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Historia mexicana

On-line version ISSN 2448-6531Print version ISSN 0185-0172

Hist. mex. vol.72 n.4 Ciudad de México Apr./Jun. 2023  Epub May 08, 2023

https://doi.org/10.24201/hm.v72i4.4271 

Reseñas

Sobre María Dolores Lorenzo, Miguel Rodríguez y David Marcilhacy (coords.), Historiar las catástrofes

América Molina del Villar1 

1Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social-Ciudad de México

Lorenzo, María Dolores; Rodríguez, Miguel; Marcilhacy, David. Historiar las catástrofes. Ciudad de México: Universidad Nacional Autónoma de México, Sorbonne Université, 2019. 384p. ISBN: 978-607-302-583-6.


Historiar las catástrofes es una obra colectiva integrada por 12 capítulos divididos en cuatro secciones: La tierra, El fuego, El agua y El aire, todos ellos elementos naturales del cosmos. La originalidad en la estructura del libro es muy sugerente. Esta reseña fue elaborada durante el periodo de contingencia sanitaria debido a la pandemia de COVID-19, que ha provocado miles de contagios, muertes y una caída dramática de las economías. La coyuntura de emergencia sanitaria actual hace de esta obra una lectura imperdible, en virtud de que es un libro robusto que ofrece estudios muy sólidos de cómo adentrarse al tema de las catástrofes desde la historia. ¿Qué encontramos en cada capítulo? Terre motos, inundaciones, erupciones volcánicas, naufragios, epizootias, epidemias, incendios y cambios climáticos, catástrofes que asolaron el mundo ibérico e hispanoamericano desde tiempos prehispánicos hasta la época reciente. Adentrarse en cada uno de los 12 capítulos revela experiencias, memorias y resiliencias ante la embestida de la naturaleza. Pero la lectura del libro también debe llevarnos a una reflexión acerca de cómo el hombre ha alterado su entorno natural, invadiendo nichos ecológicos de otras especies animales, la tala inmoderada de los bosques, la ganadería extensiva, la mala planeación urbana, el mal uso de los recursos, prácticas que han incrementado notablemente nuestra fragilidad y vulnerabilidad. Como se detalla en la introducción, el libro ofrece un enfoque comparativo que permite evaluar diferentes vulnerabilidades y resiliencias, donde debe valorarse la importancia del riesgo “acumulado y recurrente” en sociedades que a lo largo del tiempo se han enfrentado a desastres. Otro aporte importante de la obra colectiva es la gran variedad de fuentes históricas empleadas y su novedoso abordaje metodológico: evidencias arqueológicas, fotografías, informes institucionales, testimonios de las víctimas, relatos de viajeros, diarios personales, caricaturas, prensa, afiches, crónicas, archivos de milagros, anales históricos.

El primer gran acierto del libro es emplear el término catástrofe y también la manera como cada autor se dio a la tarea de indagar el uso de este concepto en las fuentes históricas analizadas. Como señalan los coordinadores en la introducción, haber integrado la obra en estas cuatro secciones es un recurso para responder sobre la naturaleza de los mal llamados “desastres naturales”. En este sentido, se plantea cómo hace algunos años las narraciones de las catástrofes se interpretaban como episodios intempestivos físicos y naturales. Así, los autores exploran en procesos y coyunturas, casos específicos (locales), acciones y reacciones de las comunidades. Lo anterior permite observar las capacidades y dispositivos sociales en la reconstrucción y adaptación al riesgo. Las comunidades construyen estrategias de prevención y adaptación en interacción con el medio natural. Estas construcciones culturales refuerzan posibilidades de resiliencia del grupo social, como ha analizado Virginia García Acosta1 en sus numerosos estudios, autora también de uno de los capítulos del libro.

