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Estudios de Asia y África

On-line version ISSN 2448-654XPrint version ISSN 0185-0164

Estud. Asia Áfr. vol.54 n.1 Ciudad de México Jan./Apr. 2019

https://doi.org/10.24201/eaa.v54i1.2339 

Traducción

Kṣemendra, Madre por conveniencia, cap. 21

Kṣemendra, Mother for convenience, ch. 2

Óscar Figueroa* 

*Universidad Nacional Autónoma de México, figueroa@correo.crim.unam.mx


“Relato de una vida”

El lector tiene en sus manos la primera traducción directa del sánscrito al español del segundo capítulo de la obra satírica Samayamātṛkā (Madre por conveniencia), escrita hacia el año 1050 por Kṣemendra, el prolífico autor de Cachemira, al extremo norte de India. Inspirado en el Kuṭṭanīmata [Las lecciones de la madama], la novela en prosa de Dāmodaragupta (siglo VIII), otro oriundo de Cachemira, el libro ofrece un mordaz retrato de la vida cotidiana india desde la perspectiva marginal de una artera proxeneta, la temible Kaṅkālī, y su joven aprendiz, la hermosa prostituta Kalāvatī, ambas habitantes de Pravarapura (1.1), la actual Shrinagar. Kalāvatī acaba de perder a su “madre” y, en medio de su desconsuelo (1.32), recibe la visita de un viejo amigo, el barbero, quien le aconseja adoptar una nueva tutora (1.40), y acto seguido le recomienda a la célebre Kaṅkālī, “huesuda de complexión, las venas [se le saltaban] como cuerdas y tenía el vientre sumido hasta las vísceras; era como un espectro con el cuerpo enjuto y el rostro cadavérico” (4.2).

Titulado “Relato de una vida” (caritopanyāsa) y conformado por 108 estrofas de metros variados, el segundo capítulo del libro narra las andanzas de Kaṅkālī, de la infancia a la vejez, a través de una disparatada secuencia de sucesos y cambios de identidad cuyo hilo conductor es la búsqueda de placer y bienestar material, kāma y artha, las dos grandes fuerzas que rigen la existencia mundana o lo que los indios llaman saṃsāra. A este vertiginoso recuento sigue, en el capítulo tercero, el encuentro entre las protagonistas: al ver en la hermosa Kalāvatī una oportunidad inmejorable para ganarse la vida, Kaṅkālī empieza a enseñarle el oficio. Los capítulos del cuarto al octavo completan la obra e incluyen una ingeniosa tipología de amantes y, a continuación, las consabidas lecciones para conseguir clientes, enamorarlos, dejarlos sin un cinco y elegantemente echarlos (véase, por ejemplo, Kāmasūtra 6.3.39-44), secuencia que Kalāvatī pone en práctica a expensas del ingenuo hijo de un acaudalado comerciante.

Con esta trama, tal como hace en sus otras piezas satíricas (Deśopadeṣa, Narmamālā y Kalavilāsa), Kṣemendra exhibe los vicios y la hipocresía de la sociedad de su época a través de figuras representativas. En general, tales figuras remiten al nāgaraka, el hombre citadino, el refinado héroe de incontables obras literarias sánscritas, que en la sátira deja de ser un modelo positivo para convertirse en una caricatura, en un simple vividor y un parásito (viṭa). En el detalle, sin embargo, la fauna urbana es variopinta. Incluye a detestables burócratas y rapaces funcionarios, a jueces corruptos y militares licenciosos, a avaros comerciantes y apostadores empedernidos, a poetas y comediantes alcohólicos, a siniestros médicos y astrólogos, a toda clase de hechiceros, entre ellos yoguis tántricos expertos en magia negra. Empero, a diferencia de las otras sátiras de Kṣemendra, Madre por conveniencia se concentra en el mundo del burdel. Por lo tanto, a esta idealización retorcida del nāgaraka corresponde, del lado femenino y en el papel protagónico, la figura de la prostituta (gaṇikā, veśyā), y, cuando ésta envejece, la proxeneta o celestina (kuṭṭaṇī).

El enfoque del texto en el oficio más antiguo del mundo permite así explorar literariamente el sentido de la vida secular, y los valores de artha y kāma, desde la perspectiva particular de la condición femenina. Al respecto destacan varios motivos y convenciones que Kṣemendra recoge de la tradición, comenzando con la propia asociación entre feminidad, deseo e ilusión, y el uso, por lo tanto, de la pasión juvenil como artificioso medio para conseguir riqueza a costa de la proverbial afición de los hombres al placer, la razón de su estupidez: “¡Mi niña ojos de nenúfar, éste es el momento para que te hagas rica, el momento ideal para que la curva de tus orondos pechos te traiga dinero y fortuna!” (1.46); “Ni el apellido ni la virtud ni la belleza ni mucha ciencia te darán eso que vale más que la vida misma: dinero” (4.20); “En este mundo sobran los imbéciles adictos al placer y el sexo […] Por lo tanto, aprovecha tu juventud y apodérate de su dinero mediante el extraordinario arte del engaño” (4.66, 68).

En el contexto de una obra satírica, como cabría esperar, todos estos motivos tienen profundas y a veces inesperadas implicaciones, por encima incluso de los supuestos fines didácticos del libro. Desde luego, no es éste el espacio para emprender un análisis minucioso de dichas implicaciones, varias insinuadas en el capítulo aquí traducido. Las menciono únicamente con el fin de ilustrar la riqueza de la obra tanto en sí misma como en relación con el complejo horizonte sociocultural que le subyace.

