Introducción1
El desarrollo académico en el área del conflicto social, la acción colectiva o la contienda política ha tenido desde el siglo XX un importante desarrollo en el campo de las ciencias sociales. Así, desde diversos enfoques se buscó dar explicación a un periodo histórico marcado por revoluciones, revueltas, movimientos populares y una serie de fenómenos de acción sociopolítica. En este contexto es posible reconocer al menos tres grandes tradiciones analíticas: el estructural funcionalismo, los enfoques estratégicos y los de la identidad.
En el primero, es posible identificar a quienes siguieron una tradición funcionalista heredera de Durkheim, Merton y Parsons, integrando aspectos de Weber2. En esta línea, autores como Lewis Coser3 y Ralf Dahrendorf4, desarrollaron importantes aportes a mediados del siglo XX. Este paradigma se centró en un estudio holista enfocado en indagar la capacidad de los sistemas para evitar la anomia, analizando las funciones reproductivas del conflicto para generar cambio social y la adaptación al orden. Desde este cuerpo teórico ―con sus diversidades―, enfatizaron en aspectos como los procesos de complejización social (cultural, política, económica) y los mecanismos de adaptación a ella. Este elemento parsoniano, vinculó a las agendas de estudio del conflicto con otros registros teóricos como los procesos de modernización, cohesión social e integración. Adicionalmente, desde el plano sociopolítico ―como destaca Millán―5 la agenda investigativa se orientó a identificar los procesos de institucionalización, por tanto, a estudiar la sincronía en la relación Estado-sociedad y los mecanismos de flexibilidad, fluidez y reformas.
Por su parte, los enfoques estratégicos, llamados en distintos momentos como movilización de recursos, proceso político o dinámica de la contienda política6, identifican a un conjunto de tradiciones compuesto, en un primer momento de la herencia olsoniana vinculada a la elección racional (costo-beneficio) y de los enfoques psicosociales de agravios y privación relativa7. Esta tradición, posteriormente generó diálogos con el estructural funcionalismo a partir de temas como las estructuras de oportunidades, la apertura o cierre de las instituciones políticas y las coyunturas que permiten la movilización (guerras, crisis económicas, crisis políticas, etcétera). Otros desarrollos tuvieron una agenda orientada a operativizar determinadas dimensiones de análisis de la protesta: cómo se organizan (estructuras de movilización), cómo interpretan y significan su acción (marcos) y qué tipo de acción desarrollan (repertorios). A su vez, parte de esta escuela posteriormente fueron incorporando elementos dinámicos a las categorías, abriendo también diálogos con los enfoques de la identidad. Gran parte de esta síntesis final quedó expresada en la obra Dinámica de la Contienda Política8, agenda que tuvo como objetivo conciliar análisis estructuralistas, racionalistas, fenomenológicos y culturales intentando conjugar mecanismos causales, con procesos y episodios de contienda.
Finalmente, el culturalismo o los enfoques identitarios9 se han centrado ―con diversidades― en la identidad como elemento constitutivo de la movilización. Algunos teóricos como Alain Touraine y Alberto Melucci, indagaron en la diversidad de identidades en el marco de la sociedad posindustrial, programada o posmoderna y su exceso de diferenciación; otros autores como Daniel Cefai, se enfocaron en los procesos colectivos y las interacciones constitutivas de arenas públicas y gramáticas de acción; mientras que teóricos como James Jasper han indagado en elementos como las emociones y sentimientos. Según Jasper10 los enfoques culturales tienen una fuerte diferenciación entre quienes los abordan a partir de fenómenos estructurales (macrosociales) como Touraine, Castells y Melucci o bien, quienes desde el pragmatismo, Chat, feminismo o la teoría homosexual, se centran en elementos microsociales como el propio Cefai o Jasper.
En este marco general, las tendencias dominantes al interior de la academia han debatido principalmente entre dos enfoques: estratégicos ―y en menor medida herencias funcionalistas―, agrupadas referencialmente en la Asociación Americana de Sociología (ASA) en el grupo Comportamiento Colectivo y Movimientos Sociales (CBSM); y en contrapartida, los enfoques culturalistas, vinculados preferentemente a la Asociación Internacional de Sociología (ISA) al grupo ISA47 “Social Movements”.
Por su parte, el marxismo ―anterior a estas tradiciones y con un amplio e influyente desarrollo en los siglos XIX y XX―, ha estado en permanente tensión y, en mucha menor medida, diálogo con estas tradiciones. Esto se debe naturalmente a una serie de diferencias ontológicas y epistemológicas, sin embargo, las causas de esta desconexión son mucho más extensas11. Barker, Cox, Krinsky y Gunvald12 junto con identificar la influencia del marxismo en el resto de las teorías, indican que el giro hacia los enfoques de la identidad y los estratégicos en la segunda mitad del siglo XX, habría ido acompañado de un conjunto de argumentos antimarxistas que establecieron una caricaturización de sus aportes y alcances. Estos fueron resumidos por los autores de la siguiente manera: primero, el marxismo estaría orientado a entender únicamente fenómenos macroestructurales, reduciendo a los movimientos sociales y fenómenos colectivos a un epifenómeno de las estructuras; segundo, un reduccionismo a lo económico y, particularmente, al trabajo industrial; tercero, existiría una irresolución entre ideología y conciencia, superponiendo las leyes de la historia a la agencia y asignándole a cualquier acción colectiva alejada del “rol histórico” científico de clase un calificativo de falsa conciencia; cuarto, en este escenario los únicos movimientos reales y delimitados serían los obreros; quinto, el marxismo sería incapaz de servir como instrumento de análisis de otros fenómenos y movimientos distintos al obrero.
En este contexto de desconexión y aislamiento, como señala Massimo Modonesi13 ―y los propios Barker et al.―14 se habría provocado un silencio marxista caracterizado por la pérdida de relevancia, estancamiento y olvido en el ámbito de la teoría de la acción sociopolítica. Lo que a juicio del autor se debería ―además de la ofensiva anticlasista― a dificultades internas de despliegue analítico, operacionalización y su alto nivel de abstracción.
En este marco problemático, caben diversas interrogantes. En primer lugar, cuál es el aporte del marxismo y la potencialidad de este para el estudio del conflicto y la acción sociopolítica; en segundo lugar, cuáles pueden ser algunas de las coordenadas principales del debate marxista para la aproximación al conflicto social y la acción sociopolítica.
El presente artículo tiene como objetivo presentar algunas coordenadas del debate marxista para la construcción de una agenda de estudio sobre el conflicto y la acción sociopolítica. Para ello el documento presenta nudos críticos del debate; desde dónde pueden emerger decisiones teórico-metodológicas para la construcción de una agenda de investigación. Dada la extensión del artículo y del debate marxista, no se pretende dar una revisión epistemológica y ontológica del marxismo en su totalidad y complejidad, si no situarse en debates clásicos.
