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Entreciencias: diálogos en la sociedad del conocimiento

On-line version ISSN 2007-8064

Entreciencias: diálogos soc. conoc. vol.11 n.25 León Jan./Dec. 2023  Epub Mar 11, 2024

https://doi.org/10.22201/enesl.20078064e.2023.25.85525 

Ciencias Sociales, Humanidades y Artes

Acercamiento zootécnico a la etnohistoria de los equinos durante la conquista de México-Tenochtitlan

Animal husbandry approach to the ethno history of equines during the MexicoTenochtitlan conquest

Raúl Andrés Perezgrovas Garzaa*   
http://orcid.org/0000-0002-5597-5484

*Instituto de Estudios Indígenas de la Universidad Autónoma de Chiapas


RESUMEN

Objetivo:

Examinar la presencia y el contexto alrededor de los caballos en documentos coloniales novohispanos, utilizando una metodología multidisciplinaria (historia y zootecnia).

Diseño metodológico:

Se sistematizaron las descripciones en que aparecen estos animales, principalmente la crónica de Bernal Díaz del Castillo (testigo presencial), el Códice Florentino, el Mapa de México de 1550 y las Actas del Cabildo de la ciudad de México (1524-1630).

Resultados:

Se encontraron detalles de la participación de equinos en la Conquista (15191521) y su uso al inicio de la colonización; durante la Conquista, los pobladores nativos quedaron asustados al conocerlos, lo que fue utilizado por Hernán Cortés para triunfar en las batallas, utilizando astutas estrategias bélicas. Consta en las crónicas que caballos y aperos eran muy escasos, por lo que se cuidaban al máximo. Los mexicas también diseñaron estrategias para contrarrestar a los equinos, que sirvieron para expulsar a los españoles de Tenochtitlan, causando muchas muertes de soldados y caballos. Al caer el imperio de Moctezuma (agosto de 1521) dio comienzo la reconstrucción de la ciudad y los antiguos soldados se volvieron colonos. Los caballos se utilizaban para el traslado de los colonos españoles, pues labores agrícolas y transporte de mercancías se hacían con cargadores indígenas. El Cabildo de la ciudad dictó ordenanzas para regular actividades relacionadas a los equinos.

Limitaciones de la investigación:

La información se encuentra dispersa en las crónicas y eso dificulta la búsqueda.

Hallazgos:

El análisis etnozootécnico permite vislumbrar de manera más completa la participación de equinos en la Conquista y en la Colonia.

Palabras clave: cronistas; Hernán Cortés; yeguas; etnozootecnia

ABSTRACT

Purpose:

To examine the presence and context around horses in New Spain colonial documents, utilizing a multidisciplinary methodology (history and animal husbandry).

Methodological design:

The descriptions in which these animals appear were systematized, mainly the chronicle of Bernal Díaz del Castillo (eyewitness), the Florentine Codex, the Map of Mexico of 1550 and the ‘Actas de Cabildo’ of Mexico City (1524-1630).

Results:

Details of the participation of horses in the conquest activities (1519-1521) and their use at the beginning of colonization were found; during the Conquest, the native populations were scared and surprised to encounter the horses, which was used by Hernán Cortés to succeed in battles, utilizing clever war strategies. It is recorded in the chronicles that horses and implements were very scarce, so they were taken care of to the maximum. The Mexica warriors also devised strategies to counter the equines, which served to drive the Spanish invaders out of Tenochtitlan, causing many deaths of soldiers and horses. When the empire of Moctezuma fell (August 1521) the reconstruction of the city began and the former soldiers became settlers. The horses were used to transport the Spanish colonizers, since agricultural work and transport of merchandise were done with indigenous chargers. The City Council issued specific ordinances to regulate activities related to horses.

Research limitations:

Information is scattered within the different chronicles, which difficult the search.

Findings:

The ethnozootechnical analysis allows a more comprehensive sight of the participation of horses during the Conquest and Colonial life.

Keywords: chroniclers; Hernán Cortés; mares; ethnozootechnics

INTRODUCCIÓN

En el área mesoamericana, los animales domésticos representados en los códices prehispánicos son los guajolotes y las diferentes clases de perros, pero a mediados del siglo XVI comenzaron a aparecer los animales europeos en algunos de los documentos, como es el caso del Lienzo de Tlaxcala (1552); entre los textos que fueron redactados en castellano destacan los siguientes: la detallada crónica de la Conquista de México de Bernal Díaz del Castillo, escrita entre 1558 y 1575; el Códice Florentino, cuya versión facsimilar data de 1569, y las Actas del Cabildo de la recién fundada ciudad de México, disponibles a partir del año de 1524.

La obra en prosa del cronista Bernal Díaz del Castillo (2011) es una de las fuentes de información más importantes sobre la Conquista de México-Tenochtitlan, debido a que el autor, como testigo presencial, describe una gran cantidad de pormenores sobre los acontecimientos que tuvieron lugar entre 1519 y 1521. Durante las acciones de conquista, los sucesos bélicos que enfrentaron las huestes de Hernán Cortés contra distintos pueblos indígenas, se asocian estrechamente a los caballos, que fueron un factor decisivo en el resultado de las batallas, y Bernal Díaz, a pesar de haber sido él mismo un soldado de a pie, es particularmente minucioso en las descripciones que hace sobre las características de los animales y sobre la habilidad de sus jinetes.

Por su parte, el Códice Florentino es la versión facsimilar de la obra de fray Bernardino de Sahagún titulada Historia general de las cosas de la Nueva España; según los especialistas,

… el Códice Florentino fue concebido como una enciclopedia en 12 volúmenes que abarca todos los aspectos de la vida y la cultura de los antiguos pueblos del Centro de México […]. Todos los volúmenes están, además, acompañados por pinturas enmarcadas; algunas tienen brillantes colores y otras están hechas en blanco y negro (Magaloni, 2020, p. 17).

El último volumen de esta obra coordinada por el franciscano Bernardino de Sahagún, escrita e ilustrada en el Imperial Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, hace una amplia descripción “de cómo los españoles conquistaron a la ciudad de México”, pero con una particular condición: que se escribió desde la visión “de los mismos indios que se hallaron en la conquista” (Códice Florentino facsimilar, Libro 12, p. 2). Una de las características más importantes de este libro es que muestra un conjunto de ilustraciones en las que aparecen con frecuencia los caballos, la principal arma utilizada en las batallas de conquista de los diferentes pueblos originarios.

Una vez fundada la ciudad de México, se constituyó el Cabildo, el cual sesionaba regularmente para atender los asuntos ordinarios; entre estas cuestiones se encuentran aquellas relacionadas de diversas maneras con los equinos, y que dan una clara idea de su participación en la vida cotidiana de la localidad al comenzar la época colonial en la Nueva España. El interés por examinar los documentos antes mencionados nace de la presencia de equinos en las ilustraciones, en las crónicas y en las actas; los dibujos, los relatos y las ordenanzas muestran detalles sobre los rasgos distintivos de los caballos, y estos son elementos que puedan pasar desapercibidos para el historiador, pero no para el ojo del zootecnista, lo que invita a realizar un análisis multidisciplinario que incluya ambas ciencias: la historia como “estudio del pasado de la humanidad” (Sánchez, 2005, p. 55), y la zootecnia, definida como “el arte de la cría, multiplicación y mejora de los animales domésticos” (Real Academia Española, 2023).

