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Estudios de Asia y África

On-line version ISSN 2448-654XPrint version ISSN 0185-0164

Estud. Asia Áfr. vol.57 n.1 Ciudad de México Jan./Apr. 2022  Epub Mar 14, 2022

https://doi.org/10.24201/eaa.v57i1.2771 

Reseñas

Suzanne Newcombe. 2019. Yoga in Britain. Stretching Spirituality and Educating Yogis

Adrián Muñoz García1 
http://orcid.org/0000-0002-0344-9917

1El Colegio de México, México, amunoz@colmex.mx

Newcombe, Suzanne. 2019. Yoga in Britain. Stretching Spirituality and Educating Yogis. Bristol: Equinox, 324p. ISBN: 9781781796597.


Suzanne Newcombe se dedica a revisar cuestiones cruciales para entender la historia y el impacto del yoga en Gran Bretaña. De cierta forma, este título se suma a otros que han explorado las trayectorias nacionales del yoga fuera de India.1 La historia del yoga alrededor del mundo es un área creciente de estudios, en la que aún falta mucho por hacer, pero que poco a poco ha ido mostrando facetas fascinantes de las transformaciones y las adaptaciones a las que ha estado sujeta esta disciplina. Yoga in Britain está compuesto de ocho capítulos enmarcados por un prólogo y una “posdata”.

Newcombe evita caer en el esencialismo más ahistórico, pero también condenar toda la práctica contemporánea al costal del consumismo neoliberal del siglo que corre. Insiste en que no es sostenible reducir todo yoga a una lógica neocolonial, pues la enorme variedad de expresiones revela un caudal muy heterogéneo de motivaciones y dinámicas (5). Si bien se hallan elementos de ambas posturas entre las diversas formas de yoga que se han practicado en los siglos XX y XXI, la autora procura discernir diversos aspectos juiciosamente. Así, suscribe la idea de que es más provechoso estudiar el yoga en contexto en aras de comprenderlo en términos situacionales e instrumentales (4), razón por la cual decidió enfocarse en el caso británico, en particular en el periodo que va de 1945 a 1980, y de manera especial en la British Wheel of Yoga (Rueda Británica de Yoga), un organismo creado en 1965 y que busca agrupar distintas escuelas de yoga.

El primer capítulo explora el ámbito de las librerías y los sellos editoriales que se interesaron en publicar y comercializar títulos referentes al fenómeno yóguico. La creciente proliferación de este mercado se debió, en cierta medida, a que en la fase tardía de la época victoriana una parte de la población letrada en Gran Bretaña se interesó en alternativas a la Iglesia anglicana. El desarrollo de la ciencia anduvo en paralelo con cierta disposición a conocer las capacidades de la psique humana y con temas de tinte esotérico; en ese cruce encontraron un nicho organizaciones como la Sociedad Teosófica y el espiritismo. En los primeros años de la década de 1960, el número de publicaciones sobre yoga casi se triplicó, hasta alcanzar el clímax cuando la banda The Beatles mostró públicamente su simpatía por las enseñanzas de Maharish Mahesh Yogi en 1968.

No resulta extraño que en esa época la mayoría de los libros sobre yoga circulara sobre todo en librerías especializadas en esoterismo, religiones surasiáticas y en lo que se denominaba un “conocimiento marginado (rejected knowledge)” (11). Aquí, Newcombe realiza una cuidadosa revisión de actores, como la librería Watkins (originalmente asociada a la Sociedad Teosófica, pero con un amplio catálogo), la editorial Penguin (que comenzó a publicar títulos sobre yoga y religiones del mundo a mediados de la década de 1950), Hari Prasad Shastri (quien difundió una forma particular de advaita vedanta y el diálogo interreligioso en Londres a través de su Templo de Paz o Shanti Sadan, entre 1930 y 1956), la librería Atlantis (competencia de Libros Watkins y que hacía más énfasis en el ocultismo occidental) o la editorial Allen & Unwin (gran difusora de títulos exitosos sobre yoga, como Luz sobre el yoga, de B. K. S. Iyengar, de 1966).

La labor de estos actores no quedó limitada al marco temporal en que sucedió, sino que tuvo influencia en las décadas siguientes, sobre todo durante los años setenta. De acuerdo con Newcombe, los lectores del material sobre yoga y religiones esotéricas que se produjo y comercializó conformaron una subcultura dentro de la sociedad británica (39).

