Introducción
Cuando el 14 de mayo de 1948 se proclamó el Estado de Israel, los gobiernos y pueblos árabes de la región lo vieron como un artificio de Occidente en un territorio que pertenecía al mundo árabe. Por tanto, y actuando en consecuencia, declararon el no reconocimiento del Estado de Israel y emplearon la fuerza militar para evitar su pervivencia. Fracasaron en su objetivo de destruir al nuevo Estado, pero el denominado conflicto árabe-israelí se enquistó y agravó.2 Hasta la actualidad, en espera de una resolución justa, duradera y estable del conflicto, la mayoría de los países árabes no mantienen relaciones diplomáticas oficiales con Israel: son los menos aquellos que han decidido estrechar sus vínculos con los israelíes. Uno de ellos es el Reino de Marruecos, el cual, en diciembre de 2020, no sin críticas internas y externas, decidió, auspiciado por Estados Unidos, formalizar sus relaciones con este Estado. Si bien puede resultar tentador adoptar un enfoque reduccionista que limite la explicación de este hecho a una contrapartida por el reconocimiento estadounidense de la soberanía marroquí sobre el Sahara Occidental, para comprender en su plenitud este acontecimiento es fundamental conocer la cooperación geopolítica pragmática de larga trayectoria que ambos países mantienen desde hace décadas.3
Las relaciones entre marroquíes e israelíes se han caracterizado por la “moderación y la cordialidad”, desde la independencia de Marruecos en 1956 (no sin altibajos y ambigüedades deliberadas),4 posibilitando el establecimiento de una cooperación geopolítica pragmática entre Rabat y Tel Aviv,5 en beneficio de ambos. Como bien lo indica Yossi Alpher, las relaciones entre los dos países son “únicas en términos de lapso de tiempo, alcance y profundidad”,6 por lo que resulta pertinente su análisis más allá de la brevedad temporal transcurrida desde el acontecimiento.
Son diversos los académicos, especialmente israelíes, que han analizado las particulares relaciones entre Marruecos e Israel, aunque por lo general se concentran en un tiempo y espacio limitado. Así, son dignos de mencionar Jacob Abadi (“The road to the Israeli-Moroccan rapprochement”), Michael Laskier (“Israel and the Maghreb at the Height of the Arab-Israeli Conflict: 1950s-1970s”, Israel and the Maghreb: From Statehood to Oslo), Bruce Maddy-Weitzman (“Israel and Morocco: A special relationship”, “Morocco’s Berbers and Israel”) o Einat Levi (“Israel and Morocco: Cooperation Rooted in Heritage”). Desde una dimensión de análisis más amplia, tanto espacial como temporalmente, Yossi Alpher (Periphery: Israel’s Search for Middle East Allies) y Jean-Loup Samaan (Israel’s Foreign Policy Beyond the Arab World: Engaging the Periphery) también han dedicado su atención a las relaciones entre Rabat y Tel Aviv, aunque examinándolas con conclusiones divergentes desde la perspectiva de la doctrina periférica, un instrumento de política exterior desarrollado por Israel desde 1957, cuyos detalles se exponen más adelante.
Otros académicos han abordado la cuestión como un elemento secundario en un campo de análisis mucho más amplio, que incluye a otros actores, temas y variables: desde el ámbito de los servicios de inteligencia, Ian Black y Benny Morris (Israel’s Secret Wars: A Historia of Israel’s Intelligence Services), desde una perspectiva geopolítica marroquí, Megan Melissa Cross (con la tesis “King Hassan II: Morocco’s Messenger of Peace”) e Irene Fernández-Molina (Moroccan Foreign Policy under Mohamed VI, 1999-2014) o desde las comunidades judías marroquíes, Alma Rachel Heckman (The Sultan’s communists: Moroccan Jews and the Politics of Belonging), Aviad Moreno (“Inappropiate Voices from the Past: Contextualizing Narratives from the First Grupo Tour of Olim from Northern Morocco to Their Former Hometowns” y “Beyond the Nation-State: a network analysis of Jewish emigration from Northern Morocco to Israel”) y Maite Ojeda-Mata (“The Sephardim of North Morocco, Zionism and Illegal Emigration to Israel Through the Spanish Cities of Ceuta and Melilla”).
Sin embargo, es conveniente señalar que esta profusión de interesantes obras implica una significativa fragmentación del conocimiento necesario para la comprensión integral de las relaciones entre Marruecos e Israel, incluyendo analizar y valorar en su justa medida el hecho de que, en diciembre de 2020, se establecieran relaciones diplomáticas oficiales entre ambos. Este artículo pretende una aproximación a las relaciones no oficiosas sostenidas durante décadas por marroquíes e israelíes con el objetivo de crear una base para una mejor comprensión, escapando de explicaciones reduccionistas o de corto tiempo, de las circunstancias del establecimiento oficial de relaciones entre ambos países. El autor considera pertinente emplear para dicha finalidad dos instrumentos: el realismo neoclásico y el process tracing.
El realismo neoclásico, término acuñado por Gideon Rose en 1998,7 es una “escuela emergente de teorías de políticas exterior”,8 basada en el neorrealismo propugnado por Kenneth N. Waltz, Robert Gilpin y otros, en combinación con “las ideas prácticas sobre política exterior y la complejidad del arte de gobernar”, propias del realismo clásico de Hans J. Morgenthau, Henry Kissinger, Arnold Wolfers y otros.9 Desde una perspectiva realista neoclásica,
el alcance y la ambición de la política exterior de un país se deben en primer lugar al poder material relativo del país. Sin embargo, […] el impacto de las capacidades de poder en la política exterior es indirecto y complejo, porque las presiones sistémicas deben traducirse a través de variables interpuestas a nivel de unidad, como las percepciones de los responsables de la toma de decisiones y la estructura estatal.10
En un contexto de anarquía internacional o ausencia de una autoridad global, existen incentivos sistémicos para el desarrollo de una “lucha perpetua entre diferentes Estados por el poder material y la seguridad en un mundo de recursos escasos e incertidumbre generalizada”.11 El realismo neoclásico, en este entorno competitivo, profundiza en “la compleja relación entre el Estado y la sociedad”, pretendiendo identificar “los cálculos de la élite y las percepciones del poder relativo y las limitaciones internas como variables intermedias entre las presiones internacionales y las políticas exteriores de los Estados”.12 El realismo neoclásico “resalta la existencia del hombre tomador de decisiones como aquel que actúa en nombre del Estado y las instituciones”, 13 pretendiendo
explicar por qué, cómo y en qué condiciones las características internas de los Estados -como la capacidad extractiva y de movilización de las instituciones político-militares, la influencia de los actores y grupos de interés de la sociedad doméstica, el grado de autonomía del Estado con respecto a la sociedad y el nivel de cohesión de la élite o la sociedad- intervienen entre la evaluación de las amenazas y oportunidades internacionales por parte de los líderes y las políticas diplomáticas, militares y económicas extranjeras que estos líderes persiguen en realidad.14
Por ello, el realismo neoclásico “resulta útil para analizar los factores sistémicos y domésticos que afectan el comportamiento de los Estados en el sistema internacional”,15 así como los procesos de decisión en política exterior, ya que “explora los procesos internos mediante los cuales los Estados alcanzan políticas y deciden sobre acciones en respuesta a presiones y oportunidades en su ambiente externo”16 y ofrece una “visión multidimensional […] del Estado”, concibiéndolo “como un espacio de acuerdos o desencuentros entre el Ejecutivo, el Legislativo y otras fuerzas como los partidos políticos, los grupos económicos y la opinión pública”.17
Por su parte, el método de process tracing o rastreo de procesos proviene originalmente de la psicología cognitiva, aunque comenzó a ser empleado en la ciencia política desde la década de los años ochenta. El objetivo de este método es diseccionar los pasos o secuencias mediante los cuales X -variable independiente- ha causado un efecto Y -variable dependiente-, con la finalidad de poder evidenciar dicho víncu lo, saber el cómo y comprender el porqué. Según Andrew Bennett, el process tracing “puede proceder en gran medida a través de pruebas de teoría deductiva de cada explicación alternativa”.18 Para Stephen Van Evera, en dicha metodología “el enlace causa-efecto que conecta la variable independiente y el resultado se desenvuelve y se divide en pasos más pequeños; entonces el investigador busca evidencia observable de cada paso”.19 Muy explícitos son Bennett y Jeffrey T. Checkel, quienes afirman que el process tracing
intenta identificar los procesos causales que intervienen -la cadena causal y el mecanismo causal- entre una variable independiente -o variables- y el resultado de la variable dependiente. [...] El rastreo del proceso obliga al investigador [...] a considerar las rutas alternativas a través de las cuales el resultado pudo haber ocurrido, y ofrece la posibilidad de mapear una o más rutas causales potenciales que sean consistentes con el resultado y la evidencia de rastreo del proceso.20
Con base en todo lo anterior, el autor del presente artículo sustenta la hipótesis de que el establecimiento en diciembre de 2020 de relaciones diplomáticas oficiales entre Marruecos e Israel -variable dependiente- es un progreso que se inserta en la cooperación geopolítica pragmática que ambos gobiernos desarrollan desde hace décadas en el contexto de la doctrina periférica -variable independiente-. Ésta, un instrumento estratégico de la política exterior israelí conceptualizado en 1957 por Reuven Shiloah, supondrá que, durante décadas y hasta la actualidad, Israel despliegue en su periferia toda una suerte de acciones pragmáticas, multidimensionales y flexibles en la búsqueda de oportunidades, socios y aliados, con un gran objetivo: fortalecer su seguridad nacional. Por supuesto, en dicha estrategia destacará el gran interés israelí en el Reino de Marruecos.
