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Península

versión impresa ISSN 1870-5766

Península vol.19 no.1 Mérida ene./jun. 2024  Epub 04-Jun-2024

https://doi.org/10.22201/cephcis.25942743e.2024.19.1.87302 

Artículos

Escoceses en el Caribe, siglos XVII y XVIII: de sirvientes y sobrevivientes amigrantes calificados y terratenientes

Scots in the caribbean, XVII and XVIII Centuries: from servants and survivors to qualified migrants and land owners

María Fernanda Valencia Suárez1 

1Centro Peninsular en Humanidades y Ciencias Sociales, UNAM, fernanda.valencia@cephcis.unam.mx


Resumen

Durante los siglos XVII y XVIII un número considerable de escoceses emigraron al Caribe. Este artículo aborda estas migraciones, destacando sus especificidades en cuanto a causas y circunstancias que las motivaron, así como fechas y lugares de llegada, ya sea que fueran de paso o que se establecieran en la región. Se reflexiona acerca de la interacción social entre los colonos ingleses y los inmigrantes escoceses, así como entre éstos y otros grupos sociales. Se alude al trato que se les daba como servidumbre contratada en las plantaciones, subrayando variaciones temporales, al igual que aquellas situaciones que para ellos fueron diferentes, según el color de piel, religión, pertenencia al Imperio británico, escolaridad u otros factores. También se indaga acerca de la movilidad social que, en términos generales, lograron los escoceses en el Gran Caribe, pasando de sirvientes y sobrevivientes del fracaso, a inmigrantes calificados y terratenientes en menos de dos años.

Palabras clave Gran Bretaña; Caribe; Escocia; escoceses; migración

Abstract

In the 17th and 18th centuries, several Scots migrated to the Caribbean. This article addresses these migrations, highlighting their specificities in regard to causes and circumstances that motivated them, as well as the dates and places of arrival, whether in passing through or settling in the region. It reflects on the social interaction between English colonists and Scottish immigrants, and among these and other social groups. It refers to the treatment they received as indentured servants on the plantations, highlighting temporal variations, as well as those situations that were different for them, depending on skin color, religion, belonging to the British Empire, schooling or other factors. It also inquiries about the social mobility that, in general terms, the Scots achieved in the Great Caribbean, converting, in less than two centuries, from servants and survivors of failure, to qualified immigrants and landowners.

Keywords Great Britain; Caribbean; Scotland; Scots; migration

Los ingleses no fueron los únicos británicos en el Caribe. En los siglos XVII y XVIII un número considerable de escoceses llegaron a la región. Sin embargo, por lo general, las experiencias coloniales de los británicos en el Atlántico y en América se estudian sin distinguir entre ingleses, escoceses e irlandeses. Pero, si bien es cierto que “lo inglés” fue predominante, es importante tomar en cuenta que, como bien lo señalan Bernard Bailyn y Philip Morgan en su libro Strangers within the realm, en el primer Imperio británico “no había un solo sistema, sino muchos, ligados uno a otro indirectamente, a través de un centro de poder común y de una lengua y cultura extraordinariamente penetrantes” (1991). En el índice de su libro, los autores antes citados señalan que escoceses e irlandeses se situaban en “los márgenes de Bretaña” y que sus sistemas se vinculaban íntimamente con lo “inglés”, aunque frecuentemente se encontraran subyugados, desdeñados y controlados.

Algunos autores han estudiado la experiencia escocesa en América, pero han puesto poca atención al tema de la situación de los inmigrantes en la región del Caribe. De manera general, Erick Richards, por ejemplo, aborda la cuestión señalando que para los escoceses la incorporación de Escocia al Imperio británico se tradujo en apertura de oportunidades y obtención de privilegios en América (Richards 1991, 69-70). Por su parte, otros textos centran su atención en las colonias de Norteamérica y en el comercio transatlántico (Murdoch 2005 y 2009; Dobson 2004; Landsman 1999; Beckles 1998; y Mullen 2015 y 2016). Sólo los libros de Douglas J. Hamilton, Scotland, the Caribbean and the Atlantic World (2005) y de Michael Morris, Scotland and the Caribbean (2015) se concentran en el Caribe. El hincapié está puesto en el comercio de tabaco, azúcar y esclavos, y escasamente consideran el tema de los inmigrantes escoceses.

Hay investigaciones que mencionan el intento de Escocia por establecer una colonia en el Darien, en Panamá. Utilizan este suceso como evidencia de la ambición colonial escocesa en América y para dar cuenta de la unión entre Escocia e Inglaterra en 1707. Sin embargo, no sitúan este episodio en el contexto más amplio de la presencia escocesa en el Caribe; al menos no ponen el acento en ello. A su vez, los trabajos de Alan Karras (1995) y de Jill Sheppard (1974) arrojan luz sobre el tema de la migración escocesa al Caribe, pero su mirada es restringida: el primero está circunscrito a Jamaica en la segunda mitad del siglo XVIII; y el segundo a Barbados. Así es que, en la historiografía existente se pueden encontrar descripciones acerca de los escoceses en las islas del Caribe, pero no un estudio orientado a reflexionar sobre las experiencias de migración escocesa a dicha zona, analizando factores y situaciones que les permitieron pasar, en menos de dos siglos, de sirvientes y sobrevivientes de un fracaso a inmigrantes calificados y terratenientes en la región. Así es como este artículo busca contribuir a llenar ese vacío historiográfico.

Es escasa la información que existe en fuentes primarias de los siglos XVII y XVIII sobre la migración escocesa al Caribe. Sin embargo, es posible obtener datos por medio del estudio cuidadoso de los registros portuarios, aduanales, comerciales y de plantaciones, así como de la correspondencia oficial y privada, notas periodísticas y testamentos. Estos documentos se encuentran, en su gran mayoría, en repositorios de la Gran Bretaña (Archivo Nacional en Londres, British Library, Greenwich Maritime Museum, National Library of Scotland, National Records of Scotland), aunque varios registros están incompletos.

Incluso, en los siglos XVII y XVIII, la información sobre el tema era limitada. Al respecto, en 1671, el gobernador de Jamaica, Thomas Modyford, indicó al rey que era imposible conocer cuántos ingleses, escoceses, irlandeses y esclavos habían llegado a la isla, ni cuántos habían fallecido: “No hay registros, puesto que han llegado a distintos puertos, bahías y ensenadas […] tampoco podemos saber cuántos han muerto puesto que pocos son enterrados en las iglesias y muchos condados todavía no tienen iglesia”.2 Además, existe evidencia de que varios documentos se dañaron debido a las condiciones del clima. El informe que envió el jefe de justicia jamaiquino a Londres en 1726, señalando que desde 1707 todos los registros se habían destruido con el último huracán,3 da muestra de ello. El material disponible sobre los escoceses en el Caribe es escaso, pero en su mayoría concierne a Jamaica y, en menor medida, a Barbados. Estos lugares fueron destinos principales de los migrantes escoceses en el Caribe, sin embargo, a partir de una revisión exhaustiva de fuentes primarias y secundarias, se puede asegurar que abarcó una región caribeña más amplia.