La totalidad compleja
Un primer punto de partida, que tiene dimensiones epistémicas y ontológicas, es establecer que, a diferencia de gran parte de las corrientes de pensamiento, el marxismo tiene una pretensión de totalidad, lo que se encuentra contenido en su caracterización de los fenómenos y, por cierto, su método. Como señala Atilio Borón,
para el marxismo ningún aspecto o dimensión de la realidad social puede teorizarse al margen ―o con independencia― de la totalidad en la cual dicho aspecto se constituye […] Es imposible teorizar sobre ‘la política’, como lo hacen la ciencia política y el saber convencional de las ciencias sociales, asumiendo que ella existe en una especie de limbo puesto a salvo de las prosaicas realidades de la vida económica. La ‘sociedad’, a su vez, es una engañosa abstracción que no tiene en cuenta el fundamento material sobre el cual se apoya. La ‘cultura’ entendida como la ideología, el discurso, el lenguaje, las tradiciones y mentalidades, los valores y el ‘sentido común’, sólo puede sostenerse gracias a su compleja articulación con la sociedad, la economía y la política. Como lo recordaba reiteradamente Antonio Gramsci, las separaciones precedentes sólo pueden tener una función ‘analítica’, ser recortes conceptuales que permitan delimitar campos de reflexión a ser explorados de un modo sistemático y riguroso, pero que de ninguna manera pueden ser pensados ―en realidad, reificados― como realidades autónomas e independientes.15
Este elemento es fundamental como inicio analítico, ya que de él se desprende una elección teórica que, para el campo de la acción sociopolítica, establece un tremendo potencial y complejidad16 que le diferencian de los otros marcos teóricos. En este contexto, situando los otros marcos teóricos, siguiendo a Modonesi17 el estructural funcionalismo centra su especificidad en la relación orden ―conflicto, a la vez que, los enfoques estratégicos en orden― acción (formas organizativas, repertorios, recursos, estrategias). Con ello abandonan o prestan poca atención a los procesos de emancipación y subjetivación, o bien los reducen a una evaluación de los impactos en reformas y procesos de institucionalización. Por su parte, los enfoques culturales centrarían su atención en el conflicto y ―principalmente― en los procesos de subjetivación y conformación de gramáticas, semánticas e identidades, perdiendo centralidad en los elementos estructurales de la dominación y sujeción. En este plano, el potencial de la totalidad marxista permitiría trabajar en torno a los tres niveles de análisis: dominación/orden, conflicto/acción y emancipación.
En esta misma línea, como indican Barker et al.,18 el marxismo permitiría conjugar tanto los fenómenos estructurales macrosociales, como los fenómenos de agencia. De esta forma, el potencial está en comprender los fenómenos de acción sociopolítica en un marco estructural de relaciones de poder situados en el orden capitalista, conformado tanto por relaciones de producción como por fenómenos institucionales y culturales inscritos en la totalidad; pero a la vez, en identificar los distintos puntos de acción, organización, identidades y repertorios desarrollados por los agentes.
A partir de ello, y como veremos en las siguientes líneas, se abren dos extensos debates ―y por tanto elecciones― en el marxismo: de un lado, lo relativo a las estructuras y el orden capitalista, formación económico-social, relación base y superestructura, autonomía relativa y determinación. Del otro, lo vinculado a las agencias, los procesos de subjetivación política, conciencia y emancipación.
No obstante, como adelanto, esta propuesta se sitúa desde la totalidad como un momento no mecánico ni lineal en el que se articulan y toman relevancia aspectos estructurales del capital: sus lógicas, patrones, contradicciones y formas de acumulación y producción; formas que conectan de un modo dialéctico, bidireccional y complejo con los intereses y acciones de los agentes. Ellos por su parte, generan disputas conflictivas en distintas áreas de la totalidad social y el orden dominante, provocando que este sea siempre un equilibrio contingente, combinado y articulado ―en tensión y disputa― con el capital y la reproducción social, ideológica y política.
En esta línea, autores como Guido Galafassi trabajan esa totalidad a partir del concepto de hegemonía, donde sería posible observar con mayor nitidez las relaciones sociohistóricas de la relación producción/reproducción, siendo “el sostén complejo de todas las actividades de extracción, producción, intercambio y reproducción de la vida social y también simbólica”19 y donde se articulan de manera contradictoria “relaciones de explotación, dominación y alienación, comprendiendo los momentos diferenciados de la producción y reproducción de la vida como momentos concretos de esa totalidad”.20
En este sentido, toma relevancia la distinción que autores como Harvey21 desarrollan entre capital y capitalismo como dos niveles de análisis y estudio. El primero, entendido como las dinámicas y lógicas del capital, es decir, los procesos de acumulación y circulación. El segundo, comprendido como el sistema en el que convergen formas fetichizadas, aparentes y reales y que configuran, por tanto, la totalidad política, económica, social y cultural. Es entonces en ese orden, totalidad o sistema, en el que el marxismo se desenvuelve como marco para comprender las relaciones entre capitalismo como sistema complejo y en el que se desarrollarían conflictos y fenómenos de acción sociopolítica.
El capital como dimensión material de la totalidad compleja en el capitalismo
El capitalismo como base material económica y modo de producción hegemónico de la modernidad, es un aspecto clave a la hora de analizar la totalidad social, política y cultural. Ciertamente, como fue señalado, el rol que juega lo económico en los distintos elementos que componen la totalidad ha sido motivo de interpretaciones sobre la obra de Marx22. En este marco de interpretaciones, las corrientes marxistas herederas de DIALMAT (Materialismo Dialéctico, de origen soviético) o el determinismo estructuralista del primer Althusser23, entregan pocos elementos que se aparten de las caricaturas que los enfoques dominantes hicieron respecto a los aportes y utilidad del marxismo para los estudios de conflicto y acción sociopolítica. Es decir, bajo estas premisas el campo de estudios debiera estar centrado en las tendencias del capital (acumulación y circulación) desde donde se desprenden conflictos reales o formas fetichizadas de conciencia, o dicho en términos althusserianos, la acción sociopolítica sería una personificación abstracta de las contradicciones del capital. Sin embargo, siendo esta una coordenada posible, como fue sostenido anteriormente, otra elección ―que es la que aquí se desarrolla― implica trabajar desde el capitalismo como sistema complejo ―lo que significa al mismo tiempo considerar los mecanismos de representación, sentido y subjetivación, junto con las distintas dinámicas y tendencias del capital―.
