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Inter disciplina

On-line version ISSN 2448-5705Print version ISSN 2395-969X

Inter disciplina vol.6 n.14 Ciudad de México Jan./Apr. 2018  Epub Feb 15, 2021

 

Reseñas

Angélica Morales Sarabia La consolidación de la botánica mexicana. Un viaje por la obra del naturalista José Ramírez (1852-1904)

Laura Cházaro* 

* Departamento de Investigaciones Educativas del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del IPN.

Morales Sarabia, Angélica. La consolidación de la botánica mexicana. Un viaje por la obra del naturalista José Ramírez (1852-1904). CEIICH-UNAM, 2016.


Escritura viva, ficción lógica

EN SU FAMOSO texto El arte de la biografía (2007), Françoise Dosse puntualiza cuánto las narraciones biográficas son terriblemente complejas pero necesarias a la historia. Efectivamente, si bien ha habido periodos en que los historiadores han querido deshacerse del sentido de lo individual, casi siempre vuelven y buscan un rostro y sus singularidades pues en ellos encuentran las raíces de la memoria de una época, la estructura política de las instituciones, vaya, lo general.

Este libro de Angélica Morales Sarabia, La consolidación de la botánica mexicana. Un viaje por la obra del naturalista José Ramírez (1852-1904), toca las complejidades de la biografía en la historia: piensa la botánica a través de la obra de un naturalista, el Dr. José Ramírez, activo a fines del siglo xix. Hace biografía interrogando los estudios de botánica y se interesa en analizar cómo José Ramírez se creó una personalidad como profesional de la ciencia. Analiza así los rasgos identitarios que, como otros profesionales de su época, Ramírez se forjó como profesor-naturalista y asesor del gobierno; analiza sus actividades y posicionamientos políticos que hicieron posible el desarrollo de instituciones y asociaciones científicas en el porfiriato.

Efectivamente, el libro de Angélica Morales no es una biografía en el viejo sentido de buscar la verdad de la “vida” de alguno. Más bien, interroga los modos en cómo se crearon esa clase de profesores-naturalistas-asesores. Con este objetivo, analiza una disciplina de la época, la botánica. Esta, aparece delineada entonces en la suma de las prácticas, en los textos que Ramírez produce, en sus hallazgos como en las relaciones con otros colegas y políticos de su época. En mi interpretación, el reto y valor de este libro está justamente en la particular forma de exponer la obra de Ramírez como creador y hacedor de la botánica mexicana. Así, la botánica, la sistemática, la biología y todas las vicisitudes teóricas de esta disciplina aparecen y se afirman en la vida de Ramírez, filigrana compleja.

El problema

En los últimos 15 años, han aparecido una gran cantidad de estudios que desarrollan alguno de los múltiples filones de la historia de José Ramírez que este libro aborda. Por supuesto, Angélica Morales analiza la historia del Instituto Médico Nacional, estudia las asociaciones científicas del porfiriato, como la Sociedad de Historia Natural, y habla de las vidas y obras de otros médicos contemporáneos a José Ramírez, como fueron Luis E. Herrera, Urbina y Fernando Altamirano. Estos intereses compartidos posicionan a la autora como parte de los nuevos y jóvenes historiadores que se han propuesto repensar lo que significa el qué-hacer científico, sus instituciones y sus imbricaciones con la política de la época. El libro de Angélica es valioso porque ofrece herramientas para repensar, desde la historia, las ciencias biológicas y, en especial, la botánica del siglo XIX.

La narrativa de Angélica, cuidada y por momentos cautelosa, destaca por las formas como plantea y resuelve cuestiones que la historiografía de las ciencias contemporánea se ha planteado en México. Una de ella es ¿cómo poner en la historia a las ciencias desde una localidad que no ha producido ciencia “reconocida”? La lectura del libro me devuelve, al menos, dos estrategias que quisiera comentar ahora: poner el acento en las prácticas, en aquello que los autores hacían para producir conceptos o hablar teorías y, por el otro, el exponer sus obras sin olvidar que la dimensión política e institucional que las originó y las colocó dentro de ciertas jerarquías políticas y comerciales. A continuación, destacaré estas estrategias, corazón de la narrativa de la autora.

