstico y a la sociedad. Cuatro décadas de feminismo no disminuyeron la importancia de esta categoría. El trabajo está en el centro de una de las principales conquistas de los movimientos de mujeres agricultoras que, junto con otros movimientos sociales ligados al campo, luchó para que las esposas involucradas en la producción agrícola familiar fueran consideradas productoras rurales, y no amas de casa.

En la década de los setenta, por influencia del marxismo, hubo una preocupación acentuada en diferenciar "trabajo productivo" de "trabajo improductivo", refiriéndose el primero a las actividades que produjeran plusvalía, mientras el trabajo doméstico sería improductivo. A pesar de las críticas a la exploración capitalista del trabajo remunerado, la conquista, a través de él, de la independencia femenina y de la posibilidad de participar en la transformación de la sociedad fue una constante del pensamiento feminista.

Las actividades femeninas remuneradas trajeron consigo la cuestión de la doble jornada de trabajo. Al trabajar dentro y fuera de casa, ¿qué tiempo y qué energía quedarían a la mujer para reflexionar sobre sus condiciones de vida? Gongalves (1989), en su estudio sobre mujeres trabajadoras en Joinville (Santa Catarina, Brasil), partió de la hipótesis de que el trabajo tendría un carácter educativo en la formación de la conciencia femenina. Finalizada la investigación, concluyó que la incorporación de la mujer al mercado de trabajo, aun habiendo sido condición necesaria, no era condición suficiente para que se desarrollara su proceso de emancipación y mayor conciencia de sus condiciones de vida.

Una investigación en la región rural de Devon, en el Reino Unido, muestra que las mujeres rurales tienen poco acceso a la toma de decisiones cuando el marido tiene empleo y la mujer es ama de casa; en el caso de que ella sea la que trabaje fuera de casa, tampoco es consultada en las decisiones importantes relativas a la explotación familiar. Sin embargo, cuando los dos miembros de la pareja trabajan fuera del hogar, la participación de la esposa aumenta en la toma de decisiones (Gason et al. ,1992).

Little (1994) cuestiona la relación entre trabajo femenino remunerado e independencia de la mujer, considerando los resultados de la investigación hecha en tres regiones de Inglaterra. Según la autora, el trabajo femenino remunerado es más una consecuencia de la disponibilidad de trabajo y del momento del ciclo familiar que de la búsqueda de una carrera profesional o de independencia financiera por parte de las esposas. Por eso, las mujeres suelen renunciar al trabajo fuera del hogar si éste es incompatible con las actividades domésticas. En otra investigación realizada en el Estado de Sao Paulo, en 1975, nosotras mismas, bajo la influencia del feminismo de la época, nos quedamos sorprendidas cuando buena parte de nuestras entrevistadas consideraban la participación en actividades productivas, (como el cultivo del campos), como una sobrecarga y no como una forma de salir de la clausura doméstica (Paulilo, 1976).

En los años ochenta, en Brasil, surge en el sur del país el Movimiento de Mujeres Trabajadoras Rurales (MMTR) que, más tarde, se expandiría por todo el país. Aunque el informe del Copla no se centra en explicar las causas del cambio, creemos que la mecanización del campo facilitó el trabajo y lo hizo menos pesado para las mujeres.

Otro factor que probablemente influyó en la mayor valoración de las actividades agrícolas por parte de las mujeres, fue la disminución del número de hijos. Teixeira et al. (1994) muestran que en el período 19801985, el mayor índice era de 6.8 en la Región Norte y el menor, 3.6 en la Región Sur, en el período siguiente, 1985-1990, tenemos, en las mismas regiones, 6.0 y 3.1. La diferencia entre la tasa de fertilidad total rural y la urbana fue disminuyendo. Además de disminuir la tasa de fertilidad rural, se observa que la urbana también disminuyó, como señala Siqueira (1992), anotando que la diferencia cayó de 3.18 hijos/mujer en 1970 a 2.29 en 1984.

La valoración del trabajo femenino en la agricultura aumentó en los años ochenta con el surgimiento de los movimientos autónomos de mujeres rurales1. Esos grupos presentan una trayectoria semejante a muchos otros movimientos sociales que surgieron en ese período en Brasil y que estuvieron influenciados por la Iglesia Católica, a través de su ala progresista. En el medio rural, esta influencia fue decisiva para la participación femenina, pues la iglesia es uno de los pocos lugares públicos que las mujeres han frecuentado siempre y son estimuladas a hacerlo. Con el pasar del tiempo, las participantes comenzaron a encontrar menos identidad entre sus aspiraciones y las posibilidades ofrecidas por la Iglesia Católica, la cual nunca abandonó su postura patriarcal ni su visión restrictiva sobre el comportamiento sexual y la contraconcepción.

 

Los movimientos de mujeres campesinas y la tenencia de la tierra

En 2004, los movimientos autónomos de mujeres cobijados por diferentes denominaciones se unieron bajo una sigla única: MMC (Movimiento de Mujeres Campesinas). El MMA (Movimiento de Mujeres Agricultoras) era denominado así en Santa Catarina, y el MMTR (Movimiento de Mujeres Trabajadoras Rurales), en el Estado de Río Grande do Sul; posteriormente estas siglas también identificaron la articulación nacional de los movimientos autónomos de mujeres rurales.

Según algunos autores (Casagrande, 1991; Daboit, 1996) el surgimiento del Movimiento de Mujeres Agri-cultoras (MMA) en Santa Catarina ayudó a crear el movimiento MMC veinte años (de militancia) después. Según esos autores, el MMA se organizó a principios de los años ochenta en el municipio de Chapecó, al oeste de Santa Catarina, bajo la influencia de las Comunidades Eclesiales de Base, ligadas a la Iglesia Católica. Tuvo como primer objetivo organizar a las agricultoras para tomar la dirección del Sindicato de los Trabajadores Rurales de Chapecó, meta alcanzada en 1982. En el centro de este movimiento, el problema de la poca sindicalización de las mujeres rurales fue considerado. En marzo de 1984, en el Día Internacional de la Mujer, hubo una primera manifestación pública del movimiento en Chapecó, en la cual participaron cerca de 500 mujeres. En los dos años siguientes el hecho se repitió, congregando a 2 mil mujeres en el primer año y 3 mil en el siguiente. La presencia pública del movimiento ya estaba clara, y su visibilidad se volvió todavía más grande cuando la única diputada elegida en 1986 en Santa Catarina, Luci Choinacki, fue una agricultora de esa región. En 1991 se realizó la campaña "Declare profesión" para integrar el censo, y las mujeres fueron instadas a identificarse como productoras rurales y no como amas de casa, que era la costumbre.

