Introducción
La revolución mexicana es un proceso sociopolítico y cultural de alta complejidad histórica, resultado de múltiples factores, y uno de los momentos clave que marcó el curso de la formación del Estado mexicano en el siglo XX. Se ha vertido mucha tinta para analizar, describir y comprender a esta revolución.1 Con el paso del tiempo, los hallazgos documentales y la diversidad de enfoques teóricos han influido en un cambio interpretativo. En la actualidad es posible advertirlo como un fenómeno heterogéneo que se delineó a partir de los contextos regionales y locales.2
A inicio del siglo XXI, en el marco del centenario conmemorativo de 1910, se puso énfasis en el estudio de la organización popular y la conformación étnica de los grupos participantes en dicho proceso. De forma paralela, desde fines del siglo XX, en diversos espacios académicos se comenzó a debatir sobre las tesis clásicas de la historiografía mexicana relacionadas con “la cuestión agraria”. En esta coyuntura se revitalizaron las discusiones sobre la transformación de la tenencia de la tierra de los pueblos en distintas regiones del país y su relación con el inicio del levantamiento armado. Nuevamente se lanzaron preguntas en cuanto a las motivaciones de los grupos campesinos y populares para tomar las armas. Con ello se cuestionaron las ideas de los pensadores agraristas clásicos.3
El resultado de estas inquietudes e interrogantes fue el florecimiento de una importante historiografía que dio un viraje a los trabajos sobre la propiedad comunal. Hubo un avance sustantivo en el conocimiento de la historia de entidades federativas, regiones y municipios.4 Uno de los espacios más explorados fue el Estado de México. Ahí se han realizado investigaciones de Margarita Menegus, Romana Falcón y John Tutino.5 En tiempos recientes se sumaron a esta literatura: Daniela Marino, Gloria Camacho y Diana Birrichaga.6
Lo descrito hasta aquí nos ayuda a pensar en los nuevos enfoques y miradas sobre el mundo rural a fines del siglo XIX. Con esto en mente, lo que se vuelve provocativo es que la Revolución en sí misma dejó de ser un punto relevante de interés. Quizá el lector conocedor de la Revolución mexicana pensará que se ha escrito demasiado y que es momento de dirigir los esfuerzos hacia otros horizontes. No obstante, quien escribe este texto (y más allá de tintes nostálgicos) se suma a la idea de pensar en la actualidad de la Revolución a partir de una mirada más fresca y con acervos que no se habían consultado. Hay vetas por explorar y aún mucho camino que recorrer.
Por ello, en el presente escrito me acerco al proceso revolucionario en el Estado de México. Curiosamente, este estado ha sido menos estudiado en comparación con otras entidades. Probablemente la ausencia de grandes batallas y de demandas radicales hayan hecho que este lugar fuera poco atractivo para los especialistas. Posiblemente esto se deba a la cercanía con la ciudad de México, cuya actividad ha eclipsado otros acontecimientos. Quizá también influyó el concentrado interés en el zapatismo morelense. La suma de estos elementos y muchos otros nos invitan a reflexionar sobre este tema.
A la luz del panorama descrito, en este artículo analizo cuáles han sido los trabajos enfocados en el periodo revolucionario de 1910 a 1920 en el Estado de México. El corpus bibliográfico y hemerográfico examinado se compone de los escritos en México de la década de los años setenta del siglo XX a inicios del XXI. Se incorporan libros, capítulos de libros y artículos en revistas. Conviene señalar que en la búsqueda de trabajos sobre este tema se intentó ver más allá de las fronteras de nuestro país, pero no se tuvieron resultados exitosos, lo que indica una concentración del interés de corte nacional y estatal.
Claro está que en el arranque de esta revisión consideré dos textos de referencia. En primer lugar, se tomó el artículo de Felipe Ávila Espinosa cuyo título es “La revolución zapatista en el Estado de México”, que forma parte del libro 175 años de historia del Estado de México y perspectivas para el tercer milenio, coordinado por Mílada Bazant. En la introducción, el autor expone su visión inicial de la revolución y sus distintas interpretaciones.7 En segundo lugar, se vio el artículo de la historiadora Elvia Montes de Oca Navas. La autora señala lo contrastante de los resultados de las investigaciones. Hace un recorrido por los acervos documentales, los principales exponentes, y posteriormente destina unas páginas a las biografías de personajes destacados.8
Dicho lo anterior, es oportuno aclarar que en este trabajo se parte de estas clasificaciones y se agregan algunos elementos más. Es prudente advertir que no se incluyen los documentos generados en la época ni los textos biográficos de los políticos o intelectuales. En este artículo lo que importa más es la caracterización de la revolución. Se observan las diferentes perspectivas (política, social, económica), el espacio de estudio, los factores más destacados, los actores sociopolíticos y las fuentes.
En ese sentido, se aprecian tres momentos historiográficos que dan forma a este escrito. El primero tiene que ver con la interpretación inicial de los historiadores que estudiaron la Revolución en las décadas de los años setenta y ochenta. La tesis central se refiere a que los levantamientos armados en el Estado de México fueron resultado de un “contagio” por las tropas zapatistas que incursionaron en ese lugar. Con esto, se partía del supuesto de que en este estado no había un proceso revolucionario interno. Esto se revisará en detalle en el primer apartado.
En un segundo momento -gestado en la década de los ochenta-, se dio un giro historiográfico donde se advirtió que había algunos espacios potencialmente perceptibles y corroborables de la existencia de insatisfacciones y problemas locales de diversa índole. Algunos historiadores, que se mencionarán en el segundo apartado del trabajo, se remitieron al siglo XIX para indicar las zonas más conflictivas donde estalló la Revolución. En este momento, se habló del carácter beligerante de algunos sectores de la población. Se distinguen los trabajos relativos a la participación del Ejército Libertador del Sur y los problemas por cuestiones agrarias. Esta historiografía se adscribe a la tendencia de estudios sobre el zapatismo y tiene una fuerte influencia del denominado “boom zapatista”. Adviértase que esta posición es divergente a la interpretación del “contagio”.
El tercer momento incluye a nuevos trabajos que nos hablan de la fragmentación regional y estudios de caso donde se da cuenta de la variedad de problemáticas. No se deja de lado que el tema agrario sigue generando mayor interés, ya que se mencionan autores de décadas previas; no obstante, hay investigaciones más críticas que van más allá de los elementos tradicionales de la historia política y tienden a ver otros actores sociales y factores ambientales. Hay una ligera diversificación de los lugares de consulta.
En el cuarto apartado nos adentramos en el debate historiográfico que cada uno de los autores pone de manifiesto. Ahí se pueden ver las opiniones sobre la Revolución y los actores sociales participantes. Con ello se reconocen las formas de contar la historia de ese estado. Además, se pone atención en qué regiones se ha concentrado el interés de los especialistas, los acervos revisados y la conformación del andamiaje teórico y conceptual.
Por último, esta revisión, tan somera como inevitablemente personal, surge del interés de explorar y explicar cómo se han dado estos cambios, quiénes han sido los exponentes de estas ideas, cuáles sus argumentos y sus fuentes. No obstante, es necesario aclarar que se parte de una mirada analítica en donde no hay espacios exentos de conflicto y que los actores sociopolíticos actúan por diversos motivos. Si bien no todos los participantes se rigen por fines ideológicos, tampoco sólo lo hacen por coacción, imposición o manipulación.