El artículo se estructura, además de la presente introducción, en cinco apartados. El primero se refiere a los inicios de la particular relación entre Marruecos e Israel, abarcando una cronología anterior a la independencia marroquí de 1956 y llegando hasta 1961, momento en el que asciende al trono el rey Hasán II. A partir de ese momento se inicia un segundo apartado referido al periodo entre 1961 y 1973, con un protagonismo cada vez más creciente del carácter y la voluntad del monarca alauí, seguido de un tercer apartado que incluye los convulsos e intensos tiempos desde el conflicto del Yom Kipur, en 1973, hasta el fin de la Guerra Fría en 1989. El cuarto apartado refleja las intensas dinámicas, oportunidades, avances y retrocesos que se han venido sucediendo entre marroquíes e israelíes en las tres últimas décadas, hasta el establecimiento de relaciones oficiales en diciembre de 2020. Finalmente, se cierra el artículo con un apartado de conclusión donde se reafirma la hipótesis del autor: que el establecimiento en diciembre de 2020 de relaciones diplomáticas oficiales entre Marruecos e Israel es un progreso que se inserta en la cooperación geopolítica pragmática que ambos gobiernos desarrollan desde hace décadas en el contexto de la doctrina periférica.
I. Los inicios de una relación particular
Históricamente y hasta la actualidad, Marruecos ha contado con una influyente y próspera comunidad judía. En 1948, momento de la fundación del Estado de Israel, los judíos marroquíes formaban una comunidad de más de 250 000 miembros,21 que residían principalmente en las ciudades de Rabat y Casablanca, por lo que fue lógico que los israelíes pronto mostraran interés por la evolución de los acontecimientos en el protectorado francés de Marruecos. Así, los discretos contactos entre Rabat y Tel Aviv datan de tiempos anteriores a la independencia marroquí de 1956, en los que la comunidad judía marroquí fungía como intermediaria.22
Con esta independencia en el horizonte, desde Tel Aviv se consideró oportuno comenzar a establecer contactos con los nacionalistas marroquíes con dos objetivos. El primero, lograr el establecimiento de un canal de comunicación fluido con un país árabe que pronto se incorporaría al sistema político internacional, buscando su alejamiento del bloque antiisraelí que vociferaba profusamente en la Organización de las Naciones Unidas (ONU). El segundo objetivo se refería a que las autoridades marroquíes facilitaran la aliyá o migración de los judíos,23 para lo cual se había creado una unidad de coordinación en el Ministerio de Asuntos Exteriores de Israel.24
En ambas cuestiones es conveniente referir que, a diferencia de otros territorios árabes, numerosos judíos en Marruecos, a pesar de ciertas limitaciones, habían prosperado, se habían integrado en los procesos políticos del país y sus rutinas de vida los implicaban en espacios y ambientes donde establecían vínculos y relaciones con musulmanes y colonizadores. De hecho, dentro del Istiqlal, formación política nacionalista marroquí, destacaban varios judíos que motivaban al resto de la comunidad a participar en política e intentaban moderar, no necesariamente de forma exitosa, la postura crítica de los líderes respecto al sionismo e Israel y desempeñar un papel de intermediarios con Tel Aviv.25 También destacaron notables hombres -Simon Lévy, Edmond Amran El Maleh, Abraham Serfaty, André Azoulay, etcétera- en el perseguido Partido Comunista Marroquí donde, a pesar de autodefinirse como patriotas marroquíes, por su socialismo y su antisionismo, fueron marginados por el Estado y la comunidad judía.26 Así, si bien emigraron a Israel alrededor de 98 243 judíos entre 1948 y 1956 -muchos sionistas convencidos, pero también muchos temerosos de lo que ocurriría después de la independencia o tratando de escapar de penurias económicas-27, más de 150 000 permanecieron en Marruecos.28
Lo cierto es que las circunstancias geopolíticas del país norafricano eran muy particulares. La relativamente pacífica independencia marroquí contribuyó a que se alejara de los radicalismos y de los discursos antioccidentales o antiestadounidense.29 Asimismo, el reino se constituía de una sociedad plural, con una comunidad judía próspera y de bastante importancia. El rey deseaba atraer la inversión extranjera para desarrollar el país, por lo que buscó lazos cordiales con Occidente. De hecho, en Rabat estaban convencidos de que Tel Aviv tenía una gran influencia en los círculos de poder estadounidenses, por lo que “el gobierno marroquí consideró que la continuación de las relaciones normales con EE.UU. dependía del acercamiento con Israel”.30 A ello habría que sumar que la lejanía geográfica de Marruecos respecto al epicentro del conflicto árabe-israelí, el temor a la expansión del comunismo y las notables diferencias culturales, políticas e históricas respecto a otros Estados árabes más implicados en la cuestión, que generaban entre los marroquíes una perspectiva diferente en referencia a Israel. Todo lo anterior promovió que Marruecos fuera a constituirse como “un país moderado, carente de esquemas panárabes y agenda revolucionaria”.31
En estas favorables circunstancias, Israel vio claras posibilidades de mantener una cooperación geopolítica pragmática con Marruecos, al que podía tentar con la misma asistencia al desarrollo, de seguridad e inteligencia que estaba comenzando a implementar en otros países africanos.32 Así, en 1954, el Mossad estableció una base clandestina,33 mientras que en 1955 agentes israelíes comenzaron a llegar a aquel país para organizar la emigración.34 De esta forma, los contactos entre marroquíes e israelíes, con base en sus propios intereses, eran un hecho cuando Marruecos consumó su independencia el 2 de marzo de 1956.