En esta línea, como ha destacado Galafassi24, para las tradiciones heterodoxas, el proceso implica un doble ejercicio en el que es necesario explicar los modos y patrones de acumulación en una relación dialéctica (no determinante) con los patrones de consenso-cultura-ideología y racionalidad, los que en ciertos momentos históricos conjugarían situaciones de conflicto social. A partir de ello, no se daría por superada la contradicción capital-trabajo, sino más bien se comprendería de un modo más amplio cómo las diversas contradicciones y antagonismos dan origen a luchas y protestas. Estas contradicciones se articularían con aspectos vinculados a la acumulación, pero también, con “antagonismos de otra índole” como género, cultura, etnia y política. Es decir, existirían “sobredeterminaciones” estructurales, pero conjugadas, enriquecidas y complejizadas con otros tipos de antagonismos.25
En este sentido, incorporar los procesos y modos de acumulación al estudio de la acción sociopolítica implica abordar la articulación entre un determinado modo de producción y procesos de desarrollo y un marco institucional en el que intervienen aspectos legales, culturales y normativos. Partiendo de la ley general de la acumulación capitalista, podemos sin embargo diferenciar periodos históricos o recortes espaciales en donde la acumulación adquiere características específicas debidas justamente a la particular contribución de los factores arriba mencionados.26
En este marco, por ejemplo, además de ciertos trabajos clásicos de Marx o Ernest Mandel27, tendrían relevancia discusiones contemporáneas sobre las tendencias del capital y los procesos de acumulación actuales;28 o aportes como el de Andrés Piqueras29 o Bruckmann y Dos Santos30 quienes realizan una revisión esquemática del capitalismo y sus periodos o fases relacionándolos, a la vez, con distintos campos de movilización, enfrentamiento y conflicto social.
Este primer ejercicio implica distintas decisiones teórico-analíticas y coordenadas del debate. En primer lugar, cómo conceptualizar periodos y tendencias del capital, los que pudieran agruparse en torno a tipos de plusvalía (absoluta o relativa), formas de acumulación (extensiva o intensiva), procesos del trabajo (taylorista, fordista, toyotista, etcétera), tipos de competencia, formas de capital predominante (financiero, industrial, comercial), entre otros diversos elementos31. En segundo lugar, implica comprender las distintas contradicciones geográficas y temporales y sus tendencias en un determinado caso.
El ejercicio de identificar contradicciones y tendencias es central a la hora de encadenar la totalidad compleja y los fenómenos de conflicto y acción sociopolítica que se dan al interior del sistema capitalista. Sin embargo, el estudio de las contradicciones presenta distintos desafíos. Al respecto, en un alto nivel de abstracción, siguiendo a Harvey32 las contradicciones corresponderían a la tensión entre exigencias de la producción organizada y la necesidad de reproducción de la vida. No obstante, retomando el asunto de la representación y sentido, ellas se develan de modos abiertos, latentes, con fronteras nítidas o bien de difícil delimitación. Para el estudio del conflicto y la acción sociopolítica, llegar a establecer estudios que permitan reconocer las contradicciones en un momento y caso de estudio determinado, implica: 1) construir niveles de gradación de las contradicciones (fases de agudización, atenuación, latencia o crisis); 2) señalar los mecanismos de desplazamiento de contradicciones,33 y 3) estudiar las distintas formas de subjetivación en torno a una contradicción.
Pero excluyendo de momento la representación y sentido ―y subjetivación― y enfocándose únicamente en la contradicción del capital ¿qué sería en concreto identificar sus contradicciones y tendencias como base de antagonismos? Por ejemplo, Galafassi centrándose en dos momentos del capitalismo: acumulación originaria y reproducción ampliada, señala que, si bien el inicio del capitalismo se gestó con la acumulación originaria, permanentemente la reproducción ampliada generaría nuevos procesos de despojo que irían mucho más allá del “estado originario”. En este marco se caracterizaría al neoliberalismo como una fase dentro del capitalismo en la que se habría desarrollado una ofensiva (expansión del capital) sobre el trabajo y los distintos ámbitos de la vida colectiva que no habrían sido mercantilizados, o bien, sobre “derechos sociales” obtenidos a partir de las luchas populares del siglo XIX y XX. En este marco destacarían los procesos de privatización y mercantilización sobre la reproducción de la vida, lo que generaría distintos campos de conflicto capital-trabajo, capital-comunidad, capital-naturaleza34. Este elemento, como señala Galafassi35, sería el proceso a través del cual el capital intentaría generar nuevos procesos de cercamiento. Mientras los primeros, de acumulación originaria, habrían estado orientados a fundar la propiedad privada como pilar central de la sociedad, los actuales intentarían “expandir los espacios alcanzados por la propiedad privada o recuperarse en aquellos ámbitos en los cuales había tenido que ceder cierto terreno”36. A lo que agrega,
Los bienes comunes sociales reaparecen en escena en el marco de los conflictos y antagonismos característicos de la reproducción ampliada. Serán estos bienes comunes sociales conquistados los que son ‘expropiados’ vía mecanismos de la acumulación originaria (‘nuevos’ cercamientos), al entrar en vigor el modo de acumulación neoliberal. Se produce de nuevo una separación, ya no quizás entre el trabajador y sus medios de producción originales, sino entre el trabajador y sus condiciones de vida mejoradas gracias a la conquista de los bienes comunes sociales.37
Esta línea es relativamente similar a la desarrollada en algunos estudios sobre el conflicto y la movilización en el marco del neoliberalismo a partir de lo que David Harvey denomina “acumulación por desposesión”.38 Supondría entonces conjugar los distintos momentos de la totalidad que conjugan los procesos de reproducción ampliada-cercamientos, con los cambios institucionales políticos que conforman al Estado en el ciclo neoliberal, las formas de dominación y por cierto los mecanismos de antagonismo, resistencia y subjetivación.
Los diversos espacios de antagonismo en el marco del Flujo de Acumulación de Capital
Una forma ―mas no la única― de estudiar y aproximarse a las contradicciones y tendencias del capital como fuentes de antagonismo, conflicto y acción sociopolítica es el Flujo de Acumulación de Capital (FAC). A modo general, Marx define el capital como D---FT/MP---P--- M---D', es decir, dinero (D) ―capital financiero― que compra fuerza de trabajo (FT) y medios de producción (MP), con lo cual se genera un proceso de producción (P) ―capital productivo― que luego se transa y vende en el mercado para obtener un dinero final superior (D') ―capital mercantil―. Ciertamente, esto ocurre de manera cíclica y permanente, de forma agregada y abstracta donde luego de la acumulación originaria, primer momento en que la clase burguesa expropia los medios de producción, se desarrollaría el FAC generando distintos procesos de acumulación, expropiación y explotación.
A partir entonces de cada área del FAC es posible ver distintas contradicciones:
En el ámbito D se encuentran, por ejemplo, algunos conflictos vinculados a los sistemas previsionales de capitalización individual que utilizan como base el ahorro forzoso de los/las trabajadores para inversión. También es posible identificar tensiones en torno a base impositiva, subsidios y concesiones otorgados al capital desde el Estado, las tensiones entre capitales nacionales y transnacionales, centralización, concentración, procesos de financiarización, circulación, entre otros fenómenos.