De telón de fondo, en la mente de esta historiadora están presentes aquellas clásicas preguntas de: “¿por qué se rebela la gente?”, “¿por qué la gente toma las armas y apuesta la vida misma?”. Visto eso, se considera que quienes se suman a alguna movilización, en momentos, evalúan costos, beneficios y miran el principio de oportunidad; pero también pueden responder de forma inmediata y al calor de la coyuntura. Quizá algunos tengan una posición política y otros no. Posiblemente haya personas que se rebelen por el principio de subsistencia y del resguardo de lo más básico y de la supervivencia. Es decir, pueden involucrarse una variedad de factores. Se entiende que estos participantes se despliegan en un escenario donde están presentes la pugna y la negociación, el conflicto y el consenso, que forman parte de las relaciones de dominación y subordinación, donde hay conexiones entre los ámbitos: local, regional, estatal y federal.
La revisión de los cambios en esta historiografía nos acerca a ver esta heterogeneidad y abre las posibilidades de revisar la revolución desde el Estado de México y de repensar el zapatismo en nuestros días.
El primer momento: la revolución que llegó desde fuera y el “contagio” zapatista
En 1977, José Ángel Aguilar publicó su libro La revolución en el Estado de México, editado por el Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana en dos volúmenes. El primero comprendía del fin del régimen porfiriano hasta el maderismo, en donde se hacía una descripción del enriquecimiento de la élite porfiriana, la expansión de las haciendas y el inicio del periodo revolucionario. El autor considera que el maderismo no tuvo un respaldo social importante por el poder que tenía la élite y el nexo estrecho del gobernador Fernando González (1904-1911) con el presidente Porfirio Díaz. Pese a que Aguilar advierte problemas a fines del porfiriato, sostiene que la Revolución llegó con los zapatistas de Morelos. Hace una descripción de los distritos del estado en donde se dieron asaltos y enfrentamientos armados.
El segundo tomo inicia con la Decena Trágica y el gobierno del político y empresario Manuel Medina Garduño (1911-1913), continúa con el ascenso del zapatismo con el gobierno de Gustavo Baz Prada (1914-1915), sigue con los años de dispersión de los grupos rebeldes y cierra con el constituyente de 1917. Los acontecimientos se presentan a partir de los trazos de la visión política estatal, donde se van tejiendo los procesos nacionales con los locales. Se destacan las figuras de los dirigentes políticos, los hacendados y los militares. Hay una narración en sentido cronológico, con la ubicación de los distritos del estado. Se mencionan los documentos y los autores, sin poner referencias ni usar un aparato crítico. Debe señalarse que es una explicación general que representa un primer e importante esfuerzo para forjar una narrativa de la Revolución en el Estado. De esta forma, José Ángel Aguilar sienta las bases para ver a la Revolución gestada desde afuera, pero con un impacto en toda la entidad.9
Esta línea de argumentación se enriqueció y reforzó con el libro de Ricardo Ávila Palafox, publicado en 1988, ¿Revolución en el Estado de México? No es fortuito que se pusieran signos de interrogación a este libro. Desde el inicio, se afirma que “en el Estado de México el movimiento revolucionario de 1910-1920 fue muy limitado, sólo la porción sur de la provincia se vio afectada por el conflicto armado y ello debido, sobre todo, al contagio de bandas rebeldes provenientes del sur, de los estados de Morelos y Guerrero”.10 Las cursivas las pongo para enfatizar la idea de Ávila Palafox de equiparar a la Revolución con un fenómeno similar a la transmisión de una enfermedad. Señala que la revuelta se inició en la región del sur por las bandas rebeldes y los “malhechores” que provenían de fuera.11
Si bien la idea de este proceso externo que llega y se inserta en el Estado de México es provocativa, sus opiniones sobre el zapatismo también lo son. Menciona que el zapatismo fue “un movimiento poco coherente” ya que se refugiaron en las montañas del sur y entre de ellos había bandoleros que depredaban. Tajantemente nos dice que “la rebelión zapatista fue en el Estado de México un fenómeno limitado, constreñido sólo a una parte de la provincia, la más aislada y la más frágil; fue un hecho limitado que afectó a la población civil, quien sufrió toda clase de depredaciones a lo largo de la revolución”.12 Con el objetivo de sostener sus aseveraciones, Ávila Palafox presenta una serie de datos estadísticos para demostrar que en las zonas históricamente dominadas por el bandolerismo se vivió mayor desorden y hubo una significativa movilización armada.
Si observamos ambas interpretaciones, hay ciertos rasgos en común. La Revolución se entiende como un fenómeno que se dio por factores externos. Ambos son trabajos que inician con una descripción del porfiriato. La diferencia es que Aguilar le da un espacio menor, mientras que Ávila Palafox privilegia este periodo sobre la misma revolución. No obstante, hay un cambio relevante. Por un lado, Aguilar construye una narración basada en una descripción detallada que va de año en año, donde hace comentarios y vierte opiniones. Por otro, Ávila Palafox es analítico: presenta datos y lanza sus argumentos de forma tajante. Hace una descripción de rasgos geográficos, demográficos, agrarios, económicos, políticos y sociales de todo el estado.
Ahora bien, conviene advertir que estos textos tienen once años de distancia en su publicación. La de Aguilar es de 1977, mientras que la de Ávila Palafox es de 1988. El manejo de las fuentes es contrastante: Aguilar no pone referencias, cita a autores y documentos, pero sin la rigurosidad de Ávila Palafox. Este último tiene una posición crítica hacia el zapatismo. En sus referencias cita el trabajo de John Womack. Lo anterior marca la pauta para pensar que posiblemente confeccionó su investigación en un momento historiográfico en que había un predominio de los estudios del zapatismo. De ese contexto y de los trabajos que se publicaron, se habla en el siguiente apartado.
El segundo momento: el “boom” historiográfico zapatista y el problema agrario
Hablar del Ejército Libertador del Sur y su lucha por la tierra es por excelencia uno de los tópicos más apasionantes de la Revolución. De acuerdo con John Womack, hay generaciones de especialistas en el tema desde los escritos de Gildardo Magaña y Carlos Pérez Guerrero. Sin embargo, destaca que “la historia propia del zapatismo” inicia con el libro Raíz y razón de Zapata, de Jesús Sotelo Inclán. Aquí se encuentra a la primera generación de trabajos del zapatismo, pues se dio un sentido histórico a la lucha de los pueblos de Morelos.13
En la segunda generación se ubica el mismo Womack con su libro Zapata y la Revolución mexicana; pero agrega no ser el único, ya que otros de sus contemporáneos, como François Chevalier, Alan Adamson, John McNeely, Robert Millon y Robert White también destinaron tiempo y energía en la misma dirección. En la tercera generación de esta historiografía se encuentran Salvador Rueda, Laura Espejel, Ricardo Pérez, Jane Lloyd, Arturo Warman, Alicia Olivera, Horacio Crespo y Samuel Brunk.14 En una cuarta generación se encuentran Felipe Ávila Espinosa y Francisco Pineda, solo por nombrar a los más reconocidos; aunque no está de más agregar que en la actualidad emerge una nueva generación de la que se hablará más adelante.15
Los aspectos mencionados concurren en ver el amplio espectro de los trabajos sobre los zapatistas de Morelos y el auge que tuvo en al menos las tres últimas décadas del siglo XX. No es motivo de este escrito el analizar esta historiografía, pero sí se apunta su impacto en las formas y en los modos de hacer investigaciones en otros estados y de pensar la Revolución. Lo que aquí interesa resaltar es que la historiografía zapatista abarcó y monopolizó los intereses de los especialistas de forma tal que hubo generaciones dedicadas al valle de Morelos, la producción de caña y los conflictos agrarios con las haciendas en esa región. Quizá esta abundancia eclipsó por un tiempo aquellos procesos que se dieron en otros lugares. Pero es necesario recalcar que se dio otro efecto: la irradiación del escrutinio de la lucha por la tierra y la participación campesina en otras entidades.