Con estos antecedentes, el objetivo de este trabajo fue examinar la presencia y el contexto en que se muestra a los equinos en diversos documentos redactados e ilustrados al inicio de la época colonial en la Nueva España, utilizando un enfoque metodológico basado en la etnohistoria y la etnozootecnia, y con ello establecer una nueva forma de apreciar el contenido de dichos textos.

METODOLOGÍA

Se realizó la búsqueda de relatos en donde aparecieran caballos, tanto en las crónicas de la Conquista de México como en textos del inicio de la época colonial; a partir de ello se sistematizó dicha información y se analizó con un enfoque derivado de la etnozootecnia, que es el conocimiento popular sobre la cría de animales domésticos pero analizado a la luz de la ciencia de la producción animal. Entre los documentos consultados que describen sucesos de la primera mitad del siglo XVI, destacan los siguientes:

  1. La Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, que fue redactada en prosa por Bernal Díaz del Castillo, entre 1568 y 1575; es evidente que en su calidad de soldado pudo experimentar en carne propia el beneficio de ir a las batallas acompañando a los caballeros, y en su calidad de cronista describe de manera prolija no solo las características fenotípicas de los animales, sino los detalles de su temperamento y de sus destrezas. La versión revisada de la Historia verdadera… de Bernal Díaz del Castillo se puede consultar en línea.

  2. El Códice Florentino, que en su versión facsimilar muestra textos alusivos en dos columnas, tanto en castellano como en náhuatl, y que además contiene gran cantidad de ilustraciones a color y en blanco y negro. El original fue elaborado bajo la dirección de fray Bernardino de Sahagún en el Imperial Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco a lo largo de varios años, desde 1548 hasta 1577. La versión facsimilar del Códice Florentino también se puede consultar en línea.

  3. El Mapa de México de 1550, también conocido como Mapa de Uppsala, por la ubicación del original en la “Biblioteca Carolina Rediviva” de esa Universidad sueca; este documento pictórico fue elaborado en dos lienzos unidos de piel de venado y tiene un tamaño de 78 x 114 cm. El mapa muestra detalles de la vida cotidiana en los primeros treinta años después de la Conquista de México-Tenochtitlan. En la actualidad, el original del mapa en su versión facsimilar se puede consultar en línea.

  4. Las Actas de Cabildo de la ciudad de México, las cuales empezaron a escribirse desde 1524, a escasos tres años de la Conquista, y que van dictando distintas ordenanzas relacionadas con los equinos que revelan los pormenores de la vida cotidiana en la nueva ciudad. Las actas, desde el año de 1524 hasta 1630, pueden revisarse de manera virtual.

Una vez identificadas las descripciones en las que se menciona a los caballos, se elaboró una base de datos general, que incluyó las citas textuales; posteriormente se estructuraron bases de datos temáticas, a partir de palabras clave específicas, tales como: caballo, yegua, potro, cabalgadura, herreros, entre otras, siempre buscando aquellos detalles que pudieran interpretarse a la luz de la zootecnia. Finalmente, se elaboró una guía para dar secuencia histórica a la presencia de los equinos durante la Conquista de México-Tenochtitlan y en la fundación de la Nueva España.

ANÁLISIS Y DISCUSIÓN DE LOS RESULTADOS

Entorno y utilización de los equinos

En cuanto a este gran tema, y en el contexto de la vida en el área mesoamericana durante la primera mitad del siglo XVI, se puede mencionar la participación de los equinos principalmente en dos momentos históricos: el primero relacionado con las actividades de Conquista (1519-1521), que es cuando se encontró el mayor número de referencias e ilustraciones; y el segundo, que se refiere a su utilización fuera de las batallas, durante las primeras etapas de la colonización hasta la segunda mitad del siglo XVI.

Las primeras notas específicas sobre los equinos que eventualmente llegaron a la Nueva España, se encuentran desde antes de la salida de la expedición de Hernán Cortés, cuya armada zarpó de Cuba en 1519. Aunque las instrucciones del gobernador Diego Velázquez de Cuéllar eran que dicha armada viniera a tierras americanas solo a “rescatar” oro, las intenciones del capitán Cortés debieron ser de “poblar”, es decir, establecer una colonia española; lo anterior se deduce porque, antes de zarpar:

Cortés escribió a todas las villas a sus amigos que se aparejasen para ir con él [en] aquel viaje; unos vendían sus haciendas para buscar armas y caballos, otros a hacer pan cazabe y tocinos para matalotaje, y colchaban armas de algodón… (Díaz del Castillo, 2011, p. 67).

Se puede apreciar que Cortés se preparaba para las batallas, más que para cambiar cuentas de vidrio por oro. El capellán de Cortés en sus últimos años, Francisco López de Gómara, relata que estando la Villa de Santiago, al oriente de Cuba, en los preparativos de su expedición, el capitán “tomó fiados cuatro mil pesos de oro de Andrés de Duero y otros mercaderes […] con los cuales compró dos naos, seis caballos y muchos vestidos” (Gómara, 2007, p. 20). Estos no fueron los únicos caballos que adquirió Cortés, y lo más probable es que haya revendido después algunos de estos animales, y con ganancia, pues era muy hábil para los negocios.

Días más tarde, viajando desde Santiago para llegar a la villa de Trinidad, en la costa sur de Cuba, mandó comprar más caballos, “que en aquella sazón había pocos y muy caros” (Díaz del Castillo, 2011, p. 70), y López de Gómara hace la precisión de que “compró un navío a Alonso Guillén, y de particulares tres caballos y quinientas cargas de grano” (Gómara, 2007, p. 21). Estando en Trinidad, existe el antecedente de que Cortés tenía interés en que con él viajara el caballero Alonso Hernández Portocarrero quien, a decir del cronista, “no tenía caballo ni con qué comprarlo, Hernando Cortés le compró una yegua rucia1. Y dio por ella unas lazadas de oro que traía en la ropa de terciopelo” (Díaz del Castillo, 2011, p. 70). Esta es una nota interesante, pues Portocarrero, quien “era hidalgo, pero pobre”, era primo del Conde de Medellín, lugar de nacimiento de Cortés, y probablemente el capitán quería aprovechar la experiencia de Portocarrero, quien en fecha reciente había viajado a Yucatán, pero también para granjearse algunas simpatías y ganarse voluntades, por lo que no dudó en invertir algo de su oro.

Los equinos que habían sido adquiridos en la villa de Trinidad fueron enviados por tierra a cargo de Pedro de Alvarado, dirigiéndose al puerto de La Habana, en la costa norte de Cuba, en donde Cortés, demostrando sus verdaderas intenciones, ordenó limpiar y probar la artillería (cañones y lombardas), y a los herreros los puso a fabricar casquillos para las flechas, y a todos a elaborar protecciones de algodón para defenderse de las flechas y piedras de los indios, lo que demuestra que conocía el devenir de las dos anteriores expediciones: de Francisco Hernández de Córdoba y de Juan de Grijalva. Estando eso preparado, mandó Cortés “que se repartieran los caballos en todos los navíos”, pero también dispuso que se fabricaran pesebres en las naves, donde “metieron mucho maíz y hierba seca” para alimentarlos durante la travesía (Díaz del Castillo, 2011, p. 76). Lo anterior hace evidente que el capitán Cortés era hombre que sabía de agricultura y ganadería, y se aseguró de que los animales tuvieran suficiente alimento durante la travesía; esta es una necesaria medida zootécnica elemental, pero que descuidaban otros capitanes.