Temas para el análisis

De entrada, el texto presenta a una mujer dotada de una inu sitada iniciativa y autonomía, así como de una aguda sensibi li dad respecto al carácter ilusorio de la realidad, cualidades que le permiten acceder a los círculos de poder, por definición masculinos, e incluso sobresalir en ellos. Ahora bien, en el acto mismo de reconocer el carácter excepcional de esta mujer, Kṣemendra parece reiterar el juicio moral tradicional, articulado en innumerables fuentes brahmánicas, que castiga la libre agencia femenina como un asunto de “putas” y limita la sabiduría femenina al orden secular. Desde esa perspectiva, las repetidas fugas y evasiones de Kaṅkālī pueden interpretarse como el precio social y moral que esta mujer debe pagar no sólo por ser una prostituta, sino, en un sentido más profundo, por ser una mujer independiente, fuera del control patriarcal. Sin embargo, si hasta aquí el episodio resulta revelador, su mensaje es todavía más hondo apenas vamos más allá del personaje per se y reparamos en lo que éste representa en un sentido amplio. “He vivido más de mil años”, proclama Kaṅkālī tras haber mudado de identidad una y otra vez, tras haber sido esposa y viuda, ramera y monja, hermosa doncella y anciana decrépita; en suma, tras haber deambulado de una vida a otra en una misma vida hasta convertirse en una representación en miniatura del ciclo interminable de nacimiento y muerte (saṃsāra). En última instancia, Kaṅkālī es cada uno de nosotros, la expresión abierta, sin maquillajes sociales o morales, de una existencia sometida a las fuerzas de kāma y artha.

En este punto y de manera un tanto inesperada, llama la atención que la sabiduría de Kaṅkālī coincida, sin embargo, con la proclamada por yoguis y renunciantes, los adalides del dharma o la verdad religioso-moral: el mundo es ilusión, diagnóstico contundente que esta mujer predica con el ejemplo al haber sido siempre una ilusión de sí misma. De niña se viste de grande; de grande, de jovencita; cambia una y otra vez nombre y oficio arrastrada por la fuerza avasallante del saṃsāra, de modo que al final carece de una identidad fija, el mismo ideal del yogui. En términos superficiales, es decir, desde la perspectiva del mero ejercicio de la prostitución, esta cercanía a la ilusión, al grado de convertirse en su artífice, se explicaría por el fin último de obtener ganancias (artha). Empero, de nuevo, el asunto es más complejo apenas prestamos atención al trasfondo del nexo prostituta-saṃsāra como una representación femenina idealizada de la condición humana en general. Desde esa perspectiva, pareciera que el asunto no se limita a los dotes de la prostituta para crear una ilusión romántica como medio para satisfacer necesidades materiales básicas. Antes bien, de manera indirecta e irónica, tal capacidad apunta a una especie de redención no al margen de la ilusión, como quiere el yogui tradicional, sino en ella: aquí el conocimiento y el desapego no diluyen el hechizo; más bien son compatibles con él. Al abrazar esa escandalosa posibilidad, la sabiduría de la madama se transforma, paradójicamente, en una balanza donde cabe sopesar la ingenuidad, la hipocresía y la arrogancia de los ideales tradicionales. En el acto mismo de satanizar, la obra insinúa la fragilidad del modelo ortodoxo, centrado en la posibilidad de resistir o incluso escapar a la “ilusión” de lo profano. En realidad, parece decirnos Kṣemendra con una gran carcajada, la pretensión de verdad al margen de la ilusión, de lo impuro, es otra forma de ilusión. La distorsión satírica del ideal de pureza indica, al mismo tiempo, cuán engañoso puede ser dicho ideal. El mundo no es un lugar en el cual confiar; sólo que ahora, gracias al poder corrosivo de la sátira, esa advertencia abarca también a aquellos que creíamos eran fuentes confiables, figuras de autoridad, estabilidad y verdad: el ama de casa honorable, el comerciante solícito, la anciana sabia, el humilde pordiosero, el gobernante justo, el asceta desapegado.

En parte, esto explica las constantes alusiones a la tradición tántrica en el libro, otro gran tema de análisis. De hecho, Kṣemendra parece entender el tantra como la religión del saṃsāra, lo cual le permite diluir los límites entre los ámbitos sagrado y secular. Por ejemplo, en nuestro capítulo, Kaṅkālī es asociada con Bhairavī, la diosa terrible de los cultos tántricos, aquí presentada como la consorte de Bhava, uno de los epítetos del señor Śiva; empero, bhava también significa existencia mundana, el mundo del saṃsāra (2.2). Esta invocación inicial anticipa el tipo de credo que profesarán los retorcidos personajes del capítulo, no sólo la propia Kaṅkālī, a quien vemos ingresar a varios monasterios tántricos (por igual hinduistas y budistas: 2.43, 2.61), sino asimismo sus múltiples amantes, incluidos algunos dispuestos a engrandecer las enseñanzas del tantra teniendo sexo en el sanctasanctórum de los templos (2.19) o bebiendo alcohol en las fiestas locales (2.89). Una vez más, al poner en evidencia el culto al placer y el dinero, el texto ridiculiza a ciertos adeptos tántricos, pero al mismo tiempo desliza una crítica al establishment.