La primera parte, La tierra, está compuesta por cuatro capítulos referidos a: terremotos en la Hispanoamérica colonial, de Rogelio Altez; los terremotos en la España moderna del siglo XVIII, de Armando Alberola Romá; los sismos de principios del siglo XX en Puebla y Veracruz, de Hubonor Ayala Flores, y los sismos de 1911, 1957 y 1985 en la ciudad de México, escrito por Miguel Rodríguez. Los autores buscan en diversas fuentes de información histórica las concepciones científicas, mentalidades, circulación de información oficial, percepciones sociales, memoria histórica, emociones y manifestaciones religiosas. Las fuentes son variadas y abundantes: impresos del siglo XVII sobre terremotos en Hispanoamérica, obras de cosmografía, crónicas, tratados científicos, relaciones geográficas, cartas pastorales, diccionarios, correspondencia del monarca español, boletines, memorias del Instituto Geológico de México, prensa, memoriales y fotografías, entre otros. Estos cuatro capítulos sobre el impacto de terremotos cubren una larga temporalidad y una amplia zona geográfica. Permiten observar el desarrollo científico en torno al conocimiento sobre los sismos, concepciones religiosas, la manera como las personas guardan en la memoria su impacto, cómo los sismos configuran ciudades, o repercuten en planes urbanísticos y arquitectónicos, además de la inoperancia de los gobiernos para hacer frente a la tragedia. En esta sección Rogelio Altez estudia con detalle el impacto de terremotos de gran magnitud que dieron origen a valiosos impresos religiosos y científicos: los sismos de Lima de 1609, Caracas en 1641, el de Chile de 1647 y el de 1650 en Cusco. Por su parte, Alberola analiza los sismos ocurridos en España en 1748 y 1755; Hubonor Ayala se ocupa del sismo del 3 de enero de 1920 en Puebla y Veracruz. En el capítulo de Miguel Rodríguez se ofrece un análisis comparativo de terremotos con un gran contenido en la memoria histórica, como los de 1911 y 1957 en la ciudad de México, y el gran terremoto de 1985, cuando salió a flote el término “sociedad civil”, mostrando el gran nivel de organización de la sociedad para hacer frente a la desgracia, superando por mucho a la del propio gobierno.

La sección El fuego está integrada por dos capítulos sobre erupciones volcánicas. El primero en Nápoles, de Brice Gruet, y el segundo de Renée-Clémentine Lucien y David Marcilhacy, referido a una grave erupción en la Martinica. El primer trabajo es novedoso en su abordaje metodológico en tanto analiza los desastres de Nápoles desde la perspectiva de la antropología y la geografía histórica, cubriendo una larga temporalidad, desde principios del siglo XVII y hasta la época actual. Me parece sumamente sugerente el término utilizado por el autor en torno a la “geografía de las emociones”, referida a las múltiples procesiones realizadas para implorar por la justicia divina, debido a las reiteradas erupciones del volcán Vesubio. En estos actos los napolitanos imploran a su santo protector, San Jenaro, con manifestaciones que renuevan el enlace entre deidad y sociedad. El estudio se basa en el trabajo de campo y archivo, aspecto que le permite reconstruir la evolución de las relaciones de la población napolitana con los desastres. En tales manifestaciones observamos la emoción particular que se une a las emociones generales. El otro capítulo, el de Renée-Clémentine y David Marcilhacy, se adentra en el impacto de la erupción volcánica en un área extremadamente vulnerable, el archipiélago caribeño y la América Central, sentenciada a la actividad volcánica, además de ubicarse en la subducción de la placa americana sobre la caribeña. Esta zona, además, se encuentra amenazada por ciclones y huracanes. La presencia de la catástrofe en Saint-Pierre, en Martinica, quedó en la memoria de los martiniquenses que fueron a trabajar al canal de Panamá. En este sentido, los autores identifican un aspecto importante: las manifestaciones catastróficas y la vulnerabilidad a la que están expuestas las poblaciones de dicha área estructuran su conciencia colectiva, imaginarios e identidades. Las sociedades fluctúan entre la necesidad de anamnesis, es decir, volver a la historia y memoria de los desastres, o bien olvidar para superar los traumas, mostrando su gran resiliencia para superar y reanudar la vida social.

El apartado El agua abre con un magnífico estudio arqueológico sobre los señoríos mayas de las Tierras Bajas entre los siglos IX y X, de María Elena Vega y José Crasborn, que muestra la erosión de los suelos provocada por obra del hombre: la tala de árboles y la agricultura desde finales del periodo Preclásico Tardío (400 a.C.-250 d.C.). Aquí se revelan los avances de los estudios epigráficos en diversas capitales mayas. En estas evidencias materiales están presentes las catástrofes provocadas por las inundaciones. El segundo capítulo, elaborado por María Dolores Lorenzo, reconstruye mediante la prensa la inundación en Guanajuato en 1905. La autora examina a través de la imagen, notas periodísticas, grabados y hojas volantes los efectos de esta terrible inundación. Lorenzo revisa el discurso periodístico sobre la catástrofe, vinculado con una diversidad de temas: noticias de alarma, primeras noticias, recuento de daños, organización de la sociedad.