En un principio las causas que atraían a las mujeres para unirse al MMA eran laborales, tales como: ser consideradas productoras rurales, con derecho al seguro médico en caso de accidente de trabajo; jubilación a los 55 años; salario por maternidad y pensión por viudez. La Constitución de 1988 abrió posibilidades para la reivindicación de estos derechos que, poco a poco, fueron reglamentados. Las cuestiones laborales eran más importantes que las de género. Pero, en los años noventa, comenzaron a despuntar entre las militantes cuestiones propiamente feministas, y las mujeres pasaron a insistir en la autonomía del movimiento en relación a la Iglesia, el Estado y los partidos políticos (Casagrande; 1991; Daboit; 1996)2.

En Río Grande do Sul, en la misma época, surge el Movimiento de Mujeres Trabajadoras Rurales (MMTR), con características muy próximas a las del MMA. Hubo una inmediata conexión entre los dos movimientos. Según Stephen (1996:36), las preocupaciones iniciales del MMTR eran relacionadas "[...] con la salud de la mujer, licencia por maternidad y la implementación de beneficios como la jubilación y otros, que ya habían sido asegurados a las trabajadoras urbanas, además del reconocimiento del trabajo de la mujer rural y la integración individual en los sindicatos y cooperativas". Si los primeros objetivos eran semejantes, los cambios de rumbo también lo fueron, pues "[... ] aunque todavía estaban firmemente enraizados en un análisis que resalta el lugar de la clase trabajadora en la estructura económica capitalista, el MMTR poco a poco fue dando mayor énfasis a los aspectos culturales y sociales de las diferencias referentes a género en Brasil" (Stephen, 1996:37).

Pasar del enfoque laboral al de género implicó algunas dificultades. El MMC trae como herencia de sus orígenes el optimismo de la década de los ochenta en relación con los movimientos sociales; la idea de que los derechos humanos son universales y se suman en un país más democrático y más libre. Contradicciones entre libertad e igualdad reciben poca atención pues se parte de la premisa de que lo que es bueno para el conjunto de los miembros de la familia es, necesariamente, bueno para la mujer. Esto se refuerza por el hecho de que el concepto de agricultura familiar, que desde el inicio de los años noventa tiene amplia aceptación, tanto en el medio académico como entre los técnicos y los propios agricultores, implica una visión, si no totalmente armónica de la familia rural, por lo menos basada en la idea de que los conflictos entre los cónyuges, y entre éstos y sus hijos, pueden ser resueltos sin sobrepasar la esfera doméstica. Desde nuestro punto de vista el conflicto que está presente en el ámbito doméstico es el acceso a la tierra. Sin embargo, este asunto está fuertemente enraizado en la tradición patriarcal y, por ello, intentar abordarlo es difícil porque la solución no es fácil.

En el sur de Brasil, principalmente en las antiguas regiones de colonización italiana y alemana, hay un patrón respecto a la sucesión en las propiedades rurales. Ese patrón establece que sean los hijos varones los que hereden la tierra, mientras que las mujeres se vuelven agricultoras por matrimonio. Ellas reciben la herencia cuando la pareja no tiene descendencia masculina o cuando una hija casada cuida de los padres en la vejez. Además, el patrón de herencia igualitaria puede surgir cuando la tierra no tiene ya importancia como medio de producción para los hijos, o cuando los padres tienen propiedades grandes. Lo que está detrás de este patrón es que, si es necesario excluir a alguien, las mujeres son las primeras excluidas. Ellas son siempre consideradas como "hijas o esposas de agricultor", término que identifica tanto a las que trabajan en los campos como a las que no lo hacen. También cuando la tierra pertenece a la mujer por herencia, el marido es considerado el responsable.

Nuestra experiencia de muchos años de investigación de campo en el medio rural de Santa Catarina (Brasil) nos mostró que este problema es poco comentado espontáneamente, lo que da la falsa impresión de que, para las mujeres, la exclusión de la posesión de la tierra es considerada natural y, por tanto, aceptable. Sin embargo, en momentos de mayor confianza con las informantes, y no habiendo hombres presentes, nos sorprendió el hecho de que en más de una ocasión las mujeres expresaran un profundo malestar por no acceder a la herencia de la tierra, incluso comentado por mujeres mayores. Ellas afirman que "trabajaron tanto como sus hermanos en la tierra de los padres", alegato que sólo tiene sentido si consideramos el hecho de que la herencia está asociada al pago de los servicios prestados en la tierra, tanto así, que los hijos que recibieron apoyo financiero para estudiar ya se saben de antemano excluidos del reparto de los bienes. La exclusión de las mujeres significa que su trabajo no es reconocido.

Debemos recordar que no todos los hijos hombres heredan tierra cuando la propiedad es pequeña, pero hay un mecanismo de compensación en el cual los hijos no herederos reciben apoyo para estudiar una profesión, o los padres les dan "un comienzo de vida", o sea, capital para comenzar algún pequeño negocio. La compensación para las mujeres es la dote de bodas, que suele ser en especie como las ropas de cama y mesa para la casa, una máquina de costura, una vaca de leche o una cerda y el banquete de boda. Esta dote puede ser financiada por los padres de la novia o por los padres de ambos cónyuges. El valor de la dote no guarda relación con el valor de la tierra que las mujeres recibirían en caso de que la repartición fuera igualitaria, y las que no se casan no reciben ninguna compensación. Cuando la compensación para los no herederos se hace en efectivo, en general las mujeres reciben una cantidad más pequeña que los hombres.

Los arreglos posibles son muchos, pero hay uno que vale la pena citar, que es cuando las mujeres reciben tierra y la venden a los hermanos a un precio más bajo que el del mercado (Papma, 1992; Woortmann, 1995; Paulilo et al.,1999; Seyferth, 1985).

 

¿Agricultora o esposa de agricultor?

Si, como observaron Casagrande (1991) y Daboit (1996), las cuestiones feministas comienzan a inquietar a las militantes del MMA, cabe preguntarse hasta que punto la disyuntiva entre los intereses de las mujeres y los de la familia rural continuará sin cuestionarse. Aunque la postura inicial sea participar de la vida pública con los hombres, Pinto (1992) comenta que la participación de las mujeres en movimientos sociales no las vuelve necesariamente feministas, pero modifica la inserción en la red de poderes de la comunidad, provocando un efecto transformador. Dice más:

(...) la presencia de la mujer, feminista o no, es modificadora de las prácticas sociales, sea por la presencia en sí y su explícito contraste con la presencia de los hombres, sea por constituir, por lo menos potencialmente, un canal de aproximación con los movimientos feministas, que tanto puede ocurrir por una voluntad de encuentro, como por el propio surgimiento del interés por conocer los planteamientos del feminismo en el interior de grupos de mujeres en el sindicato, independiente de cualquier contacto efectivo con el feminismo organizado. (Pinto, 1992: 143)3.