Este texto estudia dos periodos en los que la participación escocesa en América fue notablemente diferente, tanto el siglo XVII como el XVIII. En el siglo XVII, los ingleses y los escoceses compartieron el mismo rey (Jacobo VI de Escocia fue proclamado Jacobo I de Inglaterra), pero las fronteras políticas y comerciales se mantuvieron, al igual que el parlamento, la moneda y los impuestos de cada país. Inglaterra, entonces, no le permitió a Escocia participar en sus asuntos americanos. En cambio, a partir de 1707, cuando se creó la Gran Bretaña y se unieron políticamente ambos reinos y sus parlamentos, Escocia pudo disfrutar de privilegios en el comercio y en la vida colonial del Imperio británico en el Caribe. En la época colonial no existía el término “migrante”, ni tampoco algún concepto equivalente. La acepción de “migrante”, que fue acuñada en el siglo XIX, considera migrantes a aquellos que dejan su tierra de origen de forma voluntaria en busca de mejores condiciones de vida. Este significado del término no da pie para incorporar al análisis a soldados o funcionarios que cumplen tareas temporales en cierto lugar, ni a prisioneros que son forzados a trasladarse. Pero, las fuentes existentes rara vez distinguen entre visitantes temporales y permanentes, y entre voluntarios y obligados. Además, como los escoceses que llegaron al Caribe, en su mayoría salieron de su patria empujados por circunstancias de penuria, no parece impertinente considerarlos a todos dentro de la categoría de migrantes. De esta manera consideramos migrantes a hombres, mujeres y niños -comerciantes, terratenientes, soldados, funcionarios, marineros, profesionistas, sirvientes y esclavos- nacidos en Escocia, registrados o reconocidos como escoceses, que se establecieron en la región del Caribe, ya fuera por poco o mucho tiempo.

Sirvientes contratados

En los siglos xvi y XVII, en Escocia se vivía una situación difícil. Se registraban sequías y la población crecía; hubo escasez, se incrementó el precio de los cereales y varios productos más, dando como resultado graves hambrunas (Whyte 1997, 37). Las circunstancias fueron especialmente arduas en la región montañosa (Tierras Altas o Highlands) provocando migraciones masivas hacia las costas, a las Tierras Bajas, a Inglaterra, a Irlanda y a Europa continental. Las condiciones eran tales que algunos escoceses se sumaron a los movimientos migratorios que salieron de Inglaterra a América a principios del siglo XVII, incluyendo los que llegaron al Caribe: Bermuda (1615), St. Christopher o St. Kitts (1624), Barbados (1627), Nevis (1628), Enriqueta (1629), Santa Catalina, Montserrat, Antigua y Anguila (1632) y Santa Lucía (1638) (McFarlane 1992, 60). Para la mayoría de los escoceses la emigración al Caribe significó posibilidad de trabajo ante la situación de escasez en su país, aunque con excepciones. Sir James Hay, conde de Carlisle y amigo cercano de Jacobo I y Carlos I, se instaló con muchos privilegios. En 1627 obtuvo la propiedad de “las islas del Caribe” y, junto a su hijo, tuvo el derecho de explotar Barbados, llamada en ese tiempo Carlisle Island (Dobson 2004, 2).

En Barbados, durante los primeros años de la colonia, los propietarios de tierras cultivaron tabaco; después de unos años cambiaron al cultivo de algodón, posteriormente al de índigo y finalmente al de azúcar, que, para mediados de siglo, se convertiría en un producto muy redituable en los mercados europeos. Todos estos cultivos exigían fuerza laboral en abundancia. Sin embargo, a diferencia de los españoles, los colonos ingleses no pudieron usar mano de obra indígena (Zacek 2011, 153-154). Una gran parte de la población nativa del Caribe insular había sido exterminada bajo el régimen colonial español. A su llegada a la región caribeña, los ingleses se encontraron con reductos de poblaciones insumi- sas que se movían entre distintas islas y se escondían en bosques y montes.4 Ya se importaban algunos esclavos de África, pero la población blanca era casi tres veces mayor que la africana y gran parte de la mano de obra utilizada en las actividades de producción era de origen europeo (Carbone 2021, 84-85).

Pero, a medida que la demanda aumentaba, la mano de obra resultaba insuficiente. Los colonos propietarios en las islas solicitaban constantemente a Londres el envío de trabajadores, y para reclutarlos se promovieron esquemas que contemplaban un préstamo para quien quisiera migrar. Se cubría el pasaje, y a veces el alojamiento y la comida, a cambio de trabajo en la isla por un periodo que podía ser de entre dos a diez años (Burnard 1996, 770). En 1774, Edward Long señalaba que quienes “eran menores de 18 años tenían que servir por un periodo de siete años, y si eran mayores, debían servir por cuatro años” (Long 1774, 290). En algunos contratos se especificaba que al final del periodo de trabajo el “sirviente contratado” (indentured servant) obtendría su libertad, junto con una cantidad de dinero o un pedazo de tierra (Beckles 1985, 30-31).

Los programas de reclutamiento y contratación de sirvientes en Gran Bretaña eran patrocinados por grandes compañías mercantiles, por contratistas en las islas -por ejemplo, William Courteen de Barbados reclutaba directamente a sus trabajadores en Inglaterra- o por pequeños comerciantes y marineros que intercambiaban el pasaje por un pago a la llegada al puerto o por el derecho de vender al pasajero y recuperar de esta forma lo invertido (Suranyi 2021, 28). Estas prácticas dieron lugar a que los comerciantes se llevaran también a niños, vagabundos, mujeres o cualquier persona que pudieran subir a su barco (Dunn 1972, 69). La mayoría de los sirvientes contratados eran ingleses, pero no tardó en difundirse la voz de que en los puertos se conseguía trabajo, por lo que llegaba gente de todos lados a Bristol, Liverpool y Londres. No pasó mucho tiempo antes de que también los marineros y comerciantes empezaran a buscar a sus reclutas en otros puertos, incluyendo a los escoceses, principalmente Glasgow. Frecuentemente, los sirvientes contratados no eran informados del lugar al que serían destinados. Al llegar debían formarse en línea para que los dueños de las plantaciones los vieran y eligieran (Long 1774, 288). Casi siempre el trato era cruel: ultrajes, poca comida, vivienda insuficiente y largas jornadas en el marco del clima tropical del Caribe. La miseria en la que vivían los sirvientes propició que entre ellos abundara el consumo de alcohol, la delincuencia y los disturbios (Carbone 2021, 84). La situación empeoró cuando, entre 1630 y 1650, comenzaron a llegar más sirvientes que no se habían embarcado por voluntad propia: vagabundos, mendigos e indigentes sacados de las zonas más pobres de Inglaterra, Escocia e Irlanda. De esta manera, los inmigrantes escoceses vivían en el Caribe en ambientes donde imperaba la violencia para ellos y entre ellos.