A continuación, la narración de Bernal Díaz del Castillo es prolija en los detalles de las cabalgaduras, y hace una descripción de las características de los 16 equinos que subieron a las naves de la expedición de Hernán Cortés; por supuesto que esto es poco común entre los cronistas de Indias, dedicados sobre todo a referir las hazañas sucedidas durante las batallas. La crónica del momento señala que “no se pasaron más caballos porque no los había ni [con] qué comprarlos” (Gómez, 1920, p. 56). En la Tabla 1 se pueden apreciar las descripciones que hiciera el cronista soldado Bernal Díaz sobre los caballos que subieron a las 11 naves de la expedición de Cortés, y en la Tabla 2 se muestran las correspondientes a las yeguas.

Tabla 1 Características de los caballos de la expedición de Hernán Cortés en 1519 

Caballero Color del caballo Características y aptitudes del equino
Capitán Hernán Cortés un caballo castaño zaíno “… que luego se le murió en San Juan de Ulúa
Cristóbal de Olí” [Olíd] un caballo castaño oscuro … harto bueno
Francisco de Montejo y Alonso de Ávila un caballo alazán tostado … no fue para cosa de guerra” [BDC], “... no fue bueno para cosa de guerra” [MEL]
Francisco de Morla, destacado jinete un caballo castaño oscuro … gran corredor y revuelto
Joan de Escalante un caballo castaño claro tresalbo … no fue bueno
Gonzalo Domínguez, un muy extremado jinete un caballo castaño escuro [sic]” ... muy bueno e gran corredor
Pero González de Trujillo” [BDC], “Pedro González de Trujillo” [MEL] un buen caballo castaño, perfeto castaño” [BDC], “… perfecto castaño” [MEL] ... que corría muy bien
[Pedro de] “Morón, vecino de Bayamo, muy buen jinete un caballo overo, labrado de las manos ... y era bien revuelto
Baena, vecino de la Trinidad un caballo overo, algo sobre morcillo ... no salió bueno para cosa ninguna
Lares, el muy buen jinete de color castaño algo claro ... un caballo muy bueno … e buen corredor” [BDC], “… y buen corredor” [MEL]
[Diego] “Ortiz el Músico, y un Bartolomé García un muy buen caballo oscuro que decían el ‘Arriero’ “... Éste fue uno de los buenos caballos que pasamos en la armada

Fuente: adaptado de Díaz del Castillo [BDC] (2011, pp. 76-77) y Melgarejo [MEL] (1980, pp. 29-31).

Nota: si no se indica la fuente significa que los autores coincidieron en las descripciones.

Tabla 2 Características de las yeguas de la expedición de Hernán Cortés en 1519 

Caballero Color de yegua Características y habilidades del equino
Pedro de Alvarado y Hernán López de Ávila una yegua alazana “... muy buena, de juego y de carrera […] el Pedro de Alvarado le compró la mitad de la yegua o se la tomó por la fuerza”. Murió en la Noche Triste.
Alonso Hernández Puertocarrero” [BDC] “… Puerto Carrero” [MEL] una yegua rucia … de buena carrera, que le compró Cortés por las lazadas de oro
Juan Velázquez de León otra yegua rucia … muy poderosa que llamábamos la Rabona, muy revuelta y de buena carrera
Diego de Ordás” [BDC], “de Ordáz” [MEL] una yegua rucia machorra … pasadera, y aunque corría poco
Juan [Núñez] Sedeño, vecino de La Habana una yegua castaña “… y esta yegua parió en el navío”. Luego fue muerta en Tlaxcala2.

Fuente: adaptado de Díaz del Castillo (2011, pp. 76-77) y Melgarejo (1980, pp. 29-31) .

Nota: si no se indica la fuente significa que los autores coincidieron en las descripciones.

El análisis zootécnico de las tablas muestra que las descripciones se basan, en primera instancia, en el color de la capa de los equinos, destacando los animales castaños o colorados, los overos (con manchas irregulares) y los morcillos (de color negro). En segundo término se aprecian las aptitudes de los animales en las batallas, para el juego3 o para la carrera, todas ellas muy importantes para los caballeros. Por último, se pueden leer algunos detalles individuales de los caballeros o de los equinos, y destaca el caso de la yegua de Hernán López, a quien Pedro de Alvarado “le compró la mitad de la yegua o se la tomó por la fuerza” cuando llegaron a la Nueva España (Díaz del Castillo, 2011, p. 76), lo que permite vislumbrar que no era fácil hacerse de una cabalgadura, incluso para “gente principal” como Alvarado, quien incluso ya había capitaneado una expedición.

Cortés salió con premura de La Habana, pues el gobernador Diego Velázquez había cambiado de parecer y quería quitarle la capitanía de la expedición; es por ello que no se hizo el “alarde” en ese puerto, como era la costumbre, y tuvo que esperar para hacer el recuento de la armada hasta que llegó al Cabo de San Antón, al extremo occidental de Cuba, sitio en donde había convenido reunir a toda la armada antes de zarpar. Aquí se contaron 11 naves, quinientos españoles, cincuenta marineros, “doscientos isleños de Cuba para carga y servicio, ciertos negros y algunas indias, y dieciséis caballos y yeguas. Halló eso mismo cinco mil tocinos y seis mil cargas de maíz, yucas y ajís”; también se cargaron muchas gallinas, comestibles diversos y “gran cantidad de quincallería como decir cascabeles, espejos, sartales y cuentas de vidrio” (Gómara, [1552] 2007, p. 22).

Las 11 naves de la expedición de Cortés salieron de la Punta de San Antón, el día 10 de febrero de 1519, con derrotero hacia Cozumel (Díaz del Castillo, 2011, p. 80). En los documentos no se describe la manera en que los equinos fueron embarcados en Cuba, pero es de suponer que a casi veinte años de la llegada de los europeos a las Antillas, ya existieran muelles adecuados para tales maniobras.

El primer desembarco de equinos en las costas caribeñas con seguridad fue diferente, pues a falta de infraestructura, es probable que los animales simplemente hayan sido aventados por la borda lo más cercano a la playa que pudieran acercarse las naves; sin embargo, por ser animales tan costosos, no sería pertinente arriesgar a que sufrieran algún percance durante la maniobra. La respuesta a esta incertidumbre se encontró precisamente en los documentos pictóricos: el Códice de Tlaxcala, en su versión del “Manuscrito de Glasgow” (1583), muestra la llegada de la armada de Hernán Cortés a Zempoala en 1519, y la disposición de las cuerdas y poleas en los mástiles para hacer descender a un equino al nivel del agua4. El animal está sujeto con una polea desde una cuerda atada entre el palo mayor y el palo de mesana, y la que parece ser una yegua, con herraduras y bridas, está sujeta en el abdomen por al menos cinco lazadas de cuerda. Este debió haber sido el procedimiento más probable para desembarcar a los equinos, especialmente si no había urgencia para que llegaran a la costa. Sin importar la forma de hacerlos descender de las naves, sin remedio, los equinos debieron nadar y caminar hasta la costa.