En el balance final, el capítulo constituye un valioso testimonio literario sobre la riqueza y la complejidad del paisaje social de la India medieval y, al mismo tiempo, por la inercia misma del género, tiende a concentrar la riqueza de la vida secular en perfiles idealizados -la prostituta, el vividor, el falso asceta, etc.-, figuras que nos representan sin representarnos. Somos ellos porque son la expresión más concentrada del saṃsāra, pero no somos ellos porque son su versión más degradada. De este modo, la obra consigue decir lo que no puede decir abiertamente. El cuadro final apunta a una diversidad en conflicto.

Desde luego, todo ello plantea serias dudas sobre el propósito mismo de la obra. ¿El interés de Kṣemendra está en condenar y educar, como insiste la mayoría de los intérpretes sin ofrecer argumentos categóricos, basados en el propio texto, o bien simplemente en explorar el laberinto moral de la sociedad en la que le tocó vivir, con todas sus ambivalencias y contradicciones? ¿Busca reafirmar ciertas expectativas morales o sólo retratar lúdicamente y dejar a la hilaridad el veredicto final?

Edición

El presente trabajo se basa en el texto publicado en la célebre colección Kāvyamālā (Bombay, 1925) y recoge las enmiendas propuestas por J. J. Meyer en su traducción al alemán (Leipzig, 1903). Además de esta traducción, se tuvo siempre a la vista la traducción italiana de D. Rossella (Novara, 1984), quien sigue a Meyer muy de cerca, y una al inglés, bastante libre, de A. N. D. Haksar (Delhi, 2008). El capítulo presenta cinco versos lagunosos, indicados con corchetes y puntos suspensivos. En general, la traducción privilegia la solvencia literaria, permitiéndose incluso algunas licencias, sobre todo con el fin de transmitir mejor el sentido del humor y la mordacidad del original. Por ejemplo, para comunicar el sarcasmo inherente a los nombres de los personajes, a veces se optó por reproducir los términos sánscritos y añadir su implicación con algún adjetivo. En al menos dos ocasiones el doble sentido abarca la estrofa completa (2.2, 2.28). En tales casos, se optó por ofrecer traducciones paralelas, una estrategia muy socorrida entre los sanscritistas. Por último, las notas al pie de página ofrecen información adicional sobre toponimia, el contexto religioso o cultural, términos inusuales y decisiones de traducción.

Madre por conveniencia

Kṣemendra

Capítulo 2

Relato de una vida

Tal como lo exigía la ocasión, Kalāvatī era ahora toda oídos y, así, el barbero comenzó a contar la historia de aquella madama, un verdadero arsenal de artimañas:

“Rindo, pues, tributo a Bhairavī, la consorte de Śiva (bhava), la que devora todas las cosas. Ahora te contaré la historia de esa mujer en cuyo vientre reside la creación entera.

“Rindo, pues, tributo a Bhairavī, la diosa de lo Profano (bhava), la que devora todas las cosas y en cuyo vientre reside la creación entera. Ahora te contaré su historia.

”Había una vez, en la ciudad de Parihāsa, una mujer llamada Bhūmikā que atendía una posada para viajeros […]. […] [Un día] sobre la muela del molino dio a luz a una niña a la que llamó Arghagharghaṭikā. [5] Entre más crecía, más bonita se ponía, y en las fiestas no faltaba quien la halagara; a cambio, la ladronzuela se llevaba las vasijas de los altares domésticos. A los siete años hablaba ya como una mujer madura y su avara madre decidió llevarla a los portales del mercado y ofrecerla al mejor postor bajo el nombre de Jālavadhā, su ‘trampa mortal’. Ataviada con un espléndido collar de perlas y conchas, y con un corsé de senos postizos, comenzó así a deleitar con besos y caricias a un sinfín de amantes.

”Un día, el apuesto hijo de un mercader llegó [a la ciudad] en busca de azafrán. El joven se llamaba Pūrṇika; era adinerado y bien parecido. En medio de la multitud, la mujer lo sedujo con la danza juguetona de sus guiños y sus trémulas cejas, y éste, excitado, planeó un encuentro nocturno con la casquivana. [10] Esa noche, una vez que el alcohol sumió al hombre en un profundo sueño, ella se le colgó del cuello y lentamente succionó todos sus pendientes de oro, y de sus dedos extrajo anillos y sortijas también de oro. Luego, fingiendo que un ladrón la atacaba, comenzó a gritar a todo pulmón: ‘¡Socorro, me matan!’. El mercader despertó al instante y aunque era ella quien lo había robado, avergonzado de que sus familiares fueran a enterarse, se cubrió el rostro con un manto y se marchó. Entonces, plena de juventud y ataviada con magníficas joyas y vestidos, la mujer se mudó a Śaṅkarapura, donde se hizo llamar Mahlaṇā. Obsesionada con amasar una inmensa fortuna coleccionando amantes en flor, se dedicó a hacer el amor sin descanso por igual de día que de noche. [15] El número de amantes que como perros [en celo] entraba y salía de su casa, o aguardaba afuera, no tenía fin. Por las mañanas atendía a los clientes, todos igualmente obsequiosos, en pozas, fuentes, parques, restaurantes, florerías o en la casa de alguna amiga. Al caer la noche, tras recostar sobre el lecho a un amante ebrio como si fuera un bebé, corría a atender a otro, y cuando éste se quedaba profundamente dormido a causa de tanto sexo, incluso a otro más. Y en las últimas horas de la noche, con el pretexto de ir a la casa de una amiga suya aquejada por cólicos, corría siempre a atender a un cliente más -tal era la demanda que tenía su cuerpo-. Y para escapar de los menesterosos que, molestos a causa de sus repetidos desplantes, la acosaban constantemente, solía ocultarse en la casa de algún otro amante.