En 1655, Inglaterra conquistó, de manos españolas, la isla de Jamaica. Superado el trauma de no haber podido avanzar más y conquistar otros territorios de la Nueva España (Valencia Suárez 2022, 225), los ingleses tuvieron claro que tendrían que habitar la isla para poder defenderla. Con esta idea, el primer gobierno inglés establecido en Jamaica escribió a Londres pidiendo ropa, provisiones, herramientas y un “cargamento de trabajadores escoceses” (Wilson Bridges 2015, 211). Al parecer los escoceses representaban una fuerza de trabajo conveniente: casi no había que pagar por ellos porque llegaban prácticamente regalados a las plantaciones, hablaban inglés -lo que les daba ventaja sobre otros europeos no británicos-; por su religión protestante resultaban mejores que los irlandeses y eran blancos. De hecho, Edward Long apuntaba en 1774 que, en Jamaica, los sirvientes escoceses eran preferidos sobre los irlandeses y recibían una mejor paga (Long 1774, 290).

En lo relativo a su magnitud no se tienen números concretos, pero se sabe que grandes grupos de escoceses llegaron al Caribe para desempeñarse como trabajadores en las plantaciones, y que entre 1665 y 1685 el Consejo Privado del rey concedió veintiséis permisos especiales a compañías navieras para transportar escoceses para servir de sirvientes contratados en las colonias inglesas (Hamilton 2005, 2). La mayoría de los escoceses viajaban solos, sin familia, y en las colonias se les llamaba “Redlegs” o “Redshanks”,5 puesto que sus piernas de piel muy blanca se enrojecían bajo el sol tropical (Sheppard 1974, 71). Con el tiempo, esos términos se usaron para referirse a los blancos pobres que vivían en Barbados, Jamaica y otras islas del Caribe.

Junto con los trabajadores reclutados, llegaron a Jamaica y a Barbados los prisioneros políticos de la guerra civil inglesa (1642-1651), donde la mayoría eran irlandeses e ingleses, pero también fueron enviados varios escoceses, sobre todo provenientes de la región montañosa de Escocia (Wilson Bridges 2015, 492). A los prisioneros los enviaban encadenados para ser vendidos y, en 1655, los dueños de plantaciones de Barbados estimaron que estaban empleando un total de 12 000 prisioneros de guerra (Sheppard 1974, 73). Después de la Restauración, en 1660, el envío de prisioneros e “indeseables” a las islas caribeñas disminuyó considerablemente, pero no desapareció. De hecho, siguió siendo tan común que se acuñó en lengua inglesa el verbo “barbadizar” (barbadosed) para referirse al castigo de ser esclavizado en el Caribe (Sheppard 1974, 74; Beckles 1998, 231).

Para las últimas décadas del siglo XVII, la cuestión de la escasez de sirvientes para realizar trabajos en el campo seguía representando un problema. Las comunicaciones entre los gobiernos de Jamaica y los oficiales reales, en la década de 1670, muestran que se percibía “la falta de sirvientes y esclavos” como “la única obstrucción al comercio” colonial.6 Para entonces, ya había preferencia explícita a que los trabajadores fueran blancos, aunque la predilección provenía sobre todo de la notable disminución de la población blanca en contraste con el aumento de población africana en las colonias. Tanta era la desesperación en Jamaica al respecto que en 1672 se promulgó una ley que estipulaba que por cada diez esclavos africanos debería contratarse un “sirviente cristiano” (Christian servant).7 En un documento de 1670, el gobernador inglés en Jamaica, Thomas Modyford, solicitaba al Secretario de Estado en Londres, Lord Arlington, que se motivara a los escoceses con especial ahínco para trasladarse a Jamaica, “puesto que son buenos sirvientes”.8

Los escoceses eran preferidos como trabajadores, pero, salvo contadas excepciones, no tenían oportunidad de ser nada más. A pesar de que los escoceses de la metrópoli, en Londres y en Escocia, pedían constantemente “la libertad de comercio […] a través de todas las venas de los dominios de Su Majestad”, así como la posibilidad de pertenecer a las compañías comerciales,9 la abolición de impuestos internos e igualdad de derechos para ingleses, irlandeses y escoceses en el extranjero (Canny 1998, 17), Inglaterra no estaba dispuesta a ceder ni a suavizar sus políticas; su prerrogativa era proteger el monopolio inglés del comercio Atlántico.

En 1651 se expidió el Acta de Navegación que prohibía exportar mercancías que no procedieran directamente de su lugar de origen o que no fueran transportadas en buques ingleses. Con esta medida se excluyó a los transportistas escoceses, dañando el comercio escocés de lino y ganado que se desarrollaba hasta entonces en diferentes puertos ingleses (O’Gorman 2017, 63). Algunos vínculos comerciales entre Escocia y el Caribe se mantuvieron por dos décadas a través de las colonias de Norteamérica, pero fueron destruidos en 1673 cuando Inglaterra prohibió el comercio entre Norteamérica y el Caribe, y entre Norteamérica y Escocia, estableciendo altos impuestos al comercio intercolonial y a las reexportaciones. De esta manera, Inglaterra le dio un fuerte golpe a la Compañía Comercial Escocesa (Company Trading to Virginia, the Caribbean Islands, Barbados, New England, St. Kitts, Montserrat and Other Colonies in America), basada en Glasgow (Moya Pons 2013, 111).

En la segunda mitad del siglo XVII, la situación económica en Escocia era deplorable. Se estimaba que para 1698 había alrededor de doscientos mil vagabundos y el hambre asolaba a buena parte de la población, a tal grado que, entre 1688 y 1715, unas cincuenta mil familias escocesas “desertaron” de su país natal y emigraron a Irlanda (Richards 1991, 66). Otros buscaron oportunidades en el Caribe; Hamilton estima que unos cuatro mil quinientos escoceses se establecieron en la región caribeña antes de 1707 (Hamilton 2005, 3). Este número es una estimación y representa una cifra aproximada, puesto que la población en las colonias británicas del Caribe era inestable. Varios llegaban pero se iban después de un tiempo; muchos enfermaban y morían, algunos viajaban de un lado a otro buscando oportunidades, otros cansados de ser sirvientes “huyeron y se volvieron piratas”,10 incluso varios cruzaron desde las islas inglesas hasta las costas de la Península de Yucatán o a Centroamérica para cortar palo de tinte. Respecto de esta última posibilidad, en 1682, el gobernador Lynch señaló en una carta a los Ministros de Comercio y Plantaciones en Londres, que “doscientos o trescientos hombres se habían ido de Jamaica para Yucatán”11 y, según Gibson, para el cambio de siglo en 1700, “había unos 2,000 europeos en la Costa Misquita, que incluían ingleses, escoceses y holandeses” (Gibson 2014, 78).

La presencia escocesa en el Caribe británico, en el siglo XVII, era importante, pero Inglaterra dictaba las reglas y Escocia era tratada como una nación extranjera (Zahedieh 2002, 53; Hanna 2015, 229). Era innegable que Escocia contribuía al crecimiento del Imperio de Inglaterra, pero a los comerciantes e inversionistas escoceses se les excluía de los jugosos mercados americanos y difícilmente podían tener las ventajas sociales de las que gozaban los ingleses.

