Las olas de exiliados delahuertistas y escobaristas
La guerra y los cambios de gobierno que hubo en México a partir de 1910 provocaron el exilio de muchos líderes militares, políticos e intelectuales. Una de las imágenes más icónicas de Porfirio Díaz es aquella donde va a bordo sobre el tren despidiéndose de México rumbo a Veracruz, para salir a su exilio en Francia, del que nunca regresó. A partir de la salida de los porfiristas, y con cada cambio de gobierno y etapa de la Revolución, dejaron el país muchos protagonistas de aquel proceso de cambio. Algunos tuvieron un exilio breve, como Felipe Ángeles, otros uno más prolongado, como José María Maytorena, y unos más partieron para morir en tierras ajenas, como Pascual Orozco.
Al iniciar el año de 1920 se había configurado un mapa del exilio mexicano en Estados Unidos. Es decir, era posible identificar los principales puntos a los cuales llegaron los exiliados y los bandos a los que pertenecían. Texas fue el principal destino de los exiliados de la década de 1910, particularmente, la ciudad de San Antonio. Esta población era atractiva porque irradiaba cultura mexicana: tenía una comunidad mexicoamericana consolidada, cercanía con la frontera y era un bastión de conspiraciones contra el gobierno mexicano.1 Al este de Texas, el estado de Louisiana nunca cobró gran importancia como destino, pero se le asoció con exiliados huertistas porque ahí se instaló e hizo base de operaciones Félix Díaz.2
Al suroeste, California era recordatorio del magonismo, ya que ahí fueron encarcelados los miembros del Partido Liberal Mexicano. Además, desde ahí los magonistas coordinaron movimientos sindicales en México, y lanzaron la ofensiva militar que marchó sobre Tijuana y Ensenada.3 Arizona estuvo bajo la influencia de los magonistas instalados en California, como el matrimonio Turner (Ethel y John Kenneth), que vivieron en Tucson por un tiempo.
Así se configuraba el mapa del exilio mexicano en la frontera de Estados Unidos cuando estalló la rebelión del Plan de Agua Prieta. Ante la debacle y asesinato de Venustiano Carranza, era natural que los carrancistas fueran la nueva ola de exiliados, pero, por el hecho de que Carranza tuvo pocos defensores, combinado con la actitud conciliadora del nuevo gobierno, la ola de exiliados carrancistas no fue tan significativa. A muchos defensores de Carranza pudieron permanecer en México, el final del primer jefe permitió el regreso de exiliados villistas como Manuel Chao y magonistas como Enrique Flores Magón, y además la reinserción al ejército de huertistas como Juan Andrew Almazán y Luis Medina.4
Tres años después del triunfo del Plan de Agua Prieta, estalló una nueva rebelión que provocó la ola de exiliados delahuertistas, uno de los dos grupos que abordamos en este texto. En diciembre de 1923, después de meses de tensiones, el expresidente Adolfo de la Huerta rompió con el régimen y, a través de su Manifiesto Revolucionario,5 convocó a una sublevación. Muchos se unieron al movimiento conocido como rebelión delahuertista. En cuestión de meses, De la Huerta pasó de ser miembro del gabinete, donde ocupó la Secretaría de Hacienda, a la oposición armada. Otros exministros que lo secundaron fueron Enrique Estrada (Guerra y Marina), Cutberto Hidalgo (Relaciones Exteriores), Antonio I. Villarreal (Agricultura) y Rafael Zubarán Capmany (Industria, Comercio y Trabajo), todos los cuales vivieron en el exilio cuando fueron derrotados. En general, se marca como final del conflicto a la batalla de Ocotlán, ocurrida en febrero de 1924.
Aunque los combates militares más importantes sucedieron en un trimestre, la contienda no acabó del todo, pues muchos delahuertistas permanecieron atrincherados o cambiaron a la táctica de guerra de guerrillas. Por eso, meses después ocurrieron sucesos consecuentes con el delahuertismo, como la captura y fusilamiento del general Salvador Alvarado en junio de ese año. Al igual que Alvarado, destacados delahuertistas murieron frente al paredón o vieron el final de sus vidas en el campo de batalla, como Manuel M. Diéguez, Fortunato Maycotte, Carlos Green, Rafael Buelna, Fermín Carpio, Marcial Cavazos, Manuel Chao, entre otros generales y oficiales. Los que se salvaron de la muerte cruzaron las fronteras. Los delahuertistas más destacados en el exilio fueron el mismo Adolfo de la Huerta, los exministros ya mencionados, Alfonso de la Huerta (hermano de Adolfo), Roque Estrada (hermano de Enrique), Cándido Aguilar (a quien en este texto asumiremos como delahuertista por unirse al levantamiento), Jorge Prieto Laurens, Aurelio Sepúlveda, Guadalupe Sánchez, Luis Matus, Francisco Coss, Ramón B. Arnaíz y Martín Luis Guzmán, aunque este último se refugió en España.6
Cinco años después de la derrota del delahuertismo, líderes que defendieron al gobierno en esa coyuntura protagonizaron su propia rebelión en 1929, conocida como rebelión escobarista, pero ellos la denominaron “revolución renovadora”. El Plan de Hermosillo7 se publicó en marzo de ese año, convocó a los mexicanos para que tomaran las armas una vez más, lucharan contra el gobierno federal y reconocieran como líder al sinaloense José Gonzalo Escobar.
El escobarismo también tuvo duración trimestral, pero -a diferencia del delahuertismo- se nutrió de obregonistas. También difirieron en zonas de influencia: el delahuertismo tuvo auge en el sureste, y el escobarismo en el noroeste. La conclusión de esta rebelión fue mucho más determinante, no quedaron reductos y líderes atrincherados para ser capturados meses después. Por su ubicación geográfica, los escobaristas tuvieron mayor facilidad para cruzar la frontera y ponerse a salvo, como lo hicieron los hermanos Fausto y Ricardo Topete, Aurelio Manrique, Francisco Bórquez, Francisco L. Urquizo, Roberto Cruz, Ramón F. Iturbe, Francisco R. Manzo, Francisco Urbalejo, Marcelo Caraveo, Alejo Bay, entre otros, incluido Escobar.
La rebelión escobarista ha sido objeto de pocos trabajos e interpretaciones históricas. Los textos más importantes para conocimiento del suceso son las crónicas de los protagonistas, como Antonio I. Villarreal,8 Gilberto Valenzuela9 y Jacinto B. Treviño.10 Y, si hay poco interés en la rebelión, es natural que también exista un hueco historiográfico sobre el exilio escobarista.
Ambos casos, delahuertista y escobarista, además de ser violentas purgas en el ejército y gobierno, produjeron destacados oleajes de exiliados y la principal materia de esta investigación. Al cruzar la frontera se transformaron, perdieron las estrellas y galones dorados que portaban con orgullo en los hombros, dejaron de ser militares, gobernadores, diputados, comerciantes o hacendados. Muchos iniciaron carreras desde cero, otros recordaron lo que hacían antes de la Revolución y retomaron la profesión. Y para sorpresa del historiador, muchos se dedicaron al mundo del entretenimiento, algunos lo hicieron para sobrevivir, otros como un medio para mantener su liderato, sostenerse como figuras públicas o reivindicar a las comunidades mexicanas en Estados Unidos.