”Una noche, cegado por el deseo, el guardia del templo de la diosa Gaurī, un tal Nandisoma, la introdujo en medio de la oscuridad al sanctasanctórum.2 [20] Luego, cuando los resuellos del hombre indicaban que se había quedado dormido como un tronco, ella cogió todos los ornamentos de la deidad y huyó a toda prisa. Tiempo después, con el refinado nombre de Nāgarikā, se convirtió en la concubina de cierto Samarasimµha, un tenaz terrateniente que vivía en Pratāpapura.3 A pesar de que el consumo excesivo de carne la hizo ganar peso, Samarasimµha la amaba tanto como Bhīmasena a Hiḍimbā.4 Y cuando consiguió tener el control sobre todos los bienes de su enamorado, deseando su fin comenzó a sembrar la discordia entre él y sus familiares. Al final, Samarasiṃha fue asesinado en la vaqueriza de su padre, un tal Śrīsiṃha; entonces, ya ama y señora de la casa, se convirtió en la concubina del padre, a quien no le quedaban más hijos. [25] Cuando se extinguía su juventud, en el deseo de vencer a sus rivales -las otras amantes del anciano-, tomó control sobre él usando raíces mágicas. Con caldos de pescado, mantequilla clarificada, leche, cebolla, ajo y demás [afrodisíacos], la mujer se dedicó a hacer sentir joven a su querido.5 Sin embargo, cuando la muerte del hombre era inminente, temerosa de que el rey [la descubriera], hurtó tanto dinero como pudo y se mudó a otra ciudad.

Usando un delicado vestido blanco, con el rostro gacho, se hizo pasar entonces por una pobre viuda llamada Mṛgavatī: territorio prohi bi do para el deseo.6

Usando un revelador y vistoso vestido, con una mueca insinuante, se hizo pasar entonces por una ‘inocente’ viuda llamada Mrgavatī: materia disponible para el deseo.

”Por una larga temporada se volvió asidua visitante del templo de la diosa Sureśvarī, a orillas del Śatadhārā, adonde llevaba semillas de ajonjolí, cortezas fragrantes y hierbas sagradas para ofrecer libaciones a los ancestros.7 [30] En ese lugar, al pie del río sagrado, atrapó -como la garza al pez- a un acaudalado y seductor caballero de nombre Bandhurasāra. Experta en enajenar el corazón, tomó el control de su casa como si se tratara de una presa y se convirtió en la señora de todos sus asuntos, de sus ingresos y de sus gastos. Un mes después, el hombre murió y dejó una cuantiosa herencia; ella se mantuvo firme a su lado, decidida a seguirlo [en la muerte].8Disuadida por los parientes del difunto tras su inicial -pero falsa- determinación a hacerlo, dijo con profundo convencimiento y solemnidad, como si fuera una mujer de abolengo: ‘La viudez en una familia ilustre, en la viudez la pérdida de la virtud, en la destrucción de la virtud la desintegración: gracias al fuego todo esto se irá conmigo’. [35] Así habló, impasible como una piedra en su absoluta determinación: sólo la dicha que le producía el dinero de aquel hombre revelaba sus verdaderas intenciones.

”Tiempo después, tras obtener la posesión de los bienes del difunto mediante decreto real, y pretendida por varios palaciegos, decidió quedarse para seguirles el juego. Así, tras conquistar al secretario de las caballerizas, un verdadero garañón para el sexo, una vez más se dispuso a poner de cabeza el mundo de los vivos desde el propio nombre.9 Siempre complaciente con su nueva conquista, acabó robando el corazón del secretario con jadeantes palabras durante sus juegos amorosos en la bañera.10 Sin escatimar el dispendio de cortezas de árbol, el hombre se pasaba el día entero estafando.11 En la noche, después de comer y beber, dormía tanto o más que Kumbhakarṇa.12 Al amanecer, ella fingía consentirlo preparando con destreza su baño y él se metía al agua buscando aliviar el ardor de la resaca. [40] Avejentada y con hijastros, se esmeró en mimar al secretario mientras ponía a la venta su patrimonio para quedarse con el dinero. Se apoderó incluso de la casa, pero cuando estaba a punto de venderla, los hijastros se lo impidieron. Entonces acudió a los tribunales, sedujo al magistrado y con sobornos se echó a la bolsa a los jueces, incluido un tal Kūṭaratha. De este modo, ganó el juicio y se apoderó de las riquezas que tanto anhelaba. Vendió la casa y se quedó con todo el dinero; sin embargo, el temor a los hijastros la hizo huir, camuflada con varios atuendos, a un monasterio consagrado a la diosa Śakti. Se tiñó de negro la blanca cabellera, y con abundantes coloretes y ungüentos […] se convirtió en la nueva hetaira del lugar.