En el eje D a MP es posible identificar una serie de conflictos asociados a la expansión del capitalismo. Es en este punto donde entraría buena parte del proceso continuo de acumulación originaria descrito por Galafassi o la acumulación por desposesión de Harvey. En este ámbito, el capital se expande a través de la incorporación ―compra, integración forzada― de medios de producción. Este punto es tremendamente relevante en países de la periferia que presentan matrices productivas extractivas monoexportadoras de materias primas, ya que permanentemente entran en colisión los intereses de reproducción del capital con los de las comunidades locales o pequeños productores, o bien, por la propiedad de los bienes comunes. En esta línea abunda la literatura sobre extractivismo en conflictos como la minería, uso del agua, industria forestal, gran industria pesquera, monocultivos como la soja, entre otros, con su correlato en acciones sociopolíticas. También es posible identificar en este eje el desarrollo tecnológico y los efectos que ello provoca en el siguiente eje a partir de los procesos de robotización.
En el área D a FT destacan una serie de conflictos ―clásicos― en el eje capital-trabajo propiamente tal, siendo el espacio del flujo donde se genera el valor ―y naturalmente la explotación o plusvalor absoluto o relativo― que permite, en la repetición del FAC, la reproducción ampliada (acumulación y expansión del capital). En este eje es posible identificar ciertamente conflictos en torno al empleo, condiciones laborales, remuneraciones, flexibilidad laboral, sindicalización, entre otros temas. A escala global se puede indagar en la división internacional del trabajo y las tendencias a la sobreexplotación en países de la periferia, aspectos en los que se centró Marini39 y profundizaron autores como Amin40 o Carcanholo41; o integrar los conflictos que emergen de las tendencias a la robotización y automatización en torno a la expulsión del mercado del trabajo. Igualmente, a un nivel mayor de abstracción es posible identificar posibles articulaciones con otros campos como los componentes de raza, etnia o procesos migratorios, que, por ejemplo, tienen impacto en la composición del mercado del trabajo y las formas específicas de explotación en un determinado territorio a través de formas de trabajo racializado o feminizado, o elementos como la doble explotación, el trabajo doméstico, la división sexual del trabajo.42
En el eje MP a P, se puede observar una serie de conflictos relacionados con lo que la economía clásica denomina “externalidades negativas”. En este campo destacan los conflictos típicamente ambientales provocados, por ejemplo, por procesos de contaminación o la generación de “zonas de sacrificio” ambientales. También se pueden reconocer conflictos vinculados al cambio climático, calentamiento global, emisiones de carbono, entre otros diversos elementos que rivalizarían el desarrollo del capital con la supervivencia de la vida humana.
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Finalmente, en el eje M, es decir, el de las transacciones en el mercado, se generan una serie de conflictos debido a la exclusión de bienes y servicios (educación, salud, vivienda, alimento, entre otros) o por el endeudamiento para acceder a ellos. En esta línea, la propia Federici o Tussain43 han señalado los mecanismos que ha usado el capitalismo en torno a la deuda como instrumento económico y político. También existen propuestas que caracterizan el análisis de la deuda como mecanismo del capital ―junto con la obsolescencia programada, la diferenciación de productos, entre otros― para revertir la crisis de sobreproducción y subconsumo, fomentando el consumo presente adelantado de los ingresos inciertos del trabajo futuro. A su vez, aquí son relevantes los estudios en torno a la deuda y las tasas de interés como mecanismo de despojo, o lo que Lazzarato44 ha identificado como “fábrica de deuda” en el neoliberalismo como mecanismo de control, subjetivación y orden. Como coordenadas del debate, Pérez-Roa45 estudiando el caso chileno ha indagado en tres mecanismos de endeudamiento: como fetiche subjetivo en una sociedad de consumo, como inversión forzosa (educación, por ejemplo) o como extensión salarial ante la precariedad salarial.
Este esquema simple de FAC, ciertamente puede ser complejizado a partir de la identificación de sectores capitalistas (productivos, financieros, comercial-mercantil), la relación con los Estados (procesos impositivos), las relaciones transnacionales entre capitales nacionales y globales ―entre otros―, que podrían ser aspectos constitutivos de contradicciones del capitalismo, pudiendo expresar un correlato con conflictos y antagonismos sociales. A su vez el estudio de la relación capital-conflicto-acción sociopolítica requiere ―como veremos más adelante― comprender los procesos de subjetivación, representación y sentido.
Clases y luchas
La categoría de lucha de clases es una coordenada central para la construcción de una agenda en torno al conflicto social y la acción sociopolítica marxista, y un ámbito donde se desarrollan extensos debates imposibles de abordar en plenitud en este artículo. No obstante ello, es posible enunciar al respecto el despliegue de tres discusiones y elecciones: estructura de clases en sentido sociológico; clases, Estado y dominación; y subjetivación y antagonismos. Dado que las dos últimas serán abordadas en los apartados siguientes, en este punto se entregarán algunos elementos para la discusión de clases en sentido sociológico.
Como punto de partida, podría indicarse que buena parte de los autores marxistas clásicos (desde el manifiesto comunista en adelante) si bien reconocieron la existencia de clases en plural ―vinculadas al rol que desempeñan en las relaciones sociales de producción―, centraron su atención en las dos clases principales de la sociedad capitalista: burgueses y proletarios, y, por tanto, en su contradicción principal: explotación, que se encuentra vinculada a la producción de valor.
Sin embargo, en el marco de los debates del marxismo céntrico en la segunda mitad del siglo XX, se comenzó a generar una ampliación del concepto de clases tanto en términos socioeconómicos, como en la interacción con elementos políticos e ideológicos. En este contexto, descentralizando (ampliando o enriqueciendo) la relación entre proletarios y burgueses, Erik Olin Wright indica que dentro de la estructura capitalista existirían una serie de situaciones objetivamente contradictorias dentro de las relaciones de clases, las que podrían resumirse en tres: entre control de la fuerza de trabajo (directivos y supervisores frente a burguesía y proletariado), control sobre los medios físicos de producción (pequeños patrones: burguesía frente a pequeña burguesía, empleados semiautónomos, etcétera) y control de la inversión y los recursos (pequeña burguesía frente a proletariado).46
A su vez, estas distintas relaciones sociales de producción capitalista implicarían una serie de intereses. Este punto genera debates al interior del marxismo analítico del que Wright forma parte. Para autores como Eltser47 el marxismo holista y con elementos hegelianos estudiaría las manifestaciones de clase ―en este caso los intereses de clase― a partir de sus consecuencias beneficiosas, es decir, indaga si una determinada acción, fenómeno o proceso es funcional a los intereses de una determinada clase, independiente de la conciencia o intención de producir esas acciones y sus consecuencias. De esta forma, Eltser estudiaría los fenómenos de clase a partir del individualismo metodológico y la teoría de juegos.