La prensa ante la llegada de los exiliados
Los informes de las agencias de seguridad (mexicanas y estadunidenses), son la primera fuente a la que los historiadores acuden para estudiar el exilio mexicano en el país del norte. Pero cuando pretendemos conocer su cotidianidad, estos informes pierden relevancia, dejan de ser la primicia. Ambos gobiernos tuvieron desinterés en registrar dónde trabajaron y socializaron los exiliados, a qué se dedicaban sus familiares, entre otros temas que los agentes consideraron banales. Si la información no se vinculaba con seguridad nacional o violación de leyes, no se registraba, pues de hacerlo sin fundamento implicaba una invasión a la vida privada. Por lo tanto, las agencias dieron seguimiento sólo a las actividades militares, propagandísticas y/o políticas.
Para conocer el día a día de estos personajes, el historiador debe recurrir a dos fuentes alternativas. La primera son los mismos exiliados. Muchos escribieron autobiografías o crónicas de sus andanzas.11 Entre los delahuertistas destacan los textos de Adolfo de la Huerta,12 Roberto Guzmán Esparza13 y Jorge Prieto Laurens;14 para el caso de los escobaristas, contamos con las ya citadas crónicas de Antonio I. Villareal, Gilberto Valenzuela y Jacinto B. Treviño, a las que se suman los textos de Francisco L. Urquizo,15 Marcelo Caraveo16 y Roberto Cruz,17 así como la entrevista que este general concedió al periodista Julio Scherer.18 Muchos de ellos consideraron al exilio como una penitencia, vergüenza o castigo, así que no le dedican muchas páginas, aunque casi todos escribieron algo sobre ese capítulo de sus vidas.
La segunda fuente a la que acudimos, y más importante, es la prensa. Los diarios anglosajones de mayor circulación nacional escribieron sobre la vida de los exiliados (lo mismo la prensa francocanadiense). La vida de estos guerreros derrotados fue noticia; los lectores querían saber sobre su pasado, sus acciones en la Revolución y su vida en Estados Unidos. Los reporteros le dieron importancia a las historias de los exiliados que tuvieron problemas legales, como Enrique Estrada, pero también registraron a los que se destacaron en actividades de entretenimiento. Y además de sus conflictos legales y vida laboral, los diarios registraron la vida social, los problemas intrafamiliares, su presencia en espacios públicos, sus conflictos con otros ciudadanos y todo el gossip alrededor de sus vidas.
En esta palabra radica la relevancia de las fuentes periodísticas: gossip. A veces usado de forma profesional y con ética, y en otras ocasiones de forma irresponsable y sensacionalista, todo chisme sobre la vida de los exiliados aparecía en las páginas de los diarios. Es exagerado -y anacrónico- decir que vivieron un acoso estilo paparazzi, pero no cabe duda de que estuvieron bajo la lupa de los reporteros, quienes publicaron sucesos aparentemente irrelevantes, pero llamativos porque le ocurrieron a un exiliado.
Por dar un ejemplo de lo mencionado, el general Manzo recibió una patada de una mula durante la faena, se repuso y continuó el trabajo sin trascendencia. De ocurrirle esto a cualquier otro trabajador, es poco probable que se registrara en los diarios, pero como le ocurrió a un general exiliado, retratado como un nuevo y pintoresco vecino de Tucson, la historia apareció en las páginas del Arizona Dailey Star.19
Las vidas públicas y privadas de los exiliados eran de gran interés para los lectores. Los periódicos publicaron experiencias exitosas e inspiradoras, como la de Roberto Guzmán Esparza, que pasó de secretario a protagonista en óperas, películas y teatro.20 Igual se daban a conocer historias tristes, como la de Gilberto Valenzuela, que pasó de candidato presidencial en 1929, a preparar y vender nieves para los acalorados vecinos de Mesa.21 Y a la par del interés por las vidas de los exiliados, estuvo la consolidación del Hispanic Hollywood, el nacimiento del cine sonoro y el periodismo cinematográfico, combinación de circunstancias que abrieron los espacios de entretenimiento a algunos exiliados.
Cuando los magonistas llegaron a California en 1906, lo hicieron para establecerse en un lugar discreto. Pero cuando los delahuertistas y escobaristas llegaron, a partir de 1924 y 1929, la situación era distinta. En Los Ángeles se había consolidado el Hollywood multilingüe (que comentamos en párrafos posteriores), caracterizado por una amplia presencia de trabajadores foráneos en las producciones cinematográficas. Era una ciudad “fuera del mapa”, un espacio que se concebía como único, con dinámicas que lo hacía extraño incluso para los migrantes de otras partes de Estados Unidos. En este contexto, los exiliados participaron en espacios de entretenimiento y fueron objeto del periodismo cinematográfico, que daba sus primeros pasos y escribía las historias de los actores, escritores, guionistas, trabajadores y prácticamente todo personaje involucrado con el mundo del entretenimiento.22
Al participar en estos espacios de entretenimiento, los exiliados, sobre todo los que vivieron en California, se unieron a un negocio que algunos intelectuales mexicanos veían como el arma del imperialismo cultural, el enemigo de “lo mexicano”.23 Para muchos de sus correligionarios en México, estos revolucionarios exiliados fueron condenados a vivir la vergüenza del destierro y, además, se unieron al enemigo yankee.
A pesar de lo anterior, los casos delahuertistas y escobaristas que describimos en los siguientes párrafos, fueron lo opuesto al exiliado caído en desgracia. En lugar de terminar en depresión, desprestigio, pobreza, prisión o suicidio, se adaptaron a su entorno. Fueron como el exiliado que describe Cristina Urrutia, que exploran “el mundo nuevo lleno de creatividad que los estimula a sobresalir en la patria adoptiva. Muchos anhelan el regreso, pero lo sustituyen con un acelerado impulso por sobresalir en sus nuevos destinos”.24
Mexican Exiles are Films Extras
Los exiliados se dedicaron a todo e hicieron lo que fuera necesario para subsistir. Al revisar las actividades de las que vivieron, encontramos que delahuertistas y escobaristas emplearon su fuerza de trabajo en una heterogeneidad de labores, que van desde vender dulces en las calles, hasta ganar dinero especulando en la bolsa de valores. Su condición política no significó diferencia alguna, es decir, los empleos que obtuvieron no fueron determinados por su origen delahuertista o escobarista. Fueron más importantes factores como el nivel educativo, la condición civil o militar y la procedencia rural o citadina. La mayoría experimentó la misma condición que muchos migrantes: vivir al día sin saber cuándo conseguirían un ingreso estable.
Fueron afortunados los que sólo se dedicaron a una actividad, la mayoría hizo múltiples intentos en su “persuit of happiness”. Y esto ocurrió porque fracasaron en su primer negocio/trabajo, o porque su ingreso era insuficiente y se vieron obligados a completarlo. En algunas ocasiones, la diversificación de actividades se explica con la militancia y no por la remuneración, como pasó en el periodismo, que no dejaba mucho dinero, pero era el medio para manifestar sus opiniones sobre la política en México.