Siguiendo con la secuencia histórica, las naves llegaron a Cozumel después de tres días de navegación, y ahora sí, Cortés “mandó hacer alarde para saber qué tantos soldados llevaba” (Díaz del Castillo, 2011, p. 82)5. Es relevante en este momento importante leer la crónica de Bernal Díaz, quien, como lo dice él mismo, escribió únicamente lo que vio y vivió como soldado: “Y porque yo no soy latino ni sé del arte de marear ni de sus grados y alturas, no trataré dello, porque, como digo, no lo sé, salvo en las guerras y batallas y pacificaciones, como en ellas me hallé” (Díaz del Castillo, 2011, p. 5).

Y en ese sentido, el cronista menciona el resultado del “alarde”: “éramos quinientos ocho [soldados], sin maestres, pilotos y marineros, que serían ciento y nueve; diez y seis caballos y yeguas: las yeguas todas eran de juego y de carrera; e once navíos grandes y pequeños…”; se puede apreciar en la crónica que Cortés esperaba ataques de los lugareños, pues ordenó que se aderezaran las ballestas, los cañones de bronce y los falconetes (cañones ligeros), y que los caballos “estuviesen bien herrados y muy a punto” (Díaz del Castillo, 2011, p. 82). A decir de Gómara, Cortés “mandó sacar a tierra a los caballos a dos efectos: para descubrir el campo con ellos, y pelear, si fuese necesario; y si no, para que paciesen y se refrescasen, pues había dónde” (Gómara, [1552] 2007, p. 25); con ello se cumplieron objetivos zootécnicos de alimentación y confort.

Los indígenas conocen a los caballos

A pesar de los preparativos, no hubo batalla en Cozumel, pues los aborígenes se comportaron de manera pacífica, “Y no se hartaban de mirar aquellos isleños nuestros caballos ni naos; y así, nunca paraban, sino ir y venir…” (Gómara, [1552] 2007, p. 27). Tres semanas estuvo la armada de Cortés en Cozumel, y después zarparon las naves rodeando la costa de Yucatán rumbo al Río Grijalva; no hay mención de la manera en la que subieron los caballos a los navíos, pero debió haber sido con el sistema de poleas y cuerdas, porque de otra manera no se habrían podido embarcar animales que por lo menos pesaban 400 kilogramos.

Tras corta navegación, la escuadra de Cortés arribó al actual Campeche, en donde verdaderamente se descubrió el potencial de los equinos como armas de guerra. En Potonchán se esperaba resistencia de los indígenas, que dos años antes habían destrozado la armada de Francisco Hernández de Córdoba. Los soldados de Cortés habían llegado en bateles porque la profundidad del río Tabasco o Grijalva no era suficiente para el desplazamiento de las naves (donde estaban los equinos); ordenó entonces el capitán que se buscara un sitio para desembarcar a los caballos, y que se dispusieran todas las armas (escopetas y ballestas), pero los animales “estaban muy torpes y temerosos en el correr, como había muchos días que estaban en los navíos” (Díaz del Castillo, 2011, p. 102), por lo que los animales tuvieron que descansar en tierra todo un día, con un manejo de dejarlos sueltos (sin atar), pero seguramente bajo la vigilancia de un encargado.

Días después, al comenzar la batalla de Centla, los caballos vuelven a ser protagonistas, pues Cortés dio indicaciones a los caballeros para que fueran “los mejores jinetes y caballos” y que estos llevaran “pretales de cascabeles”6, señalando para ello 13 de a caballo, yendo Cortés por capitán de todos ellos. Como dato interesante, uno de los caballos era tenido en copropiedad por dos personas que “no eran buenos jinetes”, por lo que Cortés prefirió dar dicha montura a Alonso de Ávila, quien tenía mayor destreza ecuestre, pero cuyo “caballo alazán tostado; no fue bueno para cosa de guerra” (Díaz del Castillo, 2011, p. 76).

Relata Gómara que esos 13 caballos “fueron los primeros que entraron en aquella tierra que ahora llaman Nueva España” (Gómara, [1552] 2007, p. 43), tal vez olvidando que ya habían desembarcado en la isla de Cozumel, o quizá por considerar que era la primera ocasión en que lo hacían en tierra firme. Recapitulando, Cortés embarcó 16 caballos y yeguas en Cuba, y en Potonchán dispuso que 13 de ellos desembarcaran y se emplearan en la batalla, lo cual significa que tres equinos debieron quedarse a bordo de las naves; uno de esos tres animales era la yegua de Juan Sedeño, la cual había parido en alta mar rumbo a Cozumel (Díaz del Castillo, 2011, p. 67), hacía unas pocas semanas, y es seguro que se quería proteger al pequeño potrillo. De los otros dos equinos no hay relación, y se puede pensar que Cortés guardó a un semental y a otra yegua como precaución, en caso de que los equinos fueran muertos en las batallas, y entonces quedara un pie de cría para repoblar la caballería; o simplemente, tal vez los equinos estaban enfermos y se les cuidó arriba de las naves. Los cronistas no refieren datos sobre estos animales.

Díaz del Castillo es muy escueto en su relatoría de la batalla de Centla, mencionando que los soldados estuvieron durante una hora tratando de contener a la enorme cantidad de guerreros indígenas, hasta que llegaron los caballeros y los caballos espantando y matando a los contrarios. En cambio, sí explica el cronista que algunos de los caballos eran “muy revueltos y corredores” y ayudaron mucho a que se pudiera “alancear” a los guerreros locales, quienes creyeron “que caballo y caballero eran todo uno, como jamás habían visto caballos” (Díaz del Castillo, 2011, p. 105). En contraste, Gómara hace una extensa relatoría de la batalla de Centla, en donde hubo tres ataques subsecuentes de un enigmático caballero sobre un “caballo rucio picado”7 que no era otro que “el apóstol Santiago, patrón de España”, gracias a quien se ganó la batalla (Gómara, [1552] 2007, p. 45). En cambio, Díaz del Castillo asegura que fue Francisco de Morla el jinete que realizó la hazaña, a quien reconoció en varias batallas por su habilidad sobre el caballo, pero afirmaba que su montura era de color castaño oscuro y no “rucio picado”, como lo describe Gómara.

Un detalle significativo durante el encuentro de los indígenas con los equinos sucedió en Potonchán, unos días después de ganada la batalla; relata Gómara que los indígenas escucharon a los caballos relinchar, por lo que preguntaron a los españoles qué era lo que “decían” los animales, y maliciosamente respondieron que los caballos estaban enojados porque no se había castigado a los indígenas por haber peleado; a raíz de ello, los indígenas les llevaron “rosas y gallipavos” a los equinos para que comieran y así los perdonaran por su mala acción. Tras la derrota en Centla, los indígenas confesaron a Cortés “que los caballos les pusieron grande admiración y miedo, así con la boca, que parecía que los iba a tragar, como con la presteza que los alcanzaba, siendo ellos ligeros y corredores” (Gómara, [1552] 2007, pp. 47-48).

Terminada la batalla en Centla, poblado que recibió el nombre de Santa María de la Victoria por la hazaña lograda, el cronista Díaz del Castillo registró la forma como se curaban las heridas que habían hecho las flechas y las piedras a los soldados y a los equinos: “se curaron los caballos con quemarles las heridas con unto8 de un indio de los muertos, que abrimos para sacarle el unto” (Díaz del Castillo, 2011, p. 106); este pudo haber sido el primer procedimiento etnoveterinario en lo que sería la Nueva España.