Por ello, aunque Marruecos ingresó en la Liga Árabe en noviembre de 1958, “logró mantener una gran independencia”, “no alentó la propaganda antiisraelí” y la hostilidad hacia Israel nunca fue uno de los ejes de su acción internacional.35 Si bien su incorporación a la Liga Árabe conllevó la imposición de una serie de restricciones sobre los judíos marroquíes, éstas fueron relajándose progresivamente y las persecuciones antisemitas tuvieron un carácter esporádico.36 No obstante, a pesar de los discretos contactos con Tel Aviv y el perfil bajo que se mantenía respecto al conflicto árabe-israelí,37 Rabat trataba de no enemistarse con los países árabes ni enfrentarse al beligerante Gamal Abdel Nasser. Ante las constantes presiones recibidas, el rey marroquí prohibió oficialmente, el 26 de septiembre de 1956, la emigración de los judíos. Sin embargo, en la práctica ello se tradujo en que la aliyá continuaba, aunque de forma clandestina, ante unos funcionarios marroquíes que se mostraban laxos en la aplicación de la ley.38
No obstante, los continuos gestos de Rabat hacia la causa árabe y diversas protestas antisemitas despertaron el recelo entre la comunidad judía. El Mossad, convencido de que los judíos marroquíes deseaban emigrar en masa y en un contexto de creciente tensión con el rey por las operaciones de las redes sionistas, decidió reorganizar sus operaciones en el país y crear una milicia clandestina llamada Misgeret, cuyos objetivos eran defender a las comunidades judías y favorecer su aliyá.39 Para 1961, empleando vías de migración clandestinas a través de la España franquista, Francia y el territorio británico de Gibraltar,40 17 994 personas habían arriesgado sus vidas con el objetivo de llegar a la Tierra Prometida.41
II. La pragmática cooperación entre Israel y Hasán II
El 26 de febrero de 1961 moría el rey Mohamed V,42 ascendiendo al trono su hijo Hasán II. El nuevo soberano ya había mantenido contactos con los israelíes desde 1960, por lo que en Tel Aviv se vio la oportunidad de intensificarlos.43 Esto ocurre en un contexto especialmente relevante, ya que entre 1957 y 1958, la doctrina periférica -un conjunto de ideas políticas que el Estado de Israel crea para ser aplicadas en la relación con su periferia geopolítica- fue concebida, conceptualizada e implementada por el primer ministro israelí David Ben-Gurión y su círculo de asesores más próximos -Reuven Shiloah, fundador y primer director del Mossad, e Iser Harel, segundo director del Mossad.44
Desde la perspectiva israelí, en la década de los cincuenta, el Estado de Israel se encontraba en el centro del mundo árabe y rodeado por un anillo de hostilidad. El objetivo inicial de la doctrina periférica era que el Mossad buscara posibles amigos y aliados más allá de ese hostil entorno próximo.45 Afirma Alpher que Israel concibió tres categorías o esferas de posibles actores con los que implementar la doctrina periférica: países no árabes o no musulmanes que tuvieran límites fronterizos con el anillo de hostilidad árabe; poblaciones no árabes o no musulmanas que vivieran en países árabes hostiles a Israel; y, finalmente, Estados árabes -como Marruecos- poco implicados en el conflicto con Israel y que pudieran estar interesados -por diversos motivos- en mantener relaciones con el gobierno de Tel Aviv.46
El funcionamiento de la doctrina periférica se basaba en una estructura circular, donde el primer ministro se ubicaba en el centro. A su alrededor se posicionaban los responsables de los ministerios de Defensa -cuyos directores generales serían Shimon Peres o Asher Ben-Natan quienes, principalmente, se encarguen de la doctrina- y de Asuntos Exteriores -que poseía el instrumento del Mashav, el centro israelí de cooperación internacional para el desarrollo fundado en 1958-, así como el director del Mossad. Asimismo, otros ministerios y departamentos -agricultura, industria, educación, etcétera-, según las circunstancias, los actores y los escenarios, podían llegar a prestar apoyo e implicarse en el éxito de la doctrina, pero siempre como complemento al círculo nuclear de toma de decisiones, la élite del poder en Israel.47 Con este organigrama de funcionamiento, con pocos recursos y muchas dificultades en la ejecución práctica, la doctrina periférica comenzó a implementarse desde 1957, si bien se incorporaron algunas iniciativas que se venían ejecutando con anterioridad -como era el caso con Marruecos-, buscando siempre contribuir al fortalecimiento de la seguridad nacional del Estado de Israel en un entorno sumamente complejo, peligroso y hostil. En dicho objetivo, Marruecos iba a convertirse en uno los escenarios más dinámicos e interesantes de la doctrina periférica.48
En Tel Aviv existían importantes expectativas sobre las acciones que emprendería el nuevo monarca Hasán II. Sin embargo, no se progresó rápidamente en la cuestión de la autorización para la emigración de los judíos marroquíes. Un judío marroquí logró organizar en París una reunión entre el Mossad y el general Mohamed Ufqir, el poderoso ministro marroquí de Seguridad Nacional. Si bien se plantearon diversas cuestiones -emigración, cooperación en inteligencia, etcétera-, no se llegó a ningún acuerdo por las reti cencias de Ufqir.49 No obstante, Israel fue muy activo en buscar contactos en Marruecos: miembros del Majzen,50 funcionarios públicos, líderes religiosos, empresarios, políticos, amazigh/bereberes,51 etcétera.52
Las negociaciones de los israelíes con Hasán II no eran sencillas, ya que éste se veía muy presionado por los Estados árabes más radicales. Así, buscando no enemistarse con Nasser u otros líderes árabes, el rey marroquí defendía públicamente la causa palestina y negaba a Israel su reconocimiento como Estado. Sin embargo, ello no fue impedimento para que los contactos con los israelíes prosiguieran a través de Alex Gatmon, agente del Mossad en Casablanca. Gatmon logró reunirse en París con Abdelkhader Benjelloun, ministro marroquí de Trabajo. Éste le presentó las condiciones del rey Hasán II para permitir la emigración judía: la no involucración de organizaciones sionistas, el fin de la emigración clandestina y el pago de cuantiosas indemnizaciones, que diversas fuentes sitúan entre 50 y 250 dólares por emigrante. Finalmente, las presiones de Estados Unidos y Francia surtieron efecto, propiciando un entendimiento entre las partes. Mediante dicho acuerdo, Rabat autorizaría la emigración judía pero, en un intento de aplacar la ira de los extremistas, de los panarabistas y de otros Estados árabes, además de las condiciones que había planteado Benjelloun en la reunión de París, estaba prohibido que el destino fuera Israel. El acuerdo contaba con el visto bueno de Tel Aviv, en tanto que la prohibición de emigrar a Israel era fácilmente salvable empleando países intermedios. El 27 de noviembre de 1961, después de que el Mossad pagara 500 000 dólares al general Ufqir, ministro marroquí de Seguridad Nacional, Rabat comenzó a autorizar pasaportes colectivos que permitían la emigración de los judíos. Así, entre noviembre de 1961 y la primavera de 1964, se implementó la Operación Yachin, consistente en el traslado de alrededor de 89 742 judíos marroquíes a través de Francia y Gibraltar.53 De esta forma, durante la década de los sesenta, más de la mitad de éstos abandonaron el país.54 No obstante, 74 620 decidieron permanecer en Marruecos por voluntad propia.55
La autorización para la emigración de los judíos marroquíes generó las protestas del mundo árabe y enfureció a los palestinos, aunque el rey y el Majzen se mantuvieron firmes en su decisión. A este respecto, hay que comprender que el parlamento electivo, establecido con base en la constitución marroquí de 1963, tenía pocos instrumentos para ejercer control sobre las decisiones del monarca, especialmente en lo referente a la política exterior, la cual, hasta la actualidad, se considera como una competencia soberana de Palacio. Así, en Marruecos, la política exterior del Reino no necesariamente está alineada con los sentimientos de la calle.