Sobrevivientes del Darién

En la década de 1690, un grupo de comerciantes anglo-escoceses, encabezado por el banquero escocés William Paterson, intentó establecer una colonia en el istmo del Darién, entre Cartagena y Portobello, en la costa oriental de América Central. Peterson, había viajado un poco por el Caribe y, aunque nunca había estado en el Darién, aseguraba que la ubicación era inmejorable para una colonia, pues se podrían controlar las comunicaciones entre los dos océanos (Gibson 2014, 76; Romero Castaño 2005, 105) y aprovechar el comercio en las Indias Occidentales. En 1695, el Parlamento escocés respaldó el proyecto del Darién y muchos inversionistas ingleses y escoceses aportaron capital (Armitage 2000, 159). No obstante, Inglaterra y los ingleses de la Nueva Compañía de las Indias Orientales (New East India Company) sintieron que sus intereses comerciales y políticos peligraban.

En 1697, la Junta de Comercio (Board of Trade) de Inglaterra determinó que “los súbditos ingleses tenían prohibido brindar cualquier tipo de asistencia a los escoceses” (Armitage 1995, 109). Los escoceses decidieron seguir adelante con su designio y, en 1698, zarparon rumbo al Caribe. En el istmo del Darién fundaron Nuevo Edimburgo, nombraron a la bahía Caledonia, irguieron el fuerte de San Andrés (St. Andrew) y establecieron la colonia de Nueva Caledonia.12 En 1699, circuló en Escocia un panfleto anónimo defendiendo el proyecto y describiendo las bondades del lugar: la amabilidad de los habitantes nativos, la flora, la fauna, los progresos de la colonia (ANON 1699).

La empresa no resultó tan fácil como habían imaginado. Para los colonos escoceses les fue difícil sobrevivir en las condiciones rudimentarias de la selva tropical; muchos murieron por enfermedades y hambre (Marley 1998, 216). La situación se agravó cuando Inglaterra y España bloquearon las naves que les llevaban provisiones (Rose 1999, 239-240). La justificación inglesa para esta obstrucción fue delineada claramente en un texto emitido por la Junta de Comercio en enero de 1700:

El istmo del Darién, un estrecho de tierra entre los reinos del Perú y México o la Nueva España, es parte de lo que los españoles llaman Tierra Firme […] por esa razón somos de la humilde opinión que el establecimiento de una colonia en el Darién por parte de algunos súbditos de Su Majestad toca la más sensible y vital parte [del Imperio Español] y que inevitablemente involucrará a S. M. en un conflicto con España que puede ser fatal para la paz y la buena relación entre las dos coronas y consecuentemente ser destructivo para nuestro comercio […] Incluso suponiendo que no estalle la guerra, la colonia de los escoceses sería muy dañina para nuestras colonias, especialmente para la isla de Jamaica, la más importante de ellas, pues seducirá a muchos de los habitantes de este lugar que con las esperanzas de encontrar minas y tesoros desviarán el curso de nuestras rutas comerciales, que son de gran ventaja para Inglaterra.13

Con base en este discurso -sostenido por la idea inglesa de que la colonia escocesa ponía en riesgo las relaciones anglo-españolas, el desarrollo de las colonias de Inglaterra y el comercio-, la Corona y el parlamento inglés emitieron una orden en todos los territorios bajo su control, prohibiendo brindar asistencia a los colonos escoceses que se habían aventurado al Darién (Long 1774, 296). En Jamaica, el gobernador William Beeston proscribió, “cualquier correspondencia, que se les asista con armas, municiones, priovisiones o lo que sea, que se les ayude con sus barcos” (ibid.) En Port Royal, varios habitantes fueron castigados por intentar socorrer a los escoceses (Wilson Bridges 2015, vol.1, 327).

Aunque los colonos lograron resistir un tiempo y establecer contacto con los nativos de la región, las mercancías escocesas que habían llevado para comerciar-zapatos, pelucas y biblias- no pudieron intercambiarse; los cultivos fracasaron y la enfermedad y el hambre se expandieron. Tres expediciones escocesas llagaron al Darién y todas fallaron. Escocia tuvo que abandonar su proyecto colonial (Steele 1975, 98). Pocos escoceses regresaron a su país, algunos sobrevivientes se establecieron en Jamaica en las costas entre Bluefields y Luana Point en el condado de St. Elizabeth (véase Figura 1). Edward Long, en su Historia de Jamaica señala que la orden de Inglaterra era tan rigurosa respecto a brindar ayuda a los escoceses del Darién, que éstos tuvieron que llegar a Jamaica con “la espada en la mano” pero que pronto se dispersaron entre la población tomando varios empleos (Long 1774, 297).

Imagen original: mapa de Jamaica. Londres, 1672.14 Cortesía de la Biblioteca John Carter Brown. Acceso abierto.

Figura 1 Las flechas señalan Bluefields y Luana Point en el condado de St. Elizabeth 

Ante la tentativa colonial fracasada, algunos de los escoceses que optaron por refugiarse en Jamaica lograron convertirse en dueños de grandes plantaciones. Por ejemplo, el coronel John Campbell, el primero en una larga dinastía de Campbells (ahora un apellido muy común en Jamaica), fue uno de los capitanes de la expedición, quien posteriormente decidió no volver a su patria sino que- darse en el Caribe donde se casó con una inglesa y se volvió uno de los personajes más ricos y poderosos de Jamaica (murió en Saint Elizabeth en 1740). También hicieron grandes fortunas el coronel Guthrie, el coronel Dowdall, y el médico de la expedición, un escocés de apellido Blair (Wilson Bridges 2015, 448). Sin embargo, el resto de sus compañeros no fueron tan exitosos. La mayoría de los sobrevivientes no dejó evidencia de su estancia en Jamaica, o en otras islas, y es probable que se hayan visto obligados a contratarse como sirvientes.

El fracaso de la empresa del Darién arruinó a los inversionistas que participaron en ella. El proyecto costó “cerca de una cuarta parte del capital líquido en Escocia” y ese dinero no pudo recuperarse (Taylor 2001, 293). Los escoceses acusaron a Inglaterra de traición (Ridpath 1700, i-ii), pero se vieron forzados a admitir que el creciente poderío y la influencia de la nación vecina eran imparables y que la única forma de lograr cumplir algunas de las aspiraciones imperiales escocesas era a través de la unión del Parlamento de Edimburgo con el de Londres (Gould 2002, 203). La unión entre Escocia e Inglaterra se consolidó en 1707. Los escoceses perdieron su independencia, pero a cambio obtuvieron una representación importante en el Parlamento de Westminster, en Londres, y acceso a las colonias de Inglaterra en América. Al eliminar la competencia económica entre ambos países

-se actualizaron las Actas de Navegación- se creó una causa común que buscaba el crecimiento del comercio, la fortaleza de la monarquía, un gobierno estable, la defensa del protestantismo y el avance de un único Imperio británico.