Resulta interesante -y un tanto inesperado-, pero uno de los campos laborales en los que más participaron fue el entretenimiento, aunque pocos pudieron mantenerse enteramente de eso, y más específicamente, la industria del cine. Originalmente, el plan de Adolfo de la Huerta era viajar a Estados Unidos para gestionar recursos de guerra, y penetrar en territorio mexicano por la frontera norte, concretamente Sonora, donde el guaymense pretendía sublevar a los yaquis y unirlos a su levantamiento.25 Pero fracasó, le llegaron noticias de que sus seguidores en el sureste fueron derrotados, tuvo problemas con la ley estadunidense por ingresar ilegalmente al país, no consiguió el apoyo que esperaba y se peleó con uno de los encargados de liderar la incursión a Sonora.26
De la Huerta se quedó varado en el oeste estadunidense. Tenía cerca la frontera, pero le faltaron recursos bélicos y humanos. Luego de algunos problemas legales por su insistencia en invadir México, pausó el plan y buscó de qué vivir.27 Su presencia en la región sureste coincidió con el boom del cine sonoro, actores y actrices tuvieron que aprender a cantar si querían mantenerse en el negocio. De la Huerta recordó sus estudios de bel canto y los días en los que rentaba su voz en eventos en Guaymas (antes del inicio de la Revolución), y puso una academia de canto en Hollywood. Esta faceta de su vida es el principal tema del libro Adolfo de la Huerta, el desconocido, escrito por su secretario personal, Roberto Guzmán Esparza,28 quien lo acompañó en el exilio. De la Huerta tuvo éxito como maestro y con la buena reputación llegaron estudiantes de moderada fama, como Leonor Rosas.29
Según algunos críticos, los estudiantes de Adolfo de la Huerta alcanzaban las notas más altas posibles.30 “Prefiero esta clase de revoluciones” dijo a periodistas que atestiguaron las extraordinarias capacidades de sus alumnos Cora Moutes y Luis Ibargüen.31 Supuestamente, el éxito del guaymense se debió a que rescató técnicas tradicionales italianas que databan de siglos atrás, conocidas como “método Porpora”, en honor al compositor y maestro de canto Nicola Porpora. Ésta era la escuela de Adolfo de la Huerta y el método que empleó para instruir a Enrico Caruso Jr., hijo del legendario cantante napolitano del mismo nombre. Y al parecer, aunque era una técnica antigua, fue novedoso el rescate que hizo De la Huerta, pues incluso se le invitó a Milán para demostrarle a otros maestros y cantantes las maravillas del “renacimiento del método Porpora”.32
La fama permitió que el guaymense pudiera salir del aula de vez en cuando y competir con sus estudiantes en el mundo del espectáculo. De hecho, antes de establecerse definitivamente en California, durante una breve estancia en New York incursionó en Broadway y trabajó para la compañía de teatro John Franklin Music Co.33 Ya como maestro consagrado, en ocasiones logró colarse a producciones como “Aida”, Pagliacci”, “La Boheme” y otros clásicos de ópera italiana.34 También tuvo apariciones frente a la cámara, no consiguió papeles donde cantara o tuviera diálogo, pero en vísperas de su regreso a México, los diarios registraron que fue extra en la producción Rose of the Rancho (1936).35 Nunca se dedicó al canto después del exilio, pero según el testimonio del político Samuel Ocaña García, aún en la década de 1950 el guaymense conservaba una voz digna de buen barítono.36
El líder fue un ancla para que otros delahuertistas entraran al mundo del espectáculo. Como mencionamos con anterioridad, la llegada de los delahuertistas a California no fue para esconderse (como pretendían los magonistas veinte años antes). De la Huerta, primero llegó al oeste por la cercanía con Sonora, y se instaló definitivamente en Los Ángeles porque sabía de canto y la ciudad le permitía explotar ese conocimiento, y con él llegaron sus seguidores. Al cruzar la frontera, algunos delahuertistas desamparados acudieron a él en búsqueda de ayuda y el líder hizo lo que pudo por ellos.
Guzmán Esparza narra que toda la familia De la Huerta Oriol (matrimonio y dos hijos), tuvo una actitud responsable y solidaria con los exiliados que llegaron con hambre al 4032 de la calle Monroe, en Los Ángeles, residencia de la familia.37 Se volvieron célebres las ollas de menudo sonorense que preparaba la ex primera dama, Clara Oriol, para alimentar a los exiliados, así como los sacrificios económicos que hizo por los delahuertistas que se paraban por su hogar en búsqueda del derrotado líder.38
De la Huerta no se limitó a estas acciones altruistas, con sus contactos les buscó empleos a sus seguidores. Es célebre la historia de Emilio “El Indio” Fernández, quien participó en el delahuertismo y escapó al exilio. Se estableció en Los Ángeles porque ahí estaba De la Huerta, quien lo alentó a conseguir trabajos en producciones de cine y aprender cómo se realizaban las películas. En ese periodo, supuestamente, Fernández posó para ser el modelo de los premios de la Academy of Motion Picture Arts and Sciences, popularmente conocidos como premios Oscar.39 Antes de terminar su exilio y regresar a México, donde desempeñó un importante papel como cineasta durante la época del cine de oro mexicano, Emilio Fernández participó en producciones hollywoodenses como Ramona (1928), The Virginian (1929) y Girl Of The Rio (1932).40
La relación de los exiliados mexicanos y la industria del cine ha sido poco estudiada. Pero historias como la de Emilio Fernández sugieren que Hollywood fue una constante opción de trabajo para exiliados en California, así fueran provenientes de México u otra parte del mundo. Otra conexión célebre entre los exiliados y el séptimo arte fue la actriz duranguense Dolores del Río, quien durante la década de 1920 consolidó su carrera en el cine mudo. Considerada la primera diva latina de Hollywood, como residente mexicana en Los Ángeles mantuvo conexión con la comunidad hispana. Por su cercanía con los exiliados, incluso se sospechó que fue partícipe de un intento de golpe de estado.
Cuando el general Enrique Estrada (delahuertista) fue arrestado en San Diego en 1926, por preparar una incursión armada a México, se le fijó una fianza de $20,000 dólares y la pagó inmediatamente.41 Una de las especulaciones del origen del dinero fue que Dolores del Río se lo había prestado, aunque nunca se comprobó ni se explicó la naturaleza de la relación entre ambos.42 Cinco años después, Dolores del Río fue demandada por su exabogado, Gunther Lessing, quien alegó que la mexicana le debía dinero por servicios legales que le prestó a lo largo de los años. Entre esos servicios, Lessing enlistó la asesoría que le brindó por su involucramiento con la rebelión de Estrada,43 pero tampoco dio detalles sobre cómo la diva del cine estuvo vinculada con aquel intento de incursión armada.
Muchos exiliados probaron suerte en producciones cinematográficas, no saber actuar o no saber inglés no fueron limitantes, una apariencia peculiar podía ser suficiente, como lo comprobó Aurelio Manrique. Gobernador de San Luis Potosí en el cuatrienio 1923-1927, después fue diputado y como tal se unió a la rebelión escobarista en 1929. Llegó al exilio fichado como uno de los líderes del Partido Nacional Agrarista, la principal base partidista de Álvaro Obregón. Manrique pronto se hizo de renombre, pues eran un personaje interesante, atractivo, un intelectual de alto calibre y poliglota.44 Delgado, vestía formal, usaba texana negra, lentes con refractantes grandes y redondos, y una espesa barba obscura.