Por otra parte, para Wright, los intereses de clase en la sociedad capitalista serían hipótesis sobre objetivos potenciales. En este contexto, además de situar los intereses de clase como una hipótesis ―como destaca Pablo Pérez―48 el giro de buena parte del marxismo analítico y en particular de Wright, está en asignar a la explotación como elemento central de los intereses antagónicos y de las relaciones de clase. Cuestión que daría paso a la comprensión de distintos tipos de relaciones históricas de explotación, siendo la central en el capitalismo la derivada de la distribución desigual de los medios de producción.
Tomar esta coordenada, abre interrogantes respecto a dónde y en qué lugar se establecen clases y relaciones de explotación. En esta línea, por ejemplo, Carlos Pérez-Soto tomando la propuesta del marxismo analítico establece que la configuración de la clase dominante estaría dada por tres situaciones: 1) propiedad de los medios de producción; 2) control y organización de la división del trabajo, y 3) la apropiación con ventaja del producto social49. Sin embargo, y aquí está otro nudo del debate, cualquiera de estas definiciones podría cerrar o excluir a otras situaciones. Por ejemplo, buena parte de los procesos de financiarización de la economía configuran sectores que no organizan la división social del trabajo (accionistas), junto con gerentes que formalmente son trabajadores, pero que aun no siendo poseedores del capital se apropian con ventaja del producto social y en ocasiones organizan la producción. A su vez, en países con sistemas de pensiones de capitalización individual en el mercado de capitales, los trabajadores formalmente serían dueños, sin hacer usufructo ni tener el control de los fondos. De este modo, se establecerían una serie de relaciones cruzadas y complejas entre clases y relaciones de explotación y dominación, integrando, por parte de las clases dominantes, elementos como el control, propiedad, usufructo, con todas las tensiones y relaciones de contradicción, alianza y conflicto entre sus estratos mercantil, industrial, rentista, financiero, nacional o transnacional. A la vez que implicaría integrar desde las clases dominadas a los distintos segmentos, grupos o estratos explotados como trabajadores por cuenta propia, pobres absolutos y, naturalmente, a trabajadores asalariados explotados.
Esto conllevaría, a su vez, trabajar en dos niveles de registro y análisis: una definición de lucha de clases centrada en la explotación y el valor (plano económico); y/o una visión extendida de lucha de clases, en el marco de la totalidad capitalista, que integra estratos y grupos integrando distintos niveles de articulaciones y relaciones de dominación (plano político) y opresión (plano social).
En gran medida es en esta segunda línea argumental en la que Nicos Poulantzas trabajó la definición de clases. Para el autor, las determinaciones ―que permiten la construcción de clases sociales y por extensión de la lucha de clases― no son únicamente económicas, sino también una conjunción de elementos políticos e ideológicos. Poulantzas señala que el papel dominante de las fuerzas productivas construye al mismo tiempo relaciones políticas e ideológicas que se transforman en “determinaciones estructurales” de clase. Estas relaciones conforman poderes de clase como totalidad en un proceso de mutua influencia, así, no es que se “sobreañadan” a las relaciones de producción, sino que están presentes permanentemente en el proceso. Con ello señala que “el proceso de producción y de explotación es, al mismo tiempo, proceso de reproducción de las relaciones de dominación/subordinación políticas e ideológicas”.50
Con ello es posible identificar cuatro aspectos relevantes de su propuesta: 1) establece una pluralidad de clases y facciones con intereses distintos, definidos a partir de procesos no solamente económicos, sino que también políticos e ideológicos; 2) las clases ―definidas a partir de estos tres criterios― poseerían determinados intereses identificables; 3) a partir de los tres criterios establece una visión restrictiva de la “clase obrera”, la que sería un segmento muy específico dentro de la estructura capitalista, y 4) así como establece una visión restrictiva de la clase obrera ―al igual que de la burguesía y un poco menos de pequeña burguesía―, caracteriza una visión ampliada de las capas y clases dominantes y dominadas a partir del concepto “bloque en el poder” y “pueblo”. Ambos segmentos serían un conjunto de alianzas con fronteras móviles, que designan una unidad histórica entre clases y segmentos explotados o dominantes. A partir de ello, en el texto “Las clases sociales”, señala:
[…] el terreno de la dominación política no está ocupado únicamente por la clase o fracción hegemónica, sino por un conjunto de clases o fracciones dominantes. Por ello, las relaciones contradictorias entre estas clases y fracciones se expresan como relaciones de poder en el seno de los aparatos y de sus ramas. Tal cosa quiere decir que estos aparatos y ramas no cristalizan, todos, el poder de las clases o fracción hegemónica, sino que pueden expresar el poder y los intereses de otras clases o fracciones dominantes.51
En este contexto una posible coordenada está en la comprensión ampliada de la lucha de clases como las diversas contradicciones desarrolladas en la extensión del FAC, que se manifiestan de diversas formas y expresiones en la totalidad del sistema capitalista (político, cultural, social, ideológico y, naturalmente, económico), manifestando antagonismos entre clases y facciones, pero interconectadas con un conjunto de relaciones de dominación y opresión.
En este nivel de registro, las categorías bloque en el poder y pueblo, dentro de una perspectiva marxista, es decir, a partir de estructuras de clases, alianzas y relaciones amplias y cruzadas ―y no como sugeriría el posmarxismo de Laclau y Mouffe52 a partir de una identidad no suturada―, podrían contribuir a comprender en simultáneo tanto la lucha de clases con especificidad en el conflicto capital-trabajo, como, en un amplio nivel de registro, la acción sociopolítica y el conflicto en el marco del capitalismo. Este entendido como sistema complejo y articulado de relaciones de explotación, dominación y opresión, vinculadas con distintos niveles de abstracción a la totalidad capitalista.
Capitalismo, Estado y dominación
Es posible sostener como punto de partida de totalidad que el capitalismo se estructura y funciona no solo en el plano de la producción, sino que es también un conjunto de normas, instituciones, prácticas y subjetividades que operan en el ámbito social, cultural y político. En otras palabras, el capitalismo funciona como totalidad compleja con una serie de “condiciones necesarias” como el régimen de propiedad, el rol del Estado en la economía, el régimen laboral, las concepciones sobre los individuos, hábitos de consumo, etcétera. Así, el Flujo de Acumulación de Capital (y el capitalismo) no puede existir, funcionar o entenderse al margen de esa totalidad compleja.
Un ejemplo de cómo funciona dicha totalidad y la articulación entre acumulación y orden político es dado por Juan Carlos Marín53. Para el autor, el capitalismo genera un “proceso de expropiación del poder material del cuerpo”54, el cual no depende del ámbito de la economía, si no de la política. En el ámbito económico se produce el consumo material del cuerpo, pero las condiciones de expropiación dependen del ámbito de la política. Sería entonces el poder del Estado el ámbito ―condición necesaria― donde se consagran diversas relaciones y campos que permiten tanto los procesos expropiatorios, como funciones reproductivas, develándose también de modos concretos las dimensiones de la totalidad capitalista. Sin embargo, estas incipientes aproximaciones abren una serie de debates ontológicos y epistemológicos en el marxismo respecto al Estado.