En este contexto, una serie de disputas en los límites fronterizos generó, a finales de septiembre de 1963, el inicio de incidentes entre Marruecos y Argelia, lo que daría lugar a la conocida como guerra de las Arenas. Durante el conflicto, caracterizado por escaramuzas fronterizas, Nasser apoyó decididamente a Argelia con armas y soldados. Si bien la guerra concluyó en febrero de 1964 por un alto el fuego promovido por la Organización para la Unidad Africana (OUA), Marruecos no dejaba de sentirse amenazado por la revolución panarabista que promovía Nasser. Por ello, Hasán II buscó reforzar sus lazos con Estados Unidos y con Francia y, por sugerencia del presidente tunecino Burguiba, darle otro enfoque a la cuestión israelí,56 lo cual podría favorecerlo en su acceso a los círculos de poder en Washington.
Israel se entusiasmó con la oportunidad que surgía de las turbulencias del mundo árabe, esperando aprovechar los recelos de Hasán II hacia la ambición de Nasser y las necesidades de desarrollo de Marruecos. Así, Tel Aviv se mostró accesible en establecer diversas vías de cooperación geopolítica pragmática. De esta forma, desde principios de la década de los sesenta, los miembros de la seguridad personal de Hasán II comenzaron a ser entrenados por el Mossad quien, con permiso del monarca, había establecido una estación en el país. También se sabe que Meir Amit, director del Mossad entre 1963 y 1968, visitó Marruecos, lo que amplió e intensificó la cooperación de inteligencia y seguridad entre ambos países.57 En palabras de Meir Amit, había que “explotar los problemas de Marruecos para fortalecer lazos”.58 Por ello, en octubre de 1963, en el contexto de la rivalidad entre Marruecos y Argelia, Tel Aviv le vendió aviones Mystère y carros de combate de fabricación francesa a Rabat con la complicidad de Irán.59 También destaca el viaje que, en enero de 1964, realizó a Israel el general Ufqir, mostrándose convencido de que aquel país podía realizar grandes aportes a la seguridad marroquí.60 Israel estableció una estrecha relación con el poderoso general,61 lo que le dio ventajas operativas, pero generando una enorme controversia en el mediano plazo por la cooperación israelí en el tristemente famoso asunto Ben Barka, opositor marroquí secuestrado y asesinado en París en 1965.62
El interés de Hasán II en desarrollar su país hizo que pronto la cooperación se expandiera al ámbito económico. Israel, valiéndose de sus contactos, contribuyó a crear una imagen positiva de Marruecos para atraer capitales extranjeros, fomentando la inversión de hombres de negocios como el barón Edmond de Rothschild o de empresas como Marks and Spencer. Con el objetivo de consolidar sus relaciones con Rabat, Israel implicó a un buen número de sus más altos oficiales en la cooperación para el desarrollo económico de Marruecos. De esta forma, visitó el país Zevi Dinstein, antiguo viceministro israelí de Defensa, que se reunió con Hasán II para estudiar opciones que permitieran aumentar las exportaciones marroquíes de productos cítricos; mientras que Mordechai Maklef, antiguo comandante en jefe del Tzahal,63 viajó a Marruecos para compartir su experiencia en la industria de los fosfatos.64 De esta manera, a pesar de la ausencia formal de relaciones diplomáticas, la cooperación en inteligencia y en economía entre Tel Aviv y Rabat se fortalecía y ampliaba. Ello sería la base para el establecimiento de una amplia cooperación geopolítica pragmática.
La oportunidad para probar el entendimiento entre Tel Aviv y Rabat surgió en 1964. Ese año, Habib Burguiba, presidente de Túnez, comenzó a hablar públicamente de un enfoque más realista respecto al conflicto entre árabes e israelíes. Desde Rabat se secundaron las palabras de Burguiba e incluso la prensa marroquí dejó poco espacio a la crítica. La iniciativa de Burguiba generó protestas en el mundo árabe y una amplia polémica, aunque el tunecino siguió insistiendo. Toda esta tensión se trasladaría a la reunión de la Liga Árabe que se celebró en septiembre de 1965 Casablanca. Como anfitrión del evento, Hasán II les dijo a los líderes árabes: “Seamos sinceros. No hay dos soluciones para el conflicto árabe-israelí. O negociamos un acuerdo político, que es mi preferencia, o atacamos. Si rechazamos las negociaciones, no perdamos el tiempo”.65
En la cita anterior se pueden observar los equilibrios internacionales que Hasán II trató de mantener durante todo su mandato. Por una parte, secundaba la iniciativa de Burguiba, lo que fortalecía su relación con los israelíes, pero, por otra, seguía abogando por la unidad árabe en la decisión que se tomara. Respecto a esto último, el rey llegó a afirmar que “la disidencia, el conflicto y la acusación continua han dividido a los árabes y dispersado los esfuerzos que deberían haberse dirigido hacia la liberación de Palestina. Los pueblos árabes son conscientes de esto y se preguntan si somos realmente serios […]. Corremos el riesgo de perder su confianza y de engañarlos”.66
De esta forma, Hasán II mostraba un perfil moderado en sus diferencias con Nasser u otros líderes árabes, anteponiendo, supuestamente, la causa panarabista a sus intereses propios. Sin embargo, a pesar de los llamamientos a la unidad y solidaridad árabe por parte del rey, cuando a mediados de los sesenta hubo tensión entre israelíes y sus vecinos por las aguas del río Jordán, Marruecos decidió mantenerse al margen de la cuestión. En el mismo sentido, cuando en mayo de 1965, la República Federal de Alemania se preparaba para reconocer de iure al Estado de Israel, numerosos gobiernos árabes promovieron el boicot económico al país germano y la retirada de embajadores. Marruecos, junto con Libia y Túnez, votaron en contra de dicha medida en la Liga Árabe y, por supuesto, no la implementaron.67
El pragmatismo imperante y la ambigüedad deliberada en la geopolítica marroquí supuso, en numerosas ocasiones, realizar ejercicios de verdadero equilibrismo por parte de Rabat. En este sentido, cuando los acontecimientos se precipitaron en 1967, dando paso a la guerra de los Seis Días, Marruecos tuvo que responder favorablemente a las peticiones de ayuda y solidaridad provenientes de El Cairo. Así, además de armamento, Hasán II envió a Egipto tres de los mejores batallones del ejército marroquí. Sin embargo, por la brevedad del conflicto, los soldados marroquíes no llegaron a tiempo de ser desplegados en la batalla. En Israel, si bien se podía comprender la ayuda prestada por el monarca marroquí a El Cairo como parte de los delicados equilibrios geopolíticos que desde Rabat se formulaban,68 hubo preocupación por las protestas antisemitas que comenzaron a desarrollarse en Marruecos tras la derrota árabe de 1967. Ante dicha situación, con la autorización de Hasán II, gran parte de los casi 80 000 judíos marroquíes que permanecían en el país decidieron emigrar, en su mayoría, a Israel. Al mismo tiempo, en la ONU, el representante marroquí pronunciaba un duro discurso contra Israel, exigiendo su retirada de los territorios ganados por la guerra y tildando al sionismo de “filosofía totalitaria”.69 Si bien los acontecimientos de 1967 parecían anunciar un deterioro notable de las relaciones entre Rabat y Tel Aviv, lo cierto es que la cooperación geopolítica pragmática se mantuvo. Es más, serán las relaciones entre Marruecos y otros Estados árabes las que, de forma progresiva, se vayan deteriorando debido a las divergencias crecientes entre Hasán II con el egipcio Nasser y el palestino Yasir Arafat.