”[45] Una vez ahí […] se hizo pasar por una mujer de negocios, y el rumor le permitió cotizarse mejor. Los hombres creyeron el rumor sin preguntarse siquiera si la historia de la mujer era falsa o verdadera, y así corrían a ella ciegamente, como en un acto reflejo. Con lengua, labios y manos exhaustas, con los dedos molidos de tanto beber de la copa de sus amantes, no perdió la oportunidad de entregarse una y otra vez más al placer. [Un día, sin embargo,] unos supuestos criados la sorprendieron recibiendo dinero robado y, aunque ella negó los hechos, fue arrestada y recluida en prisión. Ahí se involucró con el carcelero, un tal Donjuán, y sin pensarlo dos veces, feliz, se dio con él un atracón de pescado, pasteles y licor. [50] Luego, mientras colmaba de caricias y cubría de besos al carcelero ebrio, de una mordida le arrancó la lengua con la intención de escapar. La herida provocó que el hombre se desmayara y, aprovechando que no podía gritar, la mujer le puso un vestido suyo, se despojó de los grilletes y huyó. Esa noche, al fin libre de su cautiverio, llegó a Vijayeśvara, donde se presentó con el nombre de Anupamā: ‘Soy la hija de un importante ministro’ -dijo.

”En ese lugar, con el favor de cierto Bhogamitra, cubrió con alhajas lo poco que le quedaba de juventud -la misma que antaño la había dotado de una belleza incomparable-. Se las ingeniaba para realzar el busto, con una cinta rosada ataba su larga cabellera […], se pintaba los ojos con una gruesa línea de kohl y se cubría la mitad del rostro, hasta la nariz, con un velo. De este modo causaba fascinación entre los ingenuos, que se preguntaban quién podría ser esta fantástica criatura surgida de la nada.13 [55] Sin embargo, bastaba que alguien, en un arranque de curiosidad, la viera desnuda una sola vez para que la aversión lo hiciera no volver jamás a acercarse siquiera a su calle. Y es que tal como una estancia helada en invierno, como una hilera de lámparas a plena luz del día, como una guirnalda de flores marchitas, ¿a quién puede serle útil una prostituta decrépita? Así, para soportar la ausencia de clientes, comenzó a mendigar unas cuantas monedas entre los peatones que por ahí pasaban tirando del borde de sus ropas al caer la noche. En ese mismo lugar, haciéndose pasar por una asceta llamada Śikhā, se unió a un tal Bhairavasoma, también asceta, quien le compartía la mitad de la comida que mendigaba. Las veces que ella misma salía a pedir limosna -con la gracia acumulada de su voluptuoso cuerpo incluso si lo cubría de cenizas, con kohl para dar vida a los ojos, luciendo sobre el cuello un impecable collar de cuentas de cristal, con brazos y senos firmes dentro de un corsé ceñido sin una sola arruga- aún provocaba excitación entre los más ingenuos.

”[60] Sobrevino, sin embargo, una hambruna que hizo muy difícil mendigar comida, y así, una noche, tras despojar a las deidades del asceta de sus joyas y demás objetos de valor, la mujer huyó. Se refugió en el Monasterio Siniestro, y ahí, la muy desvergonzada, inmóvil en meditación, se hizo pasar por una mendicante budista llamada Vajraghaṇṭā.14 En la palma de una mano colocaba el cuenco de limosnas que conduce a la virtud; se envolvía con un raído manto de color rojo -una reminiscencia de la pasión que solía fingir por sus amantes-, y con el fin de obtener más dádivas se tonsuró la cabeza -[antaño] un edén para los repetidos coscorrones de los parásitos y ahora más bien parecida a una calabaza madura-.15 La astuta mujer impartía sus perversas enseñanzas de casa en casa, entre las damas de alcurnia, siempre prestas a aprender sobre maṇḍalas.16Entre las prostitutas por sus técnicas para subyugar, entre los comerciantes por acrecentar sus riquezas, entre los tontos por su doctrina sobre mantras: fue así como alcanzó la máxima celebridad. [65] Pero entonces, tras acostarse con el criado de un creyente budista, un tal Maṅgala, quedó encinta -un verdadero obstáculo para seguirse divirtiendo con sus timos-. Cuando la barriga le creció, tuvo que dejar de pedir limosna; mas apenas dio a luz, abandonó su responsabilidad y volvió de nuevo a la ciudad. Se puso entonces una peluca y, gracias a sus méritos, consiguió ser admitida como nodriza de la mujer del ministro Citrasena, que recién había dado a luz. Como tal, se hizo llamar Ardhakṣīrā y se la pasaba repantingada en un majestuoso asiento con el bebé en el regazo -desde luego, en realidad planeaba cómo arrasar con la casa entera-. Para evitar que se le acabara la leche, puntualmente le servían deliciosos platillos, y así, gracias al buen trato que recibía en la casa del ministro, la nodriza más bien nutría su buena fortuna. [70] Una gargantilla de coral alrededor del cuello, sobre las orejas dos pendientes de plata, los brazos decorados con montones de cuentecillas adheridas a pesados abalorios, y desde la curva de su amplio trasero un vestido de lana que colgaba sinuosamente hasta los tobillos: la mujer había recuperado su antiguo esplendor gracias a toda la comida que se zampaba. Mas luego, por un descuido suyo, el bebé pescó una fiebre, y aunque el médico prescribió ayuno, ella se apresuró a beberse un caldo de pescado. ‘Los líquidos poco saludables quedan prohibidos y no se diga los alimentos sólidos: durante dos o tres días, por piedad, nodriza, beba únicamente jugo de grosella.17Este niño debe vivir. En su honor se celebrarán entonces montones de fiestas y usted la pasará bien’. Tales fueron las indicaciones del médico, a las que ella, sin embargo, hizo oídos sordos. Y así, al notar que el infante empeoraba, importándole un comino, la muy malvada huyó esa misma noche, no sin antes arrancarle el collar de oro.