De esta forma, existiendo un relativo acuerdo al interior del marxismo respecto a que en Marx no hay una teoría acabada del Estado ―y más allá de algunos aportes de Lenin55 en el Estado y la Revolución a comienzos del siglo XX―, no es hasta la segunda mitad del siglo XX que se extiende y profundiza en los países céntricos el debate sobre el Estado capitalista lo que, a su vez, revalora a autores anteriores como Gramsci56. En esta línea, es posible identificar dos grandes momentos del debate57; el primero, entre Miliband y Poulantzas sobre una concepción del Estado como instrumento de dominación, centrando su atención en indagar la relación entre élites económicas y élites estatales58, frente a la concepción estructural del Estado como relación social y cristalización contradictoria y compleja de facciones de clase del bloque en el poder59. En segundo lugar, el debate de la derivación con autores como Joachim Hirsch, centrados en estudiar al Estado y su vinculación ―atadura o límites― con los procesos de acumulación y sus tendencias60. Respecto a este enfoque, como indican Bonnet y Piva, “si el Estado es una forma específica de las relaciones capitalistas, dicha forma debe ser derivada, al igual que la mercancía, el dinero o el capital, de la crítica de la economía política”.61 Esto supondría un marco de debate respecto al punto de partida de la definición sea como mercancía, capital o competencia capitalista; la contradicción específica que determina la posibilidad o la necesidad de una determinada forma de Estado.
Ciertamente el objetivo de esta revisión no es realizar una síntesis exhaustiva del Estado para el marxismo, ni una definición ontológica de este en el marco del capitalismo, sino más bien comprender algunas coordenadas que pudieran ayudar a construir una agenda para la investigación en conflicto y acción sociopolítica. En este marco, reconociendo las profundas diferencias en el debate sobre el Estado y las elecciones teórico-metodológicas que ello implica, es posible identificar algunas coordenadas.
En primer lugar, como se ha señalado, existe en parte del marxismo una comprensión instrumental del Estado como condición necesaria para la reproducción de la estructura capitalista. En ella una agenda vinculada al estudio del conflicto y la acción sociopolítica debería dar cuenta del ordenamiento jurídico, es decir, cómo y en qué legislaciones se encuentran institucionalizados los procesos de acumulación que configuran el ordenamiento capitalista. En esta línea, por ejemplo, determinados procesos de cercamiento y expansión de los procesos de acumulación en el marco del neoliberalismo se tradujeron en procesos jurídicos institucionalizados sobre privatización, concesiones, subsidios, reformas arancelarias, flexibilización laboral, entre otros elementos que develan la institucionalización de la acumulación. Generalmente, en determinados estadios de la lucha de clases en el marco del capitalismo, las acciones reivindicativas se orientan principalmente hacia las formas institucionalizadas de la acumulación (jornadas laborales, regulaciones, derechos sociales). Conocer la trayectoria de los procesos de institucionalización de la acumulación, los retrocesos o profundizaciones, las facciones de clases involucradas y sus tensiones, son una dimensión de análisis relevante.
En segundo lugar, el Estado en su función de dominación. Buena parte de los análisis y agenda marxista se ha centrado en comprender “cómo domina la clase dominante”62; cómo se constituye la unidad histórica en el Estado entre facciones y tendencias63; cómo desde una visión amplia del Estado como orden/hegemonía se estructuran procesos en el ámbito de la sociedad civil y la sociedad política vinculada a los mecanismos de coerción y consenso64, y, por extensión, cómo se configuran una serie de aparatos represivos e ideológicos centrados en garantizar “la sumisión a la ideología dominante, y la reproducción de la capacidad de los agentes de la explotación”65. Este plano de análisis es relevante a la hora de comprender los procesos de subjetivación y sujeción vinculados al conflicto y las acciones sociopolíticas.
En tercer lugar, desprendido de los dos puntos anteriores, para comprender el conflicto y la acción sociopolítica es relevante la aproximación al Estado como relación social o campo en disputa, en donde se cristalizan relaciones antagónicas desarrolladas en el orden capitalista. Esto no supone comprender normativamente ―como los enfoques estratégicos y el estructural funcionalismo― que las acciones y el conflicto únicamente están desarrolladas en un marco institucional y que su función es el ajuste vía reformas, ni que ―como debaten tradiciones anarquistas66 y autonomistas67― no sean posibles o existan acciones sociopolíticas no centradas en la “conquista” del Estado. Si no más bien significa que en la amplitud y diversidad de las acciones sociopolíticas y contienda ocurren ―en distintos niveles y estadios de desarrollo― fenómenos de institucionalización, adaptación, represión, apertura, cooptación, ruptura, autonomía, entre otros, determinadas por el poder, las estrategias y tácticas desarrolladas por los agentes tanto dominantes como movilizados. Aquí también son relevantes los estudios y aproximaciones sobre crisis desarrollados tempranamente por autores como Gramsci, pero expandidos y tipologizados por teóricos como Bob Jessop, quien establece 6 niveles y formas.68
Ciertamente estas tres aproximaciones, no asignan a priori una definición ontológica de Estado. Este puede ser considerado como una cosa o instrumento a ser tomado; un sujeto colectivo dotado de conciencia y capacidad de acción; una derivación de los procesos de acumulación; una relación estratégica como fórmula Bob Jessop; un fenómeno determinado económicamente o con autonomía relativa; puede estar por debajo, derivado, sobre o dentro de los procesos de acumulación; o puede ser un resultado siempre contingente o bien tener una naturaleza definida. Independientemente de estos registros ontológicos: 1) los procesos del capital adquieren una forma institucionalizada en el Estado; 2) las tendencias, contradicciones y variaciones se cristalizan en él; 3) las clases, facciones y grupos dominantes ―como contingencia o naturaleza―, ejercen a partir de él funciones de dominación; 4) el Estado o sus agentes son intervinientes en el campo del conflicto y la acción sociopolítica, y 5) el estudio de las crisis y las relaciones entre sus distintas expresiones (crisis del capital, del Estado, entre Estados, de hegemonía, bloque en el poder, entre otras), son relevantes para el estudio de la acción sociopolítica y el conflicto.
Clases y subjetivación
El extenso debate respecto a clase y subjetivación en el marxismo también entrega distintas coordenadas para la construcción de una agenda de investigación. Buena parte de la discusión versa sobre la diferencia entre clase en sí y para sí o, dicho de otra manera, entre la constitución socioeconómica de clases y su traducción ―o no― en conciencia y acción. Considerando una amplitud de perspectivas tan disímiles es posible identificar al menos tres coordenadas que se desglosan brevemente.