III. Israel y Marruecos tras la guerra del Yom Kipur
Tras el fallecimiento de Nasser en septiembre de 1970, Anwar el-Sadat se convirtió en el nuevo presidente egipcio. Convencido en su fuero interno de la necesidad de negociar con los israelíes y de que cualquier acuerdo debía basarse en una negociación en igualdad de condiciones, Sadat comenzó a reforzar la Liga Árabe con vistas a una nueva guerra contra Israel. Así, los llamamientos a la solidaridad árabe de Sadat se hicieron más intensos durante 1973, y Marruecos respondió favorablemente. El rey Hasán II envió en marzo de 1973 una brigada de carros de combate a Siria,70 mientras que se comprometió a desplegar mayores fuerzas en el frente egipcio para “desafiar al enemigo”.71 La implicación de Marruecos durante 1973 para reforzar el frente árabe fue recibida con agrado por Sadat, a pesar de que las unidades marroquíes no llegaron a tiempo para luchar en el frente egipcio. No obstante, durante la guerra, y después de ésta, Rabat se alineó diplomáticamente con el resto de la Liga Árabe, exigiendo la retirada israelí a las fronteras anteriores al conflicto de 1967 e intentando persuadir a Estados Unidos para que presionara a Tel Aviv.72 Según Abadi, el rol desplegado por Rabat durante 1973 lo reposicionaba como jugador estratégico en el conflicto árabe-israelí, al haberse ganado el respeto de otros Estados árabes pero, y esto es importante, manteniendo los contactos discretos con Tel Aviv. De hecho, con la solidaridad mostrada con egipcios y sirios, Hasán II pudo mantener a Marruecos, donde el rey ejercía también como Amir al-Mu’minin o Comendador de los Creyentes, al margen de la oleada fundamentalista que comenzaba a asolar al mundo árabe.73 Todo ello propició que Rabat estuviera en disposición de impulsar en 1975 la creación del Comité Al-Quds, un organismo de la Organización de la Conferencia Islámica,74 cuyo objetivo es la defensa de Jerusalén y los lugares santos musulmanes que dicha ciudad alberga, así como los derechos del pueblo palestino.75 Este comité es presidido por el rey de Marruecos desde 1979.76 Así, a mediados de los setenta, Rabat estaba en una posición inmejorable para desempeñar un rol fundamental en el frenesí diplomático que sucedería a la conclusión de la guerra de Yom Kipur.
Durante la década de los setenta, Hasán II aplicó de forma muy laxa el boicot árabe decretado contra los aliados de Tel Aviv, mantuvo una postura moderada en el seno de la Liga Árabe y adoptó la diplomacia discreta como medio para desen callar el conflicto. La cooperación geopolítica pragmática y los contactos con Israel se mantuvieron, favoreciendo el inicio durante la década y, especialmente en los años ochenta y noventa, el insólito retorno como turistas de judíos marroquíes que habían emigrado a Israel.77 Ello contribuyó a mejorar las relaciones bilaterales entre Israel y Marruecos, que veía a los judíos marroquíes como posibles contribuyentes al desarrollo del país.78 Las circunstancias internacionales jugaron asimismo en favor del refuerzo de la relación, tal como sucedió con la disputa sobre el Sahara Occidental. Tel Aviv, siempre atenta a los acontecimientos del mundo árabe, ofreció asistencia militar y de inteligencia a Rabat, y el rey se mostró complacido por el ofrecimiento israelí,79 además de confiado en que sus relaciones con Israel y su papel mediador en el conflicto de Oriente Medio le supondrían apoyos en Estados Unidos a sus ambiciones territoriales. Asimismo, hay que sumar que, en el verano de 1975, Moshé Dayán visitó Marruecos.80 Si bien en esos momentos no tenía ninguna responsabilidad gubernamental, la visita a un país árabe de uno de los héroes vivos del Israel moderno era sumamente llamativa.81 Por último, un año después, Israel buscó hacer valer su cooperación geopolítica pragmática con Rabat.
En octubre de 1976, Isaac Rabin, primer ministro israelí, viajó a Marruecos disfrazado y en secreto junto con un grupo de agentes del Mossad. Se entrevistó con el rey Hasán II, a quién le hizo una petición muy específica: que ayudara en el establecimiento de un contacto directo entre Tel Aviv y el presidente egipcio Sadat. El rey apoyó la iniciativa israelí y se comprometió a mediar para lograrlo. A partir de ese momento, el contacto entre Hasán II y Rabin y Shimon Peres, líderes del laborismo israelí, fue constante, lo que aumentó la cooperación bilateral entre ambos países. Cuando en 1977 Sadat afirmó públicamente, fruto de estos intensos ejercicios diplomáticos a los que se incorporó Estados Unidos, estar dispuesto a sentarse a negociar con los israelíes, Marruecos fue de los pocos países árabes que apoyó la decisión del presidente egipcio.82 Así, siempre desde el pragmatismo, la cautela y la deliberada ambigüedad, Hasán II afirmó en una entrevista pública:
Creo que nuestro punto de partida debería ser el siguiente: contrario a lo que los árabes creíamos en 1948, hoy nos enfrentamos a una situación que no se puede negar, a saber, que es imposible echar a Israel al océano. Por lo tanto, se debe establecer una nueva fórmula histórica. También se debe hacer un intento de coexistencia, porque el estado actual de las cosas plantea una amenaza continua para la paz mundial.83
En 1977, a pesar de la voluntad de las partes, las negociaciones estaban estancadas. El Cairo recibía numerosas presiones del mundo árabe, quien en su mayoría seguía oponiéndose a cualquier negociación con los israelíes. Asimismo, en abril de dicho año, Menájem Beguín, líder de la derecha israelí, al convertirse en primer ministro había roto el monopolio del poder que el laborismo mantenía desde la creación del Estado de Israel en 1948. Con estas turbulencias, Israel le pidió a Hasán II que organizara una reunión secreta entre Yitzhak Hofi, director del Mossad, y el general Kamal Hassan Ali, jefe de la inteligencia militar egipcia,84 encuentro que tuvo lugar en junio de 1977. Posteriormente, el 5 de septiembre de 1977, Moshé Dayán, ahora ministro de Asuntos Exteriores en el gabinete de Beguín, viajó a Marrakech para reunirse con el rey. Ello fue debido a que Hasán II, por iniciativa propia, estaba intentando promover una reunión entre Dayán y Hassan Tuhami, viceprimer ministro egipcio. Dicha reunión finalmente se celebró el 16 de septiembre de 1977, estando presentes el rey Hasán II y otros altos cargos marroquíes.85 Del resultado de dicho encuentro es conveniente mencionar que, unas semanas después, concretamente el 19 de noviembre de 1977, en un hecho histórico, el presidente Sadat llegaba en viaje oficial a Israel,86 presentando su plan de paz ante la Knéset, la asamblea legislativa israelí.