Según algunos diarios, por su “magnífica barba” y apariencia peculiar, Manrique consiguió papeles en Hollywood, siempre como extra,45 así que su nombre no aparecía en los créditos. A pesar de esto, la base de datos IMDb registra su nombre como extra en La Gran Jornada (1931), donde apareció el también exiliado (pero delahuertista) Roberto Guzmán Esparza.46 Al regresar a México, Manrique se asoció con Mariano Azuela y juntos escribieron el guion para la película Los de abajo (1940), adaptación cinematográfica de la novela de Azuela. Es posible que la participación de Manrique en esta producción fuera producto de su experiencia en Hollywood.
En la ya mencionada película Rose of the Rancho (1936), además de Adolfo de la Huerta aparecieron otros exiliados: Alejandro González, Julio Cicena,47 y Ricardo Topete Almada, de quien incluso se publicó una fotografía en el set de grabación, donde luce un uniforme militar decimonónico48 (el filme es un drama amoroso desarrollado en California durante los años de la guerra México-Estados Unidos). Los diarios apuntaron que Topete trabajó en otras producciones como asesor de escritores y directores de arte, y aportó su experiencia militar para recrear escenas de guerra, duelos y cabalgatas.49
El sonorense Julián S. González fue un caso único, pues trabajó como escritor. Periodista y alcalde de Cananea, fue uno de los firmantes del Plan de Agua Prieta en 1920. Luego se le eligió diputado federal por Sonora, pero rompió con el régimen para unirse al delahuertismo. Desde joven fue un hombre de letras y llegó al exilio como autor publicado, pues en 1918 vio la luz su libro de poesía Crisálidas.50 En California trató de explotar esa pasión por las letras y consiguió trabajo en el Departamento de Escritores de la compañía Metro Goldwin Meyer. Además, como producto de sus experiencias publicó dos novelas cuya trama se desenvuelve en la comunidad hispana de Los Ángeles: La danzarina del estanque azul. Novela de la comunidad latina en cinelandia (1930) y Noches de Hollywood (1934). Cuando regresó a México se sumó a la industria del cine, escribió y dirigió dos películas: El rayo de Sinaloa y Tierra, amor y dolor, ambas en 1935. Un año después, mientras intentaba fundar una casa productora de películas, fue asesinado por un militar que sospechaba que su esposa le era infiel con González.51
Los aportes de Julián S. González han sido poco estudiados, a pesar de que fue uno de los dos primeros escritores latinoamericanos que trabajaron en Hollywood y aportaron visiones distintas.52 Las narrativas de González introdujeron al cine hollywoodense elementos de las subculturas hispanas latinoamericanas y migrantes, así como formas de narración antimperialistas, e intentó reformular la imagen del latin lover tan estereotipada por Hollywood.53 Estos esfuerzos también se vieron reflejados en sus novelas, y pocos años después, Jaime Torres Bodet le siguió los pasos con Estrella de día,54 obra en la que lucha contra la supuesta “mexicanidad” que representaban las películas estadunidenses.
En el Hollywood de estas décadas, había una importante población migrante en las producciones y salas de cine.55 Y el fenómeno no sólo ocurrió con los mexicanos. Una nota periodística apuntaba que Los Ángeles era “el cielo para los exiliados”, pues se calculaba que en Hollywood trabajaban alrededor de 3,000 rusos blancos, ucranianos, polacos, peruanos y panameños. Para el caso mexicano no se tenía una estimación, pero se decía que la mayoría eran exiliados enemigos del gobierno mexicano, razón por la que, supuestamente, se modificó la gira de Pascual Ortiz Rubio un año antes para que no visitara las ciudades al sur de California.56
Por el elevado número de hispanos, el mercado cinematográfico lucía tan atractivo que el general Francisco R. Manzo (exiliado escobarista), hizo públicas sus intenciones de fundar una casa cinematográfica en San Diego, orientada únicamente al público hispano.57 Esto quizás suena un tanto descabellado, pero se aclara cuando comprendemos que Hollywood operaba en varios idiomas, y el español era el segundo en prioridad. Antes de la existencia del doblaje, las películas se hacían en varios idiomas mediante alguno de estos tres formatos: 1) las escenas se filmaban varias veces, en diferentes idiomas, lo que requería actores políglotas; 2) el mismo director, rodaba con actores anglosajones, luego los retiraba e introducía actores hispanos; 3) la producción era totalmente distinta, director y actores, y con el guion de una película en inglés, se traducía y se filmaba su versión en español.58
Guzmán Esparza y Aurelio Manrique aparecieron en La Gran Jornada, versión hispana de Big Trail, primer estelar del luego legendario actor John Wayne. Este formato de producción en dos idiomas le abrió la posibilidad de empleo a los exiliados, quienes podían conseguir un sueldo actuando o cantando, traduciendo guiones o como extras. Además, para las producciones siempre era conveniente tener bilingües en el set, así que se les daban cualquier trabajo, con la intención de que se prestaran como traductores en caso de ser necesario.
El trabajo en Hollywood no era una buena fuente de ingresos. Guzmán Esparza menciona que, aunque muchos actores consagrados parecían ganar cifras estratosféricas, realmente no era así y mucho de lo que presumían (mansiones, obras de arte, carros, etc.), eran producto de préstamos o propiedad de las compañías cinematográficas.59 Ninguno de los exiliados logró consolidarse como actor, afamarse o al menos vivir de ello.
Por ser exiliados, los diarios le daban interés a su participación en películas, a pesar de que su papel fuera minúsculo. En muchas ocasiones, la noticia era de un tono patético o triste: “presidentes mexicanos y extras de Hollywood ¡vienen en el mismo molde! Los infortunios de las guerras de la vida real, compartidos por muchos exlíderes mexicanos, fueron revelados durante la filmación de una batalla en la nueva producción musical de Paramount”.60 La historia de un expresidente, gobernador, congresista o general haciendo una película, era interesante para la prensa, pero también un final triste. Por otra parte, todo depende del cristal con que se mira. Ricardo Topete cabalgó miles de kilómetros, estuvo en muchas batallas, corrió el riesgo de morir y vio morir a algunos de sus amigos, así que para él fue un privilegio que le pagaran $7.50 dólares por ser puntual, pasar a vestuario y aparecer en el fondo del set.61
Roberto Guzmán Esparza y la imagen del revolucionario/actor
El exiliado que se destacó más en el mundo del entretenimiento fue Roberto Guzmán Esparza. La participación de este poblano en la Revolución fue mínima, no perteneció a ningún ejército o facción sino hasta diciembre de 1923, aunque su padre participó en el maderismo, así que no era del todo ajeno a los movimientos revolucionarios. Cuando Guzmán Esparza escuchó que De la Huerta se rebeló, viajó a Veracruz para ponerse a las órdenes del sonorense. En el puerto jarocho conoció a Manuel Álvarez del Castillo, quien a su vez lo presentó ante De la Huerta. Por ser bilingüe, el guaymense lo nombró secretario personal para que le ayudara a comunicarse con sus contactos en Estados Unidos. Por la misma razón, cuando De la Huerta decidió salir a New York le pidió que lo acompañara.62 Los dos y Álvarez del Castillo terminaron exiliados.