”Tiempo después, en una región fronteriza, haciéndose llamar Dhanavatī, estableció una exitosa granja caprina rica en pastizales. [75] Pero un día, a causa de una terrible tormenta, sus abundantes ganados perecieron en la campiña y, tal como ella, que sólo pudo conservar el pellejo, de ellos no quedó más que la piel. Cogió el grueso manto que un pastor había abandonado, se marchó a Avantipura y ahí, con el nombre de Tārā, se dedicó a vender dulces. Todos los días compraba pequeñas cestas de dulces que habían sido presentados como ofrenda al dios Gaṇeśa, los recalentaba y los revendía en la calle. Con la ilusión de obtener ganancias extras, las amas de casa le prestaban arroz con intereses, pero una vez en manos de la mujer, perdían incluso la inversión. Una vez embadurnó con mantequilla clarificada a una niña vagabunda, a la que llamó Kuśalikā, y fue de casa en casa pidiendo dinero para su supuesta próxima boda.18 [80] También, con el nombre de Pañjikā, se apostaba frente a las casas de apuestas y vendía en secreto dados y fichas amañados. Y, como la florista Mukulikā, vendía las guirnaldas que habían sido usadas como ofrenda en el templo, hasta que una noche, tras robarse además el salario de los guardias, salió huyendo. Con el nombre de Himā, en las procesiones de los pueblos se dedicaba a repartir agua libremente, no sin aprovechar para llevarse los brazaletes y demás ornamentos de las jovencitas que danzaban sobre el escenario. Con el nombre de Varṇā [aseguraba] redirigir el curso de las estrellas, incluso en el caso de las seis calamidades, y cuando se trataba de matrimonios nadie como ella para dar pronósticos falsos.19 Como augur alcanzó renombre gracias a la confianza que le profesaban los idiotas: sabía santo y seña [de todo mundo], pero era incapaz de reconocer a un ladrón. [85] Con el nombre de Bhāvasiddhī supervisó la mancebía de un templo: no sabía decir otra cosa que no fuera ‘¿Cuánto ofrece?’. Luego, desnuda, rodeada de perros, se hizo pasar por una lunática. Así, con el nombre de Kumbhādevī, empezó a recibir hordas de devotos. Una vez, con el deseo de obtener un consejo fácil, el ministro Kuladāsa acudió a venerarla; ella le robó la vasija ceremonial de plata y huyó de nuevo. Luego, en la fiesta de las serpientes, con el nombre de Kalā se hizo pasar por una droguera itinerante, y durante tres días vendió bebidas alcohólicas. Una noche, alcoholizado, un asceta llamado Kaṭighaṇṭa se quedó dormido en el tenderete de la mujer y ésta aprovechó para hurtarle sus siete campanas.20 [90] Finalmente, tras despojar de todas sus pertenencias a unos viandantes que habían bebido extracto de datura hasta perder la conciencia, huyó de noche a Śūrapura. Ahí, en el camino a las salinas, comenzó a llamar esposo a un cargador, pero apenas éste caía vencido por el sueño, ella pasaba la noche con otros hombres. Al amanecer, se ceñía el inmenso trasero con un largo cinturón sobre el talle y, como si nada, se dedicaba el día entero a cargar bultos [de sal] sobre la cabeza. Tiempo después, tras recorrer escabrosas cumbres a través de precipicios resbalosos y caminos cubiertos de nieve, cuando caía la tarde, haciéndose pasar por una dama honorable de nombre Bambā, buscó refugio en el monasterio Pañcāladhārā.21 Era pleno invierno, y aunque llevaba el rostro cubierto y vestía un largo y grueso abrigo, la pobre no dejaba de tiritar. Entonces, afirmando ser una honrada anciana brahmán llamada Satyavatī, deambuló por esa isla que es el mundo, circundada por el mar como una gema en un cinturón. Aquí la muy hipócrita fingía estar versada en la teoría del yoga, allá haber ayunado durante un mes y acullá haber sido mendicante en un río sagrado: así se granjeaba en todas partes la admiración de la gente. [95] Por medio de sahumerios para sanar las heridas, conseguía que los ingenuos depositaran su fe en ella y así alcanzó renombre incluso en los palacios reales. ‘Yo paralizaré al ejército enemigo’, le hacía saber a los reyes. Mas luego, asegurado el oro, con las hostilidades a punto de iniciar, se esfumaba de noche. Hablaba acerca de las aguas del Kedārā, de los ritos funerarios en Gayā, de las abluciones en el Ganges y de muchas cosas más.22 Usando como anzuelo los méritos que le habían dejado todas esas vivencias, despojaba a los pudientes de su dinero. Abordada por unos salteadores de caminos para que les enseñara cómo hacerse completamente invisibles, la subieron a un palanquín y la agasajaron durante un año, al término del cual huyó.23 Asimismo, a cambio de algunas monedas les daba a sus pupilos semillas de hinojo haciéndoles creer que eran semillas sagradas y pregonando que eran mejores incluso que las semillas sagradas.24 [100] Y a quienes suspiraban por las delicias del inframundo y depositaban su fe en los supuestos poderes de la mujer sobre dicho mundo, ésta los arrojaba a pozos vacíos, no sin despojarlos primero de joyas y vestidos. ‘¡Mi cuerpo destila veneno!’, clamaba a veces fingiendo ser una encantadora de serpientes y ciñendo a su cuello una guirnalda con viscosas excrecencias tóxicas. Además, en las estaciones de peaje les obsequiaba a los vigilantes una flor que causaba un súbito aletargamiento, con lo que conseguía pasar libremente.