Esas ideas encuentran apoyo en el trabajo de Lechat (1996), que muestra que la participación femenina en la lucha por la reforma agraria a través del Movimiento de los Trabajadores Sin Tierra (MST) abre la posibilidad de cuestionamiento de antiguas jerarquías, aunque el resultado pueda no ser una mayor igualdad.

La producción colectiva en el MST tiene un carácter político y es asumida como tal por los asentados, pero esta forma de trabajo lleva a múltiples reuniones para que todas las cuestiones sean discutidas y resueltas democráticamente. No existiendo más la jerarquía de poder tradicionalmente presente en la producción familiar ni la relación de propietarios asalariados, se forman nuevas relaciones de poder, así como resistencia a ellas. Ésto lleva a una situación conflictiva y potencialmente explosiva, en la cual las diferencias tradicionales de género, edad y origen étnico están también presentes y son manipuladas constantemente, lo que resulta en una distribución desigual de poder. (Pinto, 1992).

Analizando la investigación de Teixeira et al. (1994), encontramos que sobre el comportamiento de las mujeres asentadas, dicen:

[...] tanto el prestigio social femenino como el desarrollo de movimientos sociales están asociados a un tercer elemento, más abarcador, que es la cohesión comunitaria. Estructuras comunitarias cohesionadas, como las que se observaron en el asentamiento de Sarandi, presentan a los individuos la posibilidad de identificarse con unidades sociales más amplias que la propia familia y exigen de ellos una participación centrada (en alguna medida) en el interés de la comunidad. Este tipo de estructura favorece el desarrollo de movimientos sociales verticales, y también favorece la elevación del prestigio social de las mujeres, al aflojar la importancia de la familia, que es la base de la exclusión social femenina. (Teixeira, 1994:5)

Las asentadas están en un espacio privilegiado no sólo para la reflexión, sino también para la acción. El simple hecho de que ellas ya no estén aisladas, "cada una en su casa", sino mucho más próximas geográficamente, es un elemento nuevo y movilizador. Conversando con los agricultores, es fácil percibir como el MST busca alternativas en el campo. En las marchas y campamentos frente a órganos públicos, se puede ver la convivencia entre las militantes del MMC y del MST, aunque haya divergencias entre ellas, que se evidencian por la insistencia con que cada una aclara a qué movimiento pertenece; sin embargo, el intercambio de ideas es una constante.

Teniendo en cuenta lo anterior, una mayor liberación femenina supone la modificación del ámbito doméstico tradicional, en el cual el rol de la mujer es subordinado. Las feministas dieron gran importancia al espacio público, tanto en los movimientos por el voto de las mujeres, como en su participación como candidatas políticas. Sin embargo, la familia tradicional es apoyada por instituciones de peso como las Iglesias, la Católica entre ellas, y políticas públicas orientadas al medio rural. Debemos recordar que es muy reciente la modificación de la patria potestad en la legislación brasileña. Fue hasta 1988 que la Constitución consideró a ambos cónyuges con igual responsabilidad sobre la prole. Sin embargo, aunque la legislación no discrimina a las mujeres, como por ejemplo en el caso del Código Civil (que establece la igualdad para hijos e hijas respecto a la herencia) la realidad nos muestra la predilección hacia los hijos (Seyferth, 1985).

En un plano hipotético podríamos preguntarnos ¿qué ocurriría si la mayoría de las mujeres rurales comenzaran a desafiar la subordinación en la que han vivido en el ámbito público? Nos referimos al ámbito público porque ha sido el más visible en relación a la exclusión de las mujeres: exclusión de la herencia familiar, discriminación en el acceso a los créditos bancarios, exclusión de los sindicatos y las cooperativas (donde el nombre de la esposa ha sido incluido en la lista de socios recientemente). En relación con la esfera doméstica, algunos autores y autoras enfatizan la capacidad de negociación de las esposas "puertas adentro", aún habiendo asimetría de poderes. Muchas de estas investigaciones han estudiado los factores que aumentan o disminuyen el poder de negociación femenino (Blanc y Mckinnon, 1990). También podríamos preguntarnos ¿qué pasaría si las mujeres ejercieran realmente los mismos derechos que los hombres? ¿habría más divorcios? ¿reivindicarían su derecho a la herencia de la tierra? ¿Qué modificaciones traerá el estatuto de productora rural en el derecho de las esposas? En Brasil, las mujeres son legalmente socias de la propiedad. Hasta diciembre de 1977, cuando entró en vigor la ley del divorcio, el régimen de los bienes matrimoniales se aplicaba en tres modalidades: 1) el matrimonio más común era el de bienes compartidos, es decir, todos los bienes adquiridos antes o después de la unión pertenecen a ambos cónyuges; 2) la segunda modalidad aludía al caso en que la pareja no quisiera bienes compartidos, para lo cual era necesario explicitar por escrito en el pacto prenupcial, que el régimen sería el de la separación de bienes; 3) la tercera modalidad, a partir de 1977, fue la más común y era la de la bienes parcialmente compartidos, es decir, solamente lo que es adquirido después del matrimonio puede ser considerado bien común. Si los cónyuges no declaraban nada quedaba implícito que aceptaban esta tercera modalidad (que los bienes eran comunes cuando se obtenían dentro del matrimonio). Al conversar con las entrevistadas, quedó de manifiesto que, si bien no ignoraban esta ley, no la conocían totalmente. Los jueces que ofician bodas deberían informar a los novios sobre la existencia de las tres opciones, pero eso no ocurre siempre. Sin embargo, lo que ignoraban todas las entrevistadas es que los bienes heredados, aún cuando se hubieran recibido una vez casadas, no eran comunes (Art. 269, Inciso I del Código Civil). Esto significa que, si el marido recibió una tierra de los padres, aunque eso ocurra cuando ellos ya están casados, esta tierra no es bien común. La ignorancia sobre esta peculiaridad es general y está presente incluso entre estudiantes de Derecho y empleados de notarías, como pudimos constatar.