Desde la filosofía política, como parte de la crítica al determinismo, el marxismo hegeliano expresado en obras como Lucha y conciencia de clases de George Lukács buscó resolver algunos debates sobre la relación pensamiento-realidad, estructura-superestructura y teoría-práctica.69 Esto originó respuestas críticas en las décadas posteriores en autores como Adorno70 o Althusser quienes atribuyeron a Lukács una resolución idealista centrada en la existencia de un sujeto histórico de carácter metafísico. En esta línea, si bien la primera etapa de Althusser71 destacaría que el sujeto es un mito propio de la ideología burguesa orientado a ocultar las leyes que gobiernan y dominan una historia sin sujetos; en etapas posteriores transitó primero, a un desplazamiento de la noción de sujeto desde la lucha de clases; luego, a la producción subjetiva del sujeto a partir de los aparatos ideológicos y, finalmente, hacia el debate determinación-sobredeterminación72, enlazando elementos del psicoanálisis. En este desarrollo, en términos históricos, se sucedieron también debates freudomarxistas como ha estudiado Rodríguez73 en autores como Marcuse y Fromm; a la vez que, con gran influencia de Althusser, se abrieron puntos de arranque hacia Foucault74 y el posestructuralismo, o como identifica Pavón-Cuéllar75 hacia el marxismo lacaniano y su influencia en autores como Badiou, Zizek o Laclau.
Desde lo sociopolítico, con un fuerte acento en la práctica revolucionaria y con un desarrollo anterior al de la filosofía política ―en el marxismo―, el dilema clase-conciencia y acción era trabajado desde un modo operativo a partir de distintos aportes clásicos como el de Lenin76 centrado en la conformación de partido, la relación partido-masa, los procesos de politización ascendentes y los tránsitos entre lucha económica y lucha política. También se encuentra presente en Rosa Luxemburgo77, en donde se aborda la espontaneidad como fenómeno; o en trabajos de Gramsci sobre las relaciones de fuerza y los procesos de homogeneidad, autoconciencia y organización78. En estos y otros textos clásicos la centralidad, más que en una discusión ontológica sobre clase y acción, está en comprender la acción sociopolítica y los posibles estadios o niveles de gradación en la conformación de un proyecto revolucionario que transita desde momentos de sujeción hacia fases de emancipación o ruptura.
Desde lo histórico cultural el autor central es E. P. Thompson79, quien se integra a estos debates desde la historiografía, enfatizando en que más allá de los elementos objetivos y leyes del capital, la construcción de clase se encuentra mediada por la experiencia. De esta forma, Thompson, en el prefacio a la Formación de la Clase Obrera en Inglaterra señala que
Por clase, entiendo un fenómeno histórico que unifica una serie de sucesos dispares y aparentemente desconectados, tanto por lo que se refiere a la materia prima de la experiencia, como a la conciencia […] No veo la clase como una estructura, ni siquiera como una categoría, sino como algo que tiene lugar de hecho ―y se puede demostrar ha ocurrido― en las relaciones humanas […] la clase cobra existencia cuando algunos hombres, resultado de sus experiencias comunes ―heredadas o compartidas―, sienten y articulan la identidad de sus intereses a la vez comunes a ellos mismos y frente a otros hombres cuyos intereses son distintos ―y habitualmente opuestos a los suyos―.80
Así, el elemento central en Thompson, además de la experiencia, es la oposición y el antagonismo el que, señala, está “ampliamente determinado” por las relaciones de producción en la que los seres humanos nacerían y en la que ingresan involuntariamente, sosteniendo que:
[…] la conciencia de clase es la forma en que se expresan estas experiencias en términos culturales: encarnadas en tradiciones, sistemas de valores, ideas y formas institucionales. Si bien la experiencia aparece como algo determinado, la conciencia de clase no lo está […] surge del mismo modo en distintos momentos y lugares, pero nunca surge exactamente de la misma forma.81
Años más tarde, en Miseria de la Teoría, Thompson situaría entonces el fenómeno en el doble carácter de la relación estructura-agencia, sosteniendo la ambivalencia humana en parte como objetos con determinaciones involuntarias y en parte como sujetos de nuestra propia historia.82
Otro autor relevante en esta discusión es Raymond Williams83, quien también rechazando el dualismo estructura-superestructura, el objetivismo y el determinismo abstracto (economicismo), comprende la determinación como un doble proceso: por un lado, como fijación de límites, es decir, los sujetos se encuentran situados en un orden específico a través de una determinación negativa; y, por el otro, una determinación positiva, que es la que establece presiones para la realización de un acto. Con ello la determinación implica la imposición de límites, a la vez que propicia la movilización y resistencia a ellos, con ello la experiencia se sitúa entre dichos límites y la compulsión a actuar.84
Considerando estas tres aproximaciones y coordenadas del debate, para esta propuesta la discusión sociopolítica y la histórico-cultural son las que entregan mayores posibilidades para la operacionalización e investigación de la acción sociopolítica y el conflicto. Al respecto, un par de consideraciones.
Respecto a la perspectiva sociopolítica, es importante tener en cuenta que para el estudio de la acción sociopolítica y el conflicto, las clases ―como conciencia, determinación o experiencia― son estudiadas a partir de la lucha, es decir, su capacidad ―o no― de agencia. En esta línea ―como señala Flabián Nievas― el concepto de lucha de clases, para describir fenómenos que podrían ser tan disímiles y abstractos, no tiene utilidad sin establecer una gradación que permita distinguir distintas etapas o estadios, reconociendo además en una perspectiva histórica las distintas especificidades que adquiere. Con ello, los estadios serían la configuración o relación de fuerzas entre clases en determinados momentos, los que no tienen linealidad ni lapsos temporales y, que a la vez, conformarían un equilibrio inestable y dinámico. Los estadios serían tendencias autorreguladas que organizan la actividad social y tienen delimitaciones temporales, espaciales y sociales (subjetividades). A través ellos se intenta desarrollar un análisis holista no mecanicista, que para el autor debe considerar distintas especificidades. En sus palabras “las leyes predominantes, tendenciales, por cuanto articulan la totalidad y organizan la dinámica social, pero persisten siempre vínculos sociales organizados por otras legalidades”85. Esto marcaría una concepción dinámica de la lucha de clases, no lineal ni temporal (sí estadios, que no siguen necesariamente un proceso evolutivo).
Tomando en buena medida a Gramsci y otros clásicos, Nievas establece tres estadios: situación liminar de dominio estable, en donde existe un predominio del capital sin cuestionamiento a las relaciones de dominación y explotación; autorreconocimiento, en donde emergen organizaciones de tipo corporativa, luchas económicas y defensivas; y relativa paridad de fuerzas, en donde se presenta un conflicto abierto de clases en términos estratégicos.