”‘He vivido más de mil años; conozco los secretos de la alquimia; domino el poder creador de la Palabra; en la palma de mi mano yace la esencia de todo lo que puede desearse en la creación entera’,25 con frases como éstas la mujer se ganó la preferencia y la admiración de la gente al punto de opacar la grandeza de cualquier otro maestro y de tener a sus pies, como simples perros, a la nobleza. De norte a sur, de este a oeste, había siempre alguien presto a adorarla: los de Kāmboja y los de Bhoja le rendían pleitesía alabando su gloria; los turcos dejaban todo con tal de servirla, y qué decir de los chinos, siempre absortos en el placer de atenderla; los de Trigarta estaban enfermos de anhelo por ella, mientras que los de Gauḍa se afanaban en rendirle tributo; muy dados a la santurronería, los de Aṅga y los de Vaṅga la colmaban de flores.26 [105] Tras recorrer la tierra entera hasta sus confines en el mar y conocer una prosperidad ininterrumpida gracias a sus refinados artilugios, hoy ha vuelto a su terruño conservando nada más que la ropa. Después de todo, ¿quién, por más maltrecho que esté, podría abandonar su patria que es como el propio cuerpo? Esa mujer que está familiarizada con las costumbres y la lengua de todas las regiones, hoy pregona ser la hija de un rey venido a menos. Los mordiscos [de sus amantes] le mutilaron la punta de la nariz y [tantas caricias] desgastaron sus dedos, mas pude reconocerla por el tilaka azulado sobre la frente.27 Si esa fuente de avaricia, si una serpiente como ella, se hiciera cargo de tu casa y de todo este dispendio de dinero, y aceptara ser tu madre, entonces, oh, grácil mujer, sabe que en un instante vendría a tus manos toda la riqueza y la opulencia del mundo del placer. Yo mismo iré, pues, a buscar a esa perfecta retorcida que todo lo sabe y te la traeré para que tengas éxito en el sendero que conduce a la máxima fortuna. Qué más puedo decir. Nadie tan sagaz como ella para subyugar este mundo. No hay otra vía”. Tras decir estas palabras, el bienintencionado barbero se marchó a toda prisa.

Titulado “Relato de una vida”, así concluye el segundo capítulo de Madre por conveniencia, obra escrita por el gran Kṣemendra, también conocido como Vyāsadāsa.

Referencias

Carakasaṃhitā (1941). (Ed. J. Trikamji). Bombay: Nirṇaya Sāgar Press. [ Links ]

Kalhaṇa (1900). Rājataraṅgiṇī. (Trad. M. A. Stein). Westminster: Constable. [ Links ]

Kāmasūtra (2006). (Ed. P. D. Prasad). Delhi: Rashtriya Sanskrit Sansthan. [ Links ]

Kṣemendra (1925). Samayamātṛkā. (Ed. P. Durgāprasād). Bombay: Nirnaya Sagar Press. [ Links ]

Mahābhārata (1927-1966). (Eds. V. S. Sukthankar y S. K. Belvalkar). Pune: Bhandarkar Oriental Research Institute. [ Links ]

Mānavadharmaśāstra (2005). (Ed. P. Olivelle). Nueva York: Oxford University Press. [ Links ]

Rājanighaṇṭu (1925). (Ed. V. G. Apte). Pune: Anandashrama. [ Links ]

Rāmāyaṇa (1960-1975). (Eds. G. H. Bhatt y U. P. Shah). Baroda: Oriental Research Institute. [ Links ]

Vāmakeśvarīmata (1945). (Ed. M. K. Shastri). Srinagar: Mercantile Press. [ Links ]

1 Esta traducción fue posible gracias al Programa de Apoyos para la Superación del Personal Académico (PASPA-DGADA) de la UNAM a través de una estancia, durante el segundo semestre de 2017 y de nuevo a mediados de 2018, en el Departamento de Lenguas, Literaturas y Estudios Interculturales de la Universidad de Florencia. En Italia recibí el consejo experto y generoso de la Dra. Fabrizia Baldissera, reconocida especialista en la obra de Kṣemendra, con quien estoy profundamente agradecido. La traducción de la obra completa aparecerá próximamente en la editorial española Trotta.

2El sarcasmo está dirigido a los ascetas tántricos conocidos como kāpālikas, como se desprende del nombre espiritual terminado en -soma. Véase asimismo 2.58.

3Sobre Pratāpapura, el actual pueblo de Tāpar, véase Kalhaṇa, Rājataraṅgiṇī 4.10.

4Alusión a un conocido episodio del Mahābhārata (1.139-143), en el que una obesa demonia devoradora de hombres llamada Hiḍimbā se enamora del fornido Bhīma, uno de los cinco héroes pāṇḍavas, quien acaba prendado de ella a pesar de su aspecto físico.

5Los alimentos enunciados —pescado, mantequilla, leche, etc.— son afrodisiacos (vājīkaraṇa) típicos en los antiguos compendios médicos (véase Carakasaṃhitā 6.2.3.3-20, 6.2.4.17-22, etc.)