Esto pavimentó en parte el camino hacia una práctica del yoga que, hacia finales de la década de 1960, contaba ya con miles de practicantes en el Reino Unido, como explora el segundo capítulo del libro. También debe tenerse en cuenta que en el periodo de entreguerras circularon cursos por correspondencia (publicitados en revistas como Health & Strength), animados por la próspera cultura física y muscular que tuvo auge en esos años y cuyo representante más célebre fue quizás el fisiculturista prusiano Eugen Sandow. La autora señala que si bien es posible que el interés en esta cultura haya sido minoritario, la salud general de la población se consideraba una responsabilidad individual y una obligación nacional a inicios del siglo XX (42). De hecho, esto se reflejó no sólo en tierras británicas, sino que constituyó un zeitgeist compartido en diversas partes del globo y, al menos parcialmente, condicionó el surgimiento de ideas como la eugenesia, sobre todo alrededor de las décadas de 1930 y 1940. En los años sesenta, sin embargo, las ideas eugenésicas habían perdido vigor y fue más bien a través de diversos programas de educación para adultos como el yoga encontró un canal de transmisión, así como de impulso para la especialización de instructores.

Entre los actores importantes de esta oleada está Wilfred Clark (1898-1981), un autodidacta de la clase obrera de Birmingham que se interesó en programas de educación para adultos a través de los cuerpos educativos del ejército. Combinó esto con el yoga y el periodismo. Formó un club de yoga que fue cambiando de nombre a medida que fue creciendo; terminó por convertirse en la Wheel of Yoga o Rueda del Yoga en 1965. Se dedicó incansablemente a la promoción de esta disciplina desde entonces e incluso el Consejo Británico para el Deporte lo reconoció oficialmente. El nombre de la organización fundada por Clark es una alusión a la imagen del dharmachakara o la rueda del dharma, a saber, las enseñanzas del Buda, pero también a las ruedas de la carroza de Arjuna, quien recibió de Krishna las enseñanzas codificadas como la Bhagavadgita (57).

La Rueda del Yoga fungió como un agente importante en la certificación de instructores; incluso las autoridades educativas locales solicitaban a los posibles instructores estos comprobantes con el objeto de asegurarse de que estaban verdaderamente capacitados para la enseñanza a gente adulta. Así continuó durante varios años. Es interesante advertir la crucial amalgama de simpatías por el yoga con iniciativas gubernamentales, lo que supuso una proyección formal y relativamente sistemática, al menos durante algún tiempo.

Los vericuetos y los cambios de estos fenómenos se continúan explorando en el tercer capítulo, donde Newcombe discute con mayor profundidad los cambios derivados de las necesidades de la educación británica para adultos, en especial en relación con las expectativas de que hubiera entrenamientos adecuados tanto teóricos como prácticos. Esto también invita a repensar y evaluar las adecuaciones del sistema tradicional de maestro-discípulo, proverbial en las tradiciones de yoga, y el papel del carisma en los maestros de yoga.

Entre las personalidades más importantes en este episodio se encuentran Sunita Cabral (mujer indoportuguesa) y Kailash Puri (originaria de Punjab). Sunita se enfocó sobre todo en enseñar algo que identificó como Pranayama Yoga, una técnica de relajación mental y posturas que ayudaba a lidiar de mejor manera con el estrés de la vida cotidiana. Tras el despunte del yoga a raíz del viaje de The Beatles a India, Kailash enseñó yoga de 1968 a 1990. Mientras ella instruía en materia de relajación, posturas y respiración, su esposo daba conferencias sobre filosofía y ayurveda. Ambas fueron mujeres carismáticas que presentaron el yoga como un eficaz antídoto contra los estragos de la vida moderna y que trascendía cualquier identidad religiosa. Su principal público fueron las mujeres, en su mayoría amas de casa. Igualmente carismático fue B. K. S. Iyengar, quien visitó Gran Bretaña constantemente entre 1960 y 1974. Más que en la relajación antiestrés, Iyengar se centró en secuencias de posturas y control de la respiración. Supo combinar muy bien sus periodos de ausencia con los programas de las autoridades locales de educación, lo que afianzó su sistema.

Si bien en las décadas de 1960 y 1970 las clases de yoga se ofrecieron en centros e instalaciones de educación física abiertos al público en general, es importante advertir que se estima que entre 70 y 90% de los participantes eran mujeres, quienes buscaban mejorar tanto su condición física como su bienestar mental, lo cual les permitía rendir mejor en sus actividades domésticas y laborales (109). Resulta ilustrativo que la mayoría fuera de clase media, lo que subraya el carácter urbano que suele tener el yoga en la modernidad, pero también la compatibilidad con otro tipo de preocupaciones de las mujeres en esos años: los ideales de libertad y autonomía. Newcombe hace un repaso juicioso de cómo se desenvolvió el feminismo de la segunda ola (básicamente entre mujeres de clase media), cuyas inquietudes y agenda se reflejaron también en las revistas británicas de yoga (111 y ss.). Así, resultó natural que un gran número de mujeres encontrara en la instrucción de yoga un medio óptimo para generar recursos propios fuera del hogar, si bien no fue el único.