Si bien las negociaciones entre Beguín y Sadat progresaban, no podía decirse lo mismo del conflicto con los palestinos. El primer ministro israelí se oponía rotundamente a negociar con Arafat, a quien tildaba de terrorista. Los intentos de mediación de Hasán II, que llegó a planear una invitación a Beguín y a su esposa a Rabat, fracasaron. De hecho, la presión contra el monarca marroquí iba en aumento, acusándolo los fundamentalistas y los radicales de ser demasiado condescendiente con Israel.87 Así, cuando en marzo de 1978 el Tzahal lanzó una limitada acción militar en el Líbano contra la OLP, la denominada Operación Litani, Rabat aprovechó para criticar y marcar distancias respecto al gobierno del conservador Beguín, al tiempo que discretamente trataba de reforzar sus lazos con el laborismo israelí. Sin embargo, Hasán II requería el apoyo de Estados Unidos en el conflicto que mantenía con el Frente Polisario en el Sahara Occidental, y seguía creyendo que la influencia de Tel Aviv sobre Washington era muy importante en la cuestión. Nuevamente Rabat se vio involucrado en una dinámica de equilibrismos imposibles y ambigüedades deliberadas para obtener el favor de Washington, pero sin despertar recelos en las capitales árabes. Ello explica que, cuando el 17 de septiembre de 1978 Egipto e Israel firmaron los acuerdos de Camp David, Hasán II se mostrara crítico, sumándose a las voces que acusaban a El Cairo de haber olvidado el drama palestino en interés propio.88
Las críticas de Rabat no acabaron ahí, sino que Marruecos, al igual que otros países árabes, rompió relaciones con El Cairo y Hasán II comenzó, por interés económico, a mostrarse amistoso con el líder libio Muamar el Gadafi, conciliador con el régimen fundamentalista que se instauró en Irán en 1979 y propuso contra Jerusalén una acción similar a la Marcha Verde de noviembre de 1975.89 No obstante, al mismo tiempo que se publicitaban estas acciones contra El Cairo y Tel Aviv, Rabat nunca dejó de estar consciente de que necesitaba la ayuda de Estados Unidos en el conflicto que mantenía en el Sahara Occidental. De hecho, desde Washington, cada vez eran mayores las voces que promovían que se reevaluara la relación con Marruecos. A medida que aumentaban las complicaciones de Marruecos en el Sahara Occidental y en su relación con Washington, Rabat se mostró cada vez más activo en el desempeño de su rol como intermediario del conflicto árabe-israelí y con el uso del lobby judío en Estados Unidos. Así, Hasán II reivindicó la cultura judía en Marruecos, no promovió el boicot económico a Egipto, se opuso a que dicho país fuera suspendido del Movimiento de Países No alineados y, por supuesto, mantuvo la cooperación geopolítica pragmática con los israelíes, a quienes consideraba que eran la clave para mantener el apoyo de Washington. De hecho, ante la mala sintonía con Beguín, Hasán II priorizó los contactos con Shimon Peres, líder de la oposición laborista, con quien se había reunido en secreto en 1978.90 El encuentro sirvió para constatar algo que Peres pensaba: en su visión de un Oriente Medio que superara el conflicto árabe-israelí y garantizara la seguridad nacional de Israel, Marruecos podía desempeñar un papel clave. Todo lo anterior sirvió para que, de forma progresiva y cada vez más pública, y a pesar de que Israel invadió Líbano en junio de 1982, Marruecos fuera incorporándose al grupo de países que apoyaban los acuerdos de Camp David, obteniendo a cambio la ayuda de Washington, Tel Aviv y El Cairo en su propio conflicto.91
En septiembre de 1984, Shimon Peres se convirtió en primer ministro de Israel. Ello fue posible porque, entre 1984 y 1988, Israel experimentó la formación de un gobierno de gran coalición entre los conservadores del Likud y los laboristas de Ha‘Avoda. El nuevo primer ministro israelí decidió aprovechar su sintonía personal con Hasán II, empleando en el fortalecimiento de los lazos con Rabat a Rafi Edri, parlamentario laborista israelí casado con una hija de David Amar, importante empresario judeo-marroquí.92 Sin embargo, el mandato de Peres, en virtud del acuerdo de coalición, concluiría en octubre de 1986, momento en el que fue sustituido por Isaac Shamir. Tratando de aprovechar la presencia del laborismo en el poder, Hasán II intentó impulsar el proceso de paz, por lo que invitó a Peres a Ifrane, ciudad marroquí en las montañas del Atlas, en julio de 1986. La reunión generó críticas tanto en Israel -Shamir y la derecha criticaron y se desentendieron de cualquier compromiso adquirido en la reunión- como en el mundo árabe, donde sólo Egipto apoyó la iniciativa marroquí, Arabia Saudí y Jordania guardaron silencio, e Iraq y Siria fueron muy duros con Hasán II.93 No obstante, la reunión sirvió para que éste reestableciera la confianza de Washington en su persona, la cual se había deteriorado notablemente desde que el monarca alauí se aproximara unos años antes al controvertido líder libio Muamar el Gadafi con la intención de que éste dejara de apoyar al Frente Polisario.
Al mismo tiempo que todo esto ocurría en el plano diplomático oficial, la cooperación geopolítica pragmática entre Rabat y Tel Aviv continuaba, en especial debido a las dificultades que Marruecos atravesaba en su guerra en el Sahara Occidental. Así, la cooperación en inteligencia se intensificó, siendo fuente constante, hasta la actualidad, de numerosos debates y rumores.94
Tras la reunión de Ifrane de 1986 se va a evidenciar una dualidad evidente en las relaciones entre Tel Aviv y Rabat. Por una parte, se va a mantener la cooperación geopolítica pragmática en ámbitos de inteligencia, economía, agricultura y otros, siempre de forma discreta. Sin embargo, a raíz de los cambios políticos ocurridos en Israel desde mediados de los ochenta, las relaciones en el plano político sufrirán importantes oscilaciones. Así, si bien Peres había afirmado públicamente su intención de negociar con los palestinos, Isaac Shamir, convertido en primer ministro en octubre de 1986, se desentendió totalmente de dicho compromiso, adoptando una actitud dura respecto a cualquier posible negociación con el mundo árabe. Las relaciones políticas entre Rabat y Tel Aviv se enturbiarán todavía más con la Primera Intifada, iniciada en 1987. En este contexto, Marruecos volvió a adoptar una postura pública sumamente crítica con Israel, dando numerosas muestras de solidaridad con la causa palestina y árabe, como exigir a los israelíes que se retiraran a fronteras anteriores a 1967 o que evacuaran el sur de Líbano, que aún ocupaban. No obstante, los contactos entre Hasán II y Peres, quien ejercía de viceprimer ministro y ministro de Finanzas en el gobierno, se mantuvieron.95
IV. Las relaciones entre Israel y Marruecos tras la Guerra Fría
Con el fin de la Guerra Fría se abrieron nuevos escenarios geopolíticos que posibilitaron que, entre octubre y noviembre de 1991, se celebrara la Conferencia de Paz de Madrid entre árabes e israelíes -que, a pesar de su conclusión sin un gran compromiso, fue, en perspectiva, un pequeño gran paso-, que el laborismo con Isaac Rabin retornara al poder en Israel en 1992 y que se iniciaran una serie de negociaciones directas y secretas entre representantes israelíes y de la OLP. Dicho diálogo posibilitó la generación de la Declaración de Principios sobre las Disposiciones relacionadas con un Gobierno Autónomo Provisional, comúnmente conocido como el Acuerdo de Oslo I, que fue firmado por Rabin y Arafat el 13 de septiembre de 1993 en Washington.96
Respecto al papel que desempeñó Rabat en todo este proceso, sirva mencionar que, en su regreso de Estados Unidos, Rabin y Peres -quien en ese momento ejercía de ministro de Asuntos Exteriores- visitaron Marruecos el 14 de septiembre en un gesto que, con el beneplácito de Estados Unidos, pretendía mostrar agradecimiento hacia Hasán II. Así lo expresó Rabin: “Hemos venido a dar las gracias a Marruecos por los esfuerzos que ha venido desplegando para acercar a las comunidades judías y árabes”.97 La visita de los israelíes fue ampliamente cubierta por los medios marroquíes, al igual que la reunión que mantuvieron el rey y Rabin. Rabat afirmó públicamente que el Acuerdo de Oslo I debía ser el primer paso de muchos otros, mientras que discretamente ambos gobiernos comenzaron a trabajar en el establecimiento recíproco de oficinas de intereses comerciales.98
