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Historia mexicana

On-line version ISSN 2448-6531Print version ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.66 n.4 Ciudad de México Apr./Jun. 2017

 

Reseñas

Sandra Carreras y Katja Carrillo Zeiter, Las ciencias en la formación de las naciones americanas

Gabriel Samacá Alonso

Carreras, Sandra; Carrillo Zeiter, Katja. Las ciencias en la formación de las naciones americanas. Madrid: Iberoamericana; Frankfurt am Main, Vervuert, 2014. 328 pp.p. ISBN: 978-84-8489-849-8. ISBN: 978-3-9548-7394-4.


Entre el 18 y el 20 de noviembre de 2010 tuvo lugar en Berlín el simposio “Las ciencias en la formación de la nación en América Latina (1810-1925)” organizado por el Instituto Iberoamericano y coordinado por Sandra Carreras y Katja Carrillo Zeite. Producto de este encuentro, cuatro años más tarde, salió a la luz pública el libro que reseñamos, como parte de la Bibliotheca Ibero-Americana (158), el cual representa un aporte significativo al estudio de la historia cultural e intelectual americana del siglo XIX. Compuesto por 11 capítulos y una introducción, esta obra colectiva aborda una dimensión un tanto olvidada del largo y complejo proceso de constitución de los estados nacionales en América: la importancia del conocimiento social en la definición de la comunidad nacional. Este libro se suma a esfuerzos similares que se han dado en países como Argentina o Colombia, en donde investigadores de diferentes disciplinas han evidenciado el peso e importancia del conocimiento social en la creación de sus respectivas naciones en los dos siglos de vida republicana.1

Los trabajos que conforman este volumen poseen un mismo enfoque independientemente del énfasis que hacen en diferentes casos nacionales. En primer lugar, coinciden en pensar la construcción de la nación como el proceso de creación de una comunidad de valores en el que es necesario auscultar los fracasos, los intentos y los éxitos alcanzados por diferentes actores sociales y políticos. En segunda instancia, otorgan relevancia al papel que desempeñaron los “entrelazamientos trasatlánticos” en la difícil labor de elaborar una identidad cultural tanto al interior como hacia el exterior de las unidades nacionales en formación. Un tercer aspecto que se puede apreciar en cada uno de los capítulos remite a la participación de la ciencia y los científicos en la formación de las nuevas naciones. Ilustrar a los gobernantes, educar a los nuevos ciudadanos y fomentar las actividades económicas, fueron algunas de las principales tareas que desarrollaron los hombres de ciencia. Por último, la relación ciencia-nación es pensada a partir de las conexiones globales que se presentaron en diferentes contextos nacionales. Mediante la creación de redes científicas transnacionales, exposiciones y congresos internacionales, los intercambios entre hombres de ciencia de diferentes latitudes contribuyeron a dar forma a nuevos campos de saber. Esta dimensión supranacional de la constitución de las naciones por y mediante la ciencia, incidió en la creación y revitalización de instituciones y asociaciones científicas en diferentes lugares del continente.

En su mayoría, los trabajos incluidos en el volumen se concentran en los casos de Estados Unidos, México, Perú, Chile y Argentina, a excepción de un par de capítulos que pretenden tener alcances más continentales. Dado que las élites políticas y culturales que “inventaron” las naciones americanas se plantearon preguntas en torno a la población, el territorio, la lengua, la cultura y el pasado, los trabajos se ocupan de la constitución de los saberes histórico, geográfico, antropológico y lingüístico en los países mencionados. El estudio de estos procesos es abordado a través de ciertas instituciones y prácticas culturales como los museos, la cartografía, las sociedades científicas y los intercambios entre diferentes personajes e instituciones. Aunque no se adhieren a una corriente de la historia cultural o intelectual definida, la ruta metodológica que ofrecen trasciende los casos emblemáticos para centrar la mirada en hombres, sociabilidades y relaciones concretas en constante movimiento.