Por ello, algo que no se puede negar es que esta vertiente historiográfica tuvo su influencia en el Estado de México. En ese sentido se encuentran los trabajos de Laura Espejel y Salvador Rueda Smithers, quienes estudiaron las zonas cercanas y colindantes con Morelos.16 Ambos autores publicaron artículos del área limítrofe zapatista en donde se aprecian los conflictos agrarios y el despojo de tierras.
En el año de 1981, en la revista Cuicuilco se dio a conocer el artículo titulado “La zona armada de Genovevo de la O” de Salvador Rueda. En ese texto, menciona que había varios problemas locales en el Estado de México: uno de ellos fue el conflicto agrario. Rueda observa que la disputa de tierras estaba presente en lugares como Ocuilan y Malinalco. Esto influyó en el estallido del movimiento campesino. Aunque el estudio se centra en el periodo 1911-1920, al inicio se remite a la colonia y el siglo XIX para poner énfasis en el desarrollo del capitalismo en México.17
Desde esta perspectiva se ven a los campesinos que fueron atacados y despojados, quienes posteriormente tomaron las armas. El autor advierte la respuesta activa campesina pero sin idealizarla, ya que de forma paralela ve el conflicto interno y el bandolerismo. También pone de relieve la discordia entre los dos dirigentes campesinos: Francisco Pacheco y Genovevo de la O. Si bien el problema agrario está en el centro, también se da información sobre la movilidad política a partir de las elecciones que se dieron en 1908-1909 y 1910.
Con un enfoque parecido y fuentes similares, encontramos en la misma revista el artículo de Laura Espejel cuyo título es “El movimiento campesino en el oriente del Estado de México: el caso de Juchitepec”. En este trabajo se hace un acercamiento al medio físico, las condiciones agrarias durante la conquista y la colonia, el despojo de tierras y la explotación de mano de obra que se acentuó durante el siglo XIX al verse favorecidos los hacendados por las reformas liberales. Llega al periodo de la Revolución y abarca hasta el año de 1935.18
La columna vertebral de este artículo es la cuestión de la tierra que se presenta como el motor de la Revolución. Por ello, la autora se extiende hasta la reforma agraria con una periodización que va de 1911 a 1938. De acuerdo con esto, los pueblos indios después convertidos en campesinado fueron despojados y sometidos a reiterados abusos por un periodo largo, pero en 1911 se rebelaron y tomaron las armas. El resultado de su revisión es que sí hubo causas internas de inconformidad e insatisfacción local en esa parte del distrito de Chalco.
Vistos estos dos artículos, antes de seguir adelante es oportuno resaltar algunos elementos en común. Si bien son breves en cuanto a su extensión, son significativos en su posición historiográfica ya que toman distancia de José Ángel Aguilar, quien había publicado su trabajo en 1977. Salvador Rueda y Laura Espejel hacen una revisión de larga duración en cada espacio de estudio y ubican que el problema agrario es fundamental. Hay una perspectiva teórica en común, así como el uso de fuentes documentales y testimonios de los participantes.
Seis años después, la perspectiva agraria zapatista se afianzó en el trabajo de Rodolfo Alanís Boyzo. En su libro Historia de la Revolución en el Estado de México. Los zapatistas en el poder, el autor presenta de inicio a fin al único gobierno zapatista en la entidad, que estuvo encabezado por Gustavo Baz Prada. El autor señala que su objetivo es mostrar el panorama de los principales aspectos políticos, económicos, sociales y militares en el Estado de México durante el gobierno provisional de Gustavo Baz. Por ello, el periodo de estudio abarca de diciembre de 1914 a octubre de 1915.19
Con esta publicación, Alanís Boyzo se posicionó como uno de los primeros exponentes de esta historia regional que puso énfasis en el zapatismo en el estado. Conviene decir que, si bien habla de la cuestión agraria y el reparto de tierras, el autor centra su atención en las acciones de gobierno de Baz Prada. El interés del autor por dicho personaje se reafirmó años después, cuando publicó un estudio biográfico.20
El efecto de los planteamientos de Rodolfo Alanís se aprecia en la investigación del historiador Marco Antonio Anaya Pérez, quien estudia el espacio de Chalco y Amecameca. En su libro Rebelión y Revolución en Chalco- Amecameca, Estado de México, 1821-1921, Anaya Pérez realiza una investi gación de larga data sobre la “región de los volcanes”, a partir de la preocupación de la cuestión agraria. El tema de la Revolución lo toca en el último capítulo, “La lucha armada en la región Chalco-Amecameca, 1911-1921”, donde describe las acciones armadas en Chalco a fines de 1910 e inicios de 1911. Menciona el apoyo inicial al maderismo y su pronta ruptura. Da a conocer los nombres de los líderes principales del levantamiento armado y las zonas ocupadas.21
El autor observa la conexión con los zapatistas morelenses en cuestiones armadas, pero también por la coincidencia en la problemática. Anaya expone las acciones y la presencia de los zapatistas de esta región. El trabajo cierra con la reforma agraria y con un escenario poco alentador por el escaso avance de las demandas de ese tipo en Chalco. Es interesante destacar que cuenta con algunos mapas donde se distingue a las poblaciones (cabeceras municipales, localidades) en las que hubo mayor actividad armada en el periodo de 1910 a 1920.
En 1992 se publicó el Diccionario biográfico e histórico coordinado por Roberto Blancarte y editado por El Colegio Mexiquense.22 Esta publicación presenta la cronología de los principales acontecimientos de este periodo, las biografías de los participantes, las descripciones de las acciones de guerra, las asociaciones, los partidos y los clubes políticos. Se encuentran los manifiestos, planes y legislaciones. Se hace un resumen de los periodos de gobierno y la lista de los gobernadores. Aquí se pueden encontrar fragmentos de documentos y referencias a los archivos donde hay datos de la Revolución.
En apariencia, la compilación de documentos no tiene “grandes ambiciones”, pero en el fondo cuenta con el propósito de mostrar las variadas manifestaciones y participantes de la Revolución en el ámbito regional y local en el periodo de 1910 a 1920, con ciertos antecedentes del porfiriato. El diccionario da más datos de la Revolución y ayuda a matizar aseveraciones que ponen en duda el desarrollo revolucionario estatal.
La preocupación agrarista y zapatista se mantiene vigente en el artículo que presentó Felipe Ávila Espinosa, “La revolución zapatista en el Estado de México”, nombrado en las primeras páginas de este texto. Este historiador pone énfasis en los problemas agrarios como elemento clave que se puede rastrear en los antecedentes con la concentración de superficie fértil en las haciendas y ranchos. Uno de los casos emblemáticos fue Chalco-Amecameca.23
No obstante, Felipe Ávila señala que lo agrario no fue el único elemento que propició el levantamiento armado. La complejidad de las motivaciones pasó por aspectos de tipo político, económico y moral. A partir de estas reflexiones, presenta al grupo variopinto de los zapatistas, donde hubo participación por adscripción ideológica, y otra por agravios y conflictos locales. Es significativo que no deja de lado los abusos hacia la población y el poco consenso que tuvo este movimiento en algunos momentos. Esto permitió la emergencia de un grupo de voluntarios que fueron un cuerpo armado de autodefensa que se enfrentaron a los zapatistas.