Siguiendo la secuencia del relato, el 21 de abril de 1519, la armada de Cortés llegó a San Juan de Ulúa y un día después “desembarcamos, ansí caballos como artillería, en unos montones o médanos de arena […] y los caballos se pusieron adonde estuviesen seguros” (Díaz del Castillo, 2011, p. 118); en poco tiempo llegaron los emisarios de Moctezuma, quienes se acompañaban de pintores que plasmaron los dibujos de los capitanes, soldados, navíos y caballos para enviar a su emperador, pues todo ello era nuevo para los indígenas.

El Códice Florentino (1548-1577), en su versión facsimilar, muestra igualmente en la primera ilustración del doceavo libro el desembarco de bastimentos (sacos, baúles y cajas), y en la imagen aparecen tres equinos, ensillados y enfrenados como para asustar a los indígenas; la imagen corresponde a Veracruz, y están presentes los emisarios de Moctezuma, junto a la Malinche, con un escribano preparando una misiva dictada por Cortés. Sin embargo, en el dibujo se aprecian un bovino y dos carneros9, los cuales en definitiva no formaron parte de la expedición.

El cronista mestizo, Diego Muñoz Camargo, presenta la más clara descripción del pensamiento indígena sobre los equinos, al mencionar que los indígenas de Tlaxcala, cuando los vieron por primera vez:

… entendieron los naturales que el caballo y el que iba encima era todo una cosa, como los centauros u otra cosa monstruosa; y ansí daban ración a los caballos como si fuesen hombres, de gallinas y cosas de carne y pan… (Muñoz Camargo, 1892, p.189).

El manejo que se les daba a los equinos también era extraño a los ojos de los naturales, quienes interpretaban a su manera lo que apreciaban, y que permite entender el miedo que estos animales generaban en la población local:

… también estuvieron mucho tiempo en opinión de ser animales fieras que se comían a las gentes, y que por esta causa decían que los hombres blancos les echaban frenos en las bocas. Cuando acaso algún caballo traía ensangrentada la boca, decían que se había comido algún hombre […] y ansí cuando relinchaba un caballo decían que pedía de comer y que se lo diesen luego [para] que no se enojase: de esta manera procuraban de tener contentos a los caballos, en darles de comer y de beber muy cumplidamente (Muñoz Camargo, 1892, p. 190).

El miedo y respeto que tenían los indígenas hacia los caballos y yeguas, cambió radicalmente cuando mataron a los primeros ejemplares, y se dieron cuenta de que eran animales mortales de carne y hueso.

La estrategia caballar española

Antes de comenzar su derrotero hacia Tenochtitlan, llegó a la Villa Rica un navío a cargo de Francisco de Saucedo que venía de Cuba, en donde había quedado en reparación; ahí venían otros “siete o nueve caballos e yeguas”10 (Miralles, 2001, p. 182), con lo cual se complementa la caballada que acompañó a los conquistadores hacia Tenochtitlan.

El Capitán Cortés utilizó varias artimañas con los caballos a lo largo de su campaña conquistadora, demostrando que tenía amplio conocimiento del comportamiento de los animales y del miedo que despertaban en los indios; por ello, estando recién llegada la armada a Veracruz, dio instrucciones para llevar a cabo el “alarde”, que era un desfile de caballos, jinetes y armas, para lo cual, “mandó a Pedro de Alvarado que él y todos los de a caballo se aparejasen para que los criados de Moctezuma los viesen correr, y que llevases pretales [tiras de cuero] con cascabeles”; las crónicas demuestran que Pedro de Alvarado debió ser un excelente jinete, pues Cortés no dudaba en encargarle diversas actividades para realizar a caballo, como en este caso en Veracruz: “E al Pedro de Alvarado, que era su yegua alazana de gran carrera y revuelta, le dio el cargo de todos los de a caballo” (Díaz del Castillo, 2011, p. 121). Algunas veces estas demostraciones se acompañaban de “escaramuzas”, es decir, suertes y evoluciones con los caballos en formación de batalla, para impresionar todavía más a los presentes. El Libro 12 del Códice Florentino muestra varias de estas escaramuzas con caballos.

El capitán Cortés pronto dedujo el impacto que tenían los equinos sobre los indígenas, y pudo aprovechar esa circunstancia en favor de su empresa de conquista. El soldado-cronista Bernal Díaz narra una anécdota que revela la mentalidad astuta de Hernán Cortés al cerciorarse de que los indios le tenían miedo a los caballos: estando en Veracruz, por unos momentos puso a la yegua en calor en sus aposentos para que dejara su olor, y al entrar los emisarios de Moctezuma mandó traer al garañón, el cual empezó a patear, relinchar y bramar; los emisarios se espantaron mucho, y luego Cortés mandó retirar al semental, el que se calmó al no sentir el aroma de la yegua, y le dijo a los embajadores mexicas que “mandó al caballo que no estuviese enojado”, alardeando que las bestias le obedecían (Díaz del Castillo, 2011, p. 110). Hay que recordar que Hernán Cortés había criado yeguas en Cuba antes de iniciar su viaje de conquista hacia lo que después sería la Nueva España, por lo que era conocedor del comportamiento y el manejo de estos animales.

A partir de ese momento dieron inicio las batallas de conquista rumbo a Tenochtitlan, y para sacar mayor provecho de la caballería, como buen estratega, Hernán Cortés dispuso “la manera en que habían de pelear los de a caballo”, que estarían “por detrás de los escopeteros y ballesteros”, y además:

… habían de entrar y salir los de caballo a media rienda, y las lanzas algo terciadas, y de tres en tres, porque se ayudasen. Y que […] llevasen las lanzas por las caras [de los indios], y no parasen a dar lanzadas, porque no les echasen mano de ellas; y que si acaeciese que les echasen mano, que con toda fuerza la tuviesen y debajo del brazo se ayudasen; y poniendo espuelas, con la furia del caballo se la tornaría a sacar o llevaría al indio arrastrando… (Díaz del Castillo, 2011, p. 191).

Dicha estrategia militar debió haber sido muy efectiva, pues con pocos caballos se pudo contrarrestar el ataque de centenares de guerreros indígenas. Al terminar las contiendas, la cantidad de nativos era tan grande que los españoles no podían confiarse, de manera que Hernán Cortés ordenaba a los soldados “dormir calzados y las armas vestidas, y los caballos ensillados y enfrenados, y todo género de armas muy a punto” (Díaz del Castillo, 2011, p. 203). Desde el punto de vista zootécnico esta no es una situación común o aconsejable para los caballos, que necesitan descansar sin las monturas y comer sin los aperos, y solo se entiende en el marco de una acción bélica comprometida; esto sucedió particularmente en las primeras incursiones de conquista, cuando los equinos eran muy pocos. En efecto, Cortés viajó de Cuba con apenas 16 equinos, y al menos un par de ellos ya habían muerto entre Veracruz y Cholula; uno de estos caballos fallecidos era precisamente del capitán Cortés, que en la Villa Rica de la Vera Cruz “se le murió el caballo […] y se compró o le dieron otro” (Díaz del Castillo, 2011, p. 150). En realidad, es posible que Cortés aprovechara su jerarquía para hacerse de esta nueva cabalgadura, pues la crónica establece que era un animal con dos dueños, y que “era el mejor caballo que pasó en nuestra compañía” (Díaz del Castillo, 2011, p. 952). También hay que recordar que casi todos los equinos habían sido adquiridos por Cortés en Cuba, por lo que no era difícil negociar con quienes después los había vendido y que seguramente no le habían pagado.