De esta manera, Guillermo Zermeño y Antonio Sáez tratan la relación entre ciencia histórica y nación. En una brillante síntesis, Zermeño se interesa por mostrar el paso de la historia como maestra de la vida a la concepción y práctica moderna de la historia. Para que ello fuese posible, se dio una separación paulatina —más no definitiva— del mundo de la oralidad y la retórica por parte de un saber que se afincó en la cultura impresa. Esto sucedió en el marco del fortalecimiento del proyecto político republicano y liberal que hizo de la historia un discurso de progreso y civilización como base de la identidad nacional mexicana. Por su parte, Sáez propone que el surgimiento de una historiografía chilena estuvo atado a la idea de excepcionalidad política basada en el imperio del orden y la legalidad. Por medio de la revisión de la conocida polémica metodológica entre Andrés Bello y José Victorino Lastarria, el desarrollo de la historia en Chile se presentó y reconoció como “científica” pero al servicio del Estado gracias, entre otras cosas, a su temprana vinculación con el mundo universitario.

Los estudios sobre el saber geográfico se ocuparon de los casos de Perú y Argentina mediante dos formas institucionales y epistemológicas: la Sociedad Geográfica de Lima y la definición de las fronteras con base en el conocimiento y la práctica cartográfica. Leoncio López-Ocón describe el papel que cumplió dicha sociedad científica en el desarrollo de un sentimiento nacional por medio de diferentes acciones que buscaban la integración del territorio nacional. La conjunción de conocimiento científico, desarrollo económico e intervención político administrativa del Estado peruano contribuyó a la creación de una visión espacial jerarquizada del territorio que articuló modelos metropolitanos con intereses, motivaciones y necesidades locales. A partir de una perspectiva que enfatiza las adaptaciones y reelaboraciones del saber cartográfico europeo sobre América, Carla Lois da cuenta del desarrollo de este conocimiento como resultado de una red de imágenes sobre la frontera entre Argentina y Chile y las prácticas de uso y circulación de las mismas. La producción de mapas como resultado de un saber técnico estuvo medida por un conjunto de prácticas sensibles a una diversidad de demandas. De allí la necesidad del estudio de las prácticas cartográficas en su articulación con fines políticos concretos.

El libro revela un marcado interés por el saber antropológico, en especial para el caso mexicano, toda vez que allí se articulan instituciones como museos, procesos de profesionalización y redes internacionales en la consolidación de esta disciplina. Así, pues, Jesús Bustamante se dedica a estudiar la creación de museos nacionales en México y Argentina como espacios privilegiados de la configuración y consolidación del saber antropológico en estos dos países. Con un ánimo crítico de los lugares comunes que identifican al Estado como un actor decisivo y omnipotente en la definición de las políticas de la memoria, Irina Podgorny y su equipo estudian las prácticas y contingencias de la antropología y su incidencia en la creación de espacios institucionales y la definición de colecciones antropológicas. Este trabajo pone el acento en la crítica a la teleología nacional con que se ha interpretado el saber antropológico más allá de su práctica concreta. El tercer trabajo sobre esta temática corresponde a Mechthild Rutsch, quien se interesa por la labor de algunos científicos alemanes y su contribución en la creación de un imaginario sobre el pasado prehispánico, su difusión y la profesionalización de esta disciplina en México. La autora resalta la participación de diferentes arqueólogos alemanes en la creación de una categoría tan cara a los estudios etnohistóricos como “Mesoamérica” y, por tanto, la importancia que tuvieron en la construcción del imaginario nacional centrado en el pasado prehispánico antes, durante y después de la Revolución.

La lingüística, como campo de estudio y actuación relevante para las élites letradas decimonónicas en América, fue objeto de interés para Iris Bachmann y Kirsten Süselbeck. A través de la idea de “tráfico de significados”, Bachmann aborda los intercambios científicos entre autores nacionales y circuitos internacionales como parte del entrecruzamiento de filología, folclore y antropología. Esta autora muestra que el interés por los dialectos “vulgares” y lenguas criollas por parte de autores de élite sirvió para legitimar la lengua española como símbolo de unidad, homogenización y estandarización. Por su parte, Süselbeck se adentra en un trabajo comparativo acerca de las Academias Correspondientes de la Lengua que se fundaron en diferentes lugares del continente en el último cuarto del siglo XIX y las primeras décadas del XX. Más aún, llama la atención sobre las dificultades que experimentaron en su establecimiento y pregunta por el papel de los intelectuales americanos en la constitución de estas avanzadas culturales hispánicas, en su interés por rescatar lazos de unión espiritual con la madre patria con el propósito de insertarse en un circuito internacional de legitimación que reforzara su posición como detentadores de los resortes de la cultura nacional basados en el uso correcto de la lengua.