Con la decisión de quedarse del otro lado, un día De la Huerta le dijo a Guzmán Esparza: “Te daré un arma para que la uses en el exilio”, frase que después fue citada en los diarios.63 El arma era el bel canto. Guzmán Esparza jamás había cantado, ni tenía dinero para pagar por clases, así que De la Huerta le ofreció un trato: instruirlo gratuitamente a cambio de que Guzmán Esparza le diera el 25 por ciento de las futuras ganancias que tuviera por cantar. Era una apuesta la que hizo Adolfo de la Huerta, pues enseñarle a cantar le tomó dos años, pero al final la inversión rindió frutos. Guzmán Esparza se estrenó en un concurso de aficionados en un club nocturno de Los Ángeles, ganó un dólar y le entregó $0.25 centavos a De la Huerta, primer ingreso que le dio. Dos años después, le entregaba alrededor de $150 dólares semanales al expresidente mexicano.64
La carrera de Guzmán Esparza evolucionó y rápido se dio a conocer como cantante de óperas y zarzuelas. Se movió por toda clase de circuitos en los que se pagara por una buena voz. Además de los clubes nocturnos, fue contratado para amenizar reuniones de índole social, político o religioso. Por ejemplo, cantó en la reunión anual del Club de Masones de la ciudad de Los Ángeles en 1927.65 También colaboró con radiodifusoras en ciudades cercanas como Pasadena,66 San Pedro67 y Fresno.68 Fue estelar en varias compañías de teatro como la del Philharmonic Auditorium, en Los Ángeles,69 la Redlands Company Music, que presentó espectáculos en las poblaciones del sur de California,70 y viajó con otra compañía a Oregón para presentar Fanchon and Marco.71
Pero el cine fue lo que lo expuso mejor y le aseguró ofertas de trabajo durante el resto de su exilio. Consiguió un contrato con la productora Warner Bros y participó en varios largometrajes de lengua hispana. Compartió créditos de director en El hombre malo (1930), y Monsieur Le Fox (1930). Además, apareció como actor de reparto en Del mismo barro (1930, versión hispana de Common Clay),72La voluntad del muerto (1930), La gran jornada (mencionada con anterioridad), El impostor (1931) y Un capitán de cosacos (1934),73 entre otras. También apareció en varios cortometrajes: interpretó a un soldado cantante en The Military Post (1930), a un guitarrista en A Spanish Fiesta (1930) y fue el protagonista de Imagine My Embarrassment (1929).74 Su nombre tomó tal relevancia, que una nota lo señaló como el futuro estelar de la nueva película de los hermanos Marx.75
Distinto a otros exiliados, Guzmán Esparza probó suerte en el cine anglosajón. Esta oportunidad lo pudo catapultar a un nivel de éxito inigualable para un mexicano, pero resultó demasiado exigente para adaptarse a los gajes del oficio. Hollywood siempre ha realizado representaciones poco realistas, por no decir erróneas, de grupos étnicos y extranjeros ajenos a la sociedad anglosajona. Guzmán Esparza no toleró esto durante la filmación de Under The Texas Moon (1930). En el set, el exiliado vuelto actor se quejó enérgicamente porque lo contrataron para interpretar a un mexicano, pero lo vistieron con accesorios españoles. Segundo, se peleó con el encargado de componer la música de la película, a quien acusó de plagiar una canción mexicana (“Ojos tapatíos”). Por último, le cancelaron su participación como cantante y le pidieron que tocara la flauta. Renunció y a partir de entonces quedó vetado por los productores.76
Esta experiencia de Guzmán Esparza es un ejemplo de por qué intelectuales en México desdeñaban al cine hollywoodense: la mala representación de “lo mexicano”. El cine estadunidense demostró su preocupación por este problema, atendió reclamos de autoridades mexicanas que pidieron se dejaran de reproducir estereotipos e imágenes ofensivas para México, y se creó un “plan de integración vertical”, que consistió en mejorar la comunicación entre las producciones y el gusto hispano.77 A pesar de lo anterior, muchos siguieron inconformes con las representaciones que continuaron reproduciéndose en la pantalla.
Under The Texas Moon fue el final de la carrera de Guzmán Esparza en Hollywood, pero para su fortuna, la primera película en inglés que filmó fue un éxito y lo puso en el mapa del espectáculo. The Desert Song se estrenó en 1929 y era una adaptación de una ópera homónima, cuya historia estaba ligeramente basada en la experiencia de T. E. Lawrence, pues trataba de un militar francés en Marruecos, quien de día pertenecía a las fuerzas imperialistas, pero de noche cabalgaba con los insurgentes africanos. Además de las canciones, una historia de amor y batallas, la película tuvo el atractivo de ser fotografiada a dos colores, por lo que fue la primera película a color de Warner Bros.78
Guzmán Esparza logró colarse a esta aventura épica, filmada en los estudios Warner Bros y en las dunas desérticas del Imperial County, cerca de Calexico. El exiliado comenzó a usar la inicial de su segundo apellido después del primer nombre, como se acostumbraba, así que aparece en los créditos como Roberto E. Guzmán. Interpretó a Sid El Kar, un rebelde del norte de África y brazo derecho del personaje principal. Era un importante papel, con suficiente diálogo y un solo en una canción.
El exiliado recibió buenas críticas por su interpretación. A partir de entonces The Desert Song fue la referencia de su carrera. Un año después lo contrataron en El Paso para cantar los temas de la película.79 Dos años después se le pagó para volver a interpretar a Sid El Kar y aparecer en una fiesta de Hollywood, donde además de las canciones de la película, cantó temas de Pagliacci.80 Y a casi una década de estrenado el filme, y con Roberto E. Guzmán reestablecido en México, lo invitaron a participar en el Latin American Concert, a celebrarse en el Auditorio Hogg de Austin, Texas. El evento fue en beneficio de los estudiantes latinoamericanos de la localidad, y un día antes de su presentación se organizó un evento para otorgarle un reconocimiento por su trayectoria.81
En la carrera de Roberto E. Guzmán se utilizó la imagen del revolucionario/actor para atraer al público. Al anunciarse un programa de radio, opera o película con este delahuertista como protagonista, los diarios y productores no desaprovechaban mencionar que actuó en The Desert Song, pero también que era un revolucionario exiliado. En algunas ocasiones se dio a conocer su biografía, a veces un tanto exagerada, fantasiosa y aventurera, como la que circuló en Carolina del Norte para promocionar Song Of The West.82
Como mencionamos con anterioridad, la llegada de los exiliados a California coincidió con el nacimiento del periodismo del espectáculo. Fue la década de 1920 cuando aparecieron publicaciones como Motion Picture Magazine y Photoplay, cuya línea editorial consistía en contar la vida privada de los artistas. Los lectores devoraban estas historias, así que las productoras comenzaron a manipular la información para hacer de sus artistas personajes más atractivos.83
Era llamativo el caso de un veterano revolucionario venido a cantante o actor. Algunas carreras se cimentaron con esta historia y actores hispanos incluso se inventaron antecedentes revolucionarios, como pasó con Leo Carrillo. Su nombre completo era Leopoldo Antonio Carillo, nació en Los Ángeles en 1881 y no era descendiente de mexicanos, sino de españoles, que además pertenecían a una familia acomodada: su bisabuelo fue el primer gobernador provisional de California y su padre había sido alcalde de Santa Mónica.84 Carrillo se identificó como actor hispano e interpretó personajes portugueses, españoles, italianos o mexicanos. Fue este último perfil en el que se le encasilló. Y para ganarse las simpatías del público mexicano, no se diferenció de los exiliados revolucionarios.