Debido que los caballos eran caros y escasos, existe evidencia de que los capitanes se prestaban los animales, a veces porque aquellos no podían salir a batalla por estar heridos, y en ocasiones porque la propiedad de los equinos era compartida. Esta situación también se demostró al revisar el Lienzo de Tlaxcala (1552), en donde se observa al capitán Cristóbal de Olíd luchando en Guadalajara montando un garañón de color Bayo Parraleño, pero unos días después aparece en Colima sobre una yegua colorada (Hernández, 2012, pp. 19, 31); incluso se aprecia que las alfombras, las monturas y las grupas son distintas, aunque la pechera es la misma.

Las ilustraciones en el Códice Florentino (1548-1577) sobre las batallas no son particularmente nítidas, pero muestran a los caballeros atacando en formación, en ocasiones en parejas y a veces en tripletas o cuartetas, ya fuera con lanzas o con ballestas. La historia en este códice ilustra desde la llegada de los españoles a Zempoala en 1519 hasta la caída de Tenochtitlan en agosto de 1521. Bernal Díaz relata que los equinos resultaban muy heridos tras las batallas, debido a los flechazos y las pedradas que propinaban los indígenas (Díaz del Castillo, 2011, p. 193), lo cual implica que, habiendo en el inicio de la Conquista muy pocos caballos y yeguas, estos tuvieran que ser atendidos de manera especial hasta lograr su recuperación. En este sentido, la crónica de Gómara confirma que los equinos recibían cuidados especiales, pues al comenzar el viaje de Veracruz hacia México-Tenochtitlan, durante la primera noche de estancia en Zempoala “Cortés hizo repartir las salas, curar los caballos, asentar los tiros a la puerta, y en fin, fortalecerse allí como en real…” (Gómara, [1552] 2007, p. 68). Por desgracia, no hay detalles de la manera como se curaban los caballos heridos, y tal vez era reposo lo que les daban, al igual que a los soldados.

Uno de los problemas logísticos en esa primera etapa de la Conquista era la escasez de monturas, aperos y herraduras, al grado que, cuando murió la yegua de Pedro de Morón11, por una cuchillada que le dieron los indígenas en el cuello, “cortamos la cincha de la yegua, para que no se quedase ahí la silla” (Díaz del Castillo, 2011, p. 195). Y para tratar de remediar la situación de la falta de herrajes, estando en Tenochtitlan, Cortés mandó traer de Veracruz “dos herreros con todos sus aparejos de fuelles y herramientas y mucho hierro de los navíos que dimos al través” (Díaz del Castillo, 2011, p. 315).

Cortés salió de México-Tenochtitlan rumbo a la costa al enterarse que Pánfilo de Narváez había llegado desde Cuba para apresarlo, lo que a la larga no sucedió. Tras vencer al enviado del gobernador de Cuba, una de las principales razones por las que Cortés pudo regresar a Tenochtitlan y conquistar la ciudad, fue que el número de caballos que había llevado desde un inicio (16) más los del capitán Escobedo (8), se incrementó de manera significativa cuando se sumaron los 80 equinos que había traído Pánfilo de Narváez. En esa ocasión, la astucia de Cortés se volvió a hacer notar cuando ordenó a sus propios soldados regresar los caballos y armas que habían quitado a las huestes de Narváez, con tal de que se unieran a su causa; la tropa de Cortés estuvo muy en desacuerdo, pues muchos no tenían cabalgadura, incluyendo al cronista Bernal Díaz del Castillo (2011), quien escribió lo siguiente:

Y como [Cortés] era capitán general, túvose que hacer lo que mandó, que yo les di un caballo que tenía ya escondido, ensillado y enfrenado, y dos espadas y tres puñales y una adarga, y otros muchos de nuestros soldados dieron también otros caballos y armas (p. 413).

Otra de las tácticas de Cortés para aprovechar el impacto de los equinos como armas de guerra fue simplemente no mostrar ante los soldados indígenas, las debilidades que podían tener estos animales; así, en el camino de Zempoala a Quiahuiztlan, los caballeros y los soldados llegaron al pie de un gran cerro:

Comenzaron a subir por aquella cuesta arriba, y los de a caballo quisiéranse apear12, porque la subida era muy agra y áspera; Cortés les mandó que no, porque los indios no sintiesen que había ni podía haber lugar, por alto y malo que fuese, donde el caballo no subiese… (Gómara, [1552] 2007, p. 71).

Las estrategias indígenas

Las estratagemas de Hernán Cortés utilizando caballos para amedrentar a los indígenas funcionaron muy bien durante las primeras batallas, pero ya no lo hicieron cuando los indígenas entendieron que los caballos eran seres mortales y no entes sobrenaturales con dos cabezas; entonces idearon sus propias artimañas para contrarrestar el impacto negativo de los equinos durante los enfrentamientos bélicos contra los españoles. Entre dichas tretas, una de las más sencillas era la siguiente: cuando los conquistadores estaban peleando en las primeras ofensivas contra los tlaxcaltecas, que todavía no eran sus aliados, se dieron cuenta que los guerreros nativos buscaban asir las lanzas de los caballeros, para inmovilizarlos y comenzar entonces a herirlos con las macanas de madera que tenían filos de pedernal; fue así como murieron Pedro de Morón y su yegua, en un sitio que Díaz del Castillo identifica como “Tehuacingo o Tehuacacingo”:

… échanle mano de la lanza, que no la pudo sacar, y otros le dan cuchilladas con los montantes, y le hirieron malamente. Y entonces dieron una cuchillada a la yegua, que le cortaron el pescuezo en redondo y, colgada del pellejo, allí quedó muerta (Díaz del Castillo, 2011, pp. 195-196).

Como se vio anteriormente, para contrarrestar dicha estrategia, los caballeros españoles igualmente ponían en práctica formas específicas de ataque. Posteriormente, ya para entrar las huestes de Cortés en Cholula, el capitán fue informado de otra estrategia defensiva de los guerreros indígenas:

… habían hecho hoyos en las calles, encubiertos con madera y tierra encima, que, si no miran mucho en ello, no se podrían ver, y que quitaron la tierra de encima de un hoyo, y estaba lleno de estacas muy agudas para matar los caballos…13 (Díaz del Castillo, 2011, p. 250).

Varias semanas más tarde y ya en Tenochtitlan, tras la muerte de Moctezuma, cuando los españoles estaban sitiados en la ciudad, los mexicas colocaron “unas losas muy grandes empedrando todo el patio, que se les iban a los caballos pies y manos, y eran tan lisas que caían” (Díaz del Castillo, 2011, p. 425); igualmente los mexicas “tenían puestas albarradas e mamparos en parte adonde conocían que podían alcanzar a los caballos”, desde donde intentaban matarlos “con lanzas muy largas” (Díaz del Castillo, 2011, p. 430). Dichas estrategias en realidad llegaron a funcionar, pues muchos equinos sucumbieron durante la huida de los españoles y sus aliados durante la Noche Triste; al respecto comenta el cronista Bernal Díaz que en la tumultuosa huida de Tenochtitlan, cayó uno de los puentes de madera portátiles que habían colocado los soldados para cruzar una de las aberturas de la calzada, la cual: “Por manera que en aquel paso y abertura de agua, de presto se hinchó de caballos muertos y de indios e indias y naborías y fardaje y petacas” (Díaz del Castillo, 2011, p. 435)14.