Migrantes calificados

Casi de inmediato, después de la unión con Inglaterra, el puerto de Glasgow en Escocia se convirtió en el centro de un auge económico al norte de la Gran Bretaña. La posición de este puerto en el Río Clyde, a las puertas del Atlántico, fue una oportunidad para sus comerciantes. Los principales beneficiados fueron los llamados “señores del tabaco”, aunque también los comerciantes de azúcar, algodón, esclavos y otras mercancías como índigo, ron y palo de tinte. Aprovechando las oportunidades que les ofrecía pertenecer a Gran Bretaña, treinta mil escoceses se establecieron en América en la primera mitad del siglo XVIII (Paxman 1996, 7). Una parte importante de estos escoceses había probado fortuna en Ulster en Irlanda,15 o descendían de los llamados “irlandeses escoceses” (Scotch Irish), es decir, sus padres o abuelos ya habían migrado de Escocia a Irlanda (Canny 1998, 23). Varios migraron al Caribe, a islas grandes como Jamaica y Barbados, pero también a otras más pequeñas como Bahamas, Bermuda, Islas de Sotavento (Leeward Islands), Anguila, Islas Vírgenes y Tórtola. Sólo una pequeña parte de los migrantes escoceses que llegaron al Caribe británico tenía dinero para comprar tierras e invertir, algunos se endeudaban o se arriesgaban con contratos de servidumbre temporal, pero todos buscaban mejorar su suerte y conseguir el dinero, las tierras o el prestigio que anhelaban, confiando en recomendaciones de familiares y amigos, en rumores y en publicaciones.

A medida que el cultivo de caña de azúcar se extendió, durante el siglo XVIII, los trabajadores blancos en los campos fueron sustituidos por esclavos africanos que se consideraban más aptos para soportar el trabajo duro (Carbone 2021, 85). La mano de obra blanca fue reclamada para puestos de capataces, artesanos y servidumbre de confianza. La figura del “sirviente contratado” siguió vigente en las colonias inglesas del Caribe, pero para evitar la mala publicidad y reclamaciones en torno al maltrato, la Comisión de Plantaciones y Comercio acordó que los blancos16 no podían contratarse como sirvientes sino como trabajadores que ofrecerían servicios y serían aprendices por determinado número de años (Beckles 1998, 229).

Para la década de 1730, la composición poblacional en la región caribeña había cambiado significativamente; las importaciones de esclavos africanos no dejaban de aumentar y, a su vez, la proporción de personas blancas disminuía. En Jamaica, por ejemplo, en 1734 se contabilizaron 7 644 blancos -incluyendo hombres, mujeres y niños, identificados como ingleses, escoceses, irlandeses y judíos-, en contraste con 86 546 esclavos africanos (Long 1774, 318-319).17 La discrepancia poblacional entre blancos y negros en todo el Caribe británico preocupaba a los británicos en la metrópoli y en las islas, sobre todo por las posibilidades que esto daba a la organización de rebeliones y revueltas.

Para contrarrestar la mayoría demográfica de la población africana y minimizar el riesgo de levantamientos sociales de los esclavos en las islas británicas, se retomaron medidas como la Ley de Deficiencia que obligaba a los colonos blancos en el Caribe a “proveerse ellos mismos de un número suficiente de gente blanca o pagar cierta cantidad de dinero”.18 La proporción requerida en 1735 era de un blanco por cada veinte esclavos, pero, para entonces, ya salía más barato contratar mano de obra proveniente de África, así que la ley se abrogó y “muchas personas en Jamaica despidieron a sus sirvientes blancos”.19 Es probable que varias de las personas que quedaron sin empleo fueran escocesas, pero no hay registros sobre esto. Las sociedades caribeñas abrían espacios para migrantes blancos capacitados, sobre todo en Barbados y Jamaica, pero aún seguían siendo estáticas con respecto de las divisiones internas y jerarquías sociales, basadas en diferencias de origen, religiosas, raciales y socioeconómicas. Así que es poco probable que un sirviente escocés ocupara un puesto alto, a menos que hubiera ganado la confianza de su empleador.

Lo que sabemos es que varios nuevos migrantes escoceses, con más preparación técnica y académica, llegaron al Caribe. En Escocia había un excedente de graduados de universidades, empresarios, ingenieros, médicos y soldados (Ferguson 2004, 40) para quienes el Caribe ofrecía una alternativa muy prometedora (Games 2002, 346). Un buen número de ellos, sobre todo de Tierras Bajas, educados en las universidades de Glasgow, Edimburgo, Aberdeen o St. Andrews, aprovecharon su preparación para obtener puestos importantes en la administración de plantaciones, en la actividad mercantil, en la armada y en profesiones especializadas como la medicina.

En el siglo XVIII, los doctores escoceses fueron predominantes en el Caribe. Con el crecimiento de la población, las condiciones climáticas y el aumento de la producción en las plantaciones, los médicos eran necesarios para atender tanto a blancos como a esclavos africanos, cuya mortandad molestaba y restaba ganancias a sus dueños. Para 1731 llegaron a ser tantos los médicos escoceses en el Caribe y en las embarcaciones que navegaban hacia la región, que el director -escocés- de la Compañía de las Indias Occidentales (East India Company), envió una carta a su hermano en Escocia pidiéndole que dejara de recomendar más hombres para posiciones médicas puesto que “todos los barcos de la Compañía tienen ya un cirujano escocés […] y hasta que uno de ellos muera no buscaré más” (Paxman 1996, 52). En las milicias locales del Caribe también había un importante número de escoceses, puesto que se buscaba que estuvieran conformadas por blancos, y se prefería que fueran protestantes escoceses o ingleses. De hecho, una preocupación que se expresaba frecuentemente en los documentos de la época, era el número de irlandeses católicos que vivían en el Caribe, donde según el gobernador de Jamaica, Robert Hunter, en una carta escrita en 1728, eran “tramposos” y “desleales” y no querían luchar contra los españoles para defender a los ingleses (Headlam y Newton 1937, vol. 36, V-XLV).

Las diferencias de clase perduraban al atravesar el océano. Los gobernadores y altos funcionarios para el Caribe eran nombrados en Londres y, aunque la mayoría eran ingleses, algunos escoceses llegaron a ocupar estos puestos, quienes, de antemano, eran miembros de la élite con influencias y capital en la metrópoli. Un buen ejemplo es el escocés Henry Cunningham, miembro del Parlamento inglés, que fue nombrado gobernador de Jamaica en 1734 (Wilson Bridges 2015, vol.2, 27).

Tener la piel “blanca” (white) -incluso la quemada por el sol- otorgaba un estatus superior a otros habitantes de la isla; a los que, en 1775, Edward Long clasificaba como criollos (Creoles), negros (Blacks), indios (Indians) y “sus variedades” (Long 1774, 260). La diferencia racial estaba por encima de las provenientes del lugar de nacimiento o de tener una profesión, y si bien la significación social de haber nacido en la metrópoli o ser oriundo del Caribe señalaba una desigualdad pronunciada, los trabajadores blancos contratados, e incluso esclavos, tenían la posibilidad, impensable para los de piel negra, de obtener tierras para cultivar y asentarse o bien una cantidad de dinero para emprender una nueva vida, si es que tenían la buena fortuna de que sus empleadores cumplieran con su parte del contrato o les ayudaran (Naranjo 2014, 173).

En cada distrito se estableció una elite blanca conformada por dueños de esclavos y por los más importantes apoderados (attorneys) de las plantaciones. En la escala social, aunque no tan poderosos éstos, estaban los comerciantes ricos y los políticos de las altas esferas, los británicos blancos y algunos escoceses, que se consolidaban e identificaban en oposición a la creciente población esclavizada negra.

