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Nueva antropología

versión impresa ISSN 0185-0636

Nueva antropol vol.27 no.80 México ene./jun. 2014

 

Reseñas Bibliográficas

 

Raquel Ramos Padilla, Los irredentos parias. Los yaquis, Madero y Pino Suárez en las elecciones de Yucatán, 1911

 

Miguel Olmos Aguilera

 

México, INAH (Historia, Serie Logos), 2011

 

El libro Los irredentos parias. Los Yaquis, Madero y Pino Suárez en las elecciones de Yucatán, 1911, de Raquel Padilla, representa un invaluable avance en la historiografía del exilio yaqui, además de una síntesis excepcional de diversos aspectos sobre el destierro al que fueron sometidos los indígenas yoremes, en la península de Yucatán a finales de la primera década del siglo XX.

Este libro otorga al lector información especializada que, eventualmente y de manera muy general, se cuenta en las comunidades indígenas yaquis y que pocas veces hemos constatado con las fuentes escritas y archivos locales de la revolución, tal como lo realizó con cuidado y esmero Raquel Padilla. Gracias a este esfuerzo de investigación, a través de este libro podemos tener información no solamente de las experiencias trágicas del recorrido cultural de los yaquis en Yucatán, sino de la mentalidad de los propios yucatecos de esa época, quienes a través de sus escritos expresan una serie de sentimientos de alteridad provocados por la llegada de "los otros", la gente distinta, la gente extraña.

Este libro tiene varios aciertos: por un lado ofrece pormenores de los sufrimientos y padecimientos de los indígenas yaquis a todo lo largo de su recorrido cultural, en el exilio contextualizado en su cultura guerrera. Por otro lado analiza, con ayuda de la literatura de la época, el papel que lo indígenas yoremes tuvieron en la revolución y al interior de las fuerzas políticas gestadas en el estado de Yucatán.

Como bien se señala en el prólogo, este libro está prácticamente planteado en dos secciones; por una parte la historia yaqui del destierro; y por la otra la Revolución mexicana en el estado de Yucatán, donde vivió la población yoreme-yaqui durante varios años.

El libro es producto de una minuciosa investigación, y se ilustra con decenas de citas de revistas y periódicos yucatecos, así como de valiosos e impresionantes testimonios de algunos de los descendientes de los yoremes que permanecieron en Yucatán. Tal es el caso de Petronila Cuculai, citada en el epígrafe al inicio de libro diciendo: "ya estoy vieja, pobre y cansada, y no puedo ir a Sonora, [...] les dices que solo vivo yo y mi sobrina Esperanza [...] les dices que mi mamá murió... [...]" (p. 29).

El libro posee al menos tres ejes principales no explícitos; el primero, el sufrimiento y los pesares del destierro; el segundo, los abusos de poder que padecieron los yaquis en el exilio; y el tercero, y final, la corrupción de las fuerzas políticas mexicanas "revolucionarias" teniendo como escenario el estado de Yucatán.

Un aspecto nodal implícito en este trabajo es el fuerte racismo, que era, y sigue siendo, un fenómeno generalizado en todo el país. En este trabajo la autora nos da múltiples elementos para reflexionar la exclusión y marginalidad que padecieron desde ese entonces los yaquis debido a su condición indígena; situación que se vio agravada por vivir en el destierro. En este escenario, y siendo valorados como esclavos, los yoremes-yaquis, narra la autora, fueron utilizados como conejillos de indias: "en múltiples ocasiones los sonorenses sirvieron como conejillos de indias para estudios de caso en la Escuela de Medicina del Estado" (pp. 46-47).

En la primera parte Raquel Padilla abunda sobre la restitución social y cultural en la haciendas yucatecas, donde coexistieron individuos de diversas culturas -cubanos, chinos, coreanos, huastecos y mayas- quienes, al igual que los yaquis, colaboraban en los trabajos de las haciendas henequeneras, cohabitando efectivamente diferentes lenguas, y variantes lingüísticas del español. En el libro aparecen gran cantidad de datos etnográficos, en particular del periodo que va de 1907 a 1911, años en que los yaquis estuvieron en tierras yucatecas.

De acuerdo con la autora, la situación social y política de las haciendas, pese a tener un sistema inicialmente de tipo esclavista, se trata de un sistema paternalista donde el patrón o hacendado se interesaba también en la supervivencia de sus trabajadores, aprende la lengua de éstos y se hace participe del parentesco espiritual yoreme-yaqui.

Así, de la misma manera como la autora nos da algunos indicios de la organización social de las haciendas, también nos habla de la salud y de las condiciones sanitarias, médicas y genéticas que predispusieron a la población yaqui a contraer la fiebre amarilla por encima de otros grupos indígenas autóctonos como los mayas, quienes ya habían desarrollado cierta inmunidad a la enfermedad. Asimismo, nos muestra gran cantidad de información sobre las muertes infantiles y el suicidio indígena; desde los datos duros de las estadísticas de la época hasta las referencias literarias, míticas e imaginarias sobre el estoico espíritu de los indígenas yoremes.

En el texto se insiste, y no sin razón, en los padecimientos y sufrimientos infantiles, así como en la representación de la población yaqui en la prensa yucateca, y en particular sobre la población infantil, victima directa de las vejaciones a la población indígena. La cita de Ricardo Flores Magón sobre el sacrificio del niño yaqui, después de que su madre le canta una canción de cuna, ejemplifica dramáticamente la representación que se tenía de la fortaleza espiritual yoreme de cara a la cultura mestiza en esa etapa histórica del pueblo yaqui.