El 2 de junio de 1994 el rey marroquí convocó a una reu nión especial del gobierno, asistiendo sorpresivamente a ésta Shimon Peres y una importante delegación israelí. Hasán II compartió con su gabinete su decisión de incrementar las relaciones con Israel mediante la apertura de oficinas de enlace, así como la intención de ambos países de organizar una conferencia económica regional.99 Sin embargo, a pesar de estos hechos, Rabat se mostró siempre cauto en sus relaciones oficiales con Israel, condicionándolas a la evolución del proceso de paz con los palestinos.100 No obstante, el 1 de septiembre de 1994 los marroquíes anunciaron que abrirían una oficina de enlace en Tel Aviv para coordinar la cooperación bilateral, lo que dio esperanzas a los pacientes israelíes de que fuera el primer paso para el establecimiento de relaciones diplomáticas oficiales. De hecho, con o sin oficina de enlace, la cooperación geopolítica pragmática entre Marruecos e Israel era un hecho.101
Debido al clima favorable propiciado por el Acuerdo de Oslo I, la cooperación entre Marruecos e Israel se incrementó de forma notable y pública. Como consecuencia de lo anterior, Marruecos se benefició de la llegada de ingenieros agrícolas e inversiones israelíes, así como de la importación de productos tecnológicos, de la creación de una granja experimental en Jadida con capitales estadounidenses e israelíes, de la visita a Israel de una delegación de sus mayores empresas, etcétera.102 En esta dinámica positiva, del 30 de octubre al 1 de noviembre de 1994, Casablanca albergó una conferencia económica para países de Oriente Medio y África, un gran evento donde estuvieron presentes árabes e israelíes.103 Después de la conferencia, Marruecos e Israel abrieron oficinas de enlace en Tel Aviv y Rabat respectivamente, lo que contribuyó a aumentar el comercio, aunque éste, bilateral o a través de terceros países, es hasta la actualidad insignificante y - principalmente- de carácter agrícola.104
Si bien estas oficinas de enlace debían coordinar la cooperación bilateral, fueron los judíos marroquíes, con un turismo en crecimiento y una importante red de contactos en ambos países, quienes desempeñaron, hasta la actualidad, un papel fundamental como intermediarios -destacando André Azoulay, consejero real para asuntos económicos y financieros; Serge Berdugo, ministro de Turismo entre 1993 y 1995 y actual líder de la comunidad judía marroquí; o Robert Assaraf, historiador y escritor- entre israelíes y marroquíes, tanto a nivel político como a nivel social.105 Así, israelíes y marroquíes también comenzaron a cooperar en el plano social, cultural, educativo, etcétera.106 Sin embargo, no todos -Siria, Libia, fundamentalistas religiosos y organizaciones de extrema izquierda marroquíes- se sentían complacidos por la actitud del rey Hasán II respecto a los israelíes. No obstante, el rey marroquí persistió en su aproximación oficial a Israel. Según Abadi, la clave para comprender esta cuestión se encuentra en su interés en desempeñar un rol importante en la configuración del estatus definitivo de la disputada ciudad de Jerusalén, ya que, parece ser, el rey aspiraba a convertirse en guardián de la Explanada de las Mezquitas, lugar sagrado para el islam. A pesar de ello, en un ejemplo de la intensa actividad diplomática que se estaba produciendo en la región, en julio de 1994 Israel reconoció que el guardián era el rey Huséin I de Jordania, hecho que facilitó el acuerdo de paz jordano-israelí firmado el 26 de octubre de 1994.107
Si bien es de suponer la decepción de Hasán II, ello no impidió que, siempre buscando mejorar las relaciones con Estados Unidos, los contactos con Israel continuaran. Sin embargo, éstos se hallaban constantemente condicionados por la evolución del proceso de paz. Así, si bien Rabat seguía abogando por concluir el boicot árabe sobre Israel e invitaba a Tel Aviv a firmar el Tratado de No Proliferación Nuclear de 1968, igualmente criticaba las anexiones de tierras que los israelíes hicieron en Jerusalén en 1995. Ese mismo año, en un intento de avanzar en el proceso de paz, Hasán II reunió en Marruecos a Shimon Peres y a Yasir Arafat. El encuentro no generó avances significativos, por lo que, cuando en enero de 1996 los israelíes ofrecieron otra vez a Hasán II el establecimiento de relaciones diplomáticas,108 el rey, nuevamente, dijo que no era el momento oportuno. De hecho, no le faltaba razón, en tanto que la política israelí se había visto sacudida cuando el 4 de noviembre de 1995 un extremista judío asesinó a Isaac Rabin.109 Si bien Shimon Peres se había convertido en primer ministro, las elecciones de mayo de 1996 llevaron al poder al conservador Benjamín Netanyahu, crítico con los acuerdos de paz con los palestinos. En estas circunstancias, las relaciones políticas entre Rabat y Tel Aviv se deterioraron significativamente durante los siguientes años, en paralelo a que Hasán II prefería aumentar sus contactos con los judíos marroquíes y el laborismo israelí. No obstante, ello no impidió que Marruecos apoyara iniciativas para impulsar el proceso de paz, como la reunión promovida por Egipto y Estados Unidos en marzo de 1996 con la presencia de 29 países, incluyendo a Israel.110 Como bien lo señala Abadi, “aunque el camino hacia el acercamiento israelí-marroquí permaneció sembrado de obstáculos, la extraordinaria habilidad de Hasán para mejorar las relaciones bilaterales, sin serias recriminaciones del mundo árabe, sigue siendo una de las características más notables de este episodio”.111
En las elecciones de mayo de 1999, el laborista Ehud Barak se impuso al conservador Netanyahu. La decidida apuesta de Barak por retomar y profundizar el proceso de paz con los palestinos fue recibida con satisfacción por gran parte de la comunidad internacional. Si bien ello parecía augurar una mejora significativa de las relaciones entre Israel y Marruecos, dos hechos impidieron que esto se produjera. El primero fue que el 23 de julio de 1999 murió el rey Hasán II,112 quien fue sucedido por su hijo Mohamed VI. El nuevo monarca no mostró el mismo interés que su padre en el conflicto árabe-israelí, prefiriendo centrarse en la consolidación de su poder frente al auge islamista, en el desarrollo de su país, en el conflicto del Sahara Occidental y en sus relaciones con Estados Unidos, España y Francia.113 El otro hecho que impidió una profundización de las relaciones fue, cómo no, la negativa evolución del conflicto entre palestinos e israelíes. El estallido de la Segunda Intifada en septiembre de 2000, el incremento de la violencia entre las partes y el retorno del Likud al poder en febrero de 2001 fueron sucesos en los que Mohamed VI prefirió no implicarse de forma arriesgada como mediador, resultándole más sencillo mantener un perfil bajo, pragmático y deliberadamente ambiguo en la cuestión,114 y continuando la discreta cooperación geopolítica pragmá tica con Israel -en la que destacaba la colaboración contra grupos terroristas como Al Qaeda o el Estado Islámico de Iraq y el Levante (DAESH) y la adquisición de tecnología militar israelí-115, pero secundando públicamente el crítico sentir mayoritario de los países árabes. De hecho, los contactos oficiales entre ambos países fueron cortados por Rabat en octubre de 2000,116 manteniéndose el trato educado, no sin polémica, en foros internacionales como la Unión por el Mediterráneo, la OTAN o las cumbres temáticas de Naciones Unidas.117 Pese a todo, nada impidió que Marruecos apoyara el 28 de marzo de 2002 la Declaración de Beirut, un documento de la Liga Árabe que reconocía de forma tácita el derecho a existir del Estado de Israel.