La botánica, el comercio y la ciencia

El libro se enfoca en las actividades diarias de Ignacio Ramírez, en lugar de perderse en la vida de las instituciones que lo albergaron, ofrece detalles de las actividades que lo convirtieron en un profesor-naturalista de botánica. No sigue, necesariamente, las etapas de la vida del personaje, sino sus contingentes decisiones hasta convertirse en el naturalista que fue.

La obra botánica y, en general, de historia natural de Ramírez no estaban prediseñadas. Como lo muestra la autora, resultaron de un complejo entramado de cuestionamientos que se planteó, de forma contingente y situada, sobre el tema de “la vida y la muerte”. Ramírez se formó como médico, y esta profesión lo entrenó para conocer y escribir sobre las plantas; sin olvidar las problemáticas médicas sobre las patologías, la teratología y herencia. Este ámbito de lo vegetal y lo médico, en ese tiempo y época, lo llevaron a interesarse en el trabajo de extraer las sustancias activas de las plantas mexicanas. Estos intereses y conocimientos lo condujeron a practicar la farmacéutica y le permitieron obtener puestos como investigador, en el Instituto Médico Nacional. Se interesó, además de en la botánica, en tópicos como el origen del hombre, la clasificación de razas y antropología. Cultivó una suma de saberes que no diferenciaba entre la medicina, la antropología y la biología y, en esa medida, ser investi gador no era ajeno a ser funcionario y administrador de las colecciones de plantas y animales (en bulto o de papel) del Instituto. Algunas de estas colecciones estuvieron destinadas a ser expuestas en las Exposiciones Universales. Efectivamente, Ramírez, como sus contemporáneos, entendía el investigar como una actividad comprometida a alimentar el nacionalismo, a exponer a México y a lo mexicano a través de los objetos que producían las ciencias.

La autora capta con detalle y parsimonia una a una las dimensiones de esta complejidad de prácticas y saberes que Ramírez manejó. Explicando cómo confrontó las clasificaciones de otros naturalistas, tales como Galeotti, Martens, Hemsley y Fournier, Grisenbach; muestra que Ramírez hizo suya la idea de que una buena clasificación debía dar cuenta de la totalidad de las regiones del territorio nacional (Morales 2016, 77). Esto implicó, explica la autora, que la fisiografía de Ramírez exigiera el manejo de la barometría y la termometría y que, además, conociera de cerca diferentes colecciones de plantas, como las de la Comisión Geográfica Exploradora y del Observatorio Nacional; de la Socie dad de Historia Natural y las del propio Museo Nacional.

El conocimiento botánico implicaba her borizar, tener capacidad de excursionar y explorar un territorio. Sin embargo, Ramírez no salió mucho a campo: su obra dependió de las muchas colecciones, de papel (dibujos) y de plantas disecadas que se hicieron en la época. Es muy conocido cuánto el IMN y Ramírez dependieron de los coleccionistas norteamericanos, como Joseph N. Rose, un Associated curator of the Division of Plants en el US National Museum y Pringle. A través de esas colecciones, se puede entender cuánto el saber de plantas supone un mundo de jerarquías comerciales. Sí, la botánica también estuvo hecha de la capacidad de algunos de contratar, comerciar y negociar las colecciones de plantas producidas por los norteamericanos. La botánica no puede, desde entonces, disociarse de uno de los problemas sociológicos modernos: la circulación de plantas como mercancías de la industria far macéutica. El libro de Angélica Morales da cuenta de cómo el reconocimiento internacional de una comunidad depende de la posición geopolítica de quien lo propone, en este caso, los Estados Unidos, como la zona dominante del comercio, y América Latina como subordinada, bajo la signatura de las teorías raciales de la época.

Justamente, aquel historiador natural interesado en la sistemática, no solo coleccionó y analizó los vegetales y sus sustancias activas, se interesó también en el evolucionismo en términos de las especies y varieda des de las plantas y, con ello, se preguntó por la modificación de los animales y la evo lución de las razas. Estos temas, propios de la zoología y la biología de la época, no po dían separarse de la problemática de las ra zas indígenas, el origen del hombre america no y una supuesta degeneración racial. Todo ello implicó la obra del Ramírez.

En este libro la botánica no se reduce a una mera disciplina, está más bien embebida de las teorías que Ramírez discutió, de sus aficiones y prácticas, así como de las pe nas y dificultades políticas y contradicciones de las obras que escribió.