Un aspecto que llama la atención es la posición de la autora sobre la identidad negociada de los yaquis, quienes en un primer momento no realizan reivindicación alguna de su identidad, sino que una vez instalados desarrollan una cultura ritual a la usanza de los cahitas, con la puesta en escena de las danzas de pascola y venado; como lo hicieron a finales del siglo XIX en Santa Rosalía, Baja California Sur. En ese lugar, a la distancia y trabajando como jornaleros, pescadores de perlas u obreros, los yaquis llevaron a cabo su vida ritual con músicas y danzas autóctonas, fortaleciendo su identidad mediante el uso de la misma parafernalia ritual que se observa en fiestas y ceremonias regionales hasta nuestros días.

Por otra parte, se debe destacar que en el libro aparecen denominaciones externas como yaqui o "sonorense", que los mestizos adjudicamos a los yoreme según el contexto de referencia, y que poco tienen que ver con su sentimiento de identidad. Esto pasaría inadvertido sino fuera por la insistencia en designar a la población yoreme como "sonorense". Dicha denominación tiene un sentido particular en la literatura de la época, sobre todo si se escribe desde el estado de Yucatán, y que la autora misma lo registra en algunas revistas locales.

Sin embargo, si es objetivo de este libro reivindicar la cultura indígena, la denominación sonorense en este contexto no posee un sentido totalmente neutro; si tal fuera el caso, podríamos adjudicar denominaciones que identifiquen generalidades como indígenas norteños (vistos desde el centro del país), mexicanos (vistos desde otro país), o como indios americanos (vistos desde Europa u otra parte del mundo), conceptos con los que los yoremes tampoco sentirían gran identificación. En otras palabras, si se trata de un esfuerzo de reivindicación étnica, sería congruente llamarlos yaquis o yoremes, por encima de "sonorenses", ya que dicha identificación no alude en ningún momento a su identidad étnica, y es una denominación con la que los yoremes yaquis contemporáneos tampoco sienten gran afección, salvo que sea utilizada como referente geográfico. La identidad étnica interna se encuentra por encima las denominaciones estatales, regionales o nacionales.

Ahora bien, tal como señala Raquel Padilla, la sierra del bacatebe ha representado un lugar estratégico en la memoria y el imaginario guerrero del pueblo yoreme-yaqui. En esa región montañosa no sólo se llevaron a cabo cruentas batallas y gestas heroicas de líderes y ancestros yaquis, sino que para los yoremes es importante dar a conocer estas hazañas a los yoris, como ejemplo de su resistencia identitaria. En múltiples ocasiones la gente de las comunidades se esfuerza por contar los hechos históricos de dichas batallas, contra el gobierno mexicano (ubicación de cuarteles, batallas, y la belicosa capacidad de sus líderes). Siendo la guerra un tema que generalmente el yoreme señala con singular orgullo étnico al yori fuereño. No así los aspectos religiosos y cosmogónicos de su cultura, que por ser parte integral de su identidad étnica representan para la población yoreme un conflicto que no por fuerza debe ser revelado al mestizo.

En la segunda parte del libro la autora ilustra con lujo de detalles la forma en que paulatinamente el espíritu guerrero de los yaquis los llevó a revelarse en contra de algunas haciendas, que durante todo el porfiriato explotaron la mano de obra indígena; y ya bien entrada la revolución maderista muchos de los indígenas yaquis fueron plegados con grupos políticos que se peleaban apasionadamente el poder, como es el caso de Pino Suárez en las elecciones yucatecas de 1911.

En su crónica destaca la participación de Pérez Ponce, mestizo que tuvo varias funciones en las revueltas y movimientos de liberación indígena. Según narra la autora, este personaje lideró a los indígenas yaquis en la lucha por sus derechos, pero también utilizó a los mismos para tener una posición influyente durante la revolución.

Por otro lado, los yaquis fueron ampliamente manipulados por el entonces gobierno yucateco como represores de las revueltas en diversos conatos de violencia. Así, aun cuando los indígenas yoremes tuvieron una historia de reacción ante el opresor, ellos mismos participaron en las milicias de la nueva clase política emergente en el estado de Yucatán hasta el mismo momento de su traslado hacia el norte; de acuerdo con la autora, dicha liberación se negoció como prebenda al apoyo de los proyectos políticos de los revolucionarios yucatecos.

Constatamos que las corruptelas electorales han involucrado, desde entonces, a la población indígena de manera indirecta, siendo una práctica muy común del Estado mexicano. Raquel Padilla nos muestra cómo la historia de la compra y manipulación del voto son prácticas bien instaladas en México por lo menos desde los inicios de la Revolución mexicana en 1911. Por esta razón, no es raro que dichas costumbres corruptas sigan prosperando hasta nuestros días.

Finalmente quisiera convidar a leer Los irredentos parias, libro que narra apasionadamente los procesos culturales y políticos del entonces gobierno mexicano, y su degradación moral que le llevó a un proceso revolucionario donde la población yoreme-yaqui fue atacada por varios flancos tanto en Sonora como Yucatán, mientras el grupo mestizo en el poder consolidaba un Estado nacional que pasaba por encima de múltiples injusticias hacia los pueblos indígenas.

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