Además de estos trabajos, que se pueden agrupar y leer de acuerdo a las disciplinas que tratan, el volumen abre y cierra con dos ensayos que no se ocupan de una ciencia en particular. De esta forma, Axel Jansen realiza un estudio sobre el significado social que tuvo la ciencia en la construcción de la nación estadounidense en el siglo XIX. El planteamiento central consiste en que las relaciones entre ciencia y política en los Estados Unidos se pueden entender como la búsqueda de una legitimación política para el discurso científico y la estabilización de un débil Estado nacional con base en el conocimiento científico. Esta interdependencia explica no sólo el papel de personajes como Alexander Dallas Bache, sino también el surgimiento de instituciones educativas y científicas a lo largo de todo el periodo de estudio. Con un resultado magro, Manuel Burga intentó realizar una revisión panorámica de la ciencia peruana desde finales del siglo XVIII hasta 1930 con el fin de mostrar el anacronismo y el atraso que reinó en el trabajo científico de este país andino. Para ello realizó una breve y ligera caracterización de algunos hombres de ciencia, quienes no habrían podido contribuir de forma acertada —según su visión— a la construcción de una nación incluyente y moderna.

De este modo, la casi totalidad de los trabajos que conforman el volumen son síntesis de trabajos de investigación que sus autores han desarrollado durante varios años. Por esta razón, a nivel de fuentes, los capítulos no dan cuenta de una descripción detallada de casos particulares. En su lugar, arriesgan —exitosamente en la mayoría de los casos— interpretaciones sobre las relaciones entre conocimiento social y construcción de las naciones en el siglo XIX americano. Las tesis que cada uno de los autores defienden están soportadas en el conocimiento exhaustivo y la lectura crítica de la bibliografía más relevante para cada país. Además, el manejo de nuevas perspectivas para pensar la historia de la ciencia y la historia intelectual deja ver la rigurosidad de los estudios publicados por Carreras y Carrillo. En alguna medida, esta apropiación de una importante variedad de referencias bibliográficas se debe al lugar de producción de los trabajos, la procedencia multinacional de sus autores y la importancia de las redes académicas e investigativas de las que forman parte, información que se puede ver en el apéndice que tiene el libro con los perfiles de cada uno de los colaboradores.

Si bien compartimos la perspectiva analítica de los trabajos, consideramos pertinente señalar algunos aspectos que quizá puedan contribuir a una discusión en torno a esta obra colectiva. El primero de ellos tiene que ver con la asunción de la categoría de ciencia como una realidad dada en el siglo XIX, pues aunque los autores enfatizan en su historicidad, consideramos que los trabajos no dejan ver la lenta y difícil constitución de un conjunto de saberes y la adquisición de su estatus como científicos. En el mismo sentido, los hombres de ciencia en el siglo XIX se caracterizaron por ser polígrafos, de manera que la especialización en una determinada rama del saber fue un proceso que tardó en consolidarse en el siglo XX. En tercer lugar, la preocupación por los intercambios internacionales que está presente en varios capítulos no tuvo en cuenta las relaciones, conflictos y negociaciones dentro de cada nación en construcción. Igualmente, cabe preguntarse por las relaciones entre los mismos países americanos y los diferentes grados de incidencia en el desarrollo de prácticas, corrientes y mediaciones científicas. Los trabajos de este volumen no se detienen en la posible injerencia que los procesos económicos pudieron haber tenido en el surgimiento, desarrollo e institucionalización de cierto tipo de saberes más allá de leves menciones generales. Por último, llama la atención la ausencia de trabajos pertenecientes a otros contextos geográficos como Brasil, Colombia, Ecuador, Venezuela, Uruguay y Centroamérica, cuyos estudios hubieran podido brindar una imagen más integral y completa de lo sucedido en las relaciones entre conocimiento científico y construcción de los estados nacionales en el largo siglo XIX americano.

Gabriel Samacá Alonso, El Colegio de México

1Federico NEIBURG y Mariano PLOTKIN (comps.), Intelectuales y expertos. La constitución del conocimiento social en Argentina, Buenos Aires, Paidós, 2004 y Francisco LEAL BUITRAGO y Germán REY, Discurso y razón: una historia de las ciencias sociales en Colombia, Bogotá, Tercer Mundo, 2000.

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