Cualquier estadunidense que leyera sobre Leo Carrillo en la prensa, y tuviera poco conocimiento de la revolución mexicana, pensaría que aquel era un exiliado más en el mundo del espectáculo. Leo Carrillo es un ejemplo de cómo se usó la identidad del ex revolucionario. Los productores de The Gay Desperado (1936, primer protagónico de Carrillo), hicieron circular una biografía muy atractiva del actor en la que relataron que cabalgó en la Revolución y presenció importantes sucesos, como la toma de protesta presidencial de Francisco I. Madero y el funeral de Pancho Villa. Regresó a California y por su pasado entabló buenas migas con los exiliados y “notables mexicanos aventureros”, entre los que se contaban al general delahuertista Enrique Estrada. Pero, las garrafales imprecisiones históricas de la biografía de Carrillo sugieren que era falsa, un truco publicitario, un gacho para atraer al público a las salas de cine a ver The Gay Desperado.85 La manipulación histórica funcionó, Leo Carrillo logró identificarse como un “veterano de la revolución” que se volvió actor. Muchos de sus papeles fueron de hispano, mexicano, revolucionario o bandolero. Se consolidó tanto en el perfil que fue elegido para interpretar a Pancho Villa en la serie de televisión The Cisco Kid (1950).
La imagen del revolucionario exiliado venido a estrella de Hollywood se usó cuando el antecedente era real, como en el caso de Roberto E. Guzmán, pero también cuando era falso, como en la biografía de Leo Carrillo. Antes de los dos estuvo Raoul Walsh, neoyorkino que a la postre se convirtió en una de las leyendas del cine. Walsh inició su carrera cinematográfica en la revolución mexicana, en la película The Life of General Villa (1914), donde interpretó a Pancho Villa. Este filme fue gravado en México en plena revolución, así que aparecían escenas reales de algunas batallas de la División del Norte y la aparición del auténtico Pancho Villa.86 Walsh cargó con la etiqueta de veterano de la revolución que se volvió cineasta. Curiosamente, más de una década después de sus andanzas por México, dirigió La gran jornada, ya mencionada con anterioridad, donde aparecieron los también veteranos de la revolución Aurelio Manrique y Roberto E. Guzmán.
Al regresar a México, Roberto E. Guzmán se sumó al movimiento cinematográfico mexicano, colaboró en películas hasta la década de 1970.87 Fue el exiliado más destacado en el mundo del entretenimiento, su caso también fue un ejemplo de cómo las productoras usaron el perfil revolucionario-actor como publicidad.
El entretenimiento más allá del cine
No todo fue la gran pantalla. Algunos exiliados participaron en otros espacios de entretenimiento que estaban fuera del control de las casas cinematográficas, precisamente, por no tratarse de cine. Los diarios, editoriales de libros, programas de radio, eventos deportivos, teatro, rodeo, exposiciones agropecuarias, eventos cívicos, festivales culturales y fiestas tradicionales, eran opciones de ocio para toda la familia. Fueron la excepción aquellos que se asentaron en California, se dedicaron al entretenimiento, pero no tuvieron actividad en el cine, como ocurrió con el general Ramón B. Arnaíz.
Durante el delahuertismo, Arnaíz era oficial del trigésimo regimiento de Aguascalientes bajo el mando de Carlos A. Vidal. Su superior se mantuvo fiel al gobierno, así que lo arrestó y lo despojó del mando. Se hizo del dinero de la localidad, reclutó hombres, preparó recursos para la guerra y marchó rumbo a Jalisco. A Vidal le perdonó la vida y lo entregó al ejército mexicano, en San Luis Potosí.88 En Jalisco estuvo bajo el mando de Rafael Buelna y fue uno de los hombres que consoló al mazatleco durante sus últimos suspiros.89 Después pasó a las órdenes de Enrique Estrada, de quien había sido mano derecha en la Secretaría de Guerra y Marina, y al ser derrotados en Ocotlán marcharon al exilio.90
En California se mantuvo cómplice de Estrada y lo ayudó en un intento de incursión armada a México (mencionado con anterioridad). Fueron arrestados antes de cruzar la frontera, Estrada recibió una sentencia de 21 meses y Arnaíz purgó condena de 16.91 Al recuperar su libertad volvió a México. Jean Meyer apunta que luchó en las huestes del ejército cristero en Zacatecas y después colaboró con el escobarismo en 1929.92 Regresó a Estados Unidos para escapar de cualquier represalia, pues cargaba con una cuádruple insignia rebelde: fue delahuertista, luego participó en el intento de incursión armada de Estrada, fue cristero y, finalmente, escobarista. Al regresar al país vecino le dio un giro de 180° a su exilio: dejó las aspiraciones militares y comenzó a trabajar en la radio, música y teatro.
Ramón B. Arnaíz era bien conocido en la comunidad hispano-artística de California, algunos diarios lo identificaron como un destacado representante del “Movimiento de Teatro Mexicano” que hubo en Los Ángeles.93 También colaboró con “El Eco de México”, publicación fundada por Adolfo de la Huerta y dirigida por José S. Healy, en la que los exiliados delahuertistas fueron corresponsales y cuentistas.94 Pero su voz frente al micrófono fue lo que lo volvió popular entre los hispanos de aquella región.
Arnaíz consiguió trabajo en un programa de la radiodifusora KMTR. El contenido era música, cultura, idioma, anécdotas y tradiciones mexicanas, así que era un programa dirigido a los migrantes hispanos en general, y a los mexicanos en particular. A la par, creó y dirigió la organización Beneficencia Mexicana, con la que brindó refugio, cuidado médico y asistencia a migrantes. Para subsanar esa empresa filantrópica, Arnaíz organizó eventos culturales, concursos musicales y espectáculos en los que cazaba talentos para su programa de radio. Fue en uno de esos eventos donde reclutó a las Hermanas Padilla, Margarita y María, quienes a la postre se volvieron un referente de la ascendente cultura chicana de California. Podría decirse que las Padilla eran exiliadas como Arnaíz, pues la familia migró a California para refugiarse de la violencia desencadenada por la guerra cristera.95
Cuando se abrió la posibilidad de regresar a México, Arnaíz era uno de los más populares exiliados políticos y le iba bien en California, por lo que declaró que no tenía prisa en volver.96 Eventualmente se instaló en Baja California y negoció con Lázaro Cárdenas la concesión de una radiodifusora en Tijuana.97 La primera vez que llegó al exilio, en 1924, los agentes de seguridad estadunidenses notificaron que tenía reputación de malvado, asesino y hombre de sangre fría.98 Después de una década, a través de Beneficencia Mexicana y su trabajo en la radio, era una de las voces hispanas más populares del sur de California.