Expuesto lo anterior, es necesario aclarar que el trabajo habla de todo el estado con ciertos ejemplos de sus regiones. Como ya se ha dicho, su perspectiva se encamina a la vertiente agraria social pero consciente de la multiplicidad de factores donde los pueblos y los campesinos (hombres y mujeres) vivieron un periodo de despojo y humillación, pero que lucharon y resistieron.24
Tercer momento. Fragmentación regional y nuevos enfoques
En la década de 1990 y en los primeros años del siglo XXI, se publicaron libros de autor, libros compilados y capítulos de libro que dieron a conocer investigaciones académicas especializadas en el periodo revolucionario o en un personaje. Sobre esta gama de trabajos se comenta lo siguiente.
En 1997, el Instituto Mexiquense de Cultura publicó el libro de José Antonio Gutiérrez Gómez El impacto del movimiento armado en el Estado de México (1910-1920). En ese escrito, el autor enfatiza que la Revolución es una suma de levantamientos armados y revueltas locales de diversa índole. Divide su investigación en los diferentes periodos, donde se destacan el maderismo, el zapatismo y el constitucionalismo. Un rasgo distintivo es el uso de las fuentes orales.25
Un año después, en 1998, en el libro Historia general del Estado de México, coordinado por Mílada Bazant de El Colegio Mexiquense, se incluyó el artículo “El Estado de México en la Revolución, 1910-1917”, de Laura O’Dogherty. En ese texto, la autora hace una recapitulación de los antecedentes del porfiriato en la región. Esta es una lectura panorámica de la Revolución en todo el estado. Si bien en el título se menciona el año de 1917, en el escrito se puede ver que llega hasta 1920. Lo destacable es que hace un balance general. Ubica la importancia del peso de los zapatistas y pone énfasis en la pacificación de Carranza. Analiza a los grupos zapatistas y su beligerancia, que resulta de los ataques del ejército federal y constitucionalista, su reorganización local y su cambio de estrategia. En esta interpretación se encuentra a los grupos políticos poderosos, a los líderes sociales y a los jefes militares.26
De la institución anteriormente nombrada se encuentra un capítulo de libro que formó parte de la serie Cuadernos Municipales y que centra su atención en Malinalco. En este trabajo, la historiadora Elvia Montes de Oca Navas, mencionada en la introducción de este escrito, redactó un texto del periodo de 1910 a 1940. Lo más interesante y revelador es que la autora ubica con detalle a los principales participantes de este municipio. Describe los combates y la lucha entre carrancistas y zapatistas por ganar posiciones en esta zona. Advierte la pérdida de influencia zapatista a partir de 1917 a la luz de la promulgación de la Constitución y en 1919 con el asesinato de Zapata. Después su visión se encamina al periodo cardenista, donde pone énfasis en la educación y la reforma agraria.27 Dirigiendo la vista hacia la misma zona de estudio, José Antonio Gutiérrez Gómez publicó un artículo breve de los recuerdos de la Revolución en Malinalco y Ocuilan. El autor se enfoca en el periodo de 1910 a 1914.28
Al cierre de la primera década del siglo XXI se publicó el libro Zapatismo. Origen e historia del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM). Ahí se realizó una revisión al zapatismo que se gestó en otras regiones. Es un intento por mostrar enfoques distintos a lo ya conocido. En esa compilación, cuya primera edición impresa se hizo en 2009, se presentan investigaciones que se refieren a Morelos, el Estado de México, Puebla, Guerrero y Tlaxcala. Para el tema que nos convoca, se encuentran algunos autores citados y algunos nuevos.29 A continuación se describen los artículos referentes a la problemática mexiquense.
María Eugenia Romero Ibarra describe de los primeros levantamientos de la Revolución hasta el gobierno de Medina Garduño en el artículo “El zapatismo mexiquense en la mira del gobierno estatal (1911-1913)”. La idea principal de este capítulo gira en torno del gobernador Manuel Medina Garduño y su administración en el periodo de 1911 a 1913, así como su relación con el despliegue y contención del zapatismo en la entidad. La autora examina la influencia del movimiento maderista y ve la heterogeneidad de la conformación de las bandas armadas con mención de ciertos dirigentes que actuaban en nombre del maderismo. Lo curioso de este artículo -extenso y bien documentado- es que su título alude al zapatismo en su primer momento, pero en el contenido es notable que la autora se enfoca en el gobierno de Medina y las acciones que tomó ante el zapatismo.30
Por su parte, Sagrario de la O dirige sus intereses a la trayectoria de los hermanos Fuentes, líderes zapatistas en el Estado de México. A través de ellos y sus relaciones, la historiadora indaga en las estructuras internas del zapatismo mexiquense. Su intención es demostrar cómo se vivió y qué significó para algunos de estos combatientes la lucha agraria. El trabajo se sustenta en la revisión del archivo Genovevo de la O, en donde se puede encontrar la correspondencia entre este dirigente y los Fuentes. Con ello, es posible apreciar la perspectiva de los soldados con sus alianzas y pugnas internas. La lectura de esta historia nos permite apreciar la vida del día a día de la tropa zapatista, las divisiones, sus relaciones jerárquicas, el estado constante de sobrevivencia, la escasez de alimentos, las dificultades y los estragos de la guerra. La autora pone atención en la pugna entre Genovevo de la O y Francisco Pacheco. Presenta una interpretación que se aleja de la aparente unidad y defensa de los ideales revolucionarios.31
Para dar una mirada a las vertientes regionales, contamos con el artículo de Marco Antonio Anaya Pérez, quien hace un estudio de la región de los volcanes. Aquí es importante mencionar que este autor, comentado en el segundo momento historiográfico, mantiene su predilección por la zona de Chalco y su preocupación agraria sigue vigente. No obstante, hay un cambio importarte en sus trabajos porque habla de diferentes motivaciones locales. Observa a los pueblos en relación con la laguna y sus vicisitudes. Aquí el medio físico es relevante. Si bien el mundo agrario se mantiene entre sus intereses principales, el autor también menciona a la actividad obrera junto con la producción industrial de la región.32
Situándonos en otro espacio, nos encontramos con el texto de José Alfredo Castellanos Suárez, quien presenta el artículo “Impacto de la Revolución Mexicana en el distrito de Texcoco, Estado de México (1910-1915)”. La problemática del capítulo se dirige a explicar el papel de los habitantes de ese distrito que no se incorporaron masivamente a los contingentes militares, aun cuando la zona era transitada por distintos ejércitos. El autor muestra su inquietud por la ausencia de una rebelión generalizada en el distrito de Texcoco, así como la permanencia de las estructuras agrarias tradicionales.33
Hacia el distrito de Zinacantepec, nos encontramos un estudio del paso de los grupos zapatistas en la hacienda La Gavia. En ese trabajo, Xavier Guzmán Urbiola describe cómo el incremento de la violencia en el valle de Toluca y el avance de estas tropas llegaron a dicha hacienda por un tiempo.34 Claro que se ve todo esto como una ocupación sin adhesiones.