Buena parte del establecimiento de estas gradaciones del marxismo y los estadios de lucha es estudiado a partir de: 1) las formas organizativas de clase (movimientos, sindicatos, partido, organizaciones de masas); 2) niveles de politización (lucha económica, reivindicativa o por reformas, lucha política); 3) formas y mecanismos de acción (huelgas, lucha legal, lucha ilegal, boicot, acción directa, insurrección), 4) coyunturas (relaciones de fuerza, escenarios nacionales e internacionales). Sin embargo, desde el punto de vista categorial estos elementos no difieren diametralmente de la agenda establecida con posterioridad por los estudios estratégicos, quienes se centraron en indagar estructuras organizativas, marcos de acción, oportunidades políticas y repertorios. En esta línea, volviendo a la discusión original respecto a la autosuficiencia o no del marxismo para indagar la acción colectiva, como destacan Barker, Cox, Krinsky y Gunvald86 o Modonesi87, atendiendo a las diferencias ontológicas y epistemológicas, podría ser posible el uso de categorías y métodos de los enfoques estratégicos en el proceso de operacionalización de formas de agencia.
Algo similar ocurre en el caso de la perspectiva histórico-cultural y los enfoques culturales. Como sostiene Modonesi,
[…] conciencia corresponde, en el marxismo, grosso modo a lo que ahora se conoce en sociología de la cultura como identidad, salvo que no se reduce a la dimensión cultural, sino que remite directa y explícitamente al sustrato concreto de la clase como referencia social y material y se traduce directamente en actitud y comportamiento político.88
Visto de esta forma, el problema teórico entre clase en sí y para sí ―acusado de determinista y teleológico― podría ser aplicable a un conjunto de otras situaciones en las que converge un determinado sustrato social y material (patriarcado, colonialismo, racialización, orientaciones sexuales, entre otros), y se develan comportamientos políticos. En el caso del marxismo, como ha sido indicado, la premisa es la comprensión de un determinado sustrato (capitalismo) vinculado en una totalidad compleja a una serie de relaciones de dominación y explotación, donde versan distintos tipos de comportamiento político.
Puesto en estos términos, desde la perspectiva histórico cultural, la experiencia situada en ese marco estructural configuraría una serie de relaciones sociales, vivencias, sentimientos, emociones y cotidianidades que pueden ser estudiados u operacionalizados ―considerando las diferencias ontológicas― utilizando los marcos culturales. De esta forma, una coordenada posible es estudiar el proceso que configura una subjetividad compartida ―experiencia situada en la estructura capitalista― que en el caso de la propuesta de Modonesi89 darían paso a distintos momentos de sujeción, antagonismo y autonomía.
Reflexiones finales
El marxismo como totalidad responde a una serie de situaciones en el marco de las relaciones capitalistas en donde se desarrollan conflictos y acciones sociopolíticas. Esta totalidad posee un poderoso potencial para articular fenómenos estructurales y de agencia, pero a la vez, establece diversas complejidades y dificultades para su operacionalización.
Es así como también existe una amplitud de debates y diferencias ontológicas y epistemológicas que dificultan en ocasiones la construcción de un cuerpo unitario entre tradiciones tan disímiles como las analíticas, derivacionistas, estructuralistas, abiertas, historicistas, culturalistas, hegelianas, entre otras. No obstante ello, a partir de este trabajo es posible establecer tres afirmaciones.
En primer lugar, pese a la diversidad de perspectivas, es posible situar una centralidad marxista en el estudio de la modernidad capitalista. En este marco, la totalidad y la interconexión de distintos fenómenos sociales, políticos y culturales vinculados con mayor o menor grado de abstracción y determinación a las relaciones sociales de producción es el mínimo común denominador marxista.
En segundo lugar, la utilidad del marxismo para el estudio del conflicto y la acción sociopolítica está en situar estos fenómenos en la totalidad del sistema capitalista. Sin embargo, dadas las diferencias y la amplitud del fenómeno, el marxismo ―a diferencia de los enfoques culturales, funcionalistas y estratégicos― no posee un cuerpo único, autosuficiente y sistematizado para comprender los procesos de acción sociopolítica. Naturalmente existen propuestas de análisis para fenómenos específicos, no obstante ellos no configuran una agenda operacionalizada, sistemática y común.
En tercer lugar, el marxismo en su diversidad sí tiene una riqueza de elaboraciones, insumos y categorías, que son relevantes para el estudio del conflicto y la acción sociopolítica. Estas, bajo una epistemología que comparte una visión histórico-social de los fenómenos, en una dialéctica de totalidad, se presenta a través de numerosas coordenadas que establecen decisiones posibles en la construcción de una agenda.
En cuarto lugar, ciertamente este debate está atravesado a un mayor nivel de abstracción por aspectos ontológicos sobre el carácter de la determinación, en donde convergerán distintas visiones respecto a lo amplio o no de la concepción de clases, de las contradicciones, de la autonomía relativa del Estado y la subjetivación. En este contexto, algunas coordenadas centrales en la construcción de agenda se vinculan a:
La amplitud o no de las contradicciones del capital (considerándose por ejemplo solo el eje capital-trabajo, las diversas contradicciones del flujo de acumulación o una amplia gama de contradicciones ―diecisiete― como postularía Harvey. De ello se desprende a su vez la elección sobre la metodología para operacionalizar las tendencias, periodos y procesos.
Los procesos y relaciones ―uni o multidireccionales― entre Estado y capital. Más allá de la discusión ontológica sobre la naturaleza del Estado, el estudio del conflicto y la acción sociopolítica debe considerar los procesos de institucionalización-desinstitucionalización de los conflictos, los enfrentamientos y las tendencias del capital; las clases, facciones y grupos dominantes, las crisis, la instrumentalización del Estado y los procesos de dominación vinculados a él.
La consideración de clases, facciones e intereses, sus contradicciones y alianzas. A su vez es importante comprender en un marco más amplio, las distintas articulaciones entre dominantes y dominados, es decir, la relación entre procesos de explotación, opresión y dominación en una relación diversa entre bloque en el poder y pueblo (configurado este último ―desde un plano marxista― a partir de estructuras de clases, alianzas y relaciones amplias y cruzadas, y no como sugeriría el posmarxismo a partir de una identidad no suturada).
Los procesos de subjetivación y politización de las clases subalternas, lo que establece distintos niveles de operacionalización ―que se pueden conjugar con otros marcos teóricos tanto desde el plano de la acción sociopolítica (organización, repertorios, estrategias), como en el plano de la construcción experiencial (subjetivación e identidad)―. En este plano toma relevancia la posibilidad de establecer gradaciones o estadios entre momentos.
Ciertamente estas decisiones permiten avanzar en procesos de operacionalización y construcción de una agenda con categorías de análisis, entendidas en un proceso complejo y no lineal de totalidad. Naturalmente existen una serie de consideraciones metodológicas que la agenda debe resolver relativo a los recortes temporales y espaciales; los paradigmas epistemológicos de aproximación, por ejemplo: positivismo, fenomenología, etcétera; la comprobación probabilística frente a relaciones lógicas, entre muchos más debates. No obstante, de estas coordenadas se desprenden decisiones para una construcción de una agenda marxista sistemática para el estudio de la acción sociopolítica y el conflicto.