En un principio dimos mucha importancia a la existencia de las tres modalidades de bienes matrimoniales y el poco conocimiento sobre el asunto de la herencia. Sin embargo, percibimos que la figura jurídica de los bienes gananciales parciales cobra mayor significado cuando se considera la posibilidad de separación en la pareja, la cual fue instituida con la aprobación de la Ley del divorcio. Para la mujer rural, separarse es una posibilidad remota, incluso actualmente. Queda por saber si continuará siendo así. ¿La independencia femenina en el medio rural es incompatible con el matrimonio? Seguramente la respuesta sería afirmativa si consideramos algunas experiencias negativas.

Queda por saber si el patriarcado rural es el responsable de la alta tasa de uniones estables en el medio rural en comparación con el medio urbano.

 

Cuestiones de género

Consideramos la premisa de que, al participar en los movimientos colectivos, feministas o no, las mujeres tienden a cuestionar su posición social subordinada. A través de entrevistas con mujeres militantes y no militantes, tratamos de percibir si estos cuestionamientos de género influían en separar los intereses femeninos y los de los otros miembros de la familia. Antes de continuar es necesario hacer una distinción interna fundamental entre lo que llamamos las "cuestiones de género" y, para eso, vamos a retomar las reivindicaciones de las trabajadoras rurales del inicio de la década de los años noventa.

En marzo de 1991 hubo una caravana de las trabajadoras rurales a Brasilia, en la que participaron cerca de mil mujeres, provenientes de 16 Estados brasileños. Teixeira et al. (1994) clasificaron las ocho reivindicaciones presentadas por ellas en dos tipos: las de naturaleza clasista y las de género. En el primer caso estarían: pago de jubilaciones, retirada de la corrección monetaria en el crédito de emergencia, liberación de crédito a los asentados, y el asentamiento de los que están en campamentos. Hubo una reivindicación sobre la necesidad de reglamentar la reforma agraria, que las autoras consideraron contenía reivindicaciones de naturaleza clasista y de género. Como reivindicaciones de género tendríamos: licencia por maternidad, garantía de guarderías y reconocimiento de la profesión de trabajadora rural. Como se ve, esas cuestiones de género no tienen por qué no recibir el apoyo masculino, pues benefician a la familia como un todo. Sin embargo, las reivindicaciones de género se subdividen en dos categorías: aquellas que no entran en confrontación con el enfoque patriarcal de familia, y aquellas que sí lo confrontan. Pinto (1992) afirma que los individuos o grupos sometidos a múltiples exclusiones "eligen" sus banderas de lucha. En el caso de las mujeres rurales, esta elección es todavía más pertinente porque, para llevar adelante las reivindicaciones de clase, una imagen de la familia rural como un todo cohesionado es mucho más eficiente que una imagen de conflicto. En la cultura brasileña, como en muchos países, existe una imagen idílica de lo rural, en el sentido de pensarlo como un lugar privilegiado donde se conservan valores como el respeto a la familia, poca libertad sexual, educación severa de los hijos, sinceridad e inocencia derivadas del contacto con la naturaleza. Esa imagen está asociada a la familia rural y a las reivindicaciones campesinas.

En la investigación que hicimos sobre organizaciones de mujeres en América Latina (Paulilo et al. , 1999), constatamos que, con raras excepciones, esos movimientos refuerzan el rol tradicional de esposa y madre, existiendo una fuerte dependencia entre ellos y las instituciones conservadoras, como la Iglesia Católica y el Estado. También se observó la influencia de organismos públicos y ONG nacionales e internacionales, con líneas de acción fuertemente desarrollistas, pero siempre teniendo como objeto la familia rural como un todo. Entre las raras excepciones, está la lucha de las mujeres rurales brasileñas. Como dice Stephen (1996), en concordancia con Álvarez (1990):

La razón principal por la cual se dio mayor atención a los derechos de las mujeres en Brasil está claramente asociada a la presencia de un fuerte movimiento de mujeres. Una amplia variedad de organizaciones de mujeres de base surgió en los años setenta y ochenta en este país como parte del mayor, más diverso y, probablemente, más logrado movimiento de mujeres de toda América Latina. (Stephen, 1996:33-34).

Las entrevistas realizadas para esta investigación4 nos confirmaron que la exclusión de las mujeres de la herencia de la tierra es una cuestión delicada. Las mujeres expresan con timidez que deberían tener los mismos derechos. El tono de voz al hablar del tema es el de quien confiesa una herejía. Incluso las más militantes no reivindican esta bandera de lucha para su movimiento. Una líder del MMC nos dijo que daría solamente su propia opinión: "no ponga el movimiento ahí, es particular". Hablar del tema causa inquietud. Intentamos, entonces, abordarlo por aproximaciones sucesivas. En esas aproximaciones, se preguntó lo que opinaban sobre la institución familiar. Una forma de desigualdad de la cual las mujeres hablan libremente es la represión sexual. Frases como las siguientes muestran cómo el control sobre el comportamiento femenino es mayor que sobre el masculino.

En aquel tiempo, ir a un baile, sólo se podía si se iba con los hermanos o con los padres, con un tío, así una persona encargada. Sola, no iba. (Agricultora). Siempre que tenía un novio, me espiaba mi familia. (Agricultora)

Los padres, la mayoría de los padres, daban más libertad a los hijos varones, porque eran muchachos. La mujer, porque era muchacha, entonces, ahí, era más, así, mandada. (Agricultora)

Algunas formas eficaces de control hacia las mujeres son los castigos, la exposición al ridículo y al "qué dirán".

[...] hay mucho de esa cultura de que el hombre puede todo, y la mujer, no. La mujer está más limitada, y el hombre tiene más autonomía. A partir del momento en que las mujeres infringen las normas, se las ridiculiza y se genera un efecto represor (Dirigente sindical).

¿La mujer allá toma cerveza?. Mi marido muchas veces me dice: ¿por qué no vas allá y tomas una cerveza? Entonces, yo le digo: mira, tú dices, pero hay otros que se quedan mirando feo porque la mujer toma cerveza... Y dicen que ella se puso tonta, aunque no haya tomado nada todavía... (Agricultora)

En este último testimonio queda claro que la represión del grupo puede ser superior a la del marido. Éste también queda expuesto al ridículo cuando la mujer desafía las normas. Por eso, las militantes consideran que las acciones en grupo son más eficaces, pues si muchas mujeres actúan del mismo modo, conseguirán que las actitudes consideradas anteriormente como transgresoras se consideren ahora normales. Para las informantes es común asociar la independencia de una mujer con el comportamiento sexual permisivo. Una militante del MMA expresó que:

Movimiento era una palabra que tenía doble sentido, porque, cuando la vaca está en celo, se dice que ella 'está en movimiento'. Era molesto hablar del movimiento de mujeres (Militante del MMA).