De este periodo también se presenta el capítulo del libro de Rodolfo Alanís Boyzo “La Revolución en el Estado de México”, que formó parte de La revolución en los estados de la República Mexicana coordinado por Patricia Galeana. Aquí tenemos un análisis global del Estado de México en un periodo delimitado de 1910-1920. Algo importante de destacar es que Alanís Boyzo pone énfasis en la falta de organización y dirección de los grupos zapatistas en este estado. Señala que no tenían “un plan definido”, mientras que el constitucionalismo se manejó con más orden y seguridad: “relativa paz y mayor orden”.35 No hay una visión precisa de los pueblos, pero sí de la organización política de las fuerzas rebeldes. En este texto se aprecia una posición matizada, a diferencia de su libro de los años ochenta.
El único estudio comparativo, de notable vertiente agraria, está en el libro de Trinidad Beltrán Bernal titulado Problemas de tenencia de la tierra durante el porfiriato y la revolución (1876-1915). Dos zonas zapatistas del Estado de México, publicado por El Colegio Mexiquense en 2010. En este trabajo se describe el contexto del porfiriato y el efecto de la desamortización en el distrito de Chalco y en la zona de Toluca y sus alrededores (Tenancingo y Malinalco). La línea argumentativa sigue la tendencia de que los efectos de las reformas liberales decimonónicas influyeron en la privatización de la propiedad comunal, lo cual incidió en el malestar social y el levantamiento armado de 1910.36
En 2015 se destaca el libro Entre la patria y el pueblo: un acercamiento al proceso revolucionario mexicano en Amecameca, de Moroni Spencer Hernández de Olarte. En este ejercicio se ve la perspectiva de la microhistoria en la “Tierra Fría de los Volcanes” con especial interés en Amecameca y la subregión lacustre. La introducción gira en torno de ver cómo se vivió el zapatismo en el municipio de Amecameca. Se destaca el análisis del papel femenino y el efecto del mormonismo en las tropas zapatistas. Sobre esta religión, en otro texto, el autor nos da más datos sobre la formación del Batallón Zapatista Mormón en la región de Atlautla.37
Antes de seguir, hagamos un paréntesis para comentar que en los dos últimos libros descritos se vuelven a tocar los puntos de la cuestión agraria y la adscripción zapatista. Si se ve el panorama historiográfico más amplio es interesante apreciar que en años recientes se han realizado investigaciones del zapatismo. Entiéndase que no son esfuerzos aislados ni desarticulados; nos encontramos ante una nueva generación de especialistas en el zapatismo. En términos de contexto, se ubica la emergencia de escritos en el marco del aniversario del asesinato de Emiliano Zapata en 2019. Previo a este año y posteriormente, se dieron a conocer trabajos que trascienden los límites del estado de Morelos. En ese sentido se han revisado los casos del zapatismo en Guerrero, Tlaxcala, Puebla, el Estado de México y la ciudad de México. Conviene señalar la fuerza del zapatismo guerrerense frente a lo que sucedió en los casos mexiquense o poblano. Se ubica una menor presencia en el caso tlaxcalteca. El libro compilado por el INEHRM (ya citado) nos da un panorama de este “zapatismo periférico”.38
No obstante, si bien se habla de las entidades federativas, hay investigaciones más recientes que versan sobre algunas regiones.39 Se han comenzado a diseccionar el “zapatismo de Tierra Caliente”, el “zapatismo de Tierra Fría” y el “zapatismo lacustre”.40 Hay ejercicios sobre la presencia zapatista en el Ajusco y en las zonas de Milpa Alta, Tláhuac, Xochimilco y la Cuenca de México. Claro está que también se aprecian los circuitos de comunicación entre estas zonas con la difusión de la información y el desplazamiento de las tropas. Por ello, nos encontramos ante los bríos renovados del zapatismo.41
Finalmente, retomando el hilo de esta tercera etapa historiográfica y con otra perspectiva, María del Carmen Salinas Sandoval nos presenta una visión local sobre la experiencia revolucionaria. En su artículo “Toluca durante la Revolución”, que se incluye en el libro compilado por Teresa Jarquín y Xavier Noguez titulado Toluca: los ejes históricos de una ciudad mexicana, la historiadora muestra los efectos sociopolíticos de la Revolución en la población de esta municipalidad. Es interesante ver que en el recorrido de su trabajo se aprecia a la ciudad como protagonista de la historia. En la narración se ve la entrada de las tropas y las fuerzas armadas: las ocupaciones, la disputa por el poder y el estado de guerra donde había desorden, escasez y desmanes.42
En ese sentido, se destacan el desorden y la inseguridad causados por los actos vandálicos por parte de los dos grupos que estuvieron disputándose posiciones en el estado y que ocuparon esta capital: los constitucionalistas y los zapatistas. Con esta mirada, la autora describe los efectos de la guerra civil en la municipalidad y, en algunos momentos, menciona el distrito.
Debates, enfoques y fuentes
Registrados los elementos más relevantes del corpus de los tres momentos historiográficos, es pertinente examinar cómo se ha estudiado el fenómeno revolucionario. Para los fines de nuestro argumento, en este apartado se consideran los siguientes aspectos. El primero tiene que ver con la posición en cuanto a la participación o no de la población del Estado de México en la Revolución. De lo anterior se desprende el interés en el enfoque utilizado. El tercer punto se refiere a las fuentes consultadas.
Como se ha dicho desde el inicio de este artículo, está claro que las interpretaciones del proceso revolucionario mexiquense se han ido modificando. En la década de los años ochenta convergieron las dos posiciones analíticas más contrastantes: la ausencia de motivaciones para la Revolución y las causas internas ligadas a la cuestión agraria. Véase esto en el citado trabajo de Ricardo Ávila Palafox, quien escribió después de publicados los artículos de Salvador Rueda y Laura Espejel, y al mismo tiempo que Rodolfo Alanís Boyzo.
Curiosamente, Ávila Palafox no hace explícito que está discutiendo con los historiadores que se dedicaron a ampliar y profundizar los estudios sobre el zapatismo. Quizá su escrito no se dirija a algún autor en especial pero sí a la tendencia en general. Es significativo que este investigador le reste importancia a estos grupos al decir que se hicieron desmanes en nombre del zapatismo en el momento de mayor auge de los trabajos de este tema.