Terratenientes y grandes magnates

En la segunda mitad del siglo XVIII, se vivió una explosión de actividad económica y cultural en Escocia. El epicentro de esa transformación fue Glasgow y su contraparte en América fue el Caribe. Jamaica, que era la base de las actividades económicas británicas en la región, fue el lugar preferido para los escoceses en el siglo XVIII (McFarlane 1992, 146). A St. Kitts, Barbados y Nevis, colonizadas por los ingleses desde principios del siglo XVII, fueron pocos escoceses; en cambio, a las islas adquiridas por Gran Bretaña en 176320 -Dominica, Granada, Trinidad y Tobago-, donde los ingleses no eran mayoría, llegaron en grandes cantidades. Las visiones sobre el Caribe, predominantes en Escocia, entrado ya el siglo XVIII, eran muy positivas. La ciudad de Spanish Town en Jamaica era vista por los escoceses metropolitanos como un sitio de opulencia y oportunidad. De gran influencia resultó la obra del escocés Charles Leslie, titulada New and Exact Account of Jamaica y publicada en Edimburgo en 1740: “Spanish Town tiene un comercio considerable […] es donde muchos comerciantes ricos residen y donde la mayoría de los dueños de plantaciones tienen casas. Viven de una manera cómoda, es sorprendente la cantidad de carruajes […] se organizan bailes frecuentes y recientemente se abrió un teatro” (Leslie 1740, 33). Este tipo de descripciones era, sin duda, un buen aliciente para la migración hacia el Caribe. Los escoceses de las Tierras Bajas se asimilaron con mayor facilidad y frecuencia a la comunidad británica caribeña, dispersándose en las colonias y ocupando puestos de prestigio (Richards 1991, 106). En cambio, los migrantes provenientes de las Tierras Altas (Highlanders) prefirieron formar sub-comunidades o microcosmos al interior de las colonias (Canny 1998, 13-14, 57) y se dedicaron a trabajos agrícolas o artesanales. En el Caribe, al igual que en la metrópoli, el uso del tartán o falda escocesa servía como distintivo a los Highlanders, hasta que, en 1745, se prohibió su uso en todo el Imperio británico21 (Paxman 1996, 8). De cualquier forma, los migrantes escoceses, tanto de Tierras Altas como Bajas, tendían a apoyar a otros escoceses a través de redes que ofrecían trabajos, créditos y oportunidades de negocios. De esta manera, el grupo sólido de escoceses, asentados en el Caribe, facilitó la inmigración de sus connacionales entre 1750 y 1800. Los dueños de plantaciones en el Caribe, pero que residían en Gran Bretaña, las compañías escocesas que administraban plantaciones (por ejemplo, Stirling, Gordon & Co. y Leitch and Smith and John Campbell, senior & Co.) y las compañías mercantes, eran quienes buscaban gente en Gran Bretaña para trabajar en el Caribe. Lo hacían a través de la prensa y procuraban que los “contratados” zarparan en la flota de octubre o noviembre. Los periódicos escoceses publicaban sus notas ofreciendo empleos. Por ejemplo, el Caledonian Mercury, de Edimburgo, en su sección de anuncios del 5 de octubre de 1749 notificaba que el barco “Amitt”, capitaneado por James Aitken, saldría de Glasgow hacia Jamaica

el 5 de noviembre y añadía:

Cualquier persona que quiera trasladarse a Jamaica puede aplicar ahora con John Jamieson, comerciante de Glasgow, o cualquier persona que se quiera comprometer por cuatro años como herrero, cobrero, mecánico de molinos, mecánico en general, carpintero de casas o de barcos, albañil, etc., puede aplicar con él y recibir de diez a veinte libras esterlinas al año con todas las otras necesidades cubiertas durante los cuatro años del contrato.

Este tipo de anuncio continuó apareciendo en las siguientes décadas. Vemos, por ejemplo, un anuncio similar, en el mismo periódico, treinta años más tarde-agosto de 1780- mencionando que se necesitaban albañiles, carpinteros, trabajadores del cobre, jardineros y sembradores en Jamaica, y que se ofrecían contratos (véase Figura 2). Aunque los anuncios estaban dirigidos a toda la población, las recomendaciones y conexiones familiares eran privilegiadas para “minimizar los riesgos” (Mathias 2000, 16). De hecho, los puestos más altos y especializados se conseguían a través de contactos y de la intercesión de conocidos influyentes. La mayoría de los trabajadores reclutados en Escocia eran hombres jóvenes, de entre veinte y treinta años (Hamilton 2005, 24; Mullen 2015, 90). Unos diecisiete mil jóvenes escoceses emigraron al Caribe entre 1750 y 1800 (Hamilton 2005, 23).

Fuente: Caledonian Mercury, sábado 12 de agosto de 1780, 4.

Figura 2 Anuncio clasificado en el periódico 

Los escoceses contratados para los puestos más altos de las plantaciones trabajaron como médicos, capataces (overseers) y administradores (bookkeepers) e incluso como representantes o “apoderados” (attorneys) de los dueños, cuando éstos se ausentaban (algunos por muy largas temporadas) (Naranjo 2014, 175). Otros trabajaban para firmas comerciales en calidad de abogados, administradores o empleados en Kingston, Jamaica; en St. George, Granada; o en Port of Spain, Trinidad (Mullen 2016, 9). Estos trabajos permitieron, al menos a algunos, repatriar dinero e invertir en petróleo, en tierras, en comercio, patrocinar educación, conseguir un lugar en la política británica y hasta regresar a Escocia y convertirse en terratenientes. Otros reinvirtieron sus ganancias en el Caribe. Sabemos, por ejemplo, de algunos de los médicos escoceses que lograron hacerse de plantaciones y fortuna. Por ejemplo, Colin MaClarty, doctor en Surrey, Jamaica, se convirtió en el dueño de la plantación de café Chester Vale en 1792 (Scots Magazine 1795, 132); William Wright, médico y botánico, pasó varias temporadas en Jamaica practicando medicina e invirtiendo dinero en la compra de esclavos.22

La propiedad de esclavos y de tierras era una forma de subir de estatus rápidamente. En 1779, Edinburgh Magazine anunció que el escocés James Riddoch había muerto en Montago Bay, Jamaica. La nota lo describía como un hombre que había sido carpintero en la parroquia de St. James en el noroeste de la isla y que, poco a poco, había comprado varios negros a los que había instruido en las artes de la carpintería, dedicándose a hacer trabajos especializados para varias plantaciones, con lo que, para el momento de su muerte, había logrado acumular cuantiosas riquezas y esclavos.23 La mayoría de los dueños de plantaciones escoceses eran hombres, pero algunas mujeres heredaban esclavos y tierras (Petley 2009). En todo el Caribe, el número de terratenientes escoceses y la cantidad de plantaciones en sus manos fue en aumento durante el siglo XVIII. En la isla de Jamaica, para 1750, un cuarto del total de las plantaciones pertenecía a escoceses y, para el último cuarto del siglo, de acuerdo con los certificados de defunción emitidos entre 1771 y 1775, el 40 por ciento de las fortunas eran escocesas (Houston y Whyte 1989, 238). En 1774, Edward Long señaló que en Jamaica, “los escoceses parecen florecer mejor que los ingleses”, estimó que un tercio de la población blanca de la isla era escocesa y que muchos habían logrado hacerse de buenas fortunas y sortear los obstáculos, gracias a su habilidad, inteligencia, prudencia, sentido común y buen servicio (Long 1774, 286-287). Las más grandes y productivas plantaciones escocesas se establecieron al norte y al oeste, en Westmoreland, Hanover, St. James, St. Anns y St. Marys (véase Figura 3). La comunidad escocesa en Jamaica llegó a tener tanta fuerza que cada año se celebraba la fiesta dedicada al santo patrón de Escocia, St. Andrews, y se realizaba una procesión en Kingston en su honor (Moreton 1793, 34 y 64). Todo parece indicar que en otras islas los escoceses también fueron ganando preponderancia. En 1776, Lachlan Campbell, mariscal y diputado de Tobago, señaló que se sorprendió al llegar a la isla y descubrir que era una “colonia puramente escocesa” (Mullen 2016, 14). Los mapas del siglo XVIII nos muestran más evidencia de la presencia escocesa entre los plantadores del Caribe. Un mapa detallado de Jamaica producido por James Robertson -escocés que emigró al Caribe en 1778- muestra los nombres de las plantaciones, incluidas aquellas a los que los colonizadores escoceses llamaron con los nombres de sus lugares de origen en Escocia: Glasgow, Hampden, Paisley, Castle-Wemyss, o con sus nombres: Gordon, Murray, Erskin, Kerr (véase Figura 4).