Sin embargo, a pesar del doble sentido que se le podía dar a la palabra movimiento, las mujeres no cedieron e insistieron en la denominación Movimiento de Mujeres Agricultoras.

Según las entrevistadas, la militancia trajo consigo modificaciones en las relaciones de pareja, y aunque hubo separaciones, muchas parejas mejoraron su relación. Ellas no consideran que los hombres quieran la represión de las mujeres, ni que estén felices con la desigualdad, lo que hay son valores que "vienen de la cuna", de una "raíz de 500 años", pero que pueden ser superados. Para ellas, el marido acabará por percibir que, si la mujer se volvió menos sumisa, se volvió mucho más compañera. Para una de las entrevistadas, la mayor modificación que se dio a raíz de su militancia fue con relación a los hijos, pues cuando ella sale, "tienen que arreglarse solos". Pero eso no es necesariamente malo, porque "así aprenden a ser más responsables". Sin embargo, también hay problemas, porque las militantes no pueden salir de la casa si tienen hijos muy pequeños.

A pesar de que están convencidas de que las conquistas alcanzadas por las mujeres beneficiarán a toda la familia, podríamos decir que en algunas situaciones la independencia es más formal que real, como lo muestra el siguiente testimonio:

[...] (en) las grandes cooperativas los hombres y las mujeres son considerados como socios, sin embargo en una asamblea las mujeres no tienen derecho al voto, sólo el hombre. Se da financiamiento agrícola al hombre, no a la mujer. En el momento de sacar dinero, sólo el hombre puede retirarlo. (Dirigente sindical).

También hay conquistas de las mujeres como, por ejemplo, el hecho de que cualquier mujer rural, militante o no, joven o mayor, casada, soltera, separada, tiene acceso a los derechos laborales.

El sindicalismo, juntamente con el MMA, abrazó muchas luchas, porque la mujer, hasta 1992, 93, no era reconocida como profesional en la agricultura. Ella dependía del marido. Se conquistó la jubilación a los 55 años, el salario por maternidad, el seguro por accidente de trabajo, que antes no existía para la mujer, porque la mujer no era profesional en la agricultura. Sin embargo, la mujer siempre desempeñó el rol de agricultora, del mismo lado, trabajando mano a mano con el hombre, sólo que, en el momento de reconocer sus derechos, no existía eso. (Dirigente sindical).

La lucha por los derechos laborales llevó a muchas mujeres a afiliarse al Sindicato de los Trabajadores Rurales. Para quien investiga el medio rural brasileño desde hace muchos años, el hecho de que un gran número de mujeres luchara por ser reconocidas como "productoras rurales" es muy significativo. Sin embargo, es necesario diferenciar entre la sindicalización y la militancia política. En una investigación que realizamos en 1995 entre las productoras de leche del Valle del Itajaí (Santa Catarina)5, encontramos que, en la inmensa mayoría de los casos, la sindicalización fue solamente una manera para que las mujeres tuvieran acceso a los derechos laborales, sin que ello implicara ninguna modificación de su comportamiento tradicional de género.

Para las sindicalistas, lo importante son las cuestiones laborales. Las participantes del MST tienen una postura de clase muy nítida y luchan por la tierra. Sin embargo, entre las militantes del MMC, las cuestiones de género están más presentes. En la práctica y en la teoría no es sencillo relacionar las cuestiones de género y clase. En las entrevistas, las militantes de cada movimiento enfatizan a qué grupo pertenecen y especifican los aspectos diferentes entre MST y MMC.

Además de las dificultades para conciliar los intereses de clase y género, se debe sumar la diferencia entre mujeres casadas y solteras. En ambos movimientos predominan en un alto porcentaje las mujeres casadas. Éstas pueden cuidar solas de la propiedad debido a que el marido trabaja en otro lugar, o bien son viudas o abandonadas. El medio rural no es un buen lugar para las solteras. Rodrigues (1993) menciona en su estudio sobre el celibato laico, campesino y femenino, que esta condición está asociada con el "rechazo y la negación". La soltera no tiene derecho a una vida sexual ni a una casa propia. Vive con los padres para cuidarlos hasta que mueren y después se traslada a la casa de las hermanas o cuñadas, ayudando en las labores de la casa, en la parcela y cuidando a los sobrinos y sobrinas. Los conventos fueron una posibilidad en las generaciones pasadas, ahora, las solteras prefieren las ciudades porque pueden trabajar y recibir un salario. Las oportunidades de salir adelante son mayores si han estudiado o aprendido una profesión, o bien dedicarse al servicio doméstico.

Por ello, si hablamos de mujeres rurales nos referimos a casadas y adultas. Estas mujeres difícilmente pensarían en una vida fuera del matrimonio, pues el único entrenamiento profesional que recibieron fue el de amas de casa y agricultoras, ambos ejercidos dentro del matrimonio.

Este hecho explica, en parte, porqué la exclusión de las mujeres de la herencia de tierras es poco atendida. Las que se casaron con propietarios o con jóvenes que probablemente heredarán una parcela en el futuro podrán trabajar como agricultoras. Sin embargo, las que se casaron con hombres que no poseían tierras ven a sus maridos con tan pocos recursos como ellas. Sería importante oír a las solteras, pero no a las jóvenes (que todavía pueden casarse o conseguir un empleo urbano), sino a las que no tienen más perspectivas de casarse o dejar el campo; sin embargo, éstas no suelen formar parte de los movimientos de agricultoras.