Pocos probaron suerte en el mundo de los deportes. Cándido era un indígena yaqui que participó en la rebelión de 1924, se exilió, se instaló en New York y de costa a costa mantuvo una relación epistolar con Adolfo de la Huerta, quien se refería a él únicamente por su primer nombre o por el apodo “el yaqui”.99 El exiliado relató que estuvo en prisión (posiblemente por su participación en la rebelión), donde aprendió pugilismo, así que al llegar a New York vivió del boxeo un tiempo. Pero el público perdió interés, según él, porque a los estadunidenses no les atraían las peleas de pesos ligeros. Ante su fracaso en el ring, pidió cartas de recomendación a De la Huerta para conseguir trabajo en el puerto neoyorkino en labores de taquigrafía, traducciones, entre otras.100
El general Mariano Montero Villar también se instaló en la gran manzana, no probó suerte en el boxeo, ni fue cantante, actor o músico, pero sí promotor de entretenimiento. Su trayectoria venía desde el maderismo: estuvo en las fuerzas de Emilio Madero, luego participó en la rebelión de Pascual Orozco y peleó a favor de la Convención de Aguas Calientes. Perteneció a un grupo de políticos identificados como zapatistas, que en 1921 ingresaron al Congreso de la Unión (entre otros, Antonio Díaz Soto y Gama, Leopoldo Reynoso y Francisco de la Torre). Se unió al delahuertismo bajo el mando de Guadalupe Sánchez, después fue jefe del estado mayor de Salvador Alvarado, Cándido Aguilar y Alfonso de la Huerta. Se exilió en New York, donde se manifestó a favor del escobarismo en 1929 y fungió como su representante en la ciudad de los rascacielos.101
En la escena del entretenimiento neoyorkino, anualmente el Folk Festival Council organizaba un festival cultural como parte del Plan de Cinco Años, que pretendía difundir la cultura de las colonias extranjeras en la ciudad. El evento se realizaba en el teatro Guild Theatre (hoy llamado August Wilson Theatre), en el corazón de Manhattan. Mariano Montero era el contacto mexicano del Folk Festival Council, y gracias a él, México fue el único país hispano con representación en el evento. Consiguió artistas mexicanos, profesionales y amateurs, que desfilaron de charros y chinas poblanas, danzaron y lucieron vestimentas típicas de sus pueblos originarios e interpretaron canciones como “Las Mañanitas” y “Cielito Lindo”. Esta comunidad de artistas extendió reconocimiento a Montero, “connotado miembro de la colonia mexicana en Nueva York” por ser mecenas del arte y cultura mexicana en la costa este de Estados Unidos.102
Aunque reconocido en el circuito artístico, Mariano Montero Villar no vivió del show business y se ganó la vida como operador de linotipo.103 La prensa anglosajona lo retrató como lo opuesto al estereotipo del revolucionario mexicano (salvaje, sucio, bronco, ignorante, etc.), pues lo describió como “de mano suave y pacífica”, tranquilo, siempre fumando puro, culto, capaz de contestar a la prensa en español, inglés o francés, y a la que le pidió que lo consideraran como un “new’s paper’s man”, no como un hombre bélico.104 Su hijo heredó su deseo de compartir su cultura y raíces, así que apareció en algunos programas de radio para hablar sobre México.105
Y entre la costa este y oeste, en las acaloradas, extensas y polvorientas llanuras desérticas de Arizona, se destacó como estrella de rodeo uno de los exiliados más conocidos del escobarismo: el general Roberto Cruz Díaz. Aunque nacido en el estado de Chihuahua, se le identificó como sonorense e incluso como yaqui, pues desde pequeño migró a Tórim (poblado yaqui al sur de Sonora), donde creció y aprendió cahíta (lengua de la etnia). Como alcalde de la localidad desconoció a Victoriano Huerta, así que fue encarcelado en Guaymas. Escapó, regresó a Tórim y formó la compañía “Voluntarios del Yaqui” (alrededor de 200 hombres). Luego combatió al villismo y se unió a la rebelión del Plan de Agua Prieta en 1920. Su combate a los delahuertistas, en 1924, le valió el ascenso al grado de general de brigada. Fue jefe de la policía capitalina en 1927, así que investigó el atentado de ese año en contra de Álvaro Obregón. Sus pesquisas dieron con el arresto del padre Miguel Agustín Pro, y otros cómplices, a quienes fusiló sin juicio. Era jefe militar de Michoacán en 1929 cuando, como obregonista recalcitrante, se unió a la rebelión escobarista.106
La trayectoria de Roberto Cruz -en especial sus acciones en la década de 1920-, lo hicieron un personaje conocido en Estados Unidos al momento de exiliarse. Para gusto del general, la prensa anglosajona lo trató muy bien. Cruz se quejó toda su vida de que el fusilamiento del padre Pro le ganó los motes de “troglodita” y “primitivo”.107 Pero los periodistas estadunidenses que lo conocieron lo retrataron distinto, no ignoraron su pasado violento, pero más que un bandido o gatillo fácil, lo compararon con militares diciplinados y amantes del orden, como el mariscal alemán Paul von Hidenburg.108The Los Angeles Times dijo que era un joven y atractivo soldado mexicano, tan culto como para hablar yaqui y tarahumara, y tan honorable para que esos pueblos confiaran en él.109 El mismo diario sugirió que si Roberto Cruz hubiera sido policía en Estados Unidos, el país se libraría de la Cosa Nostra y desaparecerían criminales como Al Capone.110
Su buena reputación se explica, entre otras razones, por su manera de rendirse durante el escobarismo y cómo dejó México. En su marcha a la frontera algunos escobaristas saquearon poblaciones, bancos, cajas de gobiernos municipales o negocios. Dos casos fueron Gonzalo Escobar, acusado de robarse los fondos del Banco de La Laguna,111 y Francisco R. Manzo, quien obligó a los municipios de la costa del Pacífico a darle un “préstamo” que nunca volvieron a ver.112 Con una pequeña riqueza en mano, estos y otros militares cruzaron la frontera y dejaron a su tropa en manos del gobierno federal.
Ésa no fue la conducta del general Roberto Cruz. Un artículo publicado en Arizona lo ensalzó como el único héroe de la rebelión escobarista pues, aunque derrotado, optó por atrincherarse en las montañas (en algún punto del sur de Sonora y norte de Sinaloa), y negociar su rendición con la prioridad del bienestar de sus hombres.113 Lo dieron de baja del ejército y se le ordenó su salida del país. Por salvoconducto de Emilio Portes Gil fue escoltado hasta Nogales, donde el jefe militar de la ciudad lo entregó a las autoridades del consulado estadunidense. Se aceptó su petición de residencia como refugiado político y se instaló en Arizona.114 Su rendición y partida fue por las buenas, así que el gobierno mexicano respetó la vida de sus hombres y las propiedades de Cruz.115 Fue diferente la experiencia de otros líderes, como Alejo Bay y Francisco Bórquez, quienes impotentes -y desde el exilio- vieron incautadas sus propiedades en Sonora.116
Cruz fue un personaje admirado y digno representante de la comunidad hispana en Arizona, donde se conocían bien sus destrezas de charro. Era famosa su afición por la charrería, misma que casi le cuesta un enfrentamiento con Joaquín Amaro, pues mientras era jefe de la policía capitalina, pasó a visitar al general Amaro (para entonces secretario de Guerra y Marina), y fue vestido de charro a pesar de que Amaro dispuso que en su despacho todo militar debía llevar uniforme. Amaro enfureció, tomó el fuete y amenazó con golpearlo, a lo que Cruz reaccionó, llevó su mano a su revolver y le advirtió que dispararía si aquel alzaba el brazo.117 Anécdotas como ésta, su fama de charro y su buena reputación, hicieron que Cruz recibiera invitaciones a festivales vaqueros, desfiles, fiestas ganaderas y rodeos.