El capítulo 6 explora y discute un fenómeno que sin duda ayudó a catapultar el impacto del yoga: el papel de la televisión. De cierto modo, las transmisiones televisivas de clases de yoga democratizaron su práctica al permitir a un público amplio un acceso que no dependía ni de maestros ni de manuales. Algunos censos estiman que el número de practicantes en Gran Bretaña se incrementó de 5 000 a 100 000 entre 1967 y 1979 (177). Para evaluar el efecto de la televisión, Newcombe recupera una aproximación que distingue entre medios de comunicación “calientes” y “fríos”; a la televisión le correspondería la segunda categoría (179). El capítulo repasa el influjo de cadenas y personas, tales como la BBC, Paul Dukes, itv y Lyn Marshall, entre otros. Esta labor le confirió a la televisión un estatus educativo que no tenía, al mismo tiempo que dejó mucho espacio para la interpretación de los televidentes y la perpetuación de posibles errores prácticos (202).

Hacia la década de 1980 resurgió el interés en métodos medicinales alternativos y, en ese marco, el yoga se convirtió en una técnica terapéutica a la que muchas personas recurrieron para remediar diversas afecciones musculares y hasta óseas. Todo esto se analiza en el capítulo 7. Newcombe muestra que, por lo general, el yoga británico trató de evitar el conflicto con la profesión médica, al tiempo que se profesionalizó en el ámbito educativo. Se creó, por ejemplo, la Fundación Yoga para la Salud y, paralelamente, tuvo lugar la oferta de la escuela de yoga de B. K. S. Iyengar, que evitaron presentarse como terapeutas, en contraste con el Yoga Biomedical Trust, que intentó aplicar la biomedicina en sus técnicas yóguicas. Apunta la autora que el énfasis en el autocuidado que propugnó el yoga terapéutico permitió, de cierto modo, que los instructores evitaran la profesionalización médica, al mismo tiempo que conservaron su proyección popular como difusores de bienestar y salud (227).

El último capítulo revisa la diversidad de practicantes y estilos de yoga. Explora la manera en que los individuos entienden la relación entre el cuerpo y el espíritu en función de sus prácticas yóguicas. Desde luego, hay varias escuelas o corrientes que prometen habilitar tanto en la salud como en la liberación o iluminación, como fue el caso de la Wheel of Yoga y otros promotores. Esto fue de la mano de una progresiva secularización en Gran Bretaña que supuso una reducción de adherentes al cristianismo, pero un creciente interés en religiosidades alternativas, aunque no necesariamente derivara en conversión. Iyengar tuvo una aproximación algo distinta que la Wheel of Yoga de Clark, pues le resultaba más difícil disociar la metodología física de su aspecto religioso, en el cual se concebía un linaje de maestros que perpetuaban un saber yóguico. A partir de éstos y otros casos, la autora explica que el gobierno británico fue regulando y encauzando la salud y la educación, de modo que los instructores alcanzaron un estatus cuasiprofesional (256).

Aunque imposible de abarcar en su totalidad, el yoga en el Reino Unido es multifacético. Se desarrolló gracias a un sinfín de actores, muchos de los cuales fueron una especie de empresarios. A partir de los años noventa, varios empezaron a competir entre sí en el mercado, lo que multiplicó la diversidad de estilos en oferta; esto generó, por un lado, la creación de negocios rentables y, por otro, mucha incertidumbre en los practicantes en torno a la autenticidad del yoga, como señala Newcombe en la posdata del libro (266).

Yoga in Britain muestra de manera efectiva las maneras en que las viejas y las nuevas formas de yoga se desarrollaron durante el siglo XX en Gran Bretaña. La autora se apoya en una perspectiva sociológica y sociohistórica para desvelar la compleja mixtura de figuras individuales (tanto indias como británicas) y la agencia de medios masivos, cuidando también de incluir la voz de los practicantes. Sin duda, este volumen fijará un estándar en los estudios venideros sobre la historia del yoga en localidades no indias y en contextos modernos y contemporáneos.

1Por ejemplo: Christian Fuchs, Yoga in Deutschland: Rezeption, Organisation, Typologie (W. Kolhammer, 1980); Silvia Ceccomori, Cents ans de yoga en France (Edidit, 2001) y Stefanie Syman, The Subtle Body. The Story of Yoga in America (Farrar, Strauss and Giroux, 2010).

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