Así, con la llegada de Mohamed VI al trono de Marruecos se mantuvo una discreta e intensa cooperación geopolítica pragmática, pero con la ausencia, salvo rumores, de la dimensión política que en su momento exploró el rey Hasán II. En referencia a ello, a finales de 2019, diversos medios afirmaron que Israel estaba promoviendo que Washington, a cambio de que Rabat estableciera relaciones con Tel Aviv, reconociera el Sahara Occidental como marroquí.118 No obstante, Rabat negaba públicamente su intención de reconocer a Israel y cuidaba mucho su imagen en este asunto,119 consciente de que las percepciones de Palacio y la mayoría de la población marroquí no necesariamente son convergentes en esta espinosa cuestión. Sin embargo, dichas precauciones fueron superadas con facilidad cuando los intereses de Rabat, Tel Aviv y Washington confluyeron de forma acelerada.
Si bien fue clave para avanzar en la cuestión el ofrecimiento estadounidense de reconocer el Sahara Occidental como marroquí siempre que Rabat estableciera relaciones formales con Israel, se han de considerar otros factores que suman positivamente al hecho: las relaciones estratégicas de Rabat con París y Madrid, el interés marroquí en asestar un golpe definitivo a la causa saharaui, la necesidad de Marruecos de incrementar las inversiones y la cooperación en cuestiones tecnológicas y de seguridad, la intensa actividad diplomática desplegada por Israel en el mundo árabe y que le abrió las puertas de diversos países -Acuerdos de Abraham con Emiratos Árabes Unidos y Baréin y el acuerdo de normalización de las relaciones con Sudán-, la influencia y anhelos de la amplia comunidad judía con nacionalidad israelí y marroquí, la ambición desmedida de protagonismo del estadounidense Donald Trump -siempre intentando demostrar que es el mejor negociador y el mejor presidente que haya tenido nunca Estados Unidos a pesar de hallarse en las últimas semanas de su mandato-, etcétera. Sin embargo, es conveniente señalar que, como bien lo indica Uri Mendelberg:
Es un triunfo estratégico lo que ha sucedido. Trump lo ha impulsado, pero las cosas se venían cocinando desde hacía tiempo. Yossi Cohen se la ha pasado viajando en secreto y hablando con cada uno.120 [...] Ha estado en el tema este ya hace varios años, no es cosa de un día. Y ha estado viajando a todas estas capitales en secreto. Y lo han aceptado, lo han recibido, han negociado, y, con la ayuda de los americanos, también le han abierto puertas. [...] Las cosas han cuajado. La situación internacional estuvo predispuesta para que esto tuviera éxito.121
Con base en todo lo anterior, en diciembre de 2020 se anunció que Tel Aviv y Rabat establecían relaciones diplomáticas plenas, mientras que en paralelo Estados Unidos reconocía la soberanía marroquí sobre el Sahara Occidental.122 Con esta decisión, Israel y Marruecos disponen en la actualidad de una base oficial para, no sin dificultades ni dudas -ni consecuencias para otros actores,123 ni la oposición de una parte significativa de la población para quienes la cuestión de Jerusalén y del pueblo palestino sigue siendo central,124 ni las críticas de sectores islamistas o de extrema izquierda -Justicia y Caridad, Federación de la Izquierda Democrática, Vía Democrática-,125 desarrollar intensamente la particular e histórica cooperación geopolítica pragmática entre ambos países. Y es que, Israel y Marruecos “siempre han tenido relaciones, no oficiales, pero sí oficiosas”.126
V. Conclusión
El presente artículo ha comprobado, desde un enfoque teórico realista neoclásico con factores sistémicos -Guerra Fría, post-Guerra Fría, conflicto árabe-israelí, etcétera- y domésticos -judíos marroquíes, aliyá, la búsqueda de seguridad, necesidad de desarrollo, conflicto con Argelia, Sahara Occidental, percepción de aislamiento, ambiciones personales de los responsables de tomar decisiones, Jerusalén, relación con Estados Unidos, etcétera- que intervienen y condicionan un método de process tracing, que el establecimiento en diciembre de 2020 de relaciones diplomáticas oficiales entre Marruecos e Israel es un progreso que se inserta en la cooperación geopolítica pragmática que ambos gobiernos desarrollan desde hace décadas en el contexto de la doctrina periférica.
Se considera demostrado que, durante la segunda mitad del siglo XX, Tel Aviv y Rabat establecieron una intensa cooperación geopolítica pragmática, en gran medida posible por la peculiar y ambigua estrategia diplomática desplegada por el rey Hasán II, que lo llevó a equilibrios casi imposibles entre gobiernos árabes radicales e Israel, pero que lo situó como una figura política regional de primer orden. Si bien la relación con Hasán II tuvo contrasentidos notables, en los momentos necesarios, el vínculo establecido en el marco de la doctrina periférica dio sus frutos. “Marruecos ofreció a Israel más acceso y comprensión al mundo árabe de lo que ningún otro aliado periférico pudo proveer”.127 Priorizada por Tel Aviv, la cooperación geopolítica pragmática, multidimensional y flexible con Marruecos supuso réditos notables, como el refuerzo demográfico israelí gracias a la migración de los judíos marroquíes, la generación de beneficios económicos a ambos, un intercambio constante de información de inteligencia y seguridad y, muy importante, el facilitar la paz entre israelíes y egipcios, lo que no sólo supuso un hecho histórico, sino que implicó que el país árabe más poderoso y peligroso abandonara el anillo de hostilidad contra Israel, por lo que la amenaza en su flanco se diluyó y desapareció.
No sin dificultades, la cooperación geopolítica pragmática entre israelíes y marroquíes se ha venido manteniendo durante el reinado de Mohamed VI, aunque siempre en el marco de la deliberada ambigüedad y pragmatismo que caracteriza a la monarquía alauí.128 En conclusión, el presente artículo evidencia que, más allá del hecho del establecimiento de relaciones oficiales de diciembre de 2020, Israel y Marrue cos mantienen, desde mediados del siglo XX, una cooperación geopolítica pragmática con intereses compartidos, la cual dispone ahora, con Mohamed VI, de una base oficial desde la cual puede desarrollarse y fortalecerse. Así, se evidencia, frente al reduccionismo, la pertinencia de adoptar un enfoque analítico amplio e integral desde una perspectiva del realismo neoclásico -que incluya factores sistémicos, pero también domésticos- para la comprensión de la par ticular relación entre el Reino de Marruecos y el Estado de Israel, especialmente por la posible contribución que dicho objeto de estudio puede aportar a la construcción en Oriente Medio de una justa, duradera y estable paz.