De forma paralela, Alanís Boyzo deja clara su opinión de Zapata, quien encarna el ideal de los pueblos cuya demanda surgió con fuerza en Morelos; pero advierte que esa lucha no se redujo al campo morelense puesto que también contó con el apoyo de pueblos circunvecinos de los estados de Guerrero y de México, de lo que afirma: “en este último el movimiento zapatista tomará carta de naturalización y un buen porcentaje de la población campesina y rural, a partir de 1912, hará suyos los postulados zapatistas, levantándose en armas para apoyarlos militarmente”.43
Como se puede apreciar, ésta fue una posición influida por el contexto historiográfico del zapatismo. Rodolfo Alanís ve la situación de la tierra en el Estado de México. Por ello, destina una explicación amplia a las acciones de Gustavo Baz Prada en lo relativo al reparto agrario, aunque reconoce que, pese al ánimo del joven gobernador, la reforma agraria no fue posible de llevar a cabo ya que sus acciones se limitaron a expedir ordenamientos legales sin aplicación efectiva.44
Ahora bien, la cita textual del párrafo más arriba se retoma porque esa idea incidió en trabajos posteriores. Marco Antonio Anaya Pérez recurre a la metáfora de que el zapatismo tomó “carta de naturalización” en esta entidad. Baste analizar lo ocurri do en Chalco-Amecameca, la región que representa el mejor ejemplo de los problemas agrarios y las coincidencias con el zapatismo de Morelos. Este historiador cuestiona los trabajos de José Antonio Aguilar y Ávila Palafox. Señala que el carácter general de sus estudios dejó de lado la diversidad regional. Por ello, Anaya afirma que su propuesta se encamina a llenar estos vacíos y a alimentar la historia regional.45
La línea agrarista se mantiene en el prólogo del Diccionario biográfico e histórico. Ciertamente, lo sugerente de este trabajo es que al inicio plantea objetivos modestos de recopilación documental, pero cuando aborda su definición de la Revolución entra de lleno a la discusión. El coordinador de este trabajo, Roberto Blancarte, critica a aquellas posturas donde se pone en duda la existencia de la Revolución. Al respecto, su posición es determinante: sí hubo una revolución y ésta tuvo motivaciones agrarias con un alto contenido popular.46
El coordinador de este diccionario afirma que, si bien el Estado de México no es el lugar en donde se dieron los pasajes más espectaculares de la Revolución ni tampoco el escenario de las grandes batallas, la documentación recopilada muestra que hubo movilizaciones de distintos grupos: maderistas, zapatistas, salgadistas, federales, carrancistas y otros; así como también hubo zonas de enfrentamientos en Amecameca, Malinalco, Valle de Bravo y Tenancingo. En estos y otros lugares se desarrolló un patrón de guerra de guerrillas que “no por ser menos espectacular deja de ser efectiva a mediano y largos plazos”. Por ello se puede ver “que es falsa la idea de que en el Estado de México no hubo revolución o que ésta fue en gran parte asunto de bandoleros. Más bien podríamos sostener que sí hubo revolución, aunque ésta se dio con características totalmente distintas a las de otros estados”.47
En el artículo de Laura O’Dogherty encontramos la misma crítica expuesta de forma mesurada. Aunque sus afirmaciones no son tan tajantes sí cuestiona a Ávila Palafox y señala que “sin negar el papel preponderante del levantamiento en Morelos es necesario destacar dos condiciones de origen local”. Con esto, explica cuál era la situación de la región suroccidental, caracterizada por ser un espacio de migrantes por la explotación minera y el problema de la escasez de tierras en la región central.48 El reconocimiento de la dualidad de la historiografía se afianza en el artículo de Felipe Ávila que se ha mencionado desde el inicio de este escrito. En ese trabajo, se ven las dos posturas y se agregan elementos de corte regional.
Llegado a este punto, es prudente detenerse para comentar algunas características de la vertiente agraria. En esta literatura se aprecia una tendencia donde se mezclan y convergen la historia agraria y la historia política y social, que pone en el centro la idea del despojo de las tierras de los campesinos. Lo que inquieta de este argumento es que no todos los trabajos presentan datos empíricos que sostengan su razonamiento de forma contundente. La investigación mejor documentada que va de lleno al problema de las tierras es de Trinidad Beltrán Bernal, quien localiza los conflictos por las tierras en el porfiriato y durante la Revolución. La autora presenta mapas que nos guían por los distritos donde hubo más problemas agrarios. Este ejercicio se presenta para la zona de Chalco, el Valle de Toluca, Tenango y Tenancingo. Pero quizá la amplitud del espectro espacial analizado no permite profundizar en algunos municipios y aprovechar la información recabada. Tenemos un buen panorama, pero hace falta escrutar con más detalle cada lugar. Si hablamos de pistas y datos, el Diccionario biográfico es rico en proclamas y pronunciamientos que forman parte del discurso político de la época. En el caso de Chalco-Amecameca sí hay más evidencias y una cartografía que indica las tierras en disputa y los magros resultados del reparto agrario.
En cuanto al armazón teórico, la perspectiva agrarista se destaca por presentar conceptos claves: dominación, despojo y explotación. Es notable la adscripción teórica con influencia del marxismo y las preocupaciones de la época en torno del campesinado.49 Los trabajos de Rueda y Espejel sobresalen por esto. Los escritos posteriores aluden a estos conceptos sin nombrarlos explícitamente; se toma al campesino como actor clave y hablan de la participación popular.
En el tercer momento historiográfico ya parece menos relevante aludir al debate, aunque en el capítulo de libro Elvia Montes de Oca critica la hipótesis de que “no hubo una verdadera revolución”. La autora señala que es discutible dicha idea y cita los trabajos de Rodolfo Alanís Boyzo. Ya se mencionó que Anaya también retoma a este historiador para hablar de esta controversia, donde destaca la importancia del zapatismo. Los trabajos de Trinidad Beltrán y Moroni Spencer Hernández se suman a esta posición.
Pero como se mencionó, en la segunda mitad de la década de los años noventa ya no fue tan necesario refutar la idea del contagio ni tampoco adscribirse al zapatismo. María Eugenia Romero, José Antonio Gutiérrez Gómez, José Alfredo Castellanos, Rodolfo Alanís Boyzo y Carmen Salinas Sandoval ya no mencionan estos debates. No cuestionan el ser o el rumbo de la Revolución. Sus investigaciones abonan en visualizar a otros actores o regiones. Hay un predominio de la historia política que se funde con la acción social. Se hace una contribución importante al exponer los matices de dicho proceso. No hay un escenario dividido en dos posiciones, sino que hay una alta complejidad.
Por ejemplo, el artículo de Castellanos presenta un lugar que no siguió los rumbos del levantamiento armado al modo de Chalco-Amecameca. Este tipo de conclusiones también son arrojadas por el estudio de la ciudad de Toluca donde se vivió el asedio de las tropas zapatistas y constitucionalistas, sin tomar alguna causa por adscripciones ideológicas o por demandas sociales y políticas. En el caso de La Gavia, el autor señala que “ahí no se revolucionó nada” y que no se dieron adhesiones. Sagrario de la O habló de la situación peculiar del zapatismo en su región de estudio porque la población no fue partidaria.
A partir de esta revisión es posible observar que hay cierto predominio en las perspectivas generales de la Revolución en el Estado de México. Esto lo encontramos en el primer momento y en algunos textos del segundo y tercer momento. En el segundo momento, es posible advertir las descripciones de la región de las montañas del suroeste que nos muestran Salvador Rueda y Trinidad Beltrán Bernal. El espacio más estudiado es el distrito de Chalco y la región de los volcanes gracias al trabajo de Anaya, Beltrán Bernal y Hernández de Olarte; y el caso de Juchitepec que ve Laura Espejel. Más adelante, se encuentra la investigación sobre Texcoco. De los personajes sobresalen Manuel Medina Garduño, Gustavo Baz Prada y los hermanos Fuentes. Conviene destacar que aquí hay una ligera transición: de seguir la trayectoria de personajes políticos que fueron gobernadores se pasa al estudio de líderes que tuvieron una posición intermedia.