La última sección, El aire, consta de cuatro capítulos referidos a naufragios, cambios climáticos, epizootias y epidemias. El primer capítulo es el de Louise Bénat-Tachot, quien analiza la obra de un cronista del siglo XVI, Gonzalo Fernández de Oviedo, Historia general y natural de las Indias (1535), texto traducido a varios idiomas (italiano y francés), que ofrece una visión de la naturaleza y geografía americanas y que contiene espléndidas narraciones y dibujos. En dicha obra Fernández de Oviedo relata desde una perspectiva ético-literaria el naufragio de Alonzo de Zuazo, quien emprendió una travesía marítima a Santo Domingo. El segundo capítulo, de Kevin Pometti, refiere al impacto de la inestabilidad climática y fenómenos meteorológicos (riadas, inundaciones, tormentas, sequías y nevadas) en el desarrollo de epidemias y epizootias en el siglo XVIII en Barcelona. El autor identifica varias epizootias de ganado vacuno, lanar y caballar que tuvieron lugar entre el 4 de mayo de 1783 y el 29 de junio de 1783, las cuales se originaron en Francia. Ahí hubo fuertes lluvias en mayo, fenómeno que contribuyó a crear condiciones óptimas para el desarrollo de la enfermedad en el ganado. La zona afectada fueron las poblaciones de Gerona, Tarragona, Lérida, Vilafranca y Arbeca, además de Guipúzcoa. Pometti Benítez examina las fuertes medidas emprendidas por la Real Academia Médico-Práctica de Barcelona para contener los contagios. Es posible que la enfermedad haya sido una especie de fiebre aftosa aún no identificada. En el tercer capítulo, de José Enrique Covarrubias, se considera la visión de tres viajeros franceses sobre los riesgos de vivir en México, proclive a diversas catástrofes: clima insalubre, numerosas enfermedades, malos aires, erupciones y sismos. El autor analiza con minuciosidad libros de viajeros para adentrarse en las percepciones del riesgo, identificando al catastrofismo como un tema romántico impregnado de emociones intensas. Covarrubias explora en estos autores temas relacionados con la geografía, las implicaciones de la altitud en el proceso respiratorio y sus efectos fisiológicos. Aquí el autor introduce el término de catástrofe sanitaria de Jourdanet, quien estableció las bases para el estudio estadístico entre diversas razas y sus respectivos grados de aclimatación en la América tropical, así como los factores del medio o “climas” que intervienen en la situación ambiental. El último capítulo es de Virginia García Acosta, pionera en el estudio histórico social y antropológico de los desastres. La autora aporta una reflexión metodológica desde una perspectiva de larga duración en torno a las medidas encaminadas a la reducción de desastres, en la que se incluye el cambio climático. García Acosta compara varias regiones del mundo para rescatar experiencias del pasado en torno a las medidas encaminadas a reducir los riesgos, tema que ayuda a comprender la construcción de la vulnerabilidad contemporánea e identificar mecanismos de respuesta tradicionales y antiguos, experiencias de larga data, las cuales son útiles para diseñar políticas contemporáneas destinadas a reducir riesgos.

Una observación y comentario final. En esta obra colectiva no hay equilibrio entre cada una de las secciones. En tanto las partes corres pon dien tes a La tierra y El aire ocupan respectivamente cuatro capítulos, el resto de las secciones nada más incluyen dos. En la introducción podría haberse señalado este desbalance, o bien haber llamado la atención de la necesidad de emprender más estudios históricos sobre erupciones volcánicas e inundaciones. También creo conveniente haber incluido un índice analítico, ya que el libro aborda una diversidad de lugares, temas, temporalidades, personajes. Aunque se trata de una obra colectiva, escrita por varios autores, es necesario presentar unas breves reflexiones de los coordinadores sobre el conjunto de los 12 capítulos incluidos en la obra. No hay duda de que esta obra colectiva será un instrumento de consulta y motivará más estudios sobre el tema, indispensables en el momento actual. De acuerdo con el informe de la oficina de la Organización de las Naciones Unidas para la reducción de riesgos de desastres, en los últimos 20 años se han duplicado las catástrofes, las cuales han cobrado la vida de 1.2 millones de personas desde el año 2000. El cambio climático global es el principal responsable, aunado a la falta de una política de prevención para reducir los potenciales riesgos de los cataclismos. Este tema preocupante volvió a relucir ahora con el brote de la pandemia de COVID-19.2 El enfoque histórico social de esta obra resulta muy importante ante el contexto cada vez más aciago en nuestro planeta.

1Virginia García Acosta, “Introducción”, en Virginia García Acosta, Joel Francis Audefroy y Fernando Briones (coords.), Estrategias sociales de prevención y adaptación, México, Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, 2012, p. 12.

2Milenio. AFP. 12.10.2020.

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