 

El difícil cruce entre clase y género

La lucha de las mujeres para ser consideradas "productoras rurales" no significa necesariamente una búsqueda de cambio en las relaciones entre marido y mujer, del mismo modo que el trabajo fuera de la casa no vuelve a las mujeres automáticamente más independientes de sus maridos. Incluso, una fuerte conciencia de las desigualdades de clase no lleva a una preocupación semejante por la desigualdad entre géneros. En la difícil cuestión del cruce entre las categorías clase y género, el trabajo de Joan Scott (1988) es fundamental. Esta historiadora feminista dice que, si nos mantenemos en una postura objetivista, es decir, si tomamos clase y género como "cosas", no seremos capaces de percibir las dificultades de teorizar sobre lo que significa ser mujer y trabajadora. Tenemos que considerar que clase y género son construcciones y representaciones sociales. Si bien históricamente las mujeres formaron parte de la clase trabajadora siempre y, por tanto, género y clase, estaban relacionados en la realidad, en la teoría esas dos representaciones se excluyen. Masculino/femenino no puede ser confundido con varón/hembra, y la construcción de lo que es el concepto de trabajo y derechos laborales, trae asociada una visión masculina del mundo, en la cual las mujeres aparecen como subordinadas. El concepto de "clase trabajadora" como categoría universal adolece de esa misma visión androcéntrica:

[...] la invocación de los derechos humanos universales fue realizada en el seno de una construcción masculina de propiedad y de política racional. La clase fue presentada como una categoría universal, aunque dependa de una construcción masculina. Como resultado, fue casi inevitable que los hombres representaran la clase trabajadora. Para las mujeres, quedaron dos representaciones posibles: 1) ellas podrían ser un ejemplo específico de la experiencia general de clase y entonces no era necesario singularizarlas para tratarlas de forma diferente; se asumió que ellas estaban incluidas en cualquier discusión sobre la clase trabajadora como un todo. 2) Podrían ser una excepción problemática, poseyendo necesidades e intereses particulares en detrimento de la clase política, oponiéndose a que los hombres usaran el dinero de la casa para pagar cuotas sindicales, demandando diferentes tipos de estrategias en las luchas e insistiendo en mantener filiaciones religiosas en la era del socialismo secular. Ambas representaciones se registran en la historia de los movimientos laborales y en la historia escrita, y nos ayudan a identificar las razones de la invisibilidad de las mujeres en la construcción de la clase trabajadora (Scott, 1988: 63-64, traducción libre de la autora).

La percepción de que están en juego dos representaciones distintas lleva a la hipótesis de que las diferencias entre los diferentes movimientos de mujeres no son menores, ni resultado de falta de diálogo, competencia por espacios políticos o estrategias de lucha diferentes. Hay una diferencia profunda en las representaciones sobre clase y género. Para las militantes que están bajo una fuerte influencia de las luchas laborales o de las ideas marxistas, como es el caso de las sindicalistas y de las militantes del MST, la concepción de género se subordina a la de clase, y ellas consideran que las mujeres rurales son un ejemplo específico del fenómeno general de las clases sociales. Para las militantes del MMC, las mujeres son excepciones cuyas especificidades merecen consideraciones aparte. Esta misma diferencia está en la raíz de las discusiones actuales entre el "feminismo de la igualdad" y "feminismo de la diferencia" (Scott, 2001; Oliveira, 1992; Mouffe,1993). La expresión más visible de este debate son las políticas de cuotas. Para las defensoras del primero, las cuotas hieren los principios democráticos que igualan hombres y mujeres. Para las que se alían al segundo, sólo una política diferenciada entre los dos sexos permitiría cubrir el abismo histórico existente entre los derechos de unas y de otras.

Es evidente que estas posturas no resultan de elecciones racionales y no son percibidas con nitidez por las militantes, principalmente porque no derivan de concepciones acabadas, sino de ideas que se construyen en la práctica de cada día, práctica que, si por un lado influye, por otro también es influenciada por las distintas concepciones de clase y género. Mientras las sindicalistas y las mujeres de MST luchan en el espacio público, que es considerado un espacio masculino, las del MMC politizan su ámbito cotidiano y doméstico.

Otro trabajo inspirador es el de James Scott (1990), que intenta comprender la conducta política de los grupos subordinados y forja el concepto de "hidden transcripts", que tradujimos como "transcripciones ocultas". Estas transcripciones se oponen a lo que el autor denomina "public transcripts", que tradujimos como "transcripciones públicas", y explica que el adjetivo "públicas" se refiere a las acciones que son admitidas o confesadas abiertamente por los grupos subordinados ante los grupos dominadores, y que el término "transcripciones" es usado en su sentido jurídico de "registros completos de lo que fue dicho". Las "transcripciones ocultas" son los discursos pronunciados entre los dominados y lejos de la observación de los dominadores. Esos discursos no contienen sólo palabras, sino también gestos y prácticas (Scott, 1990). Muchas veces el discurso oculto es verbalizado en la forma de una "explosión", es decir, de una reacción espontánea e inesperada. Según el autor, inesperada, sí, pero espontánea, no tanto, en la medida en que la manera alternativa y contestataria de entender las relaciones de poder es elaborada y vivida en espacios propios de los dominados.

Las explicaciones de Scott (1990) y las entrevistas que realizamos nos llevaron a pensar en el MMC como un lugar de elaboración de un discurso feminista, contestatario de la visión masculina del mundo. Las mujeres del MMC expresaron la necesidad de conversar libremente con sus pares, sin inhibiciones o represiones, y refuerzan la existencia de un movimiento que, aún cuando defienden posiciones semejantes a la de otros movimientos de mujeres, lo hacen a su manera. Frente a estas mujeres, aquellas que eligieron el espacio público y masculino como el lugar privilegiado para hacer política ven con reservas lo que defienden las del MMC por considerarlo muy radical. El siguiente testimonio muestra la diferencia de enfoques y la opinión de que hablar de género es hablar de separación familiar:

[...] debería ser trabajada la cuestión de género dentro de la familia, y entonces es complicado. Incluso, creo que hasta nosotros en el movimiento sindical en el área rural, uno viene fallando un poco en eso. Yo, hoy, defiendo, como militante del MMA, que se trabaje la cuestión de la mujer específicamente. Hoy, dentro del movimiento sindical, yo veo ya un poquito distinta la cuestión, yo veo que se trata la cuestión de género en familia... No la mujer separada... Incluso, aquí venimos tratando la cuestión de género al interior del sindicato, como familia... Si uno va a tratar radicalmente la cuestión de la mujer, yo creo que va a haber más separaciones. Entonces, tendría que pensarse en fórmulas para tratar la cuestión del género más en la familia, no la mujer en separado. (Dirigente sindical).

Además de esta visión de que hombres y mujeres tienen que "luchar" juntos, se observa el miedo de que las mujeres dividan "la lucha", en una premisa de que sólo hay una lucha que vale la pena: la de clases. También existe la preocupación de que las participantes formen un "gueto" y acaben presas dentro de él. Una autora (Pinto, 1992:133) opina respecto a los guetos: "[...] el gueto no puede ser entendido simplemente como miedo a exponerse o reafirmación de la exclusión. Significa también, y tal vez principalmente, un espacio de coincidencia, de pertenencia y de creación de una conciencia de estar entre iguales". "Estar entre iguales" ayuda a percibir que los problemas que hasta entonces eran vividos como personales son, en realidad, sociales.