En cuanto a los acervos consultados hay una variedad de fuentes en donde la referencia principal es el Ramo Revolucionario del Archivo Histórico General del Estado de México (AHEM) que toman Ricardo Ávila Palafox, Rodolfo Alanís Boyzo, Marco Antonio Anaya Pérez, María Eugenia Romero, Trinidad Beltrán y Moroni Hernández. Del Archivo General de la Nación (AGN) el fondo Genovevo de la O es otra referencia importante que está presente en los trabajos de Salvador Rueda, Anaya Pérez, Felipe Ávila Espinosa y Sagrario de la O. Del AGN también se consultaron los fondos de Gobernación por Ávila Palafox; Emiliano Zapata por Laura Espejel y Marco Antonio Anaya; Gildardo Magaña por Felipe Ávila Espinosa; Francisco I. Madero por María Eugenia Romero. El Archivo de la Reforma Agraria y el Archivo Histórica de la SEDENA se citan en los trabajos de Espejel y Anaya.
Los acervos personales se incluyen en las investigaciones de Alanís Boyzo, quien cita los manuscritos e impresos del general Agustín Millán. Por su parte, Romero trabajó el Archivo Político de Medina Garduño. Xavier Guzmán usa la documentación de la hacienda La Gavia. Por su parte, Moroni Hernández de Olarte nutrió su trabajo con archivos personales de los pobladores de la región de Amecameca.
El trabajo en el Archivo Histórico del Municipio de Toluca se plasma en los resultados de María Eugenia Romero y Carmen Salinas Sandoval. De esta última, es oportuno comentar que también tiene como fuente al AHEM, pero es notable la forma en que la autora nos aporta ciertos rasgos de la dinámica política a partir de los informes de los presidentes municipales. En ese sentido, con estos materiales, Salinas señala cambios notables en la estructura de poder en el ámbito local.
No se puede dejar de mencionar que, además de tener información de los archivos referidos, el Diccionario biográfico cuenta con datos de los archivos de Alfredo Robles Domínguez, Genaro Amezcua, Berta Ulloa, Revolución Mexicana, Condumex (hoy Carso), Histórico Municipal de Chapultepec, Histórico Municipal de Ixtapan de la Sal e Histórico Municipal de Naucalpan. Por ello, este libro sirve como guía para futuras investigaciones. Hasta aquí se puede apreciar que los acervos documentales revisados son nacionales. Llama la atención la falta de la consulta de archivos en el extranjero.
Esta descripción estaría incompleta si no se mencionaran las fuentes orales. En estos artículos hay referencias a la historia oral, tal como se aprecia en los libros de José Antonio Gutiérrez, José Alfredo Castellanos y Moroni Hernández de Olarte, quienes recuperan las impresiones de los pobladores y su experiencia en la Revolución. Agréguese que en cuanto a fuentes orales hay una veta de estudio importante conocida como “Voces zapatistas”, resultado de un proyecto de entrevistas a zapatistas veteranos que coordinó Alicia Olivera en los años setenta. Hoy en día forma parte del Archivo de la Palabra del Departamento de Estudios Históricos del INAH en formato digital y para consulta pública. No está de más decir que este tipo de fuentes pueden rendir aún mayores frutos para adentrarnos a la historia del zapatismo en Morelos y en las regiones colindantes del Estado de México. 50
Consideraciones finales
Para el lector o lectora que nos acompañó pacientemente en este recorrido, es importante decirle que hay una importante literatura de la Revolución en el Estado de México, que cuenta con trabajos con posturas confrontadas en torno del análisis de este proceso. Hay un debate claro y se ha tomado partido, pero poco eco ha tenido en el plano nacional. Adviértase: si se compara al Estado de México con otros estados con mayor actividad armada, la producción historiográfica es modesta y poco esplendorosa. Es llamativo que un lugar con una posición relevante en el área central del país quede relegado.
Las publicaciones reseñadas han sido auspiciadas por instituciones estatales: el gobierno del Estado de México mediante el Instituto de Cultura Mexiquense y el Colegio Mexiquense. Otra institución clave es el INEHRM, que dio impulso a las publicaciones del primer y el tercer momento. El INAH también aparece como otro espacio de publicación. La producción es de corte estatal y nacional. Los autores son de nacionalidad mexicana. Este comentario se agrega para ver la diferencia, ya que en el tema de la Revolución mexicana es notable la presencia de estudios de otros países y de la corriente mexicanista que se desarrolla en Estados Unidos. Aquí no se ve el impacto de estas academias.51
Como se ha venido diciendo a lo largo del texto, es innegable la influencia de los estudios del zapatismo, que tomó dos direcciones. La crítica al zapatismo se expone en el libro de Ricardo Ávila Palafox. En contraposición está la vertiente agraria -los trabajos de los exponentes de ese segundo momento historiográfico-, que ve los problemas de la tierra y teje puentes entre el zapatismo de Morelos y las zonas cercanas al Estado de México. El tercer momento historiográfico se caracteriza por la diversidad de intereses cuando se menciona el problema agrario, pero sin tener un peso relevante ya que se mencionan las voces opositoras a los zapatistas, los conflictos internos en los grupos revolucionarios y los efectos de la guerra en la población.
Sobre esto, atrae nuestra atención que la posición de Ávila Palafox -casi única, con sus aseveraciones polémicas y viscerales hacia el zapatismo- ha sido citada y debatida por varios autores. En el curso de los años ochenta y noventa, distintos autores lo cuestionaron y dieron elementos para rebatir la idea del “contagio”.
Lo inquietante es que en el tercer momento historiográfico, que se enfoca en áreas no zapatistas o de menor influencia zapatista, son perceptibles los actos vandálicos y la violencia del conflicto armado. Por otra parte, el artículo de los hermanos Fuentes afirma que las pugnas eran una constante en las tropas de Genovevo de la O. Las tensiones y confrontaciones internas eran parte del día a día de los revolucionarios. Lo anterior nos ayuda a pensar en ejercicios analíticos de historia local, estudios municipales o trabajos de microhistoria que podrían arrojarnos información variada y, posiblemente, conectada a ambas interpretaciones. Aunque no se debe dejar de lado esa emergente generación de estudios del zapatismo que se está posicionando en la zona lacustre y otras regiones que comprende el Estado de México.
A la luz de esta exposición, es interesante reflexionar sobre la pertinencia de los trabajos de corte regional y local. Los casos que se han descrito en este artículo abonan a ver la complejidad de la Revolución con su gama de participantes, pero algo inquietante es seguir posicionándonos dentro de los márgenes político-administrativos. En ese sentido, un punto pro ble má tico del debate sobre si la Revolución llegó de fuera a modo de contagio o si fue una revolución agraria es que se está pensando al Estado de México como un monolito.
Sin duda, esa perspectiva es heredera de la historia regional gestada en los años ochenta, que más que estudiar regiones analizó la historia de las entidades federativas. No obstante, si cambiamos el enfoque y vemos la configuración del espacio y las regiones es posible encontrar una mayor variedad de casos. En el Estado de México hay zonas, como la de Chalco-Amecameca, donde se pueden rastrear demandas agrarias. En los distritos de Tenancingo y Malinalco es perceptible la presencia de dirigentes políticos involucrados y alta conflictividad. En ambos espacios se puede ver la comunicación con los procesos de Morelos y el zapatismo. En relación con éste se encuentran algunas partes del valle de Toluca.