Imagen original: mapa de Jamaica de John Lodge. Londres, 1780.24 Cortesía de John Carter Brown Library.

Figura 3 Las plantaciones escocesas se establecieron en Westmoreland, Hanover, St. James, St. Anns y St. Marys 

Fuente: Cortesía de la National Library of Scotland.

Figura 4 Detalle de mapa de Robertson. Londres, 1804.25  

Los escoceses lograron afianzar riquezas y tierras en el Caribe insular y en el continental. El escocés de Glasgow, el coronel James Lawrie, fue superintendente en la Costa Mosquita, y cuando los británicos fueron obligados a abandonar esa zona, en junio de 1787, se mudó con su familia, sus empleados y sus esclavos (más de cien) a Belice, donde fue uno de los más importantes cortadores de palo de tinte y de caoba. Lawrie adquirió varias concesiones para cortar madera en la región conocida como Rowley’s Bight y una residencia en Belize Town. Lawrie describía así sus propiedades: “[…] casas, jardines y plantaciones, y palo de tinte y caoba […] negros […] y herramientas, botes y otras balsas, mulas y otro ganado, utensilios, muebles, bienes, propiedades y otros efectos […]” (Murray 2012, 59). Su hijo lo acompañó a Belice para aprender el negocio mientras que sus dos hijas disfrutaban de las comodidades de Jamaica. En 1799, Lawrie regresó a Glasgow, pero antes le dejó a su hijo todas sus propiedades en Belice y a sus hijas, las esclavas mujeres, en Jamaica, y estableció una pensión anual muy basta para él y sus hermanos en Escocia (ibid., 13).

No todos los escoceses que buscaron fortuna en el Caribe se quedaron ahí. Un reporte estadístico del condado de Kells en Kirkcudbrightshire, Escocia, señaló, en 1792, que muchos jóvenes se iban a las Indias Occidentales para establecer plantaciones y comercios, y que algunos regresaban después de 16-17 años con generosas fortunas (Gillespie 1792, 264). Para finales del siglo XVIII, la mayoría de los escoceses, dueños de las propiedades azucareras en el Caribe, estaban viviendo en Gran Bretaña como “ausentes” (absentees) temporales o permanentes, visitando sus propiedades ocasionalmente o manejándolas a la distancia. Los terratenientes que se quedaban en el Caribe mandaban a sus hijos a Inglaterra y a Escocia, al menos el tiempo necesario para realizar sus estudios. La matrícula en la Universidad de Glasgow creció a la par del comercio, de hecho, “la mitad de los estudiantes matriculados en 1790 eran hijos de la ‘industria y el comercio’ americanos” (Herman 2001, 165). Regresar al pueblo de origen con éxito y riquezas formaba parte de los deseos de muchos inmigrantes, y varios de los escoceses que llegaron a ser terratenientes ricos y grandes magnates en el Caribe pudieron cumplir ese sueño. Para cuando se abolió el comercio de esclavos en Gran Bretaña, en 1807 -mediante el Acta de Comercio de Esclavos en Jamaica y Barbados-, 90 % de la población tenía ascendencia africana y sólo 10 % eran blancos, mulatos y libres de color; en las otras colonias británicas la población estaba compuesta fundamentalmente por esclavos africanos y el grupo de blancos y libertos era incluso más reducido (Naranjo 2014, 176-178).

Conclusiones

Las experiencias migratorias de ingleses y escoceses transcurrieron, ambas, en el marco imperial británico. Pero, en el siglo XVII, los escoceses en el Caribe no gozaron de los mismos privilegios que los ingleses. No todos los escoceses vivieron esta experiencia de la misma forma, ni tuvieron las mismas oportunidades; hubo diferencias importantes entre quienes migraron por cuestiones de sobrevivencia y entre quienes lo hicieron para buscar riqueza, o para ejercer su profesión. También las hubo entre los provenientes de las Tierras Altas de Escocia -que se mantuvieron en estrecha relación entre ellos, sin asimilarse a la sociedad caribeña y en puestos más o menos bajos-, y quienes emigraron de las Tierras Bajas -que se dispersaron, asimilaron y ocuparon puestos de más prestigio-.

La Unión de Escocia con Inglaterra, en 1707, representa un acontecimiento que marca diferencias muy importantes en la historia de la presencia de los escoces en el Caribe. Este acto transformó su posición social e identidad colonial, permitiéndoles acceso a espacios de privilegio, así como la posibilidad de formar parte de los estratos más altos y poderosos de la sociedad caribeña. Además, el hecho de ser blancos y protestantes les permitió ocupar escalafones de confianza y formar parte del grupo dominante en la relación colonial, incluso a quienes formaban parte de los estratos ocupacionales más bajos.

Los escoceses inmigrantes al Caribe en el siglo XVII, fueron tratados e identificados como sirvientes y prisioneros, enfrentaron la miseria de la precariedad laboral, de la exclusión social y económica y la inseguridad del futuro. Pero, en el siglo XVIII con la unificación política de Escocia con Inglaterra, se sumaron al mecanismo explotador y avasallador instalado en las colonias británicas del Caribe, beneficiándose de la explotación de los esclavos africanos.

La situación del miedo al crecimiento de la población negra, respecto a la de color blanco, fue determinante en la preferencia de los ingleses por los trabajadores escoceses. Sin embargo, en cuanto fue más barata la mano de obra africana la balanza cambió. Para el siglo XVIII, la lógica capitalista ya estaba instalada en las posesiones británicas en el Caribe, y debido al deseo por obtener ganancias, el comercio de esclavos africanos significó una inversión más rentable, cierta y segura. Con todo y que las críticas y la condena al sistema esclavista no faltaron, tanto ingleses como escoceses en el Caribe juzgaron que recurrir a la explotación de esclavos negros era conveniente para el Imperio.