Quizás el más importante en el que participó fue el festival que se realizaba en el Old Pueblo de Tucson. Era un evento que convocaba a personas de Arizona, Nuevo México y Texas, y en general, promovía la vida e identidad del vaquero/ganadero. Contaba con un desfile de apertura en el que se presentaba a los asistentes, entre otros, los gobernadores de dichos estados (también se extendía invitación al gobernador de Sonora), agrupaciones ganaderas, campeones de rodeo, miembros de los pueblos indígenas, oficiales militares y veteranos de guerra, miembros de los Boys Scouts, bandas musicales y más. Cruz fue invitado a desfilar en la edición de 1930, lució su traje de charro y ofreció un espectáculo de sus habilidades ecuestres.118
Subsistió de otras actividades, la ganadería principalmente y cuyo conocimiento amplió después de un breve viaje al cono sur.119 Los rodeos no le dejaron dinero, pero correspondía las invitaciones, quizás motivado por representar a su país. Fue el único hispano en la escena de rodeo en Arizona, o el más destacado, pues en el line up de muchos carteles su nombre era el único de origen hispano, en ocasiones también era el headliner.120 Se hizo importante su presencia en estas fiestas, particularmente en el circuito Nogales-Tucson-Phoenix. A un año de su primera aparición de charro, el Tucson Daily Citizen informó a sus lectores que Cruz había llegado a la ciudad, proveniente de otro rodeo, y confirmó su aparición al día siguiente en el Old Town rodeo edición 1931.121
Otro exiliado que frecuentó estas fiestas y espectáculos fue el general Cándido Aguilar. Destacado revolucionario veracruzano y diputado constituyente de 1917, tuvo un exilio muy inestable. Su primera salida del país fue en 1920 por desconocer el Plan de Agua Prieta, como era de esperarse, pues estaba casado con Virginia Carranza, hija del presidente. A partir de entonces se unió a diversos movimientos insurrectos, como el del general Francisco Murguía, en 1922, fue arrestado en Estados Unidos (más de una vez) acusado de violar las leyes de neutralidad y alternó sus años de refugiado entre Estados Unidos, Guatemala y Cuba. A pesar de ser fundador del Partido de la Revolución Mexicana y líder nacional del mismo, fue arrestado y acusado de disolución social en 1944, mientras competía contra Adolfo Ruiz Cortines por la candidatura al gobierno de Veracruz.122 El autor Justo Manzur acertó en titular a la biografía de Aguilar como La Revolución Permanente.123
De alguna manera, entre sus correrías y complots para derrocar al gobierno mexicano, Aguilar encontró tiempo para la crianza de ganado en su rancho a las afueras de San Antonio. “Se encontraba feliz revolucionando el ganado, no el país” dijo un diario de Louisiana que publicó una imagen de Aguilar junto a un bovino con el que ganó un premio en un festival ganadero.124 No se dedicó al mundo del entretenimiento, pero su ganado era de gran calidad, participaba en concursos y eso lo involucró en eventos como rodeos, festivales vaqueros, exposiciones ganaderas y sus respectivas fiestas populares.
Representación y reivindicación de los exiliados
La participación de los exiliados en espacios de entretenimiento no se debió a sus capacidades artísticas, interpretativas o escénicas, no al menos en la mayoría de los casos. Eran políticos, hombres de negocios y militares. Algunos de ellos ni si quiera se concebían fuera de la vida castrense. Pero diferente a otras olas de exiliados, muchos delahuertistas y escobaristas hicieron de California su destino, región en la que estaba en ascenso la oferta de empleos en el mundo del entretenimiento, mal pagados y poco constantes, pero también sencillos y al alcance de cualquiera.
Hollywood se consolidaba como el centro de la producción cinematográfica de exportación. Este crecimiento permitió que todo trabajador en el área de Los Ángeles pudiera conseguir empleo en el mundo del cine. Y ya que la ciudad angelina fue refugio de exiliados de todo el mundo, aquellos trabajaron en compañías del séptimo arte. El Nashville Banner registró este fenómeno y por eso llamó a la ciudad “el cielo de los exiliados”.125
Al igual que todo migrante, aprovecharon las oportunidades pasajeras que les brindó la industria del entretenimiento y la relativa fama de algunos les abrió puertas, pues las casas productoras los aprovecharon para vender sus historias y hacer publicidad. Fueron muy pocos los exiliados que entraron al mundo del espectáculo a causa de sus habilidades, como Julián S. González, cuya historia no tuvo eco en la prensa por ser guionista y no aparecer frente a la cámara. Otro que se benefició de su fama previa fue Adolfo de la Huerta. Aquellos reportajes sobre un expresidente mexicano dando clases de canto, no fueron otra cosa sino publicidad gratuita para su estudio.
Algunas experiencias sugieren que el renombre del exiliado pudo ser el motivo de su contratación. Ricardo Topete y Aurelio Manrique son un ejemplo, pues tuvieron apariciones insignificantes en películas, pero los diarios publicaron la noticia y sus historias, lo que pudo ser una táctica para atraer al público. Y las carreras de Roberto E. Guzmán (exiliado delahuertista), Raoul Walsh (quien cabalgó con la División del Norte) y Leo Carrillo (de antecedentes revolucionarios ficticios), comprueban que a los productores les interesaba tener a un revolucionario vuelto actor y compartir su historia en la prensa. El plan comercial del cine manifiesta su interés por el mercado latinoamericano,126 así que no es exagerado suponer que la contratación de algunos exiliados fuera para atraer a la comunidad hispana.
Fue distinto el caso de los exiliados fuera de Hollywood. Para ellos, su participación en el entretenimiento fue motivada por la promoción de lo mexicano y la reivindicación de las comunidades hispanas. Los generales Mariano Montero en Nueva York, Roberto Cruz en Arizona, Ramón B. Arnaíz, en California y Cándido Aguilar en Texas, se desempeñaron en distintos espacios (festivales culturales, rodeos y radio), para difundir lo mexicano, la música tradicional, vestimenta, ganadería, comida, etcétera. Algunos de ellos se consolidaron como miembros activos en las colonias mexicanas, otros, fueron entronados por la prensa desde antes de su llegada. En general, para ellos el entretenimiento fue una actividad altruista, más que una oportunidad laboral.
De costa a costa, la presencia de los exiliados mexicanos quedó registrada en múltiples ámbitos de la vida estadunidense, incluido el entretenimiento cinematográfico, musical, teatral, radiofónico y ecuestre. Su aparición en películas, programas de radio, foros artísticos y culturales, así como el constante seguimiento de sus historias en la prensa anglosajona, indican que no se alejaron de la vida pública, todo lo opuesto, querían mantener vigente su reputación, imagen y liderato.
Testimonios y fuentes periodísticas mencionan que muchos exiliados sentían el destierro como un castigo vergonzoso, el cual en ocasiones provocó depresión127 e incluso condujo al suicidio.128 Pero los personajes de abordamos en este texto, participaron en espacios de entretenimiento y se expusieron a los medios de comunicación, a sabiendas de que aquellos explotarían sus historias de derrota y exilio forzado. Pero Ricardo Topete posó con gusto para la foto del diario y se dejó entrevistar, lo mismo Cándido Aguilar junto a su bovino ganador y De la Huerta siempre abrió las puertas a los reporteros.
Que se prestaran para aparecer en el ojo público, en lugar de esconderse y ser discretos, sugiere que estos delahuertistas y escobaristas se querían reivindicar. Fueron exiliados con la frente en alto, orgullosos por representar a los hispanos en el mundo del entretenimiento, a costa de las opiniones que encontraban triste o patético que un exgeneral, exgobernador o expresidente, se disfrazara, cantara o actuara para entretener al público.