A lo que vamos es a que había zonas con mayores problemas que otras. Así como sucedió en otros lugares, el proceso revolucionario fue resultado de distintos factores, como la difusión de las ideas de los dirigentes locales opositores y los conflictos internos de diversa índole. La inestabilidad política y el cambio de gobierno fueron el momento de quiebre aprovechado para mostrar las inconformidades o para reposicionarse en el plano político. Por ello, se advierte que en el espacio del Estado de México se vivió un proceso revolucionario con formas y rasgos propios dependiendo de cada región a partir de las condiciones sociopolíticas locales que tuvo sus redes de conexión con distintos grupos disidentes e inmersos en el flujo de información. Los procesos y resultados fueron disímiles.
Dicho esto, se pueden vislumbrar temas pendientes e, incluso, es posible plantear una agenda de investigación. Retomando la reflexión precedente como punto de arranque se avizora el desafío de repensar e investigar esta problemática por encima de los límites de las jurisdicciones políticas administrativas. Es decir, como ya se anunciaba unos párrafos arriba, hacer una historia regional que realmente estudie a las regiones. El salir de los bordes estatales puede llevarnos a pensar en los sistemas regionales, los vínculos y conexiones que se tejen en el espacio a partir de otros factores. Posiblemente, la misma idea de la historia del Estado de México en la Revolución puede transformarse en la historia espacial del México central o de la cuenca de México (enunciada por Baruc Martínez) o de la región de los volcanes (apuntada por Anaya), por decir algo. En ese sentido convendría pensar en análisis donde la cartografía estuviera presente como fuente de análisis. Con este tipo de ejercicios se abre la posibilidad de ver periodos históricos más largos y advertir cambios relacionados al medio físico. Con este enfoque es perceptible apreciar los desplazamientos de la población, las reubicaciones de los poblados e, incluso, la desaparición de algunos pueblos.
De aquí se deriva otra inquietud: poner atención en el medio ambiente y la interacción humana en los momentos de guerra o confrontación armada. Una perspectiva interesante sería ver qué sucede con el entorno y los recursos naturales. Con ello, se podrían considerar otros elementos en disputa, como el agua y los bosques. Un efecto importante de este enfoque sería poner en su justo lugar al papel de la tierra como el factor primordial del levantamiento armado.
En ese sentido, sería interesante recuperar los hallazgos y nuevas aportaciones del debate sobre la cuestión agraria presentada a inicios del siglo XXI, que nos dicen mucho de la desamortización. Es oportuno tejer puentes entre historiografías. De igual forma podría encontrarse que no en todos los lugares hubo una expansión de la hacienda en detrimento de las tierras de los pueblos, y que quizá el resquebrajamiento de la propiedad colectiva se dio de forma interna ante la competencia y acción de otros actores sociales por subsistir y obtener beneficios. Este punto puede ser polémico para el Estado de México, más en zonas cercanas al estado de Morelos y Chalco, pero no está demás cavilar en otras posibles motivaciones que se conectan con la historia local.
Ahora bien, uno de los retos del análisis histórico es adentrarse en el ámbito local. En ese sentido, conviene acercarse a la riqueza documental de los archivos municipales. Es cierto que mucha de esta información es de difícil acceso o en su mayoría no se encuentra en buen estado, pero es importante hacer el intento e ir tras ellos. Aquí se podría hablar del recurso del trabajo de campo y una metodología propia de la historia de los pueblos.
Una revisión de la historia local permite ver la dimensión de las relaciones de solidaridad y pugna internas; el conflicto y el consenso entre grupos; la negociación y la disputa por el poder local. Esta variedad de casos contribuye a percibir que aquel campesinado, fuente de estudio en los años ochenta, no es un ente homogéneo, sino que está fragmentado en labradores, comerciantes, leñadores, pequeños propietarios, tal como lo ha apuntado la historiadora Romana Falcón. Desde la mirada de la estructura municipal es posible disgregarlos por actividad política y estatus social ya sea como presidentes municipales, agentes municipales, alcaldes, secretarios, topiles, entre otros. Eso da cuenta de una forma de organización social estratificada y jerárquica donde se reafirma un sistema patriarcal en los espacios de decisión política.
Dar cuenta de ello es el faltante de esa historiografía que ve a los despojados y explotados pero que no alcanzó a vislumbrar los distintos niveles de dominación que se tejen en ese primer piso de la pirámide social. Sería intrigante pensar que algunos se sumaron en la búsqueda de justicia local pero otros saldaron cuentas y se movilizaron por rencillas antiguas. Con esto se pueden apreciar las disparidades y conflictos internos en los pueblos y entre los pueblos. Este escenario más complejo nos ayuda a dotar de matices al mundo rural y entender por qué las élites y los gobiernos se beneficiaron (o no) de estas disputas internas. Si bien este panorama ya se alcanza a ver en el tercer momento historiográfico descrito en este artículo, hace falta dotarlo de una reflexión teórica más profunda.
Algo curioso de la historiografía nacional es que se maneja menos un instrumental teórico y conceptual, a diferencia de algunos enfoques mexicanistas. En la historiografía poco se menciona la historia desde abajo o la propuesta de los estudios de la subalternidad. Un tema que ha destacado es el papel de los actores secundarios de este proceso: piénsese en los líderes locales o en los mandos intermedios. El caso de los hermanos Fuentes que trabajó Sagrario de la O ilustra el importante papel de estos personajes que fueron brazos operativos de los dirigentes principales, pero queda todavía por discutir más en un plano teórico.
Una vertiente cada vez más explorada es la historia de las mujeres. En la historiografía zapatista hay menciones de Rosa Bobadilla o de algunas otras zapatistas. Contamos con ricas notas teóricas y metodológicas, como aquellas que nos aportó Gabriela Cano. Pero en el caso mexiquense aún quedan pendientes los estudios de las participantes. El archivo de Genovevo de la O que nos habla más del día a día de las tropas puede arrojar mucha información de este tipo. En ese mismo sentido, convendría explorar la temática de la niñez, que ha tenido mayor auge en años recientes. El papel de la educación y la participación de las maestras y los maestros también puede ser considerado como otra rama.
Una veta de estudio que se vislumbra es la religión. En ese sentido, se puede ver el análisis del mormonismo en Amecameca. Ahora, es oportuno pensar en algunas otras zonas como Chalma y sus alrededores. Este comentario se relaciona a lo ya enunciado por John Womack cuando preguntaba “¿qué había sucedido con la iglesia en la región zapatista?”. En relación con estas preocupaciones no está de más señalar que este enfoque que vincula la religión con el conflicto es relevante, tal como lo expone Alan Knight en su más reciente libro. Por ello, convendría ver los circuitos de peregrinaje, los cultos y las devociones. Así se abre un abanico de posibilidades a los abordajes desde el ámbito cultural.
Finalmente, un tema pendiente que ha sido motivo de debate es el origen étnico de las tropas zapatistas. Entre los estudiosos se ha debatido acerca el origen indígena y la presencia náhuatl. Sería oportuno pensarlo para el caso mexiquense en ciertas regiones. Pero la cuestión indígena no es la única, ya que el foco también está en la población africana que llegó a trabajar a las haciendas, también anunciado por Womack.
Sin el afán de agotar propuestas ni reflexiones, sino al contrario: para ubicarnos en un punto de partida, aquí se han vertido algunas ideas que resultan de la revisión de los materiales trabajados en el Estado de México. Como puede verse, la Revolución es un tema inagotable que puede tomarse desde distintas vertientes. En suma, hay vetas y un horizonte promisorio para quienes se interesen en sumergirse en el zapatismo en general y en el zapatismo mexiquense en particular.