Por todo lo expuesto anteriormente, resulta difícil establecer relaciones de consenso entre los movimientos centrados en las cuestiones de clase y los centrados en género. Aunque se pueda afirmar, como lo hacen autoras citadas en este trabajo, que la participación de las mujeres en las esferas antes consideradas masculinas lleva a un cuestionamiento de género, esta participación no elimina la necesidad de identificarse con una u otra bandera de lucha. El MMC, es visto, con frecuencia, por militantes del MST como una manera de las mujeres para "comenzar a salir de la casa" solamente.

Los dos movimientos conciben el papel de la política de manera diferente. Mientras que las mujeres del MMC politizan la vida cotidiana, los sindicatos y el MST ve en los partidos una forma privilegiada de enfrentamiento con el Estado. Pinto (1992:140) explicita este dilema diciendo que, en Brasil, "[...] los partidos políticos consideran que ellos tienen el monopolio para representar a la sociedad civil ante el Estado" y que por ello "[...] el aval de un partido es condición necesaria para una candidatura. La relación entre los partidos, los movimientos sociales y, especialmente, los movimientos de mujeres y/o feministas no tienen siempre una relación armoniosa".

Al defender el MST la idea de que hombres y mujeres deben discutir juntos los problemas que afectan a la mujer rural, se presupone una conversación entre iguales, considerándose el espacio del MST como un lugar democrático. Pero, si ponemos atención al testimonio de una de las entrevistadas, veremos que hay una importante diferencia entre "hablar" y "ser escuchada", siendo esto último más difícil:

[...] también hay una cosa que yo percibía..., tal vez me equivoque, pero lo que yo sentía era eso: que nosotras éramos menos inteligentes que el hombre. Cuando había una decisión para hacer alguna cosa, para construir alguna cosa, nuestra opinión no valía... Las opiniones, las ideas de los hombres, del padre, de mi hermano, de Valdir... La opinión de ellos valía más. Parecía que saldría todo bien, si se hiciera lo que ellos dijeran, todo saldría bien. Si se hiciera lo que nosotras dijéramos, no saldría bien. Entonces, nuestra inteligencia era considerara con menos valor. (Agricultora)

Siglos de silencio no se superan tan fácilmente. El espacio público ha sido restringido para las mujeres desde la misma educación femenina. Las entrevistadas hablan del "miedo a decir tonterías", pues saben muy bien que el ridículo es un arma poderosa. La poeta Adelia Prado, dice:

Quando nasci un anjo esbelto,
desses que tocam trombeta, anunciou:
vai carregar bandeira.
Cargo muito pesado pra mulher,
esta espécie ainda envergonhada6.

Esta especie todavía avergonzada quiere, ahora, emprender el camino del espacio público, y muchas mujeres están siguiendo los pasos de los hombres, tradicionales conocedores de esas veredas. Las mujeres del MMC se decidieron por un aprendizaje distinto, que pone el significado del propio cuerpo femenino como centro de sus reivindicaciones, como dice Pinto (1992:132), en el sentido de que "[... ] corta verticalmente todas las prácticas y constituye sujetos a partir del reconocimiento y presencia del cuerpo de la mujer, la marca irreductible de su condición". El 8 de marzo de 2006, después de la destrucción de un laboratorio de plantas de la Aracruz Celulose por cerca de 2000 mujeres del MMC, resulta más fácil entender esta premisa.

El feminismo se opone a los esencialismos que justifican biológicamente la desigualdad social de las mujeres, y el MMC retoma esta premisa para considerar el cuerpo como punto de partida de sus reivindicaciones. En ese sentido, están muy próximas al ecofeminismo defendido por Shiva y Mies (1993), aunque muchas no lo conocen. En pocas palabras, el ecofeminismo defiende la idea de que hay una relación natural entre las mujeres y la tierra, es decir, las mujeres estarían más próximas a la naturaleza que los hombres7. En la separación que la cultura blanca occidental hizo entre naturaleza y razón, en la cual la última debe predominar sobre la primera, cupo a la naturaleza, de la cual las mujeres estaban más próximas, el rol de dominada, de coadyuvante de la historia humana. Fue el surgimiento de las preocupaciones ambientalistas lo que cuestionó esta oposición asimétrica, pero fue el ecofeminismo la corriente filosófica que aceptó y dio un nuevo significado a las diferencias biológicas. En todos los encuentros del MMC en los que participamos, la idea de que cabe a las mujeres "dar la vida" las instrumentaliza para luchar por la "vida en la tierra", de ahí que se posicionan contra todo lo que consideran "estéril", como las plantas cuyas semillas no reproducen, los transgénicos y las reforestaciones que, según ellas, secan las aguas e impiden la agricultura. Una imagen emblemática de esta postura fue la presencia de una agricultora embarazada en uno de esos encuentros, con la barriga expuesta y cubierta por semillas pegadas.

Los sindicalistas y el MST colocan en las relaciones de clase las causas de la opresión que las mujeres sienten todavía de manera difusa, y les proponen como solución cambiar la sociedad junto con sus compañeros. Al preguntar a una líder del MST sobre la proporción de hombres y mujeres en la dirección nacional del movimiento, recibimos como respuesta otra pregunta: ¿Y qué importa eso, si somos (hombres y mujeres) iguales?.

Por el contrario, las mujeres del MMC, al reunirse y conversar entre sí, no están comportándose como alumnas aplicadas que aprenden, con los hombres, sobre movimientos laborales y teoría marxista, sino están dando espacio a rabias y angustias incrustadas en el alma. Sin una explicación oficial transmitida a través de periódicos, boletines y cartillas, y superando la inferioridad histórica que las hace sentirse incapaces en relación a los hombres, ellas están más libres para construir explicaciones en las cuales las relaciones de género tienen el rol fundamental, pues esas relaciones son para ellas más visibles en la vida cotidiana que sus relaciones con el Estado y en espacios públicos.

En otras palabras, lo que distingue al MMC de los otros dos movimientos estudiados (sindicalistas y mujeres del MST), es el énfasis en cuestiones consideradas domésticas por los dos últimos. Ese énfasis se refleja tanto en la forma de organización interna, menos jerárquica, menos institucionalizada y menos sexista, como en el carácter de sus manifestaciones públicas, hechas menos en nombre de una clase y más en función de lo que afecta directa y cotidianamente a las mujeres rurales.