Actualmente, la presencia escocesa en el Caribe puede constatarse a través de lugares con nombres escoceses,26 de la pervivencia de algunos apellidos y de aspectos físicos que se perciben en quienes parecen descendientes de aquellos migrantes que llegaron a la región en los siglos XVII y XVIII. Pero, también persisten los sinsabores de las estructuras coloniales injustas en las que participaron los escoceses, primero, como víctimas y, más tarde, como victimarios. En el Caribe, como en todo el mundo, la discriminación se consolidó a través de siglos; entre otras, las desigualdades e inequidades debidas al color de la piel siguen muy presentes.

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2National Archive. Calendar of State Papers Colonial (na. cspc). “The governor of Jamaica Sir Thomas Lynch answers to the inquires of His Majesty’s Commissioners. Dec. 21. Office of Ordnance”. America and the West Indies. December 1671, 16-31. Vol. 7, 1669-1674, 296-311.

3NA. CSPC. “President Ayscough to the Council of Trade and Plantations. Oct. 2, Jamaica”. America and West Indies: October 1726. Vol 35, 145-151.

4La presencia de estos pobladores nativos (principalmente de origen taíno y kalinago) no fue reconocida por las autoridades imperiales, ni por los colonos. Con el paso del tiempo, se mezclaron con otros grupos étnicos y culturales que fueron llegando a la región, particularmente con los de raíces africanas.

5Ave europea de patas largas color rojo.

6NA CSPC. “The governor of Jamaica Sir Thomas Lynch answers to the inquires of His Majesty’s Commissioners. Dec. 21. Office of Ordnance”. America and the West Indies. December 1671, 16-31, vol. 7, 1669-1674, 296-311.

7NA CSPC, “Minutes of the Council of Jamaica. May 6-9”. America and the West Indies: May 1672, Vol. 7, 354-364.

8NA CSPC. “Governor Sir Tho. Modyford to Sec. Lord Arlington. Sept. 20. Jamaica”. America and West Indies; September 1670, 16-30, vol. 7, 1669-1674, 94-110.

9A principios del siglo XVII se fundaron las compañías comerciales inglesas con derechos exclusi- vos sobre vastas áreas en diversas partes del mundo. Estas organizaciones eran esencialmente gremios de comerciantes a los que se les permitía realizar comercio a gran escala con costas lejanas. Llegaron a ejercer funciones que normalmente eran prerrogativa de los Estados nacionales, tales como establecer asentamientos, construir puertos y guarniciones, organizar y financiar empresas comerciales y de exploración, circular y divulgar noticias y propaganda, llevar a cabo alianzas y tratados con otras naciones, e incluso participar en la toma de decisiones en el Parlamento y en otras instituciones imperiales. Algunas compañías inglesas importantes fueron la East India Company (1600), la Vir- ginia Company (1606), la Providence Island Company (1629), la Hudson’s Bay Company (1670), la Royal African Company (1672-1750) y la South Sea Company (1711).

10NA CSPC, “Sir Thomas Lynch to Lords of Trade and Plantations. Feb 28. Jamaica”. America and West Indies: February 1684, vol. 11, 581-601.

11NA CSPC, “Sir Thomas Lynch to Lords of Trade and Plantations. Aug, 29. Jamaica”. America and the West Indies: August 1682, 16-31, 276-291. El palo de tinte, también conocido como palo de Campeche, es una madera tintórea que fue muy apreciada por los productores textiles europeos.

12Estos nombres han desaparecido, sin embargo, permanecen algunas referencias a los colonos escoceses en algunos de los nombres en español en la región.

13Board of Trade. Plantations General, “January 18, Whitehall, Signed Stamphord, Lexington”, 35, 152-159.

14John Carter Brown Library MAPS 9772. 1672. John Seller, Novissima et Accuratissima Insulae Jamaicae Descriptio. Londres.

15A principios del siglo XVII, muchos escoceses, la mayoría presbiterianos de las Tierras Bajas, participaron en la colonización de la región irlandesa de Ulster que, promovida por el rey Jacobo I, buscaba poblar con protestantes una zona tradicionalmente católica.

16La primera distinción legal entre esclavos y sirvientes debida a la condición racial fue en 1640 cuando un tribunal de Virginia condenó al africano John Punch a cadena perpetua después de que intentara huir de su servicio. Punch huyó acompañado de dos blancos, un holandés y un escocés. Los europeos fueron sentenciados únicamente a un año más de su contrato y a tres años de servicio en la colonia (Gray et al., 2013, 59).

17Los cálculos de trabajos más recientes señalan números similares: 7648 blancos -incluyendo sirvientes, mujeres y niños- y 74 000 esclavos africanos (Headlam y Newton 1937, vol.37, v-li). Aunque no es posible asegurar su precisión, lo importante es resaltar la diferencia en cuanto al tamaño de cada una de estas poblaciones.

18British Library Colonial BL CO 137, 22. Proceedings of the Council of Jamaica, 19 Feb 1736.

19Ibid.

20Fueron cedidas a Gran Bretaña como parte del Tratado de Paz al terminar la Guerra de los Siete Años (1756-1763).

21Sólo se permitía su uso a los regimientos escoceses de la Armada.

22Royal College of Physicians of Edinburgh. “William Wright”. Consultado el 19 de noviembre de 2022. https://www.rcpe.ac.uk/heritage/college-history/william-wright.

23Edinburgh Magazine, 9 (1797), 79.

24JCBL MAPS 10966.

25National Library oF Scotland. NLS MAPS. James Robertson. 1804. To His Royal Highness the Prince of Wales, this Map of the County of Cornwall, in the Island of Jamaica. Londres.

26En mapas ingleses del siglo XVII, aparecen en Barbados y en Jamaica, zonas que llevan en el nombre una referencia a Escocia, por ejemplo, en Barbados, “Scotland” en la costa noreste (véase jcbl Mapa The principal islands in America belonging to the English Empire viz Jamaica, Barbados, Antegua, St. Christophers and Bermudas, Londres, 1696), pero hay que considerar que no tienen relación con la presencia de migrantes escoceses, puesto que se nombraron así por la reminiscencia que dio a los ingleses su paisaje montañoso al que compararon con el de Escocia. En cambio, hay otros lugares que sí fueron bautizados por migrantes escoceses o que hacen honor a personajes escoceses: En Barbados; Callendar, Carrington, Inch Marlowe (Inchmarlo), Montrose y Saint James. En Jamaica; Aberdeen, Alva, Clydesdale, Culloden, Dundee, Elderslie, Elgin Town, Playa de Farquhar, Glasgow, Inverness, Kilmarnoch, suburbios de Kingston (Balmagie, Breaton, Dunrobin, Valle de Pitcairn, Portmore, Sterling Castle), suburbios de Montego Bay (Dunbar, Pen, Glendevon), Perth Town, Roxborough, Stewart Town, Tweedside. También en Jamaica los escoceses erigieron un “Castillo de Berwick” y un “Castillo de Edimburgo”, este último en la parte central de la isla en el distrito de Saint Ann, llevaba ese nombre, aunque fuera nada más una torre; su dueño era un escocés llamado Lewis Hutchinson (Wilson Bridges, 2015, vol., 2, 161-162, 468). En Trinidad y Tobago: Isla Caledonia e Isla Craig (unidas por un arrecife).

Recibido: 23 de Enero de 2023; Aprobado: 18 de Septiembre de 2023

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