En las ilustraciones del Lienzo de Tlaxcala (1552) se puede apreciar a los caballos que murieron esa noche y que quedaron a medio hundir en la laguna. Fue tan caótica la salida de los españoles y sus aliados, y tan feroz el ataque de los mexicas que en esa batalla murieron 870 soldados y únicamente se salvaron 23 equinos (Díaz del Castillo, 2011, pp. 439, 444). Hay que recordar que para entonces la caballada de Hernán Cortés había crecido considerablemente -alrededor de 96 ejemplares- con la adición de otros “nueve caballos y yeguas” que habían llegado a Quiahuiztlan en la carabela de Francisco Saucedo al iniciar el recorrido hacia Zempoala (Gómara, [1552] 2007, p. 79), y los 80 de la manada que fueron confiscados a Pánfilo de Narváez (Martínez, 1992, p. 139).

En el Lienzo de Tlaxcala (1552) quedó plasmado el consumo de un caballo muerto tras la huida de los contingentes españoles, durante el primer descanso que tuvieron tras la “Noche Triste”: la ilustración de Aztaquemecan muestra a un soldado español que, con un cuchillo en la diestra está destazando un caballo al cual los guerreros indígenas le habían cortado la cabeza. Las personas que salvaron la vida se desplazaron en retirada hacia Tlaxcala, donde curaron las heridas y pudieron reponerse; ahí estuvieron durante varios meses antes de regresar a tomar la ciudad, gracias a los refuerzos que llegaron: “trescientos soldados y muchos caballos y tiros de artillería y munición” (Códice Florentino, Libro 12, p. 926). La ciudad de México-Tenochtitlan cayó en poder de los españoles el día 13 de agosto de 1521.

Colonización

Una vez concluida la Conquista, dio inicio la reconstrucción de la ciudad de México; es entonces que comienza la época colonial. Todas las actividades de los pobladores se empiezan a regular por las autoridades locales, y las relacionadas con los caballos no fueron la excepción; como ejemplo se tiene que en 1526 la gente se quejaba de los herradores, porque “los precios de su oficio son muy elevados” por su trabajo. Lo anterior indica que, a cinco años de finalizada la Conquista, habían llegado más equinos a la ciudad y requerían estar herrados para proteger los cascos y darles mayor durabilidad; ante el costo de los herrajes, el Cabildo decretó los siguientes aranceles:

… por cada herradura nueva que hicieren, poniendo herradura y clavos el oficial = 3 tomines de oro, y si la dicha herradura fuera de mula = 2 tomines y 6 granos; por cada clavo que hiciere y pusiera el dicho oficial = 1 grano (Acta de Cabildo [AC], viernes 26 de octubre de 1526).

Resulta interesante que los herradores, que son los antecesores de los veterinarios, fueran los encargados de realizar las sangrías de las bestias, y las debían cobrar “a 2 tomines cada una”. Además, los herradores debían ser certificados por el Cabildo, y debían exhibir una carta de examen, tras lo cual se les entregaba un título y una licencia para ejercer su oficio (AC, 17 de septiembre de 1535). En esa época, y desde mucho tiempo atrás, la sangría de los animales era un tratamiento empírico inespecífico que se utilizaba de manera regular “para restaurar la salud del caballo enfermo” (Benegasi y Vivas, 2018, p. 54).

Del mismo modo, el Cabildo de la Ciudad emitió una serie de ordenanzas relacionadas directamente con los caballos; así por ejemplo, se prohibió “ir a lavar los caballos y mulas al caño de agua” donde se abastecen los pobladores (AC, 3 de julio de 1528); también se ordenó que “los caballos enteros se manden trabados, para que no hagan perjuicio en las yeguas” (AC, 27 de septiembre de 1532), y se ordenó que las rejas de las ventanas se pusieran altas para que “una persona a caballo pudiera pasar por abajo sin agacharse” (AC, 6 de abril de 1537). Todas las instrucciones del Cabildo de la Ciudad permiten imaginar los detalles de la vida cotidiana alrededor de los equinos. En cuanto al manejo cotidiano de los animales, se puede deducir por los documentos que algunos caballos deambulaban “trabados” (atados de mano a pie) o maniatados para que no se alejaran y para que no hicieran perjuicio a las yeguas, pero que en general se mantenían sueltos en los terrenos del fundo legal;15 también se deduce que los caballos se bañaban con cierta regularidad, y que eran sometidos a “sangrías” cuando se enfermaban.

El Mapa de México de 1550, que ilustra con mucho detalle la vida cotidiana de la ciudad de México a 30 años de la Conquista, hace referencia a la utilización de los equinos fuera de los campos de batalla, cuando la ciudad estaba en plena construcción bajo un diseño español en retícula alrededor de la plaza principal, espacio en donde se situaban la iglesia mayor y las casas de las autoridades locales y de la Corona. La principal actividad representada en el mapa se asocia a la construcción de viviendas, para lo cual se cortaban árboles en los bosques circundantes y se transportaba madera labrada, de distintos tamaños. Tal vez lo extraño es que este profuso acarreo de madera no se realizaba a caballo, sino que se hacía siempre por medio de cargadores indígenas ─los tamemes─; en cambio, los caballos solo se dibujaron para el desplazamiento de encomenderos o estancieros españoles sobre sus cabalgaduras. Las ilustraciones son pequeñas, pero muestran con claridad a los jinetes, siempre portando una lanza, y en dos escenarios muy definidos: a) caballeros supervisando el trabajo de los tamemes, y b) jinetes que cabalgan solos, porque se trasladan a algún sitio o bien porque se encuentran paseando.

En las cuatro ilustraciones con equinos en el Mapa de México (1550), la capa de los caballos es de color muy claro, ya sean blancos o bayos, sin distinguirse el sexo de los animales; se pueden apenas apreciar algunos detalles de las monturas y las pecheras de los animales, debido a que el tamaño de esas figuras es de alrededor de 4.5 cm2 en el mapa original. Es interesante advertir que los caballeros tienen un aspecto de poder y de autoridad hacia los cargadores, pero hay que recordar que las ilustraciones fueron elaboradas por dibujantes indígenas en el Imperial Colegio de Santa Cruz de Tlatelolco, quienes sabían que los terratenientes tenían esa actitud prepotente de mando, la cual quedó claramente plasmada en el lienzo de cuero.

Es evidente que en el periodo de colonización los equinos ya no tenían la función de ser armas de guerra de unas décadas atrás, y ahora podían ser animales que daban estatus a sus dueños; su función de ser animales de trabajo en las labores agrícolas no se observa en el mapa, tal vez porque la mano de obra indígena era ocupada para ello a través de las encomiendas16.

CONCLUSIONES

Los equinos aparecen con frecuencia en las crónicas de la Conquista de México-Tenochtitlan, pero en la mayoría de los casos son elementos secundarios cuya información se encuentra dispersa y no está sistematizada. La crónica de Bernal Díaz del Castillo, testigo presencial de la Conquista, es la que describe con mayor precisión las características físicas y el temperamento de los primeros caballos y yeguas que vinieron en la expedición de Hernán Cortés en 1519 a lo que sería la Nueva España. Las descripciones sobre los equinos refieren principalmente su participación en las batallas, es decir, se les mira con ojos de historiador en las acciones de Conquista, y poco se reseñó sobre el manejo cotidiano que recibían, a pesar de que su función como armas de guerra fue decisiva durante los enfrentamientos bélicos que culminaron con la caída de Tenochtitlan en agosto de 1521. Este artículo da a los equinos un papel protagónico durante el periodo analizado.