La ley del padre, lo político

Hasta hace muy poco, la historia de las ciencias producidas en estos márgenes generó narrativas que hacen aparecer a los científicos como héroes, egos cuyos triunfos científicos siguen el ritmo de los éxitos o fracasos de la élite nacionalista. En estos relatos, generalmente, la ciencia se vuelve el estandarte de la clase porfirista, a la que José Ramírez perteneció. Es a esa clase la que esta historiografía presenta como la políticamente moderna; a la que se le ha caracterizado como la más cercana a las influencias teóricas europeas, como las de Darwin o Claude Bernard. Acostumbrados a pensar la ciencia como resultado de una copia-mutada o adaptada de esos egos científicos europeos, la estatura de nuestros científicos se solía (¿se suele todavía?) elevarla con herramientas hagiográficas, al ritmo de los tambores batientes del nacionalismo.

La obra de Angélica Morales se posiciona desde otro lugar. Expone y valúa ese ego desde otras orillas, con otras referencias. Ramírez, como muchos de ustedes lo saben, fue el hijo mayor del Nigromante, Ignacio Ramírez, literato y político, artífice de los debates que inventaron el liberalismo que se volvió establishment del porfiriato. Más allá de nuestros acuerdos o desacuerdos sobre el liberalismo de la época, José fue hijo de la élite política de la época. Como lo dice la autora, los hijos vivieron del capital político y cultural del Nigromante; sin ello no se explicaría parte importante de la identidad socioprofesional de los Ramírez. Al principio y al final del libro, el personaje y su obra nos aparecen en términos de la “ley del padre.” La autora lo expone según los posibles silencios y las obligaciones que el hijo le prodiga al padre, recoge las vicisitudes y coacciones que el padre le pudo imponer al hijo; elabora las posibles contingencias que el propio José Ramírez vivió con respecto a sus propias ambiciones, luchas y posicionamientos políticos. Consciente o no, la autora redimensiona el mito que la historiografía más ortodoxa sostiene sobre la élite liberal, como defensora del progreso y de la modernidad. El análisis de Angélica Morales hace posible otras lecturas, permite ver cuánto lo político y las formas en cómo se negociaba el poder impregnan también la ciencia, en este caso, a la botánica.

Efectivamente, Ramírez muestra su lado de biólogo e historiador natural cuando aborda el problema de la teratología, la herencia y la evolución. Y, como lo muestra la autora, en el momento más álgido del debate sobre si Darwin, si Lamarck, Cuvier o Haeckel, Ramírez se pone del lado de la hipótesis de su padre, defiende el origen autóctono de la raza americana. El liberalismo de la época defiende la hipótesis del hombre americano autóctono pues pretende redimir al “indio”. Para los Ramírez, si la biología de la época convertía a los sujetos clasificados como “indios” en cuerpos susceptibles de degradaciones, biológicas y políticas, también tenían capacidades de evolución y progreso. La biología de los Ramírez negaba la política de otros evolucionistas. Así, dice la autora: “La memoria de su padre le sirvió a Ramírez como guía para escribir ‘Las leyes biológicas…’. Allí mantuvo su tesis central: el origen autóctono del hombre americano” (p. 198).

En consecuencia, Ramírez revive al padre, sigue su ley, la misma que marcaron los límites políticos de la época moderna de México: el lugar de las razas indígenas.

Angélica nos propone un viaje por la obra de Ramírez siguiendo los caminos de la botánica, la biología y la medicina. En esos recorridos nos encontramos con una botánica e historia de las plantas comprometidas con la historia política de esos profesores-naturalistas-asesores. Para ser y producir, esos naturalistas servían al Estado investigando los recursos naturales y animales del país. Los viajes por la obra de Ramírez nos muestran, en distintos tonos y modos, cuánto la botánica, la historia de las plantas y, en general, los conocimientos sobre la vida se construyeron atrapados en la ley, en lo político.

Como un excelente ejercicio histórico, esta obra cava profundo en los muchos hilos de una vida cuya trama nos ilumina las ideas, espacios y prácticas de las ciencias de la época. En cada línea, el historiador interesado en la historia de las ciencias y de la medicina de fines del siglo xix, encontrará múltiples razones para hacer de este interesante y rico estudio una obra de referencia para pensar la dimensión biográfica y vívida de las ciencias en México.

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