6“Delicado vestido blanco” (tanutarasvacchavasanā): el austero vestido blanco que usan las viudas en India. Hay un doble sentido de carácter erótico, pues “delicado” (tanutara) y “blanco” (svaccha) pueden entenderse también como “delgado” o “transparente” y “vistoso” o “llamativo”. El texto recoge así satíricamente la opinión de los códigos brahmánicos respecto a la viuda como una criatura sexualmente “peligrosa” que debe someterse al control masculino (Mānavadharmaśāstra 5.158-160).

7Se trata de ofrendas tradicionales en los ritos funerarios. Sobre el Śatadhārā, un arroyo que alimentaba el lago Dal, véase Rājataraṅgiṇī, vol. 2, p. 455. El lugar debía su fama al templo de Sureśvarī, la diosa Durgā.

8Alusión a la tradición de la satī, la mujer “virtuosa” que se inmola en la pira funeraria donde arde el cuerpo de su marido.

9Es decir, literalmente, a transformar el “mundo de los vivos” en un “mundo de muertos”.

10“Bañera” (snānakoṣṭaka), en realidad, las pequeñas cabinas de madera levantadas a orillas del lago Dal con el fin de bañarse con mayor privacidad. A propósito, véase Rājataraṅgiṇī 8.706-710.

11Las cortezas de árbol son el material de trabajo de secretarios y escribanos.

12El descomunal hermano del rey demonio Rāvaṇa, célebre por su pesado sueño y glotonería (véase Rāmāyaṇa 6.48.11-54).

13“Criatura fantástica” (vidyādharī): criaturas fabulosas expertas en hechicería y capaces de volar y metamorfosearse. La alusión posee un trasfondo tántrico.

14Tampoco el budismo se salva de los comentarios mordaces de Kṣemendra; se trata, desde luego, de budismo tántrico, como se desprende del nombre Vajraghaṇṭā. Sobre el Kṛtyāśramaka, traducido “Monasterio Siniestro”, un lugar asociado con la práctica de la hechicería y con espíritus femeninos malévolos (kṛtyā), véase Rājataraṅgiṇī 1.137-147.

15“Coscorrones” (ṭakkarā): el texto parece referirse a la práctica de golpear la cabeza del amante, mencionada en el Kāmasūtra, según el dictum de que “el sexo es una batalla” (2.7.1-2). En ese sentido, la cabeza representa, literalmente, un lugar ameno, un “edén” (vihāra).

16Diagramas y patrones geométricos empleados en los cultos tántricos con fines apotropaicos, para concentrar la mente o inducir la presencia de las deidades.

17“Jugo de grosella” (dhātrīrasa), lit. “leche de nodriza”; empero, dhātrī es también el nombre de una planta, como se infiere de los usos paralelos dhātrīpattra, “hoja de dhātrī” y dhātrīphalā, “fruto de dhātrī”, probablemente la grosella india (amlaka, amla), reconocida por la medicina clásica por sus propiedades regenerativas (véase, por ejemplo, Rājanighaṇṭu 157.1 y 182.2).

18La mantequilla indicaría la celebración de un rito prenupcial.

19Las “seis calamidades” o “plagas” (ṣaṭkaṣṭaka); a saber: roedores, insectos, aves, inundaciones, sequías e invasiones.

20Pequeñas campanas, por lo general de latón o cobre, usadas por algunos ascetas con fines apotropaicos.

21Sobre Śūrapura, las salinas y Pañcāladhārā, véase Rājataraṅgiṇī, vol. 2, pp. 394396.

22Se refiere al río sagrado Kedārā, uno de los afluentes del Ganges en el Himalaya; por su parte, Gayā es la ciudad santa del budismo, al este de India.

23“Les enseñara cómo hacerse completamente invisibles” (naṣṭacchāyopadeśa). Traduzco basado en el uso del mismo compuesto en Kāmasūtra 5.6.24-25, a propósito de la habilidad de las mujeres del harén para hacerse invisibles no sólo de cuerpo (rūpa) sino incluso de sombra (chāyā) o, como decimos coloquialmente, para “no verles ni la sombra”.

24“Semillas sagradas” (rudrākṣa), las semillas del Elaeocarpus ganitrus, empleadas para hacer rosarios, en especial entre los creyentes del dios Śiva.

25“La esencia de todo lo que puede desearse” (kāmatattva); se trata de un término técnico en algunos textos tántricos; describe el “poder” (siddhi) por el que se domina el deseo de los demás sometiéndolo al deseo propio. Véase, por ejemplo, Vāmakeśvarīmata 5.1.

26La totalidad de la tierra desde la perspectiva de Cachemira; abarca desde el extremo oriente, en la actual Bengala (Gauḍas, Aṅgas y Vaṅgas), hasta los reinos occidentales de Kāmboja y Trigarta, en los actuales Afganistán y Paquistán, y de Sur a Norte, del reino de los Bhojas, en la India central, hasta las tierras de turcos y chinos.

27En primera instancia, la nariz mutilada sería simplemente la consecuencia de abusar de una práctica que la literatura exalta por su intensidad erótica (véase Kāmasūtra 2.5), y en ese sentido indicaría una adicción sadomasoquista al placer. Nótese, sin embargo, que la mutilación de nariz figura en los códigos brahmánicos como castigo contra el adulterio (Mānavadharmaśāstra 8.125). El tilaka es el punto o marca sobre la frente, usado como signo de identidad religiosa sectaria.

Recibido: 30 de Julio de 2017; Aprobado: 04 de Septiembre de 2017

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