El papel fundamental de los caballos y yeguas sucedió durante el periodo de la Conquista de México-Tenochtitlan; así, en su marcha hacia el centro del Imperio mexica, al llegar a nuevos pueblos, los conquistadores que acompañaban a Hernán Cortés realizaban demostraciones o alardes con sus cabalgaduras, con el fin de asustar e impresionar a los indígenas, y en las batallas aplicaban muy definidas tácticas de guerra con sus caballos, para aprovechar al máximo el impacto que tenían sobre los indígenas estos “entes sobrenaturales”. Con el tiempo, los indígenas advirtieron que los equinos eran seres mortales, e igualmente aplicaron tácticas de guerra para contrarrestar el daño que recibían de los jinetes y sus caballos.

Al finalizar la Conquista dio inicio la época colonial, y los caballos se convirtieron en medios de transporte. Los documentos de la primera mitad del siglo XVI permiten vislumbrar los detalles de la vida cotidiana de la época y la participación en ella de los equinos.

El empleo de una metodología multidisciplinaria como la combinación de historia y zootecnia, permite complementar los textos que relatan la utilización de equinos durante las batallas de conquista de los pueblos mesoamericanos.

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1Los equinos de color ‘rucio’ combinan en su capa los pelos de colores rojo y blanco; también se les conoce como ‘rosillos’. Es de notar la curiosidad de Bernal Díaz por las características físicas y las aptitudes de los caballos y de los caballeros, pues las describe con frecuencia, como es el caso de Juanes de Fuenterrabía y Lares, a quien llamaba ‘el Buen Jinete’ (Díaz del Castillo, 2011, p. 69).

2Le fue ‘cortado el pescuezo en redondo’; la ‘hicieron pedazos para mostrar en todos los pueblos de Tlaxcala’ y ofrecieron las herraduras a los ídolos (Díaz del Castillo, 2011, pp. 195).

3Los “juegos de cañas” eran escaramuzas que hacían los jinetes utilizando lanzas de madera (“cañas”), simulando batallas, y que eran comunes en las fiestas de los pueblos donde los de a caballo se formaban en pares, tripletas o cuartetas; los animales debían estar entrenados para dichas suertes, que seguían detallados patrones establecidos por los monarcas españoles, y además eran el punto medular de los “alardes” o recuentos militares (Ladero, 2004, p. 158).

4La leyenda en la ilustración dice: “La llegada de Cortés al Puerto de Çempoala de la Nueva España con su armada y gente” (Manuscrito de Glasgow, 1583, lámina 30).

5Gómara establece que el “alarde” se realizó en el Cabo de San Antón, en Cuba, antes de zarpar, mientras que Díaz del Castillo relata que se hizo tres días después, en Cozumel. La lectura de ambas crónicas complementa lo que debió ser la realidad.

6Cinta de cuero adosada con cascabeles, cuyo ruido cuando los caballos estaban en movimiento espantaba a los guerreros indígenas.

7En zootecnia, el color “rosillo” de los equinos significa: pelo mezclado de blanco, negro y castaño; “picado”: con manchas oscuras muy pequeñas, del tamaño de una mosca.

8Grasa corporal.

10En la nave venían otros equinos de los que se registró el nombre: el caballo ‘Romo’ y la yegua ‘Motilla’, que serían utilizados por Hernán Cortés y Gonzalo de Sandoval (Miralles, 2001, p. 182), además del caballo de Francisco de Saucedo y la yegua de Luis Marín (Díaz del Castillo, 2011, p. 164).

11La yegua era de Juan Núñez Sedeño, quien se encontraba enfermo y la prestó con Morón. La yegua había parido en alta mar, y el potrillo se perdió en Jalapa durante el trayecto rumbo a Tenochtitlan; el potrillo fue encontrado un año y medio después, “conviviendo con una manada de venados. Resultó un buen caballo” (Miralles, 2001, p. 197).

12El bajarse los jinetes de las monturas en sitios muy empinados es una práctica ecuestre muy común, para protegerlos a ambos.

13Esta táctica ya era utilizada por los indígenas para atrapar fauna silvestre, por ejemplo las dantas o tapires.

14Díaz del Castillo (2011, p. 437) afirma que Pedro de Alvarado no pasó la abertura en el puente saltando con una pértiga, sino caminando “con mucho peligro sobre muertos y caballos y petacas, que estaban en aquel paso de la puente cuajado dellos”. Este puente de cadáveres es la verdadera historia del famoso salto de Alvarado.

15El “fundo legal” durante la Colonia lo constituían las tierras “para vivir y sembrar […] para el cultivo y los pastos”, y se ordenaba “una separación mínima de mil varas entre los pueblos y las tierras dedicadas a la cría de ganado, indistintamente si fuese mayor (reses y caballos, principalmente) o menor” (Goyas, 2020, p. 69).

16Repartimiento de indios y tierras de las colonias americanas a partir del descubrimiento y conquista, con el fin de protegerlos y evangelizarlos; se concedía por dos, tres o cuatro generaciones y de ellas estaban excluidos los mestizos (Real Academia Española, 2023).

Recibido: 13 de Abril de 2023; Aprobado: 02 de Octubre de 2023

Autor de correspondencia rgrovas@gmail.com

NOTAS DE AUTOR

a Doctor en Filosofía (PhD, Universidad de Londres, Reino Unido), actualmente profesor titular de tiempo completo en el Instituto de Estudios Indígenas de la Universidad Autónoma de Chiapas; sus líneas de investigación son: etnoveterinaria, etnozootecnia, etnohistoria y conservación de razas localmente adaptadas; integrante del Sistema Nacional de Investigadores, nivel 2. Correo electrónico: rgrovas@gmail.com

ORCID: 0000-0002-5597-5484

Últimas publicaciones

  • Perezgrovas, R. (2020). La ganadería bovina en el México Colonial. Antecedentes históricos y personajes protagónicos de su desarrollo. San Cristóbal de Las Casas, Chiapas: Escuela de Gestión y Autodesarrollo Indígena, Instituto de Estudios Indígenas, Universidad Autónoma de Chiapas.

  • Severino, V. H., Perezgrovas, R., Ahuja, C., Montiel, F., Peralta, J. y Segura, J. (2021). Caracterización socioeconómica y tecnológica de los sistemas productivos con bovinos criollos en Campeche, México. Acta Universitaria, 31, pp. 1-14. http://doi.org/10.15174/au.2021.3102.

  • Perezgrovas, R. (2022). Aproximación histórica a las actividades relacionadas con el pastoreo de ganado en la Nueva España del siglo XVI. En E. Pérez, y R. Perezgrovas, Recursos forrajeros para una ganadería sustentable. Experiencias silvopastoriles en Chiapas (pp. 1-28). Chiapas: Facultad de Ciencias Agronómicas e Instituto de Estudios Indígenas, Universidad Autónoma de Chiapas, Editorial Fray Bartolomé de Las Casas.

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