 

Conclusiones

Volviendo a la cuestión de la tierra y del matrimonio, para las mujeres fue una conquista muy importante el ser consideradas "productoras rurales", pero esta conquista las obliga al matrimonio y, más aún, al matrimonio con un propietario. Como no casarse o casarse con quién no posee tierra siempre fue visto como una limitación, esta obligación se vuelve un peso liviano y deseado. Solamente cuando las mujeres comiencen a cuestionar el matrimonio tradicional se llegará a criticar el hecho de que sea la única vía para la profesión de agricultora. Las entrevistas que hicimos muestran que es tabú hablar de la limitación que tienen las mujeres a la herencia de la tierra. Solamente en el MST tocan el asunto, pero orientado a la reivindicación de la tierra para las solteras en los asentamientos. Pedir igualdad de género en las políticas públicas parece ser más fácil que enfrentar esta cuestión dentro de la familia. Sin duda, la oposición a grupos que no son próximos afectivamente y que, por tanto, pueden ser caracterizados como enemigos, trae menos desgaste emocional que oponerse a maridos, padres, suegros, hermanos e hijos varones.

Una líder nacional del MST caracterizó los diferentes movimientos de acuerdo a sus temas principales: mujeres del MST: reforma agraria, sindicalistas: agricultura familiar; y movimientos autónomos de mujeres: salud. Nuestras investigaciones confirman esta clasificación, agregando también educación como una de las metas de los movimientos autónomos. Las preocupaciones de los dos primeros grupos son comunes a hombres y mujeres, mientras salud y educación siempre fueron considerados asuntos de mujer y, por tanto jerárquicamente inferiores. Sin embargo, es la preocupación por la salud y por la alimentación de la familia la que lleva al MMC a posturas radicales, algunas públicas (y con gran impacto publicitario) contra las semillas híbridas, los transgénicos, los agroquímicos y la reforestación.

De que hay dos tendencias feministas fuertes, pocos lo dudan: el feminismo de la igualdad y el de la diferencia. Las desavenencias o las "querelles des femmes", como dice Joan Scott (2001), entre los dos ya se volvieron públicas. Hay, todavía, otra manera de clasificar las diferencias que, aunque no siga el mismo criterio de la anterior, guarda semejanzas en el sentido de traer impasses: feminismo volcado hacia la redistribución y feminismo volcado hacia el reconocimiento. Para Nancy Fraser (2002) el primero se refiere a la cuestión de clase, y el segundo, a las cuestiones de status, de valoración de lo que es atribuido a lo femenino. Uno no es el mero reflejo del otro, pero, para la autora, hay posibilidad de conciliación a través de una concepción de justicia bidimensional, que incorporaría tanto la distribución desigual de riqueza como la de reconocimiento y, siendo así, sería extensiva a las cuestiones de raza, etnia, sexualidad, nacionalidad y religión. No queda duda de que es una perspectiva seductora, si no tenemos en cuenta que esta propuesta se asienta en el principio de paridad de la participación, que requiere dos condiciones inexistentes históricamente, que son, según Fraser (2002: 67): "[... ] primeramente, la distribución de recursos necesita ser hecha de tal forma que asegure independencia y voz a los participantes [... ] la segunda condición es la inter-subjetividad, que requiere que los modelos institucionalizados de valores culturales expresen el mismo respeto a todos los participantes". Aunque la conciliación propuesta nos parezca distante de la realidad que vivimos, la autora acentúa un punto que, para nosotras, es muy importante; es decir, la imposibilidad de pasar de cuestiones de clase para las cuestiones de género y viceversa, simplemente agregando unas a las otras: "[... ] no es solamente una cuestión de continuar agregando, como si pudiéramos sumar la política de redistribución a la política de reconocimiento" (Fraser, 2002: 74).

Asumiendo la dificultad de la conciliación entre género y clase, insistimos en que es necesario explicitar diferencias que sólo aparentemente son superficiales para que haya posibilidad de un diálogo más libre de prejuicios. Nos arriesgamos a proponer que las reivindicaciones específicas y el comportamiento de las militantes de los diferentes movimientos de mujeres rurales tal vez puedan disfrutar una convivencia más fructífera si hay una aceptación de la lucha de las mujeres como una multiplicidad, es decir, convivencia de distintas organizaciones y, más que eso, si las diferencias más profundas no son encubiertas por el manto de una igualdad de género que abarca visiones diferentes y hasta conflictivas. Los intentos de compatibilización, por más que sean deseados y tenidos como meta a ser alcanzada, pueden significar dominación y futuras disidencias.

 

Literatura Citada

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Notas

(*) Una versión previa de este artículo fue publicado con el título de Movimento de Mulheres Agricultoras: terra e matrimônio. In: Paulino, M.I. e Schmidt. Agricultura e espaço rural em Santa Catarina. Florianópolis, Ed. da Universidad Federal de Santa Catarina, 2003. El texto actual ha sido modificado con información nueva.

1 Bajo esta denominación se cobijan todos los movimientos no ligados a sindicatos o al MST. En Santa Catarina este tipo de organización conservó por mucho tiempo el nombre de Movimiento de Mujeres Agricultoras (MMA), aunque se articulara con el Movimiento de Mujeres Trabajadoras Rurales de ámbito nacional. En el Estado de Paraná también se mantuvo una denominación propia. En 2004 la designación Movimiento de Mujeres Campesinas se aceptó en todo el Brasil.

2 Poli (1999) discrepa de la afirmación de que las cuestiones de género sólo surgieron en un segundo momento, pero afirma que no tuvieron la primacía en el primero.

3 Las citas fueron traducidas para la versión em español.

4 Participaron en las entrevistas dos becarios de Iniciación Científica: -Elaine Müller e Ivandro C. Valdameri-, y Valdete Boni, alumna del Curso de Ciencias Sociales/UFSC. Agradecemos su valiosa colaboración.

5 "La 'agrofemindustrialización' de la leche en Santa Catarina". Informe de investigación, mimeo. Esta investigación fue financiada por el CNPq y contó con la participación de las becadas Alesandra B. Di Grande y Marineide M. Silva.

6 Fragmento del poema "Com licença poética", publicado en el libro "Bagagem" (Río de Janeiro: Guanabara, 1986). Una traducción posible sería: "Cuando nací un ángel esbelto/de esos que tocan trompeta, anunció:/ va a cargar bandera./Fardo muy pesado para mujer,/ esta especie todavía avergonzada.

7 Para un análisis consistente de los riesgos del ecofeminismo, ver Garcia (1999).

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